CONFERENCIA EN EL SALÓN DE PLENOS DEL AYUNTAMIENTO DE ALCAÑICES Alcañices, 05/08/2015, 18 horas «El Teniente Pablo Muñoz. Otro héroe anónimo»
Distinguido Sr. Alcalde, Respetado Sr. Coronel, Sr. Senador, Sr. Diputado provincial, Sr. Párroco, Queridas familias: Muy buenas tardes. Quisiera iniciar esta conferencia en esta querida localidad de Alcañices, de la que es oriunda mi familia, dando las gracias a su Ayuntamiento y a la Subdelegación del Ministerio de Defensa en Zamora por la feliz iniciativa de los actos de estas dos semanas, con los que se rinde homenaje al Teniente Pablo Muñoz, manchego de nacimiento pero alistano de adopción, que no tuvo en vida otro afán que servir a España en uno de los momentos difíciles de su historia. Y que lo hizo arriesgando incluso su propia vida. Saben ustedes que los homenajes engrandecen a quien los recibe pero también a quien los tributa, porque «es de bien nacidos el ser agradecidos». Soy un firme convencido de que una sociedad no puede funcionar sin valores. Y la crisis que estamos viviendo actualmente es la expresión más significativa de una crisis más profunda, la de sentido, que padecemos desde hace décadas. Sin agradecimiento, sin esfuerzo, sin honestidad o sin autoridad, una sociedad no puede funcionar, de la misma forma en que sin orgullo por la historia y las tradiciones, sin afecto por las personas o la naturaleza y sin respeto por los símbolos colectivos o sin acatar la legalidad un país no puede funcionar. Por ese motivo les invito a que esta tarde me acompañen en un apasionante viaje por la historia de España en la que veremos cómo, cuando su país le necesitó, un español anónimo como el Teniente Pablo Muñoz no dudó en dar lo mejor de sí mismo, como hicieron tantos otros españoles en otros tantos momentos históricos en que supieron darlo «todo por la patria», como reza en las entradas de nuestros acuartelamientos, sin esperar a cambio más recompensa que la íntima satisfacción del deber cumplido, viviendo en ocasiones en el anonimato. Estamos en la tierra de Viriato, de Fernando IIII el Santo, de la batalla de Toro, del sitio de Zamora y del marino Cesáreo Fernández Duro, pero también ―por poner algunos ejemplos― en la del guardia civil Alfredo Díaz Marcos (asesinado por ETA en 1980), en la del soldado de la UME Héctor Luelmo Mayo (fallecido en 2011 mientras buceaba) o en la del comandante Ángel Álvarez Raigada (fallecido en 2012 mientras pilotaba un F5). Son todos ellos ejemplos de personas que sirvieron al bien común a través de su condición de militares. Pero vayamos a la historia concreta de nuestro héroe, que esta tarde irá saliendo de su secular anonimato para convertirse ―estoy seguro― en orgullo de todos los alcañizanos. Y es que
pocas personas de las miles que diariamente transitan la N-122 con destino a Portugal saben que, al pasar por Alcañices, se encuentra enterrado en su antiguo cementerio parroquial uno de los héroes de nuestra Guerra de la Independencia. Nuestra historia se inicia en un lugar de La Mancha, de cuyo nombre sí quiero acordarme, porque Pablo Muñoz de la Morena y Martínez-Zarco había nacido en El Toboso en 1769, en el seno de una familia de la baja nobleza manchega. Originaria de Espinosa de los Monteros (Burgos), se había instalado en aquel municipio toledano durante el siglo XV, en una casa frente al convento de los Agustinos Recoletos. En aquella época poseían 35 fincas, con 8.692 hectáreas. Entre sus antepasados más destacados estaban Bartolomé Martínez de la Morena, Mayor de Ballesteros del emperador Carlos I (lo que hoy sería un Jefe del Cuarto Militar), o el doctor Esteban Martínez-Zarco, Rector del Real Colegio de España en Bolonia entre 1555 y 1561. A una sobrina de este, Ana Zarco de Morales, se atribuye ser la joven que inspiró a Cervantes en la creación de su inmortal personaje Dulcinea de El Toboso (“Ana la Dulce” o “la Dulce Ana” o, transformado lingüísticamente, “Dulceanea” o Dulcinea). Pablo era el segundo hijo de Juan Muñoz de la Morena y Magdalena Martínez-Zarco, quienes por ser primos habían necesitado al casarse en 1761 la dispensa del Papa Clemente XIII. Fue bautizado en la parroquia toboseña de San Antonio Abad ―de ahí la devoción a San Antonio que siempre tuvo su familia―, siendo su padrino su abuelo Pablo Martínez-Zarco, de quien recibió su nombre. Siguiendo las tradiciones de la época, el hermano mayor (Julián) se quedó con la administración del patrimonio familiar, mientras que Pablo optó por la carrera militar y el pequeño (Antonio) por la eclesiástica; sus hermanas eran Sebastiana, Francisca, Rosalía y Teresa. Pablo Muñoz de la Morena ingresó en el Ejército en 1785, siendo destinado al Regimiento de Milicias de Alcázar de San Juan, donde hasta 1789 se dedicó a perseguir el bandolerismo en la parte baja de La Mancha, limítrofe con Andalucía. Son los años del Barquero de Cantillana o del Pedernales. Sus brillantes servicios le permitieron ser distinguido entre la tropa con el ascenso a Cabo. Guerra contra Francia Con ese empleo participó en la llamada Guerra de la Convención, que tuvo lugar entre 1793 y 1794. La contienda pretendía devolver a Francia la monarquía, tras la Revolución francesa y la ejecución del Rey D. Luis XVIII, así como recuperar para España las comarcas de Rosellón, Conflent, Vallespir y una parte de Cerdaña, cedidos a Francia en 1659 por el Tratado de los Pirineos, firmado en la isla de los Faisanes, en Irún. Al frente de las tropas españolas se encontraba el General Ricardos. La contienda, que dio episodios heroicos como el del General Álvarez de Castro, empieza un 17 de abril de 1793 y concluye un 7 de septiembre de 1794. Concluye con el Tratado de Basilea, del 22 de julio de 1795, que establece la cesión de España a Francia de la actual República Dominicana, así como cinco años de compensaciones materiales. En términos generales, la victoria española en la batalla de Mas Deu supone un inicio exitoso para España, que alcanza su cénit en la primera batalla de Le Boulou. Tras la victoria francesa en la batalla de Peyrestortes, la suerte empieza a ser adversa para España; el curso de la guerra será favorable a Francia con la segunda batalla de Le Boulou, concluyéndose para el lado francés con la reconquista del Fort de Bellegarde, en Le Perthus. El hecho significativo
que supuso la pérdida de la guerra para España fue el reemplazo, el 13 de marzo de 1794, del General Antonio Ricardos ―fallecido a causa de una pulmonía― por el General Luis Fermín de Carvajal, que era más joven y menos experimentado, lo que propició la contraofensiva francesa y, a la postre, la pérdida de la Guerra de la Convención, hasta entonces victoriosa para España. El Cabo Muñoz, encuadrado en el regimiento de Dragones de Lusitania, tomó parte activa en cuatro batallas: la de Villelongue-dels-Monts (17 de abril de 1793, victoria española), la de Saint-Génis-des-Fontaines (19 de abril de 1793, victoria española), la de Mas Deu (19 de mayo de 1793, victoria española) y la de Trouillas (22 de septiembre de 1793, victoria española); también participó en las tres acciones militares: la de Laroque-des-Albères (9 de mayo de 1793, victoria española), la de Elne (23 de mayo de 1793, victoria española) y la de Opoul-Périllos. Capítulo aparte merece la toma de tres fortificaciones: el castillo de Banyuls-dels-Aspres (4 de junio de 1793, victoria española), el fuerte Lagarde de Prats-de-Mollo-la-Preste (6 de junio de 1793, victoria española) y la torre de Thuir (el 29 de junio, victoria española), así como los dos sitios en que participó: el del castillo de Collioure (13-27de diciembre de 1793, victoria española) y el de la villa fortificada de Millas (1 de julio de 1793, victoria española), donde sufrió el fuego de cañón y obús durante 25 días. Pero nuestro héroe se destacó especialmente en la batalla contra la caballería francesa en el Champ des Trompettes Hautes de Villelongue-dels-Monts, donde los Dragones españoles se batieron con los Dragones franceses, a los que vencieron, y en Saint-Génis-des-Fontaines (19 de abril de 1793, victoria española). Fue en ese contexto cuando el Cabo Pablo Muñoz realizó dos auténticas proezas, al encabezar voluntariamente la partida de honor y riesgo (lo que hoy sería un comando de operaciones especiales) que el 7 de diciembre de 1793 tomó la batería del Champ des Trompettes Basses, en Villelongue-dels-Monts y, una vez acallada aquella batería, facilitó la caída del castillo de Montesquieu-des-Albères, al que en realidad protegían los cañones franceses.
Nuestro héroe continuó su participación en aquella Guerra luchando en su frente occidental, el de Navarra, al pasar el Cuerpo de Ejército de Aragón, al mando del Teniente General Pablo de Sangro, a reforzar al Cuerpo de Ejército de Navarra. Allí contuvo la contraofensiva francesa durante cinco meses. Efectivamente, tras la ocupación de Fuenterrabía, Vergara y Azpeitia, los franceses intentaron ocupar Pamplona. Pero allí se encontraba el Cabo Muñoz, esta vez encuadrado en la compañía de Granaderos de su Regimiento, que consiguió vencer a las tropas francesas en la batalla del Paso de las Dos Hermanas, que tuvo lugar en Irurtzun el 26 de noviembre de 1794. La acción militar no era nada fácil, porque al Cuerpo de Ejército de Aragón (menos numeroso que el de Cataluña y el de Navarra), se le asignó la función defensiva de los Pirineos Centrales, que exigía un mayor número de efectivos por la dispersión de puestos y picos pirenaicos, así como de pueblos que proteger.
A la vuelta de esta primera campaña militar don Pablo Muñoz fundó también una familia, casándose en 1801 en El Toboso con su prima Juana-María Cano Coronado. Conforme al derecho canónico de la época, necesitó dispensa del Papa Pío VII y, conforme a la legislación militar de entonces, permiso del Rey D. Carlos IV.
Guerra contra Portugal De los Pirineos pasó a Portugal. Efectivamente, en 1801, don Pablo Muñoz participó en la Guerra de las Naranjas, con la que Francia y España atacaron a Portugal por su alianza con Inglaterra. La contienda recibió su nombre del ramo de naranjas que el primer ministro Godoy hizo llegar a la Reina Dª María Luisa cuando sitió la ciudad de Elvas, en alusión a lo breve que se esperaba aquella guerra. El Cabo Muñoz participó en ella encuadrado en el batallón de Granaderos del Regimiento de Milicias de Alcázar de San Juan, bajo el mando del Coronel Ángel Jiménez de Pedrero, dentro de la 4ª División, comandada por el Teniente General Javier de Negrete. Con citado Regimiento logró la rendición de Juromenha el 20 de mayo de 1801 y sitió Campo Maior del 24 de mayo al 6 de junio de 1801, sitio en el que hubo con un fuerte intercambio de cañones, obús y mortero. La campaña militar apenas duró dieciocho días, entre los meses de mayo y junio de 1801, procurando para España la soberanía sobre los municipios portugueses de Olivenza y Villareal, aún hoy españoles. Guerra de la Independencia Llegamos al punto clave, porque fue durante la Guerra de la Independencia española, entre 1808 y 1814, cuando don Pablo Muñoz llegó al cenit de su carrera militar, contienda que sirvió para recuperar la soberanía nacional arrebatada por la invasión napoleónica y que nuestro héroe inició ya como Sargento 2º, dentro del Regimiento de Milicias de Alcázar de San Juan, bajo las órdenes del Coronel Francisco de Treviño. Campaña del Sur El frente de Andalucía se inicia cuando el General Dupont se dirige a Cádiz para salvar a los barcos franceses que permanecían bloqueados en el puerto, bloqueo con el que España pretendía resarcirse de la derrota de Trafalgar, en 1804. Dupont tendrá la mala suerte de tener detrás suyo, en todo momento, al General Castaños, que concluirá la campaña con la victoria en Batalla de Bailén. La primera acción del Sargento 2º Pablo Muñoz fue el sitio, toma y rendición de la escuadra francesa en el Caño del Trocadero, del 30 de mayo al 10 de junio de 1808. La captura de la flota de cinco navíos comandada por el Almirante de Rosily-Mesros compensó las pérdidas habidas en Trafalgar, supuso la ruptura del bloqueo continental impuesto por Napoleón y creó un espíritu de lucha en la población española ante un enemigo al que se consideraba imbatible. La isla del Trocadero, que años atrás sería una victoria Francesa, y daría nombre a una plaza en París, sería aquel 1808 el escenario de una significativa derrota. Más significativa fue su participación en la defensa del puente de Quart de Poblet, el 27 de junio de 1808, donde las tropas españolas al mando del General de brigada Caro, que tenía a su mando a 1.000 infantes, 100 jinetes y 3 piezas de artillería, batieron en retirada a las del General de división Jeannot de Moncey, que comandaba 12.000 infantes, 1.800 jinetes y 18 piezas de artillería. La batalla tuvo lugar junto al puente de San Onofre que cruza el Turia e impidió el avance de las tropas francesas hacia Valencia, gracias sobre todo a la decisiva carga de los Dragones de Lusitana en el que en esta ocasión se encuadraba el Sargento 2º Pablo Muñoz.
Más tarde, desde el 1 al 17 de julio de 1808, nuestro héroe tomó parte activa en las acciones de Jaén, Mengíbar y Andújar, que fueron los prolegómenos de Bailén, del 18 al 22 de julio de 1808, la gran batalla de nuestra Guerra de la Independencia, en que el General Castaños se impuso al General Dupont, cambiando el curso de la guerra en favor de España.
Pero centrémonos en la acción de Mengíbar, aquel 16 de julio de 1808, por cuyos distinguidos servicios el Sargento 2º Pablo Muñoz fue condecorado en 1816 con la Medalla de la Batalla de Mengíbar.
El 13 de julio de 1808 llegan a Mengíbar los Dragones franceses, bajo el mando del General Ligier-Belair. Y, en la madrugada del 14, llegan a esta localidad jienense los Dragones españoles, al mando del General Benegas, entrando por La Tejera y entablando un tiroteo con las fuerzas francesas que controlaban esta entrada al municipio, concretamente en lo que hoy se conoce como la Fuente de los Franceses. El calor era tremendo y el campo estaba sin segar, por lo que ardía continuamente; los vecinos de Mengíbar se centraban en intentar apagar aquellos incendios para evitar que el fuego llegara a las casas.
El tiroteo produce varios muertos, se instalan diversos hospitales móviles y finalmente, tras las cargas de los Dragones de Numancia y de los Cazadores de Olivenza, los franceses huyen del pueblo, cruzando al otro lado del río Guadalquivir por el vado del Rincón. Desde allí el General Ligier-Belair, temiendo un nuevo ataque español, solicita ayuda al General Vedel. Desde aquella orilla los franceses contemplan la recuperación de Mengíbar por las tropas españolas. Una vez garantizada la seguridad interior en la localidad, el General de división Reding, superior del General de brigada Benegas en la I División, llega al municipio a las 23 horas de aquel mismo día 14, instala su cuartel general en un Palacio mengibareño y, con su plana mayor, acuerda el ataque para la madrugada del 16 de julio.
Y comienza el combate…
02:00 horas. Una patrulla española rompe el fuego desde la margen izquierda del río Guadalquivir, concretamente por el vado de la Barca, y simula hacer preparativos para cruzar el río por aquel lugar para atacar a los franceses. Los franceses caen en la trampa y responden varias horas con un vivo tiroteo.
06:00 horas. Mientras tanto, al amparo de la oscuridad, las tropas del General Reding avanzan en silencio por su propia orilla y, con el agua a la cintura, cruzan el Guadalquivir por el Vado del Rincón, que los franceses no habían guarnecido.
07:00 horas. Tras cruzar el río, los regimientos de Infantería españoles de Barbastro, de la Reina y de Reding, así como los Dragones de Numancia y la artillería ligera, se despliegan en orden de batalla, iniciando su ataque al amanecer por el vado del rincón, con una estrategia que desborda a los franceses, que esperaban un ataque frontal, no lateral.
08:30 horas. Las tropas francesas se ven obligadas a levantar precipitadamente su campamento, en el alto de Jabalquinto, e inician su repliegue hacia Bailén, pero el Regimiento de Guardias Valonas rompe sus columnas en varios puntos, apoderándose de carros de municiones y del tren de equipaje francés.
09:30 horas. Para retardar el avance español, la Infantería francesa detiene su retirada y forma el cuadro en varias ocasiones, pero las cargas de los Dragones españoles lo rompen. A su frente está el propio General Reding.
10:30 horas. La Artillería francesa procura cubrir la retirada de su Infantería, deteniéndose en varios momentos para contestar al fuego de la Artillería española, que les venía alcanzando. El mando francés envía a varios oficiales de enlace a Bailén, pidiendo refuerzos para detener el avance español.
10:45 horas. Sale de Bailén, al mando del General Gobert, una columna de Coraceros que contraataca a los Infantes de Barbastro y Reina en el cerro de la Harina, pero su carga es desbaratada y tienen que retirarse. Este episodio sirve para acabar con la leyenda de la invulnerabilidad de los Coraceros franceses, que el mismo General Reding había demostrado la noche anterior ante su plana mayor en el patio del Palacio mengibareño donde tenía su cuartel, al atravesar él mismo con un disparo de bala una coraza francesa.
11:30 horas. El fuego español sigue produciendo bajas entre las tropas francesas, entre ellas el propio General Gobert, que es sustituido por el General Dufour, quien comprende que todo intento de resistencia ante las tropas españolas es inútil.
14:00 horas. Los restos de la maltrecha columna francesa huyen hacia Bailén por la cañada del Matadero, tras siete horas de combates incesantes. El General Reding opta por ir a Bailén, donde se producirá la famosa batalla.
Aquella noche las tropas españolas, alojados en el ya célebre Palacio mengibareño, celebraron
una misa de acción de gracias y se encomendaron a la Virgen del Carmen para la siguiente batalla: la de Bailén. Campaña del Centro Tras la campaña de Andalucía llegó la de La Mancha, con la batalla de Somosierra (el 30 de noviembre de 1808, en el puerto de montaña homónimo, victoria para Francia), la contienda de Valdepeñas (el 6 de junio, victoria para España, que le vale el ascenso a Sargento 1º), la batalla de Ocaña (19 de noviembre de 1809, victoria para Francia, por la que es ascendido a Subteniente) y la acción de Montizón (donde obtiene el de Teniente). Campaña del Este Fue ya con ese empleo de Teniente con el que don Pablo Muñoz participa en la campaña de Levante de la misma Guerra de la Independencia, que se inicia con el desplazamiento hacia Valencia del Ejército francés, una vez pacificado para Francia el bajo Aragón. Nuestro héroe se significó en la batalla de Sagunto, el 25 de octubre de 1811, entre los términos de Sagunto y Puzol, donde las tropas españolas comandadas por el General Blake fueron derrotadas por el General Suchet tras haber sido humillado este general francés en sus dos intentos de conquista de Sagunto y en el sitio que fijó al citado municipio, que bombardeó con fuego de bala, obús y mortero durante 32 días. Pero la gran acción militar de nuestro héroe en esta campaña fue el sitio de Valencia. Tras conquistar Sagunto, el General Suchet sitió la ciudad del Turia entre el 26 de diciembre de 1811 y el 9 de enero de 1812, con unas tropas formadas por 33.818 infantes y 2.644 jinetes. Durante los 20 días que duró este sitio el Teniente Pablo Muñoz fue capaz de romper el cerco en dos ocasiones: el 3 de noviembre y el 26 de diciembre de 1811. Cabe citar el combate de caballería acontecido en Aldaya, entre la acequia de Manises y el barranco de Torrente, donde los Dragones comandados por el General Martín de la Carrera y sus homónimos franceses al mando del General Harispe, destacando otro héroe anónimo, el soldado Antonio Frondoso, del Regimiento de Infantería Fernando VII, que hirió al General Boussard. Nuestro héroe obtuvo su retiro por Real Despacho de 6 de septiembre de 1812, firmado por el Rey D. Carlos IV en el Palacio Real de Aranjuez, tras 27 años de servicio, 9 de ellos en tiempo de guerra. Don Pablo Muñoz, que siempre firmaba como Teniente de Caballería, se retiró a su pueblo, El Toboso, de cuyo Ayuntamiento fue nombrado Síndico-Procurador (hoy en día, Secretario General) entre 1820 y 1823, tiempo durante el que también fue Comandante de Armas de la localidad. En 1824 enviudó de su esposa Juana María. Y dos años más tarde, en 1826, nuestro héroe volvió a casarse, en esta ocasión con Basilisa Fernández Carrasco, Lo hizo en El Toboso, con permiso del Rey D. Fernando VII, por su condición de militar. Aquel segundo matrimonio duró tan sólo cuatro años, al enviudar nuevamente don pablo Muñoz en 1830; a causa de la edad de los contrayentes aquel segundo matrimonio no dio hijos. El aguerrido militar tuvo que contemplar con dolor cómo en el espacio de seis años ambas esposas eran enteradas en el mismo lugar, la Ermita de las Angustias, aún hoy existente en El Toboso. Un año más tarde, en 1831, existe constancia de que participó en la demanda colectiva de los síndicos-procuradores
toboseños contra su sucesor Miguel Martínez Cano. La última gestión que se le conoce es una instancia enviada en 1841 al Capitán General de Castilla la Vieja para solicitar una mejora en su pensión. El Teniente Pablo Muñoz falleció en 1848 en Alcañices, donde residía con su cuarto hijo, Manuel; en El Toboso quedaron Tomás, Juan José, Juan Pablo y Francisco, así como su única hija Josefa. Todos ellos fueron naciendo a lo largo de los diversos permisos que tuvo durante la Guerra de la Independencia. Al revés del refrán, lo valiente no quita lo cortés… Entre esos hijos repartió su patrimonio, como evidencia el testamento que otorgó. La capital alistana gustó al militar manchego desde que pasó por ella persiguiendo a una partida de dragones franceses comandados por el mariscal Kellermann, durante la Guerra contra Portugal de 1801 que hemos visto antes. Por eso su hijo Manuel se había instalado allí en 1834, comprando una casa situada en el número 9 de la Plaza Mayor que en 1845 sustituyó por la del número 6 de la calle del Hospital, que se urbanizó en aquella fecha al demolerse el Hospital de San Nicolás que desde 1605 mantenían los marqueses de Alcañices. En aquella casa, demolida a su vez en 1973, que fue sustituida por la que actualmente ocupa el número 4 de la calle de los Labradores, donde en breve descubriremos una placa, vivió y murió el héroe de la Guerra de la Independencia a causa de una «fiebre gástrica», siendo enterrado en el panteón familiar del antiguo cementerio parroquial, aplicándosele 27 misas en sufragio, cifra elevada para la época. Hombre de valores cristianos, fue miembro de la Cofradía de Nuestra Señora de los Remedios de El Toboso, que fue extinguida en 1804 al lograr la restauración de la homónima ermita toboseña. En este sentido, también se implicó en el mantenimiento de la ermita toboseña de las Angustias, donde adquirió un panteón familiar. Su hijo Manuel Muñoz Cano, que suprimió el “de la Morena” al apellido Muñoz en 1836 para adaptarse a los nuevos, se dedicó a la ganadería y fue miembro de la Cofradía alcañizana de Nuestra Señora del Rosario, de la que fue elegido mayordomo en 1865. En 1858 promovió la petición de los ganaderos de Aliste, al Gobierno de la Reina Dª Isabel II, solicitando una mayor protección para las reses en los pastos cercanos a la frontera con Portugal. Y el nieto de nuestro héroe, Domingo Muñoz Gurría, obtuvo el segundo premio en el Certamen Nacional de Ganaderías hacia 1900, organizado por la Asociación General de Ganaderos del Reino (sucesora de la Mesta de Castilla), y fue mayordomo de la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario (1883-84 y 1886-87) y de la del Santísimo Sacramento (1881-82), contribuyendo económicamente hacia 1917 a la reconstrucción del retablo del Santuario de Nuestra Señora de la Salud de Alcañices, recientemente declarado Santuario diocesano. Una rama se instaló en Brasil en 1927, a través de su amistad con la importante familia brigantina Figueiredo. Entre esos descendientes brasileños están Antonio Munhoz, Alcalde de Alfenas (1993-1996), municipio donde su otro descendiente Enrique Muñoz García tiene dedicada una avenida. Del resto de descendientes españoles, hoy vive en Zamora mi querida tía Agustina Rodríguez Muñoz, que hoy nos acompaña, a las que se suman en Barcelona mi padre José Miguel y mi tía Luisa Muñoz Sánchez, los hermanos Muñoz Corcobado en Madrid y Granada, y los hermanos Muñoz Gago en Brasil. Pero me van a permitir un breve excurso sobre para mí el más excelso de sus descendientes. Me estoy refiriendo al sacerdote alcañizano don Ramón Rodríguez Muñoz, que falleció el pasado mes de enero siendo capellán de la Residencia. Don
Ramón se consagró al servicio a la Iglesia, sacrificándose en cuerpo y alma a los alistanos, que durante 64 años fueron para él el rostro visible de Cristo en este mundo. Con ellos compartió no sólo los sacramentos, sino que iluminó su día a día a la luz del Evangelio y convirtió el compartir esa cotidianidad de penas y alegrías en sacramento de la presencia de Dios encarnada. Hizo mucho con poco. O con todo lo que él tenía: él mismo. Se entregó a los alistanos in persona Christi. Fue, sin duda, otro héroe: un héroe del Evangelio. Uno de los más brillantes generales españoles del siglo XX explicaba al final de sus días que el valor militar se complementa con el valor cívico, en el sentido de que la construcción de la paz es previa a la construcción de la justicia y la solidaridad. Del valor militar dio buena muestra don Pablo; del valor cívico, dio buena muestra don Ramón. Decía uno de los más eminentes filósofos, también de ese siglo que acabamos de de pasar, que el mal es aquello que sucede cuando las personas de bien miran para otro lado. Cuando decimos «no pasa nada» o «ya lo hará otro». De ahí la importancia de actos como los que este Ayuntamiento ha acogido estas dos últimas semanas, que nos recuerdan la importancia de ser agradecidos con las personas que se dedican al servicio al bien común. Los valores sobre los que se funda España se mantienen gracias al compromiso cotidiano y callado de las personas dedicadas a su servicio. De ahí la necesidad de reconocer el papel esencial de nuestras Fuerzas Armadas, es decir de los Ejércitos de Tierra y Aire, de la Armada, de la Guardia Civil, de la UME y de la Guardia Real, en la defensa de nuestra soberanía nacional y en la garantía de nuestro orden constitucional, así como en la construcción de la paz en el ámbito internacional. Concluyo reiterando mi agradecimiento al Ayuntamiento de Alcañices y a la Subdelegación del Ministerio de Defensa en Zamora, así como agradeciendo de forma muy especial a sus titulares, el Sr. Alcalde y el Sr. Subdelegado, su implicación personal, sin la cual estos actos no hubieran sido posibles. Sirva como muestra de sincero agradecimiento la entrega, en breves instantes, de documentos sobre las campañas militares del Teniente Pablo Muñoz y de la repercusión en Aliste de la Guerra Hispano-Lusa de 1762-1763, así como de una reproducción de la Cruz de la Batalla de Mengíbar que el Rey D. Fernando VII concedió al Teniente D. Pablo Muñoz, con sus decretos de concesión, para que todo ello quede para siempre en este Ayuntamiento. Quisiera que las últimas palabras de esta tarde no fueran mías sino de don Pedro Calderón de la Barca, que fue un militar, sacerdote y escritor del Siglo de Oro español. Sean el colofón a mi conferencia de esta tarde, que ha surgido del corazón tamizado por la razón, sistema de pensamiento que don Miguel de Unamuno calificó como genuinamente español. Las palabras de Calderón, en cambio, surgieron de su experiencia en los Tercios, viendo la luz en un poema que dedicó en 1635 al Soldado español, poema que se encuentra en su obra Para vencer a amor, querer vencerlo (lo que hoy diríamos, “Para vencer hay que querer vencer”), palabras que son las siguientes: Este ejército que ves vago al hielo y al calor, la república mejor y más política del mundo es, en que nadie espere que ser preferido pueda ser por la nobleza que hereda,
sino por la que él adquiere; porque aquí a la sangre excede el lugar que uno se hace y sin mirar cómo nace se mira cómo procede. Aquí la necesidad no es infamia; y si es honrado, pobre y desnudo un soldado tiene mejor cualidad que el más galán y lucido; porque aquí a lo que sospecho no adorna el vestido el pecho, que el pecho adorna al vestido. Y así, de modestia llenos, a los más viejos verás tratando de ser lo más y de aparentar lo menos. Aquí la más principal hazaña es obedecer y el modo cómo ha de ser es ni pedir ni rehusar. Aquí, en fin, la cortesía, el buen trato, la verdad, la firmeza, la lealtad, el honor, la bizarría, el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia, la humildad y la obediencia, fama, honor y vida son caudal de pobres soldados; que en buena o mala fortuna la milicia no es más que una religión de hombres honrados. Muchas gracias.