El día del niño hubo una quermés en la escuela. Yo estaba junto al puesto de dulces, cuando volteé y vi a un genio del baile. Se movía como pez en el agua. Al terminar la música, mis ojos se abrieron como nunca antes: el gran bailarín ¡era el robot! Me acerqué a él para preguntarle cómo había aprendido a bailar tan bien, pero él no contestaba. Cuando inició la música se puso de pie y me contestó: —Mi excelso progenitor me ha ilustrado. —¡¿Qué dijiste?! —¡Que mi papá me enseñó! —¿Quieres bailar? Sus palabras me dejaron helado; él podía hablar y bailar también. Desde aquel día el robot se convirtió en mi amigo y me sigue enseñando a disfrutar de la música.
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