Despertar 2 febrero 2012

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Jueves 2 de febrero de 2012

GÉNERO

DESPERTAR DE OAXACA

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Editora: Cristhian Escamilla

El otro feminismo Las mujeres somos tan malas, tan salvajes y perversas como los hombres, pero debemos ir más lejos. Los hombres son tan buenos, tan sensibles y tan tiernos como las mujeres María J. Binett

E

n calidad de mujer, feminista y filósofa, no puedo dejar de asombrarme y hasta de sonreír ante esta suerte de “literatura angelical” que pretende descubrir en la mujer el paradigma de la pureza inmaculada y en la maternidad el emblema de la redención universal. Este tipo de feminismo corre el riesgo de convertirse en una nueva religión secular, condenada al mismo fracaso al cual han sido condenados los grandes relatos modernos: positivistas, marxistas y capitalistas. Debemos ser sensatos, sometida en todos los casos a su propia atrocidad y a su propia grandeza. Y no es función ni de la filosofía ni de ninguna ciencia prometer superhombres o paraísos perdidos, sino analizar sobriamente lo que el hombre es y puede ser en el contexto de las estructuras de las cuales ha sido siempre,

paradójicamente, dominador y dominado. Las mujeres somos tan malas, tan salvajes y perversas como los hombres, pero debemos ir más lejos. Los hombres son tan buenos, tan sensibles y tan tiernos como las mujeres. Con lo cual no hacemos sino confirmar la inconsistencia de un imaginario colectivo que ha inventado y sostenido por siglos el “eterno femenino” y el “eterno masculino” como destino esencial de los sexos. En lugar de construir y denunciar el mito patriarcal y falocéntrico que ha identificado a la mujer con la pureza de la maternidad y la inocencia de la niñez, gran parte de las feministas actuales se dedican a ratificar el mito heredado. Más aún, en lugar de promover en la mujer el desarrollo libre de todas sus potencialidades y fortalezas, muchas feministas se preocupan por su defensa, como si se tratara de defender a los débiles, los minusválidos y las víctimas. La vigencia del modelo patriarcal, en lugar de su abolición, ha inducido a defender, por ejemplo, el aborto en los términos de una libertad exclusiva de la mujer, la víctima, cuando en todo caso debería ser un derecho tanto de la mujer como del hombre y de la sociedad entera. Esta misma vigencia del modelo patriarcal pretende hacernos creer que son las mujeres quienes deben elegir entre la maternidad y el éxito profesional, cuando deberían ser los hombres quienes, hoy por hoy, comenzaran a preocuparse por el modo de compatibilizar su trabajo con la paternidad y la atención del hogar. Ciertamente, no hay nada de malo en que muchas mujeres renuncien a la maternidad para abrazar otras áreas y modos de su desarrollo personal. Lo malo comienza cuando ellas

lo hacen porque hay otros tantos hombres que no han asumido las funciones que les competen, fuera del modelo patriarcal y bajo una nueva identidad masculina. Si muchas mujeres deciden hoy renunciar a la maternidad o defienden el aborto como liberación personal, es porque muchos hombres no han asimilado el 50 por ciento de la responsabilidad y del trabajo que los compromete en el asunto. Y aquí reside el verdadero problema, que no tiene nada que ver con las demandas globales del mercado, sino más bien con un nuevo desempeño social del cual el sexo masculino parece no haber tomado conciencia. Tipología del feminismo Hay un feminismo de la “diferencia”, que sigue creyendo en la inmaculada concepción y en la pureza de la feminidad. Y hay otro feminismo de la “igualdad”, llamado a abolir los paradigmas establecidos por conveniencia y derecho patriarcal. La auténtica topía feminista no pretende emular el exitismo de una sociedad masculinizada. Después de Simone de Beauvoir ha quedado muy claro que el feminismo no busca el falso éxito impuesto por el mercado, sino el libre desarrollo personal, reprimido por un simbolismo patriarcal, que ha reducido el destino de la mujer a la maternidad y a la educación de la prole. Sin embargo, la auténtica topía feminista no pretende tampoco abandonar la dicha de la maternidad, el cuidado de los hijos y las tareas del hogar. Todo lo contrario, lo que ella quiere es que esta dicha sea también la de los hombres. Las feministas quieren ver hombres con

licencias por paternidad, hombres atendiendo la casa y educando a los hijos. Si nadie le ha dicho a las mujeres que cambiar pañales sea menos libre que pasarse diez horas en una oficina o presidir un país, nadie se lo ha dicho tampoco a los hombres. Y yo personalmente, en la misma medida en la que adoro a mi padre, lamento que ni una sola vez él me haya cambiado los pañales. En este sentido, quizás nadie mejor que un padre para desear la topía feminista. Debemos reconocer que el modelo patriarcal está agotado. Hoy son los hombres quienes compran cremas para la cara y tinturas para el pelo, mientras las mujeres salen a trabajar por la mañana. Dentro de algunos años los úteros artificiales habrán acabado con el mito del sagrado alumbramiento, y la fuerza del espíritu y de la razón habrá superado una vez más los límites de la naturaleza. Entonces todos los hombres, los homosexuales y las lesbianas podrán dar amor y vida en abundancia, porque no es este el privilegio de un sexo, sino la misión de todo ser humano. Frente a la contundencia de los hechos, lo que le urge a la sociedad es edificar una nueva conciencia masculina, a la altura del desafío presente y futuro. Aunque falta mucho por andar, la topía feminista ha comenzado a realizarse. El futuro del mundo está en la mujer, no por el derrocamiento del enemigo, sino por una suerte de compensación histórica llamada a concluir y a resarcir, de ciclo en ciclo, la injusticia de la separación. Sin embargo, mucho más importante que el ocaso de la cultura patriarcal es el pensar juntos la nueva humanidad que queremos ser.


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