Henry miller los libros de mi vida

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preguntan por qué existen ni qué son. Ahora me parece innegable que Louis, aún un simple joven, había adivinado un extraordinario secreto de la vida. Le rodeaba la plétora divina. El mero hecho de estar en su presencia hacía participar en una plenitud indescriptible. Jamás pretendió poseer gran conocimiento o sabiduría. Prefería nuestra compañía a la de los muchachos de su edad. ¿Sabría —cosa muy probable— que estos últimos ya estaban “perdidos”, abandonados al mundo? De todas maneras, sin sospecharlo en lo más mínimo, Louis había asumido el papel de un hierofante. ¡Cuánto más aprendimos de Louis que de los instructores que nos habían designado! Lo comprendo ahora, al pensar en otro muchacho de mi edad al que quería entrañablemente y que todos los días solía apartarse de su camino para acompañarme a casa cuando salíamos de la escuela. Se llamaba Joe Maurer. Yo respetaba enormemente su inteligencia y su carácter, Él y el francés Claude de Lorraine, del que he hablado en otra parte, fueron virtuales modelos para mí durante todo este período. Cierto día cometí el error de presentar a Louis a mi amigo Joe Maurer. Hasta ese momento no sospechaba en lo más mínimo que en el ser mismo de Joe Maurer existía un grave fallo. Escuchando a Louis, que había emprendido un extenso monólogo, vi una cosa escrita en el semblante de Joe Maurer: la duda. A continuación me tocó presenciar un hecho lamentable: la incineración de mi querido y joven escéptico. En la inmensa sonrisa de compasión que Louis puso de relieve en esa ocasión, vi al pequeño Joe Maurer convertirse en cenizas. Louis había aplicado la antorcha a ese intelecto mezquino y jactancioso que tanto me había impresionado. Concentró sobre él todo el poderío de la Mente y no quedó nada (para mí) del intelecto, el carácter o el ser de mi camarada. Viendo ahora a Louis con los ojos de la mente, montado en la cerca tapizada de anuncios — letreros enormes y llameantes— de próximos acontecimientos (Rebecca of Sunnybrook Farm, Way Down East, The Wizard of Oz (El Mago de Oz), el Circo de Barnum & Bailey, los Travelogues de Burton Holmes, Houdini, el Caballero Jim Corbett, Pagliacci, Maude Adams en el eterno Peter Pan y así sucesivamente), viendo a Louis encaramado allí como un mago hecho y derecho, un muchacho de dieciséis años tan inmensamente superior a nosotros, tan distante y sin embargo tan próximo, tan serio y sin embargo tan despreocupado, tan absolutamente seguro de sí mismo y sin embargo tan desinteresado por su propia persona, por su propio destino,. me preguntó: ¿qué habrá sido de Louis? ¿Desapareció de nuestras filas para convertirse en personaje principal de algún libro extraño y oculto? ¿Bajo el manto del anónimo, quizá, habrá escrito obras que he leído y he admirado? O simplemente se marchó a temprana edad rumbo a Arabia, Tibet, Abisinia, para desaparecer del “mundo” Las personas como Louis nunca terminan como las demás. Hace un momento estaba tan vivo en mí como cuando tenía diez años y frecuentaba el terreno baldío de la esquina. Tengo la seguridad de que todavía vive. No será nada notable que algún día se anuncie aquí, en Big Sur. De todos los demás muchachos con los cuales jugaba y que estaban tan cerca de mí, según me parecía entonces, no espero volver a tener noticias. En una ocasión me pareció extraño que nuestros caminos jamás volvieran a cruzarse. Nunca más. Hay un puñado que siempre permanece con nosotros “hasta el fin del mundo”. ¡Pero Louis!. ¿Qué hacía con ese cuerpo tan grotesco? ¿Por qué se había puesto un disfraz así? ¿Para protegerse de los tontos e ignorantes? Louis, Louis, ¡qué no daría por conocer tu verdadera identidad! Amigo Emil, es hora de que reconozca la deuda contraída contigo. ¿Cómo es posible que haya evitado la lectura de este libro por tanto tiempo? ¿Por qué no me gritaste el título a los oídos? ¿Por qué no insististe más? He aquí un hombre que expresa mis más íntimos pensamientos. Es el iconoclasta que creo ser pero que jamás llega a revelarse por completo. Formula demandas por demás exigentes. Rechaza, desgarra, aniquila. ¡Qué investigador! ¡Qué audaz investigador! Cuando leas el siguiente pasaje querría que trates de recordar las conversaciones que teníamos en Prospect Park, trata de recordar, si puedes, la naturaleza de mis enardecidas respuestas a las “profundas”


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