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Aluminios y enlozados Fantuzzi:una fábrica familiar
Roberto Fantuzzi junto a sus trabajadores
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La historia comienza con la llegada de Italia de Ángel Fantuzzi y su esposa, Angela Facca. Él venía como técnico de los ascensores Otis, aunque —como buen emigrante— después de su trabajo buscaba diferentes pegas. Fue así como empezó a comprar casas que estuvieran en mal estado y las refaccionaba para venderlas. Su esposa era un maestro más en dicha tarea, trabajaban codo a codo.
Uno de sus cincos hijos heredó el espíritu aventurero y decidió retirarse del Liceo de Aplicación para trabajar en una fundición. Al poco tiempo formó una familia con Ema Hernández y uno de sus hijos fue Roberto Fantuzzi.
“Mi padre era muy busquilla”, recuerda el empresario. Tras la muerte del patriarca de la familia, decidió armar una empresa con la madre. En un gallinero en Salvador con Bilbao empezaron a juntar chatarra de fierros y aluminio. Se llamó Ascensores y Aluminio
Los hermanos Fantuzzi
Fantuzzi S.A. donde trabajaron todos los tíos y sobrinos. Partieron trabajando con una prensa que cuando golpeaba estremecía todo el barrio.
El buen funcionamiento de la empresa llevó a que compraran un terreno vecino para ampliarse. Sin embargo, en algún momento la fábrica no tenía más espacio y pensaron en la opción de cambiarse a otro sector.
La zona elegida fue Cerrillos, a un terreno cercano al aeropuerto. Roberto recuerda que el predio estaba repleto de conejos, que su hermano Ángel cazaba con lazos y eran parte del rico almuerzo dominical.
Al tiempo también les quedó chico ese inmueble y encontraron una nueva dirección en Camino a Melipilla, casi al llegar a Esquina Blanca. Ángel Fantuzzi, con el mismo predicamento de su padre, se retiró del colegio a los 16 años y se puso al frente de la construcción
Inicios de la fábrica

del nuevo edificio. Los empleados, todos mayores, lo llamaban Angelito.
Así nació Aluminios y Enlozados Fantuzzi. “Fuimos la primera empresa chilena que trajimos un robot, que hacía el trabajo de esmaltar las tinas de baño. Con todo esto llegamos a tener como 800 personas trabajando y empezamos a exportar a las mejores empresas norteamericanas”, asegura Roberto.
Él terminó su carrera de ingeniero comercial en la Universidad de Chile y pensó que su camino eran otros rubros. Se presentó para trabajar en la Cap, y no quedó. Lo mismo le pasó en Dirinco. En ese tiempo el área contable de aluminios Fantuzzi estaba un poco descuidada y faltaba una persona de la familia que se hiciera cargo de ella. Así que Roberto decidió tomar ese puesto.
También se le ocurrió una forma de publicitar la empresa. “Resulta que teníamos una gran muralla, por lo que contraté a un maestro pintor de letras, don Bernardo, y cada semana escribíamos un pensamientos o frases célebres, enseñanzas y algunos dibujos. Don
Ángel Fantuzzi

Bernardo se demoraba casi todo el día en pintar nuestro diario mural público, salió muchas veces en la prensa y la gente que pasaba todos los días ya estaba acostumbrada a estas lecturas con contenido social, que sacábamos de diferentes libros o eran simplemente de nuestra creatividad”, cuenta Roberto.
Una vez tuvieron una discusión con el pintor y lo despidieron. Las llamadas telefónicas preguntando por las frases, y la gente que se detenían en la propia fábrica a preguntar por qué habían dejado de publicarlas, obligaron a recontratar a don Bernardo.
El año 72, inquietos ante la posibilidad de que saliera electo Salvador Allende como presidente, el patriarca de la familia decidió —por si las moscas— crear otra empresa: aluminios El Mono.
“A nosotros el nombre no nos gustaba para nada, pero yo creo que
Ángel y Roberto junto a su padre y familia

todo Santiago recuerda el luminoso que estaba en plaza Italia”, comenta Roberto.
Rememora que tenían un casino para 700 personas, donde se celebraban todos los cumpleaños. Los recintos de Fantuzzi se prestaban a los empleados y a la comunidad para toda clase de eventos, como casamientos y bautizos. “Mi padre tenía un Cadillac negro que prestaba para los matrimonios del personal”, asegura.
También señala que fueron la primera industria que dio trabajo a los que salían de la cárcel y discapacitados.
Roberto dice que está convencido de que el trabajo de la familia de emigrantes italianos no fue en vano y valió la pena. Eso sí, no puede dejar pasar la pena que le produjeron la muerte de su hermano Ángel, en el año 2002, y de su querido padre, en el 2007.
“La fábrica se cierra en el año 1998 y fue comprada por Jean Paul Luksic. Aquí se termina el sueño, pero quiero dejar constancia de que todavía se encuentran algunas ollas Fantuzzi en muchas casas y siguen haciendo esas ricas cazuelas que degustamos con mucho placer. Y a no olvidarse: si es chileno es bueno”, concluye.