De dioses, cosmovisiones y leyendas,

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Sofía se perdió. Muy pronto anocheció y Sofía buscó un lugar donde sentarse y encendió una fogata frotando dos palos de aquiche para calentarse. Al amanecer siguió buscando la salida de aquel monte sola, sin compañía, sólo con el canto de unos pájaros, hasta que por fin encontró una luz que parecía como un pequeño agujero en un monte tan grande. Empezó a caminar siguiendo la luz y se acercaba cada vez más y más hasta que llegó. Al llegar, se dio cuenta de que se trataba de una fiesta en donde las personas eran transparentes como los fantasmas, la fiesta era en un cementerio, allí estaba aquella mujer que lloraba de tristeza, otras que habían muerto ahorcadas y otras más, pero ella buscaba al señor de las cadenas, sin embargo no lo encontró. Sofía ya no tuvo miedo porque pensaba que esas personas no eran como otras, convivió con ellos y al poco rato una de ellas le ofreció un agua de capulín. Sofía dijo que sí, entonces la persona que le ofreció el agua voló y Sofía corrió rápidamente a buscar la salida.

Mientras sus papás la buscaban en aquel monte oscuro, gritaban y gritaban: “¡Sofía, Sofía, hija!” Pero ella no los escuchaba. Al anochecer, sus padres regresaron a su casa pensando que su hija había muerto, pero no era cierto. En tanto Sofía buscaba la salida, las personas la atraparon y la llevaron al lugar del convivio. Después, un buen ruido de cadenas empezó a sonar. Sofía recordó aquellos ruidos y éstos eran cada vez más fuertes, hasta que por un lugar oscuro apareció un hombre vestido de negro y encadenado de pies y manos. Ella se asustó tanto que trató de morder las manos de los fantasmas o espíritus, pero ellos no sintieron nada, entonces Sofía gritó tan fuerte como pudo. En la madrugada los espíritus arrastraron unas cadenas, Sofía trató de zafarse de las manos y entonces, cuando el hombre encadenado amarró las cadenas al cuello de Sofía apretando fuertemente para no soltarla, comenzó arrastrarla hasta el cementerio. La acostó sobre una tumba y la amarró tan fuerte, que antes de que amaneciera, la niña Sofía, la leñadora, había muerto encadenada. Sus padres seguían buscándola, la buscaron durante tres días y como no la encontraban, se dieron por vencidos. Mientras que Sofía rondaba por su casa para decirles a sus papás que no murió feliz. Ella necesitaba decirles eso para poder descansar en paz. Cuentan que su alma ronda todas las noches por la forma en que murió y arrastrando las cadenas, es por eso que la llaman “la leñadora encadenada”.


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De dioses, cosmovisiones y leyendas, by Xochipilli Indígena - Issuu