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Martes 22 de junio de 2010

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DIEGO BERMEJO R. DE TERREROS

Nuestra opinión. MAGLIO PÉREZ

MANUEL HERNÁNDEZ RUIGÓMEZ Cónsul General del España en la República Dominicana

N

o me puedo ir de este país sin hablar del embajador que España tiene en la República Dominicana. Se trata de uno de los profesionales más sobresalientes que he conocido a lo largo de mis casi 24 años de carrera diplomática. Y no lo digo, bien sabe Dios, para ganar sus favores, mucho menos cuando estoy a mes y medio del cese de mis funciones como cónsul general de España. Diego dirige con una habilidad fuera de lo ordinario una embajada grande y, por tanto, complicada desde el punto de vista interno y externo, como muchos sabemos. Digamos, para que se entienda con rapidez, que aquí España está permanentemente situada en el ojo del huracán. Esto se explica sobre la base de muchos factores: el pasado común con el país de acogida, una historia compartida no siempre bien interpretada, unos considerables intereses empresariales, una cooperación intensa y comprometida, una colonia española que ocupa posiciones muy destacadas dentro de la sociedad dominicana, una colectividad dominicana vibrante y trabajadora -no es casualidad que una dominicana ocupe hoy una destacadísima posición en el partido go-

bernante en España- instalada al otro lado del océano, y muchos más. Tampoco es casualidad que la Dominicana, en su relación con España, luzca un doble título. Primero, el de ser la nación hispánica más cercana a la Madre Patria en el mapa; pero también la más próxima en lo íntimo, si de tal cabe hablar en una relación entre ciudadanos. No olvidemos que este es el único país del mundo que después de haberse independizado, como gobernación que fue de la Corona por más de 300 años, solicitó reintegrarse como provincia de España en 1861. Desde un punto de vista de cariño, fue una pena que aquella operación fracasara, aunque desde otro personal hay que agradecérselo a la Historia puesto que, de otro modo, ni Diego ni yo hubiésemos conocido este maravilloso país en nues-

tras funciones diplomáticas o consulares. A ello se añade una embajada que, entre sus diversas oficinas y dependencias agrupa a más de cien personas y cuyo funcionamiento armónico ha de coordinar el embajador. Todo ello sin mencionar instituciones muy vinculadas como son el Consejo de Residentes Españoles, la Cámara de Comercio, la Casa de España o el Centro Español de Santiago de los Caballeros que se mantienen en contacto directo con la representación diplomática. Así pues, si se tiene en cuenta la complejidad estructural que preside la presencia de España en la República Dominicana y, con ella, nuestras relaciones binacionales, hay que comprender cuál es la situación enormemente comprometedora del diplomático español que, en

un momento dado, ejerce como embajador de España. Ya se puede uno imaginar la capacidad de comprensión, de manejar situaciones complejas, de enfrentar problemas sobrevenidos que tiene que tener aquí el embajador de España. Pues bien, Diego Bermejo, en los algo más de dos años que lleva al frente de esta misión diplomática ha demostrado un savoir faire, como diría cualquier tratadista de la función diplomática, poco común en el oficio y de ello he sido testigo de excepción. Se podría decir incluso más, da gusto trabajar al lado de Diego Bermejo, y así lo manifiesto como cónsul general, y ello considerando que el trabajo es una condena divina de la que no nos podemos librar los humanos. A lo mejor el secreto está en el hecho de que Diego (y su esposa Julia) ama a este país. Pero no creo que sea eso sólo, puesto que yo le he visto desempeñarse en otros puestos de trabajo y en ellos su labor profesional ha sido igualmente espléndida. Pero que ama a este país es evidente. Este de ahora es su segundo período diplomático en Santo Domingo, después de haber ejercido como cónsul general de España años antes. En ambos ha demostrado su capacidad logrando el reconocimiento de unos y de otros. Me parecía de justicia manifestarlo por escrito en el medio de mayor circulación del país.

DATOS Siguen saliendo datos que demuestran que la economía dominicana está dando signos de vitalidad luego de la crisis del 2009, y que el país comienza a avanzar en el logro de metas económicas importantes para la paz social. Por el lado del sector privado se informe de un aumento de un 20% en el sector construcción, impulsado, es verdad, por las grandes obras que ha acometido el Gobierno. Asimismo, los distribuidores de vehículos afirman que se operado un aumento de un 30% en la venta de vehículos, y el dato es innegable pues solo basta observar el crecimiento del tránsito en nuestras ciudades.

Del lado del Gobierno, las recaudaciones de la Dirección General de Impuestos Internos han aumentado, al igual que las de las Aduanas. Son señales de que el país se desperezó de la crisis y ha comenzado a transitar por el camino normal del desarrollo y cuando las cosas van de esa manera a todo el mundo le beneficia en algo, pues un país que compra y paga tiene confianza en que el futuro será mejor.

Espejo de papel

LA DERROTA HOMERO FIGUEROA

S

imón Bolívar decía que el arte de vencer se aprende en la derrota. La soledad del derrotado es campo fértil para la reflexión. Los vítores no permiten al triunfador escuchar las lecciones de la razón. La derrota es la mejor escuela política. Es por eso que los mejores gobernantes siempre están en la oposición. La sabiduría les llega cuando pierden. Un sano régimen de libertad debiera distribuir equitativamente las oportunidades de ser derrotado. El poder continuo atrae a la arrogancia como la carroña al buitre. Lo único que no mejora con el tiempo es el ejercicio ilimitado del poder político. hfigueroa@diariolibre.com


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