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EDITORIAL ENFOQUES
Rafaela, Miércoles 13 de Junio de 2018
MIÉRCOLES 13 DE JUNIO DE 2018
Cuando la maternidad se vuelve llanto
Con la verdad no ofendo ni temo Fundado por Francisco Peréz Torres y Juan B. Audenino el 7 de Setiembre de 1938. Director: Jorge Raúl F. Milia Es una publicación de: Editora del Centro Propiedad Intelectual Nº 84.363 Adherido a ADEPA (Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas) y a ADIRA (Asociación de Diarios del Interior de la República Argentina)
Libre, gratuito y obligatorio El proyecto de ley sobre la legalización del aborto se ha convertido una de las más complejas situaciones políticas y sociales de la Argentina de hoy. En el discurso del presidente Macri el tema de la legalización del aborto "es una discusión que el país se debía". Posiblemente el país se adeuda muchas y más importantes discusiones que la del aborto, la cual – aunque todos parecieran ignorarlo – está desde hace tiempo reglamentada en el Código Penal. En realidad lo de Macri es una jugada política que, como todas las jugadas políticas, puede salir bien o mal. La astucia presidencial – que no debe ser menospreciada – ha permitido que esta jugarreta cree divisiones que no necesariamente marcan propios y ajenos, oficialistas y opositores, ya que en una y otra parte hay quienes están a favor y en contra, pero permite a través de la toma de decisiones que haga cada sector quede obligado a desnudar su pensamiento, mostrando así la gran incoherencia de algunos de ellos, en especial de los que han hecho de los derechos humanos un patrimonio personal. De esa manera muchos "de avanzada" se retrotraen a teorías tan añejas como la de la viabilidad, reconociendo como ser humano sólo al nacido. Lo más reciente al respecto es la exclusión por parte de Martín Lousteau del diputado mendocino José Luis Ramón, con quien compartía el interbloque. Ramón hizo un cambio imprevisto en su decisión y generó un gran altercado que provocó su salida y la de otros dos integrantes de Evolución Radical. En la democracia no hay pensamiento independiente. Como la Argentina es el país de la incongruencia tampoco hay dudas que muchos seguirán en sus trece opinando que se puede reclamar por los derechos humanos de los nacidos y a la vez condenar a muerte a quienes aún no lo han hecho. La manipulación de las cifras ha
puesto en ridículo más de una posición. Los quinientos mil abortos clandestinos que refieren no se relacionan con las 43 muertes que registra la salud pública. La primera cifra tampoco tiene asidero con la demografía argentina y forma parte de otras tantas incongruencias a las que los argentinos nos hemos acostumbrado, pero es un buen punto de partida, en caso de que salga la ley, para poder decir "¡Qué buena ley, cómo hemos avanzado!". Un último cambio en el proyecto ha liberado a los médicos de lo que se perfilaba como "aborto libre, gratuito y obligatorio" para los profesionales del arte de curar. Es decir que, so pena de cárcel, un médico no podría negarse a hacer un aborto ya que no se había tenido en cuenta la objeción de conciencia. Aun así, hay una serie de elementos que no cierran en la redacción del proyecto. Entre ellos el hecho de que esta ley no tiene en cuenta el orden constitucional ni los compromisos asumidos por nuestro país en tratados internacionales como el Pacto de San José de Costa Rica y la Convención sobre los Derechos del Niño. Y no es el caso de que una ley puede ser derogada por otra. Los tratados internacionales, no pueden ser derogados por una ley interna posterior. Las palabras del presidente de Uruguay, Tabaré Vázquez, cuando fundamentó su veto a la ley de despenalización del aborto en su país son esclarecedoras: "Hay consenso en que el aborto es un mal social que hay que evitar. Sin embargo, en los países en que se ha liberalizado el aborto, estos han aumentado. En los Estados Unidos, en los primeros diez años, se triplicó, y la cifra se mantiene: la costumbre se instaló. Lo mismo sucedió en España". Cuando en una sociedad se socavan las bases morales, todo es posible, incluso una cultura de la muerte por quienes mienten defender los derechos humanos. editorial@diariocastellanos.net
Por Agustina Lanusse-LA NACIÒN. Tanto se ha dicho, manifestado, escrito estos últimos meses, a favor o en contra del aborto. Tantas voces y testimonios, tantas miradas. Entre lo mucho escuchado, hubo una ponencia en Diputados que llamó mi atención. "El aborto es un pésimo negocio", se escuchó decir al economista Sebastián Salaber. Básicamente por dos razones. La primera: porque si es cierto que se "matan" 400.000 niños por año, la Argentina va a camino a ser un país en extinción. Lo cual acelerará el quiebre del sistema de jubilaciones y pensiones. El envejecimiento poblacional es un hecho. Hoy, la tasa de natalidad de nuestro país marca 2,4 hijos por mujer (sin los 400.000 abortos podríamos estar en 3,3). A este ritmo, en 2060 la cifra rondaría el 1,9, menos de 2 hijos por madre necesarios para mantener la población. Por ende, habrá menos trabajadores por jubilado. Una bomba para el sistema. En segundo término, según Salaber, las prácticas de control de natalidad como el aborto son una mala ecuación económica, porque con esas 400.000 muertes, el ahorro nacional perdido por año es de 768 millones de dólares (un argentino promedio ahorra 1920 dólares en ese período). Una cifra escalofriante si entendemos al ahorro como sinónimo de inversión. Sí. El aborto es un mal negocio. Pero no solo porque perdemos dinero, inversión o la posibilidad de mantener a nuestros ancianos. Es un pésimo negocio, porque con él perdemos todos. De algún modo, morimos todos. No sólo niños en el vientre de una madre, o mujeres internamente rotas de pena y culpa. Con cada muerte de cada feto muere el bebé y morimos todos. Algo muere. No solamente un corazón, un pulmón, unas pequeñas manos. Hay un tejido invisible más amplio, que se desgarra y se rompe. Que ya no vuelve a ser el mismo. Porque de alguna manera misteriosa, en la vida de cada persona -lo entendamos o no-, está contenida la humanidad entera. Somos miles de millones de hombres diferentes y al mismo tiempo somos
todos uno. Un sólo hombre. Paradoja inexplicable. Verdad silenciosa enterrada en el fondo del alma. Nuestra alma humana. Duele saber que posiblemente será ley el poder abortar. Y duele también entender que habrá que acompañar el llanto de esas madres que han interrumpido la vida que se gesta en sus entrañas. ¿Quién puede escaparle a este sufrimiento tan infinito? Se lo podrá anestesiar, pero jamás borrar. Y sin embargo, ¿cómo no comprender ese crimen que no quiso ser daño ni homicidio? Cuántas situaciones límites atestiguadas donde no hubo otra salida. Tiempos de asfixia y aplastamiento. Hay madres que abortan aunque preferirían ser ellas las abortadas. ¡Cómo no empatizar! Y además, si somos honestas: ¿Quién, que haya sido madre no ha soltado alguna vez la mano de algún hijo, sin llegar a matarlo? ¿Quién puede ignorar ese sentimiento de extremo agotamiento, de angustia y confusión que desemboca a veces en el arrepentimiento? Encrucijadas en el árido camino, momentos de negrura. De noches oscuras. Es que ser madre es una tarea tan inmensa que a veces no cabe en una mujer una de carne y hueso. Pequeña, frágil, vulnerable, limitada. En esos días de desborde, el ropaje nos queda grande; y el libreto pareciera no pertenecernos. Es la crisis de la maternidad. El tablero tambalea y flaquean las decisiones. Es tan inconmesurablemente grande ser de verdad madre. Y somos tan inmensamente frágiles. Por eso se comprende a quien las fuerzas no le alcanzan. Que necesita decir basta. Somos todas -en ciertos momentos-, esas mismas madres. Llenas de amor pero presas del pánico. Paralizadas ante la exigencia. Vivas pero muertas. Sedientas de sostén y ternura para recuperar el ánimo y pronunciar el SI. Para abrir nuevamente los brazos, y lanzarnos a la aventura de cobijar, cargar y maternar a ese inocente que se nos confía. Y que, posiblemente, se vuelva vida en nuestras vidas.