industrial, por ejemplo), no obstante que lo diseñístico concierne, como procedimiento, al menos a toda realización artística renacentista y ulterior. Y si, a partir de su experiencia primera en el taller familiar, Hernández Xochitiotzin cuenta con elementos para subvertir la distinción hegemónica señalada entre los tres sistemas especializados de producción de la cultura estética del presente, tal vez haya sido como uno de los corolarios de sus apreciaciones acontecidas durante su contacto directo con el medio cultural europeo (ocurrido en los años cincuenta) que, a su retorno a México, confirmó en su práctica cotidiana su decisión de enfrentar todo su quehacer, y desde luego que aquel que desarrollaría dentro del ámbito del arte no popular (el del dominante en el periodo metropolitano a nivel internacional), desde el punto de mira del artista popular. Cabe, pues, antes de proseguir, caracterizar a esta índole de artista para evitar malos entendidos, no sin antes advertir que, si bien el que Hernández Xochitiotzin haya optado por este camino es un hecho que tiene su origen en una de sus influencias (o hasta en más de una, si se acepta la europea, aunque ésta sea por oposición), a la vez constituye algo singular y relevante.
El artista popular, como lo entiendo aquí y como lo proponen algunos especialistas (José Rogelio Álvarez, Porfirio Martínez Peñaloza y Jas Reuter en la antología Textos sobre arte popular editada por el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías en 1982), es aquel que se asume como integrante de una colectividad específica y que, como tal, se ocupa de abordar ideas que forman parte tanto del