Dios mío...¡Quítame lo borracho!

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OSWALDO DEL CASTILLO CARRANZA

y ambas encierran dolor, sufrimiento, amargura, desesperación, tormento, martirio y un número bastante grande de sinónimos, pero que todas esas palabras se incorporan en la familia por los incidentes del enfermo alcohólico. Así, las emociones que el enfermo hace sentir a los miembros de la familia, se regresarán al enfermo convertidas en algo más que repudio. Los miembros de la familia son impactados no solamente por su impotencia de no lograr que el papá o la mamá, el hermano o la hermana, dejen de beber alcohol. En un principio, cuando la enfermedad no ha avanzado lo suficiente, se forman alianzas entre algunos miembros de la familia para defender al enfermo. Esas alianzas que poco a poco, logra el enfermo, finalmente se volverán en su contra. La gran mayoría de las personas ignoran que la forma de beber del miembro de la familia, obedece a algo más poderoso que el simple hecho de sentirse caluroso, a sabiendas que el alcohol no quita el calor, ni tampoco lo aburrido, ni el frío, ni la timidez, ni los traumas o las frustraciones, etc., lo que hace el alcohol es adormecer el Sistema Nervioso Central (snc), reduciendo el control que tiene la persona sobre su conducta, dejando así en plena libertad que el sujeto actúe conforme su estado de ánimo, con toda su inmadurez de la que es capaz en ese momento. Si el bebedor tuvo algún problema con alguien 52


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