El misterio del priorato de Sión

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Jean-Michel Thibaux

El misterio del Priorato de Sión

hacía pasar por un salvaje entre los salvajes, rehuía a los curiosos, se encerraba en el misterio. Atrincherado en lo alto de la colina, se hundía cada día más en la zozobra, a la espera de que sus enemigos salieran de sus escondrijos. «No podemos seguir así —se dijo Marie—. Dios mío, haz algo para sacarnos de aquí.» La tarde llegó a su fin. Cayó la noche y los pastores se pusieron en marcha. Bérenger y Marie cenaron en silencio, mirando el fuego agonizante de la chimenea. Las horas pasaron otra vez. Bérenger se quedó dormido en la silla, con la cabeza entre los brazos y la frente apoyada sobre la mesa. Marie se dejó caer exasperada en el lecho, con los dientes rechinando de rabia y desesperación. Volvió a pedir ayuda a Dios. A medianoche, cuando el péndulo del reloj acababa de desgranar las doce campanadas, oyó de repente la puerta de la cocina. Luego susurros, murmullos, varias voces que se confundían, el ruido de un cofre que se abrió y volvió a cerrarse. Finalmente, la voz de Bérenger. —¡Marie! —la llamó. —Sí —respondió ella, asomándose al umbral de la pieza. En la puerta de la entrada había dos desconocidos. Eran campesinos de la región. Llevaban las boinas en la cabeza, las chaquetas de terciopelo cubiertas de manchas. —Boudet está muriéndose. Salgo para Axat. Ve enseguida a traerme los santos óleos y saca las prendas de ceremonia. Pónmelas en el saco de viaje con el misal. Marie se quedó perpleja. ¡Boudet estaba muriéndose! La noticia la reconfortó, aunque no sabía por qué. Vio en ella una señal de Dios. —¿Marie? —¡Voy enseguida! ¡Ya voy! —respondió y salió corriendo a ejecutar las órdenes de Bérenger. Cuando el saco de viaje estuvo preparado, Bérenger subió a la carreta de los visitantes y la carreta se perdió en la noche. Marie permaneció en el vano de la puerta, embargada por el aturdimiento, por un extraño bienestar que paralizaba su espíritu. Se encaminó a la iglesia y se arrojó a los pies de la cruz. Las oraciones brotaban de su pecho casi hasta sofocarla, desbordadas de esperanza.

Axat, 29 de marzo de 1915

La carreta avanzó penosamente por las curvas de la ruta. En el desfiladero de Pierre-Lys L'Aude, escucharon el murmullo cercano del río por entre el traqueteo de las ruedas, perdiéndose en lo hondo de la noche: «Daos prisa, daos prisa: la vida de un viejo se escapa en un momento».

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