Revista TDI-16

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EN PAPEL El año pasado trabajaste con Martín Churba en algunos proyectos puntuales. ¿Cómo nació ese encuentro? Todo surgió a partir de una obra que hice para ArteBA. En la feria se nos hizo un homenaje a mí, a Enio Iommi y a Gyula Kosice. Me dieron una pared que medía cinco metros por ocho, para que hiciera lo que tuviera ganas. Entonces, hice una serie de pequeños dibujos sobre tiritas de papel, que luego fueron ampliadas, llegando a un tamaño de un metro por cinco. Me pareció muy interesante ese proceso, porque, 30 años atrás, no se podía hacer algo así. Sea como fuere, el resultado fue que la calidad del dibujo cambió. Todas las líneas y las manchas tomaron otra forma, se alteraron los bordes del dibujo. En total, quedaron ocho tiras, y se instalaron una al lado de la otra, formando una especie de mural que cubría toda la pared. ¿Cómo pasaron esas tiras a formar parte de la instalación que hiciste en la vidriera del local de Martín Churba, en la calle Rodríguez Peña? Tiras parecidas a las que había hecho para ArteBA, con otros dibujos, fueron usadas para esa instalación. La diferencia residió en que esas tiras fueron reproducidas sobre género, y ya no sobre papel como en la feria. Sobre esa base se armó la vidriera. ¿Cómo se trasladó ese trabajo a la colección de ropa de Martín Churba? La colección surgió de esas mismas manchas de color. Martín logró adaptar esas tiras a la ropa, y quedó realmente muy bien. En comparación con la ropa que hay en Tramando, el local de Martín, que es muy linda y que está llena de detalles, estas prendas son bastante diferentes, porque son mucho más explosivas. Estuvo muy bueno hacer este trabajo. Además, fue algo muy rápido. En su taller, Martín tiene una máquina fabulosa que estampa enseguida lo que uno quiera. Entonces, se hicieron las tiras, se cortaron, y chau. De ahí, las tiras pasaron a la vidriera, y luego se hizo la ropa. Eso fue todo. Martín es así: muy activo, muy rápido. No es de esos tipos que piensan durante cinco horas antes de ponerse a hacer algo. No. Él resuelve. Me llevé muy bien con él, porque también soy así. En los últimos años, también estuviste involucrado en algunas acciones bastante curiosas. Participaste en el Cow Parade e interviniste una silla para la inauguración del shopping Fontenla. ¿Cómo fueron esas experiencias? Me divierte hacer ese tipo de cosas, y por eso las hago. Creo que no hay ninguna diferencia entre pintar un cuadro o proyectar el plano de un edificio, y pintar una vaca de tamaño natural o intervenir una silla. Todo está relacionado. El origen de las ideas, en realidad, es siempre el mismo. Tanto en la arquitectura como en la pintura, cuando uno quiere resolver un problema, tiene que sentarse y pensar. ¿Qué fue de la vaca y de la silla que interviniste? La verdad es que no sé dónde estará esa vaca ahora. Lo de la silla fue bastante curioso. Me la mandaron a mi estudio para que yo la interviniera. La verdad es que era una silla bastante rara: era como para que se sentara un gigante. Yo pinté el respaldo, el asiento, y también la parte posterior. Esa silla, junto con muchas otras, se subastó. La verdad es que no fui al remate, porque era lejísimos.

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Te gusta trabajar con gente joven, ¿no? Me gusta vivir en 2008, y me sale naturalmente, sin ningún esfuerzo. Obviamente, los trabajos que se hacen hoy en el mundo de la arquitectura y la pintura son distintos a los que se veían en 1951, cuando yo empecé. Pasaron casi 60 años, pero uno se adapta naturalmente, a medida que avanzan los años. En cada momento, uno hace lo que tiene que hacer. Sin embargo, ¿no te cuesta cambiar tu forma de trabajar? ¿Mantenés ciertos procedimientos? Es cierto que ahora hay computadoras, pero no tiene que ser uno, necesariamente, el que se siente en la computadora a diseñar una determinada perspectiva, por ejemplo. Yo prefiero imaginar la perspectiva, hacer la base, y que luego sea otro el que se ocupe de sentarse en la computadora. ¿Te gusta la idea de seguir trabajando con un papel y un marcador? Me gustan los papeles. Creo que nunca se van a dejar de lado. Uno está sentado en el café y agarra un papelito, una servilleta…

ESPÍRITU LÚDICO /Por Martín Churba A mediados de 2008, convoqué a Clorindo Testa para que juntos experimentáramos con diferentes técnicas textiles. La idea era, más que nada, invitarlo a jugar a mi casa. Cuando llegó al taller de Tramando, le mostré los trabajos que se podían hacer con mis máquinas. Se entusiasmó como si fuera un nene al que invitás a jugar a tu casa y queda encantado con tus juguetes. Entonces, decidimos empezar a jugar. Pasamos toda una tarde haciendo experimentos sobre distintas telas. A partir de esa experiencia, Clorindo creó una serie de dibujos que, finalmente, sentaron las bases para el trabajo posterior. Con esos diseños como protagonistas, realizamos una instalación en la vidriera del local de Tramando y, más tarde, una colección de prendas únicas, que se llamó Papeles.generosamente.vestidos, y llevó la firma Testa-Churba. Mientras trabajábamos juntos, tenía la sensación de estar en compañía de una persona contemporánea a mí, que estaba totalmente en contacto con su más tierna infancia y, por lo tanto, muy vinculada a la posibilidad de jugar. Por momentos, caía en la cuenta de que estaba con un señor de más de 80 años, y no podía creer que sintiera tanta libertad a su lado. En un momento, él mismo contó que, cuando iba al jardín de infantes, le gustaba mucho dibujar y que, hoy en día, seguía nutriéndose de esa sensación para hacer sus trazos y mezclar colores. Me pareció increíble que tuviera tan presentes esas experiencias y que parte de su trabajo creativo estuviera anclado en su infancia. Para mí, Clorindo es un héroe, porque se compromete con la ternura, en un mundo en el que pareciera que todos tenemos que mostrarnos cada vez más duros. Hasta el día de hoy, él se permite jugar y aportar su inocencia. Su arte es, probablemente, la muestra más grande de su talento. Su obra arquitectónica es genial, justamente, porque está muy vinculada a su obra artística. Por eso, disfruto de todo lo que hace Clorindo.


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