Geomorfología del páramo de Frontino
Geográficamente el páramo de Frontino hace parte de una línea de altas cumbres en el eje de la cordillera Occidental (Farallones del Citará, el Tatamá y el Cerro Paramillo) y está rodeado por varias elevaciones que superan los 3000 m de altitud en la Cordillera Central de Colombia conocidos como los páramos de Belmira y Sonsón. Hacia el costado occidental en la cordillera de Talamanca en Costa Rica se alcanzan alturas similares pero a una distancia de más de 700 km. De acuerdo con recientes datos de interferometría de radar (SRTM, Nasa) solo tres cumbres superan los 3900 m en el Norte de la cordillera Occidental, el Tatamá (4065 m), el Caramanta (3967 m) y la cuchilla Campanas del páramo de Frontino (3934 m). Este último está en la latitud Norte 6º29’ y longitud Oeste 76º6’ y allí se presenta la más grande extensión de vegetación paramuna del departamento de Antioquia con un área próxima a los 25 km2 que cubren las tierras por encima de los 3450 m y en jurisdicciones parciales de los municipios de Urrao, Caicedo, Abriaquí y Frontino (Figura 1). A nivel geológico la parte alta del páramo de Frontino está construida sobre un complejo poligenético de rocas volcánicas con una edad que cubre desde el Plioceno hasta el Pleistoceno y que se formó por el mecanismo de colapso del techo durante la etapa final de evolución de un plutón diorítico de edad Mioceno (11 ma). Las rocas dioritoides afloran en las laderas de la parte media del macizo en conjunto con cornubianas desarrolladas sobre sedimentos marinos de edad Cretáceo. La historia geológica más reciente está marcada por numerosas evidencias de actividad glaciar que se observan desde la cota 2800 m, en algunos valles, pero que alcanzan su mejor expresión en las planicies culminantes del macizo.
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MORFODINÁMICA DE CORDILLERAS ANDINAS
LAS
Si bien es cierto que las montañas tropicales están sometidas a los climas modernos y exhiben geoformas que son el producto de los agentes del modelado actual, ellas también guardan paisajes relictos que tienen poca o ninguna relación con los procesos morfogenéticos actuales. A modo de ejemplo, las glaciaciones del pasado dejaron geoformas y depósitos de materiales relictuales que aún hoy en día condicionan el funcionamiento de los ecosistemas modernos. Diversos autores han tratado de establecer un modelo del funcionamiento morfodinámico de las montañas tropicales y para el caso particular de la cordillera Occidental se pueden destacar los trabajos de Flórez (1983, 2005) en el macizo de Tátama, Parra (1997) en los Farallones del Citará y Parra (1991), Parra y Jaramillo (1999) en el Páramo de Frontino. Un modelo morfogenético debe servir para agrupar conjuntos de geoformas y observaciones que son comunes a una cordillera y para explicar los fenómenos geomorfológicos que los han causado; por ejemplo es bien conocido que las crestas de las montañas Andinas albergan geoformas de origen glaciar. Los Andes colombianos, se pueden comprender mejor con un modelo de tres subsistemas geomorfológicos concéntricos e íntimamente conexos que son: un subsistema glaciar que ocupa las crestas de los montañas más elevadas y habría sido activo en tiempos antiguos y es el responsable de la morfología que se observa por encima de la cota 3.000 m. Abajo de esta cota se tiene un subsistema denudativo que rodea al glaciar y por último, en su posición más externa, un subsistema de meteorización y depositación que es el dominante a cotas más bajas de 2.200 m. Una visión más amplia de ellos es la siguiente: