Edouard Schure – Los Grandes Iniciados III – Orfeo, Pitágoras y Platón empíreo de las almas victoriosas, cuyas auroras astrales iluminan las zonas multicolores. Apolo mismo personifica la luz inmaterial e inteligible, de la que el Sol es sólo una imagen física, y de donde fluye toda verdad. Los cisnes maravillosos que le traen, son los poetas, los divinos genios, mensajeros de su grande alma solar, que dejan tras ellos escalofríos de luz y de melodía. Apolo hiperbóreo personifica el descenso del cielo sobre la tierra, la encarnación de la belleza espiritual en la sangre y la carne, el aflujo de la verdad trascendente por la inspiración y la adivinación. Más es tiempo de levantar el velo dorado de las leyendas y de penetrar en el templo mismo. ¿Cómo se ejercía en él la acción divina?. Tocamos aquí a los arcanos de la ciencia apolónica y de los misterios de Delfos. Un lazo profundo unía en la antigüedad la adivinación a los cultos solares, y ésta es la llave de oro de todos los misterios llamados mágicos. La adoración del hombre ario fue desde el principio de la civilización hacia el sol, como fuente de la luz, del calor y de la vida. Pero cuando el pensamiento de los sabios se elevó del fenómeno a la causa, concibieron tras aquel fuego sensible y aquella luz visible, un fuego inmaterial y una luz inteligible. Ellos intensificaron al primero con el principio viril, con el espíritu creador o la esencia intelectual del universo, y a la segunda con su principio femenino, su alma formadora, su substancia plástica. Esa intuición se remonta a un tiempo inmemorial. La concepción de que hablo se mezcla a las más viejas mitologías. Circula en los himnos védicos bajo la forma de Agni, el fuego universal que penetra todas las cosas. Florece en la religión de Zoroastro, en la que el culto de Mithras representa la parte esotérica. Zoroastro dice formalmente que el Eterno creó, por medio del Verbo vivo, la luz celeste, simiente de Ormuzd, principio de la luz material y del fuego material. Para el iniciado de Mithras, el sol no es más que un reflejo grosero de aquella luz. En su gruta oscura, cuya bóveda está pintada de estrellas, él invoca al sol de gracia, al fuego de amor vencedor del mal, reconciliador de Ormuzd y de Ahrimán, purificador y mediador, que habita en el alma de los santos profetas. En las criptas del Egipto, los iniciados buscan ese mismo sol bajo el nombre de Osiris. Cuando Hermes pide contemplar el origen de las cosas, se siente al principio sumergido en las ondas etéreas de una luz deliciosa, donde se mueven todas las formas vivientes. Luego, sumido en las tinieblas de la materia espesa, oye una voz y en ella reconoce la voz de la luz. Al mismo tiempo un fuego brota de las profundidades; en seguida el caos se ordena y se aclara. En el libro de los muertos de los Egipcios, las almas bogan penosamente hacia esa luz en la barca de Isis. Moisés ha adoptado plenamente 52