Paisaje Corporal

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PA I S A J E CORPORAL

Daniela Betancourt


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Esta es la bitácora de un viaje entre ficciones y realidades, un collage surreal de recuerdos e historias de personas en el mundo que en diferentes tiempos se relacionan con la misteriosa idea de lo que puede ser el

“Ánima” conocida como el Alma.

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Capitulo I

ANOMALÍA EN EL PASTO

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Cuando tenía 12 años pasaba mis vacaciones en una casa de campo en Facatativá en la vereda La Hierba Buena. Jugaba con mis primas y mi hermana en el campo y donde más pasábamos el tiempo era en el trampolín. Un día me quedé sola saltando en el trampolín y cuando me bajé de él, me senté en el suelo y empecé a tocar el pasto. Siempre he tenido la manía de arrancar el pasto y la tierra con mis manos, mientras mi mente contempla lo demás del paisaje. Mientras tocaba el pasto mi mano se topó con una textura fría y húmeda. Sentía en mis manos una bola, algo como una goma fría y algo grasosa, porque podía estrujarlo. No sentía curiosidad de ver lo que tenia en mis manos, pero al mismo tiempo seguía sintiendo esa anomalía táctil de la tierra. Decido ver lo que tenía en la mano y descubro que es un sapo gordo y baboso. Inmediatamente grité y lo solté. Salté como tres pasos atrás y me fui corriendo a lavarme las manos.

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Cuando lo recuerdo me da risa pero al mismo tiempo pienso que ese dĂ­a me dejĂŠ llevar por mi sentido del tacto sin ningĂşn prejuicio. En mis manos y en mi memoria ha quedado grabado un sapo. Algo que en mis cinco sentidos no hubiera hecho.

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Capitulo II

FROTTAGE

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La máscara Cubeo llamó mi atención en la visita al museo, tal vez por ser un objeto orgánico. Su materialidad estaba hecha de corteza de árbol, tenía una textura arrugada, oscura, agrietada. Su forma parecía una cabeza orejuda con expresión de mico exaltado. La máscara estaba colgada a la altura de mi cabeza y me miraba fijamente. Investigué aquel objeto y descubrí que la máscara era utilizada en rituales místicos que hacían parte de las celebraciones de la etnia Cubeo, que se ubica en la cuenca del río Vaupés. El portador de aquella máscara se convierte en un puente entre la dimensión de la celebración de la etnia y la dimensión de los espíritus o deidades de la naturaleza que veneran. El es médium un ser con cabeza de animal y cuerpo de humano, que tiene el poder de ser un puente a lo desconocido. Un símbolo de un ritual de conexión con la naturaleza.

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Al verla, sentí escalofríos porque me la imaginaba puesta en alguien. El encuentro con la máscara fue el detonante para comenzar un diálogo con la naturaleza que inicio a partir de mi fijación por la textura de la máscara. Decidí hacer un recorrido por el camino hacia Las Moyas, un páramo ubicado en los cerros orientales de Bogotá, para hacer un registro del bosque y le dije a dos amigos que me acompañaran a esta excursión. Dejamos el pavimento atrás y dimos paso al comienzo del bosque. Caminar, subir, trepar, pegar el cuerpo a la montaña, caminar de lado, saltar de una roca a otra, pisar hojas de pino, bajar sin rebelarse con la tierra, oler el rocío de la mañana y la humedad de los árboles, parar y ver la panorámica del paisaje. Yo iba cargando bolsas con lienzo y crayolas de colores, con la idea de hacer un dibujo de la naturaleza.

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En medio del sendero nos dimos cuenta de que no estábamos solos. Escuchamos unos ladridos, paramos y de entre los árboles salieron dos perros que no parecían callejeros ni bravos. ¿De quién serian los dos perros? Seguimos el camino y los perros decidieron seguirnos. Llegamos a un punto en que el camino se abría en dos y no sabíamos cuál de los dos caminos tomar. Sabíamos que uno de ellos subía hacia el páramo. Los perros terminaron eligiendo por nosotros. En esta parte del bosque, enormes troncos se cruzaban como horizontales que atraviesan el camino. Me subí en un tronco y dejé caer el lienzo como un pergamino extendido sobre su corteza. Para no caer abrazaba el árbol y bajo mi brazo sostenía el lienzo. Con mi otro brazo calcaba la textura de la piel, mientras mis amigos tomaban el registro del proceso. Mientras nos deteníamos sobre varios árboles caídos, los perros nos esperaban y sentimos que nos estaban cuidando. Se sentía armonía y sincronización para hacer posible este ejercicio por tener un diálogo con la naturaleza.

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Frotar la piel de los árboles es la acción de capturar en la memoria de mi cuerpo y en el lienzo esa misma textura extraña y orgánica de la máscara, la corteza de los árboles. Al seguir el camino bajamos y pensamos que iba a ser más difícil regresar. No sabíamos dónde íbamos a terminar. Llegamos a unos edificios deshabitados que estaban detrás de una cerca y fue decepcionante porque pensamos que habíamos encontrado una salida, pero nos tocó subir de nuevo la montaña para volver a bajar. Tal vez si hubiéramos tomado el otro camino nos hubiéramos adentrado más en el bosque. La naturaleza del instinto de los animales nos guío y nos cuidó. Después de subir, trepar, pegar el cuerpo a la montaña, caminar de lado, coger una piedra que se desprende de la tierra, pisar hojas de pino, rasgarse con las ramas, bajar sin rebelarse con la tierra, seguir oliendo la humedad del bosque. Los perros se encontraron con sus dueños y nosotros volvimos al pavimento.

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Capitulo III

ENCUENTRO CON LA SILUETA

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INDICIO 6: “El alma es la forma de un cuerpo organizado, dice Aristóteles. Pero el cuerpo es precisamente lo que dibuja esta forma. Es la forma, la forma del alma.” Jean-Luc Nancy 58 indicios sobre el cuerpo

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Cuando Palmera se dio cuenta de que tenía un sapo baboso en sus manos, le dio tanto asco e impresión que saltó unos metros atrás, soltó el sapo y gritando corrió desesperadamente a lavarse las manos. Mientras corría, el tiempo se detuvo en una secuencia de fotogramas y en las imágenes había un barrido de Palmera corriendo. En la secuencia, el movimiento descomponía su cuerpo como la figura de varias siluetas de luz que se van volviendo cada vez más difusas. En la rapidez del movimiento del acto de correr, una de esas siluetas de luz logra escaparse de la secuencia y este es el origen de Silueta vibrante y translúcida. Su cuerpo es de luz vibrante y translúcido. Ella tiene el poder de congelar el tiempo y la habilidad de llenar los espacios vacíos de cada fotograma. Lo hace transformando su cuerpo como un manto que calca el registro del tiempo inscrito y en este acto toma vida.

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“Allí donde algo vive, hay, abierto en alguna parte un registro en el que el tiempo se inscribe” Henri Bergson.

La imagen - movimiento Gilles Deleuze

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Su historia comienza cuando inicia el viaje en la línea del tiempo y su primera parada es el álbum de fotos familiar. Entra en la dimensión de Palmera de 13 años mirando el álbum de fotos. Silueta puede ver subjetivamente a través de sus ojos. A medida que pasa las páginas, entra y sale de cada foto. Presenciando un pequeño fragmento de la vida de las personas, objetos y espacios de la fotografía, tomando su forma en silueta. Era consiente del cambio y de que actuaba en la forma y en la transformación de todo lo que compone la naturaleza. El cambio era más presente según la cantidad de tiempo que hubiera vivido el cuerpo, por lo tanto la edad era lo más extraño que presenciaba. Podía vivir la sensación del cabello que nace donde antes no lo había. El tamaño de las manos regordetas de un bebé salpicando el agua de la tina mientras lo bañan, a la motricidad de los largos dedos que hacen posible infinitas acciones del cuerpo.

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Hasta del saco que en un tiempo le quedaba, creció y lo heredó a otra persona de la misma medida. Cada recuerdo del pasado era una extraña sensación y dijo con nostalgia: ¡Que increíble como pasa el tiempo! Recordar el pasado es tarea difícil, cuando los recuerdos son de un tiempo lejano se tornan confusos. Lo enigmático de la naturaleza es el cambio detallado e imperceptible de la transformación. Deja el álbum de fotos a un lado, prende el televisor y están dando cartoons animados, cosa que Palmera amaba. Lo que veía era una película japonesa animada en donde salía un personaje de una llama de fuego con bastante personalidad que se llamaba Calsifer.

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Vivía en el castillo ambulante, una gran estructura donde habitan los protagonistas de la película y como lo dice su nombre, es un castillo en constante movimiento que deambula por los diferentes espacios y dimensiones. Lo curioso era que el castillo podía moverse gracias a Calsifer, la llama que habita en la chimenea del castillo, que es al mismo tiempo el corazón de la estructura. Cuando vio a Calsifer se dio cuenta que eran de la misma materia vibrante. La diferencia estaba en que Calsifer es una llama explosiva de fuego y Silueta, por el contrario, es una calmada luz difusa. Pero ambas tienen la naturaleza de ser siluetas vibrantes y en su corporeidad el movimiento está siempre presente.

Howl’s Moving Castle (2004). Hayao Miyazaki

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Éste fue su primer encuentro: una relación entre el fuego y la vida, en este caso Calsifer tiene el poder de dar vida al castillo. El fuego es vida, es energía térmica, es una explosión inexplicable. El calor que hace posible la vitalidad imprescindible del cambio constante. El movimiento no era una ilusión óptica, provenía de algo más profundo, del mismo lugar de donde provenía Silueta: la luz. Toma la forma de Calsifer y cuando lo hace hay un estallido de luz que la tele transporta a su segunda parada en la línea del tiempo: el recuerdo del bosque de bambú y guadua. Caminaba bajo la sombra de los arcos con hojas, mirando hacia arriba las puntas arqueadas de los bambús, entre los cuales se formaba una espontánea estructura cruzada con orificios que dejaban pasar la luz en el interior del bosque. El suelo estaba lleno de hojas caulinares, son la piel que protegen el bambú en sus primeros meses de vida, guardando el cilindro que emerge desde el suelo como una espina en la tierra, de diámetro perfecto.

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Un capullo que parece un cono espinoso. A medida que el bambú crece se abre el capullo y el largo cuerpo de la planta abre las hojas como si fuera un corsé. Cambiando de piel se desprenden hojas con forma de ala de mariposa o de polilla. Algunas hojas caen al suelo y otras quedan atrapadas entre las concentraciones de los largos tallos cilíndricos. Hojas que parecen mariposas que salen de la piel de los guaduales y bambús. Podía experimentar todo lo que ocurría en el paisaje. Era toda una hazaña poder registrar la fuerza del movimiento. Su poder era de cubrir como un manto todo lo que habita el espacio y a partir de cada minúsculo cambio calcar en su cuerpo la marca del tiempo como si fuera un frottage. Se dio cuenta de que todo está conectado en la naturaleza, todo está dispuesto en una especie de coordinación cósmica en la que un cuerpo no puede actuar si no tiene sus demás órganos que hacen posible el movimiento.

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Desde la acción recíproca de Palmera inhalando y exhalando el aire puro del bosque. Las marcas en el manto de silueta iban desde el oxígeno inhalado y transportado a través de la sangre por el sistema circulatorio llegando a oxigenar todas las células que forman su cuerpo. Exhalando todas esas partículas que afectan el espacio, el crujido de pisar las hojas del bosque, el recorrido que hace, hasta el complejo desarrollo de los bambús y las guaduas. Con su cuerpo lleno de toda esa información dijo: Lo vital está adentro y emerge. Lo que está vivo cambia constantemente y es la transformación. La naturaleza es aquello que tiene en si mismo la fuerza del movimiento. Es la potencia de vida, lo que hay entre el reposo y el movimiento, una cuestión de deseo. Pero también es la variante de intensidad del cambio, se encuentra en todos los hechos de la vida.

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Por ejemplo su corazón envía sangre a todo el cuerpo más de mil veces por minuto, si Palmera llega a los 70 años, su corazón habrá bombeado un total mínimo de 200 millones de litros de sangre. Un trabajo inmenso para un órgano que no es mucho mayor que el puño. La potencia de ser es el deseo de acelerar las piernas hasta correr o desacelerar para caminar lento y detenerse a observar el paisaje. Todo depende del detonante de la acción. Subir una montaña, ir hacia lo desconocido es un acto místico de reafirmarse en la vida. El deseo de Silueta por entender el mundo y su búsqueda desde el interior hacia el exterior, es la forma que encuentra para entender el término tan confuso del “ánima.” Si el alma es lo que diferencia los seres inertes de los seres vivos y es un fenómeno de la naturaleza, ¿entonces la naturaleza tiene alma?

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En medio del bosque de bambú ella se eleva lo más alto hacia el cielo. llega tan arriba que los rayos del sol la expanden y de un estallido de luz desaparece. Viaja a su siguiente parada en la línea del tiempo: Ana Mendieta marcando su silueta en el mundo. En esta dimensión tiene su segundo hallazgo. El encuentro con las marcas de Mendieta, Silueta hace un pacto inconsciente con la artista cubana. Mendieta es la marca en la tierra y ella es la fuerza del agua que la rellena y le da vida en forma de remolinos que chocan con la arena como la orilla del mar. Es el viento que mueve las plantas sobre el cuerpo de Mendieta y la tierra roja en la arena, es el fuego que consume la tela blanca. En la última marca llamada “Alma” la silueta hecha de cohetes, se van quemando hasta quedar solo una llama al final y cuando se apaga Silueta desaparece y va a su siguiente parada en la línea del tiempo.

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Silueta (1973 – 1980). Ana Mendieta

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Alma. Silueta en fuego (1975). Mendieta

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Alma. Silueta de cohetes (1976). Ana Mendieta

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Llega a un campo descubierto, apenas se ven las plantas naciendo.En el espacio una forma que se sostiene firmemente en la tierra sin estar enraizada con la tierra.

Fragmento del documental ANDY GOLDSWORTHY: RIOS Y MAREAS (2001)

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Conserva su firmeza gracias a la gravedad. Parece piña hecha de piedras pero también una gota de agua que cayó al suelo y por su peso quedó congelada en el tiempo. Silueta acompaña esta forma hasta presenciar que las plantas crecen abundantes y descompuestas en el invierno. Pasan Las temporadas de plena contemplación del paisaje vivo. En una tarde de lluvia Andy Goldsworthy se acuesta sobre el pasto dejándose mojar por la lluvia.

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Durante ese tiempo tiene una conversaciĂłn inconsciente que termina siendo un registro de la experiencia de estar bajo la lluvia. Cuando para de llover Andy se levanta y se va del lugar caminando. Dejando su silueta marcada en el suelo, ĂŠste fue su tercer encuentro. La marca en el suelo desaparece junto con Silueta.

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La alegrĂ­a de vivir. Henri Matisse (1906)

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Silueta esta en la alegría de Arcadia el paraíso del rejuvenecimiento una utopía del interior de Henri Matisse. Ella se convierte en pigmento y camina en este colorido paisaje. Camina entre las cabras verdes azuladas escuchando las melodías del pastorcillo que toca flauta. Observa la tranquilidad de la morena y la pelirroja tumbadas en el pasto mientras iluminan el centro de la escena. En las sombras hay una retorcida pareja de amantes que se fusionan con el paisaje al ritmo de las melodías de la otra pastora flautista. Al otro lado hay una mujer amarilla que se está adornando el cuerpo con una guirnalda de flores y junto a ella un explorador que acaricia el pasto agachado, él le hace recordar a Palmera tomando el sapo. Cuando se acerca, el explorador levanta la mirada, la toma del brazo y se van rápidamente hacia el fondo de la pintura donde está la danza.

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La empuja al centro de la danza, los colores resplandecen cada vez más, las manchas y las líneas se mueven cada vez más rápido y ella siente que es parte de la armonía que hace vibrar el cuadro. la alegría del vivir se difumina y se abre el universo abstracto azul, su última parada en la línea del tiempo, un lugar donde no hay tierra pero si gravedad. Es un limbo con cielo de color azul, un sol oculto y recortes de estrellas amarillas.

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Ă?caro. Henri Matisse (1943)

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La caída del Ícaro. Henri Matisse (1943)

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Del sol cae una gran Silueta negra precipitándose entre las estrellas, es Ícaro cayendo con sus alas de cera derretidas por el sol. Él cuarto encuentro la silueta de papel que hizo Matisse en sus últimos años de vida. Ella entra en su interior encendiendo una pequeña llama que quema todo el cuerpo de Ícaro. Mientras su cuerpo es consumido por el fuego, Silueta recuerda todo su viaje y sus cuatro encuentros. En diferentes dimensiones que la adentraron a un final abstracto. Fueron momentos en los que pudo registrar el fuego, el agua, la tierra, el aire y todos los seres y materialidades que conforman diferentes ecosistemas que viven en universos uno dentro de otro en distintos tiempos. Diferentes fuerzas de energía que se afectan mutuamente en su propia experimentación, que emergen desde el interior hacia el exterior. Una cadena de sensaciones infinita y de cambios en el tiempo. El movimiento vital que transforma la mixtura viva de la naturaleza.

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El ánima es el paisaje mismo. Y al igual que la silueta de cohetes la última llama de fuego que consumió a Ícaro se apaga y ella regresa al tiempo de donde salió. Vuelve a la secuencia de imágenes de Palmera corriendo asustada por haber cogido el sapo. Se descongela el tiempo y todas las imágenes de la secuencia vuelven al ruedo. Las difusas siluetas de movimiento de Palmera se unen a ella como el efecto de un yoyo. En el último frame por segundo, Silueta logra entrar al cuerpo de Palmera, terminando de llenar su ánima.

FIN

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La sensaciĂłn de frescura de oler el eucalipto, es el acto recĂ­proco e inevitable de ser el paisaje corporal.

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Bibliografía y Filmografía: [1] Jean-Luc Nancy. (2007). 58 Indicios Sobre el Cuerpo. [2] Gilles Deleuze. (1983). La imagen-movimiento. Estudios sobre cine 1 . Paidós Comunicación. [3] Hayao Miyazaki. (2004). Howl’s Moving Castle. Japón: Studio Ghibli. [4] Petra Barreras del Rio, John Perreault. (1988). Ana Mendieta: A Restrospective. The New Museum of Contemporary art. New York [5] Thomas Riedelsheimer (2001). Andy goldsworthy: Ríos y mareas documental. Alemania: Coproducción Alemania-FinlandiaReino Unido [6] 82nd&Fifth. (2013). Reading Matisse: Rebecca Rabinow. https://82nd-and-fifth.metmuseum.




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