Capítulo 1

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1 Levanté la vista confuso buscando alguna respuesta en la pared. En el coche esperaba mi padre junto a todos los útiles necesarios para sobrevivir ahí fuera. Además de ello, yo había escogido un 5

portátil, su ratón y su cargador para llevármelos conmigo. Ajusté el reloj a mi muñeca y presioné un pequeño botón que tenía en la parte posterior, justo encima del número que marcaba las doce, para encender la pequeña luz roja y fijarme en la hora. Sin duda esa función era totalmente prescindible pero aun así la usaba cada vez que me disponía a mirar en qué momento del día me encontraba. Eran las cuatro de la tarde. El sol golpeaba duramente con sus rayos en nuestra zona, sin

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ninguna nube de por medio. Hacía tanto tiempo que no veía una nube en el cielo que, de no fuera ser por Internet, ya no las recordaría. Existe gente que rumorea por la web que hace una semana han caído lluvias torrenciales en la parte sur de África. Rumores sin fundamento. La televisión no había emitido nada sobre la lluvia, ni nada sobre África, ni nada sobre Oceanía, y poco de Asia. Los únicos continentes que mantenían contacto en aquel momento eran América del norte (el sur semejaba una

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ruina) y Europa, en concreto el occidente. Japón era un caso aparte, sin duda alguna el país más adelantado en cuanto a todo. Apartado del resto del mundo, había aguantado el duro golpe de la sequía y conseguía mantener el orden y el control sobre sus ciudadanos así como repartir las tareas y trabajos para el perfecto funcionamiento. Avanzaba y avanzaba mientras dejaba atrás a Norteamérica y a los países occidentales de Europa.

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Salí de mis pensamientos de una manera un poco brusca, con un grito de mi padre. Desde fuera, apresuraba mi salida mientras se peinaba fijándose en el retrovisor del descapotable rojo. Los gritos de mi padre no eran inusuales, pero aun así crearon celeridad en mí. Cogí mi mochila escolar, bastante desgastada por el tiempo, y metí dentro un par de barritas energéticas, un botellín de agua de medio litro, una tableta de chocolate y dos manzanas. Lo suficiente para aguantar hasta el día siguiente, a


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sabiendas de que mi padre también llevaba comida consigo. Cogí el pen drive en el que guardaba todo lo necesario de importancia y lo introduje en el bolsillo pequeño de la mochila. Aún quedaba sitio, pero no se me ocurría nada más. Hice un pequeño repaso tocando mi cuerpo en busca de objetos. Llevaba puesta una camiseta blanca, escogí ese color para repeler el calor, sin mangas y un pantalón vaquero corto, un tanto desgastado, de color negro. En él había cuatro bolsillos,

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dos por delante y dos por detrás, en uno de ellos poseía mi teléfono móvil, totalmente prescindible e inutilizado. Al tocarlo recordé la batería, miré cuanta le quedaba y me informé de cuánto duraría gracias a una aplicación. Apenas dos horas encendido. En ese mismo instante pensé en el amuleto de mi hermana, una pequeña pulsera fabricada con piedrecitas verdes, se lo “robé” literalmente, ya que se había ido de casa meses atrás, en busca de un

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buen trabajo en Japón. Por último, cogí el último periódico que había salido a la venta y un mechero, pretendía quemarlo en caso de necesidad. Abandoné mi hogar dando un portazo mientras respondía con más gritos a las indirectas de mi padre. Corrí hacia el coche y solté la mochila en los asientos traseros, salté un poco torpe pero entré sin necesidad de abrir la puerta. Era una de las cosas que más me gustaba hacer a la hora de entrar en el

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coche. Mi padre me lo reprochó los primeros días, cuando era nuevo, pero al ver que no surtía efecto, me lo permitió. —¿Qué hacemos con el perro? No me parece nada justo dejarlo aquí. —Allá tú papá. Es tu perro, es tu problema —respondí en tono algo brusco. No me gustaban nada los perros, ni los animales en general. Eran mucho más bonitos en fotos o por Internet que en la

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realidad, siempre lamiéndote o sobándote. —Bah, pues ahí queda el pobre. No podemos prescindir de comida ni nada, sabe dios qué nos espera ahí fuera. Va, pues arranco ya. —No seas pesimista, seguro que la situación está mucho mejor que como la pintan en la televisión. Esos chalados creyentes en Géminis, supe desde un principio que iba a fallar.


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—¡Ja, ja! No te lo crees ni tú chaval, venga hombre, vas a decidir tú el destino de la humanidad. Te digo yo que no llega a ser porque formo parte del grupo sanguíneo cero negativo habría participado, gracias a dios que sí lo compongo. —Lo creas o no, ya lo sabía. Y calló como si sólo pudiese hacer una acción al momento. Calló para meter las llaves en el

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coche y arrancarlo. Quizás esta fue la conversación más larga que tuve con mi padre hasta separarme de él. Por causas desconocidas, se había vuelto muy distante con todo el mundo tras la muerte de mi madre. Un tema que siempre evitaba al hablar conmigo. No conocía el destino al que nos dirigíamos ni tampoco me interesé por ello, mi padre no quería hablar y cuando alguien, en concreto él, no quiere conversación, es mejor no tentar a la suerte. Saqué el

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portátil de la maleta con un par de maniobras y en el acto me senté en la parte trasera. Apoyé los pies en el respaldo del asiento izquierdo y en una posición recostada encendí el ordenador. Sonó un redoble de tambores, mi tono preferido y predeterminado. Justo después pronunció la palabra bienvenido bastante alto, me había olvidado de bajar el volumen y mi padre me miró con un gesto extraño en la cara. Me pidió la contraseña, un método de seguridad que yo mismo había

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instaurado. Tecleé la palabra “erson443” para iniciarlo del todo, la validó en apenas cinco segundos. Mi página de inicio de Internet me llevaba directamente a El Asteroide, uno de los foros de mensajes para humanos más populares. La interfaz del sitio estaba diseñada para que su aspecto y su funcionamiento recordaran al viejo sistema BBS, anterior a internet, lo que producía una rápida entrada y salida con cortos tiempos de carga entre páginas. Pasé varios minutos revisando los hilos de

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discusión recientes, enterándome de las últimas noticias y rumores de Géminis. Yo era, sobre todo, espectador pasito, rara vez comentaba algo en los muros, aunque no dejaba pasar un día sin consultarlos. Aquella mañana no encontré nada de mucho interés, sólo opiniones y comentarios de foreros. Era lo que más me interesaba porque los temas más usuales los tenía todos en la cabeza y contaba con una gran información sobre todo lo relacionado con los científicos y el proyecto Géminis.


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Sobretodo, los últimos días entraba para buscar información de los Herejes (se hablaba mucho más de ellos que de los Bienaventurados en la web) y de lo que acabara de ocurrir. Pero aquello llevaba tiempo sin cambiar. A falta de avances reales, la subcultura online había ido convirtiéndose en un reducto donde reinaban la chulería, las payasadas y una sucesión de absurdas luchas intestinas. Qué triste. Desde la salida del último vídeo el foro se dividía en temas sobre chorradas, discusiones, comentarios y

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chulerías (la mayoría de las veces la gente se chuleaba de tener mucho dinero o estar a salvo de los Herejes). Mis hilos favoritos eran los dedicados a la información, investigación y opinión de los científicos y su obra maestra. Me gustaba conocer lo que pensaba la gente sobre ello y, engañarme a mi mismo de que el mundo no iba tan mal como lo hacían ver los medios de comunicación. La verdad, y a

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la vista de la situación desde el coche, el mundo no tenía remedio, pero tampoco estaba todo en llamas ni deshabitado. Es más, había sitios en los que todo el mundo estaba concentrado, así como hospitales y supermercados. Sólo las personas de clase alta, ricos, empresarios se permitían vivir en una casa, como lo hacíamos nosotros. En el caso, las discusiones se dividían en tres partes, los miembros que formaban cada una de esas partes creaban clanes y discutían entre ellos. Estaban los que defendían el

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proyecto, los que estaban en su contra y los que no se apoyaban ni en un bando ni en otro. Yo no formaba parte de ninguno, tan sólo me remitía a leer lo que comentaban y pensarlo. Pero, básicamente, me esforzaba por entender la postura de los que lo defendían. Cuando estaba a punto de terminar la lectura apareció en mi campo de visión (abajo a la izquierda) una ventana de mensajes instantáneos. Había uno de mi mejor amigo, Pablo. Su nombre en

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el foro era Pabl0 (pronunciar Pablo). Pablo era, con creces, uno de esos chavales a los que se pueden llamar amigos. Aparentaba dieciocho años pero en realidad ya había cumplido los veintiuno. Nos habíamos conocido hace mucho tiempo, en su instituto. Fue un día engorroso: mi clase había planeado hacer una excursión al instituto de secundaria en el que íbamos a acabar todos el año siguiente. A pesar de la diferencia de edad, él nos atendió a todos nosotros y yo en particular entablé algo más de


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conversación con él. Tras eso, hubimos mantenido contacto durante años, y cuando yo cumplí los quince ya habíamos empezado a quedar. Pabl0: Muy buenos días, amigo. J3ff: Hola, compadre. Pabl0: ¿Cómo andas tío?

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J3ff: Con los pies. Aquí, no sé por qué, pero tengo la sensación de que dejo mi casa para siempre. Pabl0: ¡Ja, ja! ¿Algo importante que contar? J3ff: Que va, mi padre un poco angustiado como siempre, supongo que será por mi madre. Le ha chocado bastante el último

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vídeo, lo de los zombis. Pabl0: ¿Zombis? Por el foro los llaman Herejes, conservan el nombre que les habían puesto antes. Y, ¿adónde coño vas ahora? J3ff: Adonde me lleven, mi padre conduce. Ya sabes, tengo dieciséis años y no puedo controlar el coche. A este paso nunca

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conduciré uno. Eh tío, ¿tú que tal? Pabl0: Estaba esperando a que me lo preguntaras, señor educado. Increíble, he ido junto con mi familia materna, ya sabes lo que le ha pasado a mi padre. He conocido al resto de mi familia. Tengo dos primitas, una que es pequeña, de seis años, y otra que es

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un poco menor que tú, está… J3ff: ¿Buena? Pabl0: Bastante, muchísimo. Se parece a su primo. Además, es un poco menor que tú, vive por ahí. Corrijo, vivimos. J3ff: Siéntete afortunado de estar vivo, compañero. ¿En qué

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parte vivís? Yo ahora mismo estoy en una autopista, sin rumbo fijo. Pabl0: Mmm, a juzgar por el viento, creo que esto es Suor. Sí, sin duda, Suor noroeste. A lo mejor podrías venir a hacernos una visita, ya que se acaba el mundo y todo eso que cuentan… J3ff: No te creas, yo no estoy tan seguro de eso. Japón está en

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su esplendor económico y parece que no está dispuesto a dejar de ser la primera potencia del planeta. Estados unidos y Europa son un caso a parte, la gente vivía tan mal que ven una posibilidad ficticia de salvarse y ya ves lo que ha pasado…


Pabl0: Ya… Oye, de África, el resto de Asia y Oceanía, ¿se sabe 135

algo? Por aquí por El Asteroide nadie habla de ello, y en la televisión (la cuál no veo casi nunca) no suelen sacar el tema. ¿Tú estás al día? J3ff: Estaba, ahora que no tengo televisión en el coche no estoy dispuesto a agotar la batería de mi portátil en las chorradas que cuentan los medios de comunicación. Lo único que me interesa ahora

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mismo son noticias sobre Géminis, saber algo de mi madre y hablar con mi hermana. Necesito hablar con alguien, mi padre me agobia con tantas estupideces. Pabl0: Bue, cada uno que aguante con lo suyo. Yo no puedo con mi madrina, es tan estúpida y tan irritante. Siempre dice que yo y mi

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madre somos un estorbo en su casa, que sobramos y que se arrepiente de habernos dejado vivir aquí. J3ff: Y la relación con tus primas, ¿es buena? Pabl0: Va yendo. Es decir, ni bien ni mal. Siempre que me aburro juego con mi prima pequeña y le ayudo a resolver puzles o

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cosas así, ciertamente, me gusta tratar con niños pequeños. En cuanto a la mayor… J3ff: Di, di. Que yo no se lo cuento a nadie, ¡ja, ja! Pabl0: No es por eso, pero es que la mayor es una pasota. Hablamos pocas veces, quizás también crea que somos un estorbo,

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como la madre. Vaya familia que tengo. J3ff: No eres el único, de la mía se salva mi hermana mayor que es tan… perspicaz, por así decirlo, además que es la única que me comprende… Pabl0: Entiendo… Ah, ¡ya puedo conducir!

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J3ff: Ya me lo habías dicho… Ya sabes, me vienes a buscar y esas cosas, ¿no? Pabl0: Recemos porque no haga falta colega. Recemos porque no haga falta. Bueno, te dejo, mi primita pequeña me reclama. J3ff: Chao niñera, a divertirse mucho ¿eh?

165 Cerré la ventana de mensajes instantáneos y consulté el reloj. Todavía quedaba media hora para que marcase las seis. Sonreí pensando en todo el tiempo que me había quitado el ordenador. Pulsé un


icono pequeño situado en el ángulo inferior derecho de la pantalla y comprobé la batería. Me quedaba poca, pero la suficiente como para tenerlo activo y en pleno funcionamiento durante tres horas. 170

Yo era J3ff (pronunciar Ief) en el mundo virtual, todos los que me conocían me mencionaban con ese nombre. En la realidad, yo era Jefferson Rokston. Un día mi madre me dijo que habían decidido ese nombre porque sonaba a detective privado o superhéroe imaginario, “Jeff Rok”. —¡Quita eso ya! No sé ni por qué te dejé traerlo chico —inquirió mi padre desde el asiento del conductor. Parecía que reducía la velocidad del coche para observar mejor el panorama —. Chico, esto

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era la avenida cuatro esquinas. Ahora es mierda. Pulsé el botón de apagar y cerré el portátil para evitar que se enfadara y me lo quitara. Vi el lugar y supe que tenía razón. Estábamos varados en una rotonda, había frenado hasta llegar al mínimo y mostrarme todo. De la rotonda continuaban cuatro calles en las diferentes direcciones, norte, sur, este y oeste. Nosotros habíamos entrado por la sur.

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Mirando hacia el este, se podía observar un cartel suelto en la parte derecha que quedaba inclinado sostenido por unas cuerdas a punto de romper. En letras grandes y blancas sobre fondo rojo (en el que parecía que había tenido algún día bombillas de color dentro) estaba escrito: VIDEOCLUB. Tenía escaparates con películas viejas y mal cuidadas. Un asco. Arranco el coche y avanzó un poco hacia el norte pasando por el lado del videoclub. En la

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esquina noroeste había un gran centro comercial. Aparcó justo al lado en una plaza destinada a personas minusválidas. Generalmente, todo tenía parquin subterráneo para aparcar, pero las plazas para los discapacitados estaban arriba, cerca de la entrada, para facilitar la entrada a dichas personas. Mi padre, ni corto ni perezoso, estacionó el coche al lado de la entrada del supermercado y me ordenó que bajara. Sin más, abrió la puerta y salió. Yo, por mi parte, introduje mi portátil en la mochila

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y la cargué a mi espalda. No era buena hora para perder mis cosas, y mucho menos lejos de casa. Luego, abrí la puerta para salir mientras encendía el teléfono móvil con la otra mano.


Entramos en silencio, a primera vista allí no había nadie. Ni dentro ni fuera del supermercado. Las puertas del edifico funcionaban con electricidad, se abrían al notar presencia humana en su visor. Estaban rotas, por eso, y sólo por eso, supe que no había electricidad en todo el lugar. Mi padre dio el 195

primer paso y comenzó la búsqueda entrando de primero. Yo lo seguí procurando pisar en los mismos lugares y accedí por la misma puerta. Dentro, se dividía en tres grandes partes. A la izquierda se encontraba la sección “de primera necesidad”, en el medio “otros” y a la derecha el mostrador para pagar los artículos comprados. El techo estaba en mal estado, las lámparas, a parte de no alumbrar, amenazaban con caer con el mínimo

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soplo o con una pequeña brisa. Las plaquetas del suelo estaban en buen estado, sin grietas ni roturas, pegadas unas con otras. En las paredes, pude observar que había grafitis de todos tipos y colores. Casi ni se distinguía el color inicial de éstas. —Me voy a buscar agua, la necesitamos. Tú si quieres busca por ahí o espérame en la entrada. No busques problemas, chico.

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—Vale papá, como digas. Un aire fresco inundó mi cara, lo que agradecí con creces en mis pensamientos. No aguantaba con el calor que hacía fuera. Penetré en la sección “otros” en busca de complementos para el portátil y objetos útiles que me servirían para el resto de mi vida, literalmente. Encontré un estante lleno de cascos para escuchar música. Casi todos superaban la cifra de

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cuatrocientos euros, deduje que el más caro sería el mejor pero como me sobraba el tiempo consulté todos los aspectos de cada uno de ellos. Encontré unos Sennheiser, que por la relación calidad-precio semejaban los mejores. Equipados con unos transductores dinámicos de cincuenta y seis milímetros (poco después, investigando por internet, descubriría que eran unos de los más grandes que existen), sobre una malla de acero inoxidable que minimizaba al máximo las vibraciones. Según la descripción,

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posibilitaban una respuesta de frecuencia de entre seis y cincuenta y un mil hercios, con trescientos ohmnios de impedancia y una presión de ciento dos decibelios. Vamos, una pasada de cascos. Los cogí


sin preguntarle a nadie y salí de aquella sección. En caso de comprarlos, tendría que haber pagado mil euros. Les quité el envase y los metí en mi mochila, junto con los demás objetos que cargaba. Me dispuse a desandar lo andado pero una vibración en mi bolsillo me interrumpió. Era el 220

móvil, lo había puesto en silencio para que no consumiera la batería de una forma excesivamente rápida. No reconocí el número por lo que descolgué sin más. —¿Diga? —¿Mi pequeño genio? ¿Eres tú? Reconocí a la primera la voz de mi hermana. Ella solía llamarme “pequeño genio”, como gesto

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de cariño y alusión a mi inteligencia. Por lo menos alguien en toda mi familia reconocía que era listo y, me alegraba que esa persona fuera mi hermana. —¡Soraya! —grité alegre—. ¡Cuánto tiempo hermana! ¿Qué tal va todo por ahí? —Increíble. He encontrado trabajo en apenas un mes, Japón es muy diferente, aquí todo el mundo trabaja y hace sus quehaceres diarios. La economía va bien, no hay tantos problemas con el

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proyecto Géminis ni nada por el estilo, tantas cosas que no podría contártelas por teléfono porque se me acabaría la batería. —Me alegro un montón hermanita, nosotros ahora mismo estamos en un supermercado, hemos dejado la casa y no tenemos noticias de mamá, lo más probable es que… —hice una pausa dramática, no me brotaban las palabras de la boca—. Que… esté muerta o caminando por ahí sin sentido.

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Yo la solía llamar hermanita, como símbolo de cariño. Pero nada parecido con la realidad, ella tenía seis años más que yo y había acabado la universidad el año anterior. Residía en Japón, la ciudad de la tecnología, y daba clase de inglés en la educación primaria. Había aprendido el japonés durante su etapa en la universidad, sobre todo porque ya había indicios de la decadencia económica Europea. —Lo suponía. Vaya idea han tenido con el proyecto, es increíble. ¿Cómo está papá al respecto?

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En un principio quería llamarlo a él pero o tiene el móvil apagado o está fuera de cobertura, ¿está por ahí?


—Está fatal, casi ni hablamos, siempre borde y frío. Sigue pensando que soy un tonto, hermana. ¿Por qué lo hace? —recorrí el lugar con la mirada en busca de mi padre, no lo vi. Empecé a andar hacia la entrada, me di la vuelta para confirmar que no estaba detrás. Lo que vi no me gustó nada. Un 245

hombre, creo, miraba fijamente al mostrador recostado contra la pared. No se inmutó y deduje que no me había visto. Seguí mi camino lentamente procurando no hacer ruido, también hablé con un tono más bajo—. No, lo he perdido, pero ya lo encuentro ahora mismo. —No pasa nada, nunca está de más una conversación entre hermanos, ¿no? Sobre todo con el panorama. ¿Qué tal tú?

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—Bien, bien. Llevo todo al día y estoy muy pendiente de El Asteroide. Poco más pude hacer en todo este tiempo. Papá me tacha de imbécil y dice que no sé hacer nada, pero bueno, tampoco le hago mucho caso. Casi siempre estoy pensando en ti o en mis amigos, me molesta hablar con él. —Vamos a ver, no te preocupes por lo de que te tome por un tonto. Tu inteligencia es tuya, no hace falta que te preocupes por que los demás no la detecten. ¡Ánimo hermano! Un día te tengo que

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enseñar todo Japón, te va a gustar mucho. Aquí todo es tecnología. —Gracias, a veces sí que sabes dar ánimo Soraya —sonreí. Aunque ella no me estuviera viendo, sonreí por dentro y por fuera. Para mí, mi hermana era una gran persona, muy inteligente y perspicaz, y también era muy guapa—. Te quiero mucho hermanita, me gustaría muchísimo que estuvieras aquí con nosotros. Sería una experiencia impresionante, ¡y nos lo pasaríamos muy bien!

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—¡Seguro que sí! Mira, te prometo que si ocurre algo en Europa, no tardaré ni un solo día en ir a buscarte y a traerte conmigo, cogeré el primer vuelo y te sacaré de allí, vendrás a Japón y viviremos juntos —lo que me acababa de decir me alegró el resto del día y estuve pensando en ello, aunque no lo parezca, medité seriamente la proposición—. Pero de momento, intenta sobrevivir. —Gracias hermana… en serio, sabes dar ánimo. Lo que acabas de decir ha sido muy serio. De

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verdad, te quiero mucho —casi lloro con la escena.


—Yo más pequeño. ¡Oye! Me creé una cuenta hace poco en El Asteroide, esa página de la que tanto hablas. Quiero que me agregues y que chateemos por ahí, si no funciona el móvil ni nada de eso, además, es gratis. Soy Soraya en el foro. —¡Vale! En cuanto pueda te mando un mensaje. Ahora se pone papá —lo vi a lo lejos mientras 270

se lo comentaba a mi hermana. Luego me quité el móvil de la oreja y lo pegué a la camiseta, por si me decía algo mi padre que no quisiera escuchar mi hermana. No lo hizo. Mi padre andaba lentamente por la entrada, se hacía el desinteresado mirando los escaparates pero le entusiasmaba la idea de hablar con su hija mayor. Me había oído hablar con ella pero para asegurarme le dije en un tono muy bajo que era Soraya. Él asintió con la cabeza y cogió el teléfono

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mientras me ordenaba ir a por un par de botellas de un litro de agua. Seguí mi camino sin escuchar lo que le comentaba a mi hermana. A saber que se le pasaba por la cabeza en aquel momento. Ya había olvidado completamente el hombre extraño y me dirigí a por las botellas de agua. Me susurré que había sido mi imaginación para tranquilizarme. El extremo izquierdo del supermercado era totalmente diferente a los demás, este se dividía a su

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vez en otras tres partes. Higiene, comida y bebida, y ropa. Antes de ir a por el agua me dirigí a la sección de ropa en busca de una gorra que me quedase bien y que me protegiese del sol. Entre los pequeños estantes había pequeños montadores con gafas de sol de distintos modelos. Cogí las que, a la vista, me parecieron más llamativas y más bonitas. Poseían una pasta gorda de color rosa y unas listas negras por el medio, formaban un conjunto bastante atractivo para mí.

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Procedí a ponérmelas y a mirarme a un pequeño espejo que sólo mostraba la cara. Me quedaban estupendas, pero luego, mientras estuve dentro, las tuve apoyadas en la cabeza porque se veía muy poco con ellas en la oscuridad. El local tenía muy pocas ventanas y aberturas para que entrase la luz solar. Pasé de largo observando de reojo la ropa, la mayoría era ropa de verano. Y no se vendían

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chaquetas ni paraguas. Deduje que el supermercado fue lo suficiente moderno como para quitar de su


catálogo todo lo relacionado con la lluvia y el mal tiempo. Por el contrario, sí había muchas gafas de sol y gorras, también abundaban las camisetas de manga corta y los pantalones cortos. Vi unos como los míos pero de otro color, pensé que me quedarían bien pero no los cogí por falta de tiempo. Llegué a la sección de gorras y viseras, entre las primeras encontré una negra que tenía una gran jota inclinada. 295

«La jota de Jefferson», no dirigí la vista a ninguna más y la cogí en el acto. Me dispuse a ir a por el espejo que había usado antes con las gafas, pero esta vez para mirar mi nueva gorra. «La gorra de Jeff; mi gorra». Conjuntaba bastante bien con mi camiseta blanca y mis vaqueros negros. Pero sobretodo destacaba el color de las gafas de sol en mi cara. Me gustaba mucho el color rosa, pero la gente, tan

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machista y anticuada, siempre refería que el color de rosa era para las chicas y los demás para los hombres. Muy triste. Luego decían que la civilización está mejorando y siendo más tolerante. En el machismo y la homosexualidad se caían todos los cimientos de la humanidad y todas las leyes escritas a favor de ellos. Dejando mis pensamientos de lado, seguí mi camino hacia la sección de comida y bebida. Mi

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hermana era una de esas personas con las que podía discutir todo esto y aprender, con los demás, una acción inútil. El agua estaba en el primer estante de la sección, cogí una botella pero alguien me interrumpió. —Chaval —una voz grave y desconocida se dirigió a mí —. Eso hay que pagarlo… No es tuyo, ni tienes el más mínimo derecho para llevártelo. Tiene un propietario.

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— ¿Q-qué? —tartamudeé mientras preguntaba. Había oído perfectamente cada una de sus palabras, pero necesitaba ganar tiempo para pensar en algo y salir de allí. —Tranquilo, no te voy a pedir que lo pagues porque sé que no tienes dinero —respondió el hombre, en un tono un poco más suave mientras se llevaba un cigarro a la boca—. Pero eso no se hace, cada uno tiene su propiedad y no se puede invadir la de los demás —me echó un vistazo de arriba


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abajo mientras seguía hablando—. Veo que llevas tus cosas en la mochila. Dime, ¿te gustaría que te las robara? —No, señor —dije nervioso mientras aferraba mis manos a ella. Él lo notó, y prosiguió con su discursillo. —Tranquilo, chaval. No te la voy a quitar. No soy de esas personas que acorralan a chiquillos

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como tú y los roban y violan —dio otra calada al cigarro mientras echaba el humo por toda la sala. Mi padre no se enteraba de nada, y yo maldecía su incapacidad acústica por no oírnos. Cerré los puños apretando la hebilla de la mochila, estaba muy nervioso—. Eres inteligente chaval, me gusta. Al parecer no saliste como tu padre, ¿eh? El pobre ha dejado el coche fuera sin vigilancia. Es como si un ladrón entra en un domicilio a robar todo lo que encuentre y entretanto viene la policía y se lleva su

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coche. ¿Qué hace el ladrón? Incrédulo, busca su coche como si se hubiera movido solo e intenta recordar dónde lo había aparcado. Ahora mismo, mira por la ventana y rubrica cada una de las palabras que he dicho. Tan pronto como lo dijo, miré alrededor para buscar un foco de luz y su respectiva ventana. Lo encontré a mi izquierda. Con acciones cuidadosas, con cautela y siempre con la vista fija en el hombre,

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me alejé lentamente hasta llegar a la ventana. Antes de darme la vuelta volvió a hablar el hombre extraño. —Tranquilo, chico. No te voy a acuchillar ni a robarte mientras te das la vuelta, pero está bien que seas desconfiado. Me di la vuelta, tal y como dijo. Fuera, no estaba el descapotable rojo. En su lugar, unos metros

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atrás se encontraba una furgoneta mal cuidada y rayada de color marrón. Con un espray alguien había escrito en el lateral derecho, el único que veía desde mi posición: Estúpidos. La furgoneta tenía los cristales de ese mismo lateral rotos y las ruedas medio deshinchadas. Los focos también estaban rotos, así como los asientos estaban deshilachados. «Sacado del desguace».


Sólo tardé unos segundos en ver la escena y darme cuenta de lo que suponía aquello. Aun así, 340

seguía desconfiando y me di la vuelta, mi mente podría procesar la información y pensar del mismo modo, la imagen de la furgoneta se grabó en mi mente. El hombre se había puesto justo detrás de mí, pude ver perfectamente su rostro. Parecía ser árabe, más que nada por la prominente barba blanca que poseía. No fumaba un cigarro, era un puro. Tenía la cabeza tapada con una capucha negra y por encima de la ropa llevaba un velo negro. Sin duda, tenía todas las papeletas para que lo tacharan de árabe.

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Soltó todo el humo del puro en mi cara, me molestaba mucho el humo de los cigarros, odiaba a la gente que fumase. Me parecía un acto estúpido. —Increíble, ¿no? Os han robado el coche —calló unos segundos para disfrutar del momento—. Al parecer, no fueron tan buenos como lo fui yo. —Gracias señor —pude articular nervioso, deseando salir de allí.

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—Venga chaval, ahora vete a contárselo a tu padre, seguro que pensara que se han dejado gasolina o que funciona el coche. Inepto… «Seguro». La gasolina era otro problema, en nuestro coche quizás hubiera la suficiente para cincuenta o sesenta kilómetros más. Pero ya no era nuestro coche, y todo por culpa de mi padre. Me imaginé lo enfadado que se pondría al darse cuenta. Generalmente, cuando mi padre se enfadaba, yo

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me escondía en mi habitación o usaba el ordenador para evitar una conversación con él. Pero cuando se enfadaba conmigo ya era otro cantar, le duraba semanas el enfado, cosa que a mí me molestaba mucho. Observé al señor por última vez, estaba recostado contra la pared fumando su puro y disfrutando del humo. Me echó una ojeada despectiva y se fue caminando hacia otra zona aun más interna del supermercado. Por lo que había dicho deduje que sería el propietario del edificio y de la

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empresa. Yo, por mi parte, esperé un momento hasta que desapareciese, me ajusté la gorra y salí corriendo en busca de mi padre. Me di cuenta que por el suelo había abundantes copias del mismo catálogo, todas con el mismo logo y los mismos productos. También había botellas de agua vacías o bolsas de plástico rotas que anteriormente fueron usadas para transportar la compra por la clientela.


Encontré a mi padre un poco distraído con mi móvil en la mano. Supuse que ya había terminado 365

la conversación telefónica con mi hermana, por lo que hablé con él distendidamente, esperando que no causara un efecto demasiado negativo el robo del coche. Mientras conversábamos le arrebaté el teléfono móvil y le entregué las botellas de agua, él, se dejó llevar por mis acciones y no impuso fuerza. —Papá —hablé en un tono bajo y triste—. Ven, nos han robado el coche.

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— ¿Qué dices? Es imposible, hijo. Tengo aquí las llaves —ni siquiera se fijó en mi nuevo look, no parecía importarle lo más mínimo su hijo en comparación con el coche. — ¿Y qué? En su lugar hay una furgoneta que parece haber salido del desguace. No dijo nada más, se limitó a seguirme hasta la entrada, lenta y silenciosamente. Yo, por mi parte, quería conocer la posible reacción de mi padre y saber si coincidiría con la del hombre. Al llegar,

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mi padre salió de primero por las puertas del supermercado y exploró el coche mientras maldecía todo lo viviente. Por un momento pensé en que no iba a comprobar si tenía el depósito de gasolina lleno, o por lo menos con lo suficiente para transportarnos unos kilómetros. Lo hizo. Yo esperé fuera. A juzgar por la situación, los ladrones no habían dejado huellas ni marcas en el espacio, todo estaba tal cual lo recordaba, menos el coche. Después de maldecir y soltar tacos, mi padre

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comprobó la gasolina y se dio cuenta de que no habían dejado ni gota, soltó un “que listos son los cabrones” en un tono sarcástico. Yo pensé que no es que fueran ellos los listos, que él era el tonto. —Papá, nadie tan tonto como para, en estos tiempos, dejar gasolina al primero que la encuentre. Aun por encima, a nuestro coche le quedaba poca. ¿Cómo pudimos dejarlo sin vigilancia…? —Olvídalo, ahora el problema es cómo vamos a llegar a nuestro destino.

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— ¿Adónde tenías pensado ir? —dije reiteradamente, pensaba que lo mejor era que compartiese todo el plan conmigo. —La verdad, lo único que intentaba era estar en constante movimiento para que no nos atrapasen esas cosas.


—Pues… —me dieron ganas de pegarle con todas mis fuerzas, pero se me ocurrió una idea que 390

podía solventar nuestro problema, por lo menos por un tiempo—. Tengo una idea, Pablo, un colega mío, ha sacado el carnet de conducir y supongo que estará dispuesto a recogernos. Vive con su madrina en Suor noroeste, a pocos kilómetros de aquí, hablaré con él por el ordenador. Mi padre asintió silencioso mientras me invitaba a subir al coche, lo hice antes de encender el ordenador y sacar todo el equipo, pero no aguanté ni dos minutos dentro de la furgoneta. Olía muy mal,

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a sudor, a meadas. Definitivamente, aquella furgoneta era una mierda (no me gustaba nada utilizar esa palabra, pero era la que mejor que definía el momento y el automóvil) comparada con nuestro descapotable, siempre limpio. A mi padre le faltaría inteligencia, pero en cuestiones de limpieza y cuidado me valía de ejemplo, porque yo lo intentaba, pero nunca llegué a ser tan pulcro como él. —Chico, ¿de dónde has sacado la ropa?

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—En el supermercado, en la zona de útiles de primera necesidad y en la sección de ropa.


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