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4. La criatura superior: el ser humano

V. AGUSTÍN DE TAGASTE

1. Vida y obra

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Agustín nace el 13 de noviembre del 354 en Tagaste, situada al norte de África y fallece el 28 de agosto del 430 en Hipona. Es un hombre de profunda lealtad interior. En su juventud llevó una vida disipada, pero con su extraordinaria sinceridad afrontó valientemente una constante interpelación interior, un cuestionamiento de su propia vida y en consecuencia acometió un sendero de conversión radical, lo cual narra en su famoso libro Confesiones.

Fue versado en la gramática y en la Retórica, obteniendo fama, reconocimiento y aplausos. Hacia los 30 años viaja a lo que actualmente es Italia y escucha a un célebre retórico: San Ambrosio, buscando conocer su arte retórico pero sin poderse escapar del influjo de los temas que aquel santo obispo trataba, encontrándose con que al final su búsqueda había sido cumplida encontrándose con la máxima y más personal Verdad que era la de Jesucristo.

San Agustín es doctor de la Iglesia y es considerado un intelectual excepcional y un gran santo. Es muy conocido por dos de sus obras Confesiones y la Ciudad de Dios, en la cual expone una lúcida filosofía de la historia. Sus principales aportes a la historia de la filosofía son los siguientes:

2. Vía de la interioridad y verdad

La filosofía de San Agustín va de la mano de su experiencia interior. Por ello, resalta la importancia de la vivencia subjetiva: “Puede disputarse si las cosas en general y el alma en particular están hechas de fuego, de aire o de otro elemento, pero de lo que no duda ningún hombre es de que vive, obra, piensa, ama o desea”. Con esto descubre la verdad de la conciencia, hasta el punto de decir “si yerro, sé que existo”: “Si fallor, sum” (De Civitate Dei, XI, 26). Con lo cual varios autores han considerado que se ha adelantado al “Cogito, ergo sum” de Descartes.

Esta conciencia de su propia subjetividad en lugar de detener su búsqueda en sí mismo, le lleva hasta las raíces de esa interioridad y le abre paso a su encuentro con Dios. Al mismo tiempo es en ese recogimiento donde se produce un cabal descubrimiento de la propia interioridad, de lo que podríamos llamar con terminología poliana “núcleo personal”.

De ahí que cuando se encuentra con la Verdad divina advertirá que la buscaba fuera, sin percatarse que estaba “dentro” de él en su intimidad, de ahí su célebre frase de que Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos: “porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío”14. Y en el De Vera Religione, afirma: “No busques fuera. Vuelve hacia ti mismo. En el interior del hombre habita la verdad. Y si hallas que también tu propia naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo”15 .

Sin embargo, precisamente porque parte de la experiencia o vivencia interior da importancia a la experiencia sensible en cuanto camino para llegar a la verdad. Con todo, él no considera que haya abstracción a partir de ella, sino que la verdad es sobre todo, eterna, inmutable, y no siendo él el origen de esas verdades eternas e inmutables, ya que el ser humano es mudable, San Agustín llega a ellas a través de una iluminación divina que se irradia de manera natural sobre el espíritu humano como una luz intelectual.

Esta teoría de la iluminación ha sido muy comentada y de modos diversos. Así, Tomás de Aquino considera que la luz intelectual sería el intelecto agente que, siguiendo la tradición aristotélica, ilumina a la imagen sensible. Sin embargo, la teoría tomista sobre el intelecto agente necesita ser explicitada o elevada como hace Leonardo Polo, al nivel del acto de ser personal, el cual es creado y se distingue realmente de la esencia en la criatura. De esta manera no se confundiría el intelecto agente con Dios, ya que al ser un acto de ser creado se distingue de su Creador.

14 Confesiones, Libro Tercero, Cap VI, 11

15 Cap. 39, n.72

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Es muy probable que en la teoría sobre la iluminación San Agustín haya tenido en cuenta aquella verdad revelada que declara: “Yo soy la luz del mundo”. En el fondo estaría el que según San Agustín Dios crea conociendo y esa “luz” o presencia divina, que se puede encontrar aún en quienes le rechazan, nunca se pierde porque es la presencia del Autor o Creador en la criatura.

3. Dios y la creación

San Agustín considera que el universo y el mismo ser humano son una “hechura”, una criatura de Dios. Por tanto, en ellos se puede encontrar unas “huellas”, unas “rationes seminales”, razones seminales, que ponen de manifiesto a su Autor.

Dios es entendido como plenitud del ser que existe desde fuera del tiempo y que dona gratuitamente el ser a sus criaturas. Gracias a esa donación los seres poseen existencia en el tiempo, si bien son puestos en el ser desde la nada (ex nihilo).

Respecto a la esencia de Dios son significativas las siguientes frases que se encuentran en su libro Confesiones y que ponen de manifiesto a Dios como Creador, como la Bondad y misericordia plena, así como su omnipresencia:

“¿Te abarcan, acaso, el cielo y la tierra por el hecho de que los llenas? ¿O es, más bien, que los llenas y aún sobra por no poderte abrazar? ¿Y dónde habrás de echar eso que sobra de ti, una vez lleno el cielo y la tierra? ¿Pero es que tienes tú, acaso, necesidad de ser contenido en algún lugar, tú que contienes todas las cosas, puesto que las que llenas las llenas conteniéndolas? Porque no son los vasos llenos de ti los que te hacen estable, ya que, aunque se quiebren, tú no te has de derramar; y si se dice que te derramas sobre nosotros, no es cayendo tú, sino levantándonos a nosotros; ni es esparciéndote tú, sino recogiéndonos a nosotros. Pero las cosas todas que llenas, ¿las llenas todas con todo tu ser o, tal vez, por no poderte contener totalmente todas, contienen una parte de ti? ¿Y esta parte tuya la contienen todas y al

mismo tiempo o, más bien, cada una la suya, mayor las mayores y menor las menores? Pero ¿es que hay en ti alguna parte mayor y alguna menor? ¿Acaso no estás todo en todas partes, sin que haya cosa alguna que te contenga totalmente?”16 .

4. La criatura superior: el ser humano

El hombre es la criatura que más y mejor refleja a su Autor, Quien la ha hecho por amor y para el amor; de manera que el hombre “sale” de Dios y “vuelve” a Él (es su finalidad última). Sin embargo, Dios ha creado al hombre con un gran tesoro: su libertad

San Agustín estuvo bastante tiempo engañado, según él mismo reconoce, en la secta del maniqueísmo que sostenía que existían dos principios, uno del bien y otro del mal; de manera que cuando alguien obra mal no es él realmente el que actúa sino aquel principio del mal. Posteriormente, ya libre de aquel engaño, defiende la existencia del libre albedrío, que es la capacidad básica de elegir entre hacer el bien y el mal.

En cambio, la libertad propiamente dicha es aquella capacidad que se dirige al bien. Lo contrario, elegir el mal, no es libertad, sino esclavitud. Pero tiene unas consecuencias serias en quien lo realiza y sus víctimas. De manera que a la pregunta de por qué existe el mal en el mundo, la respuesta sería que la causa está en el libre albedrío, cuando alguien se encuentra atrapado o esclavizado por el mal.

¿Y no podría haber hecho Dios un mundo sin mal? Esto supondría quitar la libertad humana, pero esto no es posible hacerlo porque el ser humano está hecho para el amor, y no existe amor sin libertad; ni amor humano ni amor divino. Por ello Dios se corre el riesgo del libre albedrío por el que las personas tienen dignidad al

16 Confesiones, Libro Primero, Capítulo III, 3

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tener señorío de sí mismo, pero también con el cual pueden llegar a rechazar al mismo Dios.

Sin embargo, la felicidad del ser humano parte del reconocimiento de que está hecho para Dios. Su espíritu que es inmortal, clama por lo infinito, por la posesión del Bien Absoluto. Es célebre su famosa frase de que “nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti”17

En correspondencia con lo anterior, podemos encontrar en su libro Ciudad de Dios, su filosofía social, política y de la Historia. Es interesante su idea de pueblo: “El pueblo es la masa de seres racionales que se reúnen a impulsos de una unidad concorde en la voluntaria prosecución de sus fines”18. Aún ahora se recurre a esta definición para distinguir el pueblo de lo que actualmente se entiende como nación y Estado. Por ejemplo, hoy podemos hablar de pueblo de Israel, y en cambio muy difícilmente podemos decir pueblo español.

También es bastante conocida su definición de la paz: la tranquilidad en el orden. De ahí que la sociedad para San Agustín requiere orden, atenerse a normas. La sociedad de Dios conlleva orden, en cambio, la ciudad mundana es un caos. Naturalmente las dos ciudades entran en conflicto porque tienen valores opuestos. Sin embargo, Dios es el Señor de la historia a la que rige gracias a su divina Providencia.

17 Confesiones, Libro Primero, Capítulo I, 1 18 De Civitate Dei, XIX, 24

LECTURA N. 4

CONFESIONES

San Agustín

LIBRO PRIMERO

“I,1. Grandes eres, Señor, y muy digno de alabanza; grande tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación; precisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que resistes a los soberbios. Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le estimulas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti (quia fecisti nos ad te et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te).

Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrás de ser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica? Ciertamente, alabarán al Señor los que le buscan, porque los que le buscan le hallan y los que le hallan le alabarán. Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido ya predicado. Te invoca, Señor, mi fe, la fe que tú me diste, que tú me inspiraste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu predicador.

II,2. Pero, ¿cómo invocaré yo a mi Dios, a mi Dios y mi Señor?, puesto que, en efecto, cuando lo invoco, lo llamo [que venga] dentro de mí mismo ¿Y qué lugar hay en mí adonde venga mi Dios a mí?, ¿a dónde podría venir Dios en mí, el Dios que ha 131

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