Horno Hoffman, tres posibilidades

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dani Lorenzo

una obra en tres posibilidades

participan Marcela Cabutti Gustavo Pérez Carlos Ríos Verónica Pastuszuk Juan Delaygue Verónica López



indice INTRODUCCIÓN

La posibilidad como excusa Marcela Cabutti

pág. 7

FICCIONES

Burbujas urbanas públicas Gustavo Pérez

pág. 13

El ladrillo es un arma cargada de futuro Carlos Ríos

pág. 21

Simulador de existencia Verónica Pastuszuk

pág. 25

Asentamiento Juan Delaygue

pág. 31

Memoria infinita Verónica López

pág. 41



La Posibilidad como Excusa Marcela Cabutti

dani Lorenzo trabajó durante varios meses en los archivos del Museo del Ladrillo de la Fundación Espacio Ctibor con el asesoramiento de la arquitecta Cristina Avinceta, entusiasta oradora de la historia de los Ctibor y guardiana de su memoria. Luego de la relectura de viejas entrevistas, dani decidió hacer sus propias entrevistas con los ex empleados y familiares, donde los invitaba a recorrer el viejo horno en desuso mientras grababa sus relatos acerca de modos de trabajo, modos de construcción, travesuras infantiles, recetas caseras y cuestiones político-gremiales durante la dictadura. En ese recorrido los entrevistados ingresaban como en el túnel del tiempo, nuevamente al espacio de trabajo y al tiempo de sus memorias. Las historias dieron imágenes, olores, recuerdos y tristezas. La propuesta de exhibición no podía perder de vista la experiencia sensible de la memoria y es entonces que la muestra se define en tres Posibilidades. 7


Ser Recuerdo: una muestra en la sala del Museo con los relatos grabados en audio, que dani decide anclar en objetos y dibujos. Ser Posibilidad: colocación de la pieza gráfica-escultórica de la palabra POSIBILIDAD escrita con maderas en los techos en ruina del propio horno, estructura claramente visible desde el Camino Centenario. Y la tercera posibilidad de la muestra es Ser futuro, que consiste en esta publicación-obra que contiene los relatos/propuestas de los colaboradores invitados. La consigna de la invitación fue clara y amplia: “repensar desde la distopía o la utopía los usos y posibilidades de la estructura Horno. Producciones que imaginen el espacio dentro de decenas, centenas o millares de años (y por qué no, de su entorno y la sociedad de su época). Las colaboraciones deben proponer futuros imposibles que se ubiquen lejos de lecturas lógicas, racionales, científicas o materiales de la época. La ciencia ficción, el delirio y el nonsense pueden ser herramientas útiles de las que aferrarse.” Los colaboradores invitados fueron: Carlos Ríos (escritor), Juan Delaygue (escritor), Verónica Pastuszuk (arquitecta), Gustavo Pérez (arquitecto), Verónica López (música). Además, esta tercera posibilidad incluye visitas al horno durante el mes de noviembre los días: jueves 10 a las 15:30 hs, jueves 17 a las 16 hs y el sábado 19 a las 15 hs y a las 16:30 hs. Si desea participar de alguna de las visitas debe inscribirse vía telefónica: Museo del Ladrillo (0221) 4842384 (horario de atención, martes y jueves de 14 a 18 hs).

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Ficciones



burbujas urbanas publicas Gustavo PĂŠrez

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EL LADRILLO ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO Carlos Ríos

Hay una carta que alguien escribe desde el futuro. El insecto – dice el Manual Básico de Ruinología – es el operario de la ruina. Insectos, dice la carta. Yo vi, alguien dice. Miles de ellos. Insectos operarios de la ruina. Propagándola. Este es el siglo del insecto, dice. Su fortaleza reside en la consideración de la ruina como un hábito. El insecto, leemos en la carta, le ha robado al tiempo su función de operario de la ruina. Hay una contienda y el insecto resulta, en el futuro, vencedor. El epicentro de esta contienda es la Unidad Estacionaria del Ladrillo, tomada por los insectos desde hace décadas, aquellas décadas que todavía (se sabe: es condición) no sucedieron. La carta dice, además, que el insecto tiene la función de resguardar los ladrillos con los que ha sido construida la última Unidad Estacionaria. 21


El insecto, en trance de operario, escribe la ruina (y su sendero). Escribir, en estos términos, supone asumir que hay un colectivo del que forma parte el insecto operario y que dicho colectivo tiene dos funciones específicas: custodia y transformación, dice la carta que viene del futuro, de la Unidad Estacionaria del Ladrillo. Desde el fondo de los tiempos y excluido de cualquier automatismo, el insecto se prepara para el momento en que la ruina deja de alimentar su rumor (aquel rumor de época). En el silencio de la ruina, dice la carta, el insecto inscribe su memoria. Millones de operarios en un siglo que comienza. Allí donde leemos la fábula del insecto y la ruina: un juego de estructuras incluyéndose en otra mayor, la Unidad Estacionaria del Ladrillo. ¿Qué habita en la ruina? Es una pregunta que la carta no se preocupa en responder. Hay, sin embargo, una descripción: cada insecto-operario cuenta los ladrillos de la Unidad Estacionaria. La pregunta ya no es por el quién. Hay que decir, en cambio, que en cada ladrillo se inscribe una marca de tiempo que es preciso enviar hacia el futuro (aquel futuro que en la carta surge bajo la forma de una reprogramación). Hay una carta y en el blanco de la hoja alguien ha escrito, en polvo de ladrillo sustraído a la Unidad Estacionaria: LADRILLOS DEL MUNDO, UNÍOS. EN CADA LADRILLO UNA CIUDAD. POR CADA INSECTO DEVENIDO OPERARIO, UNA RECTIFICACIÓN. EL LADRILLO ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO. La obsesión productiva del insecto en torno al ladrillo es poco menos que política; si la ruina es un exceso de realidad, el insecto dramatiza el escenario hasta volverlo visible. En la carta se habla de una construcción cuya arquitectura, a cargo del insecto transformado en operario de la ruina, organiza ladrillos en una circularidad que es absorbida por las tomas de aire. Si hay ladrillo, hay semicircularidad. Si hay ladrillos, dice la carta, hay un recurso. Si hay chimenea, hay una dirección. Hay un fuego, dice. El excedente habita entre la combustión. 22


Desde el futuro llega el rumor de la ciudad. Si el insecto es operario, dice la carta, hay una fábrica. Si hay una fábrica, hay producción. Si hay una carta que llega desde un futuro impreciso (es condición) del cual somos su ruina, algo se materializa en el aire que penetra por los huecos de la Unidad Estacionaria del Ladrillo para oxigenar la vida del insecto. En la carta, dice alguien, vi ladrillos. Los últimos ladrillos del universo están en las paredes de la Unidad Estacionaria. Hay que decir que no se trata de un centro de acopio. Ni de un museo. En su estructura, el insecto-operario de la ruina escribe el nombre de una ciudad. Se cuentan los ladrillos con un propósito: contarlos. Hay, dice la carta, una custodia por afuera de la voluntad. En cada ladrillo, dice la carta que llega del futuro, se escribe el nombre de una ciudad. Con un poco de suerte, leeremos los de aquellas que habitarán nuestros hijos. Hay que decir, por último, que el fuego del insecto es la ruina.

La Plata, noviembre de 2478

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Simulador de existencia Verónica Pastuszuk

Industria de proyectos La etapa de cocción se realiza en hornos elípticos en forma de túneles, con temperaturas extremas y conversaciones interminables hasta que algo se encienda a veces son solo una chispa, pero otras alcanzan la alquimia justa para cambiar de estado y salir por la chimenea siendo otros... 25


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Asentamiento Juan Delaygue

Cuando su caballo comienza a cansarse, ya nadie lo sigue. Revisa el horizonte y no están, no están por ningún lado. De hecho, no hay nada: una planicie seca de la cual es preciso moverse. Se la conoce como el Paso, porque eso es todo lo que allí puede hacerse. Permanecer no es una opción. Quizás por eso los perdió. En ese escenario, piensa en uno de los textos nuevos que ha leído en el último tiempo. La historia comienza con un hombre que recorre a caballo una región particularmente lúgubre. Ahí no hay, sin embargo, alguien que venga siguiéndolo, pero el lugar al que se dirige el personaje acaba hundiéndose. Cuando oscurezca en la planicie real, el Crítico será inalcanzable para los hombres que quedaron atrás, pero él no quiere estar aún en ese sitio al momento en que esto ocurra. Entonces baja del caballo – no más tiempo que el necesario para hacerlo descansar de su peso, porque es importante no exponerse a los efectos del terreno – y luego retoma la velocidad tope que el animal puede alcanzar. Avanza un par de horas – claro que no dispone de nin31


guna unidad de medida en ese sitio – mientras el color violeta de la tierra comienza a levantarse y se hace tan denso como un halo en el punto donde termina la vista. En esa espesura fosforescente aparece la silueta del asentamiento, y se pregunta si el recorrido que ha hecho no se trata de un regreso. Es todo tan claro. Algo así se dice el Crítico en un rapto de confusión. En este punto ya ha transcurrido otra cantidad de tiempo desde el último párrafo y el asentamiento es ahora tan nítido como un árbol visible – si lo hubiera. Recién al llegar a ese lugar entiende que el Paso se terminó en algún momento, aunque la fosforescencia del terreno no anuncia aún seguridad. Pero detrás de las ruinas del edificio prehistórico algunos ensamblan sus casillas para pasar la noche y guardan allí dentro las herramientas que usan cuando intentan cultivar. La visión le sugiere que ya puede desmontar, y lo hace. Ata el animal a un poste y se acerca al sitio con las últimas luces. El asentamiento se estableció en las únicas ruinas que quedan del tiempo anterior. Algunos lo llaman la prehistoria, aunque esa categoría se sigue discutiendo. Es una larga construcción de bloques rojizos, con una serie de bocas a los costados bajo las que es preciso inclinarse para entrar. En uno de los extremos del asentamiento hay una torre altísima que se usa para ver a grandes distancias. Dicen que cuando el clima es bueno la visión puede atravesar el Paso en toda su extensión. El Crítico nunca había estado en el asentamiento, porque no había llegado tan lejos antes. Pero de todos modos sabe que este es el lugar donde se encontraron los primeros textos: el testimonio conservado del tiempo anterior. El estudio de esos textos y las hipótesis posteriores son lo que le aseguraron al Crítico su título. Sin embargo, nunca pudo cotejar las copias mimeográficas – sobre las que trabajó – con los originales, porque para hacerlo debería haber cruzado el Paso y hasta ahora no se había visto empujado a realizar la hazaña. Frente una de las bocas de entrada al asentamiento, el Crítico se dice algo así como entonces se suponía que yo debía llegar a este sitio, y atestigua en el acto cómo su positivismo – con el que, él entre todos, elevó su pasatiempo a ciencia – retrocede ante la posibilidad de que vuelva a asomar en el horizonte la silueta del peligro. Adentro de la construcción hay una oscuridad sólida. Al asomar la cabeza, el Crítico no escucha nada pero, justo cuando está por dar un grito para ver si recibe noticias de alguna presencia, siente que alguien tose y se acerca. En paralelo, un aro de 32


penumbra se dibuja al fondo de la sombra: una persona avanza hacia él y se guía con una vela. Los pasos con los que se mueve suenan torpes, pero cuando la vela está cerca el Crítico puede ver que el hombre que la sostiene sabe exactamente dónde colocar cada pie. Al presentarse, el hombre se da a conocer como el Dueño, y confirma con cierto recelo que este es el asentamiento donde se encuentran los textos famosos. El Crítico comenta su situación y pide asilo. La respuesta que recibe es positiva.

Ahora es otra vez la mañana, y al asomarse desde las sombras del asentamiento puede ver cómo regresan a sus tareas los que armaban sus casillas por la tarde, cuando él llegaba a la zona. El sol está pegando de un modo seco y aplaca la fosforescencia de la tierra, que no volverá a levantarse hasta la tarde. No hay más sombra que la que teje el asentamiento en su interior, ni más frescura que la sombra. El Dueño surge detrás de él y mientras le pasa una infusión caliente lo acompaña en la observación silenciosa de la gente en su trabajo. El Crítico encuentra patrones: hombres y mujeres se dividen. Los hombres van hacia el este en un grupo compacto. Llevan palos largos, algunos sacos de tela y se mueven con cierto aire de dignidad. En pocos minutos, sus cuerpos lustrosos se pierden tras la única colina. Las mujeres, dispersas, con pasos irregulares y espacios más o menos amplios entre cada una de ellas, se van hacia el oeste. Sus cuerpos se han modificado por los años de trabajo en el desierto: están encorvadas, con unas grandes jorobas bronceadas de las que sobresale la silueta de sus vértebras. El Crítico recuerda que al llegar a la zona, quizás por el halo de la tarde, creyó ver que todos estos campesinos tenían cuerpos fibrosos y bien formados. Las mujeres llevan por toda herramienta unas palitas cortas y blancas, algo picadas. Al avanzar unos 300 metros desde las casillas que ahora están plegadas, comienzan, cada cual a su tiempo, a rasquetear con sus instrumentos la capa más superficial de la greda. Remueven, suave, el material en un área acotada, y luego van levantando piedritas blancas que se acercan a la cara para analizarlas con unos ojos en los que el Crítico puede leer un largo entrenamiento en la desafectación. Estrategias de tolerancia, algo así especula al verlas. Buscan algo en esas piedritas, que por lo general no encuentran y entonces las arrojan en pequeñas 33


pilas. Así, se reparten entre escarbar, estudiar piedritas y seguir escarbando. De este modo se van moviendo en bloque, muy de a poco, de una forma que sólo podría explicarse con metáforas que ellas no serían capaces de interpretar. Cuando, cada tanto, parecen encontrarle una naturaleza especial a las piedritas, les hacen una anotación con un marcador negro, registran una entrada en un cuaderno que cada una lleva guardado entre las ropas, y las meten en unas pequeñas cajas que traen colgando. Al hacerlo, las pocas veces que esto ocurre, frente a sus caras pende por un momento el resto de una alegría que parece traerles noticias del pasado. El Crítico y el Dueño las miran durante un tiempo, mientras se pasan uno a otro la infusión. El Crítico pregunta si lo que juntan es algún mineral con alto valor de cambio. El Dueño le responde que están buscando los huesos de sus hijos. O, más bien, lo que queda de ellos. De algún modo se pulverizaron, pero esos cubos pequeños, casi imperceptibles, siguen apareciendo por la zona. Mientras los hombres intentan cultivar, las mujeres tratan de reponer lo que ocurrió. Algo así dice el Dueño. Yo las he visto escarbando hasta entrada la noche. Sus ojos aprendieron a ver con la luz más leve, y la familiaridad con la tierra les ha dado cierta experticia colateral: están concluyendo un tratado de geología. La insistencia del Crítico en conocer los textos resulta ineficaz durante ocho días. En ese tiempo recibe las atenciones que se le dan a un enfermo, incluso la piedad de la condescendencia. El Dueño apenas lo deja asomar a la planicie durante las mañanas y no permite que se aleje demasiado del recinto que le cedió, donde se instaló un catre para darle comodidad. Es uno de los espacios más alejados dentro del complejo laberinto del asentamiento. Todas las noches el Dueño ingresa a dejarle un cuenco con agua para el aseo matinal, aunque el Crítico sospecha que dispone de otros ayudantes y la oscuridad no le permite identificarlos. Pero en la sombra aprende a diferenciar distintas formas de caminar. Una noche, incluso, oye que la persona que entró al recinto tropieza: algo impropio del Dueño. La adquisición de esta habilidad auditiva es un recurso que años más tarde le resultará de vital importancia. El Crítico cree que la naturaleza laberíntica del asentamiento está favorecida por la poca luz que ingresa desde el exterior, y 34


piensa algo así como la visión podría desarmarlo todo. Por fin, en ese reposo, su cuerpo termina aceptando el estado que le fue atribuido y sufre una convalecencia de dos días que acaba por dejar conforme al Dueño. Luego de este episodio, accede a mostrarle los textos y lo lleva a la cámara donde están guardados. Como es de mañana, algo de luz se filtra por las bocas de entrada, así que el Crítico puede moverse por el lugar sin la asistencia del Dueño, que suele llevarlo del brazo. Caminan por el anillo exterior del asentamiento mientras el Dueño le explica la forma de la construcción. No lo había hecho hasta ahora. La estructura es concéntrica. Todas las bocas dan a este pasillo, que da toda la vuelta en forma de óvalo alargado. Sobre la pared del centro verá otras bocas más chicas. Hay que entrar de rodillas. En esa. Así. Ahora estamos en el túnel central. El pasillo exterior está a nuestro alrededor. No se preocupe por la sombra, siga mi voz. Conozco estos pasadizos. Aquí me he refugiado durante las invasiones. ¿Siente qué fresca la tierra en las manos? ¿Y húmeda? Aquí nunca entra la luz. Avance. Si toca algo como piedras, podrían ser los huesos que buscan las mujeres. Puede dárselos luego, o no: no cambiará mucho. Si toca algo como piedras que se mueven, son las arañas. Debe eliminarlas de inmediato. Ahora puede pararse. Este es el centro. Mire hacia arriba y vea esa medialuna, ¿puede? Eso es luz. Hay un disco de hierro que debe descorrerse y podrá salir al techo del asentamiento. Luego vendremos aquí porque es necesario para poder ver los textos. Ahora vuelva a avanzar de rodillas. Está oscuro otra vez, pero ya casi llegamos. Ahí adelante. ¿Siente cómo el espacio se ensancha? Aquí estamos. Ya no es necesario que siga de rodillas. Ahora sí hay una penumbra. ¿Puede verme? ¿Cuántos dedos tengo? Sobre el rincón. Sí, esa caja de maderas. No se precipite. Levante la tapa con cuidado. Ese bofetazo fue por meter la mano antes de que se lo permitiera. Tome estos guantes. No querrá arruinarlos. Ahora sí, esos son los papeles.

No. Luego iremos a la luz. Ahora vuelva a dejarlos en la caja. Deje la caja en el rincón. Ahora vuelva a ponerse de rodillas y sígame.

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Desde el techo del asentamiento la visión es completa. Excepto por la torre que remata uno de los extremos de la construcción, nada interrumpe la línea perfecta del horizonte. Más acá, la única colina que se levanta en el terreno oculta los trabajos de agricultura de los hombres. El Dueño dice algo así como si trepa la chimenea, podrá verlos trabajando la tierra. El Crítico pregunta qué es una chimenea y el otro señala la torre. Bajo el peso de la incomprensión, la mirada del Crítico no se mueve de la cara del que le habla. El Dueño, entonces, le cuenta por completo aquello de lo que el Crítico ya ha pescado fragmentos entre las conversaciones que los pobladores de la llanura mantienen a media voz por la noche en sus casillas, aunque su habla no sea lo suficientemente articulada como para descifrarla entera. Cuando el Dueño explica que, en el tiempo anterior, la construcción donde se estableció el asentamiento funcionaba como un horno gigante, el Crítico entiende que ese hombre y los pobladores de la llanura han tomado al pie de la letra algunos pasajes de los textos que él estudió durante años. El Dueño dice algo así como de acá salían más bloques como los que forman esta construcción, quizás para otras construcciones que no quedaron en pie. El Crítico se pasea mentalmente por los textos. Esas poesías hablan del fuego y las piedras. Es cierto que, con la inocencia suficiente, pueden leerse como instrucciones. En tal caso, la confusión del Dueño es entendible, pero no perdonable. El Crítico piensa algo así como si tiene en su poder esos textos al menos debería ser capaz de comprender la poesía. El Dueño sigue hablando sobre los pasos de cocción de los ladrillos, así los llama. Señala una rampa que llega otra parte del techo de la construcción, sobre el que ahora están parados, habla sobre carros y carbones, explica que la chimenea era el tubo por el cual salía el resultado gaseoso del proceso y dice algo así como está anotado en el manual de geología de las mujeres que el terreno que rodea el asentamiento es rico en carbón y residuos de combustión. El Crítico simula oírlo mientras repasa la cadencia de los versos. Luego piensa en el estudio de los originales, alojados en algún sitio que ahora está bajo sus pies, y se dice algo así como gente rústica que llega a creer que la poesía puede ser alguna otra cosa que escandir versos.

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Cada vez que sus manos se tiñen con el tizne de los ladrillos, al guiarse con las paredes de la construcción para no caerse en la oscuridad, el Crítico siente que otra línea de su tesis se borra y se pierde. Por la mañana ve las casillas, plegadas en un punto que con los días se va desplazando hacia el oeste. El sudor sobre los cuerpos que trabajan demarca los músculos. Las mujeres se acercan a hablar con el Dueño y él les tiende infusiones mientras ellas descansan, con sus palitas blancas clavadas en la porción de suelo que resguardan entre sus pies. La teología que han elaborado parece indiscutible. El Crítico llega a preguntarse si esos textos no prueban la existencia de seres superiores y teme que el influjo del territorio lo lleve a la superstición. ¿Entonces dónde están todas esas construcciones? El alimento que se le provee ha cambiado con el paso de la estación, y las sombras del peligro ya no se asoman en el horizonte por debajo de su consciencia. Cree estar finalmente a salvo. Supervisado por el Dueño, ha podido examinar los textos originales en una penumbra clara. Esos papeles resultan ser exactamente iguales que las copias que estudió durante su juventud. Antes pensaba que debían haber sido hechos a mano, pero su inscripción se debe a una tecnología, tanto como las reproducciones posteriores. El Dueño le explica que la conservación del papel se debe a las condiciones del interior del asentamiento. Quizás más adelante lo deje llevar los textos al techo, para examinarlos con una luz más poderosa. Pero eso será cuando considere que los factores exteriores no ponen en riesgo el estado del material. Porque, algo así explica, acá las cosas se hacen de esta forma. Si bien su rango de movimientos sigue estando acotado por una sensación de vigilancia, al Crítico se le acondiciona otro recinto para que pueda utilizarlo como estudio. Las presencias que intuía en la oscuridad, desde el catre, se confirman con la aparición de unas personas vestidas de colores oscuros que pasan siempre al final del pasillo. Responden al Dueño y descansan en algunas de las minúsculas bocas interiores del pasillo exterior, donde además cumplen la función de obstruir el paso para quien quisiera ingresar al túnel central de la construcción. En sus movimientos el Crítico puede leer un entrenamiento mortífero camuflado de torpeza, y siente que esos sujetos buscan ser subestimados, como si allí residiera su poder. Son estos lacayos los que lo guían – a cierta distancia y en silencio – hasta el estudio. Allí le colocaron 37


una máquina de escribir restaurada y pasada de moda, pero que resulta suficiente para que el Crítico pueda preparar la ponencia que el Dueño le solicita, tras informarle que faltan dos semanas para el Congreso. Es un evento que se hace cada cinco años y su objetivo es el estudio de los textos del tiempo anterior. El Crítico ha asistido a otras ediciones, aunque esta es la primera que se lleva a cabo en el lugar donde los originales están guardados, por lo que el Dueño le asegura algo así como que ese será el momento en que podrá sacarlos de su lugar.

El Crítico siente en el sueño el peso de las evidencias. Ocurre en dos fases: primero, en la dificultad de conciliarlo; segundo, en las representaciones nocturnas. Si las primeras noches soñaba con la idea de los perseguidores, ahora el peligro se ha vuelto material. Al principio corría. En el medio hubo un tiempo en el que sus sueños consistieron exclusivamente en sonidos: nada parecido a una voz, sólo algunos susurros y pasos asordinados en las sombras. Al despertar, varias veces pudo transcribir algunos en notación musical. Transcurrida esa etapa, aparece la mujer. La primera noche le dice llegás tarde, y el Crítico sabe que la idea de que tenían un acuerdo previo no es sólo una impresión suya. Aunque habla como todas las otras pobladoras de la llanura, el Crítico le entiende. En los distintos encuentros que mantienen, él le comenta los avances en la escritura de su ponencia. Está estudiando un aspecto de los textos que no había contemplado cuando escribió su tesis. Ella lo escucha algunas veces. En otras ocasiones aparece con muestras del terreno en su pala blanca y coteja las pruebas con lo que dice en los borradores del tratado de geología. El Crítico le dice que conoce varios editores al otro lado del Paso, y que le haga saber cuando terminen con la escritura del libro. Ella le habla de datos. Datos, datos, datos, dice. Dentro de la cajita que, como sus compañeras, lleva colgando, están los huesos de la mano de su hijo. Recuperó todos los huesos que la conforman y los reordenó. Cuando se la muestra al Crítico, le hace notar una hendidura que va del metacarpo 1 al escafoides. La mujer explica que se debe a la práctica de un deporte que hoy en día está prohibido en la llanura a causa de su violencia.

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El Crítico se despierta sin sobresalto y su propia calma lo perturba. Se dice algo así como con esta actitud no es que se enfrentan los problemas materiales, y se acerca al cuenco con agua que, durante la noche, el Dueño o uno de sus subordinados invisibles dejaron al pie del catre. La luz no es suficiente en el recinto para que pueda mirar su reflejo en el agua. Esto le recuerda que no ve un espejo desde hace unos años y se lleva una mano a la barba – menos un ornamento que un símbolo. Para combatir su pasividad, el Crítico se dirige a la habitación de los textos y toma la caja. Podría haberse llevado los papeles sueltos, pero algún mandato le indica que no es prudente transgredir más de una ley a la vez. Con las tablas bajo un brazo, pasa por uno de los túneles estrechos que lo llevan hacia arriba. Descorre un pesado disco de hierro con inscripciones similares a las que vio en algunos de los bloques que forman parte del asentamiento y piensa que esos documentos también podrían haber sido dignos de una tesis. ¿Pero quién puede acceder a estos detalles? Ahora está bajo el cielo. Es un día hermoso y, salvo por la torre – o chimenea – que remata el asentamiento, nada interrumpe la línea del horizonte. La luz cae de tal forma que aplaca la fosforescencia de la tierra, las mujeres tuestan sus jorobas al sol mientras buscan en la greda los huesos pulverizados de sus hijos, y el Crítico cree que si subiera sólo unos metros más podría ver a los hombres detrás de la colina intentando cultivar la tierra. O eso quiere creer. Después piensa en la advertencia de la mujer del sueño y busca en la lejanía a su caballo, atado al poste. A un lado del animal, el Dueño le tiende un balde que probablemente contenga agua o alimento. Deja la cubeta frente a su hocico y luego bebe su infusión. Mientras tanto, sobre el techo, el Crítico siente bajo el brazo el peso de la caja de madera que contiene los textos.

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Memoria inFinita Verรณnica Lรณpez

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