G. R. S. Mead – Apolonio de Tyana
IV EL APOLONIO DE LA PRIMERA OPINIÓN Apolonio de Tyana fue el filósofo más famoso del mundo grecorromano de la primera centuria y consagró la mayor parte de su larga existencia a la purificación de muchos cultos del Imperio y a la instrucción de los ministros y sacerdotes de esas religiones. A excepción de Cristo, ningún otro personaje más interesante aparece en la historia de Occidente en esa época. Muchas y muy varias opiniones, con frecuencia contradictorias, se han sostenido acerca de Apolonio, habiendo llegado hasta nosotros el relato de su vida, más como una leyenda romántica, que como una verdadera historia. Quizá ha contribuido a esto, que Apolonio, además de su enseñanza pública, tuviera una vida aparte, una vida en la que no penetraron aún sus discípulos predilectos. Viajó por los más distantes países y desapareció luego del mundo; penetró en lo más íntimo de los templos sagrados y en los círculos secretos de las comunidades más exclusivas y de las que decía que encerraban un misterio o se servían oportunamente de él para urdir alguna historia fantástica para los ignorantes. El presente estudio será sencillamente un esfuerzo para poner ante el lector un breve ensayo del problema que los relatos y las tradiciones que la vida del famoso Apolonio presenta; pero antes de bosquejas la Vida de Apolonio, escrita por Flavio Filostrato a principios del siglo tercero, debemos dar al lector una ligera reseña de las referencias que sobre Apolonio se hallan en los escritores clásicos y los Padres de la Iglesia, y un corto ensayo sobre la literatura del asunto en los tiempos más recientes, así como de las diversas y encontradas opiniones que sobre la vida del protagonista se han emitido en las cuatro últimas centurias. Primeramente, pues, nos atendremos a las referencias clásicas y de los autores patrísticos. Luciano, el cáustico escritor de la primera mitad del siglo segundo, toma como asunto de una de sus sátiras al pupilo de un discípulo de Apolonio, uno de los más familiarizados con “toda la tragedia”1 de su vida. Y
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Alexander sive Pseudomantis, VI.
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