SOCIOLOGÍA. Cuaderno Nº. 5

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(1996a: 16). En lugar de este concepto, la teoría de Luhmann propone diferenciar rigurosamente, en primer lugar, a los sistemas vivos de los sistemas de sentido, y, en segundo lugar, a los sistemas de sentido entre sí, es decir, a los sistemas psíquicos de los sistemas sociales. El sistema de referencia elegido por la teoría de Luhmann, por razones que explicaremos más adelante, no es la conciencia (sistemas psíquicos), sino los sistemas sociales. La tesis de que éstos son sistemas autopoiéticos no puede ser un postulado arbitrario, al contrario, debe poseer referencia empírica. Sabemos que la unidad de un sistema está dada por sus operaciones propias, por lo tanto, la posibilidad de identificar al sistema social como sistema autopoiético, distinto de los sistemas de conciencia, depende de que seamos capaces de observar tal operación. La propuesta para este fin es la comunicación. En principio puede sorprender que se pretenda que la comunicación constitu ya una operación que no se identifica con los individuos, pues convencionalmente se la entiende como una función de la confluencia de conciencias y acciones, es decir, de “sujetos” (así, comunicación sería igual a “interacción” e “intersubjetividad”). La teoría de Luhmann contradice esta convención y formula un concepto de comunicación como sistema autopoiético, lo cual significa operaciones propias. En los términos de la teoría de Maturana-Varela deberíamos hablar de la emergencia de una fenomenología particular: en el caso de los sistemas vivos, si bien tienen componentes moleculares y presuponen, por tanto, una fenomenología física, su organización no está dictada por ninguna legalidad física, sino por la propia fenomenología biológica como una realidad sui géneris (Maturana y Varela, 2003b: 32). De modo similar, Luhmann sostiene que la comunicación, si bien presupone la existencia de las conciencias, no puede asimilarse a la fenomenología psíquica, sino que debe considerarse también una realidad emergente sui géneris11. En lugar del concepto de “emergencia”, nuestro autor prefiere describir a la comunicación como una operación que permite a los sistemas sociales construir su propia complejidad y, con eso, organizar su autopoiesis (Luhmann, 2007: 100). Quizás la dificultad de comprender y aceptar una propuesta como esta radica en que estamos acostumbrados a pensar a la comunicación en términos de finalidad, específicamente como un medio para el entendimiento entre los individuos humanos. Justamente, la teoría de la autopoiesis nos libera de estos esquemas teleológicos y nos ofrece un modelo más adecuado para la observación de los fenómenos sociales. Así pues, al igual que la vida y la conciencia, la comunicación ha de entenderse como un sistema con clausura operacional, que no obedece a ninguna finalidad externa, y cuya existencia depende de la recursividad de operaciones propias. Lacónicamente: no es el ser humano el que comunica, sólo la comunicación puede comunicar (1996a: 28). La tesis de la comunicación como sistema autopoiético, diferenciado de los sistemas psíquicos, se sostiene ante la serie de fenómenos sociales que son incompatibles con el 75


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