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Arquitectura Vegetal
Otro personaje surrealista
La arquitectura surrealista es otro de los personajes que sirvieron a los artistas para explorar las pulsiones del inconsciente.
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Desde la literatura gótica hasta el castillo misterioso de Edward James en Xilitla, los castillos y edificaciones decadentes se transforman en parte activa de la historia surrealista, de la atmósfera inquietante pero también seductora. Más que una decoración, las paredes de estas construcciones respiran y nos envuelven, nos ponen frente a los laberintos de la imaginación y los extienden. En Arquitectura vegetal: la casa deshabitada y el fantasma del deseo, Lourdes Andrade se propone demostrarnos que, en efecto, la arquitectura surrealista está viva y forma parte de la libertad creativa de un universo lúdico y transgresor.

El detonante del ensayo es el castillo natural que Edward James construyó en su finca de Xilitla, San Luis Potosí. Fotografías de sus formas caprichosas, que interactúan con la naturaleza, a la que reflejan y modifican, acompañan este texto. Jorge Vértiz retrata el dinamismo de la construcción, mostrándonos ángulos que comprueban la relación íntima entre el entorno y el castillo surrealista. Además, las ilustraciones de María Sada hacen close-ups a detalles del lugar, enredaderas, escaleras que no llegan a ninguna parte, columnas que nada sostienen; detalles que sabemos forman parte del todo pero que viven por sí mismos, acompañando las reflexiones de la autora.

El libro del que hablamos, entonces, rezuma su apropiación del surrealismo, desde el texto hasta las imágenes de castillo. Con esta conjunción nos convencemos de que la arquitectura no es un decorado más de la escenografía, ni mucho menos un ser estático, construido de una vez y para siempre. En lugar de eso, comprobamos su naturaleza mutante, que además alimenta una atmósfera onírica. El castillo de Edward James es el ejemplo perfecto de una construcción acorde con los presupuestos surrealistas. Es anti-utilitaria y, como seres vivientes, no podríamos utilizarla, solo podemos sentirla, apreciarla a través de nuestros ojos y la mirada de Andrade: “la construcción de James es penetrable, se experimenta con el cuerpo entero”.
Aquí el espacio y el tiempo se ven trastocados.El lugar es laberíntico, ofrece una experiencia a la que uno debe abandonarse, dejarse confundir por el collage que representa la construcción. Su “cualidad incompleta, acentuada por la invasión creciente de la vegetación, otorga al edificio una apariencia ruinosa”. La ruina; sin embargo, en lugar de remitirnos a una nostalgia del pasado, nos habla de un futuro inconcluso. El tiempo de las ruinas se revierte. Se convierte, así, en un lugar sagrado. Más allá de una estética utilitaria, en la que se pensaría en la practicidad antes que todo, este castillo nos aleja del mundo profano. Hace coincidir, además, estilos reinterpretados que nos hablan de sacralidad oriental y mística.
Pero el castillo sólo es el comienzo, quizá el ejemplo por antonomasia. La autora nos enlista las influencias góticas que despertaron el interés de los surrealistas; de esta manera, visitamos los castillos embrujados, las abadías en llamas, los personajes que las habitan. La vida que late también en la arquitectura va más allá de los ecos surrealistas. El paso del tiempo otorga a la arquitectura un “carácter trágico”, que “resulta intensamente expresivo”. Los lugares, entonces, reflejan o manifiestan las mismas pasiones e inquietudes que los seres ambiguos que los recorren. Los detalles, las formas ojivales, los pasillos laberínticos se convierten en una “red en la que se hallan atrapadas las pasiones humanas más exacerbadas”.
Distintos géneros surrealistas coinciden en estas páginas, entre los cuales nos sorprende la vida de la arquitectura. En todos sus movimientos nos encontramos frente a otro ser enigmático de la creación humana: “el sitio se convierte en un enigma y uno lo recorre buscando la clave que permita revelarlo”. Andrade demuestra que la construcción creativa también muta, que los materiales se transforman con el dinamismo surrealista, y la naturaleza se conjuga con el paso del tiempo para dar lugar a un castillo sagrado, perdido y fantasmal, protagonista también del sueño.
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