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Literatura Salvadoreña

La literatura salvadoreña está rodeada un buen número de escritores que sobresalieron y se volvieron famosos local e internacionalmente gracias a sus obras literarias. El Salvador ha sido la cuna de varias generaciones de estos.

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Antes de hablar sobre los escritores salvadoreños se tiene que responder a la pregunta:

¿Qué es un escritor? Se denomina escritor, en sentido amplio, a quien escribe o es autor de cualquier obra escrita o impresa. Por otra parte, en sentido estricto, el término designa a los profesionales del arte literario. Era del liberalismo y la modernización cultural. El nacimiento de una literatura netamente salvadoreña debe ubicarse en un contexto histórico. Fue con el ascenso de Rafael Zaldívar en 1876 que los liberales derrotaron a sus rivales conservadores. A medida que fundaron un estado nacional desde cero, la literatura se volvió cada vez más relevante.

En los siglos correspondientes a la colonia hubo un florecimiento literario considerable en la metrópoli ibérica; reflejo de lo cual, también en las posesiones americanas se verificó un notable cultivo de las artes, especialmente la arquitectura, la plástica y la música. Existieron, empero, obstáculos importantes para un despunte comparable en la literatura. Entre ellos resaltaba el celo con que la autoridad religiosa controlaba las vidas de sus feligreses recién convertidos al cristianismo. El cultivo de la palabra debía estar al servicio de la fe y bajo el cuidadoso escrutinio de sus guardianes. A pesar de ello tuvo lugar una vida literaria secular de importancia en las cortes virreinales de México y Lima. Esta literatura cortesana tendía a reproducir de forma mimética los cánones metropolitanos, aunque ocasionalmente nutría una voz original y memorable como la de sor Juana Inés de la Cruz, la poeta mexicana. El territorio salvadoreño se encontraba lejos de los centros de cultura. Se puede conjeturar que la literatura habría gozado de adeptos entre reducidos círculos de criollos cultos, pero de ello apenas existe evidencia, y cuando la hay, confirma que su cultivo tuvo un carácter esporádico, efímero y hasta accidental. Ejemplo de los últimos es el caso del andaluz Juan de Mestanza, quien ocupó la Alcaldía Mayor de Sonsonate entre 1585 y 1589, mencionado en “El Viaje al Parnaso” de Miguel de Cervantes.

Los defensores del proyecto nacional esperaban que el desarrollo de una economía orientada a las exportaciones agrícolas, con el café como producto principal, pasaría de la barbarie (para los liberales sinónimo de caudillismo, catolicismo y público sin educación) a la civilización (sinónimo de política y social). logros como los de las naciones europeas avanzadas). Luego de muchas reformas del estado y de su estructura, el país fue perdiendo su identidad cultural indígena y comenzó a forjar una nueva identidad.

Era necesaria una élite ilustrada para ayudar en este proceso. Así, la Universidad de El Salvador y la Biblioteca Nacional fueron fundadas en 1841 y 1870, respectivamente. A fines del siglo XIX, la Biblioteca Nacional se había fortalecido considerablemente; patrocinó la publicación de obras de autores locales, además de su propia revista. La Academia Salvadoreña de la Lengua, semioficial, también se fundó nominalmente en 1876, aunque no comenzó a funcionar hasta 1914. Paralelamente, surgió una cultura de élite independiente.

Esta actividad se fusionó en torno a sociedades científicas y literarias, la mayoría de las cuales tuvieron una breve existencia. La sociedad La Juventud, fundada en 1878, fue una excepción a esta regla. A pesar de su pequeña membresía, fue un foro muy activo con respecto a las últimas tendencias científicas y artísticas. Así tomó forma una élite intelectual compuesta en gran parte por la élite económica. Muchas de las obras literarias importantes de esta eran eran científicas. En las ciencias naturales, el médico y antropólogo David Joaquín Guzmán, autor de la Oración a la Bandera Salvadoreña, fue una figura destacada. Santiago I. Barberena fue una figura importante en la geografía y la historia. A pesar de este énfasis científico, la élite tenía un respeto especial por la cultura estética, particularmente la literatura. Para las élites liberales, la alfabetización y la familiaridad con las últimas tendencias de la literatura europea (en particular, la literatura francesa) eran signos inequívocos de superioridad espiritual. Esta peculiar actitud hacia la estética contribuyó al aumento de la posición social de los poetas e hizo de la literatura un elemento importante en la legitimación del Estado.

Articulo

El legado literario de Salarrué

Un análisis de su contribución a la literatura salvadoreña

El país de El Salvador ha sido bendecido con una gran variedad de talentosos escritores, pero pocos han dejado una huella tan profunda en la literatura salvadoreña como Salarrué. A través de sus obras, este maestro de la pluma ha capturado la esencia de la tierra, su gente y sus tradiciones, y ha dejado un legado perdurable que merece ser explorado y celebrado en Bulevar Literario. Por ello, hoy hablaremos sobre este Mago de las Palabras. Nacido como Salvador Salazar Arrué en 1899, adoptó el seudónimo de Salarrué para firmar sus escritos. Fue un hombre profundamente arraigado a su país y su cultura, y esto se refleja en cada una de sus páginas. Su prosa está impregnada de la sabiduría ancestral y la magia de la vida cotidiana en El Salvador. Una de las contribuciones más notables de Salarrué a la literatura salvadoreña es su capacidad para transmitir la identidad nacional a través de sus relatos. Sus obras, como “Cuentos de barro” y “Cuentos de cipotes”, son un reflejo auténtico y sincero de la vida en los campos y pueblos de El Salvador. Sus personajes, con sus alegrías, tristezas y luchas, se convierten en voces que nos conectan con nuestras raíces y nos enseñan sobre la riqueza de nuestra cultura. Otro aspecto destacado del legado de Salarrué es su habilidad para retratar la naturaleza salvadoreña de una manera poética y evocadora. Sus descripciones detalladas y su amor por los paisajes de su tierra natal nos transportan a montañas majestuosas, ríos serpenteantes y volcanes imponentes. A través de su escritura, podemos sentir el aroma de las flores silvestres, el susurro de las hojas y la brisa acariciando nuestra piel. Salarrué nos invita a sumergirnos en la belleza natural de El Salvador y a apreciar la grandeza de nuestro entorno.

Los malos libros provocan malas costumbres y las malas costumbres provocan buenos libros.

Ciertos textos primarios, sin embargo, pueden ser considerados como los primeros pasos de la literatura, ejemplos muy antiguos son el Poema de Gilgamesh del siglo XVII a.C. que en su versión sumeria probablemente date del siglo XXVII a.C. y el libro del muerto. Ahora que hemos hecho una pequeña introducción sobre la literatura, y sus orígenes, de los cuales aun hay mucho más que decir, vamos a hablar sobre la literatura de mi país El Salvador. En mi país se pueden encontrar las únicas dos grandes vertientes de la literatura los cuales son Los Escritores de Derecha y los Escritores de Izquierda. El fundador de la vertiente de la literatura de Derecha es el escritor Francisco Gavidia que con su obra Júpiter creó la identidad nacional de el salvadoreño. Dentro de esta vertiente se encuentran otros escritores de los cuales más de uno tú conocerás, porque en las escuelas y colegios esta es la literatura que se fomenta a los estudiantes ya que estos escritores nunca escribieron nada en contra del gobierno militar de aquel entonces ni nada que reflejara la situación en la que se encontraba (y aun se encuentra, en algunos aspectos) el país, por lo cual se les promovía de una forma masiva.

- Salvador Salazar Arrué.

- Alfredo Espino.

-Claudia Lars.

- Hugo Lindo

- David Escobar Galindo.

Un dato curioso sobre uno de los escritores de esta vertiente, en específico Alfredo Espino, es la razón por la cual se suicidó, y es que Alfredo espino era homosexual y estaba enamorado de un joven, tanto así que le escribe un poema, al leer detenidamente su libro “Jícaras Tristes” nos podemos dar cuenta de lo que el poeta sufría, al

La historia del modernismo en El Salvador se remonta a la polémica sobre la influencia del romanticismo que se produjo en las páginas de La Juventud. La Juventud denunció el magisterio de Fernando Velarde, un español que vivió en el país durante la década de 1870, influenciando a los jóvenes escritores con su poesía soñadora y grandilocuente. Su enseñanza produjo una obra poética influenciada por el romanticismo español. Entre estos autores estaban Juan José Cañas (1826-1918) (letrista del himno nacional), Rafael Cabrera, Dolores Arias, Antonio Guevara Valdés e Isaac Ruiz Araujo.

Siendo aún adolescentes, Rubén Darío (1867-1916) —el famoso poeta nicaragüense que entonces vivía en San Salvador— y Francisco Gavidia (1864-1955) atacaron la poesía de Velarde y llamaron la atención sobre el modelo de poesía simbolista parnasiana de Francia. Ambos estudiaron esta poesía con rigor y entusiasmo, tratando de desentrañar sus intrincados mecanismos constructivos y traducirlos al idioma español.

Francisco Gavidia asumió la fundación de una literatura nacional, preocupación que se manifiesta a lo largo de sus voluminosos escritos. Sus escritos son la máxima expresión del espíritu liberal en las artes. Su visión de la literatura salvadoreña aboga por el dominio de las tradiciones occidentales, sin olvidar la necesidad de preservar y conocer las tradiciones autóctonas. Otros autores importantes de la época fueron Vicente Acosta, Juan José

Bernal, Calixto Velado y Víctor Jerez. Algunos de ellos participaron en la publicación La Quincena Literaria, que jugó un papel importante en la difusión de la estética finisecular. Durante las primeras décadas del siglo XX el modernismo siguió dominando la literatura salvadoreña, aunque comenzaron a verse nuevas tendencias.

El modelo de modernización cultural liberal parecía consolidarse bajo el efímero gobierno de Manuel Enrique Araujo, quien gozaba del apoyo de la intelectualidad y parecía comprometido con una política de fomento de las ciencias y las artes. Araujo trató de dar una base institucional más fuerte al modelo de sociedades científicas literarias con la fundación del Ateneo de El Salvador (asociación para el estudio de la historia y la escritura nacional), pero este impulso se vio truncado por su asesinato en 1913.

Durante la dinastía Meléndez-Quiñones que siguió, cualquier progreso se vio ensombrecido por el regreso de los males de tiempos pasados: el nepotismo, la intolerancia y el clientelismo, especialmente dentro de la clase intelectual. Costumbrismo e introspección. La escena literaria salvadoreña, que anteriormente había encarnado un espíritu estético cosmopolita, estaba mal equipada para hacer frente a la nueva realidad política del país.

Como resultado, surgieron diferentes maneras de retratar las costumbres locales y la vida cotidiana, ya sea satírica o analítica, y los escritores comenzaron a centrar su atención en asuntos antes descuidados en la expresión literaria.

A fines de la década de 1920 y principios de la de 1930, la sociedad salvadoreña experimentó varios choques sociales y políticos que trastornaron la frágil sociedad literaria. En el frente económico, la crisis de Wall Street resultó en una drástica caída en los precios del café. El presidente Pío Romero Bosque había iniciado un proceso para volver a la legalidad institucional, convocando a las primeras elecciones libres en la historia salvadoreña.

El ingeniero Arturo Araujo fue elegido en una plataforma de reforma inspirada en las ideas de Alberto Masferrer. La crisis económica y el conflicto político resultante condujeron a seis décadas de autoritarismo militar que suprimieron drásticamente la proliferación de la literatura. Los escritores buscaron activamente alternativas al modernismo occidental. Los modernistas del molde de Rubén Darío condenaron con frecuencia la naturaleza prosaica de los tiempos, pero quedaron deslumbrados por la opulencia y el refinamiento de la Europa de principios de siglo. Si bien los modernistas condenaron la vulgaridad de los nuevos ricos, no se inclinaron a denunciar el arte que producía la riqueza. Entre las nuevas generaciones literarias esta actitud cambió; comenzaron a rechazar incluso los fundamentos del modernismo. Desde su cargo de cónsul en Amberes, Alberto Masferrer observó esta crisis; los escritos de Alberto Guerra Trigueros (1898-1950) también reflejaron la tendencia hacia la alteridad como modelo de progreso.