Esther Cañadas en Canfranc

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muestra tensión, da signos de impaciencia, como de expectación. Podría ser una ilustración de cuanto se dijo más arriba de la morfología de la vampiresa y de la descripción que Bram Stoker hace de ellas, en especial por lo que hace al brillo intenso de sus ojos; y su mirada es fosca, hundida, cavernosa, casi cruel. Apoya su mentón en la mano izquierda. Calza unas sandalias de cuero negro con fuerte tacón y algo de plataforma cuyas tiras le ascienden y cubren lo que los antiguos españoles llamaban el cuello del pie. En su mano derecha sujeta un rígido bolso de cuero negro alargado, de esos que se llevan colgados en bandolera y cuyas correas son de un recio cuero trenzado también negro que lo asemejan a un rebenque con el que azotar. Ella las sujeta entre el muslo y la mano. Y todo: lo oscuro del lugar, lo negro del vestido enlutado, la tirantez del cabello, la ausencia de todo complemento (ni unos pendientes, ni una pulsera), las tiras de las sandalias, lo "monolítico" del bolso negro también él y la curva tensión de lo que semeja su corbacho, junto a lo, más que realmente cruel o despiadado, extrañamente reconcentrado, desasosegadoramente encendido y despierto, amoralmente animal de la mirada de la protagonista, crean una gran inquietud, la angustia que precede a la aparición del reo que será castigado y marcado, mas sobre todo vejado y escarnecido. "_ ¿Sabes que estoy muy enamorada de ti?... ¡yo te encenderé!... tendré que ser cruel contigo a la fuerza. Sin duda hoy he sido demasiado buena para ti. ¿Sabes, loco? Tendré que apelar al látigo... ¡Quiero verte enamorado!... Aquí tenemos las cuerdas... Me ató primero los pies, luego las manos a la espalda y por último me agarrotó los brazos como un animal... Hizo un lazo con una cuerda gruesa, me lo pasó por la cabeza, dejándolo deslizar hasta las caderas; luego tiró y me ató a la columna... En ese momento sentí un extraño estremecimiento. _ Experimento la sensación que debe de experimentar un sentenciado. _ ¡Es que hoy te voy a flagelar de veras!" (Sacher‐Masoch, "La Venus de las pieles") Montaigne haría saber a Sacher‐Masoch que en el pecado lleva la penitencia: "La maistrise n´est aucunement deuë aux femmes sur des hommes, sauf la maternelle et naturelle, si ce n´est pour le chastiment de ceux qui, par quelque humeur fievreuse, se sont volontairement soubmis à elles" ("El dominio, de ninguna de las maneras, es debido a las mujeres sobre los hombres, a no ser la maternal y natural, si no es por el castigo de aquéllos que, por algún humor febril, se han sometido a ellas voluntariamente"). La mujer cruel como fuente de dolor y de placer. No es desde luego la mujer esposa, la mujer madre, pero tampoco es la cortesana o la prostituta. Es la mujer demonio en su oposición y cuestionamiento de nuestras creencias sociales más tópicas y por ello mismo más securizantes. Tras haber escupido en ella, esta mujer rasga con sus arpadas uñas las frases cándidas, hogareñas, alegres, confiadas y también muy bellas de "La perfecta casada" de Fray Luis de León: "Porque dice aseo, y dice hermosura, y dice donaire, y deleite, y concierto, y contento..." Se trata pues de un anuncio claramente ansiógeno que, siguiendo a Freud, despierta un desasosegador comején por haber arrancado del sueño en que lo teníamos secuestrado y amarrado un afecto inquietante, un temor recóndito. ‐ 99 ‐


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