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Bardo o el paseo del yo por una vida

Dentro de la escena del cine mexicano contemporáneo, no se puede dejar fuera a Alejandro González Iñárritu. El ganador de diversos premios Oscar por la dirección de películas como Birdman (2014) o The revenant (2016) y quien se hizo de enorme atención nacional e internacional con su ópera prima como director, Amores Perros (2000), presenta su obra más personal y menos convencional hasta el momento: Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (2022), con no pocas opiniones encontradas tanto por el público como por la crítica especializada.

El filme gira en torno a Silverio, un famoso documentalista y alter ego del propio Iñárritu, quien se sume en toda una serie de percepciones y recuerdos que buscan desentrañar su ser, su familia, su trabajo, su nación y su actualidad. Bardo se compromete a la visión del autor.

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Casi con la libertad de un ensayo vuelto película, se muestra el paseo del yo a través de múltiples segmentos de vivencias y pensamientos del protagonista como una amalgama de menudencias y grandilocuencias que lo conforman. Usa sus particularidades (el mexicano, el inmigrante, el padre, el éxito en el medio audiovisual, etcétera) para buscar proponer un discurso más general, proyectándose en pantalla fragmentos de memoria cuyo intento de organización cronológica o de discurso unívoco es falso (como advierte el subtítulo de la película) e inútil. Esto se mezcla con un estado onírico, surreal y aparentemente disperso, pero no arbitrario.

Mediante una dirección madura y simbólica que aprovecha una maestría del manejo de recursos visuales, se muestra cómo todas estas experiencias se empalman, dialogan, conflictúan y asimilan en Silverio. Sin embargo, Bardo no termina de cuajar en todas sus temáticas, y no por la variedad de los mismos ni por la narración no lineal, sino porque establece en ocasiones aserciones y cavilaciones trilladas, presuntuosas o poco naturales (cuando no buscan serlo) y recae en lugares comunes o de escasa profundidad, junto a un ritmo que se estanca después de la primera mitad de la película. Además, las ocasionales escenas de ingenio irónico y sarcástico no justifican la cobarde mercadotecnia de etiquetar la película como “comedia” cuando se tiene un producto largo, lento y no convencional para los estándares comerciales.

En conclusión, aunque no todos son aciertos, en el aspecto técnico Bardo es impecable y, cuando funcionan –que son gran parte de las ocasiones–, las varias capas discursivas se entretejen constantemente con sus metáforas visuales o con directas resonancias entre personajes y escenas que enriquecen los temas abordados, invitando de la experiencia a un constante acto de reflexión en torno a lo que propone. No es una película convencional (ni busca serlo), pero debajo de sus inestabilidades tiene ideas que vale la pena poner sobre la mesa.

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