En tercer lugar, el levantamiento indígena de 1990 puso en evidencia un proceso refundido en lo obvio, la construcción decimonónica y liberal del sujeto indio como contraimagen y proyecto de la ciudadanía blanco mestiza; el movimiento masivo de los indígenas desvaneció esa imagen mental, parte constitutiva del sistema político ecuatoriano y terminó el proceso de desintegración de los sujetos indios, creando un hecho político: encauzó el proceso de formación y la propuesta de la ciudadanía elaborados desde el estado nacional y la sociedad blanco mestiza. Con el levantamiento, las percepciones mentales del indio ingenuo, de cultura simple, caducan. Su aparición en escenarios hasta entonces vedados para ellos, devuelve al país una imagen distinta; desde las pantallas de televisión ve con asombro a hombres y mujeres que allanan las “carreteras, plazas, iglesias, radiodifusoras y canales e televisión” (Guerrero 1994, 20), invaden los edificios estatales y aparecen en las primeras planas de los periódicos. Según Andrés Guerrero, la irrupción de los indígenas en la escena pública engrenda un hecho social, político y ritual que desvanece de la imaginación social la construcción fantasmal decimonónica. En la actualidad entonces, como Blanca Muratorio ( 1994) lo afirma el “monólogo iconográfico del siglo XIX y aún el ventriloquismo liberal del XX , están siendo reemplazados por un discurso dialógico entre culturas étnicas que se autodefinen como autónomas y una cultura nacional que todavía se debate en la paradoja de la homogenización igualitaria y democrática y la exclusión que heredó de la colonia”. En ese contexto, ¿cómo se produce la re definición de identidades étnicas? Puede resumirse en un hecho: en el ámbito publico, el de los ciudadanos, “la frontera étnica se erige en una suerte de enervadura primaria de poder ” (Guerrero 1998, 117). Ello se explica ya que en el roce público los ciudadanos sobre-imprimen, en palabras de Guerrero, la imagen del indio incivilizado, para colocarlo del otro lado de la frontera étnica; por su parte ellos, para competir en esa esfera en condiciones de menor desventaja, abandonan sus hábitos, el vestido, las costumbres, intentan urbanizarse. No obstante, no dejan de ser indígenas, pero no lo son de la forma en que eran sus abuelos o sus padres 33. Dos procesos serían los que gestan un nuevo grupo social: la segregació n y la resistencia a la dominación y explotación.
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Guerrero (1998, pp 115), dice: “Con los cambios, los indios de los poderes local es compartimentados tienden a fundirse en una población más unitaria. Devienen una suerte de comunidad capaz de imaginarse a sí misma en tanto que conjunto social, por encima de sus diversidades. Se convierte en un grupo social vinculado por lazos simbólic os e históricos compartidos y reinventados en rituales políticos como los levantamientos.
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