Stanislaw Lem - El invencible

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Stanislav Lem

El invencible

Al principio, todas las mañanas, los hombres se apiñaban en los alrededores de la enfermería para enterarse del estado de Kertelen. Les parecía, más que una víctima de un misterioso ataque, una criatura que ya no tenía nada de humano, diferente de todos ellos, como si hubiesen empezado a creer en cuentos fantásticos y pensaran que las fuerzas hostiles del planeta eran capaces de transformar a un hombre, un hombre igual a ellos, en un verdadero monstruo. En realidad, Kertelen no era nada más que un inválido. Además, no tardaron en descubrir que la mente de Kertelen, en blanco como la de un recién nacido, asimilaba lentamente las enseñanzas que le impartían los médicos, y aprendía poco a poco a hablar, como un niño pequeño, justamente. Ya no se escuchaban, en los alrededores de la enfermería, aquellos terribles gemidos inhumanos, sino los balbuceos sin sentido de un bebé, que brotaban de la garganta de un adulto. Al cabo de una semana, Kertelen pronunciaba algunas sílabas y reconocía a los médicos, aunque no podía llamarlos por sus nombres. Luego, a principios de la segunda semana, ya no se mostraron tan interesados, sobre todo porque los médicos explicaron que Kertelen no podría decir absolutamente nada acerca de las circunstancias del accidente, incluso una vez que volviese al estado normal, o mejor dicho, una vez finalizada la extraña pero indispensable reeducación. Mientras tanto, los trabajos proseguían. Los equipos continuaban trazando planos de la "ciudad", estudiando en detalle aquellas inexplicables "pirámides de matorrales". En vista de los resultados negativos de estas búsquedas, Horpach decidió suspenderlas. La nave misma tendría que ser abandonada, pues las reparaciones del casco estaban más allá de las posibilidades de los ingenieros, sobre todo teniendo en cuenta la necesidad de hacer otros trabajos mucho más urgentes. Sólo transportaron a El Invencible una cantidad de ergo-robots, vehículos, jeeps y toda clase de aparatos, en tanto el despojo (pues ahora, vado, El Cóndor era un mero despojo) fue cerrado herméticamente. Se consolaban con la idea de que ellos mismos o quizá una futura expedición terminaría por devolver la nave a un puerto de amarre. Horpach envió el grupo de El Cóndor, con Regnar a la cabeza, a reunirse con el grupo de Gallagher en el norte. Rohan, nombrado ahora coordinador general de todas las investigaciones, no se alejaba de las inmediaciones de El Invencible sino por períodos muy breves, y no todos los días. En un sector entrecruzado por grietas, donde abundaban las aguas subterráneas, los dos grupos hicieron algunos hallazgos sorprendentes. Las capas de arcilla traídas por los aluviones estaban separadas entre sí por estratos de una sustancia de color rojo negruzco cuyo origen no era ni geológico ni planetario. Los expertos estaban desorientados. Todo parecía indicar que millones de años atrás, en la superficie de la vieja costra basáltica se habían asentado grandes cantidades de partículas metálicas. Dichas partículas, acaso simples esquirlas de algún metal o metaloide, sugirieron una hipótesis: en aquella época remota un gigantesco meteorito de hierro y níquel habría estallado en la atmósfera de Regis III, y la lluvia de fuego se habría diseminado sobre la roca. Esos residuos metálicos, al oxidarse poco a poco, al reaccionar con los elementos del medio, habrían terminado por transformarse en capas de sedimentos de un color castaño negruzco, que en algunos sitios cambiaba al púrpura y al rojo. Las excavaciones practicadas hasta ese momento no habían llegado más allá de las capas relativamente superficiales del terreno rocoso. Cuando alcanzaron la capa basáltica, de una edad que se calculaba en miles de millones de años, comprobaron que en los sedimentos, pese a un avanzado estado de cristalización, había trazas de carbono orgánico. En un primer momento se pensó que aquél había sido en otra época el fondo del océano. Pero luego descubrieron depósitos de hulla con vestigios de numerosas especies vegetales que sólo habrían podido crecer en tierra firme. Poco a poco fueron conociendo mejor las formas orgánicas primitivas. Se enteraron, así, de que trescientos millones de años antes habían habitado reptiles, en las selvas. Un día volvieron en triunfo a la base trayendo la columna vertebral y el hueso maxilar de un reptil, pero la tripulación no mostró mucho entusiasmo. Al parecer había habido dos ciclos evolutivos en el continente; los seres vivos se habrían extinguido la primera vez unos cien millones de años atrás. Las plantas y los animales habrían perecido bruscamente, a consecuencia sin duda de la explosión de una nova 49


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