Yo soy malala

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podía contarlos, y preguntar «¿Dónde está mi padre?». Creía que me habían disparado, pero no estaba segura. ¿Eran sueños o recuerdos? También estaba obsesionada con el dinero. Habíamos gastado casi todo el dinero de los premios en la escuela y en una parcela en nuestra aldea en Shangla. Siempre que veía a los médicos hablando creía que estaban diciendo: «Malala no tiene dinero. Malala no puede pagar el tratamiento». Uno de los médicos era un polaco de aspecto triste. Yo creía que era el dueño del hospital y que estaba descontento porque no podía pagar y escribí: «¿Por qué está triste?». Respondió: «No, no estoy triste». «¿Quién va a pagar? —pregunté—. No tenemos dinero». «No te preocupes, tu gobierno va a pagar», dijo. Después de aquello sonreía siempre que me veía. Siempre trato de encontrar soluciones para los problemas, así que se me ocurrió que quizá podría bajar a la recepción del hospital y pedir un teléfono para llamar a mis padres. Pero mi cerebro me decía No tienes dinero para pagar la llamada, no sabes el código del país. Entonces pensé Tengo que salir y empezar a trabajar para ganar dinero y comprar un teléfono y llamar a mi padre para que podamos volver a estar todos juntos. Todo estaba completamente mezclado en mi mente. Creía que el peluche que me había dado la doctora Fiona era verde y que me lo habían cambiado por uno blanco. No dejaba de preguntar: «¿Dónde está el osito verde?», aunque me respondían una y otra vez que no había ningún osito verde. El verde probablemente era el resplandor de las paredes en la unidad de cuidados intensivos, pero aún sigo convencida de que había un osito verde. Constantemente olvidaba las palabras inglesas. Una de las notas que escribí a las enfermeras decía: «Un alambre para limpiarme los dientes». Parecía que tenía algo pegado entre los dientes y quería hilo dental. En realidad tenía la lengua entumecida pero los dientes estaban bien. Lo único que me calmaba era la visita de Rehanna. Decía oraciones que me aliviaban y yo empecé a mover los labios para seguir algunas y a decir «Amin» (nuestra palabra para «amén») al final. Mantenían el televisor apagado, excepto en una ocasión en que me permitieron ver Masterchef, que yo solía ver en Mingora y que me encantaba, pero todo estaba borroso. Más tarde me enteré de que nadie podía traerme periódicos ni contarme nada, porque los médicos temían que me traumatizara. Yo temía que mi padre pudiera estar muerto. Entonces Fiona trajo un periódico pakistaní de la semana anterior en el que aparecía una foto de mi padre


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