Dos hombres en el callejón

Page 61

tiempos de calma, de sosiego, cuando no hay muchas cosas quemando en la agenda. Cuando lo que menos se espera es precisamente un hecho de esa magnitud. Esos son los momentos que un jefe debe elegir para disciplinar. Después, cuando lo que prevalece no es la calma sino el aturdimiento fragoroso de la batalla, cuando de lo que se trata es de que todo el partido marche unido como un destacamento en pos del poder, no debe haber voces discordantes. Se trata de que todo el mundo entone la misma melodía, sin destiempos ni desfallecimientos, y mucho menos con dudas o desafíos importunos. Por eso impugnar a Rodó como el embajador de lujo que sin duda era, ante una de las celebraciones más importantes de la época, en un ámbito en el cual su lucimiento hubiera sido mayúsculo por su posición iberoamericanista –en esto también el hombre macizo se la jugó, ya que él no pertenecía a ese credo- impugnar a esa figura implicaba un gesto cargado de una violencia mayor, de una visibilidad total. Se trataba de uno de esos gestos que demoran en digerirse, que llevan mucho tiempo para ser comprendidos y ante los cuales, de inmediato, la mayoría se encabrita y molesta. Porque la mayoría, aún cuando forme parte de la fracción del hombre que adoptó la decisión, opera con sentimientos, opera con una lógica humana, opera bondadosa y piadosamente. La mayoría no sabe, no quiere, no podría hacer política del modo en que la hace el hombre macizo. Y por eso es mayoría. Las mayorías están hechas para seguir, para encolumnarse detrás de alguien, no para conducir. Las mayorías son conducidas. Pero por ser mayoría es blanda y amorfa y está destinada a deshacerse. Los hombres que van a su frente, esos sí, están obligados a operar con toda la dureza. Por actuar así, de ese modo incomprensible que las mayorías de todos modos aceptan, hombres como ese hombre macizo serán difícilmente perdonados, pero a los tomadores de riesgo, a los líderes como él no se les perdona, se les admira o teme, pero no se los perdona, porque tampoco se los comprende, a un líder nunca se lo comprende del todo. Ese es uno de los misterios de la vida y la política. El de seguir a alguien aunque no se sepa bien del todo por qué. En todo esto piensa el hombre que acaba de tomar la decisión y que ahora descansa. Ha dado la orden de que nadie lo moleste. No quiere ver a nadie. Esas órdenes son las que su mujer, Matilde, hace respetar con unción. Sabe que cuando el hombre macizo no quiere ver a nadie es mejor para todos que nadie lo vea. Ese hombre ha tomado una decisión racional, pero que íntimamente no hubiera deseado. ¿Intimamente no lo hubiera deseado? ¿Quién sabe? Hay algunas cosas que ese hombre, que parece saber todas las cosas, incluso no sabe. Sabe que la política no es justa, pero a veces, sólo a veces, le pesa que no lo sea. A él también le gustaría que las cosas fueran de otro modo. Pero también sabe que es una pérdida de tiempo andar deseando cosas imposibles. Le molesta la ensoñación, el ilusionarse con utopías. Las cosas son como son. Le guste o no. Y lo que más bronca le ha dado siempre del ejercicio de la política es que las 61


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.