Nuestra Tierra

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LA OBRA LITERARIA

En una Fecha Memorable. Los remolinos que súbitamente llenaban el aire de polvo y de basuras hacían rechinar las puertas y golpear las ventanas mal cerradas, también súbitamente desaparecían y volvía el silencio pesado y opresivo, como fundido por el sol que llenaba las calles, reverberando en las paredes y en las piedras. Así, también, llegaban y desaparecían, invisibles pero vivas, ondas de sobresalto y ansiedad, en medio de largas pausas en que el miedo se extendía y entraba por las rendijas, paralizando a los vecinos tenazmente encerrados en sus casas. Era un día como nunca, sin antecedentes ni memoria en la vida del pueblo y todo allí andaba desconcertado y anormal. La víspera había sido día de agitación y barullo. Por todas partes soldados, oficiales que daban órdenes a gritos o que pasaban galopando, como fulgores de rojo y de azul, de espadas centelleantes y charreteras doradas, entre el polvo y el olor a caballos; hasta cañones había, que rodaban desigualmente en los pésimos empedrados de las calles. Y en el interior de las casas, el desorden: porque aquella inesperada concentración de tropas acabó con todos los comestibles de la plaza, con el pan de todas las panaderías y hasta con el agua potable que los aguadores traían en burros, cada uno cargado con cuatro cántaros, colorados y rezumantes. Al clarear el alba, más gritos, clarines y tambores, y los soldados se fueron por el rumbo de Celaya, pero luego se supo que no habían pasado de Arroyofeo, donde tomaron posiciones de combate. Ansiosa curiosidad y toda suerte de emociones llenaban el pueblo cuando se comenzaron a oír, roncos y lejanos, los estampidos de los cañones y débilmente los disparos de la fusilería. Y otra vez ruidos de caballos y de carros, que traían heridos y más heridos, que pronto llenaron el hospital improvisado en los enormes claustros del convento de San Agustín. En las calles solitarias el sol caía a plomo, cada vez más caliente y cegador. A través de las puertas y ventanas, cerradas con llaves y trancas, se escapaban sápidos olores de las cocinas en que se preparaba la comida de vigilia, porque ese día, el 10 de Marzo de 1858, era miér-

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