Historias Migrantes en un Mundo Plural

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HISTORIAS MIGRANTES EN UN MUNDO PLURAL

DE MELILLA A LA PENÍNSULA: UN CAMINO HACIA LA INTEGRACIÓN Y LA CONVIVENCIA EN DIVERSIDAD


Comunidad Diversa es un proyecto destinado a mejorar la convivencia entre personas autóctonas y de origen migrante, a través de actividades de: CONVIVENCIA, EDUCACIÓN Y MEDIACIÓN INTERCULTURAL. Equipo técnico y de apoyo: Isabel Guerra Bobo. Mediadora y Coordinadora Comunidad Diversa de Diaconía España. Silvia Gabriele. Supervisora de la I fase del sistema de acogida de protección internacional de Diaconía España.

Departamento de Comunicación: David Morales Mesa. Técnico de Comunicación y Marketing de Diaconía España. Enrique Vaquerizo Domínguez. Técnico de captación de fondos de Diaconía España. (Redacción de reportajes). Oriana Estefanía Miranda Pacheco. Técnica de Redes Sociales de Diaconía España. (Diseño y Maquetación).

Una iniciativa impulsada por: © Diaconía España · 2021

EL PROYECTO COMUNIDAD DIVERSA ES FINANCIADO POR

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© UNHCR / Markel_Redondo

ÍNDICE 01

Introducción p. 4

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Historia Migrante: Abdelkarim (Burkina Faso) p. 10-25

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Historia Migrante: Ibrahim (Burkina Faso) p. 26-43

04 Historia Migrante:

Mariam (Marruecos) p. 44-59

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Conclusiones p. 60-63

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Agradecimientos p. 64-65

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© Abdelkarim

INTRODUCCI ÓN Melilla tiene 12 km² de superficie, 87.000 almas repartidas en un batiburrillo de nacionalidades, religiones y etnias, un clima mediterráneo templado y bastante agradable, varias playas urbanas, un puerto franco, una alcazaba fortificada; más de 150 kilómetros la separan de la costa peninsular española. La ciudad pertenece a España desde 1497 y junto a Ceuta constituyen las primeras ciudades europeas en África o las primeras ciudades africanas de Europa, según se mire. Melilla tiene una valla hecha de unos doce kilómetros de alambre, barrotes de hierro y hormigón contra la que se estrellan los sueños de miles de personas al año. Para otros, apenas un millar cada año según datos de ACNUR, que engañan a la suerte y logran entrar en sus calles, cruzar la valla representa solo el principio. El primer paso de un camino salpicado de dificultades para iniciar una nueva vida. En cualquier caso, Melilla es una ciudad de frontera y ser una ciudad de frontera en un mundo en el que se han acelerado los movimientos migratorios como en ningún otro periodo de la Historia, la convierten en algo especial: no es simplemente un lugar más.

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Silvia Gabriele

Silvia Gabriele, supervisora de la I fase del sistema de acogida de protección internacional de Diaconía sabe que se trata de una ciudad especial, estuvo trabajando en el equipo de terreno de ACNUR en Melilla más de 4 años: ‘‘Melilla es una ciudad que tiene muchas peculiaridades. Tanto porque es una ciudad de frontera como porque es una ciudad que recibe desde hace muchísimos años personas migrantes y refugiadas. Y también es muy peculiar a nivel estructural: tiene una población de más de ochenta mil personas conviviendo dentro de doce kilómetros cuadrados con una composición muy diversa: casi la mitad de la población son españoles, el resto son de origen marroquí y de religión musulmana. Se da convivencia entre, por un lado, los cristianos y por otro lado, los musulmanes. También hay una pequeña comunidad judía, una muy pequeña comunidad hindú e incluso una pequeña representación de la comunidad gitana’’.

Melilla es pues una ciudad que, a nivel de inmigración y asilo, tiene muchos retos y complejidades. Con problemas estructurales tanto a nivel de acceso de las personas a su territorio como al procedimiento de asilo, es una de las puertas de entrada más importantes a la Península, a España; es decir, a Europa. Os invitamos a conocer a tres personas, Abdelkarim, Ibrahim y Mariam, que tras abandonar su país llegan a Melilla, residen en la ciudad autónoma un tiempo, y luego han sido acogidos en recursos para solicitantes de protección internacional de Diaconía. Nos permiten acercarnos a sus historias de vida, y asomarnos a unas experiencias que nos hablan a todos, en primera persona, de nuestra humanidad compartida con sus luces y sombras.

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¡OS INVITAMOS A RECORRER JUNTOS ESTE CAMINO!

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© UNHCR / Bela Szandelszky

ABDELKARIM E IBRAHIM Son solicitantes de asilo de Burkina Faso que llegan a España en el verano 2020, saltando la valla de Melilla. Consiguen llegar a la puerta de Europa después de una ruta muy larga y llena de sufrimiento a través de varios países de tránsito. Su estancia en Melilla está marcada por la pandemia y por todos los retos de una ciudad de frontera donde una barrera separa España de Marruecos. Debido a la pandemia de COVID 19, los dos son alojados en la plaza de toros de la ciudad, transformada en recurso de emergencia para personas solicitantes de asilo y otras que se han quedado allí atrapadas. En la ciudad autónoma solicitan a las autoridades españolas que los protejan ya que no pueden regresar a su país de origen donde la inseguridad y la violencia crece cada día más. De esta forma los dos permanecen en Melilla alrededor de seis meses recibiendo una acogida que decepciona sus expectativas. Sin embargo, el encuentro con algunas personas y entidades les ayudan a superar el duelo migratorio y a seguir sus caminos con fuerza y determinación, plantando las semillas de un proyecto de integración e inclusión en España. Comparten momentos difíciles, pero también encuentran el regalo de la amistad.

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Amistad como la de David; abogado del Servicio Jesuita Migrantes, que se convierte en amigo y confidente de Abdelkarim compartiendo la pasión por el arte o la de Anna, Esther y Rafa: trabajadores de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) quien vela para que se cumplan sus derechos como solicitantes de asilo desde la empatía y el respeto. O las de las mujeres de la asociación Geum Dodou, Marisa, Lupe, Regina o Eugenia que convierten sus clases de español en un espacio de acompañamiento y apoyo.

© UNHCR / Markel_Redondo

Durante todos estos meses en Melilla, la pintura es una compañera que nunca abandona a e Abdelkarim, a través de su lápiz compartimos sus emociones y vivencias, pero también sus angustias y sus sueños. En diciembre de 2020, ambos viajan a la Península y son trasladados al recurso de Diaconía para solicitantes de asilo en Jerez. Una nueva etapa empieza para ambos. Durante casi un año reciben el apoyo de un grupo de profesionales que aún hoy continúan acompañándolos en su búsqueda para encontrar un proyecto de vida en España, caminos poco sencillos que ya comenzaron en Melilla. Clases de castellano, acompañamiento jurídico y psicológico, búsqueda de empleo hacia la integración y la autonomía. Abdelkarim sigue pintando y desarrollando sus capacidades artísticas. En octubre de este año se abre una nueva etapa en su vida ya que encuentra trabajo en el campo de la provincia de Huelva. Allí sigue dibujando los momentos más importantes de su vida y plasmando los sentimientos que lo acompañan. Ibrahim por su parte, está haciendo prácticas como mozo de almacén y espera encontrar pronto trabajo y formar una familia. Unos días antes de la publicación de ‘Historias Migrantes’ se muda a trabajar en Murcia, en una empresa de frutas y hortalizas.

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EL VIAJE DE ABDELKARIM E IBRAHIM Níger- Argelia- Marruecos- Melilla

Melilla Marruecos

Argelia

Níger

Burkina Faso

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Historia Migrante

ABDELKARIM

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El arte es sobre todo un estado del alma. Marc Chagall

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Inventando lo que no existe El Land Rover avanza entre hileras de naranjos, ordenados y recortados como bonsáis. El campo tiene algo de artificial, como un jardín paisajístico demasiado grande: la tierra roturada y limpia, las botellas de plástico atiborradas de fertilizantes colocadas cada pocos árboles. Florín (nombre ficticio) conduce y me pone en antecedentes. Llegó de Rumanía a España hace unos quince años, se encarga de manejar la maquinaria del naranjal y vive con el resto de trabajadores. Dice que los conoce bien, que son ya muchos años y que sabe de qué va esto: “los subsaharianos son buenos chicos, vienen, trabajan, les queda algo de dinero para mandar a sus familias… No dan problemas.’’ Las edificaciones aparecen a unos tres o cuatro kilómetros de la entrada, unos veinte barracones de cemento en forma de U y una pista de baloncesto con los aros torcidos en el centro.

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En las entradas de los barracones decenas de hombres marroquíes, subsaharianos, de Europa del Este… me miran con curiosidad. Florín toca una puerta. Abren un par de chicos africanos y sonríen. - Querías hablar con Karim, el pintor ¿no? Avísame cuando acabes y te llevo de nuevo a la entrada. Encuentro a Abdelkarim, con una sonrisa que te hace sentir bien de inmediato y un castellano excelente. Me dice que pase y me presenta a sus compañeros, otros tres chicos subsaharianos, todos en la veintena; en el salón, uno de ellos vestido con un boubou azul termina de rezar, otro ve un partido de fútbol. Un salón cocina, un baño pequeño y un dormitorio con cuatro literas, el barracón es pequeño pero acogedor. Estamos en Gibraleón, Huelva, en una de las muchas plantaciones de frutales que pueblan la provincia. Ésta es de cítricos y emplea a unos 70 trabajadores durante la recogida de naranjas y limones que dura unos 4 meses al año, todos son extranjeros. Abdelkarim no pierde el tiempo y tras las presentaciones saca un cuaderno anillado y empieza a mostrar su obra. Desde que empezamos a realizar la serie de “Historias Migrantes”, he tenido ocasión de ver sus cuadros varias veces; colgados en la oficina de Tharsis Betel en Jerez o en el WhatsApp de Silvia Gabriele, incluso perfilándose en las palabras de admiración con que los describen Ibrahim o David. Los trazos y planos de color que forman su estilo ya me resultan tan familiares como un Goya. Abdel Karim pinta y por la forma en la que va pasando los dibujos de su bloc, es evidente que no se trata de un hobby pasajero y que le quedan muchas páginas que rellenar en los próximos años.

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La yihad que cambió su vida Mujeres, torreones, un caballo, autorretratos… la valla, siempre la valla. Abdelkarim dice que, aunque tiene un hermano pintor, empezó a pintar hace apenas cuatro años, más o menos poco después de comenzar el viaje que cambiaría su vida. Aunque en realidad su vida había cambiado mucho antes. Para peor. A diferencia de otros migrantes Abdelkarim nunca tuvo como sueño venir a Europa. Él es de una aldea de Soum, al Norte de Burkina Faso, y allí vivía tranquilo con su familia. Tras la muerte de su padre se hizo cargo del campo, de los cultivos y de los animales. “Siempre me llamó la atención España, por el Barcelona y sobre todo por Messi, como nos pasa a muchos africanos, pero yo no había pensado irme. Vivía tranquilo en mi aldea. Acababa de tener un hijo, mi familia eran agricultores, teníamos animales; cabras, vacas, un poco de todo… una vida tranquila… no estábamos mal hasta que llegaron los problemas”. Los problemas de Abdelkarim y de la mayoría de sus paisanos tenían forma de yihadismo. Su región, cercana a la frontera con Mali, empezó a sufrir a partir de 2015 la presión de los diferentes grupos cercanos al terrorismo islámico que proliferaron tras la Guerra Civil en el país vecino.

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Robos, secuestros, asesinatos, cosechas quemadas… una espiral de tensión y presiones que fue creciendo hasta que Abdelkarim perdió su tierra para salvar la vida. Entonces supo que su futuro estaba en otra parte. ACNUR alertó en julio de este año del deterioro de la situación de seguridad en Burkina Faso, y de la probabilidad de que los ciudadanos procedentes de regiones afectadas por el conflicto se encuentren en necesidad de protección internacional; recomienda así que los ciudadanos de estas regiones no sean devueltas de manera forzosa a su país (https://www.refworld.org/docid/60f8209c4. html).

“Primero lo intenté en Níger, pero allí es aún más pobre que Burkina Faso y no había trabajo… Entonces encontré amigos que querían ir a Argelia para trabajar; ahí, empecé a pensar en venir a Europa”. Pero para hacerlo sólo había un camino.’’ El camino pronto iba a dejar de transitar por rutas seguras “Los autobuses llegan sólo hasta Agadez, al Norte de Níger, pero más al Norte no.

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Para cruzar el desierto tienes que ir en coches con las mafias. Y a las mafias les pagas antes de salir, te van metiendo y escondiendo por el desierto. Te meten en sitios cerrados para dormir, de esta forma te hacen de todo para cobrarte lo que quieran y hasta que no les terminas de pagar no te dejan salir”. Abdelkarim prefiere no recordar mucho de aquellos días y continúa pasando las páginas de su bloc. Me enseña más autorretratos, el dibujo de Thomas Sankara (referente político de Burkina Faso), caballos, mujeres que muelen mijo en su aldea... Sí, Abdelkarim prefiere recordar otras cosas. Por ejemplo, que en Argelia vio por primera vez la nieve y también el mar “No hay palabras para definir el mar”. Después pasó a Marruecos, estuvo limpiando coches en Fez, Casablanca, trabajando de cualquier cosa y dirigiéndose siempre hacia el Norte. Por aquellos días empezó a pintar. “Mi hermano dibujaba y me enseñó de niño. Cuando llego a Marruecos no tenía trabajo y empecé a dibujar a ver si podía vender mis dibujos. Pero en Marruecos la gente no quería comprarlos, querían que se los diese como regalos. Yo tenía el coraje de seguirlo intentando, pero la gente no compraba”. Y añade, “Lo que quería era venir aquí, trabajar y cambiar de vida. Si tú no eres capaz de trabajar y comer no eres una persona”.

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© Abdel Karim

Pintar una valla El viaje de Abdelkarim hasta entrar en Melilla duró casi 4 años. Dos de ellos los pasó en Marruecos enredado en un yoyó interminable por todo el país. “En Marruecos no te puedes quedar siempre en el mismo sitio. Si estás en la frontera a veces la policía llega y te manda al Sur, a Tiznit, a Agadir o a otros lados. Después tienes que volver a ahorrar para comprar billete de bus y subir”. Esta situación es habitual para muchos subsaharianos que viven en el país.

Yo no pensaba volver, una vez emprendido el camino prefería morirme antes que volver. Abdelkarim repasa uno de sus dibujos de la valla. Dos inmensas vallas de espino levantadas con enérgicos trazos negros cortan una hondonada dibujada con cera verde, varias figuritas moradas corren perseguidas por otra que agita una porra. “De los primeros dibujos que hice fue de la valla. Cuando tú estás buscando algo y no eres capaz de conseguirlo, eso está siempre en tus sueños y en tu cabeza”. Ya no recuerda cuantas vallas ha dibujado; sigue haciéndolo, aunque todo haya quedado atrás “quiero dibujarlas de otra forma, para mostrar cómo se entra, cómo se sufre… me gustaría dibujarlas y contar todo eso como si fuese un libro…”.

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Ya no recuerda cuantas vallas ha dibujado; sigue haciéndolo, aunque todo haya quedado atrás "quiero

dibujarlas de otra forma, para mostrar cómo se entra, cómo se sufre… me gustaría dibujarlas y contar todo eso como si fuese un libro…”.

EL MONTE GURUGÚ  Es el punto más elevado del cabo de Tres Forcas, en la costa norte de Marruecos, península en la que se halla también la ciudad autónoma española de Melilla y la ciudad marroquí de Nador. El monte está ubicado a unos pocos kilómetros de la valla que separa la frontera entre Marruecos y Melilla, y es hogar temporal de miles de personas provenientes de distintos países de África subsahariana. Allí esperan una oportunidad para esquivar a las autoridades marroquíes, saltar la valla y pisar Melilla. Las pésimas condiciones de vida en el Gurugú, así como los malos tratos y los abusos que sufren las personas migrantes durante la estancia en el monte Gurugú tiene un impacto negativo en el proceso migratorio de estas personas.

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“Intenté entrar muchas veces, cerca de la valla estuve muchas veces, pero tocarla sólo pude hacerlo dos. La primera vez la policía me pilló y me pegó duro”. Se lleva la mano al costado y se estremece “Todavía los días que hace frío lo siento y duele”. Por aquella época que pasó en el monte Gurugú cerca de la valla Abdelkarim cogió la costumbre de comenzar a dibujar de madrugada “por la noche yo no dormía, así que dibujaba siempre de noche. Si duermes tienes problemas porque la policía va a venir buscarte y debes estar listo”. Así que me alumbraba con una linterna o con el móvil”. Cuando el primer álbum se acaba Abdel Karim enseña los dedos y los restos de las heridas que se hizo al escalar la valla. “Al principio dolían, pero ya están bien, se han quitado. De los marroquíes prefiero no decir nada”.

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Van Gogh vive en Melilla “El día que logré entrar estaba como loco. Eran las 4 de la mañana y tardaron en vernos. Iba con otro chico de Burkina y caminamos durante horas hasta llegar a la ciudad. El otro ahora está en Sevilla y yo estoy aquí”. Recuerdo que después llevaba ya tres días en Melilla y aún no me lo creía, pensaba que no era de verdad, que todavía no estaba en España. Cuando Abdelkarim llegó a Melilla, David Melián trabajaba como abogado en el servicio jesuita migrante y colaboraba con la asociación Geum Doudou y asesoraba a migrantes respecto a la protección internacional. “Yo le llamo Karim. Rápidamente nos hicimos amigos. Recuerdo que un día en los cursos que dábamos en Geum Doudou, él fue dibujando en la pizarra todo lo que yo les explicaba a los otros, el salto de la valla, etc. y vi que tenía mucho talento. Es una persona muy sensible, tiene una sensibilidad especial, como les pasa a muchos artistas. Él venía todos los domingos a mi despacho, que yo no trabajaba, para dibujar, y para estar allí pintando… Tenía el material allí, se forjó una relación personal que a día de hoy se mantiene. Vimos rápido sus capacidades y desde la asociación tratamos de ayudarle en la medida de lo posible proporcionándole material de dibujo, pintura y un curso de dibujo en formato libro”.

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Anna Sol trabajaba para ACNUR en Melilla cuando conoció a Karim. “Karim siempre estaba dibujando, no desaprovechaba ningún momento. En seguida compartió lo que le gustaba hacer y le apoyaron asociaciones que le permitieron que lo hiciera. Era su forma de expresarse, de hacer de puente con la realidad, un puente para conectar su realidad con la de España. A pesar de todas las dificultades en Melilla pudo encontrar esos espacios y dedicarse a lo que realmente quiere hacer. Las cosas no fueron como el esperaba. Pero no se hundió, sino que utilizó estos espacios para salir adelante’’. Abdelkarim estuvo en Melilla casi seis meses antes de pasar a Jerez de la Frontera. Llegó en pleno confinamiento y el Ayuntamiento abrió la Plaza de Toros de la ciudad para que unos doscientos migrantes recién llegados a la ciudad no tuviesen que dormir en la calle.

“Estuve dentro de la plaza casi seis meses, iba a dormir por las noches y el resto del día andaba por la ciudad. No fue fácil, no había habitaciones y nos daba miedo el virus porque tú sabes que con esta enfermedad nadie puede estar tranquilo. Nunca había visto una plaza de toros, estadios sí, pero una plaza de toros no. No sabía para que servía.” HISTORIAS MIGRANTES EN UN MUNDO PLURAL

Se ríe y continúa “En la plaza de toros, no había salida ni sabía lo que iba a pasar… la comida y el baño no estaban muy bien, pero lo peor era el miedo de que nos hiciesen volver”. David por su parte recuerda: “Si recuerdo una imagen de él durante el confinamiento es dibujando en la plaza de toros dibujando de madrugada con la luz de una lámpara que enchufamos donde se cargaban los móviles mientras los demás dormían”. “Melilla es un punto de una tensión psicológica brutal”- dice David. “En la entrada a la ciudad, los primeros momentos son tanto física como psicológicamente agotadores. La persona llega muy mal, porque subir la valla, atravesar las dos vallas, conseguir superar la barrera policial no es nada fácil, hay que tener una forma física muy fuerte y supone un gran esfuerzo tanto físico como psicológico. Cuando llegan se produce un bajón tremendo: se derrumban completamente. Y en ese derrumbe, en lo físico se recuperan relativamente rápido, pero en lo psicológico no. Porque la persona sabe que está en territorio europeo, pero no sabe cuánto tiempo va a estar en él y si va a poder continuar su trayectoria migratoria o si va a ser devuelto. Y esa tensión constante de no saber lo que va a pasar, pasa factura de manera importante.’’

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Durante aquellos meses la amistad entre David y Abdelkarim fue creciendo a medida que también crecía el amor de este último por su vocación recién descubierta. David procuraba alimentar su inspiración. “Recuerdo que le dejé un libro de pintores conocidos, le llamó mucho la atención Van Gogh desde el principio. Es una persona que se toma muy bien la crítica constructiva, se esfuerza muchísimo. Al principio dibujaba mucho abstracto porque le costaba mucho la figura humana y se esforzó hasta que le salieron bien los rostros, cuando le salieron bien dijo: “bueno, ya sé hacerlo así, pero ahora prefiero hacerlo a mi manera.”

“Lo que más me costaba era la forma de la cara, los ojos, la nariz, la cara, también las manos. Pero sobre todo la cara.” Abdelkarim posa orgulloso con el retrato que ha hecho de su admirado Van Gogh. Desde su página del bloc “el loco del pelo rojo” parece sonreír sorprendido de verse en un naranjal de Huelva. Luego Abdel Karim me enseña la versión que ha hecho del célebre cuadro de su habitación. “En realidad su habitación es como es como la mía solo que la suya es la de una persona famosa”. De Van Gogh confiesa que le gustan las líneas y los colores.

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“A mí también me gusta ver las cosas, copiarlas y luego hacerlas de otra forma, inventar lo que no existe. Pero inventar lo que no existe necesita mucho tiempo porque no es fácil”. En ese momento llaman a la puerta del barracón, es el mayoral del campo y otro chico de Gibraleón que trabaja con él. Quieren saber si he llegado bien y de paso conocer “al artista”. Abdelkarim esboza una sonrisa tímida mientras ellos ojean su bloc. Sus compañeros desaparecen en el cuarto de las literas. - Pues no sabía que pintabas, está muy bien, ¿y dónde pintas? ¿fuera? Aquí sí que tienes todo el espacio del mundo para pintar. Abdelkarim asiente y sonríe, pero le dice que suele pintar por la tarde cuando termina el trabajo, al llegar a casa. - Oye y dime una cosa ¿Por qué no tienes ningún dibujo de naranjos?

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© UNHCR / Markel_Redondo

La península: en los primeros trazos de una nueva vida Marta y Vanessa trabajan como psicóloga y trabajadora social para Tharsis Betel, una entidad que participa en un Nuevo Hogar, un proyecto de acogida e inserción laboral para personas solicitantes de protección internacional y protección internacional de Diaconía. El primer paso que tanto Abdelkarim como Ibrahim desde Melilla. Las dos coinciden sobre la situación en la que llegan las personas migrantes tras su viaje. Vanessa: Vienen con muchos miedos, muy desconfiados, muy perdidos, no saben dónde los llevan…, muy nerviosos, con mucho miedo, mucho miedo. Yo hago las acogidas. Me voy de vacaciones y prefiero que si hay un ingreso me llamen. Porque para mí es muy importante estar ese día. Es esencial hacer sentir a la persona que llega a casa, que es bienvenida. Vienen de pasar muchas cosas. En el caso, por ejemplo, de Abdelkarim e Ibrahim, además ellos fueron los primeros africanos que vinieron al centro. Antes trabajábamos con africanos en viviendas, pero es diferente.

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Con Abdelkarim e Ibrahim, nosotros hicimos todo un comienzo: les dijimos, vosotros estáis aquí muy bienvenidos, y ahora van a venir más chicos y vamos a tratarlos como nosotros os hemos tratado a vosotros, como si fuéramos familia. Y ahí empezaron a llegar, y el centro tiene un ambiente muy familiar, aquí los escuchas hablar juntos, van juntos a la calle, vienen… conviven mucho, se siente como una familia… Marta continúa: se ayudan, a lo mejor los que hablan más español ayudan al que menos nivel tiene, si uno tiene que ir al médico y no se maneja, entre ellos se ayudan. Los que tienen más habilidades o más tiempo llevan, ayudan a los que llevan menos. Nos cuenta que a Jerez de la Frontera los solicitantes de protección internacional llegan muy mal: “Durante el trayecto hasta llegar a España les roban, les pegan, reciben tratos degradantes por parte de las autoridades, las mafias, pierden el apetito. Vienen con miedos nocturnos, pesadillas. Muchos de ellos durante el trayecto migratorio no duermen, puesto que nos cuentan que tienen que estar alerta: en cualquier momento, por ejemplo, si han estado un año en el monte Gurugú, aparecen los militares marroquíes que les pegan palizas y los echan del monte.

Para Marta actividades como el arte u otro tipo de inquietudes formativas que tengan los migrantes son fundamentales para visualizar una esperanza y un horizonte que les ayude a salir de su situación, por eso cuando vieron los dibujos de Abdelkarim durante su estancia en Jerez de la Frontera no dudaron ni un momento en seguirle apoyando y pagar sus clases de pintura. Vanesa nos comenta que le ha parecido uno de los dineros que mejor ha invertido la asociación desde su existencia. Y David no lo duda: “Karim es una persona muy leal, alguien en que puedes confiar, no te va a fallar: si tú le das confianza él te la devuelve. Se abre una vez que se forma el vínculo, y es capaz de compartir sus penas y alegrías.’’

Entonces duermen con un ojo abierto y el otro medio cerrado. Viven en alerta continua de que les pueden agredir. Y en Melilla la tensión y el miedo continúan. Al llegar a un lugar de seguridad después de muchas inseguridades y muchos engaños, vienen con mucha necesidad de ser apoyados, de que se les escuche: es muy necesario tender puentes y restablecer relaciones de confianza.’’

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El futuro como lienzo en blanco Abdelkarim lleva un año y cuatro meses en España. Recuerda la fecha en la que entró: 15 de junio de 2020. Ahora acaba de cumplir treinta y un años y dice que se acuerda de Burkina de vez en cuando. “Tengo mi madre allí y mi hijo también. Hablo por WhatsApp con mi familia. Ellos no quieren que vuelva, me llaman para saber si estoy viviendo mejor que por allí, si tengo trabajo ahora, cómo estoy. Mi hijo tiene ahora diez años “Eso cuesta”. También echa de menos a veces otras cosas como la comida. ‘’Aunque aquí cocinamos un poco a la manera africana, arroz, macarrones… de esta manera te sientes un poco más en África.’’ Los demás sonríen y me piden que me quede para cenar. Seguimos pasando las páginas del bloc un dibujo que le hizo a David con lápiz, una cámara de fotos, la fachada de la plaza de toros de Melilla, una barca cargada de africanos a punto de hundirse en el Estrecho “yo no pasé por el mar, pero sí sé que hay gente que también sufre mucho ahí”. Acuarela, tiza, lápices… no tiene preferencias, se le da todo más o menos igual de bien. Dibuja con trazos finos y gesto concentrado en su compañero Abdou que posa paciente. Me cuentan que la escena se ha convertido ya casi en un ritual.

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- ¿Y qué planes tiene ahora? - “Todo depende de mis papeles, sin ellos no puedo decir que tenga planes de hacer cosas. Mi sueño sería ser un pintor más famoso porque como te he dicho quiero inventar lo que no existe. Me gustaría vivir de vender cuadros, pero mientras me sale, aquí en Huelva estoy bien y sigo mejorando. Pero quiero conseguir un trabajo mejor. La pintura cuando la hago me da ideas de mejora y de seguir en la lucha, porque eso es lo que hago: seguir luchando. Para vivir tienes que luchar. Para vivir tranquilo, tener dinero, tener algo en tu vida… Para todo eso hay que luchar.’’ - ¿Y ha merecido la pena venir hasta aquí? - “Yo pienso que aquí la vida es un poco mejor que en mi país y los españoles me han tratado bien” – Reitera- “No pienso volver. He cambiado y soy una persona distinta. Aquí lo que me preocupa es tener papel para pintar, trabajar y vivir tranquilo”. Florin me recoge de nuevo y me lleva en el Land Rover camino de vuelta a Gibraleón. Ya es casi de noche y las naranjas nos regalan un brillo apagado en la oscuridad. Me pregunta qué tal me ha ido con “el artista”, luego me cuenta que un jornalero gana aquí unos mil euros mensuales. “Sacan unos 7 € la hora de lunes a viernes y pagan unos 3 al día por el alquiler de las casas, las condiciones no son malas comparadas con muchos sitios aquí, viven y les queda dinero para enviar a casa”. Florin dice que las cosas han mejorado mucho desde que él llegó también como inmigrante a España hace unos meses a España, aún les quedan unos meses de recolección. - ¿Y el año que viene? - El año que viene ya se verá. En el campo nadie sabe nunca lo que va a pasar.

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Historia Migrante

IBRAHIM

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Aprender un idioma es tener una ventana más desde la que mirar el mundo. Proverbio chino

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HISTORIAS MIGRANTES IBRAHIM

Construyendo un idioma para entendernos Ibrahim (nombre ficticio) lleva un pantalón vaquero, el pelo amarillo, los ojos brillantes, y una camiseta verde de tirantas con el número 63 en la que puede leerse “Chicomalo”. Pero en realidad de chico malo ni siquiera conserva la pose inicial (cuerpo hacia atrás y saludo de rapero), su sonrisa contenida se desparrama en carcajada a la mínima ocasión en que le invitas a hacerlo. ¡Preguntas mucho, tú! ¡Luego te voy a entrevistar yo a ti! Dice antes de partirse de risa una vez más.

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HISTORIAS MIGRANTES IBRAHIM

Ibrahim tiene 20 años, una hermana por parte de madre y muchos hermanos por parte de padre con los que vivía en su pueblo; Beguerou Burkina Faso. También muchos recuerdos, tal vez demasiados para su edad. De algunos de ellos prefiere no hablar. Begueru, Beegerouuuuuuu, no, así tampoco. Begeruuu ¡dilo así! Con la u más larga. Gasta varios intentos más para que pronuncie correctamente el nombre de su pueblo hasta que se rinde y me da por imposible. Beeguerou, por lo que me cuenta es un pueblo pequeño, el molde de muchos pueblos africanos: chozas de adobe, campos de arroz y de mijo, mujeres cargando cántaras de agua que pesan el doble que ellas, gente que intenta sobrevivir. Ibrahim me lo describe, pero no recuerda exactamente si está abajo o en el centro de Burkina. ¿Y dónde está Burkina Faso?

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El sueño (o el espejismo) Burkina Faso es un país africano encajonado en el Sahel, un cinturón de sabana, sequías y desdichas que abrocha a África cuando se acaba el Sáhara. Ocupa aproximadamente la mitad de España y los cerca de 20 millones de burkinabeses que viven en él son tan desconocidos para el español medio como un esquimal o un marciano. Ellos sin embargo sí que nos conocen, en Burkina Faso como en muchos países africanos se forman una visión aproximada de lo que es España desde niños. Ibrahim no recuerda desde cuándo, pero él siempre ha querido venir aquí “Desde pequeño siempre había querido venir, en Europa la vida es buena, muy libre. Veía cosas en televisión y escuchaba cosas buenas de gente de Burkina que había estado ¿Que qué decían? “En Europa la gente era buena, educada, había trabajo, chicas guapas”. Ibrahim reconoce que sabía más de España que de su propio país, hasta los quince apenas salió de su pueblo. Cree que empezó a ahorrar para venir a Europa cuando cumplió los siete años.

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Su padre era agricultor y tenía una pequeña tienda de mercancías. Él, como muchos niños africanos, estudió en la escuela coránica hasta los 5 años.

“La verdad es que la vida en esa escuela es muy difícil. No nos daban comida, había que pedirle a la gente en la calle, no sabíamos leer ni escribir, lo que hacíamos era aprender de memoria versículos del Corán, todos en árabe. Y era muy difícil, había que estudiar mucho”. “Al colegio normal tampoco me gustaba ir, aunque era obligatorio”. De todas formas, Ibrahim pasó pocos años en clase, pronto tuvo que dejar la escuela para ponerse a trabajar en la construcción. Nunca aprendió a leer ni a escribir, sin embargo sigue recordando versículos del Corán de memoria. A los quince años se fue a vivir a la capital Ougadogou a limpiar coches, zapatos, casas o todo lo que pudiese limpiar en una ciudad que de forma casi perenne suele estar cubierta de polvo. Durmió en las calles, comió lo que pudo, logró ahorrar otro poco más, se convenció de que no había futuro y tomó una decisión: había llegado el momento de viajar a Europa.

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© UNHCR / Bela Szandelszky

El viaje El viaje para muchos migrantes subsaharianos es una nebulosa en la que se confunden fechas, lugares y acontecimientos y se inventan o se omiten otros por pura supervivencia. Un impasse de pesadilla en el que la memoria es una gangrena y el olvido un alivio. La mirada siempre apuntando a Europa como un imán ayuda a soportar las penalidades. Una vez que se emprende el camino no hay vuelta atrás. Suele durar 8 meses, a veces un año, a veces dos, a veces más. El de Ibrahim duró cerca de tres años. A su madre no le dijo que se iba. “No se lo dije a nadie por si no me dejaban. Ya tenía dos hermanos que lo habían intentado y no sabíamos nada de ellos, uno incluso lo intentó unos meses antes que yo y mi padre no quería que se marchasen más hijos.

En África es muy difícil hacer estas cosas: si hablas con alguien se lo va a contar a tu familia para no dejar que vengas suspira-. Yo era muy pequeño y mi padre no me dejaba. Era menor de edad”.

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“Yo no había contactado con nadie, pero allí todo el mundo sabe lo que hacer para venir, a quién preguntar. Primero fui a Nigeria (probablemente Níger), fui solo hasta a Tahoua, allí estuve cuatro días (tal vez fuese más tiempo) esperando a que saliese algún camión (puede que esperando a alguien que guiase la expedición). No me gustó y subí hasta Argelia. Viajé en autobús. Me paraba mucho la policía porque era menor”. ¿Y cuánto costó? “Caro”. - ¿Qué llevabas de equipaje? - Una mochila con galletas, peras y manzanas, un poco de ropa, agua, y el móvil... - ¿Algo más? ¿Una foto, por ejemplo? - No Ibrahim dormía en las estaciones de buses, recuerda que hacía mucho frío en el desierto, luego más autobuses y cada vez más pequeños viajando siempre con más gente. A veces tocaba bajarse y andar. “Éramos muchos y algunos me pegaban, por el agua. Yo tenía agua, algunos no tenían y me la quitaban. Íbamos con un señor que decía que era saharaui o que le llamaban el “saharahui” que sabía dónde había agua en el desierto, dónde estaban los pozos… Si no había pozos hacía cosas para encontrarla. Este hombre era muy malo y solo quería dinero, nos cobraba en dinero o en móviles...”.

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- ¿Cuánto te cobró? - Todo lo que tenía. Ibrahim cruzó por Níger hasta la frontera con Argelia, kilómetros de arena y rocas a través del desierto del Teneré. En ese desierto se encuentra uno de los árboles más conocidos del mundo: “árbol del Teneré”. El único árbol en 400 kilómetros a la redonda, una acacia espinosa y rala a la que han respetado desde hace siglos caravanas de tuaregs, que han decidido no calentarse con su leña por las noches para tener un lugar bajo el que reunirse y parlamentar. Hoy sirve como brújula esperanzada para migrantes que luchan por salir del Sáhara. “No, no vi el árbol, pero me hablaron de él, dijeron que pasamos muy cerca”. - ¿Qué te pareció el desierto Ibrahim? - El desierto es “mucho peligro”. Mucho calor, ves gente muerta. Tras salir del Sáhara llegó a Tamanraset en Argelia, donde estaría cerca de un mes buscando dinero para ir a Argel, la capital. De nuevo trabajaría en la construcción. “Es difícil porque mucha gente quiere trabajo y no hay mucho.’’ “Los jefes allí son peligrosos, algunos te pegaban con la mano o con piedras” “Algunos te pagaban algo”. Finalmente, como muchos otros llegó a Marruecos, allí estuvo un año y tres meses, casi todos en Nador, frente a Melilla.

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Durante su viaje sólo llamó una vez a casa, a los dos años. Le dije a mi madre “estoy en Marruecos”, ella me dijo “Vuelve, vuelve” y yo le dije “ok, ok”. “Hay mucha gente que quiere cruzar a Europa, pero no es tan fácil. Mucha gente de Mali, Senegal, yo no hablaba francés ni español, solo bisa, la lengua de mi zona, así que me comunicaba por signos. Luego llegó mi hermano y fue mejor… vivíamos en Nador, en el Monte, juntos”. De repente, cuando le toca recordar los meses que pasó en el Gurugú, Ibrahim deja de sonreír, se mira los zapatos y habla más bajito. Prefiere cambiar de tema.

- ¿Cuánto se tarda en subir la valla? - Dos minutos en hacer todo. Llegar, escalar y saltar al otro lado. Ese día salté con otro chico de Burkina Faso, la policía me vio y llegó corriendo “Espera amigo, espera amigo”, pero yo no esperé y salí corriendo”. - ¿Pensaste en volverte en algún momento? - “No, nunca, yo tenía muchas ganas de vivir en España”. ¿Cuánto se tarda en saltar una valla? Miles de kilómetros Tres años Dos minutos…

“El día que crucé no fue difícil, crucé rápido, era domingo. Siempre lo intentaba en domingo. Era cuando los guardias descansaban”. Cuenta que lo intentó muchos domingos, tantos que ya ni se acuerda, pero la policía siempre logró detenerlo “estaban haciendo su trabajo”. Los marroquíes te tiraban piedras si te veían y si te pillaban te pegaban.

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Melilla: Europa empieza en una plaza de toros “Melilla está muy bonito, las mujeres, las calles, todo muy bonito. El mar me gustó mucho”. El sitio le pareció redondo, claro está, un poco raro, pero no tan malo para vivir. Ibrahim llegó también a la plaza de toros en pleno confinamiento. Aún no sabe muy bien para qué se utiliza una plaza de toros. - “Dormíamos en los pasillos, jugábamos al fútbol en la arena”. Anna Sol, de ACNUR, fue de las primeras personas que conoció a Ibrahim en España, nos cuenta: “siempre recuerdo que cuando llegó no sabía leer ni escribir y empezó a ir a clase de español. No faltaba nunca. No recuerdo ni cómo consiguió el libro. Pero tenía “El gato con botas” e iba con él a todos lados, lo leía día tras día y nos preguntaba las palabras más difíciles… Es uno de los mayores casos de superación y perseverancia que yo haya visto”.

© MONUMENTA

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Anna logró crear un vínculo con Ibrahim aunque en el caso de las personas migrantes y refugiadas la amistad y la confianza es un proceso que lleva su tiempo. (añadir punto) “Muchas personas cuando llegan a Melilla, han pasado por muchas dificultades, les han hecho daño muchas veces y la vida les ha enseñado que deben ser prudentes. Desde ACNUR ofrecemos información sobre el derecho de asilo y Protección Internacional. y lo que significa la protección internacional. Algunos no saben que podrían ser reconocidos como refugiados por las situaciones que han vivido en sus países, que en España se puede pedir asilo y lo que significa tener esa protección. Nos centramos principalmente en construir un marco de confianza con ellos. Es importante escucharlos y atender a sus necesidades, no sólo a las básicas que están cubiertas, sino también las emocionales y a las psicológicas, producidas por todo lo que han vivido. Siempre hacemos énfasis en la importancia de aprender español que es lo que les va a dar recursos. Ibrahim eso lo tuvo siempre clarísimo. Le ofrecimos las clases de español y se lo tomó como algo vital desde el principio”. David Melián, que también conoció a Ibrahim durante su época en Melilla, nos dice: “lo que más destacaría es su capacidad de superación, su capacidad de adaptarse a todos los contextos… es una persona que siempre está disponible para lo que necesites. Es una persona que agradece mucho las muestras de cariño, responde con creces a la más mínima muestra de cariño”.

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Y continúa: “La persona ha salido de un país por motivos de peso que le hacen abandonar su familia, su entorno, su cultura, para llegar a Europa. La trayectoria en sí es complicada y una vez llegado a Melilla todavía no han terminado: sí pero no… con abrir una puerta vuelvo a estar en Nador. La vivencia tanto de los montes como de la ruta están muy presentes a la hora de intentar procesar todo lo que se vive en Melilla. Tienen miedo de hablar, por ejemplo. Las solicitudes de asilo, cuesta acompañarlas bien por ese motivo, porque temen, por ejemplo, que se la denieguen inmediatamente, desconocen el procedimiento. Entonces psicológicamente Melilla es muy duro para todos los que pasan por allí. Hay entidades que suponen un alivio, pero nunca termina de superarse esa situación, yo creo que en la vida… pero desde luego se nota una mejoría al llegar a la península. Gem Doudou era un oasis en el desierto. Porque era un hogar para ellos. Aunque no tuvieran clase, se quedaban allí, o conectados al móvil, o hablando por teléfono, o utilizando el ordenador.’’

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LAS PERSONAS REFUGIADAS El artículo 1 de la convención de Ginebra del 1951 desarrolla la definición de refugiado: ‘’Un refugiado es aquel que “debido a fundados temores de ser perseguido por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de su país; o que careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores no quiera regresar a él". Para más información consultar el enlace https://www.acnur.org/es-es/refugiados.html y https://www.acnur.org/es-es/a-quien-ayudamos.html, en el que se encuentra reflejadas las distintas categorías de personas protegidas por ACNUR (refugiadas, solicitantes de asilo, desplazadas forzosas, apátridas, etc.)

LAS PERSONAS MIGRANTES Eligen desplazarse no a causa de una amenaza directa de persecución o muerte, sino principalmente para mejorar sus vidas al encontrar trabajo o por educación, reunificación familiar, o por otras razones. A diferencia de los refugiados, quienes no pueden volver a su país de forma segura, los migrantes continúan recibiendo la protección de su gobierno.

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Ibrahim no sabe muy bien qué pensar de Melilla

“La primera vez que llegué fue malo. Pensé que me iban a devolver a mi país, me sentía muy mal. Luego ya fue mucho mejor y ahora tengo buen recuerdo” ¿Tanto te importaba volver? “En Melilla todos los africanos tenían miedo de volver a África, todos pensaban lo mismo que yo. África es complicado. Allí nadie se preocupa por nada. El día que tienes un problema estás muerto. - ¿Crees que aquí la gente aquí se preocupa más por los demás? Anna dice que cuando llegó Ibrahim apenas podía comunicarse. Cuando se fue prácticamente hablaba castellano “se despidió de nosotros con mensajes de texto escritos en castellano”. - Se preocupa mucho, mucho, de verdad, cómo se preocupa Anna. Ella y más amigos me han ayudado en lo que necesité, casa, comida, clases... Gracias a ellos ahora tengo mejor recuerdo, pero todo el tiempo que estuve en Melilla para mí realmente estuve todo el tiempo en África. El día que cruzó el Mar de Alborán, en barco (era la primera vez que cogía uno) en dirección a Málaga, se quedó dormido.

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Diaconía y Tharsis: Ayudando a inventar una vida en 18 meses Marta, la psicóloga del centro de solicitantes de asilo y refugiados de Jerez de la Frontera, nos cuenta: En el caso de Ibrahim, mucho de lo traumático es el trayecto migratorio, además de lo que le ha podido pasar en su país, claro. Cuando llegan llevan un año, dos años, sin apenas dormir, durmiendo en la calle, que les pueden golpear en cualquier momento. Recuerdo especialmente una entrevista. Estaba muy nervioso. Porque hasta que no hacen la entrevista y nos cuentan toda su historia, piensan que nosotros les vamos a devolver. Le digo: “No, nadie te va a devolver a tu país.’’ Y dice: “vale, pues ahora me voy a pegar una ducha y me voy a dormir.’’ Y fue un cambio… al día siguiente lo vimos y había cambiado… y nos dice: “es que nunca había dormido tan bien como esta noche.’’ Una vez que ya ellos se van sintiendo arropados, pueden empezar a hablar, a contar lo que les sucede, a confiar.

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“Yo cuando llegué aquí tenía claro que para vivir mejor, lo primero era aprender el idioma. He tardado un poco, la gente aquí habla muy rápido, así como tú”. De toda su familia Ibrahim dice que ahora es el único que sabe escribir “Ahora mando mensajes escritos, antes solo mandaba audios”. Marta nos aclara: Nosotros tenemos un grupo de WhatsApp con las comunicaciones del centro. Intentamos ponerlo por escrito, y muchas veces lo hacemos por audio porque, claro, muchos de ellos no saben ni leer ni escribir. Ellos se manejan por WhatsApp, se manejan con audios. Y van poco a poco aprendiendo’’. Y Vanessa añade: “Tú imagínate, que después de un proceso de migración, tan duro, que puede durar unos dos años. Llegan aquí, ahora tú les das el trampolín: a ver, vamos a saltar, tienes que aprender español… pero, aunque hablen para hacer un curso de formación, tienen que preparar toda la parte escrita… Y no todos tenemos las mismas capacidades… Si pasas ese escalón, pasas a formación, y si pasas ese escalón… El proceso de trampolín puede estar muy bien para una persona que viene de Colombia, de México. Pero para un ucraniano, un africano, no, porque necesito mucho más tiempo.’’ A Ibrahim le gustó Jerez de la Frontera al llegar, pero sentía, aún a veces siente, que aún no ha llegado a aquel sitio que esperaba: “Jerez es más bonito que Melilla, pero en Jerez no hay trabajo. Yo pensaba que era más fácil y eso no me gustó. Creí que había mucho campo para recoger fruta como me habían dicho otros africanos, polígonos etc. Al llegar no entendía nada.

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En Burkina siempre pensé que me gustaría ir a Barcelona, por Messi, él es un gran jugador, Barcelona es muy bonito, eso es lo que pensaba...”. Vanesa conoce a Ibrahim desde que llegó al centro de acogida. “No saben muy bien dónde aterrizan ni lo que es España. Las ideas que traen no son lo que se encuentran. Muchos dicen que se lo esperaban con más dinero y más posibilidades. Edificios más grandes, todo de cristal...”. Ya David nos contaba: “Ibrahim y Karim iban aceptando lo que iba viniendo, el día a día. En otros casos sí que me he encontrado gente que pensaba que aquí todo es más fácil, que llegar a Europa era tener un trabajo, un coche y una casa nada más llegar. Y esa frustración de decir “todo lo que he hecho, todo lo que he dejado atrás, todo lo que sufrido. Y ahora llego aquí y me encuentro en este mismo sufrimiento…’’ Es importante la atención psicológica porque hay una frustración muy grande entre la expectativa y la realidad…’’ Y continúa: “El caso de Karim y de Ibrahim es un poco distinto. Karim sí es verdad que tiene un sueño, que es ser artista. Acepta otras realidades y trabaja en el campo con gusto, pero no es su sueño. Para Ibrahim, al menos en lo que a mí me ha transmitido, lo importante es trabajar.

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“Mientras yo pueda trabajar, y pueda mantenerme y enviar algo, es suficiente’’ - nos cuenta Ibrahim. “Me gustaría tener trabajo y casarme y crear una familia. Pero primero el idioma, si no hablo bien el idioma tampoco puedo hablar con chicas’’. ¿Y cómo va eso? “En Burkina eres pobre y hablas con las chicas en la calle. Aquí solo eres pobre tú y no puedes hacer eso. Te da miedo invitar a una chica… vivo en el Centro de Acogida, no tengo los zapatos bien...’’ Ibrahim ha intentado hacer un poco de todo desde que llegó a España, incluso “repartió escobazos” en el tren de la bruja en la feria de Morón de la Frontera “era divertido, aunque me daba vergüenza vestirme de mujer”- reconoce. Ahora está haciendo prácticas como mozo de almacén en una gran superficie. “Hoy hemos aprendido a poner los productos”. Vanesa confía en que pueda quedarse unos meses más en el centro. A él le encantaría, pero por si acaso por las tardes va a clases de alfabetización digital. “Hasta llegar aquí nunca había tocado un ordenador, en Burkina sólo los había visto de lejos”.

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“Me gusta Jerez, pero me quedaré donde encuentre trabajo. Habrá que ver. Me gusta trabajar en el campo, recoger fruta, para eso no necesitas muchas cosas de experiencia, sólo te hace falta esforzarte y concentrarte y va muy fácil, veremos. Hacen falta muchas cosas para trabajar aquí: residencia, idioma... Probé en la cocina, pero me gusta más lo de mozo de almacén. Creo que en los bares la gente te mira raro’’.

Me cuenta que su hermano mayor desapareció en el Monte Gurugú, desde la última vez que les atacaron por sorpresa unos delincuentes para robarles. No ha vuelto a verlo. Lleva un año sin saber de él y ya no sabe qué decir en casa. Él conserva la esperanza de que se encuentre vivo. Si me entero de algo, ¿se lo diré?

- ¿Por qué? - Por el color. -¿Pero te han dicho algo? -No, pero lo noto. - Ibrahim, ¿Tú quieres volver a tu familia alguna vez a África? - Hasta ahora no he pensado en eso, aunque si echo de menos a mi madre. Hablo con ella y ahora está contenta, aunque yo le cuento siempre la verdad. No me invento cómo me van las cosas. Ibrahim confirma orgulloso que ahora es el único miembro de su familia que sabe leer y escribir. - ¿Te alegras de haber venido a Europa? - Sí, claro. Yo pensé que iba a ser difícil pero no pensé que la gente me iba a acoger tan bien y a protegerme. Antes de despedirnos me para un momento y me pregunta si puedo hacerle un favor.

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“Reconciliar al mundo es demasiado ambicioso, pero al menos se puede formar a los niños para ser respetuosos hacia las diferencias, que son lo único que nos permite aprender: Si todos fuéramos iguales, no podríamos ofrecernos nada unos a otros.’’ Yehudi Menuhin

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EL VIAJE DE MARIAM Casablanca - Nador (Marruecos) - Melilla

Melilla Casablanca Nador

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MARIAM Mariam (nombre ficticio) llegó a España como menor de edad sin el cuidado o acompañamiento de ningún adulto. Sale de su entorno familiar de Casablanca, llega a Nador, y pasa corriendo a través del puesto fronterizo de Melilla. En la ciudad autónoma es llevada a un centro de protección de menores donde permanece únicamente dos semanas, hasta que le realizan la prueba para la determinación de la edad de manera incompleta y sin cumplir el protocolo médico -solamente le revisan su muñeca. Como resultado, se decreta su mayoría de edad. Se queda desprotegida, en situación de calle, sin posibilidad de regresar a su entorno por la violencia sufrida en el mismo de la que tuvo que huir. Ni Melilla ni ningún sistema formal le ofrece una respuesta a su situación y sus necesidades. Sin embargo, un primer encuentro en la ciudad de Melilla con Cristina, actualmente abogada de Diaconía, y algunas otras personas como Abdu, Blanca, Maite, Maria… le permiten salir de la calle y poder seguir su camino con más posibilidades. Mientras es acogida en Madrid en un recurso de protección de Diaconía para personas mayores solicitantes de protección internacional y mujeres potenciales víctimas de violencia, sigue luchando por que se le reconozca la minoría de edad, esta vez con la atención multidisciplinar e integral del equipo jurídico, psicológico y educativo-social de Diaconía.

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Allí Mariam conoce a María José, educadora social del recurso, con la que comparte momentos muy especiales que le ayudan a transitar momentos difíciles y seguir tomando decisiones para poder dar una respuesta más ajustada a sus necesidades. Finalmente, transcurrido un año de trabajo legal con su país de origen a través del Consulado de Marruecos, se le reconoce la minoría de edad que ella no ha dejado de defender durante casi dos largos años, y es trasladada al centro de primer acogida Hortaleza en Madrid. Pasa luego a un piso para menores tutelados por la Comunidad de Madrid en donde reside actualmente. En Madrid, de la mano de sus personas de referencia, un grupo de amigos que la conocieron en Melilla incluida la propia Cristina, en cuya casa pasa varios meses tras fracturarse un tobillo y no recibir atención del sistema sanitario por considerarla mayor de edad, va encontrando y construyendo una familia de la que Yassine, joven marroquí de 26 años, forma parte inherente. Como Mariam, Yassine también entró a España por Melilla como menor de edad unos cuantos años antes que ella. Juntos, han podido generar y afianzar relaciones de confianza, de respeto… de amor, que permiten construir una vida juntos. Echando la mirada atrás, viendo cómo esto le ha permitido salir de una situación muy crítica, nos llega a la conciencia que “nos salvamos juntos o nos hundimos separados” (Juan Rulfo).

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Mariam, memorias de una niña Mariam (nombre ficticio), 17 años, un torbellino con melena rizada y unos ojos que brillan con picardía cada vez que escoge con cuidado las palabras de un idioma español al que mima como a un regalo recién estrenado. Yassine, de 26 años, tono tranquilo y mirada limpia cuando rememora con tranquilidad los pasos que le han llevado a este destino tanto tiempo buscado. Los dos son marroquíes; de Casablanca ella, de Fez él, grandes ciudades del vecino de abajo al que tan a menudo ignoramos, tan lejos y tan cerca a la vez. Hay miles como ellos. Hoy los dos recuerdan desde Madrid uno de los viajes más cortos para dar uno de los pasos más largos que se pueden dar hoy en el mundo. Para los dos la migración empezó mucho antes de Melilla.

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Una vida buena “Hay futuro” Yassine dice que esa idea es algo habitual en casi todos los barrios de Marruecos, que uno crece con ella enroscada en el cerebro y la asimila con naturalidad, como una verdad indiscutible. “Siempre hemos escuchado a nuestras familias que aquí se vive bien, que aquí las cosas están mejor, que hay futuro. Se lo escuchas a los vecinos o a los amigos, todo el mundo tiene un amigo, un primo, un familiar que vive aquí. Luego llegan con un buen coche, presumiendo de una vida buena, diciendo que las cosas aquí les van bien. Al final te fijas. Siempre escuchas en el barrio “Nosequién ya se fue”, y te entran muchas ganas de venir. Mariam: Sí, es que eso es así. Te voy a poner un ejemplo ¿Qué europeos vienen a África a estudiar con una beca por ejemplo? Es rarísimo. En cambio, todos los marroquíes quieren venir a España. Yo tenía vecinos alemanes, veía a turistas por mi ciudad… pero no es lo mismo. Si ellos están aquí ¿por qué yo no puedo ir allá? ¿por qué mi pasaporte no vale para para ir a otros sitios?

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Cristina Puigdengolas, actualmente abogada y coordinadora jurídica del Área de mujer y lucha contra la Trata de Personas de Diaconía y que vivió años en Melilla proporcionando asesoramiento legal y representación jurídica gratuita (pro bono) a personas migrantes y vulnerables de la ciudad, puntualiza: “Ambos salen de su país por violación de derechos en su propio entorno. Un niño no sale de su casa simplemente porque quiere una mejora de su situación de vida, sino porqué está huyendo de situaciones difíciles que le impiden desarrollarse como persona y crecer en condiciones de libertad, seguridad y respeto a sus derechos. Ninguno de los dos puede volver a su entorno; vienen de situaciones de violencia complejas. Y como niños que son, buscan las maneras más positivas e ilusionantes para justificar y sacar lo positivo de la situación. Pero es importante no olvidar que el punto de partida es otro... Venirse solos y pasar por todo lo que pasan es algo muy delicado.’’

Cristina Puigdengolas

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Mariam llegó a España como menor de edad sin el cuidado o acompañamiento de ningún adulto. Según datos estatales en 2020 había registrados más de 9.000 menores extranjeros no acompañados en España, tan sólo el 10% eran niñas y adolescentes como Mariam. Pero a sus catorce años ella no sabía qué era ser “una mena”, y mucho menos había pretendido serlo. Aún lejos de comenzar un largo periplo legal y burocrático, y de sufrir las situaciones complejas que le obligaron a huir de su entorno, Mariam iba al colegio, entrenaba kárate, jugaba con amigas y tenía sus problemas en casa. Un día decidió con tres amigos del barrio ver un poco más de su país, acercarse a la frontera. “Teníamos ahorrado 70€ cada uno. Entramos a un locutorio, y ahí calculamos cuánto costaba comprar los billetes de tren de Marrackech a Nador y alquilar una habitación por allí. Compramos también un poco de comida y luego estuvimos por ahí dando vueltas. Apunté los números, apagué el móvil y lo dejé en casa. Llamé días después desde un locutorio, me daba miedo de que me diesen una paliza”. Yassine asiente, la historia le suena: “Ninguna familia quiere que sus hijos se vayan. Si llamas te dicen “vuelve, vuelve”, Cuando me fui busqué mucha ropa, y me despedí de mi madre, de mi padre no. Ella no sabía nada. Me preguntó ¿por qué estás tan cariñoso? “Desconecté el móvil, ni WhatsApp ni nada, estaba concentrado en venirme. La llamé a los 15 días y le dije: “no me pidas que vuelva, porque no voy a volver”. A Yassine el viaje de Fez a Nador le costó solo tres euros.

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© Fernando Tricas

España son unos grandes almacenes Yassine intentó entrar en España varias veces desde los dieciséis años, dice que en Melilla es más fácil entrar que en Ceuta, al menos antes, en Ceuta la frontera es más estrecha y hay menos posibilidades. En Melilla puedes entrar por mar, por carretera, por la valla. Antes los migrantes entraban corriendo. Lo peor de todo es la policía marroquí.’’ Para Mariam la primera vez no fue fácil: “Pasamos días por Nador con mis amigos. Hasta que un día le pregunté a un militar por la calle si me podía dejar hacer una llamada. Llamé a mi madre, ella me dijo me dijo: “¡por favor vuelve!” y yo colgué.

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Yassine añade: “Para entrar a veces se hacen “bosas”, lo hacen mucho los subsaharianos. Doce o quince personas a la vez, cuantos más mejor. Corren hacia la valla y gritan “bozaaaaaaaaaaa” No sé lo que significa. Si corren quince van a pillar a 6, entran 7, el que no, se lleva una paliza…”. Según datos del Ministerio del Interior el año pasado entraron por tierra 1150 personas migrantes a la ciudad de Melilla. Mariam continúa, “De Melilla lo que me molaron fueron las imágenes de las iglesias, como en el Islam no tenemos imágenes…. También me llamó la atención que las marroquíes hablaran tamazigh y casi no las entendía. Porque nosotros hablamos árabe clásico”. Silvia Gabriele reflexiona sobre lo que significa Melilla para las personas migrantes y refugiadas que viven allí. “Llegan diferentes perfiles con necesidades distintas: algunos que se quedan por un tiempo limitado, otros llevan más tiempo y se quedan un tiempo atrapados. La perspectiva de la ciudad entonces es distinta, varía según el perfil; personas refugiadas de muchas nacionalidades que llegan por tierra o por mar: de Oriente Medio, países subsaharianos, o países del Norte de África, o en algunos casos de más lejos como Bangladesh o Pakistán. Hay adultos, niños y niñas, personas mayores. Cristina añade: “Melilla aglutina un crisol de personas de diferentes culturas y situaciones personales, muy vulnerables, con necesidades diversas que no siempre son atendidas en cuanto , para ello, hace falta una documentación que acredite la identidad de las personas

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1ue llegan y que no siempre es posible obtener, en cuanto muchas de ellas llegan con lo puesto, tras haber tenido que huir rápidamente de sus países de origen Silvia continúa: “La mayoría no se lleva muy buenos recuerdos de Melilla; es un sitio de tránsito para entrar a Europa: la mayoría tiene como objetivo la llegada a la península lo más rápidamente posible. Y en otros casos, como cuando tienen familiares fuera, a otros países de Europa a los que asocian mayor calidad de vida. Pero deberíamos al menos trabajar para que esta estancia sea lo menos dura posible. Y hay mucho que mejorar; ha habido avances en los centros de acogida, pero hace falta seguir trabajando en la línea de respeto de los derechos humanos”. David está de acuerdo: “Desde el punto de vista legal, lo primero que habría que hacer es facilitar el acceso al procedimiento de asilo a través de la frontera. Sí hay un puesto fronterizo en el que se puede pedir asilo, pero no es real en el día a día: lo cierto es que una persona subsahariana no puede acceder a la frontera porque las autoridades marroquíes se lo impiden. Lo primero es garantizar que aquellas personas que quieran solicitar protección internacional puedan hacerlo en condiciones seguras sin necesidad de saltar una valla o de entrar por mar como sucede en Melilla, muchas veces perdiendo la vida.’’

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“La pequeña España”, una ciudad de paso La primera palabra que aprendió Yassine en español fue “tranquilo”, (para decir a la policía). La segunda fue “buena gente”. La primera palabra que aprendió Mariam fue ¡No hay salida! ¿Mariam tu recuerdo de Melilla es malo o bueno? “Yo tengo recuerdos buenos y malos. Lo mejor ha sido aprender un idioma nuevo, los últimos días en Melilla, aprendí muchas cosas, Para Yassine en cambio el recuerdo de Melilla es malo “Estuve viviendo en la chabola con un par de chavales. Conocía a muchos chicos de mi barrio que también estaban en Melilla y eso es bueno, aunque las condiciones hasta que puedes salir de allí son duras… Una vez entró una serpiente y me llevé el susto de mi vida. Pero aprendí lo que es la independencia. No me imaginaba fuera de casa de mis padres. En realidad, lo mejor de Melilla al final son los amigos, las personas que conoces. Y con las que terminas por compartir todo: comida, zapatillas, ropa, cigarrillos. Hacíamos marmita para todos. Luego seguimos en contacto por WhatsApp o Messenger, aunque cada uno ha hecho su vida.

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Uno se fue a Marruecos a vivir, está con sus padres que son mayores y se ha olvidado del tema. Lo mejor son los educadores y la gente buena que he encontrado y me ha ayudado. Anna Sol, de ACNUR, cree que si algo necesitan los cientos de personas refugiadas y migrantes que llegan cada año a Melilla es acompañamiento. “Llegan tras experiencias muy duras y para nosotros es importantes escucharlos y atender sus necesidades. No sólo las materiales, ya que estas personas llegan muy afectadas por todo lo que han vivido tanto en su país de origen como en la ruta. Es importante que haya organizaciones que les den un acompañamiento psicosocial, que les enseñen español…” “Lo ideal sería que no tuvieran que quedarse demasiado tiempo en Melilla. Ellos sienten que aún no han completado su viaje si no han llegado a la península y pensar que no están en España les genera mucha frustración, de hecho, llaman a Melilla “La pequeña España” y a la península “La gran España”. Yo creo que deberíamos hacer su estancia en la ciudad lo más llevadera posible, tenerlos más en cuenta y escucharlos más”. Luego también creo que faltan espacios para que se genere una convivencia entre refugiados, migrantes y la población de Melilla.

CETI está muy alejado de la ciudad y debido al desconocimiento se crea mucha desconfianza mutua”. Yassine recuerda de Melilla sobre todo las ganas que tenía de irse. “En aquella época estaba como loco por cruzar el mar. Iba todos los días al puerto a colarme en los barcos, conocía todos los huecos, bajo el asiento del conductor, etc. Lo intentaba cada noche, pero me pillaban siempre”. Mariam también lo intento: “A mí me pillaron también, me quedé enganchada en las escaleras de las cuerdas y me descubrieron los perros. Yassine: “Lo ideal es no llevar colonia, ropa sucia... hay que llevar ropa negra para que no te vean con la linterna y limpia para que no huela. Lo intentaba cada dos días cuando llegaba en Armas, la naviera que cruza el Estrecho, pero nunca lo logré”.

El Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI), dependiente del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, está muy alejado de la ciudad y esto dificulta que puedan conocer la cultura española y que haya una cierta convivencia”.

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Cristina Puigdengolas señala que “En España, incluida Melilla existe una obligación legal de tutelar a aquellos menores que llegan solos y, por tanto, se encuentran en situación de desamparo. La obligación de tutelar incluye no solo el alojamiento y manutención, sino también la educación de estos niños y niñas. En Melilla, si un menor no llega a la hora estipulada para dormir, no le dejan entrar esa noche y le dan de “baja”, empezando a contar de nuevo su periodo de estancia en el Centro desde cero, sin contar el tiempo anterior al día en el que no llegó puntual”

Mariam, pasó dos semanas escasas en el Centro de Menores de Melilla antes de que le decretaran mayor de edad y cree que la ciudad puede llegar a ser más difícil para una chica. “Depende de con quién vayas y a

dónde vayas. En los centros de menores a veces era más difícil”

Coincide con Yassine en que el tiempo que pasas allí estás en el alambre y cualquier movimiento puede hacerte volver mil kilómetros atrás y retroceder a la casilla de salida: “basta con que llegues un día tarde al Centro”.

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Y Silvia Gabriele añade: “Todos los menores no acompañados que llegan a Melilla están bajo la tutela de la Ciudad Autónoma. Pero realmente yo creo que ahí es donde hay bastante fallos en el sentido que no se impulsa la integración de estos niños. Al revés, hay mucha criminalización de estos menores, y nos olvidamos de que son menores: prima el prejuicio de que son delincuentes, de que roban, de que viven en la calle y no, que son niños que necesitan un acompañamiento y personas que les traten primero como niños y niñas, y luego, ya que se fijen en su situación administrativa.’’ Que es un problema muy complejo y con muchas aristas es algo en lo que todos coincidimos. - Desde que salisteis ¿Habéis vuelto a Melilla? - Mariam: No. - Yassine: No.

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Un acompañamiento para mayores Mariam tuvo suerte y pudo llegar a la península de forma regular. El apoyo de Cristina fue esencial en este paso. En Madrid, Mariam fue acogida en un recurso de acogida de Diaconía para personas mayores solicitantes de asilo y mujeres víctimas potenciales de violencia. Era necesario encontrar un recurso mientras seguían peleando por el reconocimiento de su minoría de edad. Allí conoce a María José Domenech, educadora social del recurso. “Mi relación con ella fue muy bonita, la verdad, porque ella era muy joven, pero muy madura en sus ideas y estaba hecha un lío porque en realidad ella sentía que no era su sitio, no encontraba su identidad, había otras mujeres, mujeres de distintos países africanos. Pero nadie que representara de dónde ella era, con sus costumbres… Y luego ella era adolescente y la gente era mucho más mayor que ella… Necesitaba hablar con gente joven, y buscaba sacar su enfado. Necesitaba sacar su rabia porque tenía mucha rabia entonces y necesitaba que la aceptaran como ella era, como ella hablaba, como ella se expresaba… es super cariñosa también.’’

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Y María José, echa la mirada atrás y sigue contándonos: “No sabía qué quería ser en su vida. Ella quería estudiar, quería trabajar, quería ser una persona independiente. Pero no sabía por dónde empezar, cómo hacer. Y sobre todo quería gente que la acogiera. No se me olvidará esa tarde que ella decía: “quiero beber una coca cola, quiero salir de este recurso que me marca tanto los ritmos y cómo tengo que ser y estar…’’ Y le digo: “¿por qué Mariam no eres como tú eres?’’ Ella dice: “yo soy, como yo soy. “Y digo, “venga, demuéstramelo’’. Y cogí una pelota y empezamos a tirarnos la pelota, a jugar como dos crías’’. Con ternura, sigue desmadejando los recuerdos: “Yo la escuchaba mucho, más que hablar la escuchaba. A veces no lo entendía, pero me daba igual, solo escuchaba. Entonces hice una estrategia: usé sus palabras y se las repetí. Y a base de usar sus palabras y repetírselas, ella se sintió comprendida. Fue un vínculo enorme, muy fuerte. Ella de repente vio en mí una parte que no podía sacar. Y yo hice un poco de escudo de contención para ella, en el sentido que podía sacar sus cosas y no pasaba nada, no se sentía mal. Nadie la iba a recriminar, nadie la iba a regañar. Jugamos a la pelota, corrimos como dos niñas pequeñas, nos tiramos al suelo… nos bebimos una coca cola. Salimos, le dio el aire, el viento. Empezamos jugando y acabamos medio llorando. Y al final, ya en calma, le dije: “ya puedes pensar con más clama cuál es tu objetivo, hacia dónde quieres dirigir tus pasos, quién eres tú y lo importante que eres tú para ti misma y para tu futuro’’. Madre mía, ¡fue un torbellino de emociones y lo viví con ella!

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Una nueva vida en Madrid Mariam se ha apuntado a un curso de quiromasaje, está matriculada en un Centro de educación para personas extranjeras, ha cambiado el kárate por el boxeo y un educador del centro para menores en el que está le abre las puertas del gimnasio en el que se practica boxeo social formativo. “Ahora voy a entrar en un instituto de menores para un programa de dos años de la E.S.O, primero tengo que sacar la E.S.O y luego ver si puedo ser integradora social”. A día de hoy, ya está matriculada y asistiendo a clase diariamente. Yassine lleva solo unos 7 meses con papeles, pero ya le ha salido un contrato de trabajo y tiene novia. “Trabajo en un centro de datos de la parte eléctrica de telefonía y me estoy pensando en hacerme un curso de contabilidad o hacerme instalador en la misma empresa. Sacarme el carnet de conducir… Estoy ayudando mucho a mi familia”.

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¿Has vuelto a verlos? - Hablo con ellos, pero mi padre ya no me tiene que decir lo que tengo que hacer. Hablamos desde el respeto. Mariam se queda, lo tiene claro, siempre lo tuvo.

“Desde antes de llegar siempre pensaba que quería vivir en Madrid y desde que he llegado tengo claro que no quiero vivir en otro sitio. Yassine en cambio pensó hasta hace poco en seguir moviéndose un poco más: “Yo en cambio quería irme más arriba, lo más lejos posible de Marruecos. Mientras más arriba, mejor. A veces compraba billetes de bus a Bilbao, Barcelona, Santander y muchas veces no llegué a irme. A Santander por ejemplo me ofrecieron colarme en un barco que iba a Canadá y lo estuve pensando. Tenía que pasar 21 días en el mar y al final no me atreví’’. - ¿Qué es lo que has aprendido Mariam? - A ser más humilde, quererme a mí misma para querer a los demás, tener los objetivos más claros. Me gustaría dar las gracias a las personas que me han ayudado a venir hasta aquí. Mariam pronto dejará de ser una “MENA’’, en unos meses cumplirá los 18 años.

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05 CONCLUSIONES Ya terminando, nos preguntamos sobre la integración y aceptación de la población autóctona de los migrantes y refugiados. Le preguntamos a Silvia Gabriele: para los autóctonos, para los melillenses, ¿cómo crees que aceptan al que llega de fuera, a esos miles de migrantes y refugiados que llegan de fuera? “Bueno, esa es una pregunta difícil; creo que es la pregunta de un millón de dólares, porque al final yo pienso, por mi experiencia, que realmente no hay una integración y una convivencia real entre todas estas distintas comunidades, sino simplemente se encuentran en el mismo sitio. Melilla una ciudad que se encuentra en entre dos culturas distintas. Por un lado, está la española, y ahí también hay una parte de la comunidad melillense que quiere defender esa parte española de la ciudad. Pero, por otro lado, y esto es innegable, la otra mitad de la población tiene otro tipo de cultura, otro tipo de tradiciones, de religión. Yo, por mi experiencia, creo que hacen falta fomentar y promover espacios de encuentro.

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Hacen falta más iniciativas de la sociedad civil, de la población autóctona que sea capaces de mostrar el lado positivo, de que estos miles de migrantes y personas refugiadas puedan aportar a la ciudad. Yo he trabajado durante mucho tiempo en contacto directo con todas estas personas que llegaban y, escuchando sus historias, pienso que tienen mucho que aportar, que tienen muchas ganas de empezar una nueva vida. Y creo que lo que falta y que deberíamos reforzar es que se sientan útiles, que no solamente que llegan acceden a toda una serie de servicios de derecho, sino también que de alguna forma se revierta un poco esa manera de entender las migraciones y se pongan en valor todos los recursos que tienen’’.

Y a Vanessa y a Marta: ¿Y qué tal acepta Jerez de la Frontera la inmigración? “Jerez es que es ciudad refugio. Realmente hay ya una gran cantidad de personas africanas. De todas maneras, es verdad que ellos salen, se relacionan con los jerezanos y luego los sábados por la noche ellos van a una plaza muy céntrica y ellos están en una zona y los jerezanos en otra. Luego es verdad que pasan, saludan, pero no tienen relación. Es complicado. Hacen más contacto por el tema del futbol. De hecho, empezaron así. En las pistas de futbol que hay aquí alrededor, que están abiertas durante todo el día. Nosotros les compramos pelotas. Entonces se iban, jugaban y luego a lo mejor ya llegaban los típicos chavales, más o menos todos de la misma edad, y decían, ¿oye, podemos jugar con vosotros que no tenemos pelota? Y pues venga, sí, vamos. Al principio había mucho apuro por parte de los chicos. Y yo les decía: “a ver, si no les entendéis, no pasa nada.’’ El idioma los echaba muchísimo para atrás. Les teníamos que decir: “No pasa nada. Vosotros les decís: habla un poco más lento.’’ Porque aquí el acento…’’ Nos reímos todos.

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© UNHCR / Bela Szandelszky

¿Y qué es lo que en vuestra opinión hace falta realmente? Llegan, les estamos dando de formación… pero ¿cuál es el escollo que se van a encontrar ellos ahora? “El tema del empleo, terminan la formación… pero el tema del empleo está muy mal. A nivel del programa, con los cambios que ha habido ahora, a nivel de trabajo perdemos mucho. Porque ahora tenemos solo 18 meses para todo, si no te deniegan, para hacer todo el proceso. Y si no lo consiguen, salen del programa y se quedan sin ayudas, sin empleo y se quedan en calle. ¿Y qué hacen? En Jerez tienen más alternativos. En esa situación nosotros lo que hacemos es ponernos en coordinación con otros recursos de la ciudad para ver dónde podemos ubicar a esa persona’’. “Y luego viene el apego: tú estás aquí, estás apegado a nosotros, es lo que pasa, porque para ellos esta es su casa y ahora te tengo que mandar a Huesca. Entonces nosotros también tenemos que empezar desde que llegan a trabajar con esto: tengo que darle el apego y también el desapego. Yo te enseño tu casa, pero igual que yo he sido adulta y he tenido que salir de mi casa para ir a otra zona a trabajar, tú tendrás que hacer lo mismo. Y claro, eso es muy complicado también’’.

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Agradecimientos Queremos agradecer la participación de todas las personas que han compartido sus experiencias de vida… … a Abdelkarim, Ibrahim (nombre ficticio), Mariam (nombre ficticio) y Yassine Kicheur, por abrir una parte de su vida y de sus corazones. …. a las personas que los han acompañado y siguen acompañando desde la cercanía, el cariño y el respeto: Abdu Main, Anna Sol, Cristina Puigdengolas, David Melián, David Morales, Enrique Vaquerizo, Isabel Benito, Isabel Guerra, María José Domenech, Marta Perez, Oriana Miranda, Silvia Gabriele, Vanesa García; el equipo de Diaconía de Migraciones, Protección Internacional, y Lucha contra la Trata de Personas, los profesionales de Tharsis-Bethel en Jerez, la asociación Geum Dodou de Melilla, el equipo de ACNUR de Melilla, el departamento de Protección Internacional y Comunicación de ACNUR España, Sat Nufri, y Hamid Hosseini. Y a todas las personas migrantes que se ven obligadas a salir de sus países en busca de una vida más digna, a las personas que las acogen contribuyendo juntos a una sociedad más justa e inclusiva.

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‫رندی و قّال شی‬ ‫)موالنا جالل الدین محمد بلخی (مولوی‬  ‫چه تدبیر ای مسلمانان که من خود را نمیدانم‬ ‫نه تـرسا و یهودیـم نه گبرم نه مسلمانم‬

Tan Solo Aliento MEVLANA JELALUDDIN RUMI Ni cristiano ni judío ni musulmán, tampoco hindú budista, sufí, o zen. De ninguna religión

‫نه شـرقیم نه غـربیم نه بـریم نه بـحریم‬ ‫نه ارکـان طبـیعیم نه از افـالک گـردانم‬

o sistema cultural. No soy del Este ni del Oeste, no surjo del mar

‫نه از خاکم نه از بادم نه از آبم نه از آتش‬ ‫نه از عرشم نه از فرشم نه از کونم نه از کانم‬

ni de la tierra. Ni natural ni etéreo, no compuesto por ningún elemento. No existo.

‫نه از دنیا نه از عقبی نه از جنت نه از دوزخ‬ ‫نه از آدم نه از حوا نه از فـردوس رضـوانم‬

no soy una entidad en este mundo ni en el siguiente. no desciendo de Adán y Eva ni de ninguna

‫مـکانم المـکان بـاشد نشانم بی نشـان باشد‬ ‫نه تن باشد نه جان باشد که من از جان جانانم‬

historia de los orígenes. Mi lugar es sin lugar, un rastro de lo sin rastro. Ni cuerpo ni alma.

‫دوئی از خود برون کردم یکی دیدم دو عالم را‬ ‫یـکی جویم یکی کویم یکی دانم یکی خوانم‬

pertenezco al Amado, he visto que los dos mundos son uno y ese llamo y conozco,

‫هو االول هو اآلخـر هو الظاهـر هو البـاطن‬ ‫بـغیر از هو و یـا من هو دگر چیزی نمی دانم‬

primero, último, exterior, interior, tan solo eso aliento respirando existencia humana.

Idioma original Persa/Farsi y Turco.

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Traducción: Isabel Guerra de la versión inglesa de Coleman Barks.

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