diéndole un verso que rimara con la palabra Patio, pues “no hay en nuestro idioma ningún vocablo con igual terminación”. El cantinero quedó convencido. Retó al poeta improvisador por una botella de coñac Robin: el más caro. Este aceptó y se quedó pensando. Después declamó: “El que sabe de latín/ dice Oracio al leer Oratio/ el consonante de patio/ ahí lo tienes Valentín/ Y sin más dilación/ terminada la querella/ venga a nos esa botella/ ¡te la gané garañón!”. (Rodríguez, 1999: 161).
Escritores, cronistas e historiadores de la época de “el Vate” son quienes dan cuenta de sus hazañas epigramáticas, las cuales tienen eco incluso en autores actuales que le rememoran en sus libros sobre Yucatán. Felipe Salazar “Pichorra”, poeta que iba del erotismo a la escatología, también surca las fronteras de finales de siglo XIX y llega al siglo XX. Él es considerado como un claro precursor de la ocurrencia repentina o repentista, por su capacidad en “(…) eso de inventar, de sacarse de la manga el ingenio y lanzar unos versos de ocasión cuando menos lo esperamos.” (Peniche, 2009: 5). En el libro Pichorradas se conglomeran muchos de los versos repentinos de Salazar, algunos que por su jerga transgresora de los buenos modales, nunca fueron publicados en vida, pero algunas de sus coplas más sutiles sí fueron aceptadas en las publicaciones picarescas locales de entonces. Se tiene noticia de otro repentista, conocido como “el poeta del crucero”, por tener su domicilio en el crucero de la colonia Itzimná. Su nombre era Maximiliano Salazar Zentella, y fue peluquero aficionado a idear versos en donde el accidente o forma incorrecta de la palabra pudiera ser parte de lo divertido. Mereció una fama a principios del XX que le llevaría a ser entrevistado en la radio, televisión, e incluso fue recibido por el Presidente Cárdenas (Montejo, 1986: 27