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Un pequeño recorrido por la historia de El Rosario y San Antonio de la Sierra

Alejandro Telechea Cienfuegos
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El Rosario. Antes de llegar al antiguo mineral de El Triunfo se encuentra la comunidad de El Rosario, un pequeño pueblo que cuenta con un rico pasado histórico y con una belleza natural totalmente contrastante.
El Rosario surgió a partir de los trabajos que se desarrollaban en el mineral de El Triunfo a finales del siglo XIX; como una referencia a esta época, aún siguen de pie algunas de las construcciones que se edificaron a finales de la segunda mitad del siglo XIX. El Rosario se rodea también de una serie de ranchos, de los cuales los más antiguos son Santa Rosa, Rincón de los Morales, Huatamote, El Otro Arroyo, Igalgil, Ocotillo y Santa Cruz, entre otros.
Los ranchos mencionados deben su surgimiento a los trabajos mineros realizados en los minerales de San Antonio y El Triunfo en los últimos años del siglo XIX, los cuales, al desarrollar como principal actividad económica la agricultura y la ganadería, fueron pieza fundamental en el abastecimiento de productos agropecuarios demandados por quienes se dedicaban a la extracción del oro y la plata: carne, queso, cueros, cebos, frutas y verduras. o de el era la causa de la vagancia. Art
Hoy en día, El Rosario y los ranchos que lo rodean, lejos de morir con sus recuerdos, se mantienen vivos gracias a sus ancestrales actividades económicas como el curtido de pieles (es decir, el trabajo de talabartería), la fabricación de algunas artesanías y dulces, elaboración de queso, entre otros productos. Pero no sólo se han limitado a desarrollar estas actividades, sino también a fomentar nuevas como la apicultura, sobre todo en los ranchos del Huatamote y Rincón de los Morales, y la elaboración de ladrillo comprimido de arcilla, así como la extracción de piedra laja; los últimos dos materiales empiezan a tener más demanda en el mercado local.
La comunidad de El Rosario se encuentra impaciente por mostrar tanto a los sudcalifornianos como al turismo nacional y extranjero toda su riqueza histórica, y por contar sus ricas anécdotas que marcaron su nacimiento como una pequeña comunidad productiva.

San Antonio de la Sierra. Este hermoso lugar forma parte de la Sierra de la Laguna, y está ubicado a unos 75 kilómetros de La Paz. El sitio no sólo está envuelto en bellezas naturales, sino que también guarda un alto sentido histórico para nuestro estado, ya que es en esta zona donde se iniciaron los primeros trabajos de explotación minera por parte del exsoldado de la misión de San Ignacio, Manuel de Ocio, quien fundó en 1748 el llamado real de Santa Anna, cuyo nombre se debía al paraje bautizado con el mismo nombre por parte del misionero jesuita Ignacio María Nápoli. Ahí el padre Nápoli trató de establecer en 1722 una misión, pero debido a la característica dispersa que tenían las poblaciones indígenas que habitaban la región fue (huchities) imposible concluir la hazaña.
Los trabajos iniciados por Manuel de Ocio motivaron el arribo de nuevos hombres interesados en explotar los recursos mineros que existían en la región. La mayoría de ellos eran soldados que habían trabajado con los misioneros y se integraban a las actividades productivas, ya sea como mineros, ganaderos y agricultores. Esto dio pie, sin lugar a duda, al surgimiento de los primeros ranchos sudcalifornianos, los cuales fueron fundamentales para solventar una parte de la demanda de víveres que exigían los trabajos mineros en el real de Santa Anna.
Hoy en día persisten estas rancherías, como son los casos del antiguo rancho de Manuel de Ocio, que hoy lleva el nombre de Los Cascabeles, y de Los Potrerillos, entre otros. Los apellidos constituyen otro elemento persistente de los primeros hombres que llegaron a la región con el fin de desarrollar la minería, las actividades agropecuarias y comerciales; tal es el caso de los Amao, Manríquez y Meza, entre otros.
San Antonio de la Sierra ejerce sobre el visitante una inexplicable y misteriosa atracción que lo incita a quedarse en ella o a regresar en algún momento si sólo va de paso. El visitante no puede olvidarse de la soledad, de la quietud, del miraje fantástico y del trato social fraternal y acogedor de la gente del lugar.