Stanislaw Lem - El invencible

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Stanislav Lem

El invencible

especializadas, destinadas a ayudar a los constructores, los lirianos. Y cuando éstos desaparecieron, se encontraron como impedidas; como un cuerpo sin cabeza. En cambio, las formas que dieron nacimiento a las "moscas" de hoy (no afirmo de ninguna manera que éstas existiesen ya entonces, pienso que no, que han de haber aparecido más tarde), esas formas, repito, eran relativamente elementales y por esa razón podían evolucionar de muchos modos. —Quizá haya incluso un factor más importante –agregó el doctor Sax, que acababa de llegar—. Los mecanismos nunca muestran esa tendencia a la autorreparación que poseen los animales: un tejido vivo se regenera por sus propios medios. Un .macroautómata, aun cuando pueda reparar a otros, necesita herramientas, y todo un equipo de máquinas. Bastaría quitarle esas herramientas para inutilizarlo. Se convertiría en una presa casi inerme para las criaturas volantes, mucho menos expuestas al deterioro… —Es extraordinariamente interesante —dijo de pronto Saurahan—. Parece que la construcción de autómatas tendría que ser distinta de la actual. Habría que comenzar con pequeñas piezas eleméntales, seudocélulas, que podrían intercambiarse… —No es una idea tan novedosa ——observó Sax, con una sonrisa—. La evolución de las formas vivas se produce de esta manera, y no por puro azar. En la nube misma los elementos son intercambiables. Es un problema de material: un macroautómata averiado necesita piezas de repuesto que sólo una industria altamente desarrollada puede producir; en cambio un sistema de cristales, o de otros elementos simples, puede ser destruido sin graves perjuicios, pues será inmediatamente reemplazado por miles de millones de sistemas análogos. Viendo que no podía esperar mucha ayuda, Horpach dejó la biblioteca. Los científicos estaban tan enfrascados en la discusión que ni siquiera lo notaron. El astronauta se encaminó a la cabina de comando. Quería comunicar al equipo de Rohan la hipótesis de la "evolución inorgánica". Era ya noche cerrada cuando El Invencible consiguió establecer contacto con el supercóptero que se encontraba en el cráter. Fue Gaarb quien recibió el mensaje. —No me quedan más que siete hombres –dijo—, y dos de ellos son los médicos que atienden a los enfermos. Todos duermen en este momento, con excepción del radiooperador que está aquí, a mi lado. Pero Rohan no ha regresado todavía. —¿Todavía no ha vuelto? ¿A qué hora partió? —A eso de las seis de la tarde. Se llevó seis máquinas y a todos las demás hombres. Quedó convencido en que volverían a la puesta del sol. Eso fue hace diez minutos. —¿Y están en contacto? —La comunicación se interrumpió hace una hora. —¡Gaarb! ¿Por qué no me informó en seguida? —Rohan me previno que la comunicación quedaría interrumpida un tiempo, pues iban a internarse en una de esas profundas gargantas, usted sabe, comandante… las paredes están cubiertas por esa maldita inmundicia metálica; y los ecos impiden escuchar las señales. —Haga el favor de informarme en cuanto regrese. Rohan tendrá que dar cuenta de esta negligencia. Corremos el riesgo de perder a esos hombres. El astronauta no había terminado de hablar cuando fue interrumpido por una exclamación de Gaarb: —¡Aquí llegan, comandante! Vea las luces, están subiendo la pendiente, ahí está Rohan. Una, dos… no, veo un solo vehículo… dentro de un momento podré informarle. —Espero. Gaarb vio las luces de los reflectores que recorrían el suelo, iluminando un instante el campamento, para desaparecer luego en algún repliegue. Tomó un lanzacohetes y disparó dos veces. El efecto fue inmediato. Todos los hombres dormidos saltaron de las literas y corrieron a sus puestos. El vehículo describió una curva y el radiooperador que montaba guardia en la cabina de 65


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