Picasso de berger

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Picasso, Pablo: Mujer en un sillón rojo, 1932 (reproducción por cortesía de los administradores de la Tate Gallery de Londres). Entre los quinientos cuadros o más de su propia mano que posee Picasso, hoy los de MarieThérèse pasan de cincuenta. Ninguna otra persona domina su colección privada de un modo tal. Siempre que la pinta, el tema es capaz de resistir la presión de su modo de pintar. Esto se debe a que es sincero con ella y puede verla como la más directa manifestación de sus propios sentimientos. La pinta como Venus, pero una Venus como no se había pintado jamás. Lo que hace que esos cuadros sean algo diferente es el grado de su directa sexualidad. Se refieren, sin la menor ambigüedad, a la experiencia de hacer el amor con ella. Describen emociones y, sobre todo, la sensación de la satisfacción sexual. Hasta cuando está vestida y con su hija (esta hija de Marie-Thérèse y de Picasso nació en 1935) la ve del mismo modo: suave como una nube, asequible, rebosante de placeres precisos e inagotables, vivaz, sensible. En literatura se ha descrito muchas veces la sumisión que el cuerpo de una mujer determinada puede ejercer sobre un hombre. Pero las palabras son abstractas y capaces de ocultar tanto como lo que afirman. La imagen visual revela con mucha más naturalidad el dulce mecanismo del sexo. Basta con pensar en el dibujo de un seno y luego compararlo con las más extraviadas asociaciones de la palabra, para ver que es así. En lo fundamental, se carece de palabras para el sexo…, sólo son ruidos; pero hay formas. Los viejos maestros reconocieron esta ventaja de lo visual, y la mayoría de sus cuadros tienen mayor contenido sexual del que se admite de ordinario. Pero cuando los temas eran sexuales sin disfraz, siempre se situaban en el pasado, con una perspectiva social o moral. Todos los grandes desnudos implican un modo de vida. Son invitaciones a una opinión filosófica determinada. Comentarios sobre el matrimonio, la amante, el lujo, la edad de oro o los gozos de la seducción. Esto puede decirse tanto de Giorgione como de Renoir. La mujer está allí como una promesa condicionada. La experiencia subjetiva del sexo -es decir, la experiencia del cumplimiento de esa promesa- se ignora. (Y se ignora, del modo más explícito de todos, en las imágenes «pornográficas» que ilustran el acto sexual.) Es comprensible que esto fuera así en el pasado; había tabúes estrictamente religiosos y sociales. Existía una dependencia económica de la mujer y, por tanto, se daba gran importancia a las convicciones sobre la castidad y la modestia. Se había establecido una función pública del arte. El cuadro se pintaba para otro, de modo que las pinturas autobiográficas eran rarísimas; y la experiencia subjetiva del sexo sólo puede expresarse autobiográficamente. También había limitaciones estilísticas.


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