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Lo que celebramos La Importancia del Legado de Monseñor Isaías Duarte Cancino en la Educación Superior
Santiago de Cali, Marzo de 2015
Reconocido por sus fuertes críticas contra los actores violentos y por la organización de una consistente resistencia civil en el Valle del Cauca, Monseñor Isaías Duarte Cancino fue un abanderado incansable en la búsqueda de la paz. (Arango, Ocampo y Ruíz, 2006: 12). Las constantes violaciones a los derechos humanos en nuestro país no era para monseñor Isaías Duarte Cancino, algo nuevo o ajeno a su apostolado, ya que esto era cotidiano en la labor pastoral que desarrolló durante siete años en la Diócesis de Apartadó (Urabá antioqueño) creada en 1988, en la cual trabajó buscando el bienestar de esta región antioqueña tan golpeada y abatida desde siempre por los diferentes conflictos sociales y económicos de este país. Por eso, cuando llegó a Cali trajo como lema: “Servir al hermano que sufre, servir es amar, servir es comprender, servir es celebrar”. (Arango et all, 2006: 47). Ante la necesidad por una formación integral que incluya un apropiado entendimiento de la relación del ser humano entre su propio entorno personal, social e histórico de la sociedad actual y en especial de los sectores más desprotegidos, queremos ser abanderados en los Derechos Humanos, en la lucha por la recuperación del respeto a la vida y a la dignidad humana, con el fin de formar líderes en esta pastoral para toda la comunidad. Ya que una de las prioridades de monseñor Isaías Duarte Cancino era “Educar a nuestro pueblo de una manera especial en la urgencia de los Derechos Humanos, en la defensa de la dignidad de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios. Esta labor pastoral continuará siempre con la ilusión de consolidar una tierra de Paz que forje día tras día la convivencia social, política y espiritual del pueblo caleño” (Arango et all, 2006: 3). Se hace indispensable entonces realizar un gran trabajo para la defensa, promoción y divulgación de los Derechos Humanos que contribuya a la construcción de una democracia real en donde se busquen alternativas concertadas legítimas y justas para convertirlas en herramientas de convivencia pacífica. A partir de las anteriores concepciones misionales, los docentes que conforman el equipo del Departamento de Humanidades de la Fundación Universitaria Católica Lumen Gentium – Unicatólica, y orientan los cursos Misionales, especialmente la Cátedra Institucional Isaías Duarte Cancino,
consideran que es importante promover y exaltar la importancia de dicho curso en la Educación Superior, dado que: “A un hombre se le mide no solo por lo que dice, ya que en cierta forma transmite su manera de pensar, sino también por lo que hace, puesto que son sus acciones en el mundo real que muestran coherencia con dichas palabras que expresa. En efecto, Monseñor Isaías Duarte Cancino, no solo acusó y denunció de forma activa los males que afectan al pueblo, señalando los causantes directos de aquello, sino que también medió e hizo uso de su posición como representante espiritual, para intentar sanar la poca compresión mutua de las diferentes actores del conflicto armado que desde más de 60 años azota a Colombia. Desde el Urabá Antioqueño hasta el Valle del Cauca, evidenció una voluntad intrínseca para despertar las consciencias de las víctimas y victimarios en un intento por buscar salidas definitivas a la violencia generadora de muertes, desplazamientos e incontables quebrantamientos a los derechos humanos ejecutados por ambos bandos: tanto de los representantes del estado (corruptos), como los guerrilleros y paramilitares en su carrera por el poder y control de tierras.” Álvaro Chicunque Docente Tiempo Completo
“En la Cátedra Isaías Duarte Cancino no solo se ofrece a los estudiantes un panorama del lugar en el que se encuentran, sino que también tiene implícita la posibilidad de sensibilizarlos. A través de la vida y obra de Monseñor Isaías Duarte Cancino, quienes ingresan a nuestra fundación universitaria, encuentran la razón de ser de este espacio y se confrontan consigo mismos y con los problemas sociales que les rodean. Cualquier persona observando desde afuera, podría desmeritar el trabajo que se hace desde la cátedra con aquellas fundaciones con las cuales la Institución tiene convenios, pues desconoce la alegría que se dibuja en el rostro de los jóvenes cuando se les propone ese tipo de actividades y, del mismo modo, aquella crítica aparece al no ser testigo del ejercicio enriquecedor de socialización que se lleva a cabo después del trabajo desempeñado. Y aunque hoy en día se considere poco verosímil el hecho de enseñar con el ejemplo, los docentes comprobamos en nuestro ejercicio que aún es posible “tocar” infinidad de corazones poniendo en evidencia la vida de aquellos que fueron capaces de entregar todo por los otros”. Natalia Cuellar Docente Tiempo Completo En este punto podemos reafirmar que el Legado de Monseñor Isaías Duarte Cancino se mantiene vivo y su apuesta incansable en la búsqueda de la paz y el respeto a la dignidad humana sigue promoviéndose de manera ardua desde el quehacer docente en contextos de educación superior, pues dar valor a la formación que se propende hoy, es mirar las posibilidades de transformación del sentido de lo humano, de su imagen frente a los procesos de formación mismos; es comprender quién es el sujeto que se forma, cuál es su esencia y lo que hay a su alrededor. Referencia Bibliográfica ARANGO, Daniel; OCAMPO, Martha; RUÍZ, Henry (2006). Cátedra de Derechos Humanos Monseñor Isaías Duarte Cancino: Apóstol de Paz. Tesis para optar el título de Licenciado en Filosofía y Ciencias Religiosas, Facultad de Educación, Fundación Universitaria católica Lumen Gentium, Santiago de Cali, Colombia. Actualmente RUÍZ, Henry se desempeña como docente de Medio tiempo del Equipo de docentes del Departamento de Humanidades de Unicatólica. Compilado por Mg. Liceth J. Quintero Fernández. Directora del Departamento de Humanidades de Unicatólica y su equipo de Profesionales docentes.
Monseñor Romero:
Mártir de América - Camino hacia los altares Por: Pbro. Héctor de los Ríos L.
E
l Papa Francisco ha autorizado recientemente la promulgación del decreto que reconoce el martirio de Monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez, Arzobispo de San Salvador, asesinado en 1980. La autorización la ha dado en audiencia privada con el Cardenal Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Esto reabre el proceso de beatificación y canonización del Arzobispo de San Salvador. El Arzobispo Óscar Romero nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, El Salvador, y fue asesinado por odio a la fe el 24 de marzo de 1980 en San Salvador, en la capilla del hospital de la Divina Providencia. Este 24
de marzo se cumplen 35 años de su martirio. Cuando los poderes políticos y religiosos de Jerusalén consiguieron al fin acabar con aquel molesto profeta llamado Jesús de Nazaret, pensaban que al fin todo estaba acabado y que había que echar tierra al asunto. Pero después de más de 20 siglos, la gente sigue hablando de Él y Él sigue hablando en la gente, en sus discípulos, en su Iglesia. Así pasa con los mártires: su voz resucita y resuena más todavía después de muertos, después de que los tiranos de todos los colores y de todas las épocas quisieron taparles la boca, quisieron apagar su voz. Monseñor Ro-
mero tomó simplemente aquello tan bonito del Concilio Vaticano II: que la Iglesia debe ser voz de los que no tienen voz. “Y por eso, lo mataron...” con una bala mercenaria. Después de tres años de locutor de Dios, silenciaron al profeta. Pero su voz profética sigue y seguirá resonando por el mundo en su recuerdo, en sus textos y sobre todo, en miles y miles de cristianos que se sienten en el mundo entero animados por su ejemplo a ser portavoces del Señor en defensa del pueblo. Debajo del altar de su tumba en la Catedral de San Salvador hay una corona de espinas. Su historia es con-
movedora: una viejecita salvadoreña venía de cuando en cuando, desde muy lejos, a participar en la misa mañanera del Arzobispo, después le gustaba platicar con él y entregarle algunas frutas que ella traía. Un día, la última vez que vino a verle, le trajo como siempre unas frutas; esta vez le trajo un crucifijo que quiso ponerle en el cuello y una corona de espinas, hecha con una planta con espinas de dos o tres centímetros y quiso ponérsela en la cabeza. Monseñor Romero aceptó pacientemente y mientras el Arzobispo tenía la corona de espinas en la cabeza y el crucifico en el pecho, la viejecita le bendigo. Quizás este gesto fue un presagio de su martirio, pero ojalá fuera el anuncio de su elevación al honor de los altares.