El culto pan- andino a los volcanes procede, con seguridad, de épocas muy tempranas, quizás desde el inicio de la agricultura andina. El Inca no solo respetó estos cultos antiguos sino que los integró al sistema religioso del Tahuantinsuyu. Escribe hacia 1583 Cristóbal de Albornoz que el Inca a estas “pacariscas” o lugares de origen: Dioles muchos ganados y basas de oro y plata como fue en toda la cordillera que mira al mar, en todo lo que conquisto, en especial a cerros de nieves y bolcanes que miran a el mar y que salen de los rios que riegan muchas tierras (Albornoz, 1989, 170). El concepto de los montes como “pacariscas”, o lugares de origen, está asociado a la morada de los ancestros, quienes no solo cuidaban de la lluvia sino también podían retomar intempestivamente y producir un “pachacuti” o inversión de la “Pacha” con derrumbes, erupciones volcánicas y terremotos. Por lo mismo, debían recibir, cada cierto tiempo, sacrificios suplicatorios; para cumplir este deber estaban asignados por el Inca grupos de “mitimaes”. El Machaguay y el volcán Según varios datos documentales correspondientes al mundo andino, los naturales podían prever las manifestaciones volcánicas. Respecto a la catastrófica erupción de 1600 del Huaynaputina (volcán al suroriente de Arequipa), se cuenta que antes de la erupción los indios ofrecían pedazos de lanas de color y algunos, desesperados ante la idea de que pronto explotaría, se tiraban vivos en el cráter. Una relación de los jesuitas revela una vinculación de estos sacrificios con los cultos pretéritos: “Dícese que antiguamente los indios de estos pueblos solían hablar con una culebra a quien llaman Chipiroque, chipinique, pichiniqui muy disforme que se juzga haber sido el demonio, la cual les apareció en el río levantando el medio cuerpo sobre el agua con rostro humano pero feísimo; quieren decir que antes de la tempestad se les apareció y amenazó diziendo que por qué después que eran cristianos no le querían adorar y ofrecer sacrificios en aquel monte como solían, que ella les enviará un castigo memorable”. Según la cosmogonía indígena hay una relación entre la aparición de la culebra, en quichua “Amaru” o “Machaguay”, y los temblores de tierra anunciadores de la erupción, que se complementa con la aparición del rayo “Illapa”, la otra serpiente celestial. En esta lucha entre las fuerzas cósmicas -arriba el rayo y abajo la serpiente- la oposición no es más que aparente. En efecto, “Machaguay” designaba también al arco iris y, en el firmamento, una constelación que formaba una de las nubes negras de la Vía Láctea, considerada como la serpiente que estaba encargada de proteger a las serpientes terrestres. Si lo que sucede en la “Cay Pacha”, mundo terrestre, es análogo a lo que pasa en el cielo “Janan Pacha”, el “río” de donde emerge la serpiente monstruosa antes de la erupción bien podría ser el equivalente terrestre del río celeste: la Vía Láctea, donde se encuentra la constelación designada como Machaguay celeste (Bouysse-Cassagne. 1988, 195-198). 138