Revista Cultura Urbana Nr.37-38

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Elena en sus 80 Juan José Reyes

En este ensayo, escrito por un crítico que tuvo la fortuna de estar cerca de Elena Poniatowska, se recorren punto a punto los logros periodísticos y literarios de nuestra homenajeada

Elena Poniatowska —de la cual siempre pensé que había nacido en 1933, y no un año antes, como tal parece que ocurrió— no ha perdido la fuerza de su mirada. No resulta fácil, tampoco, definir con una sola palabra aquella mirada. Inocente, ingenua, una mirada de agua y luz que parece preguntarle al mundo por el milagro de su nacimiento y su despliegue. Una mirada limpia, inteligente. Poderosa: puede captar lo que otros ojos no ven: la interminable soledad de los que solo tienen trozos de recuerdos, angustia, esperanzas, y también los colores y las sombras de los cielos y las ciudades, las flores y los cuadros, los ojos de los otros. Una mirada generosa que está siempre delante de quien lo necesita, con todos que son todos los suyos, y a quienes se entrega sin regateos y sin buscado engaño. No es la mirada de una mujer tan candorosa que pueda ser embaucada por tramposos o seducida por los lujos de los poderosos (¿no son los mismos, acaso casi siempre?). No hay tanta inocencia en esos ojos como para que no puedan percibir la mala fe, la chapuza. Hay siempre en aquella mirada el ánimo de compartirlo todo, sin trampas, de decir la verdad, que solo ella nos hará libres de seguro. Ha sido natural entonces que Elena Poniatowska haya ejercido el periodismo desde que ella era muy joven, y que desde hace ya más de medio siglo haya hecho de la entrevista una vertiente de veras singular, disfrutable y reveladora. Fue primero entrevistado-

ra. Comenzó en Excélsior y despuntó pronto en Novedades, donde reinaba en las notas de “sociales” Rosario Sansores. Por aquellos años los domingos en aquel diario se publicó el suplemento México en la Cultura, fundado y dirigido por Fernando Benítez y diseñado por Miguel Prieto. Eran los años, los cincuenta, en que en el país corría una pregunta que ahora puede resultar curiosa y que entonces aparecía como un asunto de primer interés: qué era México y cómo eran los mexicanos. En esa línea destacó, haciendo entrevistas a figuras sobresalientes —como Agustín Yáñez o Leopoldo Zea—, Rosa Castro, a quien sin duda Elena Poniatowska siguió con atención. (Con frecuencia me pregunta ahora Elena por Rosa Castro. “¿Qué sabes de ella? ¿Es cierto que vive en Cuernavaca?”. Aprovecho la ocasión, de paso, para pedirles a los lectores que nos hagan llegar informes acerca de aquella notable periodista mexicana, tan olvidada ahora por las nuevas generaciones y las prisas excesivas.) No tardó nada Elena Poniatowska en saber que lo suyo no estaba en la banalidad insulsa y quizás insultante de las páginas de “sociales” y en reconocer que lo propio habría de cursar sobre el camino de la creación y de la crítica. No tardó nada en hacerse una periodista auténtica, adscrita a la línea del nuevo periodismo. Ha realizado cientos o miles de entrevistas y ha hecho cientos o miles de crónicas excepcionales.

CULTURA URBANA 81


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