El misterio del priorato de Sión

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Jean-Michel Thibaux

El misterio del Priorato de Sión

Bérenger lo miró con desconfianza. Se sentía contrariado y avergonzado, como un novicio al que el padre superior descubre mirando a una mujer en la iglesia. No quería exponerse a sus ironías. —Bebo a nuestra salud —dijo aceptando la copa—. Nunca he tratado de resistirme a lo inevitable... Ése es el secreto de todo triunfo duradero. Presénteme, puesto que parecer ser usted la mano del destino. Tenía que hacer de tripas corazón, para ser ingenioso en semejante momento. Pero no quería someterse también a Émile. Lo miró a los ojos, lleno de convicción. El brillo burlón se extinguió en la mirada del otro, dando paso a un respeto inusitado. El oblato se vio arrastrado por un torrente de pensamientos. ¿Se habrían equivocado con Bérenger? ¿Era un hombre vulnerable en realidad? ¿No estarían forjando una espada que había de volverse contra ellos? ¿Y si fuera un agente johannista? Sacudió la cabeza y tomó del brazo al abad. Emma había dejado el fuego escoltada por el desconocido y se había sentado en el canapé entre Willy y un hombre elegante al que llamaba «querido Jean». Cuando Hoffet y Bérenger se unieron al grupo, le tendió una mano vacilante al sacerdote. Sus miradas se encontraron. Por un instante, brilló en ellas la esencia de sus vidas. A los ojos de Bérenger afloraron las pasiones insatisfechas, los errores, los deslices y las fuerzas bestiales que a menudo se ríen de los deseos de su alma. Una pasión sin nombre palpitaba en los ojos de Emma, insondables como las aguas de un estanque en el crepúsculo. Bérenger se inclinó y le besó la mano. —Bérenger Saunière, para servirla. —Emma Calvé... —La vi cantar esta noche en la Ópera Cómica. Estuvo usted maravillosa. —¡Ah!, ¡otro admirador! —exclamó «querido Jean»—. No se empeñe usted en elogiarla, monsieur, no conseguirá que tenga mejor opinión de sí misma. —Eres tú el que debe descubrir una fórmula para que crea en mi talento, querido Jean. ¿Qué fue aquello que me escribiste? «Querida amiga, has estado llena de gracia, inquietante y sensual. La naturaleza te ha bendecido. Tienes todos los dones: la belleza, la voz, el movimiento de la vida. Y sin embargo, has sabido oscurecer esas luces para cantar en escena como pintaba Goya»25... Ahora dime algo más. —Eres insaciable, querida. Cedo la pluma a otro... A Jules, por ejemplo. Todas las miradas se volvieron hacia el hombre que acababa de señalar. Era Jules Bois, el desconocido del que Bérenger estaba celoso. —En este fin de siglo que nos trajina con aventuras, temores y enemigos, Emma nos muestra el camino con su ternura y su audacia. Hemos de buscar en ella el entusiasmo que da vida a la escritura, a la pintura y al amor. Perderíamos toda esperanza si dejara de cantar. 25

Extracto de una carta del célebre crítico Jean Lorrain, fechada en noviembre de 1892.

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