La cuna de Eros núm. 11

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la cuna de eros

NĂşmero 11 noviembre y diciembre de 2015

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Editorial La redacción

Estamos a pocas semanas de Navidad, una fecha en la que todos damos y recibimos regalos, y es un buen momento para recordar que el mejor regalo es un libro. Los niños siempre piden los juguetes que ven anunciados en televisión, pero incluir un libro adecuado a su edad entre todos los regalos, puede cambiarles la vida e impulsarles al maravilloso mundo de la lectura. Vivimos en una era en que las obligaciones siempre nos obligan a ir con prisas, pero darnos un respiro para dedicarlo a nuestros hijos, es fundamental tanto para ellos como para nosotros, y ¿qué mejor manera que compartiendo algo tan importante como la lectura de un buen libro? Leerles unos minutos antes de ir a dormir los ayuda a desarrollar su creatividad y su fantasía, y es una buena manera de iniciar hasta a los más reticentes. Por eso, desde esta revista, aunque esté dedicada a lecturas para adultos, queremos empujaros un poquito para que acudáis a la librería de vuestro barrio y busquéis entre toda la oferta infantil que tengan, y escojáis un buen libro para vuestros hijos. Un beso para todas nuestras lectoras, y ¡feliz Navidad!

Editan: D.W. Nichols · Marta Fernández · Elizabeth Da Silva · Élica Kilian · Feli Ramos Cerezo · Esther Espí 2


Índice Tras la bruma del pasado 4 13 14 Elizabeth Bowman 24 AGENCIA CORAZÓN ETERNO 29 Amazonas 30 Especial Sello RNR 34 Damnare 40 Un juego de dos 44 Hambrienta 48 ATHALIA’S 50 El paraíso de Elva 54 Mañana ya no vendré 62 Ediciones el Antro 66 Eternamente encadenados 69 Series Freak 71 El espía encadenado 74 ¿Puedo besarte? 80 Raquel G. Estruch 86 Aura cambia las zapatillas por zapatos de tacón 90 En otra órbita 92 Persiguiendo un sueño 96 Comenzar desde cero 102 Celia Velasco-Saorí 104 La búsqueda del perdón 108 Mini Crónica I ERM 110 Suki Desu. Te Quiero 112 La magia de la navidad 120 Muy profundo 126 Saga After 128 Más que juegos 133 Mójate 140 Recomendaciones 143

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Tras la bruma del pasado Primer capítulo por Victoria Magno Prólogo Caminando por aquel desolado paraje invernal fue cuando la vi. Apareció entre la bruma, del mismo modo que lo hubiera hecho un espectro cualquiera. Sólo que yo no buscaba un espectro cualquiera. La buscaba a ella. Clamaba su nombre en las largas noches insomnes, caminando sin rumbo, soñando despierto con ella. Y finalmente ella había hecho caso a mi llamada. Ella fijó sus grandes ojos ambarinos sobre mí, brillantes y alargados,como los de un felino. Su rostro de alabastro, tan pálido como la bruma que la envolvía. Otro hombre habría salido corriendo ante aquella etérea figura fantasmal. Yo, al contrario, me acerqué a ella con los brazos abiertos. Era el encuentro que llevaba tantos años añorando. Su cabello de fuego ondeaba al viento. La nieve se enredaba entre sus mechones de seda, igual como lo haría con una mujer viva. Sus ojos dorados me observaron con cautela. Temí que escapara de mí, como tantas veces me había ocurrido al intentar acercarme. Sin embargo, no podía contenerme. Ella estaba tan cerca, prácticamente a un paso de distancia, sólo con alzar los brazos la tendría a mi alcance. —Elizabeth… —me escuché musitar. Mi voz sonaba agónica, suplicante—. No te marches otra vez, Elizabeth. Ella me observó con esos grandes ojos dorados que ahora expresaban confusión… y temor. Intentó alejarse, pero antes de que yo mismo pudiera reaccionar, mis brazos la asieron, cogiéndola por los hombros y atrayéndola hacia mí. La acuné en el centro de mi pecho, incapaz de dejarla partir esta vez. —Elizabeth… —musité como un desquiciado. Eso es lo que era. En lo que me había convertido sin ella. Un demente que vagaba de noche por los senderos solitarios en busca de la mujer que una vez había amado. Un loco en busca del espectro de la que una vez fue el amor de mi vida… Y que por siempre lo sería. Y ahí estaba la prueba de mi demencia. Ahora sostenía a esa misma mujer entre mis brazos, adorándola en silencio, sucumbiendo al llanto como un niño pequeño. «¿El demonio de Leagrave sabe llorar?» Es lo que se preguntarían las damas de Londres que murmuran en voz baja a mi paso. Un demonio temido, en eso me he convertido sin ella. —Sin ti, mi Elizabeth… —me encontré murmurando. Pero ahora la tengo aquí, la tengo entre mis brazos. Está conmigo, y no le permitiré partir ya más. Si es necesario, nos iremos juntos al más allá, pero no nos volverán a separar… Sentí la fuerza de unas manos aferrándome por los brazos, intentando alejarme de ella. Me resistí con toda

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mi fuerza. No volverían a separarnos. Ni la muerte podría conseguirlo… Fue cuando noté su rostro cubierto de lágrimas. El terror reflejado en cada una de sus facciones. Y esa mirada… Esa mirada que para siempre me atravesaría el corazón. La mirada que significó mi muerte allí mismo, en ese exacto instante, al percatarme de que ella no me reconocía. Ella no me reconocía…Un día esa mujer de cabellos de fuego me amó con todo el corazón. Hoy, esa misma mujer no tenía idea de quién era yo. Fragmento del diario de Albert Clawson. Londres, Gran Bretaña. 1857

Londres, Gran Bretaña. 1864.

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Elizabeth intentaba respirar con calma, fijando la vista en la ventanilla del lujoso carruaje que Lorraine había enviado para recogerla. Frente a ella iba sentada la criada de la familia. Su tía Rose había insistido en que la acompañara como carabina a pesar de que ella tenía veintisiete años. A su edad, Elizabeth era considerada una solterona y bien podía asistir sola al baile. Solterona… Nunca imaginó que llegaría a serlo. De joven soñaba con una familia, un marido, hijos… Aunque también había soñado tantas otras cosas: emprender una carrera de enfermera al lado de su padrastro, leer todas las novelas románticas del mundo y convertirse en la primera mujer que consiguiera volar… Ahora todos esos sueños no eran más que parte de su pasado. Sueños con un futuro imposible que nunca se realizaría. Elizabeth fijó la vista sobre su regazo, daba vueltas al bolso que la tía Violet le había prestado y que hacía juego perfecto con el encantador vestido que Lorraine le había enviado como regalo sorpresa. Era precioso, un conjunto demasiado fino para su gusto. El dorado y el color crema resaltaban el color rojo de su cabello, provocando una combinación armónica de tonos. Debía admitir que su amiga poseía un excelente gusto. «A las pelirrojas nos sienta bien este color», decía la nota que acompañaba al atuendo. Fue la primera cosa que a Lorraine le llamó la atención de ella el día que se conocieron; ambas eran pelirrojas, y por ello creía que debían ser amigas. Según las ideas (algo alocadas, pero divertidas) de Lorraine, las chicas se llevaban mejor entre ellas si tenían características similares, y el pelo era una perfecta, así que ambas debían convertirse en las mejores amigas. Y ciertamente lo habían hecho durante esos tres meses que Elizabeth llevaba en Londres. A pesar de las poco convencionales circunstancias en las que se habían conocido estando en el hospital, ella aguardando noticias de su tía Rose y Lorraine las de su padre, el vizconde de Clarkson, quien había tenido una crisis de apendicitis de la que salió airoso un par de días más tarde, ambas chicas se habían hecho grandes amigas. Prácticamente se habían vuelto inseparables, y ahora que se aproximaba la fecha de partida de Elizabeth al campo, Lorraine había insistido en que su nueva amiga asistiera a una fiesta antes de marcharse de Londres, y ésa tenía que ser la suya. De ahí que no se limitara a enviarle la invitación, sino también el guardarropa completo para asistir al baile (vestidos, zapatos, incluso abanico y tocado), dejándola sin excusas para negarse. Y por supuesto, Elizabeth no pudo hacerlo. A pesar de que el vestido que llevaba puesto, aunque precioso, era el de una jovencita, pues dejaba al descubierto más piel de lo que ella recordaba haber enseñado en años. No al menos desde su debut en sociedad, hacía diez años.

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Claro, no es que su memoria fuera de fiar… Con aflicción, se llevó una mano al cuello, al sitio donde se encontraba la gargantilla que su tía Violet le había prestado. Cubría la cicatriz en su cuello, se había asegurado de ello. Sin embargo, se sentía desnuda. Los cuellos altos habían sido su escudo todos esos años. Sin ellos se sentía tan vulnerable como si fuera enseñando la horrible marca del accidente a todo aquel que se le pusiera por delante… Si tan sólo pudiera recordar algo de su pasado… Los únicos fragmentos de su vida anterior consistían en fugaces vistazos durante sus sueños. Y ni siquiera podía asegurar que eso fuera completamente cierto. En sus sueños, uno en especial, veía la imagen de un hombre. Vaya escándalo que se armaría si su madre se enterara, pensó divertida. Aunque poco le importaba, en realidad. Ese hombre era el único en su vida, el único dueño de su corazón, y lo único a lo que se aferraba día tras día, cuando continuaba con su vida sin tener una base sobre la cual sostenerse, como debían hacer todos los demás. Porque, ¿acaso no es eso lo que un pasado representa para cualquier persona? Un historial, una certeza, algo que te brinda la confianza para continuar. Tener la certeza de lo que hiciste, de qué personas conoces, en quién puedes confiar… ¿Habría sido ese hombre digno de su confianza? ¿Sería parte de su pasado, siquiera? Porque de ser así, ¿cuál pudo ser el motivo para que ya no continuara en su vida? Si tan sólo pudiera ver su rostro en cada sueño… Pero siempre que intentaba verle la cara mientras dormía, su rostro se desvanecía. Sólo los ojos, esos ojos tan azules y profundos, eran lo único que traía como recuerdo al despertar. Nada más. Y reconocer a una persona únicamente por el color de los ojos es imposible. Si tan sólo consiguiera recordar algo, lo que fuera… Si esa maldita bruma que se apoderaba de su mente cada vez que trataba de concentrarse en su pasado se esfumara de una vez y le permitiera ver más atrás del ayer… El carruaje se detuvo con un movimiento seco. Elizabeth se tensó, atisbando el exterior por la cortina de la ventanilla. Había una fila de carruajes frente a la mansión de la familia de los Clarkson. Los invitados bajaban de sus transportes con lentitud, asegurándose de ir perfectamente engalanados al subir la escalinata principal de la residencia, haciendo caso omiso de las demás personas que aguardaban su turno. Elizabeth se apoyó en el respaldo, retorciendo con tanta fuerza el bolso que tuvo miedo de romperlo. Pronto sería su turno para bajar, y cuando lo hiciera, se daría prisa. No quería ser el centro de atención de todos esos ojos. Si tan sólo le hubiera hecho caso a su madre y declinado la invitación… ¡No! No iba a seguir consintiendo los deseos absurdos de su madre. Si ella no la quería en la fiesta, pues entonces, tendría que ser ella quien no asistiera. Ya bastante tenía con saber que su madre no la quería en Londres. Se había puesto histérica cuando se enteró de que ella se encontraba en la ciudad. En los últimos años, todo cuanto le importaba a su madre eran su hermana menor y su padrastro. Elizabeth apenas podía recordar el tiempo en el que todos convivieron como una familia. La mayor parte de sus recuerdos se encontraban en Cheshire, al lado de sus tías Rose y Violet. Ellas eran su verdadera familia. Hacía tres meses, su tía Rose había caído gravemente enferma y las tres debieron trasladarse

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a Londres para que la anciana fuera tratada. En el hospital (donde conoció y se hizo amiga de Lorraine), Rose consiguió salir adelante, y dentro de pocos días, las tres marcharían de vuelta a su casa de campo. Pero antes, ella tenía que asistir a ese elegante baile, como le prometió a sus tías y a quien ahora era su mejor amiga, su única amiga, a pesar de la rotunda prohibición de su madre para que acudiera. Su madre tampoco aprobó su estancia en la ciudad, al ver a Elizabeth en Londres. Fue el cariño hacia sus tías lo que la impulsó a oponerse, por primera vez, a la voluntad de su madre y no volver al campo como ella le exigió. Si las cosas salían mal y perdía a su tía Rose, nunca se perdonaría el no haber pasado sus últimos momentos a su lado. Y ni su madre, ni su padrastro, ni el mundo entero la moverían del lado de la cama de su tía. Gracias al cielo, su tía Rose había superado la delicada operación y cada día su salud estaba mejor. Pronto volverían a su tranquilo hogar en el pueblo de Crawford, lejos del barullo de Londres y de su impertinente madre. Elizabeth no sentía verdaderos deseos de asistir al baile que el padre de Lorraine, el vizconde Clarkson, celebraba en honor al cumpleaños de su mujer y que pondría fin a la temporada de eventos sociales. A diferencia de su familia, no estaba familiarizada con las costumbres de la alta sociedad. En su juventud, su familia no había gozado de la posición que tenían ahora. Su debut había sido en un pequeño pueblo industrial al norte del país. No en Londres, como su hermana menor. No había asistido año tras año a una interminable sucesión de fiestas, reuniones sociales y eventos campestres en las casas solariegas de los aristócratas amigos de su padrastro, como lo había hecho su hermana menor, Minnie. Y después del terrible accidente que había sufrido (y del que nadie le quería revelar una palabra), la aislaron en el campo. El único recuerdo que tenía de ese fatal día era las terribles cicatrices que el evento había dejado en su cuerpo, y una mente nublada de forma indefinida y, posiblemente, para siempre. La trataban como si fuera una vergüenza, un estropicio que no mereciera de su atención ni cariño. Como si no fuera digna de la oportunidad de permanecer a su lado… Antes de lo que esperaba, la puerta se abrió y una mano enguantada apareció ante ella. Con delicadeza la tomó y se apeó del carruaje con la ayuda del cochero, un anciano que le dedicó una mirada sonriente. Al menos una cara amable en medio de esa multitud que parecía absorta en sus propios asuntos. Aspirando una honda bocanada de aire, Elizabeth irguió el rostro. En el preciso momento que lo hizo, una gota de lluvia le cayó en la punta de la nariz, justo un segundo antes de que un aguacero torrencial comenzara a caer. Elizabeth corrió escaleras arriba, con cuidado de no tropezar con los pliegues de tela de su capa y vestido. Llegó a la cima antes de lo esperado. Su buena condición tras tantos años de vivir en el campo ahora le brindaba buenos frutos. Echando una mirada por encima del hombro, vio a las otras damas que bajaban de sus carruajes, subiendo las escaleras también apuradas por buscar refugio, ayudadas por sus lacayos que corrían a auxiliarlas con paraguas. Se dio cuenta de que había sido afortunada al llegar tan pronto, apenas mojada. Y lo mejor sería que se diera prisa, o esa multitud la atropellaría en la entrada, llevándola en su carrera al interior de la monumental casona en unos pocos segundos. Aún envuelta en la capa, se dio prisa en dirigirse a la entrada, sin preocuparse de volver

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a tiempo la cabeza hacia delante, por lo que se dio de bruces directamente con una persona que aguardaba a escasa distancia de ella. —Lo siento mucho… —comenzó a disculparse, cuando notó que se trataba de un elegante caballero vestido con un fino traje negro a la última moda, que ella acababa de mojar con su capa húmeda. El hombre dio media vuelta lentamente, sin decir una palabra. Su rostro se encontraba ligeramente cubierto por las sombras de la noche. Apenas se distinguían sus rasgos, pero sin duda quitaban el aliento, y más cuando le dedicó una mirada tan intensa que la dejó helada. Estaba furioso. —Lo siento tanto, señor… —se disculpó una vez más, extendiendo la mano para quitar el agua de su ropa. Él, con un movimiento ágil que la sorprendió, tomó su mano antes de que ella pudiera tocarlo y la mantuvo firmemente sujeta. Elizabeth lo miró a los ojos, que eran oscuros como la noche. Él no dijo nada, la expresión de su rostro era insondable. ¿Por qué no la soltaba? ¿Qué pretendía con esa actitud? —Albert… —una joven apareció entre la multitud, caminando directamente hacia el hombre—. Aquí estás. Te he estado buscando, ¿qué estás haciendo…? —Los ojos de la chica se abrieron como platos al notar la presencia de Elizabeth, al tiempo que todo el color abandonaba su rostro—. ¡¿Tú…?! Elizabeth frunció el ceño, sin comprender a lo que se refería. —Vámonos de aquí —el hombre le soltó al fin la mano para detener la de la joven a su lado, que la extendía como si deseara tocar el rostro de Elizabeth. Sus ojos permanecían fijos en ella, tan abiertos que parecía que iban a salírsele de las cuencas—. No digas nada. —Pero, ella… —insistió la joven, en una mezcla de voz asustada y eufórica. —Ni una palabra, Grace —musitó el hombre en un tono grave, haciéndola callar de una vez. Elizabeth observó cómo él se llevaba a la chica prácticamente a rastras al interior de la morada. Algunas personas se habían detenido a observar con curiosidad la escena. Sin embargo, todo había pasado tan rápido, apenas unos cuantos segundos, que fueron pocos los invitados que notaron lo sucedido, y pronto perdieron el interés y se centraron en sus propios asuntos, que seguramente eran mucho más interesantes que una joven intentando tocarle la cara a una desconocida. Aún abrumada por la escena que acababa de vivir, Elizabeth aguardó en el sitio acordado a la anciana criada que le servía de carabina. —Señorita, deberíamos entrar —le dijo la anciana al llegar a su encuentro, dedicándole una mirada algo molesta por haberse mojado con la lluvia por su culpa. Después de todo, había salido de la comodidad de su hogar para acompañarla a ella. —Si quieres, adelántate a la sala de las doncellas, Marie. Así podrás secarte —le dijo Elizabeth. La doncella le dedicó una reverencia antes de alejarse a paso rápido, sin aguardar una segunda petición. —¡Aquí estás! —escuchó un grito familiar al tiempo que unos brazos enguantados se abrían paso con poca ceremonia entre la multitud—. ¡Elizabeth, hace media hora que te busco! —Hola, Lorraine —Elizabeth sonrió al saludar a su amiga, sintiéndose aliviada de ver una cara familiar al fin—, ¿no se supone que deberías estar dentro, recibiendo a tus invitados? La joven hizo un gesto con la mano, quitándole importancia al asunto. Lucía un hermoso vestido blanco de seda, adornado con perlas y rosas blancas. Su cabello no era tan rojo como el de Elizabeth, poseía un tono más similar al anaranjado, que despedía encantadores destellos dorados con las luces que iluminaban la estancia.

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—Es la fiesta de mis padres, ellos son los anfitriones, no yo. Además, tienen a sus dos aburridas hijas rubias con ellos, no me necesitan. Yo he decidido venir a buscar a mi amiga pelirroja, antes de que el valor la abandonara y decidiera escapar del baile al que me prometió asistir. Elizabeth frunció los labios, no podía engañar a Lorraine. Poseía una especie de lector de mentes que le hacía imposible ocultarle sus sentimientos. —Ven, quiero que conozcas a alguien. —¿A quién? —preguntó Elizabeth con un hilo de voz. Ya se le había pasado por la cabeza que su amiga tendría la intención de presentarle a un par de caballeros con el propósito de emparejarla. Cosa que no quería en absoluto. Su madre no estaba del todo equivocada al suponer que cualquier hombre se sentiría asqueado al descubrir en su cuerpo las cicatrices del accidente. —Una amiga —contestó Lorraine, para su alivio—. Ven, te va a encantar. Creo que seréis buenas amigas. —¿También es pelirroja? —le preguntó. Lorraine soltó una carcajada, llevando a Elizabeth de la mano entre la gente sin hacer caso de las miradas molestas que les dedicaban cuando, por accidente, chocaban con alguien por la prisa. Elizabeth sabía que no era de buen gusto que se abrieran paso como si estuvieran en un mercado repleto, y no en una fiesta elegante, pero lo pasó por alto. Emma, la madre de Lorraine, era norteamericana, y por lo que le habían contado, sabía que habían vivido en los Estados Unidos parte de su vida. Seguramente las cosas eran muy diferentes al otro lado del mundo. Quizá fuera buena idea que ella también comenzara a considerar la idea de viajar e instalarse al otro lado del océano, donde las personas se permiten actuar con mayor naturalidad y sus mentes no son tan cerradas a las ideas convencionales aprendidas. Pasaron por un largo pasillo abarrotado de gente, sin detenerse a ser anunciadas por el lacayo encargado de nombrar a los invitados que iban entrando al baile. Bajaron las escaleras tras un par de parejas muy finas que se sobresaltaron cuando Lorraine prácticamente se deslizó entre ellos, llevando siempre a Elizabeth bien sujeta de la mano y con la labor de musitar disculpas a su paso. Al llegar al abarrotado salón principal, Elizabeth apenas tuvo tiempo de murmurar una disculpa a los últimos afectados por su atropellada llegada, pues su amiga ya la conducía a un salón contiguo, donde las parejas danzaban al son de un maravilloso vals que tocaba la orquesta ubicada al otro extremo. Elizabeth se quedó extasiada al contemplar la magnificencia del salón de baile. Las arañas relucían bajo las velas, bañando de luz no sólo a los invitados, sino a las intrincadas pinturas del techo. La música se mezclaba con el sonido de las voces y risas de los invitados, así como el cantarín correr del agua de una fuente en la terraza. Gracias a los exquisitos ventanales abiertos de par en par, la brisa refrescaba el abarrotado salón, invitando a su vez a las parejas a una romántica caminata bajo las estrellas. Elizabeth observó embriagada a los cientos de parejas que bailaban con soltura. Los invitados estaban ataviados de forma tan magnífica como si fuesen a ser presentados ante la reina. Todo era maravilloso, todo inolvidable. Ella sabía que nunca olvidaría este momento en lo que le quedaba de vida… No recordaba nada de su debut en sociedad ni de las fiestas a las que asistió durante su juventud. Si tuvo recuerdos que atesorar, ahora estaban perdidos en la bruma de lo más hondo de su mente. Pero este recuerdo lo grabaría para siempre en su corazón, donde su mente no pudiera borrarlo. El destino no le jugaría otra mala pasada. Este recuerdo se lo llevaría a la tumba con ella. —¡Shannon! —exclamó Lorraine de repente, sacando a Elizabeth de sus pensamientos. Antes de darle tiempo de reaccionar, Lorraine tomó una vez más de la mano a Elizabeth y la

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condujo con ella hasta uno de los ventanales que daba a la terraza. Sentada en un banquillo de piedra, se hallaba una elegante joven ataviada con un espléndido vestido esmeralda. Parecía distraída en los jardines, con sus ojos oscuros perdidos en la niebla mientras se abanicaba repetidamente con su fino abanico de plumas de pavoreal. La mujer se volvió hacia ellas al escuchar su nombre y la pasividad de su rostro mudó para adoptar una expresión de sorpresa y enseguida convertirse en una de alegría. Aunque había algo en esa sonrisa que provocó escalofríos en Elizabeth. —Shannon, me alegra tanto verte al fin —la saludó Lorraine—. Te presento a mi querida amiga pelirroja, Elizabeth. Elizabeth, esta es mi encantadora amiga morena, lady Shannon Clawson. —Encantada de conocerla, milady —musitó Elizabeth, haciendo una ligera reverencia. La mujer frente a ella sonrió, imitando el gesto. Tenía un rostro muy hermoso, de rasgos afilados y elegantes. Unos ojos profundamente negros y un cabello castaño que enmarcaba a la perfección su largo cuello desnudo. Al igual que ella, no parecía una dama muy afecta a la joyería. De no ser por la cicatriz, seguramente Elizabeth no habría llevado ninguna. —Sólo llámeme Shannon —le pidió la joven, guardando su abanico en su elegante bolso—. Es un placer conocerla al fin, señorita Elizabeth —le dijo la mujer, hablando en un tono suave y melodioso, que resultaba sumamente dulce y contrastaba con su aspecto un tanto intimidante—. Lorraine me ha hablado mucho de usted. Estoy de acuerdo con ella en pensar que llegaremos a ser grandes amigas. Elizabeth sonrió, sin saber qué responder. Necesitaba salir más, eso era seguro. Tener como única compañía a un par de tías parlanchi nas y una gata adicta a la leche, no resultaba muy útil a la hora de dar conversación. —¿Os importa si vamos a dar un paseo por los jardines? La música está demasiado alta y apenas consigo escuchar mis propios pensamientos —se quejó Shannon. —Id vosotras, yo tengo que atender a mis invitados —dijo Lorraine. Elizabeth la miró con extrañeza. Hacía un minuto había dicho lo contrario. —En ese caso, tendremos que ir solas tú y yo, Beth… ¿Te importa que te llame Beth? —le preguntó, tomándola del brazo mientras caminaban rumbo a la terraza—. Suelo llamar a mis amigas de forma especial. —No, no es problema. Mi familia suele llamarme así —Elizabeth le sonrió, mirando por el rabillo del ojo hacia el salón. Alcanzó a atisbar la alta y esbelta figura de Lorraine de pie junto al ventanal observándolas a ellas. «¿Qué planeaba esa mujer?» pensó. A veces actuaba como un duende travieso en lugar de una fina dama aristócrata. Quizá realmente los niños fueran cambiados por hadas, como le contó su tía Violet de niña… —¿En qué estás pensando? —le preguntó su acompañante. Elizabeth se puso tensa, otra vez se estaba dejando llevar por sus pensamientos. En definitiva necesitaba conseguir amigas con quienes practicar una conversación decente. —Sólo en que creo que esta noche es preciosa para un baile. Me sorprende que haya dejado de llover tan pronto, hacía sólo unos minutos que parecía que iba a caer una tormenta torrencial. —Así es Londres, ya lo sabes… —Shannon se encogió de hombros dedicándole una encantadora sonrisa—. Es decir… Lo siento, ¿eres de Londres? Lorraine no me aclaró nada al respecto. —Lo era. Ahora vivo en un pueblo en Cheshire. —¿Lo dices en serio? —ella arqueó las cejas, asombrada—. Adoro Cheshire. Especialmente

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Crawford. —¿Conoces Crawford? —Por supuesto, mi hermano tiene una propiedad cercana a ese pueblo. Ha prometido llevarme antes de que termine el verano. ¿Tú conoces Crawford? —De hecho, es allí donde vivo. —No me lo puedo creer… —se llevó una mano a los labios—. Qué pequeño es el mundo. Ahora entiendo el motivo por el que Lorraine ha insistido tanto para que seamos amigas. Creo que tú y yo nos vamos a llevar a las mil maravillas, Beth. —Así lo creo también —contestó Elizabeth, sintiéndose más relajada. —Oh, alguien se acerca —Shannon miró en dirección a un camino lateral, por el que se aproximaba un caballero acompañado por una dama. —Quizá sea mejor que demos media vuelta —murmuró Elizabeth—. Dudo mucho que ellos deseen que los interrumpamos. —¿Bromeas? Son mi hermano y mi hermana —rio Shannon al reconocerlos, alzando la mano en un saludo para llamar su atención—. ¡Albert, Gracie, aquí! Elizabeth sintió que la sangre se le helaba al reconocer a la pareja. Era el hombre con el que se había topado en la entrada y la mujer que había actuado de forma tan extraña al verla. —Qué coincidencia encontraros por aquí. Asumí que no vendríais al baile —les dijo Shannon, acercándose y llevando con ella a Elizabeth. De pronto, parecía que su brazo se había vuelto de acero y que esa frágil dama de la alta sociedad poseía la fuerza de un buey de tiro. Elizabeth sintió que la sangre le abandonaba el cuerpo para concentrarse en sus mejillas cuando se detuvo frente a ese hombre. Era alto. Dios si era alto. Nunca en su vida había visto un hombre tan alto. ¿O es que a ella le resultaba sumamente imponente? La luz de las antorchas dispersas por el jardín suavizaba ligeramente la expresión de su semblante. Tenía un rostro hermoso, sin duda. De mandíbula ancha y facciones un tanto duras. La nariz estaba ligeramente torcida en el puente, como si se la hubiera roto hacía tiempo. No obstante, en lugar de restarle belleza, le otorgaba un aire de masculinidad sumamente atractivo. Sus labios, gruesos y perfectamente definidos, lucían tensos. Como si la presentación le pareciera de lo más fastidiosa. Sin embargo, aparte de eso, su rostro continuaba proyectando la misma máscara impenetrable que tenía en el momento en que lo conoció. No podía definir si estaba todavía molesto con ella. Ni siquiera si se alegraba un poco del encuentro con su hermana. Todo cuanto podía ver era la intensidad que le dedicaban esos brillantes ojos negros. —Beth, te presento a mi hermano mayor, lord Albert Clawson, conde de Leagrave. Albert, te presento a mi nueva amiga, la señorita Elizabeth Tilman. —No te he dicho mi apellido —pensó Elizabeth en voz alta antes de poder contener su lengua. Shannon le dirigió una mirada mezcla de sorpresa y enfado por su descaro. «¡Maldición!» Debía aprender a comportarse con los seres humanos si no quería terminar teniendo como única amiga a una gata a la que sólo le importaba la nata. —Lorraine debió hacerlo —rio suavemente Shannon—, esa mujer me ha hablado tanto de ti que siento que te conozco desde hace años. Albert, ella es la amiga que Lorraine quería presentarnos hace días, ¿recuerdas? —Ahora Shannon se dirigió a su hermano—. Por supuesto que lo recuerdas, debió comentarlo unas cien veces, cuando menos. —¿Es ella…? —La joven que acompañaba a Albert se aferraba a su brazo con fuerza, como si temiera caer desmayada en cualquier momento.

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Elizabeth comenzó a pensarse seriamente la idea de actuar como fantasma en la siguiente representación teatral de Macbeth. Porque la mirada que esa chica le dirigía era la que una persona tendría al ver un espectro. —Sí, es ella, querida —Shannon le dirigió a su hermana una mirada dura—. Lo siento, he sido una perfecta maleducada. Grace, ella es Elizabeth, mi nueva amiga. Elizabeth, ella es mi hermana menor, Grace. —Es un placer, señorita —saludó la joven con un hilo de voz, haciendo una ligera reverencia. —Igualmente —contestó Elizabeth, aunque dudaba que hubiera placer alguno en esa presentación. —Me temo que debemos marcharnos cuanto antes —Albert le dirigió una mirada fugaz a Elizabeth antes de posar los ojos sobre su hermana menor—. Grace no se siente bien. —¿Ah no? —La chica arqueó las cejas, confundida—. ¡Ah…! Es cierto. No, no me encuentro bien —se dirigió a Elizabeth, esbozando una mueca atormentada—. Lo siento mucho, tengo una… jaqueca terrible —se llevó la mano a la cabeza—. Lo mejor será que me vaya a descansar enseguida. —¿No puedes quedarte aunque sea unos pocos minutos? —preguntó Shannon, dirigiéndose directamente a su hermano, utilizando un tono duro que iba más con su personalidad. —Lo siento, querida. Es mi deber atender las necesidades de mis hermanas —contestó Albert, y haciendo una reverencia hacia Elizabeth, añadió—. Si nos disculpa, señorita, nos retiramos. —Por supuesto —contestó Elizabeth, sintiendo un sabor amargo en la boca, aunque no comprendía el motivo. ¿Qué más le daba que él se marchara? Si no se había interesado en ella, no debía afectarle en absoluto, después de todo era un completo desconocido… Entonces, ¿por qué le afectaba su rechazo? —No te muevas de aquí —le pidió Shannon—. Albert… ¡Albert, espera! —Está bien, Shannon… —Elizabeth intentó detenerla, pero fue en vano. La joven salió corriendo tras su hermano, exhibiendo cómo una dama fina no debía actuar jamás. Albert se había alejado con una rapidez asombrosa, llevando a Grace consigo. Elizabeth observó con enfado la espalda del hombre marchándose por el sendero. Parecía que esa noche sería la parte de su cuerpo que más vería de él. Molesta consigo misma y con su nueva amiga, se dejó caer en uno de los bancos de piedra del jardín. Le parecía ridículo que él se portara tan duro con ella sólo por haber chocado con él accidentalmente. A cualquiera podía pasarle. No se trataba de un accidente tan grave como para que él la tratara como la peor escoria que pudo parársele enfrente. A menos que fuera por… ¡Dios, ¿y si él creyó que intentaban emparejarlo con ella?! ¡Pero qué vergüenza! Y de ser así… Un nudo se formó en su garganta. De ser así, realmente él la había rechazado. Y sin siquiera darle la oportunidad de conocerla… Sabía que las presentaciones podían ser molestas, y no es que ella estuviese buscando un pretendiente. Y mucho menos un hombre como él. Pero no merecía que él se portara de manera tan grosera con ella. —¡Beth! —Shannon corría ahora hacia ella—. No sabes cuánto lo siento… Ha sido tan… Lo siento mucho —dijo entre bocanadas de aire, mientras recuperaba el aliento. —No te preocupes —Elizabeth se forzó por sonreír—. Creo que va a llover otra vez. Será mejor que volvamos adentro. —Sí… Está bien —Shannon miró el cielo, completamente despejado, pero no se atrevió a contradecirla—. Sé que Lorraine servirá helado como postre. Vamos, me muero de hambre y el banquete debe estar a punto de comenzar.

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Elizabeth siguió a su nueva amiga al interior de la casa, obligándose a dejar ese amargo encuentro en un rincón oculto de su mente. Si tan sólo una pudiera escoger qué recuerdos mantener en la memoria y cuáles no… Porque definitivamente habría preferido guardar en lo más recóndito de su memoria perdida el fatal encuentro con aquel caballero de ojos oscuros que la había rechazado sin darle antes la oportunidad de conocerla. Así como el sabor amargo e inexplicable de lo mucho que le había dolido ese rechazo.

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Relato por Alexis J Regnat ¿Cómo se me ocurrió aceptar cuidar el gato de mi vecina este fin de semana? ¡Precisamente cuando se celebraba Halloween! Tonta, más que tonta. Aunque no me dieron otra opción. No es que me lleve mal con los gatos, al contrario, siempre he tenido animales en casa, y me encantan. El problema es que ahora vivo de alquiler y mi casero no es partidario, lo pone claramente en una de las cláusulas del contrato de arrendamiento. En fin, pero mi vecina de la vivienda de enfrente es propietaria y se puede permitir el tener los que quiera. Vivo en una urbanización de chalets, algunos diminutos adosados con dos dormitorios como el mío, que comparto con una amiga, otros más grandes como el de enfrente. Y también muy antiguos. El de mi vecina es de los años sesenta, todo recamado de piedra, Tejas verdosa, hiedra por todas partes, enorme. El jardín está algo descuidado, la señora es viuda, aunque también creo que le gusta la naturaleza en estado mas salvaje, que recortarla en setos y rosaledas. Esa tarde de viernes recién llegada a casa del trabajo llamaron a mi puerta, me puse un albornoz sobre mi pijama y salí a abrir descalza. Había una señora bajita de cabello cano peinado en una cardada permanente, abrigo azul de corte sobrio y elegante, con unas costosas perlas alrededor de su delgado cuello. La reconocí enseguida, mi vecina de enfrente, Leonor Santibáñez la Viuda de Alarcón y tres apellidos más. Nunca supe qué edad tenía en realidad, estaba en la línea de los setenta y los “muy/muchos”. Y no es porque su piel estuviese ajada, al contrario, sus ojos estaban llenos de vida, sus andares dispuestos y su mente despierta, sino que nunca lo pude averiguar simplemente mirándola. —¿Señora Santibáñez? ¿Le ocurre algo? Había hablado bastantes veces con ella, era una dama con mucha clase, una señora de los pies a la cabeza. Algunos decían que loca, otros que una bruja, pero a mí nunca me pareció nada más que algo excéntrica. ¿Quién está libre de rarezas? Vivía sola en el enorme chalet de su propiedad, no salía demasiado. Le traían la compra a casa, y apenas recibía visitas. En ese caso yo también era otra “rarita de narices”, trabajaba de ocho a cinco, lunes a viernes. Hacía la compra la semana que me tocaba y al salir del trabajo, una vez cada mes cogía el finde un tren y bajaba al pueblo a ver a mi familia, el resto descansaba o iba al cine o a tomar algo con Patri mi compañera de gastos y vivienda. ¿Quién era yo para juzgar la vida de nadie? Doña Leonor sonrió, llevaba un gran bolso de mano color negro de piel de cocodrilo. ―Buenas tardes Elisa. Perdone que la moleste querida, pero salgo de viaje ahora mismo y necesito un favor. Miré por encima del hombro de la señora que apenas me llegaba a la barbilla. Un taxi estaba a su espalda, con el motor en marcha y metiendo una maleta del mismo estilo que su bolso.

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—Oh, por supuesto—, sonreí—. ¿Qué necesita? —Que cuides a Trece unos días. Sabía quién era Trece, un enorme gato negro de más de siete kilos, de una raza rarísima, que me hacía preguntarme si tuvo una pantera entre sus antepasados lejanos. Era noblote y tranquilo, muy suyo como su dueña, pero para nada molesto para una casa. Pero mis circunstancias, viviendo de alquiler con otra compañera alérgica precisamente a todo lo que tuviese pelo y pluma... —Por supuesto, no tendría inconveniente, pero mi casero no me permite tener mascotas en casa—. La verdad es que lo sentía en el alma, pero no podía arriesgarme a ser echada de esa casa con tan buen alquiler—. Ya se lo comenté hace unos días cuando le llevé la carta que equivocaron en mi buzón. Unas llaves tintinearon en la mano de la Señora Santibáñez —Querida, no se preocupe, lo recuerdo. No hace falta que lo traiga a su casa. Le dejo las llaves, y solo ha de verle una vez al día para atender sus necesidades, ya me entiende, se que ha tenido mascotas antes y es usted una señorita tan amable, que... en fin, estaba esperando a una persona de mi familia que se iba a hacer cargo de Trece, pero no ha venido, y, ¡estoy desesperada! Necesito salir ahora mismo o perderé el avión. Ante la mirada aburrida, a nuestras espaldas, del taxista, acepté el manojo de llaves. La señora sonrió, y las pasó una a una, tintineando en su mano. —Esta es la de la cancela de entrada, la de la puerta principal, en cuanto entre, apague la alarma, el código es “trece, trece”—. sonrió. Mucho debía de confiar en mí para darme tal dato, correspondí a su sonrisa—. Cuando salga manque de nuevo al “ON” y se restablecerá la alarma al cerrar la puerta principal. —Por supuesto señora, tendré sumo cuidado. —Gracias, hija, no sabe cuánto me alivia que pueda hacerme este tremendo favor. Trece es mi única compañía y dejarle sólo... —En un minuto la vi desaparecer montada en el taxi, por supuesto, le dije adiós con la mano y una sonrisa. Ese fin de semana daría unas cuantas vueltas a “Trece”, tampoco tenía otros planes para esos días de otoño. —Estás loca Eli. No entro ahí ni M-U-E-R-T-A. Patri había vuelto de su trabajo y me encontró dejando a un lado el libro que estaba leyendo y a punto de salir a dar una vuelta a Trece. Apenas hacía tres horas que su dueña me había hecho el encargo, el cielo se oscurecía rápido como correspondía a finales de octubre. —Vamos, vamos, que no es tan grave—. Sonreí quitando importancia. —¡Ja!, dicen que es medio bruja, que es viuda porque mató y descuartizó a sus cuatro maridos. —Si lo hubiese hecho así no estaría libre de la cárcel y de viaje este fin de semana. ¿Y cómo sabes que ha tenido cuatro maridos? —¡Los cinco apellidos que usa, demonios! —Ah, está bien, no te preocupes, ve preparando la mesa, he hecho la cena. En cuanto vuelva de darle de comer a Trece... —Oh, oh, lo siento—. Patri puso su mejor cara de compungida, y atravesó el salón como una exhalación—. ¡Sólo he venido a por una chaqueta má gruesa y me largo con J.J., me está esperando fuera! Me asomé toda curiosa a la mirilla y sí, allí estaba el Rover color azul noche del nuevo noviete de Patri. Cada cual que aparecía, y los usaba y desechaba como kleenex (no la censuro, bueno sí, un poco de envidia sana me daba). calzaba un coche mejor que el anterior. Nunca los vi la cara a ninguno, pero de coches entendía algo y ese costaba lo suyo. Y yo, bueno, jamás tuve suerte en eso. Un pretendiente en la universidad, con gafas culo-vaso, al que le di la mano y poco más. Y no tenía

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ni bicicleta. De nuevo pasó por mi lado Patri, con una preciosa chaqueta color vino sobre su pantalón negro y su sofisticada camisa de seda amatista. —Adiós, y ten cuidado con la casa de la bruja Santibáñez—, me persignó en la frente con el pulgar como dándome su bendición y corrió todo el camino hasta el coche de J.J. Resoplé y cerré la puerta. Antes de nada iba a retirar la cena del fuego, comería antes que se enfriase. Luego iría a ver a Trece. Nada más llegar a la cocina, el timbre de mi puerta sonó impertinente. —Ya va. ¿Qué se te ha olvidado Patri? No, no era mi compañera de piso. Cuando abrí, cinco niños vestidos entre hadas y diablillos, acompañados por un padre con cara de circunstancias. —¿Truco o trato? —gritaron los pequeños a unísono. —Trato, trato... —Sonreí, ese año no me había olvidado de comprar en el súper un par de bolsas de caramelos y gominolas a granel. Tomé un cuenco de madera que preparé un rato antes y dejé caer puñados en las cestas y bolsas de los chicos. —¡Gracias, señooooraaaa! Asentí incómoda, y esa vez la cara de circunstancias fue la mía. Joder, tenía veinticinco y ya se me llamaba “señora”. El padre de alguna de las piezas disfrazadas, me agradeció la “donación” e instó a los chicos a seguir con su ronda. Sonreí de nuevo al cerrar la puerta, era el segundo año que habitaba en esa casa. El primero no había previsto “Halloween”. Estamos en España, demonios, pero por lo visto cada vez más “americanizados”. Bueno, me encogí de hombros, tampoco resultaba tan malo, además así aprovechaban los disfraces del carnaval anterior. Quizás debiera de buscar alguna peluca o antifaz que guardaba mi compañera de piso en una caja del cuarto de trastos, y meterme mejor en el papel. Mejor una careta de vieja bruja, que era camino de lo que me iba a convertir, soltera, con un trabajo absorbente, que no me dejaba tiempo para novios, en una empresa en que la media de edad de los ejemplares masculinos era cincuenta años... En fin, quizás mejor cenaba y luego iría a ver a Trece. En eso estaba, cuando tuve que levantarme ocho veces de la mesa. La calabaza de plástico en la entrada de la casa con la diminuta bombilla, surtía efecto, atrayendo a los críos como una llama a las polillas. Pronto serían las once de la noche, me estaba quedando sin caramelos, y ¡Aún no había cumplido mi promesa de ver al gato! Estaba tan a gusto en casa, no hacía verdadero frío todavía, más que nada niebla que se levantaba desde el atardecer. No me cambié para salir, mis shorts de pijama, la camiseta con el enorme oso de peluche estampado, y una cazadora vaquera que encontré al descuido en la percha de detrás de la puerta y en zapatillas de leopardo. Me pasé la mano por mi corto cabello encrespado por la humedad y apenas me eché un vistazo en el espejo de la entrada. El lápiz de ojos estaba algo corrido por debajo de estos, haciendo que pareciesen más grandes y claros, Tenía los labios rojos, había estado chupando una piruleta de cereza y se había encargado de teñirme toda la boca a mi pesar. Con mi palidez, por supuesto, estaba a lo justo para una noche de Halloween. Salí a la calle con el llavero de la señora Santibáñez apretado en mi puño, tiré de la puerta y, se me cayó el alma a los pies. ¡Mis propias llaves habían quedado olvidadas encima del mueble de la entrada!

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Ay la madre que me.... Suspiré hondo. ¡Tampoco llevaba móvil! Me di una vuelta alrededor de la casa para comprobar que no había forma de acceder., Cada ventana tenía su reja, y las de la segunda planta, inaccesible sin una escalera de bomberos y equilibrio, que a mí me faltaba ambos. Suspiré bien hondo. No había nada que hacer. Podía llamar a mi casero, (si tuviese teléfono, o hubiese una cabina cerca y una moneda encima) Llamé a las casas vecinas Pero todo el mundo andaba de un lado a otro en fiestas de “muertos vivientes y zombies” o con sus críos de casa en casa. Tenía la opción de sentarme en el escalón y helarme, la niebla se hacía verdaderamente espesa por minutos. La calle tomaba un tinte fantasmagórico, con sus farolas imitando el siglo XIX de forja con bombillas anaranjadas y el pulular de grupos de niños y mayores disfrazados de vez en cuando. Si al menos conociese a alguno de ellos. Enfadada apagué el fanal de dentro de la calabaza de plástico que adornaba mi entrada. En fin, si mal no calculaba sería cerca de las doce de la noche, y Patri, si la conocía bien, siendo viernes, sin tener que ir a trabajar el sábado, no aparecería hasta la mañana. La única opción era o esperar a algún vecino, o, la casa de la Señora Santibáñez. Y aún no había visto a Trece, y lo prometí. No creí que a la señora le importase que me refugiase unas horas en su hogar cuando conociese mis circunstancias. Como mucho usaría su baño y me sentaría en su sofá a esperar la mañana, acariciando el sedoso pelaje negro de su enorme gato. En fin, me levanté del escalón. En esos momentos no había nadie en mi calle, como si todo el mundo hubiese sido tragado por la espesa niebla. Miré de nuevo a las casas vecinas, ni una sola luz que indicase que habían vuelto sus habitantes. Las llaves tintinearon todo el camino hasta la casa de enfrente. Me detuve ante la cancela y me reí para mis adentros. Tenía toda la pinta de mala película de terror serie B años ochenta. La heroína en pijama, (o casi) la calle desierta y con una niebla tan espesa que necesitabas cortarla con un cuchillo para ver dos metros más allá. Una risa estridente lejana de vez en cuando, una oscura mansión misteriosa, con un número de forja sobre su buzón. Trece. Curioso. Respiré hondo. Tenía un par de minutos entre traspasar la verja y entrar en casa para parar la alarma sin que apareciese la empresa de seguridad, al activarse el protocolo de “invasión de propiedad”. Tuve verdadera prisa. La cancela chirrió al abrir y cerrar, igual que la puerta de entrada. Me di cuenta que respiré en el momento que puse el código de apagado de la alarma en la pantalla y pulsé la tecla “OK”. Cerré la puerta con las llaves en el bolsillo de mis shorts vaqueros. Encendí la luz del salón al pasar de la entrada. Como recordaba de una visita anterior, anclado en el tiempo, treinta o cuarenta años más atrás con muebles de pesada caoba profusamente tallados, cerámicas de lladró y ejemplares de libros antiquísimos con lomos de cuero y letras de oro. Una colección de cuatro fotos de boda en la pared, cada una con una media de entre ocho y diez años de diferencia, que hasta ese momento no me había fijado que adornaban justo el frontal principal. Una Señora Santibáñez, desde los apenas veinte años, hasta los cincuenta. En todas ellas hermosa y con cara de satisfecha. Y cuatro maridos, a cada cual más atractivo en su edad. Sí, la señora había tenido buen gusto, y mala suerte con sus esposos. Un roce inesperado por mis pantorrillas desnudas hizo que diese el salto de mi vida y emitir un corto jadeo antes de mirar hacia abajo y ver al enorme “Trece”. Mi corazón volvió a latir al notar que era el suave pelaje y el hocico húmedo del gato el que acariciaba mis piernas. —Trece... precioso. —Me acuclillé a su lado para darle mimos, el enorme felino se sintió tan

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a gusto que me presentó su panza para que le hiciese cosquillas, a la vez que intentaba mordisquear sin hundir sus dientes en mi mano como juego. Tras una sarta de palabras como las que se le dirigen a los bebés, un montón de caricias y maullidos por parte de Trece, como si mantuviese una interesante conversación conmigo, procedí a comprobar sus cuencos de comida, agua y su arenero. En cinco minutos estaba sentada en el sofá de auténtica piel de vacuno estilo antiguo con enormes orejas de la sala de la señora Santibáñez, con Trece mirándome con unos ojos enormes y verdes, como preguntándome que hacía allí tanto tiempo, y seguramente por el paradero de su ama. Se lo explique entre medio de caricias, y él pareció aceptarlo, se fue camino de la cocina, con toda seguridad a usar su “W.C.”, por el ruido de arena que escuché poco después. Las doce y media. En una casa vacía y extraña. No me atrevía a poner la televisión, apenas puse el trasero en el sofá con verdadero resquemor por estar violando una propiedad privada, aunque tenía permiso para ello, solo era para cuidar de la mascota, que, por ahora, continuaba en sus quehaceres y rutinas gatunas, y no me prestó mayor atención. Una de la mañana, mirando al vacío. Una y media. Dos. Las dos y media no las escuché, me había deslizado en un sueño intranquilo, inclinando mi cabeza cansada en el brazo del sofá, usando mi mano como almohada. En algún momento sentí la cálida presencia de Trece enroscándose a mi lado. Eso me hizo suspirar, entre la penumbra de la única luz de una lamparita de pié, a mi lado, que había dejado encendida, para no alarmar a los vecinos de mi presencia allí, si ya sabían del viaje de la Señora Santibáñez. Pero mi descanso no duró demasiado. Mi dormitar se vio interrumpido por el sonido inmisericorde de la cancela de entrada, la que yo creía firmemente haber cerrado. Tras unos segundos en silencio, descarté que hubiese sido real, sino fruto de mi exacerbada imaginación, inducida por la noche de Brujas, y las circunstancias a mi alrededor, en casa ajena, sin permiso explícito... Pero no me había equivocado, ni era presa de mi mente cansada y sobre-excitada. Pasos fuertes resonaron por todo el camino de entrada. El salto que di al escuchar el sonido de unas llaves girar la cerradura, fue verdaderamente una mezcla entre comicidad y auténtico pavor. Trece no estaba a mi lado. ¿Dónde estaba el jodido felino? Me escondí tras el sillón, sin apagar siquiera la lámpara, intentando hacer el menor ruido posible. En esos instantes una voz ronca y masculina gimió y maldijo: —Demonio de animal... Eso me hizo temblar, el tono no admitía nada bueno para el pobre Trece. Lo escuché lanzar un maullido lastimero y luego callar. El golpe de cierre de la puerta y de nuevo pasos firmes en el suelo de mármol costoso. Me ovillé tras el sofá, rezando como no había hecho en mi vida porque el tipo empezara su registro por otra habitación. No tuve tanta suerte. Sobre todo porque con mi metro setenta apenas me podía esconder tras un sillón sin que al menos se vislumbrase alguna parte de mi anatomía. En ese caso, temo que mi hermoso trasero. Me quedé sin respiración, cuando los pasos se dirigieron precisamente al oscuro rincón donde me parapetaba, en un segundo alcé mi rostro hacia arriba, acuclillada donde estaba. Alcé mi vista al sentir su presencia y oír demasiado cerca su respiración. El grito que solté y el caer hacia detrás golpeándome la cabeza contra la pared a mi espalda fue todo uno. Lo último que contemplé fueron unos ojos plateados, en un rostro cetrino, anguloso,

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masculino, peligrosamente atractivo, con el cabello semilargo, humedecido con fijador, unos hombros que taparon toda la luz al inclinarse, con una capa a sus espaldas y el cuello de su impoluta camisa abierta hasta el esternón. Una sonrisa sexy y malvada. Un par de colmillos. Y luego nada. La calma envolvía mis pesados miembros. La oscuridad era difusa, rota por una pequeña lámpara en una mesita de noche tipo Tifanny, que lanzaba colores suaves sobre la blanca almohada donde reposaba mi cabeza. Estaba en una cama cómoda, apenas cubierta con la sábana nívea y un edredón sobre mis rodillas, que ahora mismo las sentía como gelatina. La realidad me golpeó con la imagen de un hermoso vampiro cerniéndose sobre mi persona. Me incorporé con un ligero dolor en la nuca, y Trece, que hasta ahora no reparé en su presencia ronroneó a mi lado. Estaba incrustado entre mi cadera y cintura, sus ojos centellearon en la penumbra con reflejo irreal. ¿Cómo demonio había llegado hasta allí? ¿El atractivo vampiro me había dejado en su cama después de trasladarme inconsciente hasta su guarida? No, recapacita, mujer, alguien entró en la casa de la Señora Santibáñez ¡Con llaves! Me llevé la mano a mi pantalón y este estaba en su sitio, pero el llavero no. Miré alrededor, mi chaqueta estaba sobre un sillón al lado de la cama, las llaves sobre la misma. Saqué con cuidado los pies de la cama, algo confusa y mareada. Aunque en el fondo intentando tranquilizarme. Un ladrón aunque hubiese tenido una copia de las llaves, no me habría depositado con tanto esmero en una cama. Al menos eso quería creer. Tomando impulso me levanté, caminé descalza todo el trayecto hasta la puerta de la alcoba tras coger mis cosas. Estaba entreabierta, el corredor al que daba acceso estaba oscuro como la boca del lobo. Lobos, vampiros, colmillos. ¡Arrrggghhh!. Maldita imaginación, seguro que habría una buena explicación a todo ello. Caminé casi a tientas, no sabía dónde estaba la luz en esa casa. Supuse, o rogué porque fuera la de la Señora Santibáñez, no había pasado nunca del salón o de la cocina, así que no la conocía. Por suerte el terminar del corredor era otra puerta abierta hacía el conocido recibidor. No oía nada. Y eso que respiraba bajito, me agazapaba contra la pared y mis pasos eran tan diminutos y livianos como los de un ratón. Un paso más y... Unos brazos rodeándome, un pecho masculino apenas cubierto con una camisa suave como la seda, tras cruzar la puerta. Mis ojos se abrieron como platos, supe que emití un jadeo, y estuve a muy poco de volver a perder el conocimiento. Dos veces esa misma noche, aunque en mi aturdimiento, me vi alzada contra ese mismo pecho que olía a humo de tabaco y perfume masculino costoso. —¿Qué tenemos aquí? La voz ronca y sensual a centímetros de mi oreja derecha, no me atreví a levantar la vista temiendo ver unos jodidos colmillos. Lo mismo que me vi izada, me dejaron caer con extraña suavidad en el sofá de piel de vacuno color wisky. Sólo entonces me atreví a mirar, unos ojos plateados, una tez hermosa, de ángulos masculinos, pero tan extremadamente pálida que... Grité de terror como una burda imitación de heroína de películas serie B. Me aovillé en un extremo

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del sofá, mientras la risa rica y divertida del ser que me había llevado en brazos rompía el silencio. —No pensé divertirme tanto esta jodida noche de Halloween. Y eso que me han hecho abandonar esa fiesta al otro lado de la ciudad. Al fin me atreví a levantar la vista, puesto que había tapado inconscientemente mis ojos con ambas manos, tuve que entreabrir antes mis propios dedos. El ser pálido y atractivo, que aparentaba como mucho treinta años, con esos tremendos colmillos seguía ante mí, con los brazos cruzados ante su imponente pecho, las piernas musculosas, ligeramente separadas, enfundadas en unos pantalones ceñidos y unas botas de caña alta hasta casi las rodillas. —¿Señorita? Al fin me decidí a enfrentarme a ese ser, si iba a succionar la sangre de mi cuerpo, no iba a rendirme sin luchar, a no ser que usase poder mental, hipnotizándome o alguna mierda así. ¡No le mires de esa manera a los ojos Elisa, no lo hagas! Por todos los... me veía reflejada en ellos, atraída como una mariposa a una tea, pero en su luz plateada. Y sí, allí me quedé como una imbécil, con los ojos abiertos, y creo que la boca, contemplando la belleza irreal y masculina del ser. Me dominaba solo con su penetrante mirada, y estuve a punto de inclinar mi cuello hacia un lado y descubrir la vena yugular solo para su festín. No podía ser tan idiota, ni dejar que me subyugaran esos magníficos ojos entrecerrados que me observaban en silencio y con sumo interés. —No me dejaré seducir, señor vampiro, ni lo sueñe, ¡déjeme salir de aquí o gritaré tanto que se enteraran todos os vecinos en un radio de kilómetros! El ser abrió entonces sus ojos que se clavaban en mí como dagas de plata, y para mi consternación la carcajada que siguió, mostrándome de nuevo esos enormes colmillos desnudos fue... excitante. Joder mi traicionero cuerpo deseaba la succión de sus labios cincelados en ese mismo punto donde latía loco mi pulso. De nuevo estuve en un “tris” de dejarme domeñar por su poder maléfico. Sin que se lo esperase, recuperé mi sentido común por un escaso segundo, saltando con una velocidad que creía imposible, empujando el macizo cuerpo que me sobrepasaba unos buenos veinticinco centímetros. Este apenas se movió, pero no hizo nada por detenerme. Aún. Corrí como una demente hacia a puerta de entrada de la casa, olvidando a Trece, maldiciendo a la Señora Santibáñez y a sus cuatro difuntos maridos, por cierto, el primero de ellos, me recordaba ahora sobremanera al vampiro que sí, me seguía a apenas tres pasos cuando escapé. Saqué mis llaves del pantalón, eran escasos quince metros lo que me separaban de la cancela de entrada envuelta en jirones de niebla. Escapar, huir, desaparecer en la incierta oscuridad, pero ¿A donde? Aún no había amanecido, mi compañera no estaría en casa... ¿Llamar como una loca casa por casa para que algún alma caritativa me protegiese del Vampiro? ¿Y cómo se escudaba una de un ser de esa índole? Mis pensamientos se detuvieron cuando las llaves cayeron al suelo, entre las hierbas, y no las encontré. Y a mis espaldas, él, un ser magnífico, y maléfico, con la piel de alabastro, y los ojos más hermosos y hechiceros de la tierra. Y contra el hierro forjado de la cancela choqué, resbalando y golpeándome de nuevo, por tercera vez en esa noche perdí el jodido conocimiento. Lo último que escuché fue: “La madre que la parió...”

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¿Los vampiros dicen esas cosas tan vulgares? Una suave gasa sobre mi piel caliente, en contraste, fresca y húmeda, que me impedía ver más allá que una claridad confusa. Bajo mi cuerpo de nuevo el lecho cómodo, a mi lado casi rozándome la cadera, una presencia con aroma a deliciosa colonia de hombre casi conocida, y notas de tabaco muy difusas. Escuché su voz, grave, mesurada, atrayente, no, hipnotizadora. Lo que no me cuadró fue la conversación. —Sí, cabello corto castaño claro, aunque esta despeinada como una muñeca de porcelana en manos de críos. Uno setenta, muy bien... dotada—. Una risa fresca, sin notas oscuras—. Vale, no debo de fijarme en esas cosas si soy un caballero como me enseñó mi madre. Cuando entré en tu casa estaba escondida tras el sofá, con Trece haciéndole compañía. No. Creo que está bien. —Pareció escuchar al otro lado de su celular—. Soy médico, sé de lo que hablo, no se ha roto nada, un chichón en la cabeza, un par de arañazos tontos en las rodillas, y una leve confusión. ¡Me ha llamado Señor Vampiro! —Mas risas—. Vale que me escapase de la fiesta de disfraces de mi jodido Jefe de Planta al acordarme que me encargaste de vigilar a tu gato, y sí, iba disfrazado como tal, pero de ahí a tomarme en serio... Me quise morir. Él hombre continuó hablando. —De acuerdo tía, esperaré a que se despierte y la llevaré a su casa o a mi hospital, donde ella decida. Espera... Levantó la gasa de mi obnubilada frente. Yo cerré los ojos con tremenda fuerza, y sentí como los colores subían a mis mejillas. ¡Que vergüenza, madre mía! —Sí, ya está despierta, te dejo, voy a atender a mi “paciente”. Abrí un ojo y luego el otro. Él estaba en divertido silencio, sentado en la cama, junto a mí, retirando unos mechones húmedos de mi cabello de la cara. —¿Te encuentras bien, Elisa? ¿Eres Elisa, verdad? Asentí y me molestó la cabeza. Me llevé automáticamente la mano a la nuca con un gesto dolorido. —Espera, no intentes levantarte, si notas visión difusa o doble, te llevaré de inmediato a mi hospital. —No… no... —me atreví por fin a hablar—. Estoy bien, solo que, extremadamente avergonzada. Él se rió para mi más profunda consternación. Eso hizo que mis colores volvieran a mi cara pero redoblados. —No tienes porqué, de veras. Su rostro estaba libre de maquillaje pálido, su color no era demasiado moreno, pero ya no cetrino ni irreal. Sus colmillos desaparecidos dejando ver una hermosa dentadura en sonrisa perenne. El cabello seguía peinado con fijador, algo largo para la moda. Apenas un rastro de barba en su mandíbula angulosa. La camisa de seda blanca estaba abierta sobre su pecho musculoso, demasiado cerca de mí, para mi placer, admití. Y yo con esos pelos, “como una muñeca de porcelana en manos de críos” Y esa horrible camiseta, y mis shorts de pijama gastados. ¡Arrrgghhh! ¡Y las zapatillas de andar por casa de leopardo de peluche! Súper sexy.

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Conozco al hombre más atractivo de la tierra, y me coge de esta guisa. Lamentable. Él debió notar mi cara de circunstancias, se levantó de mi lado, poniendo un poco de distancia, pero sin dejar de mirar o sonreír. Alargó su mano derecha hacia mí, era grande, de largos dedos, uñas perfectas cuadradas, cortas, pulidas. —Ángel Alarcón. —Él también puso cara de sufrimiento—, y por favor, no hagas el juego de palabras de Ángel “Al baúl”, como hace todo el mundo al que me presento. Mi risa escapó de mis labios sin poder hacer nada por impedirlo. Él volvió a reír mientras me ayudaba a incorporarme. —Despacio, Elisa. ¿Crees que podrás andar? ¿O tendré que llevarte en brazos hasta tu casa? No sería ninguna molestia—. Ronroneó. —No, por favor, estaré bien, sobre todo después de una ducha y un desayuno. —A lo segundo te acompañaré si lo deseas, a lo primero... también—. Y volvió a reír mientras cuidaba de que no cayese, caminando ambos hacia la puerta—. A instancias de mi tía avisé hace una hora a tu amiga, hace rato que amaneció. Estaba intranquila pues vio tus llaves dentro de casa y tú

por ninguna parte. Le dije que estabas en la casa de la Señora Santibáñez, que soy su sobrino, y en cuanto te despertases y comprobara que te encuentras bien te llevaría con ella. —Gracias —, pude articular, él me ponía mi cazadora vaquera con cuidado, cerrándola a mí alrededor. —Apenas son las nueve. Caminamos en silencio el resto del camino hasta la cancela de la casa de mi vecina. Trece quedó dentro de casa maullando nada feliz, por nuestra salida. Cruzamos la calle desierta, aunque con restos de papelillos y serpentinas, como en carnaval, aquí y allá. Él me dejó justo en la puerta, aún rodeándome con su brazo con exquisito cuido, llamando por mí al timbre. Patri pareció estar detrás de la puerta, pues no tardó un segundo en abrir. — ¡Elisa! ¿Estás bien? Ya me contó Ángel lo sucedido—. Sonrió melosa a mi doctor—. Estaba preocupada cuando llegué y no te vi. Espero que no se lo contase todo, vamos, el “numerito” de confundirlo con un vampiro. Ni mis tres desmayos. Ángel me empujó al interior de casa a los brazos suaves de mi amiga. —Creo que está bien, Señorita Patricia—. Mantuvo una correcta distancia con ella, sin embargo a mí me miró con ojos risueños—. Elisa, vuelvo dentro de una hora para llevarte a desayunar a un café que te va a encantar, vivo cerca. Así nos dará tiempo a ambos para una ducha y vestirnos decentemente por mi parte, vestido de vampiro... —Y yo en pijama... Ambos nos reímos, mirándonos a los ojos. Una corriente eléctrica nos recorrió. Comprobé que tanto a él como a mí se nos ponía a piel de gallina, y no hacía ni pizca de fresco. —Mi tía tenía razón, eres una criatura deliciosa. Se dio la vuelta y caminó hasta un BMV color azul intenso reluciente, aparcado justo en frente de mi puerta. —En media hora Elisa. Y le vi entrar en el precioso automóvil, prender el ronroneante motor y girar en la calle hacia

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el sur. Una hora. Patri me hizo mil preguntas, sobre-excitada, yo las respondí mientras me duchaba, intentaba peinarme con gracia y escogía algo que ponerme. Mi armario lleno de vaqueros o de trajes demasiado formales de trabajo. Opté por lo primero, jeans pitillos, cazadora negra de piel, camisa púrpura. Botas de tacón grueso. Un toque de maquillaje para acentuar mis ojos y mis labios. Y un claxon sonó en la puerta, apenas cinco segundos después el timbre. Patri me dejó pasar, regañando por vestir “zarrapastrosa” cuando iba con tamaño ejemplar de hombre. Pero para mi sorpresa, al abrir la puerta, ahí estaba el mismo chico de una hora antes, con el cabello libre de gel fijador, vaqueros, camisa gris perla y cazadora de cuero, del mismo estilo que la mía. El aroma de su colonia deliciosa, pero sin el trasfondo de tabaco que llevaban sus ropas, seguro que del ambiente cargado de la fiesta de la que escapó la noche anterior. Sacó un casco de su espalda y me lo ajustó a la cabeza, sin decir nada, apenas se apartó, y una magnífica Harley Road King color negro y cereza nos esperaba. ¡Joder! Sonreí como boba, Ángel me ofreció su brazo y me llevó hasta ella. Monté tras él, y mis manos envolvieron su estrecha cintura, mi cabeza se apoyó en su hombro, como si toda mi vida hubiese sido así. El palmeó mis manos con las suyas enguantadas, e iniciamos juntos, en ese preciso instante el viaje más emocionante de mi vida. Bendito Trece, bendita noche de Halloween, bendita imaginación exacerbada, y benditos colmillos. Ji,ji,ji. FIN

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Elizabeth Bowman

Entrevista por Marta Fernández

Antes de nada ¡Bienvenida, Elizabeth! Gracias por compartir tu tiempo con nosotras. Gracias a ti, y a la revista, por darme la oportunidad de acercarme un poquito más a los lectores. ¿Cuándo te “convertiste” en escritora? ¿Te acuerdas de esa primera historia? A decir verdad, desde que tengo uso de razón ha habido muchas historias guardadas por los rincones y prendidas de las telarañas de los ángulos oscuros. De hecho, cuando era muy pequeña, solía escribir cuentos disparatados, creados, por supuesto, por una mentalidad infantil y tremendamente fantasiosa, en cuadernos que había por casa. Cuentos que luego yo leía en alta voz a una nutrida congregación de peluches y muñecas dispuestos en perfecto corrillo para escucharme. Esos fueron mis primeros pasos en el mundo de la escritura y los sueños, me temo. Luego, la primera historia en salir de mi cabeza, de las que hoy tengo publicadas, fue “Inocencia y Perfidia”, con Vestales, aunque no obedezca al orden cronológico de publicación.

¿Quiénes son tus autores favoritos –con citar alguno basta-? ¿Nos recomiendas alguna novela que para ti sea imprescindible? Cualquiera que me conozca sabe la respuesta. Soy una fan incondicional y apasionada de los escritores del XIX, especialmente de Jane Austen (mi musa por excelencia), Bécquer, Poe, Radcliffe, Brontê, Scott y un largo etcétera de grandes genios. Siguiendo mi criterio personal, no puedo evitar recomendar leer, al menos una vez en la vida, los clásicos de la literatura, en particular, de los arriba citados.

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¿Por qué elegiste la novela romántica? ¿En qué subgénero te sientes más cómoda? Quizás porque sea de lo que, como lectora ávida, me he alimentado desde un principio. Grandes historias de amor en un marco bucólico y sencillo, historias que mostraban las diferentes relaciones personales y familiares entre los personajes y se nutrían de sus emociones y sentimientos. Las mismas que, de algún modo, transmiten algún tipo de enseñanza. Por supuesto mi subgénero favorito, tanto a la hora de leer como de escribir, es el romance histórico, blanco y sentimental. Muy decimonónico, muy… Austen.

¿Qué notas o características son comunes a todas tus historias? Supongo que el “sello Bowman” se caracteriza por una prosa poética densa, espero que elegante, muy florida, descriptiva y minuciosa. Un vocabulario acorde a la época y un estilo narrativo que nos remonte a aquel entonces. Me gusta que el lector sea capaz de “ver” y sentir lo mismo que yo, mientras escribo. Me gusta mostrar el tacto de las prendas que visten mis personajes, (terciopelos, muselinas, gasas y encajes), ayudar a escuchar ese suave fru fru de las faldas al caminar, compartir el penetrante aroma del té con su nubecita de leche acompañado de pastas de sésamo, o el arpado rumor del viento meciéndose entre el follaje. Soy consciente de que este estilo gusta a una minoría y que, por lo general, los lectores lo consideran

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demasiado rebuscado y arcaico. Pero es lo que a mí, como lectora, me gusta encontrar y lo que muchos de los que me leen, aprecian, por considerarlo diferente.

¿Qué tienen en común todos tus protagonistas? Me gustan mucho las heroínas fuertes e independientes, adelantadas a su época, amantes de la literatura y de las artes en general, románticas hasta la médula, enamoradas de la vida…y del amor. Creo que en eso se parecen bastante a mí. Aunque últimamente me estoy dando cuenta de que muchas de mis chicas, me han salido un poco sensibleras y lloronas jeje. En cuanto a los protagonistas masculinos, físicamente todos siguen un mismo patrón y la única culpable es, por supuesto, la autora, que los crea siguiendo sus predilecciones personales jajajaja Me gustan los hombres sombríos y taciturnos, misteriosos, oscuros, (muy del tipo Darcy) y que en el fondo son más buenos que el pan.

¿Es peor corregir o promocionarse? ¿Qué métodos usas para darte a conocer? Soy muy insegura y lo paso fatal corrigiendo. Cuantas más vueltas le doy a un manuscrito, más pegas le encuentro y peor calidad le veo. Procuro torturarme lo menos posible y delegar en mis betas o en los propios correctores de la editorial para la que escriba. Aunque, por supuesto, dos o tres vueltas por mi parte antes de todo esto, no me las quita nadie. Promocionarme…fatal. Me da mucha vergüenza. Soy consciente de que es necesario “venderse” un poquito, sobre todo por las redes, para que la gente te conozca y conozca lo que haces, pero lo llevo fatal, fatal. Cuando contacto con un bloggero para pedirle ayuda (una ficha, una reseña) siempre acabo con la cara como un tomate y muerta de vergüenza; cuando me paso por los grupos a comentar mis novedades, lo mismo. No me gusta molestar ni hacerme pesada. Es lo malo que tiene ser una tímida enfermiza e incorregible.

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¿Qué nos puedes contar de tu última publicación? “Adonde vuelan las Golondrinas”, de Vestales, es una historia de amor ambientada en una plantación algodonera de Charleston. Una historia que nace y crece en el contexto de la esclavitud y en la crudeza de la Guerra de Secesión Americana, una historia que nos muestra la verdadera crueldad del hombre con el hombre, las miserias del ser humano y la fuerza del verdadero amor, capaz de germinar en medio del dolor.

¿Cómo definirías a los protagonistas? Dos almas afines, puras y nobles, que acaban encontrándose en medio de la miseria. Rebecca Hale es una muchacha inglesa que ha sufrido una terrible decepción amorosa y que, para huir de ella y de su recuerdo, decide poner un océano de por medio y empezar una nueva vida al otro lado de su mundo conocido. Daniel Masen es un hombre de Charleston, aunque con mentalidad norteña, un abolicionista activo que lucha por la libertad del ser humano, independientemente del color de su piel. Es hermano del dueño de la plantación, un hombre cruel, sanguinario y tiránico con sus esclavos. Resulta inevitable que ambos caminos se unan a la misma altura. Después hay muchos secundarios entrañables, como los propios esclavos o la hermana de Rebecca, a los que os invito a conocer.

¿Qué te costó más a la hora de escribirla? Adentrarme en los verdaderos recovecos de la esclavitud. El proceso de documentación ha sido terrible, zambulléndome en testimonios reales de muchos esclavos libertos, familiares de esclavos fallecidos en base a horribles torturas, también en registros de plantaciones sureñas en las que se relataban las prácticas tan terribles llevadas a cabo por los patrones. He llorado, he sufrido y me he avergonzado de la condición humana, al ser capaces de llevar a cabo aberraciones semejantes con el prójimo y sentirse en pleno derecho de hacerlo.

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¿En España se puede conseguir en papel o solo en digital? En principio, en digital. Se puede conseguir en papel si uno asumo ciertos gastos, pidiéndolo directamente a portales de venta online argentinos.

¿Cómo nos describirías en pocas frases el resto de tus novelas? Dulces, románticas y muy, muy sentimentales. También blancas y llenas de adornos, metáforas, simbolismo y poesía. Hay quien diría, cursis y almibaradas, puede que también ;)

¿Qué estás escribiendo ahora? ¿Veremos más novelas de Elizabeth Bowman en el 2016? Estoy con una novela ambientada en mi tierra gallega, allá por 1830, cuya protagonista es una noble del Reino condenada a un matrimonio de conveniencia. El hecho de que salga o no salga a la luz en el 2016 depende solo de la editorial ;)

Por último, ¿qué consejo darías a los autores nóveles? No me gusta aconsejar, porque considero que todos vamos en el mismo carro (nunca dejamos de aprender, por más libros que llevemos a nuestras espaldas). Lo que sí les diría, porque es mi principal consigna, es que nunca dejen de ser fieles a su estilo. Si es lo que los caracteriza, si es con lo que se sienten más cómodos, que luchen por mantenerlo y no se dejen llevar por las modas.

Gracias por todo, Ha sido un placer compartir este ratito…y un pedacito de mí.

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AGENCIA CORAZÓN ETERNO

reseña

Diana Gael

Comprende las dos novelas publicadas hasta ahora: «Aventuras en las Highlands», Sinopsis: Unas excéntricas ancianas contratan a Ruth para que trabaje con ellas en su agencia de contactos, que no es una agencia matrimonial o de amistad al uso. Ruth pronto descubre que deberá viajar en el tiempo para facilitar a las clientas una aventura o un romance con un hombre del pasado. Entre las sombras, un misterioso aristócrata inglés desea el secreto del viaje en el tiempo, y para lograrlo no dudará en utilizar todos los medios a su alcance, incluidos el carisma y simpatía de su esbirro Cayetano, un vividor andaluz de muy buena planta. Ruth se enfrenta a su primera misión (llevar a su clienta Ana Cifuentes a las Highlands de 1745 para que conozca a su amor escocés) mientras evita las aproximaciones del pícaro Cayetano, quien no parece resultarle indiferente... y «La espada y la pluma». Sinopsis: La muerte inesperada de la instructora de Ruth le revela a esta una verdad atroz sobre el futuro. Mientras Cayetano continúa con su intento de seducirla, Artemisia le encomienda la misión de llevar a una joven con problemas de autoestima a corazón del Siglo de Oro español, donde aguarda el hombre de su vida. Una venta, un pueblo andaluz, un misterioso recaudador de impuestos, un enmascarado que busca venganza, amantes condenados a la separación... Pero ni la misión le da tanto miedo como el futuro incierto de la humanidad y los sentimientos que le despierta Cayetano.... RESEÑA Ruth es la PUTA AMA. Punto. Nunca había leído una novela romántica con una protagonista tan alejada del arquetipo de heroína de este género. Es malhablada, agresiva, cínica, violenta, más lista que el hambre, desconfiada... da unas hostias como panes, y con su katana es peligrosa. Y Cayetano, su partenaire, no tiene nada que ver con los galanes de la romántica (excepto por lo guapo). Es un pijo un poco pasota, egoísta, superficial, quejica, nada «masculino»... aunque con una gracia y un salero que no se «pué aguantá». Además, están en bandos opuestos en una extraña confrontación entre las viejecitas excéntricas y el lord inglés, por lo que Ruth ha de tener mucho cuidado de no dejarse tentar por los besos del pijo andaluz, ni por sus ojos, ni por su... porque no, porque lo único que Cayetano quiere es sacarle información que pueda vender a su jefe el lord. En ambas novelas hay un romance que empieza y termina, y que están protagonizadas por las dos mujeres que han pagado por el privilegio de poder viajar al pasado y conocer a su media naranja; y tiene una trama que liga ambos libros (y los que vendrán), y que es la que une a Ruth con Cayetano, y la lucha entre ambos bandos: uno para mantener a resguardo el secreto del viaje en el tiempo (al que pertenece Ruth), y el otro para hacerse con él (al que pertenece Cayetano). Pero nada de lo que os diga os podrá preparar para lo que de verdad vais a encontrar al leer estas dos historias, pues ambas novelas son unas magníficas sátiras de las novelas románticas, sátiras elegantes y con muy buen gusto que os harán pasar unos momentos más que divertidos y con las que reiréis, con unos personajes a cuál más absurdo, unas situaciones delirantes y unos diálogos que os sacarán más de una carcajada. D.W. Nichols

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Amazonas

Por Feli Ramos Cerezo

Hoy vamos a conocer a una autora novel que ha destacado con su primera obra “DESCUBRIENDO A VALENTINA” por los mundillos de Amazon. Una novela erótica y llena de humor con la que Mara Macbel ha debutado con nota. La propia autora nos ha avanzado que la versión digital será publicada por editorial en breve, mientras que la versión en papel la podréis seguir adquiriendo en Amazon.

¿Quién es Mara Macbel? Mara Macbel es el seudónimo de Macarena Ferreira Blanco. Nació en un frío mes de Diciembre de 1985 en Sevilla (España) y es la pequeña de su casa, aunque casi siempre ha sido la primera en todo. Felizmente casada con su marido y su hipoteca (con esta última no tan felizmente), vive en un pueblo del Aljarafe sevillano acompañada de sus cuatro perras y su gato, a la espera de su primer bebé. Independiente, metódica y algo impulsiva, en mayo del 2013 se embarcó en su proyecto: Bookceando Entre Letras. Es un espacio que administra con mucho cariño y dedicación, reseñando y hablando sobre las novelas de los autores que lee habitualmente. De ahí nace su apodo “Macbel” y allí mismo es dónde dio a conocer su primer relato: “Un sueño llamado Valentina”, lo que la llevó, gracias a los ánimos que recibió, a seguir escribiendo su continuación. Su primera participación pública literaria fue en Diciembre del 2014, en la antología “Sinfonías de Navidad” de la editorial Alfil, junto con otros 14 estupendos compañeros. Y su primera novela: “Descubriendo a Valentina”, ha visto por fin la luz, tras muchas horas de modificación y cambios, el 15 de Mayo del 2015.

¿De qué trata Descubriendo a Valentina? Cuando descubres que tu vida no es todo lo que podría llegar a ser; cuando piensas que no estás sacándole todo el jugo que podría tener... entonces tienes que reconstruirlo todo y, en especial, reconstruirte a ti misma. Valentina ha temido esa decisión durante los últimos años en los que ha estado viviendo una vida que a priori debía pertenecerle, pero con la que jamás se ha sentido completa. La aparición de una persona, extrañada pero no extraña, le ayudará a dar el paso idóneo para despertar en ella su parte más intima y más real: su verdadera identidad, anulada durante el tiempo suficiente como para que esta resurja con la fuerza necesaria para afrontar su futuro inminente.

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El apoyo de sus amigos será indispensable para no desviarse del camino trazado, para no tropezar y para huir de las incertidumbres. Pero, ¿para levantarse, no es necesario caer anteriormente? ¿Y si el camino trazado fuese el primer desvío hacia la verdadera felicidad de Valentina?

¿Qué opinan de ella las lectoras? Las opiniones se dirigen en un mismo sentido. El descubrimiento de una novela diferente, sexi, muy entretenida y de lectura fluida, lo que hace que sea una obra recomendable 100%. Un nuevo talento que vale la pena conocer, ¿no os parece?

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Os recomiendo a una escritora que, poco a poco, ha ido haciéndose un hueco en el mundo de la autopublicación, Sandra Estévez Calvar. Autora de las novelas como “Entre el miedo y el amor”, “No me dejes ahora”, “Entre ángel y demonio” e “Invisible”. Esta última, con una trama más que interesante y que, actualmente, se encuentra en preventa hasta su lanzamiento el próximo 30 de noviembre.

¿Quién es Sandra Estévez Calvar? Sandra Estévez Calvar, nació en Porriño, Pontevedra. Diplomada en Contabilidad, ejerciendo dicha actividad durante 16 años en dos empresas del sector privado. Su andanza por la escritura comenzó en la época de estudiante. Debido a una traumática experiencia laboral, se zambulló de lleno en la escritura y ha realizado varios cursos de escritura creativa a distancia. Ha participado en el I Concurso de microrrelatos – libro digital “Mis vacaciones Ideales”, y en su blog se puede encontrar variedad de reseñas de libros, relatos propios y varios poemas de naturaleza romántica erótica.

¿De qué trata Invisible? Ésta es la historia de María, una mujer coraje nacida en Portugal, en el año 1940. Con tan solo siete años comienza a trabajar en una tienda de alimentación, pues la situación económica de su familia, con ocho hijos más, no da para vivir bien, y a las dieciséis se desplaza a Lisboa para ejercer como sirvienta, teniendo que estar disponible, para la gente que la ha acogido, las veinticuatro horas. Pese a tener un techo bajo el que cobijarse, comida y un sitio donde dormir, siente que aquello no es vida. Es tratada como una esclava y apenas gana dinero para comprarse alguna pieza de ropa. Su madre la anima a emigrar a Francia, la tierra de las oportunidades, pero se encuentra con un problema. El dictador que gobierna su país, no permite salir a nadie del mismo. Tendrá que ingeniárselas

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para cruzar el río Miño, y atravesar toda España de forma ilegal, hasta llegar a su destino, donde encontrará el amor y el dolor. Una historia sugestiva, basada en hechos reales, con grandes notas de humor y un fuerte cariz humano y cercano al lector.

¿Qué opinan las lectoras sobre sus anteriores novelas? Las lectoras recomiendan sus novelas al tratarse de historias reales como la vida misma, tramas duras pero preciosas a la vez, en donde los traumas, miedos y el amor se dan la mano para demostrar que, este último, todo lo puede. Historias trepidantes e interesantes que nos harán disfrutar de una buena lectura.

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Especial Sello RNR

Por Marta Fernández

El 12 de enero del 2014, leíamos en la web de El Rincón Romántico el nacimiento de un nuevo sello en digital. Se presentaban al público de la siguiente manera:

“No es la primera colaboración que la editorial realiza con este importante portal especializado en el género. Bajo el sello Vergara, Ediciones B publica el libro ganador del concurso que el Rincón de la Novela Romántica realiza anualmente. Uno de los premios más importantes del género. En 2014 y coincidiendo con el 12 aniversario de RNR, nos unimos para crear una selección de libros románticos que saldrán a la venta bajo el sello B de Books, en plataforma digital. El principal objetivo es dar a conocer escritores noveles que todavía no han tenido la ocasión de publicar y que por su calidad merecen esta oportunidad. Pero también se editarán autores consagrados, y se tomará en cuenta a todo aquel que nos proponga sus obras o quiera formar parte de esta iniciativa. En la “Selección RNR” tienen cabida todas aquellas historias que encajen dentro de cualquier subgénero de la novela romántica (histórica, actual, paranormal, erótica-romántica, fantasía, viaje en el tiempo), siempre que tengan una extensión de más de 80 páginas en Word o PDF, y que tengan un final feliz. Un grupo de profesionales del mundo de la novela romántica, compuesto por miembros de RNR y B de Books serán los encargados de leer y seleccionar las novelas que saldrán a la venta. B de Books gestionará los contratos y la publicación, mientras que RNR se encargará de la promoción de las novelas. Los precios de estos ebooks oscilarán entre 1,99€ y 2,99€ y, ocasionalmente, 0,99€. Aquellos ebooks que alcancen un gran número de ventas tendrán posibilidades de publicarse también en papel, en alguno de los sellos de esta editorial, como es el caso de las novelas publicadas en la campaña de San Valentín 2015, en bolsillo edición de lujo con tapa dura. O también en el sello B de bolsillo, como en el caso de las novelas Una apuesta arriesgada y A un beso del pasado”

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Todos los autores han contestado a las mismas preguntas: ¿Qué significó para ti publicar con la Selección? Y hacer un breve resumen de su/s historia/s Ana F Malory: Publicar con la Selección RNR, aunque suene a topicazo, ha sido genial. Porque Lola, Esther e Ilu se lo están currando mucho y están creando una colección estupenda con la que se está demostrando que las autoras latinas no tienen nada que envidiar a las de habla inglesa. Y claro, formar parte de esta Selección, con tanto talento a mi alrededor, es todo un honor y además, después de tantos años participando en la Web del RNR, de contar con el apoyo, el cariño y la paciencia de Esther y Lola, pues también ha sido un poco como volver a casa. En pocas palabras: estoy encantada de ser una chica RNR. Han sido dos novelas las que me han publicado dentro de la Selección RNR. La primera, “A un beso del pasado”. Es una divertida historia amor a caballo entre el siglo XXI y el XIX, en la que los protagonistas, que se llevan fatal, tendrán que dejar de lado sus diferencias (al menos en público), para salir adelante en una época que no es la suya y a la que no saben cómo o por qué han ido a parar. La segunda, “Toda una vida”. Es un bonito y sencillo relato en el que se ñarra la historia de amor de Amelia, personaje secundario de “A un beso del pasado” que ha enamorado a todo el mundo y que merecía este pequeño homenaje. Yara Medina/ Jane Hormuth: ¡Una sorpresa! Me topé con el portal hace unos diez años, más como lectora que como escritora. Por ese entonces escribía sólo para mí y en absoluto secreto. El rincón siempre lo he considerado un lugar de referencia para la literatura romántica. Con el tiempo fui presentando novelas a concursos y después de muchos años Más allá de los sentidos quedó finalista en el V Premio RNR-Vergara. Para mí eso ya era un premio, ser finalista lo consideré como un reconocimiento a mi trabajo. ¡Cuando Lola me escribió para proponerme publicar en la Selección RNR no me lo creía! Y el culmen de mi alegría llegó cuando no sólo se interesaron por Más allá de los Sentidos, sino por Contigo, todo que la había subido al foro un año atrás. Le dieron la oportunidad a mis dos seudónimos, Esther y Lola son casi hadas madrinas de las autoras noveles jeje. Pueden imaginar que sigo en la nube, metiéndome cada poquito en Amazon para ver si es verdad que están ahí y feliz de poder tener un lugar junto a autoras más que consagradas. Más allá de los sentidos. Jane Hormuth Esta novela reúne un intenso amor, las ansias de superación y un caso que resolver. Las extrañas circunstancias de la muerte del barón de Lamington hacen que su hermano y sucesor, Ismay Nandell, pida la ayuda al conde de Wiltshire. Según le han informado, el conde trabaja como diplomático de la corona británica, llevando investigaciones paralelas a las oficiales gracias a un ejército de espías que trabaja para él. La noche que Ismay conoció a la señorita Bain, nada le hizo sospechar que estaba ante la persona que podría influir en la decisión del conde. Tuvo que descubrir, por sí mismo, que una joven con ceguera, era uno de los espías más valorados por Wiltshire. La belleza, elegancia y dominio de la mujer invidente, no le pasaron inadvertidos, rindiéndose ante una atracción adictiva y un amor que lo llevaría a descubrir lo que los sentidos esconden. Por su parte, Alison Bain era feliz con su vida, a pesar de ser ignorada por la sociedad por ser ciega. Vivía bajo la protección de los condes de Wiltshire y servía en el anonimato a la corona. Algo la movió a ayudar al nuevo barón de Lamington en la búsqueda de respuestas sobre la muerte de su hermano. Sin saber por qué,

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sabía que aquel hombre era diferente al resto. El nuevo barón conseguirá romper sus barreras, disipar sus miedos y encontrar el amor que siempre pensó que no estaba hecho para ella. Contigo, todo Yara Medina Carmen, es una joven granadina que consigue una beca en biología en la universidad de Leeds. Perfectamente adaptada a la vida inglesa, encuentra una divertida amistad en un grupo de amigos; cuyas personalidades, no sólo no tienen nada en común, sino que consiguen llegar de alguna manera a armonizarse. Hanna, la sueca bohemia soñadora, Yuka la psicoanalista de agrio carácter, Peter homosexual y que da cordura al grupo. Ian cardiólogo y el novio de Hannah cuya seriedad exaspera. Helen, la hermosa compañera de facultad de Carmen y Mark Lewis, biólogo cuyo apodo Seduction hacen trinar a las amigas y confidentes. La joven granadina consigue hacerse un hueco en el anglosajón corazón de todos; bromeando y compartiendo buenos momentos en el Nexus, el punto de reunión donde se ven después del trabajo. Allí comienza a fraguarse una intensa relación con Mark, el seductor, quien consigue que Carmen llegue a confundir el amor verdadero con la atracción física y sexual de la que es víctima. Su mente parece traicionarla cuando se ve acosada por un anónimo, del cual recibe amenazas. El miedo, la corriente que sigue sus sentimientos, verse lejos de su tierra andaluza y su peculiar familia, llegan a colocar a Carmen en una tesitura. Se encuentra entre dos hombres que le ofrecen vidas y pasiones distintas. La confusión de la que es presa no le permite discernir si es amor lo que siente con Mark o lo es cuando está con Ian. Crissi Sark: A nivel personal publicar con La Selección ha supuesto un empujón anímico importante para seguir esforzándome por mejorar mi trabajo. He autopublicado cuatro libros y, no me puedo quejar, un pequeño grupo de lectoras me ha alentado a continuar escribiendo, gracias a sus felicitaciones y comentarios positivos, pero parece que hasta que una editorial no dice que cree en ti, no eres más que un aficionado que se atreve a subir sin más su libro a Amazon. Ese «vamos a confiar en tu trabajo» te hace pensar que no lo haces mal y que merece la pena continuar peleando. «¿Aún quieres saber qué me hace reír?» es una novela donde la atracción de los protagonistas juega un papel importante. A priori es una relación imposible: ¿quién podría pensar que una mujer víctima de un secuestro se enamorase de su secuestrador? La atracción está ahí, pero ¿podría alguien pensar que eso es amor? El título, puesto en boca del protagonista, nos da una gran pista de su desenlace. Y es que Sergey está dispuesto a intentarlo y por ello le pide una oportunidad a Lucía después de todo lo que ha pasado. El final del libro es el verdadero comienzo para los dos. La novela tiene algo de acción, muchas preguntas que poco a poco van obteniendo respuestas y unos personajes que se ven envueltos en algo que se escapa a su control. Enrique Díaz: Mucha ilusión porque la web del Rincón Romántico la seguía desde que me inicié en esto de la novela romántica. No lo dudé en mandar un primer manuscrito. Cuando lo aceptaron para publicarlo me hizo muchísma ilusión. Seducción en Carnaval es la lucha del deber y el corazón. De elegir entre traicionar a tu propio país o a ti mismo por el amor de una mujer. La historia es una encrucijada de sentimientos que obliga a sus protagonistas, Richard y Violette a vivir al borde del abismo. Una historia de espías en Venecia durante el Carnaval que dota a la trama de un toque romántico y mágico.

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Marisa Sicilia: Es complicado explicar en pocas palabras cuánto significó para mí que El juego de la inocencia, no solo saliera con la Selección RNR, sino que además fuese la novela con la que se inició la colección. Fue una alegría inmensa a la vez que una responsabilidad. Recuerdo que sentía tanto pavor como ilusión y, aunque hubo un poco de todo, con lo que me quedo es con la sensación de flotar de aquellos primeros días, con el entusiasmo y la energía que todo el equipo del Rincón me contagió, con la emoción de cada correo que intercambiamos. Fue una enorme oportunidad que nunca agradeceré lo suficiente, y fue su empeño, su trabajo, su amor por el género lo que hizo que el proyecto saliese adelante y se convirtiese en el gran éxito que ha resultado. Me hace muy feliz ser parte de la Selección RNR. Son dos las novelas que tengo publicadas con la Selección (y ya os anuncio en primicia que durante el año que viene se les unirá otra más). La primera fue El juego de la inocencia. Transcurre en la Francia del siglo XVIII y es una novela sensual y divertida con un protagonista que se sale un tanto (un tanto bastante) de lo común. Louis es un aristócrata libertino, egoísta, interesado y más bien inútil, que tendrá que espabilar mucho antes de lo que pensaba. La frase aquella de no te dejará indiferente está hecha a la medida de Louis. Hélene, por el contrario, es modesta y abnegada. A pesar de que pueda dar la impresión de que no hacen muy buena pareja, resultarán estar hechos el uno para el otro. Y en Mentiras y sueños nos vamos a Los Ángeles para mezclar el glamour de los años 50 con una trama de intrigas y muchos intereses ocultos. Hay una especie de mujer fatal, un detective un poco canalla y muy adorable, una relación lleno de incertidumbres… Trata de evocar las viejas pelis de cine negro que a mí me parecen tremendamente románticas: Tener y no tener, Laura, El sueño eterno… Si os gustan, creo que también os gustará Mentiras y sueños. Mariah Evans: Primero, quiero agradecerte que cuentes conmigo para esta entrevista. Es un verdadero privilegio y placer. Respecto a la Selección RNR, ellos me abrieron las puertas. Para una escritora novel es muy difícil publicar su primera novela. Ellos fueron los que me dieron la oportunidad, los que confiaron en mí, y por eso les voy a estar agradecida eternamente. Tras enviarle la novela en pocas semanas recibí un email en el que me decían que les había gustado y que la querían publicar. Imagínate cómo me sentí. Como todas las personas que escriben, ese es nuestro sueño, y que una editorial te diga que va a confiar en ti es la mayor ilusión que tenemos todos. Y más siendo la primera novela que iba a publicar. Por otro lado, la atención fue impecable: me aconsejaron, me ayudaron, me atendieron siempre con una sonrisa y me despejaron cualquier duda. Sinceramente, ha sido una de mis mejores experiencias en la vida. Ciudad de Reyes es la primera novela de una saga de seis libros, de romance paranormal. La población de Brooklyn está sufriendo una oleada de despiadados asesinatos. Una división secreta del Pentágono, con Josh Gallager al mando, es enviada a la comisaría principal de la zona para colaborar en la investigación. Gallager deberá trabajar junto al Inspector de homicidios Franklyn, pero sin revelar su verdadera misión ni las atípicas particularidades que les caracterizan a él y a su equipo. Sarah es sobrina del inspector y trabaja como secretaria en la comisaría. Cuando es atacada y consigue milagrosamente escapar de los depredadores que tienen aterrada a la ciudad, Josh se verá obligado a protegerla… ocultándole su más oscuro secreto. Cada uno de los libros tiene como protagonista a uno de los chicos de una división que actúa en

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secreto, y se centra sobre todo en su historia de amor, aunque debo reconocer que me gusta mucho mezclarlo con escenas de acción y suspense. Hace poco se publicó Reyes de la noche, en este caso, la novela está centrada en la historia de Brad, y en diciembre se publicará Atrapados en la noche, la historia de Ryan. Natalia C Gallego: Fue un placer. Las chicas de RNR fueron en todo momento encantadoras, además de que siempre resolvieron cualquier problema que tuve con suma rapidez. No es la primera vez que publico una novela con una editorial y he tenido experiencias buenas y malas, y tengo que decir que, a día de hoy, esta ha sido una de las muy buenas. Escondido en el recuerdo es la historia de Lucas y de lo mucho que cuesta encontrar un nuevo comienzo cuando has perdido tu pasión por la vida. También es la historia de Olivia y de cómo ayudar desinteresadamente a otra persona puede ser lo mismo que abrir la puerta al mundo y ayudarse a uno mismo. Pero, sobre todo, es una novela sobre aprender a volver a quererse a uno mismo. Chris Axcan: Publicar con Selección RNR para mí significa dar un paso más en el mundo Editorial y la posibilidad de llegar más lejos. La familiaridad que he recibido me ha hecho sentir una más, han contado conmigo para cada detalle y me han hecho participe de todo en cada momento. Es algo que valoro mucho. Irresistible tentación es una novela histórica ambientada en la época victoriana, por primera vez me vi atraída hacia un género desconocido. Fue un placer escribirla, lo disfruté imaginándome como sería un mundo regido por el hombre y por las apariencias… Por eso cuando Abigail y Sebastián se encuentran intentan resistirse a lo que sienten, pero cuando se desconoce lo que el amor significa, hará que descubran la pasión que inflama lo sentidos y pondrá sus emociones a flor de piel… Raquel Gallagher: Un sueño hecho realidad. ¿Sabes la sensación de pasar cada día por delante de tu restaurante favorito, ese que, a su vez, sabes que no puedes permitirte por resultar absolutamente inalcanzable para ti, pararte delante de su escaparate para observar fascinada su interior, así como a los afortunados que lo componen, con expresión soñadora y desear desde lo más profundo de tu ser poder algún día formar parte y ser un miembro más? Pues de eso se trata: de la consecución de un sueño. De saber que formas parte de eso tan grande que siempre ha deseado. Así me he sentido. Me gusta mucho el new adult y siempre he querido escribir algo de este género. Pero no quería la típica historia juvenil con tintes paranormales o alocadas historias de amor. Buscaba algo diferente, algo real, algo que el lector pudiera sentir verídico, cercano y creíble. Y, por desgracia, pocas cosas hay más reales hoy en día que la violencia de género. Podemos verlo a cada instante, en todas partes. No he pretendido ensañarme, si no mostrar que es algo que puede padecer cualquiera, desde el ama de casa atrapada en su hogar, hasta la joven universitaria, guapa e inteligente, pero a la vez débil e insegura, a la que su novio (a quien considera infinitamente superior a ella) puede manipular a su antojo. “No me Quieras” es una historia de dominio y posesión, de un corazón herido y magullado que no sabe cómo librarse de su destino… pero también es la historia de un amor inocente y entregado dispuesto a todo. Es cruel, lo reconozco, lo es, no he pretendido maquillar la realidad. Tan solo, y como enseñanza de esta historia, quiero transmitir que es posible dejar atrás tanto horror, que la vida de cada quien le pertenece a cada uno y que nadie ha nacido para vivir sometido a otra persona. Mara Oliver: Durante veinte años tuve varios escarceos con premios literarios que no llegaban a buen puerto, seguía esperando una verdadera oportunidad y cuando la Selección RNR me dio el SÍ, esto fue lo que escribí en mi blog: “¡POR FIN ALGUIEN EN QUIEN CONFÍO PLENAMENTE CONFÍA EN MÍ Y EN MIS HISTORIAS!”. Así me siento: acogida, apoyada, amada, bien aconsejada, tremendamente feliz y realizada. Termino con el mejor ejemplo que se me ocurre para explicarme, uno que lo dice todo y desde el corazón: mi hijo tiene autismo y los médicos dicen que soy su enlace con la realidad, que confía en

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mí para que le ayude con todo lo que él no entiende y para que le dé voz. Del mismo modo, las chicas del RNR son mi enlace con el mundo de los libros y así me siento, como una hija muy querida. Son las madrinas de mi sueño. Dos en la alborada cuenta la historia de una bailarina con una relación difícil con la suerte: primero se queda coja en un accidente y después le tocan 126.000€ en el Euromillón. Supongo que el tirón de la novela es ese: la maravillosa posibilidad de que te toque la lotería y tu vida cambie de la noche a la mañana. ES UN SUEÑO DE LIBERTAD, lo he mezclado con una fantasía sexual que tuve hace muchos años y lo he aderezado con la magia de Ibiza y mi propio corazón. Tiene muchas complicidades y dichos de mi mamá y a ella le dedico la novela, le debo la vida como ahora me debo a mi hijo, como ella me ha enseñado. Ese es el resumen y el motor de la novela, EL AMOR de muchas maneras distintas. Nota de la redactora: Como novedad, en el mes de noviembre la Selección se estrena en la novela homosexual, con una novela romántica actual, de la mano de Mery Eirabella (Nunca digas nunca). Libro 1º de la Serie Secret Life Colin abandona Dublín tras aceptar una suculenta oferta de trabajo en Madrid con la intención de empezar una nueva vida lejos de la persona que le recuerda constantemente la situación más traumática de su existencia. Atrás deja a su familia, los recuerdos y una relación no resuelta con Sakis, el hombre al que le debe el haber sobrevivido a la espiral de destrucción por la que se dejaba arrastrar hasta que lo conoció. Su primera impresión de Madrid no puede ser peor: llueve y, para colmo, el taxista le estafa. Aunque aún le espera algo mucho más desagradable: su casero es un tipo estirado que lo mira con desprecio, juzgándolo por su aspecto. Sin embargo, no tardarán en darse cuenta de que el desdén que se muestran es, en realidad, el comienzo de algo que ninguno de los dos quiere. Nunca digas nunca, una romántica y apasionante historia de amor entre dos hombres que no podrás dejar de leer.

Los requisitos para formar parte de esta iniciativa, son: Si quieres que tomemos en cuenta alguno de tus trabajos para una posible publicación, puedes escribirnos a elrinconromantico@yahoo.es y enviarnos una sinopsis extensa de tu novela, junto con el primer capítulo de la misma. Como ya hemos indicado anteriormente, las obras propuestas deben tener una extensión mínima de 80 páginas de Word o pdf, y tienen que pertenecer a cualquier subgénero de la novela romántica (preferiblemente actual).

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Damnare

Primer capítulo por Faith Carroll

Capítulo 1 Reconocer a Caden Ford entre la multitud del Jimmy´s Cave no era nada bueno. Y la cosa prometía empeorar, cuando su fiel perro matón, aparcó frente a la puerta. —Mierda. —susurró Arkadi antes de llevarse otro trago de su cerveza a la boca. Sabía la razón por la cual uno de los mejores cazadores de la actualidad compartía antro con ella esta noche. Buscaba una buena captura y si Arkadi no averiguaba cómo iba a escapar, la iba a conseguir. Jim Basch la miró, preocupado. Como ella, Jimmy sabía que la noticia, sobre su desastroso incidente, había corrido como la pólvora. Hubiera sido imposible ocultar algo tan especial y único, algo como aquello no sucedía todos los días. Por desgracia, lo que en otras circunstancias habría lanzado a la cazadora a la categoría de heroína, elevar su caché en su mundo, esta acción le había dibujado en la espalda una diana muy suculenta. La suerte y la cobardía de sus camaradas la mantenían con vida, con el suplemento de que pocos conocían el rostro que acompañaba a tan misterioso apellido. Uno de esos afortunados era Ford. Arkadi casi no recordaba aquel encuentro. Hacía años desde aquella misión conjunta. Algo sencillo que se le había ido de las manos a un novato, un demonio que requería la atención de cuantos cazadores estuviesen por la zona. La mayoría de los cazadores eran conocidos por su estilo solitario, pocos tenían familia y bastantes compartían un pasado tortuoso, lleno de perdidas y dolor. Aun así, actuaban como una atípica hermandad, respaldando a quién metiera la pata o se viera superado por su trabajo. No era ajeno para nadie, los grandes males que se podían desatar con un error inesperado y lo fácil que podía llegar a desembocar en una tragedia. Había compasión para el pobre desgraciado, siempre que se arrepintiera y asumiera los actos. Pero está vez, Arkadi se quedaba fuera, ya no era cazadora, ya no era humana. No había misericordia ni compañerismo para ella. Alzó la mirada para volver a verle a través del espejo de detrás de la barra. No había cambiado mucho. A pesar de varias arrugas de expresión, su pelo rubio platino y su excelente estado físico le hacían un hombre atractivo. Sin poder olvidar sus intensos ojos azules, que habían hecho suspirar a más de una. Ese día vestía de un modo informal, unos tejanos ajustados y una camiseta negra, acompañada de una cazadora de un marrón viejo y raído. Estaba segura que, bajo ésta, se escondía su pistola preparada para matar a quien se le pusiese por delante, hasta que solo le quedara una bala con su nombre. Un fuerte escalofrío le recorrió toda la espalda cuando los glaciares ojos de Caden encontraron los suyos en el espejo. Ambos compartían oficio, sabían cuando habían sido descubiertos.

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—Por muy loco que esté, no tendrá pelotas para disparar aquí, delante de tantos cazadores. —Jimmy intentó tranquilizarla. A pesar de la maldición, él conocía a la joven que estaba tras ella. Arkadi era buena chica. Lo que menos se merecía, después de salvar al mundo, era que acabasen así con ella. —Se ha traído compañía. —Señaló con disimulo. Fijó la mirada en la espalda del cazador. Si Ford tenía mala reputación, casi toda se la debía a su compañero. Éste no era uno de los suyos, ni siquiera tenía escrúpulos en matar a quien le viniese bien, ya fuera demonio o humano. Era más bajo de lo que Arkadi había esperado, algo que no disminuía su respeto hacia él. Varios mechones de su media melena caían a ambos lados de su cara, tapando parte de una cicatriz en la parte superior de la sien. La barba de dos días podía ocultar alguna más, aunque no tenía ganas de averiguarlo. —No pinta bien. —Deja que el viejo Jimmy decida quién es mejor pintor, peque. —Le guiñó un ojo antes de sonreír. Tras la muerte de su padre, Jim y varios policías más, juraron cuidar de la familia de su amigo fallecido, había sido como un padre para ella, se sentía afortunada. Las visitas al bar del inspector retirado le ayudaban a no sentirse sola en este mundo de mierda. Jim silbó a una de sus camareras, Juliet. Ésta vampiresa le debía seguir caminando a Arkadi, sabía que no dudaría en ayudarla. Con unos pocos gestos, Juliet supo qué hacer. Jim miró de reojo a Arkadi. Ford empezaba a acercarse peligrosamente. —En cuanto mi chica actúe, lárgate de aquí. Y no vuelvas, ¿entendido? ***** Las órdenes que Ford la había dado a Rex Mosley eran claras: situarse frente a la salida y no dejar que la chica escapase. Le hubiera gustado ser él quien se ocupase de la maldita. ¿Qué se le iba a hacer? Esto era trabajo de cazadores. Caden la localizó entre el gentío del lugar sentada en una esquina de la barra. Mosley observó como Caden se dirigió a ella con un cuchillo de plata bajo la manga. Ese método se lo había sugerido él, un trabajo fácil y limpio, de sus favoritos. Cuando alguien se percatara de lo que había sucedido, ellos estarían ya lo bastante lejos como para que no los identificaran, y mucho menos que los atraparan. Además qué, bien hecho, se convertía en una muerte lo más humana e indolora posible por detrás de las inyecciones. El joven Ford se diferenciaba de Mosley en su estilo de trabajo, quizás fuera por su juventud, seguía siendo demasiado humanitario para su gusto, para Caden esa pelirroja era una humana más. Algo falso. Por eso él se consideraba más apropiado para ese trabajo, pero Caden se había tomado muy a pecho las palabras de ese viejo moribundo. Lo encontraron a las afueras de un pueblo de Carolina del Norte y afirmaba ser vidente. Se conocieron en una misión en la que, gracias a ese hombre, pudieron acabar el trabajo. Por desgracia, fue alcanzado por el ser que perseguían antes de haber conseguido alcanzarle. Herido mortalmente, no habían llegado a tiempo de poder llevarlo al hospital. El viejo lo sabía, así que compartió sus últimas visiones con ellos. Un caído estaba a punto de despertar en el cuerpo de una cazadora en Las Vegas. El vidente murió antes de poder decirles más detalles, no les quedó otra que investigar por su cuenta. Y lo que encontraron al cabo de unos días les dejó sin palabras. El muy perro estaba en lo cierto, el nombre de la joven, una desconocida Liva Arkadi. Al menos para él, porque Caden ya la

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había visto. Mosley se preguntó si Caden la recordaría, o solo se hacía el interesante como otras veces. Daba igual, esa chica era historia. Ya no importaba. —Hola, encanto. —Una vampiresa se le acercó por sorpresa, ronroneando al estilo de una pálida gata en celo. Llevaba una bandeja vacía y el atuendo de las camareras del Jimmy´s Cave: pantalón escueto y camiseta ajustada. Algo muy típico en un bar de carretera—. Hacía mucho que no entraba por aquí alguien tan interesante. ¿Y si dejas la entrada, vienes conmigo al fondo y te enseño nuestro plato especial? O podemos ir atrás para que lo pruebes —dijo mientras acariciaba su rostro. Cansado de juegos y pendiente de su puerta, Mosley sujetó a la camarera por el brazo con aspereza, con disimulo la encañonó con su revólver. No es que le desagradara el tacto femenino, pero prefería que la fémina en cuestión, estuviera viva. —Aléjate de aquí antes de que esparza tus sesos de muerta nocturna por el recinto, encanto. Habló demasiado alto, para su pesar. Pronto descubrió entre las miradas de los asistentes, que la jovencita chupasangre, tenía más amigos de lo que había esperado, alguno ya acariciaba su arma pensando en él. —Suéltala, Mosley. —Caden se giró para mirarle, intentado calmar los ánimos. A pesar de que llevaban juntos tres años, Rex seguía sin comprender el mundo sobrenatural del mismo modo que lo hacía un cazador. Para Rex, todo ciervo podía ser capturado, sin embargo no vivían en los mundos de fantasía de un asesino, ni era la mejor manera de sobrevivir en éste. Los monstruos de tercera podían tener más utilidad vivos que muertos. Al fin y al cabo, conocían más rumores del Mundo Demoniaco que cualquier cazador—. Además, ya te he dicho que los vampiros no están muertos. Entonces, hablaríamos de zombies. —Mil perdones, profesor Ford. Sus burlas le hicieron reírse. Estaba acostumbrado al mal genio de Rex, merecía la pena gracias a sus grandes éxitos, en lo que se refería a obtener información. Caden volvió su vista al frente, buscando de nuevo a la chica por la que había viajado un día entero sin dormir. Su sitio estaba vacío y su copa también. La mirada del barman lo explicó todo. —Mierda. —Golpeó una mesa vacía, volviendo a llamar la atención de todos los cazadores. Con esa actitud parecía estar loco pero a Caden no le importaba lo más mínimo. Lo único que importaba era que había escapado.

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Un juego de dos

Relato por Andariel Morrigan

Me encontraba en mi habitación, horas después de que Belial reclamara a Moira ante Lucifer. Todos vimos la molestia de éste al ser llamado para esa información. La puerta se abrió y entró un Leviathán sonriente, pues fue el que más se divirtió ante toda la situación entre Belial y Lucifer. Yo simplemente desaparecí, no queriendo ver nada más de aquello. – Supongo que Belial ha salido bien parado para que estés aquí, además de que no he escuchado muchas explosiones. – Comenté viendo cómo se acercó hasta la cama quedando entre mis piernas que las abrí para él. – Ni siquiera se ha molestado en gastar energía en su contra. – Respondió arrodillándose, me miró por entre su flequillo que le tapaba medio ojo y me sonrió. – Ha sido aburrido. – Puso las manos en mi cintura cogiendo el borde del pantalón hasta bajarlo por mis muslos. Lamió sus labios con la mirada fija en mi polla, pasó los dedos por el glande hacia abajo por el eje, la tomó por la raíz y pasó su lengua por todo el capullo. Eché la cabeza hacia atrás dejando escapar varios gemidos que hicieron que Leviathán la tomara toda dentro de su boca. Mis dedos se enredaron en su cabello, tenía los ojos cerrados disfrutando de sus atenciones. Pero pronto dejó de chupar, se levantó inclinándose hacia mi, dónde nos besamos mientras nos desprendíamos de nuestras ropas. – Esta vez te haré mío Samael. – Murmuró mordiendo mi cuello subiendo a la cama y a mi cuerpo. – Estoy cansado de jugar. Leviathán me penetró de una estocada, haciendo que arqueara la espalda, los dos gemimos por el placer y el dolor que recorrió nuestro cuerpo. Alzó mis piernas hasta que quedaron en sus hombros. Se inclinó de nuevo sobre mi cuerpo dónde nos besamos a la vez que salía y entraba de mi cuerpo. – Estás jodidamente estrecho aquí – Dijo entre gemidos y mordiscos. Yo simplemente le contesté con un gemido y hundiendo mis uñas en su espalda. Sus penetraciones se hicieron más constantes, más rápidas y más duras. Sin que me diera cuenta me giró quedando en mis manos y rodillas. Tomó mi pene en su puño y la movió junto con sus embestidas. Nuestros gemidos se escuchaban por toda la habitación. Leviathán mordió mi hombro haciendo que alcanzara el orgasmo, cuerdas de semen salieron disparadas hasta manchar las sábanas. Mis músculos se apretaron exprimiendo su polla, notando poco después cómo mi interior se llenaba. Los dos caímos en la cama jadeando, salió de mí y se tumbó a mi lado. Reí acomodándome mejor en la cama quedando los dos sin decir nada. – ¿Qué diría tu mujercita si nos viera así? – preguntó de pronto quedando de lado mirándome fijamente. – Tal vez se apuntara a una ronda con los dos. Sería raro que no lo hiciera. Además pensaba que ya la conocías. – le fruncí el ceño, y negué con la cabeza. – Nunca sé cómo van a reaccionar Lilith o Naamah, son impredecibles las dos. Más tarde Leviathán se fue y yo me quedé leyendo y escuchando los sonidos amortiguados que venían de la habitación de Belial. Celebrando que finalmente Moira fuera unicamente de él. Rodé mis ojos ante el pensamiento, siempre los había escuchado teniendo sexo, desde que ella fue apta para acostarse con alguien. Todos sabíamos que ellos dos estarían juntos, como también que ella domaría a Belial con el tiempo. Y ya había conseguido uno de los pasos cuando lo hizo oficial delante de Lucifer y los demás demonios. La puerta se abrió por segunda vez en la noche. Esta vez fue Lilith quien apareció, supuse que Naamah estaba con Asmodeo. Vi con mi visión periférica cómo olfateaba el aire de la habitación y cómo su nariz se arrugaba. – Ya has tenido que follar con la perra – dijo despectivamente refiriéndose a Leviathán. Resoplé cerrando el libro de mala gana y arrojándolo hacia la mesa que había a un lado de la cama. Ella se

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desnudó ignorando mi resoplido y se subió a la cama. – Lil, yo nunca me he quejado que te acostaras con todos esos hombres con los que andas. – me giré hacia ella e hice círculos en la piel de su vientre plano con mi dedo. – Ya, pero al menos yo no los llevo a nuestra cama – hizo berrinche palmeando mi mano para apartarla de su vientre y girándose dándome la espalda. Suspiré negando con la cabeza, dejé un beso en su cuello y luego me giré hacia el otro lado para dormir un poco. Belcebú dijo algo que quería que yo mostrara a Moira los trabajos de los demonios. – ¿Ahora vas a estar jodiendo con la perra? – preguntó Lilith con un gruñido después de unos minutos. – Lil, eres tú la que se comporta como una perra, estando molesta con que me acueste con Leviathán. – le respondí con un hilo de voz. Escuché su gruñido de molestia, apreté el puente de mi nariz sin abrir los ojos. – No es mi problema que Lev sea un hombre, ¿Preferirías que me acostara con una mujer? – ¡NO! – gritó ella dándome un empujón por la espalda. – Ni se te ocurra, Samael, ya tengo suficiente con compartirte con Naamah. – dejó de hablar y pude deducir que estaba frunciendo el ceño. – Y ahora también con Leviathán. – Me alegro que lo entiendas, buenas noches – respondí dando por terminada la conversación, aunque bien sabía que ella no lo entendía y estaba seguro que no lo haría por un tiempo muy largo. Noté como las sábanas se movían con su cuerpo, parecía pensar demasiado en cosas que no tenía por las que preocuparse, como que estuviera acostándome con Levithán. Dado que llevaba ya tiempo yendo a la cama del demonio rubio. El amor no está hecho para demonios como Lilith y Naamah. Escuché sus pasos y luego la puerta abrirse y cerrarse, suspiré sentándome en la cama y frotando mis ojos con las manos. Bueno, mierda.

Moira desde el infierno Ser un demonio está bien, pero ser la hija de todos los Señores del Infierno y una humana es mucho mejor. Todos te miman, te malcrían o te ignoran; y a mi me pasan las tres cosas. Mi principal padre, Lucifer, es de los que te ignora. Pero te vigila desde la oscuridad para que los demonios inferiores no se propasen contigo, sino, terminas bien frito. Pero no voy a hablar de él, hoy no. Hablemos un poco de mi. Mi apariencia humana es muy común. Estatura media, cabello largo y de color negro. Ojos verde esmeralda almendrados. Pecho generoso y con algo de curvas. No seré perfecta, pero estoy orgullosa de como soy. Ahora hablemos de mi obsesión. Belial no es un demonio cualquiera, fue un Ángel que “tiraron” del cielo, como él dice. Pero yo sé que se fue por su propio pie junto con Lucifer. Tiene el cabello azul oscuro noche, los ojos de color gris y cuando se enfada tiembla la tierra bajo tus pies. Él sí es la perfección. Su cuerpo es delgado pero lleno de músculos. Camina con porte elegante y con arrogancia. Pero cuando está en privado conmigo, se transforma en algo dulce. Para él soy su niña y su maldita perdición y eso le molesta. Aún así pasa mucho tiempo conmigo, por eso lo amo tanto. Vivo en el infierno, aunque paso mucho tiempo en el mundo humano; la curiosidad me puede. Podría desaparecer como hacen los Señores, pero tengo que aprender a controlar más mis poderes, por eso uso mis alas enormes pero membranosas como las de un murciélago. Belial dice que cuando sea más mayor mutarán y tendrán plumas, pero yo no estoy tan segura de ello.

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Ahora me encuentro tumbada en la cama escribiendo esto, mamá dice que escriba lo que piense y eso hago. Hace poco que Belial se ha ido, decía que tenía cosas que hacer. Horas atrás que llegó a mi habitación en el palacio de Lucifer. Jadeando y con la mirada desesperada, llena de deseo. Hacía meses que estaba castigada sin sexo – sí, la única manera de comportarme es que me castiguen así – por meterme en problemas en el mundo humano. Y él ya no podía aguantar más. - ¿Cómo lo haces para aguantar tanto? – fue como un gruñido que hizo que saltara de la cama quedando de pie. Sonreí levemente ladeando la cabeza, pensando que a veces olvida que soy medio humana, y consiguientemente tengo esa capacidad. Desde que soy la única que se le abre de piernas, si está sin tener sexo conmigo se desespera, irónico ¿no? – Maldita niña, me haces débil. Reí acercándome lentamente a su cuerpo, moviendo las caderas al caminar. Lamí mis labios con la mirada fija en la suya, deshaciendo el moño mal hecho que me hice al despertar, dejando así mi cabello largo suelto para él. -Lo siento, pero sabes que te gusta – ladee la cabeza con una sonrisa. Un gruñido desde el fondo del pecho de Belial tronó por la habitación a la vez que se lanzaba a mi cuerpo y caímos en la alfombra persa que cubría todo el suelo de la habitación para así poder andar descalza. Mi carcajada fue ronca de puro gozo y deseo, mis dedos tiraban desde la espalda de su camisa negra hasta hacerla jirones. Luego volaron al botón de su pantalón, pero terminé a contra-voluntad con las manos atadas por encima de mi cabeza. Su boca dejaba besos y mordiscos por donde pasaba, terminando en mis pezones duros causados por los pellizcos que había dejado. Arqueaba la espalda hacia su cuerpo para así sentir el suyo...y la erección que tanto deseaba. - Belial, por favor – susurré entre jadeos arañando su espalda, incitando a que dejara de torturarme de aquella manera y me penetrara ya de una vez. - Eres una niña mala que me enloquece – murmuró tirando de lo que quedaba del pantalón del pijama. Sus besos eran salvajes y duros, pero se apartó para admirar mi cuerpo desnudo. Vi como se lamía los labios abriendo a la vez mis piernas desde las rodillas. Allí donde sus manos me tocaban dejaban en mi cuerpo un rastro de calor abrasador, a veces creía que iba a volverme cenizas. Gemí al contacto de su lengua en mi centro que estaba ya húmedo y caliente por la anticipación. Mis manos aunque estuvieran atadas las moví hasta llegar a su cabello para enredar mis dedos entre sus mechones y empujar su cabeza hacia mi sexo. Antes de que pudiera llegar al orgasmo, Belial se apartó y me cogió en brazos llevándome a la cama. Ésta era de tamaño king, sus sábanas son de color rojo y de satén con miles de almohadones en ella. Dejó mi cuerpo en el centro y sobre mi estómago, abrí mis piernas para él esperando a que me llenara con su ansiado y exquisito miembro. Vi de reojo como abría su pantalón y lo lanzaba con los restos de la ropa. Con la mano derecha comenzó a darme azotes en las nalgas y con la otra se masturbaba mirando como la piel se volvía de color rosa. - Mete tu polla dentro Belial, por favor... – Suplicaba moviendo mis caderas hacia él ahora que había dejado de azotarme. Sabíamos que cuando la metiera tendría mi primer orgasmo de tantos que tendría este día. Mordió la carne de una de mis nalgas para acto seguido meter sólo la cabeza de su dureza haciendo que por fin me corriera. Los músculos se contrajeron haciendo que me moviera hacia él para terminar con la penetración. Sus manos apretaron la carne de mis caderas y entró y salió con fuerza, dureza y pasión. Tenía los dedos enredados en las sábanas que comenzaban a soltarse. Todo mi cuerpo vibraba por las corrientes eléctricas que pasaban de su cuerpo al mio y viceversa.

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Mis gemidos se mezclaban con sus gruñidos, nuestros cuerpos colisionaban el uno contra el otro. Mi visión estaba borrosa y me encontraba un poco mareada de tanto placer. Belial levantó un poco mi cuerpo de la cama para pellizcar y apretar mis pechos. Su cálido aliento envolvía mi oreja, haciendo que me estremeciera violentamente y gimiera aun más alto. Noté sus dientes raspar y morder mi hombro consiguiendo que brotara sangre de éste a la vez que los dos llegábamos al orgasmo. Sentía su simiente llenar mis entrañas, chorros cálidos salían de él para entrar en mi mientras los músculos de mi sexo se cernían alrededor de su base, apretando. Dejó caer su cuerpo encima del mio que se estremecía por las pequeñas replicas de los orgasmos que había tenido. Abrazó mi cuerpo con sus fuertes brazos, quedando encajada bajo el suyo con los ojos cerrados, jadeando y con una enorme sonrisa. Después de aquella sesión se puso a mimar mi cuerpo, con reverencia, como si fuera un templo al que adorar. Dejaba besos y caricias, de mis labios salían suspiros complacidos por las atenciones recibidas. Mis dedos recorrían su pecho y mis labios besaban su cuello, nuestras piernas estaban entrelazadas, notando el calor de su cuerpo entrar en el mio. Era una delicia cuando eso pasaba, consiguiendo que poco a poco me durmiera. Volvimos a follar como tres o cuatro veces por toda la habitación, estuve casi por desmayarme tres veces. Al final quedé en la cama medio dormida, satisfecha y feliz. - Tengo que irme nena, hay cosas que tengo que hacer. – comentó con la nueva ropa puesta que él había hecho aparecer. Me besó varias veces en los labios y me dejó ronroneando de placer.

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reseña

Hambrienta

Alissa Brontë

SINOPSIS: Irene pasa por un mal momento personal en su vida tras la repentina muerte de su madre, se siente culpable y triste y no logra encontrar consuelo en nada ni en nadie, salvo en los brazos de un desconocido que la visita en sueños y la atormenta llevándola al borde para luego, dejarla sin aliento e insatisfecha. Cada noche los sueños se vuelven más reales, al igual que la sensación de pertenencia de qué hay algo que la conecta a su amante misterioso. Preocupada por si está sufriendo algún tipo de trastorno decide pedir ayuda a su amigo Luis que la pondrá en contacto con un profesional para ayudarla a comprender qué le sucede. Pero, cada vez los sueños se vuelven más reales y su preocupación crece hasta que de pronto, el hombre que ronda sus sueños irrumpe su vida. ¿Descubrirá Irene qué es lo que la une a él? Y él, ¿la recordará? MI OPINIÓN: Leo poca erótica, porque últimamente es difícil encontrar lecturas que no sean calcos unas de otras, que ya cansa, pero decidí ponerme manos a la obra con esta novela, dado el buen sabor de boca que me había dejado la trilogía Devórame. Creí que esta novela sería del estilo de las anteriores: fresca, amena y con una historia romántica y erótica interesante, contada como sólo Alissa sabe hacerlo, con una imaginación desbordante y una sencillez asombrosa. Lo que no esperaba era encontrar una obra que desde principio a fin me tuviera enganchada, totalmente atrapada entre sus páginas. Porque sí, es una novela erótica, pero tiene una historia y unos giros que te dejan con la boca abierta. Intensa, por momentos asfixiante y muy, muy bien escrita. Ya en los primeros capítulos me descolocó positivamente. Llegué a preguntarme, ¿qué es esto? Porque sinceramente, hoy en día poco nos sorprende ya, pero en este caso lo hizo y mucho. El problema que sufre Irene, la protagonista, reflejado en sus sueños, es desvastador. Sueños que te transportan a diferentes lugares, épocas y situaciones, pero con un denominador común: un misterioso hombre al que le une una relación más allá de lo carnal, pero que siempre le deja “a medias”, la deja hambrienta de más. La pobre no lleva bien, lógicamente, este tipo de sueños, que acaban por hacerse dueños de su vida y trastocan su día a día hasta el punto de hacerle perder casi la cordura. Estos hechos, sumados al gran trauma que sufre al haber perdido a su madre en tristes circunstancias, harán de su vida un auténtico infierno. Esta novela es un puzzle que va encajándose a cada capítulo. Al principio es posible que te sientas algo perdida, pero es porque no estamos acostumbrados a leer algo así, enfocado de esta forma tan peculiar y sin dejar de lado esos diferentes encuentros eróticos, algunos más románticos que otros, que son puro fuego, narrados con tanto gusto e imaginación. Cada pieza de este puzzle te irá desvelando la raíz de los verdaderos sueños de Irene, del por qué de ellos y sobre todo, la identidad de ese misterioso hombre con el que está al borde de la obsesión. ¿Creéis en el destino? Pues es uno de los protagonistas de esta historia. Y, !no sabéis hasta qué punto! ¿Es posible que el destino le esté jugando una mala pasada a Irene? Eso lo tendréis que descubrir vosotr@s. Irene pasa por varias fases, y aparecerán diferentes personajes secundarios que otorgarán más misterio si cabe a la trama, hasta llegar a un punto, en el que la verdad estalla y dices: ¡Madre del amor hermoso! Sí que es cierto, que me han faltado unas poquitas páginas más al final, ya que no es una novela muy extensa, pero os puedo asegurar, que la historia es alucinante y muy distinta a lo que

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estamos acostumbradas a leer. Un soplo de aire fresco en el género erótico, sin estereotipos manidos, con personajes y trama trabajados, y como os digo, giros que te dejan como el nombre de la novela, hambrienta. Desde luego, una grandísima sorpresa la que me ha dado esta autora con esta obra, y que desde luego recomiendo al 100% a todas las personas a las que les guste la erótica, el romance, pero dentro de una historia trabajada y diferente. No os va a dejar con la sensación de haber leído una historia erótica más. La vais a disfrutar, os lo aseguro. Alissa Brontë no defrauda y os va a sorprender mucho. Feli Ramos Cerezo

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AT HALIA’S

Entrevista por Marta Fernández

¿Quiénes están detrás del grupo Athalia’s? ¿Qué papel desempeña cada una?

El equipo está compuesto por Natsu y Aya; comenzamos a escribir juntas hace muchos años, y al final decidimos enseñar lo que hacíamos. Así nació Athalia’s. En cuanto a los papeles de cada una, es una pregunta que nos hacen a menudo, y es siempre igual de difícil de responder. En Athalia’s hacemos muchas cosas (no solo escribimos, también hacemos ilustraciones, estamos comenzando a lanzar audiorelatos por youtube, y también hacemos reseñas y relatos cortos), y nunca hemos querido que se dividan las tareas. Ambas lo hacemos todo, desde crear novelas hasta maquetarlas e ilustrarlas. No hay una tarea en que una despunte más que la otra: todo forma parte del trabajo de Athalia’s.

Creo que habéis probado todas las formas de publicación: Wattpad, Amazon, editorial… ¿qué sacáis en positivo de cada una de ellas? ¿Qué recomendaríais?

Hay mucho renombre en un libro que ha sacado una editorial, pero no nos engañemos: la calidad no está en el sello. Hay libros de editorial malísimos, y libros autopublicados que son muy buenos. La editorial puede ayudarte más a que se te conozca, pero por el contrario puede pedirte que cambies ciertos aspectos de tu obra, y aunque hay algunas que valoran tu opinión, seamos claros: como escritor no eres valioso ni vital. Si eres muy celoso con tu novela, como lo somos nosotras, trabajar con una editorial puede ser muy duro. No puedes ilustrarla tú, no la maquetas tú, y puedes verte obligado a hacer cambios de los que puedes arrepentirte, o que directamente no te gustan en lo más mínimo. ¡Anda que no hay casos de eso! Y no obstante ser autopublicado es muy, muy, muy duro. Hay un enorme estigma sobre los que autopublican, como si solo lo hicieran porque ninguna editorial los quiere. Eso es una

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falsedad, pero todavía existe. Además tienes que hacerlo todo por tu cuenta, o pagar un dineral por el servicio de otros: no solo maquetación e ilustración, también la promoción, distribución… todos los aspectos de la publicación dependen de ti, y cuesta, tanto a nivel económico, como de tiempo, como moral. A estas alturas sabemos que no hay un método infalible. Todo tiene sus pros… y desde luego también tiene sus contras. A la hora de elegir qué camino vas a seguir tienes que saber muy bien lo que quieres, asegurar tus prioridades, y saber muy bien a lo que te vas a enfrentar. Nosotras no lo sabíamos cuando nos lanzamos a la autopublicación, y así es como tienes un batacazo tras otro. ¿Y en cuanto a recomendación? Depende mucho. Si quieres que te conozca mucha gente, es posible que las editoriales te sean más útiles; si sigues queriendo que te conozcan pero además tienes mucho don de gentes, autopublicarte (mediante Amazon o por Wattpad) puede que sea tu mejor opción. Si lo que te importa ya no es la fama,


sino sencillamente enseñar lo que tienes, y además eres muy celoso con tu obra, entonces autopublica: mima tu novela lo mejor que sepas y enséñala al mundo. ¿Qué es lo más duro de todo el proceso creativo –desde la primera página hasta verlo publicado-? ¡El tiempo! Organizarse es la peor parte del proceso. Escribir, desarrollar, todo eso es fácil y muy divertido; poder manejar el tiempo, organizar con el resto de tareas tanto de Athalia’s como de la vida diaria… esa es la parte complicada. Y el colmo: la promoción. Tanto antes como después de publicar el libro, promocionar es increíblemente difícil. Somos dos personas muy tímidas y nos cuesta mucho echarle cara al asunto y aparecer por ahí diciendo “¡Eh, hola!, tengo una novela, ¿le echas un vistazo?”. ¿En qué género os sentís más cómodas a la hora de escribir? Podríamos decir que estamos mejor con el romance (en muchas de nuestras novelas hay amor a algún nivel), pero la verdad es que nos gusta probarlo todo: Sacrificio es nuestra primera novela de ciencia ficción, Lazos de Sangre y Velo de Sangre son paranormales, mientras que Andras El Nigromante es fantasía pura. Digamos que no nos limitamos a un género, y mientras no perdamos el enfoque (la esencia de una historia, da igual dónde esté ambientada) y la ilusión, vamos a disfrutar como enanas con cualquier cosa que hagamos.

¿Cómo conseguís empastar los dos estilos de escritura sin que se note quién escribe cada cosa? Cuando es un libro en primera persona, lo que una escribe en su turno, la otra lo “traduce” al modo en que su personaje se expresa. Podéis comprobarlo en novelas como Sacrificio o Velo de Sangre, donde los protagonistas narran sus vivencias de maneras muy diferentes. De todas vuestras historias ¿cuál fue la que os robó el corazón? Esa es una pregunta difícil, sobre todo si tenemos en cuenta que tenemos más de doscientas historias (escritas y sin escribir). Le tenemos mucho afecto a la saga El Círculo de las Almas, una de las más largas y completas, que comenzamos a publicar el año pasado; también le tenemos cariño especial a La Traición de Orion, una historia sobre magia, aprendizaje y tormento, o la trilogía MyA, que trata el dolor de un amor prohibido.

¿Podéis explicarnos cómo se escribe un libro a dos manos? Esta es la clase de pregunta que siempre cuesta mucho responder. Lo cierto es que hemos pasado mucho tiempo haciéndolo, y ya es tan natural como respirar. En el apartado técnico, puede decirse que cada una lleva una serie de personajes, y los hacemos interactuar como se hace en un rol.

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¿Cómo nos describirías brevemente la serie de El hilo rojo? ¿Serán muchos libros? El hilo rojo es una colección cuyo centro se encuentra en el romance, en una ciudad como la vuestra o la nuestra, donde hay autobuses y trenes y altos edificios llenos de apartamentos. Esta ciudad, llamada Ilaria, es el escenario de diversas historias que no se relacionan entre sí más que por el espacio y la temática: el amor. Por ahora en esta colección hay una novela publicada (Amor Perdido), y pronto habrá otras dos más que se relacionan íntimamente con esta. No obstante, este número crecerá muy pronto, pues tenemos muchas historias que transcurrirán en Ilaria.

En la saga Lunas de Sangre ¿qué encontraremos tras sus páginas? ¿Cuántos libros la componen? ¿Se pueden leer de manera independiente? En Lunas de Sangre encontramos vampiros y licántropos, y una guerra ancestral de la que no sabemos nada al principio… pero que vamos descubriendo a través de los múltiples volúmenes. En principio, esta colección tendrá diez libros, y sí, se pueden leer de manera independiente. En Lazos de Sangre, el primero, comenzamos a conocer a los vampiros, y ese conocimiento crece en Velo de Sangre al mismo tiempo que se nos presenta la segunda raza, los hombres lobo; en el tercer volumen, todavía por publicar, ahondaremos en la naturaleza de los licántropos, y en novelas posteriores veremos cómo la enemistad entre ambas alcanza un punto insostenible… y por qué.

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¿Qué encontraremos tras las páginas de Sacrificio y Andras el nigromante? En Sacrificio podréis ver a una chica solitaria que ha sufrido el desprecio y el odio a causa de un físico poco común; y es ella, de entre todas las personas, la que debe sacrificarlo todo por las pocas personas que la aprecian, a las que realmente adora. Va a tener que salvar un mundo infestado de mutantes e infectado por un virus que parece querer deshacerse de la humanidad entera. En cuanto a Andras, El Nigromante, es el inicio de la saga El Círculo de las Almas, y nos narra las tormentosas vivencias de un niño esclavo. Veremos cómo el alma de un ser humano se rompe a través de la humillación y los golpes… y cómo a veces puede recomponerse y decidir cambiar su destino. Andras se encuentra ante una elección, y elige vivir libre… y vengarse. Por último, podemos conoceros de forma gratuita a través de dos novelas ¿Qué nos contáis de la saga Sombras grises? En realidad Sombras Grises va a tener un total de cuatro novelas. La tercera, que sacaremos este año, es la precuela y está narrada por Worren; en proceso tenemos a Hamlet, la secuela y cierre total de la saga. Esta tetralogía trata sobre todo del romance en muchas facetas: amores y desamores, sufrimiento y alegrías, desengaños e ilusiones. De hecho, no hay manera más simple de explicar Sombras


Grises que con la descripción de la página web: Un amor que no deja de sangrar. Un amor que no puede ver. Un amor que sigue esperando. Un amor a punto de despertar. ¿En qué estáis trabajando ahora? ¿Tendremos una nueva historia pronto? Ahora mismo… ¡trabajamos en demasiadas cosas para nuestra salud mental! Por un lado nos encontramos a medias con un nuevo libro, cuyo nombre en clave por ahora es “Arkheus” y que trata de detener una calamidad despertando a los dioses; también nos encontramos en el proceso de tres novelas paralelas que siguen a Andras, El Nigromante; y además, estamos a punto de terminar la cuarta y última parte de Sombras Grises. Todo eso junto al trabajo de ilustración, pues tenemos que hacer portadas para todas las novelas, y nuestros proyectos en Youtube, donde estamos intentando ampliar horizontes. ¡Y por supuesto que habrá nuevas historias pronto! De hecho, la precuela de Sombras Grises va a salir este año, y estamos trabajando tan deprisa como podemos en Röryan, Nawe y Eiji para presentároslo cuanto antes ;)

Gracias por querer participar en esta entrevista, ha sido un verdadero placer conoceros.

¡Pero bueno, gracias a ti! Ha sido fantástico participar, así que, ¡muchísimas gracias!

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El paraíso de Elva

Primer capítulo por Felicidad Ramos CAPÍTULO 1 Barcelona, agosto 2014

—No insistas, Marisa, hoy no pienso salir —sentencio categórica mientras busco las llaves de casa en el bolso. —Para un día que libro en la tienda y me dejas tirada. Eres un muermo, Elva, ¿lo sabes? Y dale con la cantinela. Eso era algo que yo ya sabía, pero ese día Marisa estaba especialmente insistente. —Sí, lo sé, gracias por recordármelo, así que déjalo ya. —Hija, qué rancia te has levantado hoy... —Si mañana fuera el día en el que tu ex-novio, se casara con la zorra con la que le pillaste follando en tu propia cama, seguramente tú también te levantarías rancia —escupo dolida. —Lo sé, lo sé... —Me di cuenta de que, efectivamente, estaba más cerrada que nunca, que ese día estaba pagando con mi amiga mis platos rotos, pero guardé silencio—. Perdona, tienes razón en eso, pero ya hace un año de aquello, nena. Tienes que seguir tu vida y pasar página. ¡Manda ya a tomar por culo a Carlos, su boda y todo lo que representa! —Y lo haré. Pero no hoy, Marisa. —¿Por qué me duele tanto todavía?—. Escuece, ¿sabes? Saber que lo que nunca estuvo dispuesto a hacer conmigo, lo va a hacer mañana con ella... No puedo evitarlo. —¿Y qué piensas hacer entonces? ¿Quedarte en casa amargada viendo Titanic y fustigándote mientras escuchas a Alejandro Sanz? Eso no va a cambiar las cosas. —Lo sé, pero necesito estar sola. ¿Lo entiendes? Estoy cansada y quiero acostarme pronto —le informo mientras sigo buscando las llaves, ¿dónde demonios están?—. Además, sabes que odio a Alejandro Sanz. —Está bien, tú misma. Me hacía mucha ilusión pasar esta noche contigo en la playa, pidiendo deseos locos y conociendo tíos buenorros. No me hace ni puñetera gracia dejarte así, pero si es lo que necesitas, allá tú. Suspiro aliviada cuando encuentro las llaves y compruebo que lo he hecho sin necesidad de dejar todas las bolsas que acarreo. Sólo me acuerdo de los inconvenientes de usar bolsos del tamaño de una saca de correos, cuando tengo que buscar algo en él. —En serio Marisa, hoy no soy buena compañía. —Pero prométeme una cosa; si en cualquier momento, entre llanto y sorbetes de mocos, tienes un momento de lucidez y te apetece salir, llámame. Llevaré el móvil encima y, en dos minutos, a la mierda la playa y nos presentamos todas aquí. Prométemelo. —Marisa, de verdad. Yo no... —pero me corta a mitad de la frase. —Que me lo prometas. ¡Vamos! No colgaré hasta que lo hagas. —Vale, de acuerdo, pesada, te llamaré —bufo mientras sonrío. —¿Seguro?

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—Que sí, ¡mira que eres tocapelotas cuando quieres! ¿eh? —Con ella es imposible enfadarse después de todo. —No te voy a decir que no, pero eres mi amiga y me preocupo por ti. No me gusta verte así. —Anda, vete o no te dará tiempo a arreglarte. —¡Uy, es verdad, qué tarde es ya! Mañana, en cuanto se me pase la resaca, subo a verte. —¡Venga, cuelga ya! Que lo paséis bien. Da un beso a las chicas de mi parte. Me despido mientras aguanto el teléfono con la barbilla y el hombro, intento abrir la puerta con una mano y agarrar las bolsas de la compra con la otra. Entro en casa y apoyo la espalda en la puerta para cerrarla. Aquí estoy por fin, en mi dulce morada, sola. Miro al frente y recorro con la mirada toda la estancia. Sesenta metros cuadrados prácticamente diáfanos, repartidos entre el salón con cocina americana, habitación doble con baño integrado, separado del resto por una gran librería y una habitación individual que sirve de vestidor. Pero si estoy enamorada del apartamento, es por la pequeña terraza que tiene mirando hacia la costa y las preciosas vistas que puedo divisar por la noche. Sonrío y suspiro resignada, porque aunque me siento muy a gusto aquí, todo me recuerda a él. Gracias a que tengo un trabajo mal pagado como encargada de una tienda de antigüedades del centro, y que me dedico a hacer trabajos de diseño de forma freelance en casa, puedo permitirme seguir viviendo aquí. Cuando pasó «aquello», era lo que menos deseaba. Hubiera dado lo que fuera por irme lejos. Lima, Pekín o Marte hubieran sido buenas opciones, pero ni tenía el dinero suficiente para hacerlo, ni donde caerme muerta en esta ciudad. Y aunque mi familia, me hubiera recibido con los brazos abiertos, no quería pasar por el trance de tener que tragarme mi fracaso ante ellos. Carlos, a partir de ahora, el innombrable, se marchó ese mismo día. Recogió sus cosas personales de mala manera y el resto lo vino a recoger una empresa de mudanzas una semana después. Ella, por supuesto, desapareció del vecindario casi al mismo tiempo. Como siempre en estos casos, fui la última en enterarme de que mi novio se tiraba a la vecina del tercero, porque lo sabía hasta Álvaro, el encargado del mantenimiento de la comunidad. Pero claro, de eso me enteré mucho después, cuando yo iba como alma en pena llorando por las esquinas y, detectaba miradas de compasión y comentarios por lo «bajini» por parte de los vecinos. Pasó más de un mes hasta que pude cogerle el teléfono, y dos largos meses hasta que soporté tenerlo cerca y mirarle a los ojos sin echarme a llorar, o, directamente, pegarle un puñetazo en la boca y dejarle sin dientes, por haberme destrozado la vida y el corazón. Llegamos con rapidez a un acuerdo respecto al apartamento. Una vez descubierta la traición, el innombrable tenía mucha prisa por arreglarlo todo, por lo que no puso objeción alguna en que yo me quedara en él y sufragara todos los gastos. Fue en el notario cuando le vi por última vez, y de eso hacía ya casi nueve meses. Al poco tiempo, me enteré de que se había ido a vivir con la zorrasca del 3º, que habían alquilado un piso de 180 metros en la zona más pija de la ciudad y que se les veía muy bien. En ese momento, tenía la esperanza de que simplemente fuera una aventura pasajera, que al final, el calentón y el morbo pasarían. Que él me echaría de menos y volvería a casa arrepentido pidiéndome perdón. Pero no. Yo, que creía conocerle, en el fondo de mi ser sentía que no era un simple encoñamiento. ¿Y si realmente se había enamorado de ella? ¿Y si realmente el amor de su vida no era yo? Era difícil de aceptar que tras cinco años, hubiera significado tan poco en su vida, pero no tuve más remedio que intentar aceptarlo. No quise alertar a mis padres por mi entonces precaria situación económica. Fue gracias a la persuasión de Marisa, que conocía al dueño del Hysteria, la disco por donde se movía habitualmente con sus amigas, que acabé haciendo pequeños trabajos de diseño para el club: carteles, flyers, etc...

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Tuve suerte y en pocos meses me encontré trabajando para varios negocios de la noche, e incluso haciendo portadas de novelas para escritores. Marisa, qué habría sido de mí sin ella. Hasta que pasó «aquello» apenas habíamos tenido relación. Nuestro trato había sido estrictamente el de dos vecinas que se cruzan de vez en cuando en el portal o en el ascensor. Hola, adiós y las dichosas predicciones del tiempo. Por entonces, yo vivía en mi perfecta nube de amor y felicidad y poco me interesaba lo que ocurría alrededor de ella. Ni siquiera sabía que era dependienta en una importante cadena de moda, y mucho menos que fuera una tía tan legal. Fue la primera cara amable que vi cuando salí de mi aturdimiento, tras hacer aquel doloroso descubrimiento. He de decir que aquel fatídico día en el que descubrí al innombrable follándose a la vecina en mi propia cama, yo había ido a trabajar a la tienda como era habitual. A media mañana recibí una llamada de Álvaro, el de mantenimiento, en la cual me recordaba que el inspector de gas efectuaría la inspección ese mismo día. Juré no tener constancia de ello, pero él insistió en que alguien de la compañía había llamado, por no sé qué problema del conducto general que afectaba a mi piso. Resignada, intenté localizar a mi novio pero no dio señales de vida, por lo que me vi obligada a solicitar con urgencia un par de horas de asuntos personales con el consiguiente enfado de mi superior. Llegué a casa, y a partir de ahí todo fue como una película de terror. Al entrar en la habitación les pillé —nunca mejor dicho— con las manos en la masa. Me quedé allí plantada, estupefacta. Mi mente no podía asimilar lo que mis ojos estaban viendo, y pasaron varios minutos hasta que aquel par de desgraciados, totalmente entregados como estaban a la faena, se dieron cuenta de mi presencia. Nunca olvidaré la expresión del capullo de mi novio cuando me vio. Primero de sorpresa, para luego dar paso al alivio puro y duro. Y eso es lo que me dolió más, porque al descubrirle, el muy cobarde sintió que por fin se libraba de la carga del engaño. Me habló de forma pausada, como si se dirigiera a una niña de seis años, diciendo que me tranquilizara y no montara un escándalo. ¿Que no montara un escándalo? Por un momento me decepcionó. Esperaba el típico «esto no es lo que parece», pero obviamente, sí que lo era. Y sin asimilar del todo lo que acababa de ver, la mente, que es muy sabia, hizo que me rebelara. Empecé a reírme como una posesa, hasta el punto de no poder contener las lágrimas del esfuerzo. Verle allí plantado en pelotas, y con su erección menguando por momentos tras la inoportuna interrupción, era muy cómico. ¡Aquello sí que había sido un Coitus Interruptus en toda regla! Mi risa se fue convirtiendo en histeria y no me percaté de que lloraba a mares, hasta que empecé a beberme las lágrimas. Entonces sí grité, grité mucho. Y fui capaz de sacar de mi casa a aquel cabrón de metro ochenta en pelotas y dejarlo tirado en el rellano, a la vista de todos los vecinos curiosos que se habían congregado para ver el espectáculo. A ella no tuve que decirle nada, simplemente la miré y salió corriendo como a quién la persigue el diablo; no le dio tiempo ni a recoger su ropa. Aún me pregunto cómo lo hice, porque realmente de aquel momento tengo recuerdos muy vagos, fruto del estado de ofuscación y nervios en el que me encontraba. Según me dijo más tarde Marisa, mis gritos se habían oído hasta en Montjuic. Fue a ella a quién abrí la puerta una vez salí de mi letargo. Fue ella la que se encargó de disolver la concentración de vecinos. La que pasados unos días, se acercó a verme y la que estuvo pendiente de mí, dándome espacio, aguantando mis lágrimas y lamentos, sin decir una sola palabra. Eso nos unió, y a partir de ahí fuimos inseparables. Me presentó a sus amigas, con las que enseguida tuve buen feeling y desde entonces, de vez en cuando, salimos juntas o quedamos en casa para ver una peli, y acabar poniéndome al día de sus conquistas.

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De ahí ha nacido una amistad de esas que pocas cosas pueden romper. Lo mismo pasó con Nerea, mi vecina del quinto, que trabaja como enfermera y fue la que me asistió aquel fatídico día. Calmó mi ansiedad con su voz dulce y una cantidad ingente de tranquilizantes como para dormir a un elefante, imaginaos mi estado. Con ella salgo a veces a tomar café o al cine, pero sus turnos de trabajo hacen difícil que coincidamos lo que quisiéramos. Al menos de todo aquello salió algo positivo. Es lo único que le puedo conceder al innombrable. Por cierto, el inspector del gas jamás hizo acto de presencia. Ella no lo sabe y nunca se lo confesaré, pero sospecho que fue Marisa la que se aseguró de que yo llegara a casa antes de tiempo aquella mañana. Y aunque al principio me dolió pensarlo, sé que lo hizo por mí, porque no quería seguir viendo cómo era la última en enterarme de que me engañaban. Solo por eso, la perdono y la quiero. Y así han ido pasando los meses, trabajando, saliendo con Nerea, Marisa y las chicas, e intentando sobreponerme al palo más grande que me he llevado en la vida. No he sido capaz de tener otra relación, aunque he tenido varios pretendientes e incluso algún rollito sin importancia, del que luego me he arrepentido. La herida que me ha dejado Carlos en el corazón todavía está muy tierna, y la de la confianza no creo que cicatrice nunca. Pero bueno, lo he ido sobrellevando con mis días buenos y mis días menos buenos, pero avanzando. Hasta hace justo dos semanas, cuando me encontré a una amiga común, bueno, del susodicho, en un centro comercial y no perdió la oportunidad de dejar caer la noticia bomba. —No sabes qué mal me siento por ti, Elva. Debe ser duro haberte enterado de la boda de Carlos en tan poco tiempo... ¿Cómo? ¿Carlos? ¿Se casa? ¿Qué? ¿Con quién? Creo que estuve clínicamente muerta durante un instante, porque mi corazón dejó de latir de sopetón y la oscuridad se apoderó de mí. Lo siguiente que recuerdo es estar sentada en un banco rodeada de gente, con una señora bastante rechoncha dándome palmaditas en la cara, mientras me daba de beber agua de un botellín. Comprobé en mis propias carnes que sí, te puedes desmayar de la impresión. Obviamente, mi «amiga» se disculpó de forma reiterada, pero la muy zorra sé que en el fondo disfrutó. Fue un palo saber, que aquel hombre con el que había compartido los que yo creía los mejores años de mi vida, el hombre que posponía el momento de formar una familia porque nunca era el momento adecuado, el hombre que me decía que no creía en el matrimonio porque lo consideraba un atraso, y que nosotros ya estábamos unidos sin necesidad de un papel, se casaba con la zorrasca del tercero. Tras esa penosa escena, volví a caer en el pozo de la desesperación. Durante estas dos semanas he vuelto a revivir los malos momentos de hace un año, y el dolor y el rencor se han vuelto a apoderar de mí. Por eso hoy no voy a salir con Marisa y las chicas. Tengo la necesidad de revolcarme en mi propia mierda, y sí, veré Titanic, me emborracharé a base de Malibús y por supuesto, escucharé a Alejandro Sanz hasta que el setenta por ciento del agua que forma mi cuerpo, me abandone mientras lloro y le maldigo. Por destrozar mi corazón, por traicionarme, por mentirme y engañarme. Pero, sobre todo, por no quererme. Así que decidí planear el fin de semana. Nerea había propuesto salir fuera, irnos a un hotel de la costa y pegarnos dos días de desconexión del mundo. Pero le asignaron una guardia de veinticuatro horas por sorpresa y se nos fue al traste el invento. Ya sé que ocultarme en casa, cual avestruz metiendo la cabeza en un agujero, no va a cambiar el hecho de que mi exnovio se case mañana con esa rubia con cara de mosquita muerta. Prefiero evitar las miradas de lástima y compasión de mis amigas, o evitar beberme hasta el agua de los floreros y acabar en una cama que no conozco, con alguien al que

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seguramente detestaría por la mañana. Me dirijo a la cocina y por el camino enciendo la televisión con el mando a distancia. He descubierto que es una buena solución para no sentirme sola los ratos que estoy en casa. Sentir el jaleo de fondo, llena el silencio que me acompaña en mi día a día. Hay quien tiene un gato; yo pongo la tele. Dejo las bolsas que acabo de llenar en el súper sobre la encimera y admiro las delicias que he comprado para superar la jornada de bajón: Doritos, salsa de queso, chocolate blanco, helado de vainilla con nueces de macadamia, una pizza barbacoa, una bandeja de cruasanes rellenos de crema y una botella de Malibú que me pienso meter entre pecho y espalda, si antes no he muerto porque mi hígado ha explotado ante tal cóctel Molotov. Ideal, sonrío satisfecha. Decido darme una ducha antes de ponerme en situación. He calculado al milímetro las siguientes horas. Tengo preparadas varias películas y una lista de canciones en un pen-drive, que cualquier otro día me harían morir por sobredosis de azúcar. Hoy voy a obligarme a verlas por aquello de autocompadecerme y tal, y fustigarme hasta que se me olviden los seis últimos años de mi vida. A veces pienso en si los americanos habrán inventado ya un aparatito de borrado de memoria selectiva, como los que utilizaron Kate Winslet y Jim Carrey en Olvídate de mí, con el que poder mandar a paseo ciertos momentos de tu vida. Estoy convencida de que sí, pero como son tan suyos seguro que no lo quieren compartir con el resto del mundo mundial. ¡Agonías!. Tardo más de media hora en salir de la ducha. Hace calor y el agua templadita me ha venido de perlas para quitarme las tensiones de los últimos días. Me pongo mi pijama favorito de pantalón corto y camiseta con estampado de mariquitas y me hago una coleta, que enrollo con la goma hasta hacer un moño. Me miro al espejo y lo que veo reflejado no me gusta. Aunque me siento fresca y limpia, llevo una enorme carga sobre mis espaldas y un nudo me oprime el pecho hasta doler. Ya no veo el reflejo de aquella chica pizpireta y feliz que vivía con comodidad y sin preocupaciones. Ahora la imagen del espejo es un fantasma de lo que fui, una chica de ojos tristes y sonrisa rota. Muy delgada y con el mismo brillo en el alma que en lo que antes fue una bonita melena castaña, ninguno. Una lágrima furtiva se desliza por mi mejilla, reacciono con rapidez y la hago desaparecer. No puedo, no quiero llorar. Al menos, aún no. Me pregunto en qué momento dejé de quererme. Nerea siempre me lo dice, «Para que los demás te quieran, tienes que empezar por quererte a ti misma, cielo». Y tiene toda la razón pero ¡cuesta tanto reponerse de algo así! Carlos se fue y con él se marchó mi autoestima. Al salir del baño, me detengo frente a ese enorme trasto inútil llamado cama. Desde aquel miserable día no he podido volver a dormir en ella. He sido incapaz de tumbarme siquiera, sin que acudan aquellas dolorosas imágenes a mi mente. Sí, desde hace casi un año tengo montada mi trinchera nocturna en el grandioso y cómodo sofá de tres plazas color musgo, que gracias a Dios me empeñé en comprar cuando nos mudamos, en contra de la opinión de Carlos. Cada vez estoy más segura, de que ese sofá y yo estábamos predestinados a estar juntos. Me dirijo a la cocina a prepararme algo de picar, mientras algo en la tele me llama la atención. Durante las últimas semanas la gente ha estado como loca con la llegada de una espectacular lluvia de estrellas. Al parecer cada 150 años la actividad de estos astros se acentúa de manera considerable, llegando a triplicar los registros de Perseidas que aparecen habitualmente cada mes de agosto. A este singular acontecimiento lo han bautizado como «La noche de los Deseos». La fiebre consumista que nos controla, la ha utilizado para lanzar todo tipo de merchandising sobre el tema y, se han organizado fiestas y excursiones para disfrutar de tan mágica noche en playas y montañas. De hecho, la fiesta a la que se dirigen Marisa y mis amigas es una de ellas, dispuesta en la playa de la Barceloneta

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en plan chill out. Las locas, creen que el deseo que van a pedir hoy les cambiará la vida. ¡Ojalá fuese verdad! Cojo una cerveza de la nevera y me apoyo en la barra, mientras los Doritos con la crema de queso se calientan en el microondas. Pienso que el único acontecimiento que a mí me emociona, y no gratamente, es la boda de mi ex mañana. No sé, igual me animo y pido un deseo cuando comience la dichosa lluvia de estrellas. Que el innombrable se encuentre a la novia fornicando con el padrino en los lavabos del restaurante durante el banquete o, que una legión de ladillas carnívoras, invada su entrepierna y la industria farmacéutica no tenga fondos para investigar un tratamiento efectivo contra semejante plaga. No estaría mal, pero no va en mí ser tan mala persona. La mala persona fue él. Ese desgraciado fue quien jugó conmigo sin importarle lo más mínimo el sufrimiento que me causaría. Me quemo los dedos al sacar el plato de Doritos del microondas, creo que me he pasado con el tiempo. Tiro el plato como si fuera un Freesbee sobre la mesa del comedor, y tras coger de nuevo mi cervecita fresquita, me acomodo en mi fabuloso sofá. Escucho que un mensaje llega al móvil. Me da coraje tener que levantarme, ahora que ya estaba cómoda sobre el hueco que tengo hecho bajo mis posaderas, ya que el bolso está en la cocina. Decido no moverme, pero el dichoso tono del pajarito suena de nuevo, e imagino que posiblemente sea Marisa. Si no contesto, me arrepentiré de no tener una recortada para poder cargarme al dichoso pajarraco ante tanta insistencia. Me levanto y busco el teléfono. Efectivamente son Whatsapps de Marisa. Marisa: ¿Cómo vas Doña Depre? Elva: Idiota, ahora voy a picar algo. Marisa: Nosotras de tapas y luego a la playa, menudo ambientazo. Elva: Ya lo he visto por la tele, ni que se fuera a acabar el mundo. Marisa: En serio, ¿no quieres venir? Elva: En serio, pijama, cena y a la cama. Marisa: Por cierto, anoche con las prisas me dejé un libro de Nerea sobre la barra de tu cocina. ¿No lo has visto? Me lo subió Álvaro a mediodía. Elva: Álvaro, ¿el de mantenimiento?

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Marisa: No preguntes. Elva: ¿Estáis liados? ¿Desde cuándo? Marisa: No comment. Elva: ¡Serás zorra! ¡ja ja ja! Marisa: Lo dicho, léelo y luego me dices de qué va por si me pregunta Nerea cuando se lo devuelva, que ya sabes que a mí, si no va de látigo y esposas como que no. Elva: ¡Qué morro tienes! ¡No pienso leer nada! Marisa: Pediré un deseo por ti si lo haces. Elva: Pasadlo bien. Marisa: Si te aburres, llámame. Elva: La la la la la Lanzo el móvil hacia la otra punta del sofá, mientras me rio sola. Marisa tiene una capacidad de espantar mis malos rollos abrumadora. Con un poco de suerte, ya no me molestará nadie más esta noche. Me meto en la boca un Dorito con salsa, que más bien es medio kilo de salsa con un Dorito dentro. Enchufo el pen en el portátil, mientras le quito la voz a la televisión y elijo una película para ver. Me asombro de mí misma. He escogido una variedad de películas bastante tétricas para pasar la noche: Love Actually, Los puentes de Madison, El diario de Bridget Jones y, cómo no, Titanic. Me decido por la primera, la he visto mil veces y Hugh Grant me encanta. Presagio que esta película hoy no me va a gustar tanto, pero estoy decidida. Si supero esta noche sin llorar, me haré inmortal. Me acomodo con un cojín bajo la cabeza y me dispongo a comenzar la sesión cinéfila, cuando recuerdo lo que me ha dicho Marisa sobre el libro. Allí está sobre la mesa, tal y como me ha indicado. Anoche, como cada jueves, Marisa y yo nos reunimos para nuestra “noche de series” y nos pegamos una buena sesión de los capítulos de “Arrow” que teníamos pendientes mientras cenábamos. Después de la sobredosis de Oliver Queen que nos metimos, como para acordarse del libro a la una de la mañana. Es que con Marisa pasa eso, que te lías hablando o comentando lo bueno que está el arquero y se te olvida que tienes que madrugar. Me pica la curiosidad, y me levanto a

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cogerlo mientras comienza la peli. La portada ya de por sí, tira un poco para atrás. Se ve a un hombre de oscura melena, sosteniendo una espada con la espalda desnuda y un kilt como única vestimenta. Mira hacia la lejanía, en donde se alza un castillo imponente. Vaya, el título no deja dudas sobre de qué trata: La insignia del Highlander, de la afamada autora Helena Carsham. No es que no me guste la novela de género romántico, de hecho, desde que estoy sola, Nerea se ha encargado de prestarme algún libro, y la verdad, con algunos me he divertido mucho. Pero no estoy preparada todavía para los finales felices, cuando mi vida amorosa es una constante mierda desde hace un año. No hay nada en este libro que me llame la atención, por muy best-seller que se indique en la portada que es. Lo más seguro es que trate sobre el típico escocés machista que va en auxilio de la pobre muchachita terca y sin cerebro. Sinceramente, hoy no me apetece leer algo así. Durante la siguiente media hora, me da tiempo de pasar varias fases. Río mientras como, lloro mientras bebo, rememoro los mejores y peores momentos de mi relación con ese demonio encarnado en mi ex y, acabo maldiciendo el día en que le conocí. Me doy cuenta de que mi espíritu masoquista llega a nivel semidiosa, cuando advierto de que he rebobinando como veinte veces la escena de los carteles de Keira Knightley. Ahora tengo hipo, me ahogo entre lágrimas y debo tener la cara más hinchada y deformada que los orcos de Mordor. Me niego a estar así mientras él está celebrando su última noche de soltería más feliz que una perdiz. Siento pena de mí misma, doy asco. ¡Me da rabia ser tan débil! Apago el portátil y decido poner algo de música, porque si sigo así, acabaré yendo al hospital para que me descongestionen la nariz. Si no muero de pena esta noche, lo haré por asfixia por la gran cantidad de mocos que me están poseyendo. Reconozco, que quizás no ha sido tan buena idea ver esa película. Hugh Grant de repente, ya no me resulta tan encantador. Sin saber qué CD está puesto en el reproductor, lo activo y suena el último de One Republic. Tras pensármelo un segundo, recuerdo que a Carlos no le hacían ninguna gracia, así que me alegro de la elección y comienzo a bailar lentamente disfrutando de los acordes de I lived. Es una canción de esas que te contagia el buen rollo, de esas que necesito para olvidar, que mañana él habrá dicho el sí quiero y tendré que aceptar que le perdí para siempre.

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Mañana ya no vendré

Relato por Antonio Arteaga Pérez

— Se me hace extraño pensar que mañana tu mesa estará vacía... — dijo él, terminando de meter los informes restantes en la carpeta. — A mí también, no me hago a la idea de que esta noche sea la última que recojamos la oficina juntos — contestó ella, sin mirarle tampoco a los ojos directamente — pero la oportunidad de ser directiva en San Francisco no se puede dejar escapar... Y como cada noche, desde hacía seis años, él y ella prosiguieron con lo que ya se había convertido en un hábito casi automático. Recoger los papeles, ordenar los archivos, arrojar los documentos inservibles a la trizadora, y apagar las luces cuando todos los demás hacía rato se habían marchado ya a sus casas. Y como cada noche, desde que lo hacían juntos, parecía que las pocas frases que se dirían serían como siempre, banales, sin importancia, para romper la tensión de dos personas solas y casi desconocidas en un edificio que poco antes estaba repleto de actividad y que ahora parecía dormir. Tal vez comentarios o bromas sobre el cambio climático, sobre eventos deportivos o culturales, sobre alguna noticia política, sobre lo pésimo que era el servicio de comedor o sobre qué lugar seria el elegido para las próximas vacaciones… Pero esta noche era distinta, porque el día posterior sería distinto. Ella ya no regresaría a la mañana siguiente, ni siquiera regresaría otra mañana, ahora que su carrera profesional se había disparado y la transportaría al otro lado del océano. El sí volvería, como cada mañana, y se sentaría en su mesa de administrativo prescindible y con un futuro poco prometedor dentro de una empresa en la que ya había demostrado todo lo que valía y en la que le habían demostrado que no era suficiente. Pero la mesa de ella, frente a él desde hacía seis años, estaría desocupada. Esa misma mesa por la que ahora, ella, deslizaba las yemas de los dedos, lentamente, con la mirada perdida... —Creo que después de todo echaré de menos este lugar. Aquí he pasado momentos de tensión y agobio, de estrés y prisas, pero también otros más agradables... El intentó arrancarle una sonrisa, al llegarle inesperadamente a la memoria una imagen de hacía tiempo: —¿Sabes lo que recuerdo? jajaja, te va a hacer gracia... —Cuéntame. —El primer día que llegaste, novata y totalmente despistada, llevabas una minifalda, ¿recuerdas? —Es posible, sabes que me encantan. Continúa, por favor... —Te sentaste en la silla, comenzaste a colocar tus papeles... y en ese momento a mí se me cayó la pluma al suelo. Me agaché a recogerla... y vi que tenías las piernas separadas, y llevabas puesto un

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tanga rojo, semi—transparente... ¡te prometo que miré sin querer! Pero... —¿Pero...? —... pero desde ese día, siempre que te veía pasar ante mí, no he podido dejar de imaginar que llevabas ese mismo tanga, o uno parecido. Espero que no te moleste que te diga esto, hay confianza entre nosotros... —¿Pues sabes qué? – respondió ella, sonriendo y guiñándole un ojo al notar que cierta tensión asomaba a su rostro—. Me di cuenta de que mirabas, pero yo tampoco hice intención de cerrar mis piernas... De nuevo silencio... Le tocaba el turno al apagado de luces del archivo. Una noche lo hacía ella, otra él... Esta noche ambos coincidieron al poner sus manos sobre el interruptor. Un contacto inesperado, mano sobre mano... Un contacto fugaz, de apenas un segundo, pero el presentimiento de que el otro estuvo a punto de cerrar sus dedos y retener ese contacto pareció durar minutos... Ambos dejaron escapar un suspiro, al retirar su mano, casi al unísono. Si no hubiese sido porque no había luz, tal vez el brillo de sus ojos les habría dejado claras muchas cosas, habría despejado muchas dudas y seguramente les hubiese sorprendido a ambos. Pero allí todo estaba oscuro, y le tocaba el turno a los servicios. El abrió la puerta del servicio de caballeros, ella la de damas, comprobando que las luces de dentro estaban ya apagadas, y solamente restaba apagar la general. —Aquella vez me oíste, ¿no es verdad? — preguntó ella, sin mirarle —¿Aquella vez? — contestó él, dudando, confuso... —Tu mesa está pegada a la pared de los servicios de las chicas, no te hagas el tonto... — esta vez ella le miró directamente a los ojos. El estuvo a punto de sonrojarse y de retirar la mirada, pero no pudo. Su respuesta fue sincera y directa, aunque las palabras temblaron al ser pronunciadas. —Sí, escuché tus gemidos, y te imaginé allí dentro, y también traté de imaginar qué fantasía estaría cruzando por tu mente mientras lo hacías... — susurró, como quien confiesa algo inconfesable —Lo noté por la forma en que me miraste después, al volver a mi mesa. Como mañana no estaré, y no me avergonzará mirarte a los ojos, no me importa decírtelo: fantaseaba con la idea de que entrases por sorpresa en el servicio donde yo me encontraba, y nos entregásemos el uno al otro allí mismo, en silencio, reprimiéndonos, cubriendo nuestras bocas mutuamente para no hacer ruido, mientras todos los demás no se enteraban de nada... Otra vez silencio...

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Ambos apagaron las luces, y se volvieron para comprobar de un último vistazo que, ya con todo apagado, recogido y en orden, era el momento de recoger sus abrigos, cerrar la puerta, y despedirse definitivamente. Como siempre, desde hacía seis años, él recogió el abrigo de ella de las gastadas perchas de madera de la entrada, y lo colocó suavemente sobre sus hombros, para ayudarle a ponérselo. Pero, esta vez, las manos de ella cogieron las suyas. Y, en lugar de cerrar las solapas sobre su cuello, las deslizaron lentamente por sus hombros, arrastrando en su recorrido las hombreras del vestido que llevaba. Ambos, abrigo y vestido, cayeron lentamente al suelo, a lo largo de todo su cuerpo. El levantó sus manos, sin saber qué hacer... en una pose casi estúpida, incluso: los brazos levantados, abiertos como su boca, las palmas de las manos temblando, sin saber si bajar, retroceder, o adelantarse... Ella se giró. La única luz que había era la que entraba a través de los ventanales: las luces de la ciudad, que perfilaban los contornos de aquella mujer que tantas veces él ya había imaginado desnuda en sus fantasías, durante aquellos años, y que ahora, cogiendo sus manos, entrelazando sus dedos, le atraían hacia su cuerpo. Sus brazos pasaron por su cintura. Sus pechos se rozaron. Sus respiraciones se acompasaron, pese a acelerarse progresivamente... Sus caras se quedaron, por primera vez en seis años, a escasos centímetros. —Mañana ya no vendré — dijo ella, con los ojos semicerrados, adelantando sus labios hacia los de él — ¿Querrías hacerme el amor aquí, hasta el alba, en todos y cada uno de los lugares en que hayas imaginado hacérmelo? Estoy segura de que son los mismos que tantas veces he imaginado yo...

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Ediciones el Antro

Entrevista por Marta Fernández

Antes de empezar, quiero agradeceros vuestro tiempo y la buena disposición para participar en esta entrevista. Sin más dilación… vamos a conocer un poco más a esta editorial y a sus «antritos». ¿Cuál es el objetivo o finalidad de vuestra editorial?

Desde el inicio, nuestra finalidad ha sido sencilla: compartir la sensualidad y el carácter de la literatura homoerótica.

¿Creéis que la literatura homoerótica está desplazada o incluso discriminada?

No creemos que exista una discriminación que afecte específicamente a este tipo de literatura, sino, más bien, falta de conocimiento de ella por el público en general. El mercado del libro está saturado (oh, sorpresa) y pocos son los lectores que, ante tanta variedad de libros del género que les gusta, cambian de género o prueban algo nuevo. Y las editoriales que ya están establecidas suelen ir a lo que les funciona. También hay que tener en cuenta que gran parte del catálogo de publicaciones de homoerótica en español estaba formado por traducciones, deficientes en la mayoría de los casos, del inglés. Por un lado, gracias a estas publicaciones se ha creado una gran comunidad de lectores fieles al género; por el otro, al menos desde nuestro punto de vista, primero los autores y después las propias editoriales, nos hemos visto en la necesidad de demostrar que no se trata de películas porno convertidas en novelas. Hay mucho trabajo detrás, mucha investigación e imaginación, mucho darle vueltas a las ideas para que todo cuadre. No se trata de meter algunas escenas de sexo entre hombres en una historia flojita y listo. La etiqueta «homoerótica», por sí misma, no baja el nivel de las novelas (puede ser un thriller homoerótico, un drama homoerótico, una novela homoerótica de terror, una novela homoerótica de fantasía…). La intención al usarla es, simplemente, catalogarlas de alguna manera para que los lectores que las buscan puedan encontrarlas. La única pega a esto es que esa misma etiqueta hace que otros muchos lectores se estén perdiendo historias increíbles por el simple hecho de que en ellas haya escenas de sexo gay. ¿Qué colecciones tenéis y en qué se diferencian? Tenemos tres colecciones, aunque actualmente solo hemos publicado libros de dos de ellas: Crash es la colección más fuerte, en el sentido erótico y sexual de la palabra. En «Slave», por ejemplo, el sexo entre los protagonistas se presenta como una relación BDSM y en «La otra versión del Trío»…, bueno, el título lo dice todo, ¿verdad? Libídine se caracteriza por ser una colección con un trasfondo de fantasía. «Noches de luna roja» es nuestra novela más juvenil, con un mundo propio de ángeles y demonios vagando por las calles de Buenos Aires; y «Para extender las alas» es una fábula moderna en la que la fantasía forma parte oculta de la realidad urbana. Subway pretende ser una colección más natural, más contemporánea; aunque, de momento, no hemos publicado ningún libro de esta colección. ¿En qué os fijáis a la hora de valorar un manuscrito? ¿Contestáis a todos los autores aunque la respuesta sea negativa? Lo principal es que la historia sea interesante y que tenga un estilo que invite a la lectura. Dicen que no hay nada nuevo bajo el sol, así que más que en el «qué», nos fijamos en el «cómo». ¿La clave? Si en las primeras páginas has dejado de ser «editor» para convertirte en «lector», la mitad del camino está hecha. La ortografía se puede corregir, las puntuaciones se pueden corregir, los detalles se pueden pulir… El estilo, ese que diferencia a cada autor y que realmente hace que quieras seguir leyendo y leyendo y leyendo, es el secreto. A base de mucho leer, supongo que llega el momento en que puedes

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decidir con cierto criterio si eso que tienes enfrente tiene tintes de «antrito». Contestando a la otra pregunta, sí solemos contestar a todos los autores, aunque a veces tardamos un poquito más de lo que nos gustaría porque las obras que nos envían se leen enteras. Como lector, puedes dejar un libro a la mitad. Como editores, siempre llegamos al final. Siendo totalmente sinceros, el único caso en que no respondemos a los autores es cuando nos envían obras que no tienen nada que ver con nuestra editorial (novelas exclusivamente con parejas heterosexuales, ensayos, obras de teatro, poesía…) porque pensamos que, simplemente, ha sido un «enviar por enviar» y ni siquiera se han preocupado por averiguar qué publicamos. ¿Qué hay que incluir en una carta de presentación? ¿Qué requisitos hay que seguir para enviaros un manuscrito? En principio, no es imprescindible enviarnos un manuscrito acompañado de una carta de presentación al uso. No somos tan formales en ese sentido. Sin embargo, como la recepción de manuscritos se realiza por email, se agradece una pequeña presentación del autor o autora (no vas a enviarnos tu obra con un «ahí va eso», ¿no?), así como unas líneas sobre lo que vamos a encontrar al leer la novela, si ha escrito otras obras antes o si tiene un blog o redes sociales para que podamos conocerlo/a un poco mejor. En cuanto a los requisitos, el primero y más importante es que la obra sea homoerótica. Ya, parece obvio, pero hemos recibido manuscritos que no tenían nada que ver. Después, lo normal en estos casos: que la obra sea original y esté terminada. Se envía el archivo a publicaciones@edicioneselantro.com, nosotros lo recibimos, lo valoramos para su publicación y le damos una respuesta al autor. Fácil. ¿Os planteáis abarcar más terreno apostando por la literatura heterosexual? A riesgo de tener que tragarnos nuestras palabras en un futuro, no.

¿Qué nos puedes decir de las novelas que tenéis publicadas? ¿Qué os gustó de cada una de ellas para llegar a publicarlas?

En general, las historias en sí y la manera de contarlas. Cada novela es diferente, pero tienen algo en común: el esfuerzo que hay detrás. Trabajamos con unas autoras (se ve que las chicas escriben más homoerótica) que son capaces de crear unos personajes redondos, tanto por dentro como por fuera. Cada una en su estilo es capaz de lograr lo que comentábamos antes: que dejemos de ser editores para convertirnos en lectores fieles y adictos en un par de páginas.

¿Tendremos otro «antrito» pronto? ¿Nos podéis contar algo sobre él?

Hace poco hemos publicado «Para extender las alas», de Corintia. Una novela de amor atemporal, fantástica (en ambos sentidos), con escenas de esas que suben un par de grados la temperatura a tu alrededor y unos protagonistas a los que es imposible no querer. Y los lectores pensarán que qué vamos a decir si la hemos publicado nosotros, ¿no? A las pruebas nos remitimos: leedla y después hablamos. Además, tenemos en la mesa de trabajo un par de novelas más: una de fantasía con tintes «oscuros»,

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ambientada a principios del siglo XX y otra con un realismo urbano y un tanto «sucio». De momento, es todo lo que podemos decir, aparte de que estéis atentos porque habrá otras sorpresillas rondando nuestro antro.

Por último, ¿qué consejos podéis ofrecer a aquellos autores que están en busca de una editorial?

Que tengan fe en su trabajo, que acepten las críticas como una forma de mejorar, que hay muchas razones para que una editorial no publique una obra y que eso no tiene por qué significar que no sea una buena novela (seguir la línea editorial, por ejemplo), que no se precipiten. Que busquen una editorial que les dé confianza, con la que puedan hablar de cualquier cosa relacionada con la novela y que comparta con el autor el proceso de edición, promoción y demás. En definitiva, que no se rindan.

De nuevo, gracias por vuestro tiempo.

Gracias a ti (a vosotros). Por la oportunidad de compartir lo que nos gusta con vuestros lectores y por ese buen hacer con la revista.

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Eternamente encadenados

reseña

H. D. Cruz

Os invito a un mundo violento y despiadado lleno de depredadores que se verán condenados a entenderse y a forjar extrañas y peligrosas alianzas para sobrevivir. A perderos en unas historias de amor eterno que os conmoverán el corazón, dejándoos sin aliento. Vampiros, demonios, cazadores y humanos descubrirán que todos tenemos algo en común; buscamos incansablemente un lugar al que llamar hogar y defendemos aquello que amamos aun a riesgo de nuestra propia vida. Se verán unidos por la magia, la sangre, el amor y una pasión sin límites. No apto para cardíacos, un libro tan caliente como el mismísimo infierno. RESEÑA: Uno de mis subgéneros favoritos es el romance paranormal, con el boom de la novela erótica los vampiros, licántropos y otros seres extraordinarios han quedado en el olvido por parte de las editoriales. Eternamente encadenados es una novela formada por tres historias, a través de las mismas conoceremos los romances -y otros menesteres- de tres personajes masculinos: Barak, Dimitri y Gael. La primera, la más cortita, comienza con Barak y Sara. Él un cazador, ella una humana. Los cazadores protegen a los humanos de todo daño proveniente de algún ser paranormal, aunque pueda chocar al principio, éstos colaboran o se relacionan de manera más o menos amistosa con los vampiros. El romance que puede resultar, a priori, bastante precipitado, encuentra su justificación en la naturaleza del cazador, estos seres comparten muchas de las características vampíricas, una de ellas es reaccionar de forma bastante posesiva a la pareja de toda su vida. Barak la reconoce rápidamente. Sin duda, en esta parte el personaje que más me ha gustado ha sido Dimitri, preludio de una segunda historia en el que será el protagonista, entenderemos su dolor y amargura. La relación entre Dim y Sara es dura, ya entenderéis por qué. En la segunda historia, veremos cómo Dim encuentra a la horma de su zapato, Risa. Ambos pertenecientes a la estirpe vampírica, dado el final de la primera parte no es difícil imaginar que la relación entre estos dos polvorines es bastante... complicada. Risa siempre suspiró por Dim, pero él solo tenía ojos para una humana que estaba comprometida y embarazada. La vampira se desvive para que Dim la vea de verdad pero el vampiro se cierra en banda. Así durante un tira y afloja continuo veremos los recelosos pasos de esta unión, cuando Dim por fin quite la venda de los ojos ¿será demasiado tarde? Esta segunda parte dedica más tiempo a los sentimientos y a matizar mejor su relación, no resulta tan fácil como la primera. Aquí conoceremos a Gael, último protagonista de esta novela, él también nos contará su historia en

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la tercera parte. La última es mi favorita, creo que estos protagonistas son los que más fuerza tienen, su historia denota más profundidad y dedicación. Es una relación agridulce que se cuece a fuego lento. En definitiva, una novela que abarca tres relaciones diversas pero con un denominador común, la primera y segunda historia se entrelazan, conociendo nuevos personajes y reencontrándonos con viejos amigos. La tercera creo que es la mejor en cuanto argumento y protagonistas. En cada historia hay una evolución para mejor. HD Cruz aporta su propia visión sobre el mundo vampírico ¿Quién dijo que estaba todo inventado? Entrelazar las almas no es baladí, es para toda la vida, para los humanos puede resultar abrumador. La escritura de la autora es fluida y amena, integra muchos diálogos que aligeran la historia, junto con capítulos muy cortos. Entremezcla el romance con misterio, así veremos un montón de traiciones y una trama en la que se resuelven extraños crímenes. Recomendable. Libro autopublicado, se puede conseguir en cualquier Corte Inglés.

Marta Fdez

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Series Freak Por Élica kilian

Lost girl (La reina de las sombras) Lost Girl es una serie que descubrí por casualidad. Leí la sinopsis por internet y comprobé que tenía cinco temporadas realizadas y me dije “no tiene que ser tan mala cuando han hecho esas temporadas”. Decidí lanzarme a la piscina. Le daría la oportunidad con un par de episodios, si no me atraía, a otra cosa mariposa. Sin embargo, ¿cuántos creéis que llevo? ¡¡Voy por la tercera temporada!! Esos dos episodios se han convertido en decenas y mi intención es terminar con todos los que me faltan antes de que ese estrene los últimos que restan para terminar la temporada y la serie. Espero conseguirlo. Su género es paranormal. Bo (Anna Silk) es una súcubo que desconoce sus orígenes y qué es. Cada vez que mantiene una relación sexual con alguien (es bisexual) acaba matándolo porque su naturaleza hace que se alimente de la energía vital de este. Ella no entiende qué le ocurre hasta que otros seres fantásticos, que velan para que su existencia quede oculta ante los ojos humanos, le muestra un mundo que ella desconocía. Un mundo que se divide en dos bandos, los Fae de la Luz y los Fae de las Sombras. Todos los seres, sean de la condición o raza que sean, deben tomar partido por uno de ellos cuando su naturaleza se manifieste. A Bo no le gusta seguir las reglas de nadie y, tras

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pasar unas pruebas, le permiten no posicionarse por ninguno de ellos. De momento… El argumento principal es que Bo descubra sus orígenes y acabe eligiendo bando, todo ello aderezado con escenas subiditas de tono donde se ve a la súcubo en pleno esplendor. Y, paralelamente a la historia de Bo, en cada uno de los capítulos, se desarrollará una trama secundaria donde la súcubo, junto con sus amigos, resolverá un caso sobrenatural con éxito. Entre los personajes secundarios debo destacar a Kenzie (Ksenia Solo) una humana que los demás ven como la mascota particular de Bo y que poco a poco se va ganando la confianza y el aprecio de todos los de su alrededor. Sus divertidas ocurrencias, sus esperpénticas pelucas y sus incondicionales botas altas hacen de ella uno de los personajes imprescindibles de la serie. Es el típico personaje con la chispa necesaria para hacer que la serie funcione. La cadena que tiene los derechos adquiridos es la AXN. Hasta el 2016 no se emitirán el resto de episodios que faltan de la quinta temporada, los cuales esperaré ansiosa ¿Y vosotros? Me encantaría que me comentarais qué os parece o si ya la habíais visto, qué opinión teníais de ella. Espero que esta pequeña mención os anime a verla.

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Blindspot A diferencia de Lost Girl, serie cuyas temporadas ya han sido emitidas desde hace tiempo, Blindspot está actualmente en la parrilla televisiva, y también es de la cadena AXN. Tan solo lleva unos episodios en antena pero es tan buena que he apartado la crítica que iba a realizar de otra serie para hacerlo de esta. En el primer episodio una mujer amnésica (Jaimie Alexander) y con todo el cuerpo tatuado, con dibujos de lo más extraños, es encontrada en Times Square, desnuda y dentro de una bolsa de deporte. Cuando la policía la lleva a la comisaría para descubrir quién es, observan que en la espalda lleva escrito el nombre de “Kurt Weller”, un afamado agente del FBI (Sullivan Stapleton). Kurt desconoce quién es esa mujer y por qué lleva su nombre, algo que le inquieta y que piensa descubrir. Los tatuajes son mensajes crípticos que darán el pistoletazo de salida para nuevos casos policiales. Solo podrán resolver el puzle, si van despejando una a una las pistas escondidas en él. La solución de la primera conllevará a la segunda y así sucesivamente. Desde el primer momento su trama, su acción y los misterios que rodean a la protagonista principal hacen que no te levantes de sillón. Estoy deseando que llegue el lunes para saber como continúa el episodio anterior. Los directores van cambiando por episodio sin alterar la esencia de la serie, tendencia habitual en las americanas. Poco más os puedo decir salvo que ojalá estas líneas os motiven para ver Blindspot y así podamos comentarla juntos.

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El espía encadenado Primer capítulo por Alaine Scott Capítulo uno Enola estaba escondida. Una hora antes su madre había entrado corriendo en su dormitorio mientras dormía, la había cogido y, después de abrazarla con fuerza y llenarle el rostro de besos, la había obligado a meterse en el doble fondo del armario, ordenándole entre lágrimas que no saliese de allí, oyese lo que oyese. Enola era una niña obediente. Con doce años sabía muy bien cuál era su lugar y su responsabilidad. Era hija de Igrost, el mayor comerciante de especias de Romir, y había sido educada para ser una hija dócil que se convertiría en una buena esposa cuando su padre así lo decidiese. Sabía leer y escribir; tocaba el rebabi con maestría, hacía preciosos bordados y tenía una voz de ruiseñor que encandilaba a quién la escuchaba. Su vida había transcurrido apaciblemente entre las paredes de la mansión que su padre tenía en el distrito de los comerciantes, viendo la vida del exterior a través del enrejado de madera de boj con el que se cubrían las ventanas de la zona de las mujeres de la casa. Muy pocas veces había caminado por las calles de Romir y, desde luego, nunca lo había hecho libremente, sino siempre acompañada por una criada y custodiada por uno de los cuatro eunucos que su padre tenía para atenderlas: a su madre Mayani, a Yaniria y Nuberia, sus dos hermanas mayores, y a ella misma. Nunca se había cuestionado que quizá aquella era una vida injusta, ni que estaba prisionera en su propia casa. Así eran sus costumbres, y lo habían sido también de todas las mujeres de su familia. Pero en aquel momento, escondida en el doble fondo del armario, mientras oía los gritos de terror y el ruido del entrechocar de las espadas que provenían del otro lado de aquellas paredes de madera, empezó a cuestionarlo todo. —¡Esto es lo que se consigue cuando se contraviene la autoridad del Kahirii Orian! — exclamó una voz profunda mientras un coro de risotadas se extendió apagando los sollozos de la que, creyó reconocer, era su madre—. Ahora ábrete bien de piernas, mujer, que todos tenemos ganas de divertirnos. Enola era joven, pero sabía perfectamente lo que significaban aquellas palabras. Su madre la había advertido innumerables veces que aquello que tenía entre las piernas era sagrado, y que solo podía ser tocado y penetrado por su marido después de la boda, para su disfrute y placer. El grito de su madre la hizo temblar. Fue desgarrador y le partió el alma, al igual que sus súplicas pidiendo clemencia. —¡No hay clemencia para los enemigos de Orian, puta! —gritó el hombre de voz profunda, y soltó una risotada que fue coreada por el resto. Enola se arrastró con cuidado. Sabía que no debería hacerlo, pero tenía que saber qué estaba pasando. Allí dentro estaba oscuro, pero sabía que en alguna parte había una mirilla, escondida y disimulada, por la que podría mirar. Palpó toda la pared a su alcance hasta que dio con ella, y la abrió. La luz que se introdujo de repente la deslumbró durante un momento, pero después pudo empezar a ver. Su habitación se había convertido en una imagen terrorífica. Aulón y Eón, los dos eunucos, estaban

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en el suelo. Uno tenía la garganta cercenada, y del esternón del otro aún asomaba la empuñadura del puñal que le habían clavado. Había sangre por todas partes, y también por encima del cuerpo desnudo y tembloroso de su madre. Sobre ella había un hombre que le chupaba un pecho con fuerza mientras la embestía con la entrepierna, mientras otro le tenía los brazos inmovilizados por encima de su cabeza. Su madre tenía los ojos cerrados y sus labios se movían sin emitir sonido alguno, en una muda plegaria a los dioses ausentes que no los habían protegido. —¡Eh! ¡Mirad que tenemos aquí! —gritó otro hombre con alegría, entrando de repente en la habitación, y Enola se mordió el labio hasta sangrar para no emitir el grito de pánico que estaba naciéndole en la garganta. El hombre soltó el fardo lloroso que llevaba sobre los hombros y lo dejó caer al suelo. Era su hermana Yaniria, que se levantó e intentó salir corriendo en cuanto se vio libre, pero la cogieron entre dos y, mientras uno la inmovilizaba rodeándole la cintura con los brazos, el otro le arrancaba la ropa y empezaba a manosearla sin importarle que ella gritara y se sacudiera intentando librarse. —¡Me gustan las mujeres fieras! —barbotó riéndose mientras tiraba de sus piernas hasta enroscarlas en su cintura, y se liberaba la polla y la penetraba con brutalidad—. Grita todo lo que quieras, zorrita. —La agarró por el pelo y tiró de él hacia atrás—. Eso me excita aún más. —Y siguió riendo mientras la embestía de pie. Enola no quiso ver más. Se apartó de la mirilla, cerró los ojos con fuerza, apoyó la espalda contra la pared y se abrazó con desesperación a sus propias rodillas. Nunca supo cuánto tiempo pasó allí escondida, temblando, asustada; solo recordaba levemente haber salido cuando el sol empezaba a despuntar, después que la casa se quedara definitivamente silenciosa, y caminar intentando no mirar los cadáveres que atestaban la que antaño había sido una alegre y próspera mansión. Salió a la calle y corrió, corrió sin saber a dónde dirigirse, utilizando las pocas fuerzas que le quedaban para alejarse de aquel lugar lleno de horrores que se habían quedado grabados a fuego en su mente. Pasó varios días deambulando por las calles de Romir, rebuscando en la basura para poder comer algo, y escondiéndose de las miradas de todo el mundo, hasta que unos miembros de la guardia de la ciudad la encontraron y la apresaron. La interrogaron durante un buen rato, asaeteándola a preguntas que ella no contestó. Era joven, pero no tonta, y tenía la certeza que si alguien se enteraba que era la hija pequeña del mercader Igrost, la única superviviente de la masacre ordenada por el kahir, acabaría tan muerta como sus padres y hermanas. —Esta niña es tonta y muda —sentenció el oficial que la interrogó—. Llevadla al templo de nuestra venerada diosa Sharíiii —ordenó con contundencia—. No sé si servirá para novicia, pero por lo menos les será de utilidad a las sacerdotisas como criada. «Y acabé aquí», pensó Enola con resignación mientras, de rodillas, frotaba con energía el suelo de madera que cubría la zona de los dormitorios de las novicias. Había pasado cinco años allí sin pronunciar una palabra, y todos creían que era muda y tonta. A ella le parecía bien que lo creyesen, era la única manera de seguir evitando contestar todas las preguntas que la Gran Sacerdotisa le haría sobre su origen y procedencia, en el mismo instante que sospechase que no era ni lo uno, ni lo otro. Y allí dentro del templo estaba a salvo de Orian y sus maquinaciones. Durante su primer año en el Templo, el dolor del recuerdo no la dejaba pensar en otra cosa. Cuando este se fue mitigando, nació en ella un profundo deseo de venganza, que también desapareció cuando los meses pasaron y fue dándose cuenta de forma gradual que una mujer no podría tener jamás la ocasión de desquitarse sin pagar un alto precio. Cuando el odio y el deseo de venganza abandonaron su corazón, se instaló en él una extraña resignación teñida de complacencia a la que se aferró con todas sus fuerzas al identificarla como la única oportunidad que iba a tener de ser feliz y

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vivir en paz. Al fin y al cabo, vivir en el templo como una más de las muchas criadas que allí había, no era tan malo. Tenía un techo sobre su cabeza, comida caliente y abundante en el plato tres veces al día, y un camastro en el que dormir. Y estaba a salvo. El Templo era tierra sagrada vinculada a los dioses, y nadie osaría jamás entrar en él para derramar sangre. Todo el mundo sabía que cuando el Imperio invadió Kargul y derrocó al rey Aheb, los únicos edificios que respetaron las tropas imperiales fueron los Templos. Todos los demás fueron saqueados; algunos incluso fueron devorados por el fuego en represalia por la resistencia que algunos ciudadanos habían ofrecido. Pero ningún Templo fue tocado. Por eso estaba segura. Si el mismísimo Emperador había tenido miedo de desafiar a los dioses, ¿cómo iban a atreverse unos asesinos? Ni siquiera Orian lo haría si alguna vez llegaba a descubrir que ella estaba allí. La campana de la torre sonó, y Enola se levantó con presteza, cogió el cubo de agua que había estado utilizando para fregar el suelo, y corrió hacia el patio. Tiró el agua sobre las azaleas, llevó el cubo a la cocina, se lavó las manos con rapidez y fue hasta los baños. Las campanadas del mediodía indicaban que las novicias habían terminado las clases matutinas y que acudirían allí pronto para lavarse. Las clases que las sacerdotisas impartían por la mañana atañían a los esclavos que tenían encerrados en las mazmorras. Con ellos practicaban todo tipo de técnicas sexuales para dar placer a los hombres, y siempre salían de allí manchadas de semen, aceites y otras cosas que no quería ni saber. Uno de sus cometidos como sirvienta era ayudar a las novicias a lavarse, y ayudarlas a vestirse para que acudieran al comedor limpias, peinadas y maquilladas como correspondía a su rango. No podía negar que a veces se preguntaba qué era exactamente lo que aprendían allí, pero eso ocurría en muy pocas ocasiones y siempre dejaba de pensar en ello cuando acudía el recuerdo de los gritos de su hermana Yaniria, y el rostro ausente de su madre mientras eran violadas. Si aquello era lo que traía el ser poseída por un hombre, no quería saber nada, y se felicitaba por no tener que entregar nunca su virginidad. Empezó a preparar los lienzos que usarían las novicias antes de oírlas llegar, alborotando por el corredor abierto que transcurría paralelo al jardín de las rosas. Sus risas llenaban el espacio y lo dotaban de una extraña reverberación de alegría mezclada con necesidad insatisfecha. Todas ellas volvían de aquellas clases, en opinión de Enola, inexplicablemente excitadas. ¿Qué clase de necesidad les provocaba el dar placer a un hombre, hasta el punto que acababan dándoselo entre ellas mientras estaban en las piscinas de agua templada de los baños? Enola comprendía la necesidad del cuerpo, y ella misma se satisfacía a sí misma algunas noches, dándose placer con sus propios dedos. Lo que no entendía era que las excitase ver a un hombre desnudo, con su polla erecta, ni que lo hiciese el hecho de darle placer hasta hacerlo gritar. Nunca había podido ver cómo lo hacían, pero las había oído multitud de veces hablar entre ellas, comparando tamaños, grosor y rigidez. Hablaban sin tapujos ni vergüenza, y no de la manera en que su madre las instruía a ella y a sus hermanas mayores cuando les explicaba cosas sobre el matrimonio y de lo que se esperaba de ellas. La única vez que les habló de sexo, les dijo que una mujer honrada nunca disfrutaba del sexo con su marido, y que lo único que debían hacer era tumbarse sobre la cama, separar bien las piernas, y dejar que su marido se aliviara rezando a Anaram, la diosa del hogar y la fertilidad, para que lo hiciese rápido y para que su semilla las dejase embarazadas lo antes posible, y conseguir así que las dejase en paz durante unos cuantos meses. Su finalidad como esposas era dar hijos; para aliviar los deseos y las necesidades de los maridos, ya estaban las concubinas. Su padre Igrost tenía dos. Convivían con ellas en la zona de las mujeres, el harén, pero tenían sus propias habitaciones y nunca jamás se atrevieron a cruzar la invisible barrera que separaba sus

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dependencias de las de la familia, donde estaban Mayani, su madre, y sus dos hermanas. Ella sí lo hizo una vez. Tenía mucha curiosidad por saber qué hacía su padre con aquellas dos mujeres, y se escapó de la vigilancia de Aulón para entrar en la zona de las concubinas. Lo que vio allí la dejó con más preguntas que respuestas. Los encontró a los tres desnudos. Una de las mujeres estaba de cuatro patas, como un perro, y tenía a su padre detrás. La tenía cogida por las nalgas y la penetraba con su polla mientras a la otra, que estaba tumbada sobre su espalda y se cogía las rodillas con las manos, lo hacía con algo que, supo tiempo después cuando vio uno igual en el Templo, era un falo de madera pulida. Su padre gritaba obscenidades y ellas reían y gemían como si les gustara aquello. «Pero madre lloraba», pensó recordando las veces que su padre acudía a sus habitaciones, que compartían con Mayani, y las echaba de allí porque quería disfrutar de su derecho matrimonial. —Hay un esclavo nuevo —susurró una de las novicias mientras ella le frotaba la espalda para quitarle el sudor y la suciedad antes de entrar en la pequeña piscina—. He oído decir que es muy guapo y fuerte. —Nobue lo ha visto cuando lo han traído. Dice que es alto y musculoso como un guerrero — dijo otra, y soltó una risita nerviosa—. Si su miembro hace honor a las proporciones, ninguna boca será capaz de tragárselo. Enola nunca las comprendía cuando hablaban así. Era como si utilizaran una especie de código que solo las novicias podían entender. ¿Tragarse su miembro? ¡Qué cosa tan extraña! —Pues yo creo que no podremos disfrutarlo —sentenció una tercera—. Un guerrero nunca se deja quebrar; ni siquiera las drogas podrán con su resistencia. Acabará consumiéndose y no nos servirá para nada. —¡No seas agorera! —exclamó la primera que había hablado, con un tono de prepotencia en su voz que la hacía parecer muy segura de sí misma—. Seguramente es un mercenario, uno de esos hombres que luchan con las amazonas. ¡Claro que se rendirá! Son como animales, y en cuanto sea asignado a una de nosotras, capitulará a nuestras caricias. —¡Dejad de cuchichear! —La orden, dada con voz imperiosa, las hizo callar. La sacerdotisa que la había dado acababa de entrar en los baños. Era Imaya, la sarauni del Templo, encargada de la supervisión de los esclavos—. Enola, sígueme. Tengo una nueva responsabilidad para ti. Enola se levantó sin dilación y siguió a la sarauni por los corredores. Caminaba con la cabeza baja, como tenía que ser, y con las manos cogidas delante, en actitud de servilismo. Las Sacerdotisas eran orgullosas y castigaban el descaro con dureza. Atravesaron el patio, y cuando llegaron a la puerta que llevaba a la escalera que conducía a las mazmorras, Enola tembló. —No te preocupes —intentó consolarla Imaya, pero su voz sonó tan fría que Enola sintió que se le encogía el corazón. ¿Había hecho algo malo e iban a castigarla? No lo creía, pero Yadubai, la Suprema Sacerdotisa de Romir, era muy caprichosa y nunca sabías cuándo habías hecho algo que la había molestado. ¡Qué diferente era de la anterior! Hacía dos años que la había sustituido en el cargo, y las cosas habían cambiado mucho para los sirvientes desde entonces. Bajaron las escaleras y entraron en las mazmorras. Los dos eunucos que estaban allí de guardia se levantaron inmediatamente y saludaron con respeto a la sarauni, que les correspondió con una rígida inclinación de cabeza. Giraron a la izquierda, hacia una zona llena de celdas vacías, seguidas y escoltadas por los guardias que se habían unido a ellas, y caminaron hasta detenerse ante uno de los calabozos del que salían unos rugidos iracundos, acompañados de una sarta de improperios y amenazas que la puso mucho más nerviosa de lo que ya estaba. Imaya hizo un gesto con la cabeza y uno de los eunucos procedió a abrir la primera puerta, la de madera, dejando a la vista al hombre que había en el interior, al que podía ver a través del enrejado

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de hierro que era la segunda puerta que las protegía. Estaba encadenado a la pared, completamente desnudo, y sangraba por varias heridas, una de ellas en la frente. Tenía el pelo rubio, largo y trenzado, aunque ahora estaba despeinado y sucio. Era delgado pero de músculos fuertes, y los tensaba tirando de las cadenas que lo sujetaban en un vano intento de liberarse de ellas. Cuando fue consciente que estaban allí, las miró con unos ojos azules, grandes y acerados, que irradiaban furia. Su pecho, de pectorales marcados, subía y bajaba con rapidez al ritmo de su agitada respiración. La cintura estrecha daba paso a unas caderas y unas piernas fibradas. Los ojos de Enola se quedaron fijos en su miembro viril, de un tamaño bastante considerable; estaba enhiesto, apuntando hacia su propio ombligo, y rodeado por una tira de cuero que rodeaba y apretaba tanto la polla como los testículos. Apartó la vista de allí con rapidez, alzando la mirada de nuevo hasta el rostro. Las cejas eran finas, casi parecía que se las depilara como hacían las novicias; la frente ancha, la nariz recta y el mentón anguloso, le daban un aire de imperiosa autoridad. ¿Quién era este hombre? Era un guerrero, de eso estaba segura. ¿Habría tenido razón la novicia al decir que seguramente era uno de los mercenarios que luchaban al lado de las amazonas? Era... apuesto, y Enola sintió algo, un cosquilleo extraño, que nunca antes había sentido. Se le alojó en la boca del estómago, y fue extendiéndose por todo su cuerpo. —Maldita zorra —escupió el hombre en cuanto vio a Imaya—. Esto no quedará así. ¿Crees que no vendrán más? Sabrán qué habéis hecho y lo pagaréis muy caro. No pienses ni por un instante que ser sacerdotisas y estar en tierra sagrada va a libraros de la ira del Gobernador. —Nadie sabrá nada, estúpido —contestó Imaya con frialdad—. Nadie sabe que estás aquí; nadie sabe quién eres en realidad. Y estos tres que están aquí —aclaró señalando a Enola y a los dos eunucos, burlándose— no contarán nada a nadie. Enola —dijo dirigiéndose a ella—, a partir de ahora tu único cometido es encargarte de él. Lo lavarás, le darás de comer, y le curarás las heridas; en definitiva, lo atenderás. Estás relevada de todas tus demás obligaciones hasta nueva orden. Vuestra misión —continuó hablando a los eunucos—, es hacerlo hablar. Hay muchas cosas que necesitamos saber, y sé —dijo mirando al prisionero—, que ahora mismo no dirás nada. Pero pasar unos cuantos días en las manos de estos dos expertos caballeros —se burló sin compasión—, hará que contestes a todas nuestras preguntas. Y en menos de una semana —dijo dando un paso hacia adelante y aferrándose a los barrotes de la celda mientras lo miraba con escarnio—, suplicarás para que te hagamos preguntas y poder así recibir tu ración de faulión. Enola se estremeció. El faulión era un polvo que las Sacerdotisas sacaban de la faliata, una planta, y lo utilizaban con los esclavos más díscolos. Si se empleaba de forma moderada aplacaba la ira sin relajarles el cuerpo, lo que hacía que fuesen funcionales en todos los aspectos, y las novicias podían practicar con ellos sin temor. Pero si se usaba de forma continuada era altamente adictiva, y convertía a cualquier hombre en una sombra de sí mismo; los adictos lloraban, suplicaban, y eran capaces de cualquier cosa con tal de conseguir su dosis. Enola había visto los efectos dos veces en los cinco años que llevaba en el Templo, y en ambas ocasiones había sido un espectáculo horripilante. No le gustaría que se lo suministraran al prisionero, aunque no supo por qué la hizo sentirse molesta. —Nos veremos en unos días, esclavo —se despidió Imaya, haciendo especial hincapié en la última palabra, dejándole claro al prisionero en qué posición se encontraba y que no debía tener esperanza alguna de salir de allí nunca más. —Arderás en el infierno —contestó el prisionero—. Y yo te haré llegar allí con mis propias manos. Imaya soltó una carcajada. —Soy una Sacerdotisa de Sharí —dijo con altivez, levantando el mentón con orgullo—. Mi alma pertenece a la diosa. Jamás iré al infierno. En cambio tu... tú ya estás en él, y nunca, jamás, saldrás de aquí con vida.

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¿Puedo besarte?

Relato por María Beatobe

Aquella tarde estaba tumbada en el sofá viendo la televisión, cuando el sonido de un mensaje en el móvil me despertó de mi letargo. Me levanté, saqué el teléfono del bolso y lo leí. — Nai, ¿una cerveza esta tarde en “La bodega” a las nueve? Era Isaac, mi mejor amigo desde que teníamos apenas doce años. ¡Ay! perdonadme que no me he presentado, me llamo Naia, pero todos me llaman Nai, tengo veinticuatro años y soy diseñadora de moda, o al menos eso pretendo ser en un futuro, me estoy preparando a conciencia para ello y voy haciendo mis primeros trabajos. Isaac, como antes os contaba, es mi mejor amigo desde la infancia. Nos conocimos porque ambos vivíamos en el mismo barrio e hicimos pandilla con más gente. Él y yo conectamos desde el principio, lo cual me extrañó por lo vergonzosa que yo era en esa época, cualquier chico que se pusiera a menos de cinco metros de mí hacía que me pusiera colorada y me paralizaba. Menos mal que me he espabilado un poco en temas de hombres, porque si no, menudo futuro amoroso me esperaba… Una noche en plenas fiestas del barrio, entre bailes y festividad, cuando yo tenía diecisiete años y él diecinueve, Isaac me propuso dar una vuelta y salir del jaleo de la celebración. He de reconocer que teníamos una química especial, difícil de explicar, pero que con solo mirarnos ya sabíamos lo que el otro pensaba. ¿Quién no ha tenido alguna vez un mejor amigo así? Pero como todo, la cosa se complicó aquella noche. Paseamos bromeando y jugueteando y acabamos en un parque cercano a casa. No había nadie, rozaban las dos de la mañana y nos sentamos en un banco. Sin saber cómo, de repente Isaac me preguntó muy serio y decidido: — Nai ¿puedo besarte? – clavó sus ojos en los míos con firmeza y poco a poco se acercó a mis labios sin dejar que yo respondiera. Aturdida cerré los ojos y me dejé llevar, creo que mi inconsciente llevaba esperando años este momento. Y ahora me lo acababa de decir. Nos besamos con ternura, con dulzura, mientras él paseaba su mano por mi nuca hasta que, sin pensarlo, me senté a horcajadas sobre sus piernas y empezamos a besarnos con pasión. Me acariciaba la espalda con deseo y yo le cogía por la nuca como si me fuera la vida en ello. Daba la sensación de que los dos deseábamos hacer eso desde hacía mucho tiempo. Nuestros cuerpos hablaban por sí mismos. — ¿Que estamos haciendo?… – susurré apoyando mi frente en la suya. —Esto es una locura… ¿verdad? – respondió con la respiración agitada. No me dio tiempo a responder cuando tenía de nuevo su boca sobre la mía. No tuve poder de reacción para retirarme pero, lo cierto, es que no quería hacerlo. Era mi mejor amigo y sabía que esto iba a cambiar el rumbo de nuestra amistad sin ninguna duda, pero no me arrepentía para nada de lo que ahora mismo estaba pasando. Esa noche ya no volvimos con los demás, nos devoramos a besos por cada rincón como si se fuera a acabar el mundo. Me acompañó a casa al amanecer con los labios rojizos de tanto besarnos. Nos abrazamos durante minutos sin pronunciar palabra, hasta que rompí el silencio. —¿Y mañana qué? – pregunté apoyando mi cabeza en su pecho. —No pienses en mañana… los dos sabemos que será complicado… —susurró besándome la cabeza. —No quiero estropearlo —dije a pocos milímetros de su boca. —No dejemos que pase… —susurró casi pegado a mis labios. Y nos despedimos con un beso devorador, que nos hizo estremecernos por dentro y por fuera. Pero pasó, y al día siguiente no nos vimos, yo no sé él pero, yo no me atreví. Ni él me llamó

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ni yo le llamé. Cuando volvimos a vernos habían pasado dos días y no sabíamos ni cómo actuar. Nos mirábamos y retirábamos la mirada, era como tener miedo a reconocer que aquello nos había gustado, y mucho. Qué raro fue todo… No sé porqué pero no llegamos a hablarlo. Mantuvimos el buen rollo durante meses aunque a veces un tanto forzado, seguíamos hablando, llamándonos, pero poco más. Aproximadamente un año después, a fuerza del día a día, recobramos la amistad que habíamos perdido por aquel rollo de una noche, yo me sentía bien con él y conmigo misma por haber recobrado casi toda aquella confianza, e incluso una noche hablamos de lo que pasó aquella noche de fiestas, hasta conseguimos reírnos de ello y nos prometimos que no volveríamos a estropearlo todo por un calentón. Fue una conversación que sacó él una noche entre risas y bromas, cuando nos quedamos solos en el bar tras tomar unas cervezas con los amigos. Reconozco que se me encogió el estómago cuando dijo: —Que noche aquella cuando caímos en la tentación ¿eh, Nai? – dijo con media sonrisa y la voz ronca, tras dar un sorbo a su cerveza. Al principio me quede un poco cortada, me pilló fuera de juego, pero me miraba de una manera que estaba más que claro que se refería a aquella noche. Suspiré antes de responder. — Si… mordimos la manzana… —respondí con media sonrisa. — ¿Te supo buena? —preguntó vacilón. —No estuvo mal… —respondí entrecerrando los ojos — mejorable diría yo… —dije con sorna — ¿Perdona? —contestó alzando las cejas jocoso. Y así, riendo a carcajadas, conseguimos quitarnos esa espinita que teníamos los dos clavada y tanto daño nos estaba haciendo no sacarla. Ahora con veinticuatro años volvemos a ser los mismos de siempre. Más mayores, menos gamberros y más centrados. Él ha empezado una relación con Rosa, una chica del barrio, llevan unos tres meses juntos y yo tengo mis amigos con derecho a roce. No me apetece mucho meterme en una relación seria ahora mismo. Estoy dedicada a sacar mi profesión adelante y reconozco que lo paso bien, sin compromisos. Me preparé para quedar con Isaac a tomar una cerveza como otras tantas veces. Me puse unos vaqueros tobilleros, una camiseta blanca básica de pico y sandalias negras de cuña. Me deje el pelo suelto y me puse una base de maquillaje, rímel negro y glos color coral. Fui al bar donde habíamos quedado y allí estaba, sentado en una de las mesas del fondo de la terraza. Estábamos en primavera y los bares ya empezaban a montar su negocio fuera de sus cuatro paredes. Me acerqué con una sonrisa que recibió de la misma manera. — ¿Qué pasa niño? —le pregunté mientras le daba dos besos. — Pues nada, aquí estamos, tomando una cervecita esperándote… —respondió con la mirada algo triste. — Uyyy…a tí te pasa algo —afirmé frunciendo el ceño y mirándole a los ojos. —No, que va, no seas tonta… —dijo bajando la mirada. —A ver Isaac, nos conocemos desde hace tantos años que ¡podría adivinar cuando ha sido la última vez que te has acostado con alguien! —una pequeña carcajada salió de su boca— Así que ya puedes empezar a hablar. —Hay que ver qué gráfica eres, joder… —respondió levantando las cejas. —Ya me conoces… no tengo filtro… —dije guiñándole un ojo. Le pedí al camarero que me trajera un tercio y una bolsa de patatas, la tarde prometía ser más

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seria de lo que yo me planteaba. No pasaron ni dos minutos cuando ya tenía la bebida y la comida sobre la mesa. Le dí un trago a la cerveza y suspiré. —Soy toda oídos niño… —dije acercando mi silla a la suya. Me miró de soslayo y medio sonrió, pero sus ojos no hicieron lo mismo. Inspiró con fuerza… exhaló despacio y lanzó la bomba. — Nai me marcho —dijo sosteniéndome la mirada esperando mi reacción. — ¿Cómo te me marchas? ¿Dónde? —pregunté frunciendo el ceño confundida. —Me marcho una temporada a Londres. El gesto de la cara se me transformó. — ¿Cómo? ¿A Londres? ¿Por qué? —dije cogiéndole las manos. —Bueno… quiero aprender el idioma, ya sabes, me vendrá bien para el currículo y ahora que estoy en paro quiero aprovechar —cogió su cerveza y le dio un trago largo. No me parecía del todo sincero, no sé… estaba muy raro. Le costaba en algunos momentos sostenerme la mirada. No se mostraba contento, al revés, daba la sensación de que se iba por obligación. —Pero a ver…espera, espera —dije levantando mis manos —Aquí algo no me cuadra. ¿Te ha pasado algo con Rosa? —A ver Nai… Rosa y yo lo dejamos hace unos días. Ahora sí que estaba fuera de juego totalmente, ¿pero no se supone que es mi mejor amigo y debería de haberme enterado de ésto cuando sucedió? Estaba totalmente desconcertada. — Pero Isaac, ¿qué ha pasado? — No lo sé Nai, no sé explicarlo… —dijo mirando sus manos mientras jugueteaba con ellas— La relación no me llenaba del todo… Sentía que no estaba dándolo todo y no me parecía justo para ella. —Pero se os veía bien, niño —respondí. —Mal no estábamos, pero bien tampoco… —levantó la mirada hacia mí— Nai, no estaba enamorado de ella. Nunca estás preparada para mantener conversaciones de este tipo porque, ahora ¿qué le digo? ¿que lo siento? ¿qué me alegro si es por su bien? No sé… — Y ella ¿cómo se lo ha tomado? — Bueno, no muy bien la verdad… pero he preferido ser justo antes de que la cosa fuera a más y nos hiciéramos más daño. —Has hecho bien niño —y le abracé con fuerza. Isaac para mí era mi niño, de siempre le llamaba “niño” y a él le gustaba, decía que le hacía sentirse más especial. No era Isaac, era mi “niño” y nunca mostró que le molestara ese apodo. Apoyó su cabeza en mi hombro y noté su respiración en el hueco de mi cuello. Le dí un beso en el pelo y nos separamos. Le cogí las manos de nuevo y le pregunté. — ¿Por eso te vas a Londres? —Bueno… también influye —dijo cabizbajo— Necesito irme de aquí unos meses, creo que me va a venir bien. —¿Me abandonas eh? —dije con media sonrisa y a punto de llorar. —Ey… niña no te irás a poner a llorar ¿verdad? —dijo sonriendo y volviendo a abrazarme. —Ya sabes… tengo un número de lágrimas al día para gastar y estas son las de hoy… —dije intentando sonreír. —Sabes que estoy a nada en avión ¿verdad? —asentí con la cabeza— Y el teléfono aunque no lo creas también llega hasta allí —suspiré sonriendo.

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—No te olvides de mí ¿eh? —tragué saliva —¿A quién vas a encontrar tú tan cabra loca como yo allí? Que son todos tan estirados… —Jajaja… ¿tú crees que voy a querer olvidarte?... Ni quiero ni creo que pueda —dijo serio cogiéndome la cara entre sus manos y limpiando mis lágrimas con sus pulgares. — ¿Y cuándo te vas? —pregunté con miedo. —Me marcho en dos días. — ¿Ya? ¿Tan pronto? —respondí sorprendida. —Si Nai, créeme, es lo mejor. —Esto estaba ya planeado hace tiempo ¿verdad? —Bajó la cabeza— ¿Por qué no me lo contaste antes? —Porque para mí habría sido insoportable estar un mes despidiéndome de ti… así es más fácil… — ¿Puedo al menos acompañarte al aeropuerto? —No te preocupes, me lleva Andrés. —Porqué si para ti es algo bueno, a mí me duele tanto… —me lancé a decir. Me miró serio, pasaron unos segundos que nos miramos con tensión. Se hicieron eternos. —Porque supongo que algo me quieres —respondió apretando los labios. Sonreí triste y le volví a abrazar. Fue la última vez que nos vimos. Nos despedidos es esa terraza de aquel bar y nos dimos un abrazo del que éramos incapaces de separarnos. Lloré y él también derramó alguna lágrima. No quería de ninguna de las maneras que se marchara, pero si para él era lo que debía hacer, lo aceptaría aunque me costara. No volvimos a vernos durante cinco años. Cinco largos años en los que al principio hablábamos casi a diario, luego semanalmente…y más tarde cuando podíamos. La cosa se enfrió, él hizo nuevos amigos allí. Yo empecé a trabajar en un estudio de moda y me llevaba muchísimas horas al día… y él cambió de número de teléfono. Un día que fui a llamarle me saltó una voz que decía que ese número de teléfono no existía. Me quede desconcertada, no entendía nada. Algo murió dentro de mí. Ahora tengo veintinueve años y me acuerdo mucho de él. Creo que nunca podré olvidarle, una amistad como la nuestra se queda tatuada de por vida, y me niego a no saber nada de él. Una tarde entré en una conocida librería, disfruto mucho en estos establecimientos mirando los libros, me pierdo entre sus letras y me relaja mucho. Mientras sostenía uno de ellos y leía su sinopsis escuché una voz tras de mí. —¿Nai? —pronunció una voz masculina. Me giré enseguida y me quedé de piedra. Isaac estaba delante de mí, con la misma mirada y sonrisa de siempre. —¿Isaac? —dije perpleja. —Vaya, aún no te has olvidado de mí —respondió con media sonrisa. —Pero… —parpadeé sin creerme tenerlo delante de mí. —Lo siento Nai —dijo sin dejarme terminar. Tragué saliva y le miré con sorpresa, una parte de mí estaba muy enfadada con él por haber desaparecido de mi vida de esa manera, tan brusca, sin explicaciones, ni palabras… nada. —¿Cuándo has vuelto? —me atreví a preguntar algo tensa. —Bueno…volví la semana pasada —dijo jugando con sus manos nervioso. —No pensabas llamarme por lo que veo. —Perdóname Nai…estas enfadada ¿verdad?

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—¿Tú qué crees? —dije desafiándole con la mirada. —Tienes todo el derecho - respondió bajando la mirada— Mira Nai, me están esperando fuera unos amigos, me pareció verte aquí y he entrado para comprobarlo. Sé que no vas a aceptar, pero me gustaría que tomáramos algo juntos esta noche y poder hablar contigo con total confianza y sinceridad. No pude evitar negar con la cabeza y resoplar. —Dejaste de ser sincero conmigo desde el día que me dijiste que te marchabas a Londres. Cuando me giré para marcharme de allí, Isaac me cogió de la mano impidiéndome continuar. —Por favor Nai. Aunque sea la última vez que hablemos. Te lo pido por favor. Estuve unos segundos sin poder contestar, quería saber que había sido de él, porque despareció, pero no quería que me volviera a hacer tanto daño como lo hizo cuando se marchó y se esfumó de mi vida. Pero tomé una decisión y con contundencia respondí: —A las diez en el bar de siempre —y me marché sin mirar atrás. Llegué a casa como atontada, sin creerme aún lo que había pasado. Después de cinco años Isaac había vuelto a mi vida, y aunque me molestara reconocerlo por lo mal que me lo había hecho pasar, me alegraba tenerle de nuevo cerca. Me arreglé para salir y me decidí a acudir a la cita sin poder evitar que me temblaran las piernas por el reencuentro que se iba a producir. Cuando llegué al bar, Isaac estaba apoyado en la pared anexa al bar. Estaba guapísimo, más maduro y con un cuerpo más modelado que cuando se fue. Me acerqué y vino a darme dos besos. —Estas preciosa Nai —dijo tras saludarme. —Gracias —respondí seca. —Mira Nai, se que para ti esta situación es muy rara, y te entiendo. Me preguntaba si mejor damos un paseo por la zona del parque y hablamos más tranquilos. El bar está lleno y va a ser algo complicado —dijo inseguro esperando mi respuesta. —Está bien —respondí escueta. Paseamos por la zona del parque en principio en silencio, intentando acomodarnos a estar de nuevo juntos. Yo no sabía que decir, y a él se le notaba nervioso. Pero de pronto, Isaac se paró y me cogió la mano. —Nai, escúchame, necesito contarte qué me pasó o voy a morir ahogado por mis propias palabras. Fuí a hablar y me puso el dedo índice sobre mis labios. — Por favor Nai, déjame que lo diga todo de tirón porque si no a lo mejor me arrepiento y no me perdonaré nunca no haber sido sincero contigo del todo. Porque creo que te lo mereces y que he sido totalmente injusto contigo todo este tiempo. Lo primero de todo quiero que sepas que mi intención, en ningún caso, fue hacerte daño, pero necesité marchar y poner distancia entre nosotros porque si no iba a morirme —me apretó las manos entre las suyas y fijó su mirada con firmeza en la mía— Nai, te quiero. Te quiero más que a nada en este mundo. Te quiero desde que éramos unos niños, cuando me llamas “niño” me haces sentir especial, te quiero tanto que hasta me duele tenerte cerca y no poder besarte. Cuando te dije que me marchaba a Londres lo hice porque no aguantaba más tenerte sólo como amiga. Lo dejé con Rosa antes de irme, porque le dije que estaba enamorado de ti y no podía seguir mintiéndome más e intentar fingir que no te quería. Cuando te conté que me iba y me abrazaste y me preguntaste que si la ruptura con Rosa era el motivo de mi marcha, te miré y deseé besarte con fuerza y decirte que te quería, que te amaba, que daría lo que fuera porque me quisieras tu también…En Londres me sentía morir cuando colgaba el teléfono después de hablar contigo, no verte era horrible Nai. Por eso hice algo tan egoísta y cobarde como cambiar de número.

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Te juro que no lo soportaba. Te quiero mi niña, jamás te he dejado de querer. Me quede inmóvil, perpleja, tragué saliva varias veces, bajé la mirada porque necesitaba que todo lo que acababa de escuchar mi cabeza lo asimilara. Estaba algo aturdida. Jamás pensé que yo fuera la razón de su marcha. ¿Cómo había estado tan ciega? Estaba enamorado de mí… —Dime algo por favor —susurró apoyando su frente en la mía— Por favor… me voy a volver loco. Separamos nuestras frentes y le miré, con los ojos empañados. No me salían las palabras, tenía un nudo en la garganta. Suspiré. Tragué saliva y le miré los labios. Él esperaba impaciente, mirándome con los ojos muy abiertos y expectantes. Me acerqué con decisión y le besé. El aceptó ese beso como quien se agarra a un salvavidas. Me abrazó y yo hice lo mismo. Nos besamos con pasión y nervios. Me separé despacio de él y puse mis manos sobre su pecho. — ¿Te vale como respuesta… niño? —dije con una tímida sonrisa. Automáticamente una gran sonrisa se dibujó en su cara. Su gesto se relajó y me abrazó cogiéndome de la cintura y alzándome del suelo. Yo también le quería, yo también estaba enamorada, el día que me dijo que se marchaba creí morir cuando llegué a casa. En ese momento fue cuando realmente me dí cuenta de que sentía algo más por Isaac que una amistad. Y cuando ya no pude localizarle me reproché no haber hecho nada para que se quedara y hacerle ver que podríamos ser algo más. Pero por suerte ha vuelto a mi vida, y lo ha hecho para quedarse. Ése fue el principio de una relación en la que los dos nos queremos con locura y nos los demostramos a diario, aprovechando el tiempo que perdimos por no ser sinceros con nuestros sentimientos… ¿Quien dice que amistad y amor son incompatibles?

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Raquel G. Estruch

Entrevista por Feli Ramos Cerezo

Raquel G. Estruch nos presenta “La loca del coño” Raquel G. Estruch nos sorprendía hace unas semanas con el anuncio de la publicación el próximo diciembre de su nueva novela “La loca del coño”. Un proyecto atípico y que en pocas horas revolucionó las redes. Repasemos la trayectoria de la autora antes de hablar de ella.

¿Quién es Raquel G. Estruch? Raquel G. Estruch (Benidorm, Alicante. 1973). Siempre que repaso mi vida la encuentro llena de libros y de miles de historias que me han llevado a convertirme en la persona que soy. Aprendí a leer siendo muy pequeña. Supongo que esto ya era un indicio de lo que iba a ser mi vida más adelante. En cuanto supe a escribir todo tuvo sentido para mí. Recuerdo tardes enteras de verano sentada en el suelo de la terraza de casa de mi madre escribiendo todo aquello que se me pasaba por la mente. Con los años aquella afición fue creciendo. Mi necesidad de contar historias a los demás también. Por eso decidí estudiar Periodismo, profesión a la que le he dedicado casi veinte años de mi vida y que forma parte de mí. Ahora las circunstancias de mi vida han cambiado y esa misma necesidad de contar, de expresarme surge en forma de novelas, de libros, de personajes con los que cada día vivo y sueño un poco más. He logrado publicar con éxito mi primera trilogía: “Bésame mucho”, “Bésame ahora” y “Bésame siempre”. Espero poder compartir un montón de proyectos nuevos con vosotros en el 2016.

Conozcamos un poco, ahora sí, de qué trata su nueva novela. Sinopsis: Antonia Conesa Cara tiene 40 años y es carnicera. Lleva casada desde los 20 con Pepe, alias “el levantito”. Lo llaman así porque, desde que se quedó en paro, se pasa la vida en el bar. Hace cosa de un año “le dio un aire” y se le quedó la boca un poco torcida. Tienen un hijo, Manu, que estudia segundo de bachiller pero que también se dedica a trapichear con drogas. Una mañana Antonia se levanta con un terrible dolor de cabeza y va al botiquín a por un ibuprofeno. Desconoce que es allí donde su hijo guarda la mercancía. Cuando llega al trabajo empieza a encontrarse mal pero muy bien al mismo tiempo. Durante el tiempo que le dura el cuelgue de la pastilla que se ha tomado se verá a sí misma en otra vida, en otro mundo. Cuando se recupere querrá tener todo aquello que ha vivido de forma tan intensa durante las últimas horas. Se vendrá arriba y empezará por querer cambiarse a ella misma y, con la ayuda de Beni, su mejor amiga desde la infancia, emprenderá la ardua tarea de recuperar los últimos veinte años de su vida.

Charlamos con la autora sobre La loca del coño y mucho más. Después de la trilogía Bésame, nos has sorprendido con el anuncio de la publicación de forma independiente en diciembre de La loca del coño. ¿Cómo ha surgido la idea de esta locura? ¿Por qué este cambio de registro?

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La idea surgió durante una conversación entre amigas lectoras. Nos estábamos tomando unas cañas y les pregunté si ellas leerían novelas con títulos poco convencionales. Enseguida vino a mi mente “La loca del coño” y ellas enseguida lo acogieron casi con devoción. Días más tarde planteé la misma pregunta en redes sociales. La respuesta de mis seguidores no se hizo esperar. A todos les encantaría poder leer una novela titulada de esta forma. Durante unas horas traté de apartar la idea de la mente mientras intentaba convencerme de que solo había sido eso... Un experimento. Pero mientras trabajaba en otra novela que estoy terminando empezó a surgir en mi mente el argumento de esta nueva novela, los personajes e incluso algunos diálogos. Ahora ya no tenía más remedio que escribirla. En los tres volúmenes de la trilogía “Bésame” hay algunas pinceladas de humor. Hay un personaje en concreto, Montse, que es la protagonista de muchas de las situaciones graciosas que se producen. Sin embargo me apetecía mucho la idea de ir un poco más allá. Controlar menos las formas a la hora de dar voz a los personajes y mostrar su lado más sincero, descarado e incluso ordinario. Me apetece mucho contar una historia en la que los personajes se alejen de los convencionalismos, que se vean inmersos en situaciones de lo más cómicas pero, al mismo tiempo, de lo más dramáticas también. Y quiero mostrar sus reacciones más sinceras cuando vivan situaciones límite. Por lo general no solemos decir cáspitas cuando se nos rompe una uña, por poner un ejemplo. Las palabras que salen de nuestra boca son bastante diferentes. Pues eso es exactamente lo que quiero conseguir con estos personajes: Autenticidad y cercanía. Esta novela va a ser la primera de una serie, ¿qué nos vamos a encontrar en ella? Hablanos de sus personajes. “La loca del coño” está pensada como una serie de novelas que serán autoconclusivas. Es decir, cada uno de los libros tendrá un final cerrado. En ellos, los protagonistas se tendrán que enfrentar a diferentes situaciones de la vida, algunas de ellas bastante dramáticas pero que, dada precisamente su dureza, terminarán convirtiéndose en comedia. Esta serie tiene como protagonista a Antonia, una mujer de cuarenta años, que es carnicera y está casada con Pepe, un albañil reconvertido en camarero al que todos apodan “el levantito”. Lo llaman así porque en una de sus últimas borracheras le dio un ictus ( un aire, como dicen sus amigos) y de ahí le viene el apodo. Tienen un hijo, Jordi, que debería estar en la universidad pero que, después de no conseguir la nota de selectividad que quería para entrar a estudiar Medicina, se ha deprimido mucho. Con sus padres todo el día trabajando fuera de casa, Jordi empezará a hundirse bastante hasta que conoce a Pau, un delincuente del barrio quien lo introducirá en el trapicheo de drogas. Hay dos personajes más destacados en esta serie. Por una parte está Benita (La Beni). Es la mejor amiga de Antonia y también la bibliotecaria del barrio. Tiene un carácter muy extrovertido, siempre va muy arreglada y está animando contínuamente a Toñi a probar cosas nuevas sin demasiado éxito. Aún así ella lo seguirá intentando sin descanso. Por otra parte está Meritxell, la dueña de la carnicería en la que trabaja Antonia. Es una sesentona muy chismosa y descarada pero, al mismo tiempo, tiene muy buenos sentimientos e intentará ayudar a Antonia en sus peores momentos.

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Este proyecto has decidido auto publicarlo, se trata de un proyecto personal que en pocos días ha hecho temblar las redes. ¿Esperabas esta acogida? La verdad es que no. Cuando lancé la pregunta tanto en Facebook como en Twitter pensaba que iban a responder los tres amigos que tengo conocen a la perfección mi lado más friki y salvaje. Sin embargo, a medida que han ido pasando los días, cada vez han sido más los lectores e incluso editoriales que se han interesado por el proyecto. He recibido un montón de mensajes con preguntas sobre la novela, los personajes, la fecha de publicación. En varias ocasiones incluso se me han llegado a bloquear las cuentas con tantas peticiones y comentarios. Lo cierto es que hay momentos en los que me encuentro un poco sobrepasada por la expectativa que esto ha generado. Pero después pienso en lo que me estoy divirtiendo al escribirla y en lo que deseo que disfrutéis cuando la leáis que se me pasa el susto. ¿Cómo definirías la historia de Antonia y su entorno? ¿Por qué crees que ha llamado tanto la atención de las lectoras? La historia de Antonia en realidad es un drama. Es una mujer de 40 años un poco víctima de sus circunstancias. Es la menor de ocho hermanos y que empezó a trabajar en la carnicería cuando tenía 16 para ayudar a su madre en casa. Fue educada para casarse, tener hijos y poco más. De hecho, Antonia no ha salido nunca de Barcelona. Apenas sale de su barrio porque trabaja muchísimas horas y el tiempo que tiene libre se lo dedica por entero a su familia. Su entorno no es el más adecuado para llevar una vida feliz. Pepe no es precisamente un dechado de virtudes ni un hombre del siglo XXI. Más bien sería un digno ejemplar de Atapuerca. Los dos únicos soplos de aire fresco que la protagonista tiene en su vida son su jefa y su mejor amiga. Toda este entorno que, aunque parezca mentira, es bastante habitual podría desencadenar en toda una tragedia. Sin embargo, a través de toda una serie de situaciones muy cómicas e incluso surrealistas, Antonia se dará cuenta de que existe una vida mejor y lo más importante: Que ella se merece la mejor vida posible. ¿Es esta la faceta más gamberra de Raquel G. Estruch? ¿Es este un proyecto aislado o continuarás sorprendiéndonos con novelas muy alejadas de la trilogía ya publicada? Bueno puedo ser más gamberra aún. Los que me conocen bien lo saben. Pero sí... De momento este es el lado más heavy/gore/salvaje que voy a poner por escrito. Hasta ahora todas las situaciones cómicas que he reflejado en mis novelas han estado bastante controladas. También porque el argumento de las historias era otro. Sin embargo, con esta serie parto de la premisa de que todo es posible, cualquier reacción o diálogo puede tener verosimilitud. Así es que puede acabar pasando de todo. De momento se trata de un proyecto aislado que me apetece mucho. Dejar salir ese lado más cínico,mordaz y salvaje que en ocasiones me caracteriza. Si después de esta experiencia los lectores piden más y yo sobrevivo a mis propias ocurrencias, a lo mejor doy otra sorpresa.

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Por otra parte, además de la publicación de la novela que cierra la trilogía este noviembre, Bésame siempre, y la primera entrega de La loca del coño, ¿en qué proyectos andas metida? ¿Qué podremos encontrar en las librerías en 2016? Ahora mismo estoy con tres proyectos que me tienen completamente absorbida. El primero de ellos es una novela romántica titulada “Piensa en mí”que tengo ya bastante avanzada. Es una historia ambientada en diferentes puntos de La Toscana en la que hay misterio, pasión, amor y, en especial, un mensaje sobre las cosas que realmente son importantes en la vida. El segundo es una novela chicklit titulada “Cien días contigo”. Este proyecto está ya perfilado, con todos los esquemas hechos y el argumento de principio que empezaré a escribir ya en diciembre. Es una historia que habla sobre todo del valor de la amistad y en la que hay “empotramientos” a saco, como les gusta a mis lectoras. El tercero es algo que me hace muchísima ilusión porque se trata de una serie sobre uno de los personajes de la trilogía “Bésame”. También está planificado y diseñado. Pero al tratarse de una serie me la tomo con más calma y ya para el año siguiente. Por mi parte espero que tanto “Piensa en mí” como “Cien días contigo” se publiquen en 2016. En eso estamos ahora y... hasta ahí puedo leer:) Por último, ¿algún mensaje a tus fans, lectoras y seguidoras? Simplemente agradeceros el cariño y el apoyo que me estáis dando siempre. Unos días atrás lo comentaba con otros escritores. Hace poco más de un año no me conocían ni en mi casa a la hora de comer. Ahora, por lo menos, me conocen en la del desayuno. Algo he avanzado jajaa. Me conmueve todo lo que me trasmitís. Me siento muy afortunada de tener a lectoras, blogueras, libreros/as y coaches de marketing en todo momento a mi lado para aconsejarme, animarme e incluso levantarme en esos momentos en los que he estado a punto de tirar la toalla. Siempre me he sentido también muy respaldada y bien recibida por las editoriales. Para mí ha sido un auténtico privilegio que personas que se encargan de publicar a grandes autoras en nuestro país hayan tenido siempre tiempo para animarme, preguntarme por mis proyectos e incluso aconsejarme. La verdad es que estos últimos doce meses como autora publicada han sido un sueño del que no me quiero despertar.

Agradezco a la autora su disposición para este artículo y, a vosotras lectoras, os animo a conocer a esta carnicera del Poble Sec, que seguro nos va a producir más de una carcajada.

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Aura cambia las zapatillas por reseña zapatos de tacón Alexandra Roma

Amor, amistad, cambios y aprendizaje en una novela new adult desenfadada, intensa y romántica en la que vivirás el romance como si tú fueras la protagonista. La novela que hará creer que un beso es capaz de cambiar el mundo. Mi nombre es Aura Núñez. Tengo 18 años y este año he abandonado el seno familiar, dejando atrás al santo de mi padre, la maniática de la limpieza de mi madre y el zopenco de mi hermano, para venir a Madrid a estudiar en la Universidad. La meta la tengo clara: quiero crecer, evolucionar, quemar etapas hasta dejar atrás mis converse usadas y calzar unos buenos tacones con los que pasear por la Castellana como la mujer de éxito que aspiro a ser. Pero la experiencia no es tan sencilla como imaginaba. La independencia, mis compañeras de piso, las clases, mis sueños, dudas, y, lo más importante, encontrarme a mí misma en el caos de mi existencia, aprender a vivir. Para complicarlo todo un poco más, conozco a dos chicos, Víctor e Ismael, con los que mi universo cambia irremediablemente. Un cantautor solitario, atractivo, repleto de tatuajes y enigmático, capaz de tocar en lo más profundo de mi corazón con cada nota que arranca a su guitarra y un actor popular, sexy, con una sonrisa arrebatadora y provocador que me asegura que es el protagonista de mi ‘Para siempre’ de cuento de hadas. Y mi mundo se tambalea al descubrir que amar a alguien con los cinco sentidos no siempre es fácil, sumergida en un amor tan intenso, profundo y único que temo que mi pobre corazón no sea capaz de soportarlo, ¿me acompañas en la aventura de mi vida?” RESEÑA: Sigo a la autora desde que publicó su primer libro ambientado en la Alemania nazi, hace unos años. Desde ese momento me hice adicta a sus historias, totalmente distintas entre sí. Esta en concreto habla de la historia de Aura, una joven que abandona todo lo que conoce para adentrarse en Madrid. De Cuenca a la capital ¡menudo cambio! ¿verdad? A pesar de los nervios, la muchacha tiene ganas de empezar su nueva vida, va a cambiar sus zapatillas por zapatos de tacón, escalar hacia una nueva etapa y ella estará preparada para recibirla con los brazos abiertos. Como es obvio, se siente deslumbrada por el ambiente madrileño, poco a poco hará nuevos amigos y encajará perfectamente con sus compañeras de piso. La verdad es que Aura es una de esas personas que irradian felicidad y buen rollo, es bastante alocada y consigue que todos sonrían a su alrededor. En su edificio conocerá a sus dos nuevas mejores amigas, compañeras de piso. Pero también a dos

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chicos muy diferentes... Víctor e Ismael. Ismael es un muchacho bastante retraído, lleva tanto tiempo trabajando como actor, que no sabe cómo es verdaderamente, como si su vida fuera otro guión más. Está perdido y bastante angustiado, su agente le presiona y el mundillo en el que se rodea le envenena. Lo único real es Aura. Al principio, ella cae rendida ¡si es el protagonista de una se sus series favoritas! Poco a poco conocerá a Ismael, dejando a un lado a Nacho -nombre del actor en la serie-. Pero ¿podrán luchar contra los estereotipos y la crueldad del mundo hollywoodense? Por otro lado, está Víctor -mi personaje favorito desde el minuto cero. Sí, desde lo vimos en el escenario- cantautor taciturno y atormentado, bohemio y con una gran personalidad. Tiene las cosas claras, él no busca relación alguna y nunca la tendrá. Estará siempre para Aura, ayudándola en los peores momentos, convirtiéndose en su mejor amigo. Le enseñará la magia que esconde Madrid, a través del arte, recorrerán juntos hasta el último rincón. Sí, hay un buen triángulo amoroso, creo que sé quién va a ser el ganador, aunque temo la segunda parte... Lo siento pero ¡quiero que se quede con Víctor! Aunque admito a Ismael tampoco le haría ascos... Hay que ponerse en la piel de una chica de dieciocho, a mí no me costó mucho porque los abandoné hace relativamente poco... pero sí que hay que intentar meterse en el “papel”, para entender ciertas actuaciones. Cierto es que algunas no entendí, por ejemplo el momentohighlander, creo que se pasó de alocada... En cuanto al estilo, Alexandra Roma tiene una escritura fresca y directa, con muchos diálogos y descripciones escuetas, dando mucho ritmo a la historia, he leído más de trescientas páginas como si se trataran de sesenta. Sí que he notado, sobre todo al principio, algunos párrafos que los escribiría de otra forma, a veces he notado un abuso de comas y... de “rizar el rizo”, se podría decir lo mismo de una forma más clara y corta, creo que hubiese quedado mejor. Una novela divertida, amarga pero también dulce, donde veremos la evolución de Aura. La acompañaremos en el arduo camino que tendrá que hacer para conseguir los zapatos de tacón - con lo cómodas que son las Converse...Por si no había quedado claro: #TeamVíctor MUY BUENO

Marta Fdez

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En otra órbita

Por D. W. Nichols

Steampunk: Esos chalados con sus locos cacharros Qué es el Steampunk Pues no es fácil de explicar, no sin enrollarse sobremanera. Básicamente, nació como una corriente literaria dentro de la ciencia ficción, allá por los años ochenta, y que con el tiempo ha derivado en un movimiento cultural ligeramente contractual, y que se inspira en la II Revolución Industrial (1850-1910). Está enmarcada dentro de lo que se llama retrofuturismo (Steampunk, Dieselpunk, Atompunk y Bitpunk) , y habla de pasados (y futuros) alternativos, en que la tecnología ha evolucionado de diferente manera a la conocida. En el caso del Steampunk, la base de su tecnología es el vapor, el carbón y la mecánica, con máquinas llenas de engranajes, normalmente gigantescas y visualmente muy impactantes.

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Fue gestada por tres escritores que se convirtieron en iconos de esta corriente literaria: K. W. Jeter, James P. Blaylock, y Tim Powers; y bebe directamente de tres grandes clásicos de la literatura de ciencia ficción: H.G. Wells, Julio Verne y Mary Shelley. En contrapartida al Cyberpunk, la «otra» corriente literaria futurista que estuvo muy de moda en los ochenta, y cuyas novelas nos hablan de un futuro altamente tecnificado, «tecnocratizado», y «cibernetizado», el Steampunk es «como cierta transición espiritual hacia el romanticismo oscuro, en afinidad creciente con las tendencias góticas, que se manifiesta muy acusada al compararse con primigenias inspiraciones victorianas de corte más dickensiano» (Revista Leer). Simplificando, el Steampunk nos habla de una sociedad en la que están muy presentes los valores y la estética de la época victoriana, y los inventos que se produjeron en aquella época, desarrollados y magnificados hasta lo imposible. Si quieres internarte en este apasionante mundo, yo te recomiendo que lo hagas con Las puertas de Anubis, de Tim Powers (Ed. Gigamesh), una novela repleta de aventuras, magia, viajes en el tiempo, hombres lobo, gitanos romaní y un payaso absolutamente terrorífico, dueño y señor de los bajos fondos. Toda una aventura. Pero si prefieres el mercado nacional, puedes empezar leyendo El mapa del tiempo, de Félix J. Palma (Alianza Editorial). Yo aún lo tengo pendiente, pero todas las críticas han dicho maravillas de esta novela.

III EUROSTEAMCON BARCELONA 2015-10-05 Los pasados 3 y 4 de octubre, se celebró en Barcelona la III Convención Steampunk, que reunió un considerable número de seguidores de esta corriente cultural. Los stands, repletos de objetos, ropa, libros y juegos, fueron el plato fuerte. En ellos podíamos encontrar desde colgantes, relojes, pulseras, máscaras... hasta sombreros y ropa. Y en la sala de actos se realizaron diversas charlas y presentaciones de libros.

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En el escenario, pudimos asistir a los inevitables duelos de té. Una cosa que puede parecer sosa y absurda, pero que se convierte en divertida y emocionante cuando los participantes son simpáticos y saben meterse al público en el bolsillo. ¿Qué es un duelo de té? Una de las cosas más características de la época victoriana, eran los duelos que se celebraban al alba entre dos caballeros, para restaurar el honor de uno de ellos. Se celebraban a esas horas y en lugares solitarios, porque estaban prohibidos por la ley y sus participantes podían acabar en la cárcel. Los seguidores del Steampunk, mucho más civilizados que sus predecesores, unieron esta debilidad con otro de los iconos de la Inglaterra de aquella época: el té. Se presentan los duelistas con sus padrinos ante una mesa con una tetera, dos tazas de té y tres galletas. También están presentes el Maestro de la Tetera (encargado de supervisar que la temperatura del té sea el adecuado, y

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que las tazas y la tetera cumplan las normativas), y del Maestro de la Merienda (el encargado de suministrar las galletas reglamentarias, pues no sirve cualquier galleta ni cualquier marca). Una vez sentados los duelistas, el Maestro de la Tetera sirve el té en las tazas, y proceden a sumergirla en el brebaje. Y ahí empieza el duelo, pues en cuanto el Maestro indica que pueden sacarlas, han de mantenerlas derechas, evitando que se desmoronen. Es una prueba de control, destreza y sangre fría, pues hay que sujetar la galleta evitando que se desmorone, más tiempo que el contrincante, y después conseguir llevársela a la boca sin que se nos caiga encima. Todo un reto. La parte más divertida fue el concurso de Villanos, en el que una serie de personajes sacados de la pesadilla más surrealista, nos presentaron sus vestimentas y sus planes para dominar el mundo, algunos con mucha gracia, otros más bien sosos, pero todos absolutamente terroríficos. Un día muy divertido, y en el que me hice con algunas cositas preciosas que han ido a parar a mi caja de las maravillas.

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Persiguiendo un sueño

Primer capítulo por Paola C Álvarez Capítulo 1 Texas, 1984 John estaba encogido sobre sí mismo debajo de la mesa, tapándose los oídos con las manos y los ojos apretados. El llanto de su hermana pequeña cada vez era más fuerte mientras su madre, desesperada, intentaba calmarla bajo los gritos continuos del borracho de su padre. Era imposible que el bebé dejara de llorar si su padre seguía vociferando de aquella manera, pero en su estado de embriaguez no entendía que él era el culpable de su nerviosismo. —¡Haz que se calle de una puta vez o te arrepentirás! —gritó dando un paso tambaleante hacia ella agitando una botella de cerveza vacía de manera amenazante. —Por favor… Cariño… Cálmate… Por favor… — Las lágrimas le nublaban la visión mientras mecía a la niña de apenas ocho meses, que agitaba los brazos moviéndose sin parar.

—¡Maldita puta! Jonathan Grant se abalanzó sobre el cuerpo menudo de su mujer y la empujó con fuerza, haciendo que se tambaleara hacia la mesa y que se golpeara en el costado arrancándole un grito de dolor. John abrió los ojos, que le quemaban con lágrimas de rabia, y se arrastró por el suelo para interponerse entre sus padres. Estaba harto de ver como su padre les maltrataba día tras día, como se gastaba en drogas y alcohol el dinero que su madre ganaba con tanto esfuerzo trabajando en la cafetería, sirviendo comidas doce horas de lunes a domingo. No trabajaba ni hacía intento alguno por buscar un empleo, pasaba las horas bebiendo tirado en el sofá frente a la televisión, tratando a su madre como a una esclava. —¡No la toques, estúpido borracho inútil!—le gritó con furia apretando los puños a ambos lados del cuerpo. No le importaba si ese desecho humano lo mataba, pero no iba a seguir permitiendo que su madre sufriera aquella humillación ni un minuto más. —Pequeño bastardo… ¿Así es cómo me agradeces que te dé un techo y que haya cuidado de ti y de la zorra de tu madre? —dijo arrastrando las palabras y mirándolo con los ojos inyectados en sangre, sorprendido porque aquel niño escuálido que apenas le llegaba a la cintura le hiciera frente. —Tú solo cuidas de ti mismo, ¡lárgate de una vez y déjanos en paz! —¡¿Cómo te atreves a hablarle así a tu padre?! El hombre levantó el puño con la intención de pegarle, pero su madre se colocó entre ambos dándole la espalda para proteger a sus hijos recibiendo el golpe en su lugar. Cerró los ojos y se mordió el labio para evitar gritar y no asustar aún más a sus pequeños. Cuando volvió a abrirlos los fijó en su hijo de siete años, que la miraba a su vez con los suyos abiertos como platos, asustado pero con determinación y comprendió que aquello tenía que acabar. Su vida era un infierno desde que aquel desgraciado la dejó embarazada con quince años. Le prometió una casa, una familia, le dijo que cuidaría de ellos y que serían felices, pero nunca llegó a cumplir ninguna de sus promesas. Como no llegó a terminar el instituto, encontrar un trabajo se convirtió en una odisea de la que pronto se cansó, así que fue ella la que tuvo que ponerse a trabajar inmediatamente tras dar a luz; el poco

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dinero que ganaba solo alcanzaba para pagar un diminuto apartamento en el gueto de Gulfton, un barrio marginal al oeste de Houston lleno de inmigrantes y cuya delincuencia era de las más altas de la ciudad. Siempre había soñado con tener una casita de madera blanca y un jardín y había trabajado muy arduamente para conseguirlo, ahorrando hasta el último céntimo que ganaba como camarera, pero ese sueño también se truncó cuando el miserable de su marido empezó a gastarse su dinero en alcohol convirtiéndose en lo que era ahora: un maldito borracho que ni la quería ni la respetaba. Pero aquello acabaría esa noche, que ejerciera su violencia contra sus hijos era la gota que colmaba el vaso. —Cógela y vete… —le susurró a su hijo entregándole a la niña. John empezó a negar con la cabeza sin querer dejar a su madre sola con aquel animal, pero no tuvo elección cuando ella depositó al bebé en sus brazos. —Cariño, ¿confías en mí? —le preguntó ignorando los insultos y los gritos de su marido tras su espalda. El niño atinó a asentir limpiándose los mocos con la manga de la camiseta y apretando a su hermana contra su pecho. —Ve a casa de la señora Gilles y llama a la policía. No vuelvas aquí hasta que yo vaya a buscarte, ¿lo has entendido? —Rachel esperó a que su hijo asintiera de nuevo y entonces respiró aliviada, logrando esbozar una sonrisa—. Te quiero, ¡vete! John corrió sorteando a su padre y salió a la calle sin detenerse ni mirar atrás. La señora Gilles siempre les había ayudado, vivía al otro lado de la calle y solía cuidar a la pequeña mientras él estaba en el colegio y su madre trabajaba. A veces les hacía bizcochos y tartas para merendar y siempre tenía una chocolatina preparada para él cuando iba a recoger al bebé tras acabar sus clases. La anciana abrió la puerta incluso antes de que John llegara hasta ella y lo abrazó contra su pecho con los ojos anegados de lágrimas y el corazón lleno de pena. Era testigo silencioso de todas aquellas peleas y palizas que Rachel y sus hijos sufrían a diario, pero no podía hacer nada si ella no denunciaba a su marido, y aunque siempre llamaba a la policía cuando la situación se ponía muy violenta, constantemente se marchaban tristes y decepcionados porque Rachel no diera el paso para alejar a ese hombre de su vida. —¡Señora Gilles, por favor, llame a la policía! —le suplicó el niño agarrando con fuerza el borde de su falda. —Ya lo he hecho, cariño, tranquilo. —Cogió a la niña en brazos, que enseguida empezó a chuparse el dedo, e intentó sonreír—. ¿Tienes hambre? ¿Has cenado? —le preguntó con infinita dulzura. John negó con la cabeza mientras sus ojos se desviaban hacia su casa una y otra vez. La anciana cerró la puerta y los llevó hacia la cocina, rezando para que la policía llegara a tiempo. El sargento Barroso apenas tardó cinco minutos en personarse en la casa de los Grant desde que recibió la llamada de la central. Él y su compañero estaban acostumbrados a aquellas visitas nocturnas que cada vez se producían con mayor asiduidad y siempre iba con la misma esperanza de que Rachel recapacitara y denunciara a aquel bastardo. Verla cada mañana servirle un café y un trozo de tarta de limón durante su descanso, con esa expresión triste y desamparada, le rompía el alma, pero si ella no daba el paso la policía no podía hacer nada y vivía temiendo llegar un día demasiado tarde y encontrarla muerta. Aparcó sobre la acera sin ninguna ceremonia y sacó la porra de su funda más que dispuesto a usarla mientras corría hacia el apartamento. No tuvo que esperar a que contestaran, al tocar la puerta para llamar ésta se abrió con un crujido invitándole a entrar. Miró a su compañero, que inmediatamente sacó su arma, y le dio un empujón a la puerta, la cual golpeó la pared con fuerza sobresaltando a ambos, momento que Rachel aprovechó para soltarse del agarre de su marido y

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correr hacia el policía sollozando mientras Jonathan intentaba sujetarla sin conseguirlo. —¿Estás bien? —le preguntó el sargento separándola de él para mirarla con atención y su compañero sujetaba a Grant contra la pared, esperando una señal para esposarlo. Rachel asintió llorando sin parar, aliviada porque todo hubiera acabado. Tenía el labio roto y sentía la parte derecha del rostro ardiendo, seguramente le saldría un moratón, pero de buena gana exhibiría sus heridas si no volvía a ver a ese malnacido nunca más. —Rachel, tienes que denunciarlo, sabes que esto no puede seguir así, ¿verdad? —Lo sé, por favor, Gus… ¡Ayúdame! El sargento de origen mexicano no tuvo que decir nada más mientras su compañero esposaba a Grant, que la miraba sin ocultar el asco y la repugnancia que sentía hacia ella. —¿Dónde está Johnny? —Lo mandé con Lizzy a casa de mi vecina. Necesito verlos, tengo que ver a mis niños… — murmuró mirando hacia el exterior con la mirada desquiciada. —Tranquilízate, los verás en un momento. Te acompañaré al hospital para que te vea un médico, ¿de acuerdo? Si estás más cómoda con una mujer, puedo llamar… —¡No necesito ir a un hospital! ―exclamó intentando desasirse. —Rachel, escúchame. Necesitamos un informe médico que evalúe el maltrato. Iremos al hospital y después a la comisaría, ¿crees que tu vecina podría quedarse con ellos un par de horas? Si no, avisaré a alguien de asistencia social que se ocupe de ellos. —Se lo pediré, no quiero que mis hijos estén con desconocidos —consintió. —De acuerdo, vamos. El policía le puso su chaqueta sobre los hombros y la acompañó fuera. Durante un momento, los ojos de Rachel se cruzaron con los de su marido, que destilaban tal odio que no pudo evitar encogerse hacia el policía. —¡Esto no quedará así! ¿Me oyes, puta? ¡Me lo pagarás! —¡Calla, imbécil! El único que va a pagar aquí eres tú —exclamó el otro policía introduciéndolo en el coche a la fuerza. —No le hagas caso, no te tocará mientras yo esté aquí —le susurró Barroso apartándola de allí. Pero Rachel no le escuchó, había visto a su hijo junto a la señora Gilles observando por la ventana y solo quería llegar hasta él. Se deshizo del abrazo del policía y caminó hacia la casa de su vecina trastabillando con sus propios pies, John salió a su encuentro y ella cayó de rodillas para recibir el abrazo de su hijo. —¡Mamá! —¿Estás bien? ¿Y tu hermana? —le preguntó sujetándole el rostro con ambas manos para mirarlo. —Se ha dormido… Mamá, ¿ya no volverá a hacerte daño? —No, cariño, nunca más nos hará daño, te lo prometo. Rachel abrazó de nuevo a su hijo mientras el coche patrulla se alejaba de allí con las luces de la sirena centelleando en la oscuridad. —Rachel… Ella levantó la cabeza y asintió en dirección al sargento, se separó de su hijo, al que sonrió y peinó con los dedos, y se levantó para mirar a la anciana. —Muchas gracias por cuidar de ellos, señora Gilles. —¿Estás bien? —le preguntó la mujer sin apartar la mirada horrorizada de su rostro, que empezaba a amoratarse e hincharse. —Tengo que pedirle otro favor. Tengo que ir al hospital y después a la comisaría, ¿podría quedarse con mis niños esta noche? —le pidió suplicante.

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—Todo el tiempo que necesites, hija. —La mujer la abrazó provocando que Rachel se echara a temblar. No quería llorar porque sabía que si empezaba no sería capaz de parar, pero no pudo evitar que un sollozo desconsolado se escapara de sus labios. Durante unos minutos se dejó consolar por su vecina y después se enderezó, tenía que ser fuerte, si no por ella, sí por sus hijos y miró a John, que la agarraba de la camiseta negando con la cabeza. —Cariño… —¡Quiero ir contigo! —Escucha, Johnny, te prometo que no me separaré de tu madre ni un segundo, ¿de acuerdo? La traeré de vuelta antes de que te despiertes por la mañana ―intervino Barroso, agachándose hasta quedar a la altura de la mirada desconfiada del niño. —¿Cuidarás de Lizzy por mí? John miró a su madre y asintió antes de abrazarla. —Gracias, cariño. Haz caso a todo lo que te diga la señora Gilles, ¿vale? Confío en ti. Rachel se alejó con el policía hacia una segunda patrulla que acaba de llegar, Gus le abrió la puerta del coche y ella giró la cabeza para mirar a su hijo mientras se subía al vehículo. Se veía tan pequeño y desamparado que sintió un nudo en el pecho y tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no agarrar el tirador y salir del coche. Esbozó una sonrisa y se despidió con la mano a la vez que notaba como Barroso tomaba asiento junto a ella y le cogía la mano libre. —Estarán bien, ahora lo que importa es que Grant no vuelva a acercarse a vosotros. Ella suspiró sin decir nada, preguntándose por enésima vez en la última media hora si estaba haciendo lo correcto. Urgencias estaba repleto de gente a esa hora de la noche y Rachel se hizo a un lado del mostrador intentando evitar los empellones de las personas que pasaban junto a ella. Tenía frío a pesar de la chaqueta que Gus le había echado sobre los hombros y sentía la cara ardiendo; le dolía el pecho al respirar y el pinchazo que sentía en la muñeca estaba llegando a un punto insoportable. Estaba tan cansada que solo quería acurrucarse en un rincón y cerrar los ojos. —Van a darnos prioridad. Intenta ser lo más específica posible cuando el médico te pregunte, ¿de acuerdo? —le dijo el policía buscando su mirada entre la maraña de rizos que ocultaba la mitad de su rostro. Ella apenas asintió. Solo quería acabar con todos aquellos trámites y volver a casa con sus hijos. La enfermera la acompañó hasta un box que cerró con cortinas mientras le pedía que se desnudara, ella obedeció y se limitó a esbozar alguna que otra mueca mientras el doctor palpaba las zonas especialmente sensibles. Cuando acabó, la miró con algo parecido a la compasión y le aseguró que tardaría unos minutos en hacer el parte de lesiones. —Espero que el cabrón que te ha hecho esto tenga lo que se merece —le susurró la enfermera una vez que el médico las dejó a solas. Rachel la miró y consiguió sonreír. Ella solo deseaba que nunca más se acercara a ella o a sus hijos, lo que él hiciera con su vida a partir de entonces no le importaba lo más mínimo. Tras salir del hospital, Gus la acompañó hasta la comisaría de su distrito para poner la denuncia. El tiempo se le hizo eterno mientras respondía las decenas de preguntas con milimétrica exactitud. Recordaba nítidamente cada golpe, cada paliza, cada insulto, cada vejación… Habló de la adicción de su marido al alcohol y a las drogas, de las amenazas vertidas sobre ella y sus hijos, sobre la violencia de la que sus niños eran testigos silenciosos. Nunca podría olvidar cada marca que había dejado en su cuerpo ni cada promesa de amor incumplida y, sobre todo, la mirada de sus ojos llena de odio. No sabía en qué momento todo se había torcido. Se habían conocido en el instituto y se habían enamorado como dos locos inconscientes, como se enamoran los adolescentes inmaduros; él había

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sido su primer hombre y la pasión y el amor que creía sentir la cegaron por completo. Había desoído los consejos de su abuela creyendo que la mujer quería separarla de Jonathan cuando en realidad solo quería protegerla y ahora lamentaba profundamente haberse escapado de casa creyendo en sus absurdas promesas. Lo único que había salido bueno de todo aquello eran sus pequeños, sus hijos eran su vida entera y a pesar de su juventud, la responsabilidad que suponía tenerlos solo la hacía más fuerte. No pudo evitar dormirse en el viaje de vuelta a su barrio, apenas podía mantener los ojos abiertos y las palabras de Gus avisándola de que ya habían llegado a su destino entraron en su ensoñación como un murmullo amortiguado. Parpadeó para aclararse la vista y enfocó los ojos en los del policía, se sintió incómoda y se atusó el pelo con los dedos, que quedaban enredados entre los rizos. Suspiró quedamente. El pelo era el menor de sus problemas. —Sé que ha sido duro, pero has dado un primer paso importantísimo. Esta noche ese desgraciado dormirá en el calabozo pero recuerda que, al ser la primera vez que le denuncias, mañana estará de nuevo en la calle. Hasta que el juez no dictamine una orden de alejamiento no vayas a trabajar ni dejes a los niños solos, ¿me has entendido? Y si tu vecina no quiere o no puede acogeros, podemos solicitar plaza en un centro, al menos hasta que se regularice el divorcio. —Gracias por todo, Gus, no habría podido hacerlo sin ti —le dijo dándole un beso en la mejilla. —Tienes mi número particular, llámame para lo que sea, a la hora que sea. —Rachel asintió y salió del vehículo; se apresuró a llegar a la puerta de la casa y tocó con suavidad. La señora Gilles le abrió enseguida y la abrazó con cariño acompañándola al interior. Barroso no apartó la vista de la casa hasta pasados unos minutos, indeciso a dejarla sola. Lo que sentía por aquella mujer iba mucho más allá del simple deber como policía, pero tal vez, cuando todo aquello se solucionara, tuvieran una nueva oportunidad. Arrancó de nuevo el motor y se alejó de allí. Tal vez debería irse él también a casa y dormir un poco, su turno hacía rato que había expirado, pero no se fiaba de Grant. Ese hombre era peligroso e impredecible y no pensaba quitarle la vista de encima, aunque tuviera que hacer turnos triples. Le haría saber que Rachel no estaba sola y que si se le ocurría acercarse a ella, tendría problemas más gordos que los que pudieran causarle los camellos que solía frecuentar. Jonathan Grant había pasado una de las noches más difíciles de su vida, le dolía la espalda y le asqueaba su propio olor, tenía el pelo pegado a la coronilla y la camisa sucia; su desaliño era el propio de un hombre que ha dormido en el calabozo y no estaba nada contento. La rabia latente que dormía bajo su piel amenazaba con abrasarlo y su único pensamiento era el de hacerle pagar a Rachel su traición. Recogió sus objetos personales y la citación para tres días después en la que tendría que dar sus explicaciones al juez. Durante las horas de desvelo había tenido tiempo de pensar una estrategia para su venganza, asumiría todos los cargos que se presentaran contra él, sería un hombre arrepentido dispuesto a redimirse por sus hijos y, cuando menos lo esperaran, daría su estocada mortal. Salió al exterior y la luz del sol le cegó, provocando que entrecerrara los ojos, un movimiento junto a él llamó su atención y giró la cabeza para encontrarse con el rostro serio de Barroso. —No te acerques a ellos o lo lamentarás —le dijo el policía antes de bajar el resto de escalones que lo separaban de la calle, dándole la espalda a Grant y perdiendo la oportunidad de ver su sonrisa desquiciada cercana a la locura.

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Comenzar desde cero

Relato por Emary R F Hace tres meses.

¿Por qué? No lo entendía. Ayer era feliz. Hoy… hoy era…no era nada. Nada. Se sentía miserable. Sola. Abandonada. Si, así se sentía. En el pecho había algo que dolía y mucho. Se llevó una mano a la zona y la palpó. No había nada. Pero aun así dolía. Sollozó y se acurrucó en el sofá de casa. Los días que siguieron, no fue consciente de casi nada. Solo había una cosa clara. Él se había ido. Hoy. Aun debía esperar a que sus compañeros terminaran de limpiar para poder cerrar e irse a casa. Y ya eran las 00:30 de la noche. Suspiró cerrando la caja registradora. El día no había ido mal del todo hoy. — Ali nos vamos ya — grito desde la puerta Alex. — Ok. Hasta mañana chicos. Tras esas escuetas palabras se quedó sola. Reviso todo el local y finalmente cogió su bolso y salió. Miro malhumorada las dos bolsas de basura que había en la puerta y maldijo por lo bajo. Ya se habían vuelto a olvidar la basura. Y de nuevo le tocaba a ella llevarla al contenedor. ¿Lo mejor? Que el más próximo estaba a unos 400mts. Y hacia frio. Mucho frio. El invierno había entrado con fuerza. Armándose de valor cogió las bolsas y echó a andar. No había nadie en la calle. ¿Cómo iba a haberla? Trabajaba en un bar situado en el polígono industrial de su ciudad. A esas horas con todas las fábricas y negocios cerrados no había nadie. Y eso nunca le gustó. Tras tirar las bolsas al contenedor puso rumbo a su coche. Se arrebujo bien en el abrigo. El uniforme era un asco. Falda azul, camisa celeste y una rebeca del mismo tono que la falda. Las medias color carne eran tupidas y los zapatos negros con un poco de tacón bastante cómodos pues para su trabajo necesitaba un calzado cómodo ante todo. El sonido de sus pasos retumbaba en la zona. Faltaba poco para llegar a su coche. Pero entonces lo vio. Frunció el entrecejo mirando a su vehículo. Había alguien apoyado contra el coche. Miro alrededor. Nadie. Trago saliva y saco el móvil por si acaso. Además busco el spray de pimienta que llevaba siempre encima y camino dubitativa hacia el coche. — Hola Ali. Ali se quedó de piedra. No, no, no, no y no. Sencillamente NO PODIA SER. Esa voz. Su pasado cobro vida de nuevo. Sus miedos la golpearon con fuerza. Y su cuerpo empezó a temblar, y no de frio precisamente. — Tú. ¿Qué haces aquí? – preguntó secamente. — Vine a verte. ¿Qué si no? – susurro con esa voz melosa tan característica de él. — Ya me has visto. Ahora…vete. Él sonrió y separándose del vehículo se acercó a ella. Esta dio un paso atrás. Pero pareció arrepentirse y camino hacia su coche pasando junto a él. Éste la sujeto por el brazo y tiro de ella para acercarla a su cuerpo. — ¿No vas a perdonarme nunca? – le pregunto cerca de su rostro. — Jamás. Suéltame… — Dímelo mirándome a la cara y lo hare. Te soltare y me iré. Para siempre Ali. Para siempre, lo juro. Ella lo miro y se perdió en su mirada. Esos ojos que tanto amaba… No, no. Amó. Eso sí, los amó, pero ya no. — Suéltame – consiguió decir titubeante. Él la miro y sonrió. Y entonces la besó. Rodeo su nuca con una mano y la besó con una pasión desbordante. Ella empujó contra su pecho pero él la mantuvo en el lugar. Tomó su boca y la apretó contra su cuerpo. Finalmente, todos los recuerdos se concentraron para hacerla temblar.

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Acepto el beso que él le daba hasta que volvió a oírlo sonreír. Entonces lo abofeteo. — Suéltame – repitió, esta vez tajante. Él la miro serio. Su mandíbula estaba tensa. Ella trago saliva y se apartó por fin del cuerpo masculino cuando aflojo su agarre. Se metió en el coche y arranco tras echar el cierre interior. Él no dejó de mirarla en ningún momento y cuando ella iba a poner el coche en marcha se puso delante. — Volverás a mi Ali. Hare que me perdones. – sacó del bolsillo de su chaqueta de cuero negra algo. Se lo mostró y ella se quedó anonadada. Era…era…Pipi, un muñeco que ella tenía desde pequeña y le regalo el día que creyó ser la mujer más feliz del universo. Aun lo conservaba. ¿Por qué? No tenía sentido. Sintió que los ojos se le nublaban y entonces se dio cuenta de que lloraba. – ¿Lo ves? Aun lo conservo. Lo miro cada vez que quiero sentirte cerca. Ali sollozo. Aferro con fuerza el volante. No podía perdonarle. Dioses tenía tantos sentimientos encontrados. Finalmente él, Tommy, ese que había sido su mundo un día, se apartó. Lo volvía a ver tras 3 meses. Se fue un día de repente. Sin decir ni un mísero adiós. Ella lo buscó, lo llamó, hizo todo lo habido y por haber. Su vida no fue de color rosa. Tommy la saco del pozo en el que estaba. Y luego la abandonó, como si nada. Sin razón alguna. Y ahora se presentaba ante ella. Bajo del coche y sin cerrar la puerta de éste, le pregunto: — ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? – sollozo mirándolo. — Ali… es complicado. – contesto mirándola. Estaba roto de verla llorar. Dio un paso hacia ella pero esta le detuvo con un gesto de la mano. – Por favor, necesito tiempo pequeña. — Lo siento Tommy. Te hubiera dado tiempo tras la primera semana…quizás las dos primeras semanas. Pero no ahora. Han pasado tres meses. ¡Tres! – solloza. – Adiós Tommy. Volvió a meterse en el coche y salió huyendo de allí. Las lágrimas le impedían ver bien pero aun así continuo conduciendo, mientras, por el retrovisor, veía la silueta de Tommy aun siguiéndola con la mirada. Se limpió las lágrimas de un manotazo y entonces… hubo un fuerte golpe y después todo se volvió negro. 10 días después. En algún hospital. Tommy estaba sentado en un incómodo butacón. Frente a él, una cama de hospital con un menudo cuerpo dormido. Diez días llevaba así. Diez días de agonía. Tras volver de Siria por un encargo en su “trabajo”, lo menos que esperaba era estar así. Venía dispuesto a recuperar a la mujer de su vida. Esa que tuvo que dejar sin poder si quiera despedirse. Pero así era su vida. O lo había sido, eso ya se había acabado. Este había sido su último encargo. Lo había abandonado todo, por ella. Ali. Su preciosa muchacha de cabellos dorados y una mirada limpia y confiada. Suspiro y se levantó para ir junto a ella. Esperaba por los dioses que despertara algún día. La quería a su lado. Tomo la mano femenina y la beso. Le hablaba a diario. Besaba su rostro, sus parpados, sus labios. Los médicos le animaban a ello. Ella solo lo tenía a él. Y haría lo que fuera por ella. Por traerla de vuelta de este coma. Coma. Cerro los ojos y tomo aire despacio. De todos es sabido que el coma es… “Pi”. Giro el rostro a una de las tantas maquinas que estaban conectadas a Ali. ¿Lo habría soñado? “Pi”. Dioses, no, no lo había soñado. Salió corriendo a llamar a las enfermeras. Su pequeña estaba reaccionando. Cuando volvió a la habitación la miro. — Ali, por fin. —¿Ali? —susurro con un sonido apenas audible y la voz grave ella. Tommy se quedó petrificado. La miró y negó con la cabeza. En ese instante el servicio médico del hospital irrumpió en la habitación echándolo al pasillo. El amor de su vida…tenía amnesia. ¿Qué iba a hacer ahora? Cerró los ojos acongojado. Luchar, eso haría. Luchar por ella y comenzar desde cero.

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Celia Velasco-Saorí

Entrevista por Feli Ramos Cerezo

Hoy vamos a conocer un poco más a la autora Celia Velasco Saori. Esta polifacética madrileña, mallorquina de adopción, está vinculada al mundo de la Comunicación desde hace más de veinticinco años en su condición de redactora, locutora, editora, publicista, organizadora de eventos, jefa del gabinete de prensa de importantes empresas y un largo etc. Sus novelas hasta la fecha, destacan por tocar temas delicados o poco expuestos dentro de la novela romántica. Trata el sexo de forma libre y sin tapujos, sin florituras, y representa en estas historias, a mujeres que buscan su sitio descubriendo su propia sexualidad. Charlamos con ella, y nos contó cosas realmente interesantes y nos habló de su último proyecto.

Buenas tardes Celia, agradecerte en primer lugar tu disposición para realizar esta pequeña entrevista. Siendo tan polifacética y con una vida profesional ligada a la comunicación y las letras, ¿en qué momento decidiste comenzar a escribir novela? Todo tiene un por qué. Caí en una fuerte depresión al tener que cerrar mi empresa de Comunicación cuando se inició la crisis, pues me dejaron a deber una importante cantidad de dinero, obligándome a despedir e indemnizar a 18 trabajadores, y pagar a mis proveedores. Pasé unos meses de psiquiatras, psicólogos, y sin ganas de levantarme de la cama, hasta que, gracias a mi marido, que fue quien me empujó a escribir, me inicié en este bello oficio. Siempre había tenido facilidad para ello, me gustaba, y estuve diez años siendo redactora de prensa. Y sin darme cuenta, empecé a escribir historias que me salían del alma, dedicándole más de 12 horas cada día. Esa fue mi válvula de escape. Eres una autora auto publicada, que se encarga absolutamente de todo el proceso relativo a sus novelas: corrección, edición, impresión, distribución… Un trabajo laborioso pero con el que estás consiguiendo unos resultados magníficos. ¿Crees que mantener el control sobre tus obras te ha proporcionado libertad para escribir lo que quieres y como lo quieres? ¿Lo cambiarías en pos de comodidad? En absoluto. Disfruto creando historias en las que van surgiendo los personajes, y, entre todos, vamos dándole forma hasta finalizarla. Me gusta controlarlo todo, supervisar hasta el último detalle, creo que no sabría escribir “por encargo”. Empiezo y termino cuando quiero. Pongo la portada que más me gusta. Sale al mercado en el momento que yo decido… Han sido varias editoriales las que se han puesto en contacto conmigo para publicar alguna de mis obras, pero sé que como yo misma ninguna le pondría el mismo cariño y esfuerzo en promocionarla, aunque entiendo que si una buena editorial cree en ti, puedes traspasar fronteras, mi meta no es la de poder vivir de la escritura, sino de que mis novelas lleguen al corazón del lector, y que este la viva con la misma intensidad que yo lo he hecho al narrarla. Como editora de mis propias obras, no tengo capacidad para hacer un gran número de ejemplares, pero he podido comprobar que cuando la presento “en sociedad”, ya cubro casi lo invertido en su edición, pues afortunadamente son muchos los seguidores que tengo y no se pierden una. Después voy haciendo pequeñas presentaciones, casi cada mes, en lugares a los que me llaman, a fin de mantener un coloquio con los lectores sobre la novela. También están a la venta, a través de una

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Distribuidora, en todas las librerías de las Islas Baleares y en los Centros de El Corte Inglés, con lo que puedo llegar a toda España. Y he tenido que subirlas a Amazon, a fin de poder llegar a los seguidores que tenía de otros países, principalmente de Latinoamérica.

Tu debut fue con Los atardeceres de Júlia. En ella nos sorprendes con una historia romántica cargada de drama y tragedia. La historia de una mujer que para encontrarse a sí misma, se zambulle en una espiral de sexo y erotismo desenfrenado. Una novela erótica pero contada de una forma muy diferente a la que estamos acostumbradas a leer dentro del género. ¿Qué supuso para ti esta novela? ¿Crees que existen muchas Julias en nuestra sociedad? No puedes imaginarte cuántas se han identificado con Julia. Es una historia inventada en su totalidad, pero puede ser real como la vida misma. Solo tienes que mirar los cientos de respuestas de lectoras que he recibido (y algunos hombres), y que sigo recibiendo. Es una bella historia de amor, el de una mujer que, tras haber contraído matrimonio con el hombre que decidieron sus padres y haber tenido tres hijos, cuando ellos abandonan el hogar al casarse, se encuentra sola, momento en el que se da cuenta de que como mujer no ha vivido en absoluto, y encuentra, por casualidad, el gran amor de su vida descubriendo por primera vez lo que es la pasión. Después, como la vida no es tan “rosa” como la suelen pintar en las novelas románticas, ocurren las tragedias a las que todos estamos expuestos. En tu siguiente proyecto, sexoenlared.com, nos metiste de lleno en el mundo del sexo virtual. No sólo nos lo descubres, sino que presentas la novela también, como una terapia que puede ayudar a ciertas parejas a replantearse su vida sexual y sentimental. Una novela arriesgada, en la que el trabajo de documentación fue muy minucioso, experimentando incluso, dentro de este tipo de foros para hacer más creíbles a los personajes. ¿Cómo fue adentrarse en un tema tan desconocido y lleno de tabúes? ¿Nos puedes contar alguna anécdota ocurrida en esta etapa? Sexoenlared.com ha sido la novela que más trabajo me ha costado escribir. Principalmente, porque a mí me gusta dejar volar mi imaginación y construir un cuento. Y en esta novela, la protagonista (que es imaginada, al igual que su vida personal), es una escritora de novela romántica de gran éxito, a la que su editora le pide escribir una novela erótica alejándose de lo establecido hasta la fecha: nada de hombres treintañeros, millonarios, guapos… que finalmente se enamoran de una chica de clase inferior, se casan, tienen sus hijos, son felices y comen perdices… Y para conseguirlo, no se me ocurrió más que ir en busca del hombre real, el que se mete en las webs de sexo buscando una cita clandestina. Me hice varios perfiles y me puse manos a la obra. Muchos cientos fueron enviados a la papelera porque eran de los que entraban a matar: “aquí te pillo, aquí te mato”. Y yo necesitaba hombres cultos, educados, que supieran redactar la historia que les pedía: conquistarme a través de un intercambio de emails, en los que se imaginaran cómo sería nuestro primer encuentro. En esos emails debía haber desde romanticismo, hasta pasión sin límites. La dificultad que encontré fue tener que ponerme a su altura a la hora de contestarles,

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pues eran muy buenos, y me demostraron grandes dosis imaginativas. Ellos, por su parte, tampoco entendían que una mujer de mis características (las que yo les decía, y principalmente, lo que les pedía), buscara una cita en este tipo de páginas, por lo que estaban encandilados, y cayeron en mi tela de araña. Sufrí, me excité con sus mensajes, y me sentí culpable por estar engañándoles, ya que esa cita que tanto se estaban trabajando, nunca llegaría a producirse. Pero me quitaba esa culpa de encima, dándome cuenta que hay que buscar canales de investigación para el fin que te propones, y el mío era ese.

Con tu último proyecto, del que ya nos dejas caer a cuentagotas algunos retazos, Don Isidoro, realizas un cambio de tercio y te adentras en un tipo de novela totalmente diferente a las anteriores. En las redes, el protagonista nos va contando pensamientos, deseos y sucesos de su vida que, por lo que parece, ha sido intensa y muy rica en experiencias. ¿Quién es don Isidoro y qué va a contarnos? ¿Cuándo podremos conocerle? “DON ISIDORO: vivir el presente recordando el pasado” Es un octogenario que está anclado en su pasado. Nace en Madrid en 1910, en una familia de alta alcurnia, por lo que vivió muy bien, y en una época de grandes cambios, pasando por una guerra civil y una postguerra. Jugador, amante de los cabarets y mujeriego, a su vejez, habiéndose lapidado la fortuna familiar, solo le queda un edificio en pleno corazón de Madrid. Él vive en el ático, y tiene alquilados los otros cuatro pisos. Cada uno de sus inquilinos tiene una vida apasionante, siempre vinculada de alguna manera con su casero. Su único entretenimiento es ir cada noche a un club donde cuenta a las chicas lo que había sido su vida. Una vida apasionante que, para muchos serán recordadas, y para otros, sorprendentes por no haberlas ni vivido, ni siquiera escuchado. Hay secuestros, buenos y malos, historias de culturas de antaño, nos habla del París bohemio que conoció cuando se refugió con su madre durante la guerra en España… Es una historia apasionante. Aunque actualmente estás inmersa en este último proyecto, ¿tienes ya en mente un siguiente? ¿Nos puedes avanzar algo? Tengo escritas tres novelas más. Una, que será la próxima que publique, tras la de DON ISIDORO, es la de una psicóloga que trabaja en un centro penitenciario, y de las otras no puedo adelantarte nada, pues no quiere decir que, entre tanto, se me ocurra, en una noche de insomnio, algo nuevo. Por último y para finalizar esta charla, ¿cómo definirías tus obras y con qué argumento intentarías tentar a un lector para que disfrutara de ellas? Siempre improviso. Nunca me he hecho un boceto de ninguna de mis novelas. Un día me siento delante del ordenador, y sale lo que sale. Y, como te decía al principio, son los propios personajes que van surgiendo, los que me ayudan a construir una historia. Tras agradecerle a la autora su tiempo y amabilidad, yo os recomiendo que os dejéis tentar por la lectura de sus obras, os vais a llevar una grata sorpresa.

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La búsqueda del perdón

reseña

Fabián Vázquez

Pillado por sorpresa teniendo sexo con su amigo Gahes, Alec es expulsado por su padre, el líder de su manada. Para su sorpresa, su hermano Chayton decide irse con él junto a sus dos mejores amigos, Tomah y Lily, quienes toman la decisión de formar una nueva manada con Alec como su Alfa. Consiguiendo finalmente comprar un pueblo abandonado llamado Silver City piensan que han logrado su hogar definitivo. Pero su sorpresa es mayúscula cuando, al llegar al pueblo, en sus lindes encuentran a cinco personas esperándoles. Un muchacho atormentado por la crueldad de su padre para con su hermano, unos gemelos tratados como parias, una chica castigada por amar a otras mujeres y una mujer en el cuerpo de un pequeño hombre. A pesar de no concer a Alec ni a su manada, para esas personas, formar parte de esa familia será un alivio para el dolor y desprecio que han vivido. Pertenecer a una manada donde nadie los juzgará por lo que son ni por lo que desean ser. La aparición de nuevos cambiantes removerá los corazones de algunos habitantes del pequeño pueblo. Y Alec, como Alfa, tendrá que tomar decisiones que se le volverán en contra una y otra vez. Pero la armoniosa paz que han conseguido en Silver City no durará demasiado tiempo, ya que varios frentes se abrirán dispuestos a romperla. Un padre furioso y un mal más allá de todo límite acechan en las sombras. ¿Podrán obtener el perdón que necesitan y así lograr la ansiada paz que obtendrán derrotando a sus mayores temores? RESEÑA: Intensa, demoledora, apasionada. Así es «La búsqueda del perdón», la primera entrega de la saga «Garras», de Fabián Vázquez. En esta novela, llena de personajes, cada uno con sus propios traumas, asistimos al nacimiento de la manada de Silver City, una manada que será un refugio para todos aquellos inadaptados a causa de su condición sexual diferente, expulsados de sus familias y entorno por ser considerados una aberración en contra de Gea. Pero no solo encontramos a hombres lobo. A lo largo de la historia, en este pueblo peculiar, irán llegando personajes variopintos como hadas, magos, vampiros... incluso una momia. La novela, aunque está centrada en el amor que nace entre el Alfa Alec, un Waya (hombre lobo), y Ben, un Hobraran (hombre oso), no deja nunca de lado la importancia del resto de personajes, cuyos actos son cruciales para el tapiz que nos va desgranando poco a poco este universo distinto, lleno de peculiaridades, magia y hechos extraños. La novela está llena de acción, en todos los sentidos que queráis darle jejejejeje hay tanto acción sexual, como violenta, pues la manada, al poco de establecerse en Silver City, se ve inmersa de lleno en una brutal guerra que puede significar su final. Fabian ha sabido utilizar muy bien toda la imaginería fantástica que tanto nos gusta a los lectores de paranormal, dándole una nueva visión utilizando su propio vocabulario original, pero nos hacemos con rapidez con los conceptos que encierran palabras como Havese, Waya, Formoran, etc. Ha sido como una montaña rusa emocional, que me ha enganchado desde la primera palabra hasta la última. Deseando que salga la continuación, para saber qué pasa con... No, no lo voy a decir. Si quieres saberlo, cómprala y léela.

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D.W. Nichols

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Mini Crónica I Encuentro Romántica Mediterránea Palma de Mallorca Por Feli Ramos Cerezo

Los días 2 y 3 de octubre, se celebró el I Encuentro Romántica Mediterránea en Palma de Mallorca. Congreso cuya organización, formada por: Lis Haley, Maiko Pink, Marisa Romero, Verónika García, Francisca Molina, Alba Pérez, Gabriel Teixidor y Marta de Diego, realizaron un grandísimo trabajo y nos hicieron sentir cómodos y bienvenidos. El viernes, en el Restaurante “LA CANTINA”se realizaron las primeras presentaciones y que dieron el pistoletazo de salida al primer encuentro en esta ciudad. Javier Romero, Tessa C. Martín, Mariah Evans, Lucrecia Muntaner y Mel Caran, fueron los protagonistas de esta tarde de literatura romántica. Ya el sábado, en el fabuloso Hotel Palas Atenea, se congregaron más de cien personas entre lectoras, autoras y editores, para comenzar la jornada literaria que estaría llena de sorpresas. Abrió el acto Megan Maxwell, como madrina del evento, que volvió a mostrar su cercanía y sencillez. La primera mesa, fue la llamada “La voz de la experiencia”, en la que tuvimos el placer de escuchar a Bela Marbel, Rowyn Oliver, Nuria Llop, Megan Maxwell y Javier Romero. Nos contaron sus inicios, sus experiencias y algún otro consejo que recibieron y del que nos hicieron partícipes. Una charla muy divertida y amena que marcaría la tónica del resto. La segunda mesa fue la dedicada a las editoriales. Kiwi, Libros de Seda, Romántic Ediciones y Alfil pusieron su grano de arena, explicándonos cómo trabajan, las novedades que nos traen para 2016 y otras cuestiones que fueron del interés del público, convirtiéndose en una charla distendida y lejos de la seriedad que a veces hemos podido palpar en otros eventos. La tercera mesa, fue la las bloggers y en la que tuve el placer de participar. Las administradoras de Gotas de esencia, El desván de las delicias y Vomitando Mariposas Muertas, pusimos sobre la mesa, nuestras opiniones sobre el mundo de las reseñas, seguidores, lecturas, colaboraciones... resultando

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una charla muy divertida que dio paso al descanso para comer. Ya por la tarde, la mesa “Otra forma de publicar”, fue la encargada de continuar el programa del encuentro. Dama Beltrán, Juanma Carmona, Patricia Sutherland, Encarni Arcoya y Maribel Pont, nos contaron su trayectoria dentro de la auto publicación. La última mesa “Talentos en alza”, capitaneada por Merche Diolch, Iris T. Hernández, Mel Caran, Kris L. Jordan, Patricia A. Miller y Romina Naranjo, fue la que dio cierre a este evento, y en la que las autoras nos contaron sus experiencias, desgraciadamente, no todas buenas dentro del mundillo literario. Aun y así, como en el resto de mesas de ponencia, se impuso el buen rollo y se contaron anécdotas de lo más divertidas. Apuntar que entre una mesa y otra, se realizaron descansos puntuales, en los que asistentes y ponentes se unieron para formar ejemplares, conocerse, charlar, hacer fotos y compartir de forma más personal ese fantástico día. También se realizaron varias rondas de sorteos, en las que lotes de libros, tazas y algún que otro artículo erótico-festivo fueron a parar a manos de los asistentes. Como anécdota, contaros que muchos de estos regalos se los llevaron los asistentes masculinos que nos acompañaron y que, afortunadamente, cada vez son más.

Mi opinión como asistente es bastante rotunda. Ha sido un evento en el cual los verdaderos protagonistas han sido las obras y sus autores. En el que hemos podido aprender y disfrutar de ellos dentro de un ambiente cálido, ameno, divertido y cercano. Gracias a la organización que realizó tan fantástico trabajo los que allí acudimos nos sentimos como en casa y, lo que es más importante, la romántica, ha tenido el lugar que se merece durante ese fin de semana en una ciudad maravillosa como es Palma. Ahora nos toca esperar al próximo que, seguro, va a ser igual o mejor.

Fotografías cortesía de Romántic Mediterránea y Verónika García

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Suki Desu. Te Quiero

Primer capítulo por Kayla Leiz 1 Casius

Las luces del ascensor iluminaban el desierto pasillo del Hotel Logan. Las puertas se abrieron y de ellas emergió un hombre con el estuche de una guitarra. Caminaba con paso decidido por el pasillo, a pesar de que este estaba completamente a oscuras. No le había dado al interruptor, pero tampoco parecía molestarlo, como si se conociera el camino de memoria. Su destino era la suite principal, un apartamento exclusivo que llevaba ocupando varios meses. Delante de la puerta colocó su palma sobre el marco y un pequeño láser la recorrió de principio a fin. Una vocecita mecánica irrumpió en el silencioso pasillo: «Identidad confirmada. Buenas noches, señor Steir». Escuchó cómo cedía poco a poco y la empujó con una pierna para entrar. Cerró nada más pasar y se echó sobre ella. Parecía cansado. A tientas, intentó encontrar el botón de la habitación. Sin embargo, no conseguía llegar a él, como si lo hubieran movido. —¡Maldita sea! ¡Luz! —dijo en voz alta, y todas las luces se encendieron. Aún apoyado en la puerta, tenía los ojos cerrados. Todavía sostenía en su mano la funda de la guitarra, y se llevó la otra al rostro, restregándoselo de arriba abajo. Lentamente fue alzando la vista para habituarse a la claridad. —¡Maldito bastardo! La próxima vez elijo yo el lugar para festejar —gritó. Se apartó de la entrada y a trompicones llegó al lugar donde siempre colocaba su instrumento. Después se encaminó hacia el baño. «Una ducha fría —pensó—, eso me despejará.» La luz del baño estaba encendida al llegar y pudo ver su cara en el espejo. «Patético», se dijo. Delante de él se reflejaba un chico con el pelo despeinado. Sus ojos, marrones, parecían agotados. En realidad, todo el rostro mostraba una extenuación de varios días. Empezó a desnudarse conforme iba andando para meterse en la ducha. Accionó los grifos y dejó que el agua le cayera sobre la cabeza y el rostro. Le daba igual que fuera fría o caliente mientras lo despejara. Después de varios minutos bajo el líquido, aprovechó para lavarse el cuerpo y la cabeza. Al salir se envolvió de cintura para abajo en una toalla mientras que con otra se iba secando el pelo. Esa actividad le había dado hambre, así que se encaminó hacia el pequeño frigorífico de la habitación. Por el camino observó que el teléfono parpadeaba. Tenía mensajes. Se acercó a él y, en lugar de escucharlos como cualquier persona, los borró directamente.

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De la nevera cogió una manzana y le hincó el diente. Un poco de vida sana no le venía mal a nadie. El teléfono empezó a sonar y el chico lo miró con desprecio. Se acercó y lo descolgó sin decir nada. —Al menos podrías decir algo, hermanito —dijo una voz. —¿Qué quieres? —preguntó. Su voz estaba ronca y no parecía tener ganas de conversar durante mucho tiempo. —Sabes lo que quiero. Te he llamado, te he dejado mensajes en el móvil. Incluso tienes una docena de emails míos y no te has dignado a responder ni uno solo. —Estoy ocupado. Al menos sabes que sigo vivo —contestó con desgana. —¿Pretendes que me contente con eso, Casius? —Me importa una mierda contentarte. Déjame en paz —espetó, y se dispuso a cortar la llamada. —¡Espera un momento, no cuelgues! —gritaron desde el otro lado. Casius inspiró y espiró antes de volver a acercarse el auricular a la oreja. —¿Qué? —¿Cómo estás? —Cansado. Adiós. —¿Quieres hacer el favor de esperar un poco? —preguntó su hermano con furia. —Es tarde, estoy cansado. Llama mañana. —Como si fuera tan fácil contactar contigo... —Ya sabes dónde estoy —replicó, y, esta vez sí, colgó el teléfono. Casius volvió a dirigirse al baño. Amontonó la ropa sucia a un lado y se acercó al espejo. Sus ojos emitían un ligero brillo inusual. Se agachó sobre el lavabo y con sus manos se ayudó para quitarse las lentillas. Cuando lo hizo, se lavó la cara dándole mayor importancia a la vista para relajarla. Cogió la toalla que ahora llevaba al cuello y se la puso delante del rostro para secárselo. Se incorporó y fue bajando la misma conforme iba realizando la tarea. El espejo le devolvía ahora su reflejo, pero algo diferente al anterior. Sus ojos, en un principio marrones, eran ahora rojos, del color de la sangre.A pesar de sus años, aún no se acostumbraba a ellos. Los odiaba, como odiaba su propia existencia. Detestaba ser tan cobarde como para no quitarse de en medio él mismo. Salió del aseo y fue hacia la cama. Estaba demasiado fatigado para buscar algo de ropa que ponerse, así que se tumbó con la toalla tapándole lo necesario y se quedó dormido. *** Unos golpes aporreando la puerta de entrada lo sacaron de su letargo introduciéndose en la cabeza como si fueran martillazos. Abrió los ojos y vio que ya había amanecido. Seguían llamando de forma

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insistente. —¡No estoy! ¡Me he muerto! —gritó desde la cama tapándose la cabeza con la almohada para amortiguar el sonido. —¡Mueve tu culo y abre la puerta, Casius! —replicaron desde el otro lado. —¡Púdrete! —exclamó—. ¡Ven a una hora más adecuada! De pronto un ruido ensordecedor se oyó y la entrada principal se abrió de par en par. Un hombre apareció como si nada y la puerta se cerró tras él, aunque de una manera bastante extraña, pues las bisagras habían salido volando. Fue hacia la cama donde estaba Casius. —No pienso hacerme cargo de eso —le dijo refiriéndose a lo que acababa de romper. —Tranquilo, me ocuparé de dejar una buena propina cuando me vaya. —Ya estás tardando —replicó cambiando de postura. El cuerpo de Casius se elevó en el aire para, acto seguido, estamparse contra la pared y después contra el suelo. Este se levantó con rapidez. —Darien... —pronunció con furia. Un muro invisible impidió que siguiera avanzando. —Tenemos que hablar. —Vete a la mierda —respondió dándole la espalda. —Hablar. Ahora —desafió. Casius lo miró. Sus ojos relucían con un rojo más brillante cuando la pared invisible se transformó en una llamarada de fuego. Del mismo modo que nació, se extinguió. —¿Qué quieres? —preguntó de mala gana. —Primero, vístete. Te haré algo de desayunar. Casius se miró. Aún tenía la toalla puesta, aunque empezaba a resbalarse de sus caderas. Fue al armario y sacó un slip y unos pantalones de piel negra. Se los puso y se miró al espejo del armario. No le sentaban mal. Al menos ahora su hermanito estaría contento, ya estaba visible. Cogió una camiseta blanca de manga corta y se la embutió mientras cerraba el armario. Fue a la cocina de la habitación y se sentó en uno de los taburetes. —¿Cuánto hace que no comes algo decente? —le preguntó Darien.

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—¿Ahora vas a ser mi mamaíta? Darien lo miró. Casius tenía genio, demasiado para su gusto. Pero era su hermano, el menor, y tras la muerte de sus padres se había hecho la promesa de estar a su lado. —Al menos podrías pedir que te llenaran la nevera. —Esos cretinos no conocen mis gustos... —replicó sin darle importancia. —Seguramente estaría llena de alcohol... —murmuró Darien cerrando el frigorífico con algo de fruta en sus manos—. Y de helado. Casius sonrió. —¿Qué ha traído al mismísimo Darien Steir a este lugar? —preguntó con un sarcasmo contenido. Darien lo miró. —Tenemos que hablar. —No me digas. Eso lo sé desde la llamada de ayer. Intenta ser algo más original. —Zether —pronunció mientras le pasaba un trozo de manzana. —¿Qué ha hecho ahora? Darien se volvió buscando un cuenco. Había pelado ya un par de manzanas y las había troceado. Abrió las puertas de los muebles hasta que encontró lo que buscaba y puso la fruta en el interior. —¿Azúcar? —preguntó a Casius. —¡No me cambies de tema, capullo! —gritó. De pronto, una ráfaga de viento le cruzó la cara a Casius. Este miró a su hermano. Su ojo azul estaba brillando. —En mi presencia te agradecería controlar esa lengua, hermanito. Casius lo miró con desprecio y sus ojos rojos brillaron tenuemente. El bol comenzó a calentarse y la fruta se derritió en él. Darien lo miró y arqueó las cejas. —Eso era tu desayuno. —Ahora es papilla para bebés —respondió yendo hacia la ventana de la sala. La suite principal era la habitación más amplia del hotel; se la consideraba en sí misma un apartamento y se caracterizaba por las amplias vistas que tenía, ya que se podía contemplar toda la ciudad. Eso era lo único que le gustaba a Casius de su vida. Su ciudad. Llevaba veinticinco años, toda su existencia, viviendo allí, y cada vez que la miraba era como si la viera por primera vez. Andrash era una ciudad dividida. En ella residían dos tipos de personas. Por un lado, aquellos que

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poseían el poder, y nunca mejor dicho, no solo en el Gobierno y en la Administración, sino también poderes capaces de hacer volar la ciudad o destruirla hasta reducirla a pedazos. Se los llamaba rewops, personas que hacían lo que querían cuando querían. Por otro lado, estaban los humanos, gente sin poderes que vivía tranquilamente su vida y disfrutaba de la misma, siempre que siguiera las normas y leyes impuestas. Se podía decir que Andrash era una ciudad para rewops, no para humanos, pero ambos convivían en una relativa paz. Por supuesto, siempre había incidentes entre especies en los que se debía tomar cartas en el asunto, normalmente contra ambos sujetos. A Casius le gustaba esa ciudad. A pesar de enmascarar su condición de rewop, podía disfrutar de un amplio margen de actuación por ser quien era: Casius, el líder de Mistery Secret, la banda de música del momento. Su popularidad le abría las puertas de cualquier sitio donde iba, y a veces era tan respetado como un rewop, aunque no tuviera tanta libertad. Aun así se sentía feliz de llevar esa vida, una que él mismo había escogido sin depender de ninguna clase de dominio. Él era un rebelde. Se había escapado de casa nada más cumplir los dieciocho años (a las doce y un minuto de la madrugada) y no había querido volver a saber nada de su familia desde ese tiempo. Salvo por las visitas ocasionales de su hermano, no había contacto entre ellos, y el que existía era, cuando menos, especial, en el peor sentido de la palabra. Era bastante alto, cerca del metro ochenta y cinco, y su cuerpo estaba completamente en forma, con músculos bien definidos en todos los lugares donde debería haber. Su pelo era negro, corto, con mechas en rojo y siempre despeinado. No se preocupaba demasiado por su aspecto, salvo para los conciertos o entrevistas, pero el resto del tiempo se lo pasaba vestido de forma casual o incluso desnudo. A pesar de ser tan famoso, Casius nunca estaba con nadie. A excepción del grupo, nadie había logrado acercarse a él, ya fuera del mismo sexo o del contrario. Ya lo habían intentado muchas chicas al salir de los conciertos y todas ellas habían salido huyendo y llorando. Se lo conocía con el sobrenombre de Despiadado por la forma en que solía responder: directo, mordaz e insultante. Y aun a pesar de su carácter, las volvía locas a todas y era el que más fanes tenía a sus espaldas. Tocaba la guitarra como un virtuoso. Cada vez que sus dedos rozaban las cuerdas de una, por mínimo que fuera el contacto, este hacía que saliera una hermosa melodía que se convertía en canción, y a él en ídolo de masas. Una tras otra, la música de Casius había llegado a copar las listas de todos los países del mundo, manteniéndose en el mismo puesto durante meses. Ni uno solo de sus competidores lograba batirlo nunca, aunque empezaba a aburrirse de ello. A pesar de todo, nunca dejaría el grupo, ya que se había convertido en una distracción lo suficientemente grande y adictiva como para abandonar. Nadie sabía que Casius en realidad era un rewop. Ni siquiera lo sospechaban, y le gustaba que eso siguiera así. Su poder, el fuego, era más una maldición que una bendición, y aborrecía todo lo relacionado con esos dones. Solo porque no podía controlarlos. Normalmente los rewops nacían con dos clases de poderes, de ahí que poseyeran un ojo de cada color. Casius, por el contrario, tenía los dos ojos del mismo, un rojo ardiente que se encendía siempre que se alteraba. Por eso tenía que llevar un limitador de poder, un pendiente que le permitía controlarse, al menos mientras aguantara, porque ya llevaba rotos varias docenas de ellos por perder el control o enfurecerse por algo. Al menos el que llevaba ahora le había durado más que los anteriores, que solo habían aguantado tres días. Ya era todo un récord.

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Por culpa de su poder no había podido crecer como un niño normal, un niño rewop, por supuesto, lo que se había traducido en limitaciones extremas, entrenamientos hasta caer agotado, encierros, etcétera, que habían moldeado su carácter para convertirse en alguien incapaz de sentir afecto por nada ni nadie. Ni siquiera a sus compañeros del grupo los consideraba amigos. Para él eran simples humanos de los que se servía para divertirse. Pero cuidado con pensar en arrebatárselos. Quizá por eso era incapaz de mostrar algún aprecio hacia su hermano, a pesar de los intentos de este por acercarse a él. Darien, el hermano mayor de Casius, tenía treinta años y era el líder del grupo Steir, uno de los más influyentes de Andrash. Medía un par de centímetros más que Casius y también era musculoso y bien parecido. Siempre solía vestir con traje y, aun en lugares más informales, seguía manteniendo un aura de seriedad y formalidad. Su pelo negro era lo único que difería de ese aspecto, pues lo llevaba tan largo que le llegaba a media espalda, recogido siempre por un lazo de un color más claro que el de la camisa que llevara en ese momento. Ese día, Darien llevaba un traje negro con una camisa azul, y su cinta era celeste. No solía llevar corbata casi nunca, y si tenía que hacerlo, esta siempre era blanca. Le gustaba destacar aquello que no utilizaba para que los demás se dieran cuenta. Como rewop que era, sus ojos reflejaban los poderes que tenía. Por un lado, su ojo izquierdo, de color verde, era capaz de controlar la tierra y las plantas; mientras que el derecho, azul, le otorgaba el poder de dominar el viento. Al contrario que Casius, Darien era una persona muy abierta y empática. Trataba a todos por igual, al margen de que fueran rewops o humanos. Trabajaba como el que más para mantener un orden en la ciudad y que las revueltas entre ambos grupos no se descontrolaran. Por eso, él mismo encabezaba la unidad especial de control, para así poder ocuparse en primera persona de aquellos que intentaban destruir la tranquilidad. Se había propuesto en varias ocasiones que su hermano se uniera a él, pero siempre lo rechazaba. Sin embargo, cuando se lo necesitaba, y si se sabía qué teclas tocar, se podía conseguir un poco de ayuda de su parte. En ese respecto, Zether era el mejor argumento para lograr una cooperación temporal entre ellos. —Supongo que el azúcar ya no hace falta —suspiró Darien. —¿Quieres responder la maldita pregunta? —exigió Casius controlando su genio. —Vale, vale. Necesito tu ayuda. Zether ha vuelto al servicio activo y está de nuevo en marcha. —¿El mismo plan? —Bicho malo que no aprende —respondió con una sonrisa encogiéndose de hombros—. Según nuestros contactos, ha encontrado documentos que hablan de un humano «especial» cuyo sacrificio podría desencadenar un gran desastre. —Desastre que significa el fin de los humanos y una utopía en Andrash...

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—Más o menos. —¿Dónde está? —preguntó Casius. —¿Crees que si supiera dónde está estaría aquí tranquilo hablando contigo? —Entonces hemos acabado. Búscalo, encuéntralo y llámame. Me ocuparé de él. —Casius... —¡Él es mío! ¡Que no se te olvide! —gritó, y sus ojos se encendieron haciendo que el microondas y el frigorífico estallaran en llamas. El pendiente de Casius explotó en ese momento. Adiós al récord. —Cálmate —pidió Darien. Este controló el fuego con su poder del viento y extinguió las llamas—. Espero que tengan seguro de incendios. —¿A quién le importa? Tú solo encuentra a Zether y dime dónde está. —Si te dejas llevar por la rabia, acabarás mal. —Déjame en paz. —No puedes cambiar lo que pasó. Casius lo miró. Sus ojos destilaban odio. Odio y resentimiento por aquello que había perdido a manos de esa persona. —Limítate a encontrar a Zether; del resto me encargo yo —dijo encaminándose hacia la puerta de salida y cogiendo a su paso una gorra y unas gafas de sol—. Su muerte lleva escrito mi nombre —añadió atravesando las puertas.

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La magia de la navidad

Relato por Elizabeth Da Silva

«Todos los años lo mismo, las luces, las compras compulsivas, las comidas excesivas, los buenos deseos, las fiestas, la bebida… pero ¿Y el resto del año?», pensaba Gustavo, ensimismado, mientras miraba la nieve caer por la ventana de su oficina. «¿Qué influjo tiene la navidad que afecta a la mayoría de las personas mientras dura?, y, en cambio, el resto del año pasa igual; sin que nadie recuerde esos buenos deseos, sin que nadie recuerde llamar a un primo, tío o hermano para desearle lo mejor. En definitiva, es cómo una especie de hechizo en el que caen la gran mayoría, todos menos yo». Era Nochebuena y, como siempre, se iría a su frío y vacío apartamento; rechazando una vez más todas las invitaciones de sus parientes, primos, tíos y demás. Todos sentían lástima del pobre Gustavo, al que la vida había dejado huérfano desde muy joven. —Panda de hipócritas, eso es lo que son —dijo en voz alta—. Solo desean obtener algún beneficio. Se giró, se puso el grueso abrigo y recogió dos bolsas que tenía en el suelo; con ellas salió de su despacho. Tenía que hacer una parada antes de llegar a su casa, era la única concesión que hacía a esas fechas. Caminó hacía el ascensor y esperó a que este llegara. —Buenas noches, señor Altamira. —Buenas noches, José. ¿Qué hace aún en el edificio? —Comprobando que las oficinas estén todas cerradas con llaves. Al parecer, es usted el último en marcharse —comentó el vigilante. —Sí, siempre el último. —Su sonrisa no llegaba a sus ojos, diciembre era un mes que lo volvía taciturno—. Tu compañero debería haber llegado ya, tu turno terminó hace más de dos horas. —No se preocupe, señor. Manolo me llamó, estaba recogiendo un regalo para su pequeña. Vendrá enseguida. —Siempre tan amable con todos, José. Nunca cambies, eres buena persona y esa es una cualidad que admiro en la gente —confesó, en un impulso, Gustavo. —Usted también es buena persona, señor. —No, yo soy un egoísta, antipático y gruñón, según mi maravillosa familia. —Eso es lo que usted ha hecho creer a todos, pero tras esa fachada hay un buen hombre lleno de sentimientos dormidos. Créame, cuando conozca a la mujer adecuada su verdadero ser saldrá a la luz. —Los ojos casi dorados de José lo miraban con una intensidad que, por un momento, lo dejo sin respiración—. Abra su mente y su corazón, no tenga miedo a sufrir. Las puertas del ascensor se abrieron y, Gustavo, salió del trance que la voz y el brillo de los ojos de José habían provocado en él. Una mujer… él ya no creía en nada, perdió toda la fe hacía muchos años. —Buenas noches y feliz Nochebuena, José —se despidió y entró en el ascensor. —Qué la felicidad llegué a su corazón —sentenció, mirando fijamente como las puertas se cerraban. Mientras descendía pensaba en las misteriosas palabras del guarda de seguridad, era un hombre curioso, tenía una mirada que desprendía calor y… ¿Honestidad, pureza?, se sacudió la cabeza y, trató de pensar en lo que tenía que hacer antes de poder resguardarse, del frío y de las empalagosas navidades, en su apartamento. El ascensor se detuvo y se abrieron sus puertas, una mujer entró cargando una enorme mochila y dos bolsas llenas de regalos, todos los lazos, Brillantes, se escapaban de las bolsas. Rojos, dorados y verdes se entremezclaban entre el blanco inmaculado.

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—Buenas noches y feliz navidad —saludó con una sonrisa alegre. —Buenas noches —contestó él, sin dejar de mirar a la mujer que era toda risas. Las puertas volvieron a cerrarse y el ascensor emprendió el descenso. Ambos iban en silencio, pero una especie de aura flotaba a su alrededor. Gustavo no podía dejar de mirar a esa especie de duendecillo. Era delgada, bajita, con la piel del rostro salpicada de pecas. Llevaba un gracioso gorro de lana rojo con un árbol de navidad bordado; guantes rojos, una bufanda verde y un jersey amarillo, intenso, que lucía un enorme reno en el centro. Era todo color. Estaba seguro de que no la había visto nunca, no creía poder olvidar a una persona como esa, irradiaba una energía contagiosa. —Se va a cenar con la familia, ¿verdad?, son las mejores cenas del año —afirmó la mujer. —¿Por qué? Ella lo miró sin comprender la pregunta. —¿Por qué son las mejores cenas del año? —volvió a preguntar Gustavo. —Porque no hay rencillas, compartes tus planes para el próximo año, disfrutas de la compañía de las personas a las que aprecias y quieres y, sobre todo, porque puedas dar las gracias por no estar solo. Es un momento para que renazca la esperanza, para reflexionar en lo logrado y para limpiar el espíritu de las malas vibraciones. Para dar y recibir amor —explicó, con los ojos brillantes como dos estrellas. —Yo no creo en nada de eso. El rostro de la mujer se quedó inmóvil como una estatua y sus ojos, azules, destellaron incrédulos. —Su corazón está vacío…, cuanto lo siento —murmuró. —Mi co… —Su voz se perdió entre el ruido que empezó a hacer el ascensor. Los dos se miraron y, luego, miraron las puertas cómo esperando que estas se abrieran, solo que no ocurrió nada de eso, el aparato decidió detenerse y dejarlos encerrados. —¡Pero…, qué coño! —gritó dejando las bolsas en el suelo. Se acercó al timbre de emergencia y dio la alarma. —Cálmese, ¿es qué tiene claustrofobia? —preguntó la mujer mientras se sentaba en el suelo. —No diga tonterías. —La miró furioso—. Lo único que ocurre es que no me apetece pasar la noche con un adorno navideño andante. Las carcajadas de la mujer inundaron el ascensor y Gustavo se quedó embobado mirándola. Su rostro se había iluminado y el sonido de su risa lo había hechizado. —Perdón, nunca me habían llamado así. Extravagante, alocada, exagerada…, pero adorno navideño andante —volvió a reír y, de nuevo, la magia de ese sonido lo dejó sin saber que decir. —Me alegro de poder divertirla a pesar de la situación. —¿Por qué no se relaja y se sienta?, en un rato vendrán a sacarnos de aquí. Además, por lo que me dijo, intuyo que a usted no lo espera nadie. Sin contestar, se sentó frente a ella, recostó la espalda en la pared y se dedicó a esperar; la paciencia no era su mayor virtud, si es que tenía alguna. La mujer lo miraba sin disimulo, estaba intrigada con él hombre que tenía frente a sí. A primera vista, parecía el típico hombre de negocios: frío, amargado, antipático y muy estirado; sin embargo, sus ojos decían muchas más cosas. Era un hombre solitario y hambriento de cariño, algo que tocó su fibra sensible. —¿Por qué me mira así? —preguntó Gustavo inquieto. —Así cómo. ¿Le molesta que lo mire? —contestó la mujer—. ¿Sabe?, es qué usted me intriga. Disculpe, pero ya que vamos a estar aquí un buen rato, ¿por qué no nos presentamos? Mi nombre es Esperanza, y usted… —Gustavo, Gustavo Altamira —interrumpió con brusquedad. —¿No me diga qué es usted el dueño de la, famosa, fábrica de juguetes Altamira? —Lo miró

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incrédula mientras esperaba su respuesta—. Es famosa hasta en Europa. —El mismo. —Lo felicito por la campaña “Juguetes para todos”, es una iniciativa hermosa —dijo emocionada. —Ningún niño debe estar sin un juguete en su vida…, al menos, uno —murmuró pensativo. —¿Ese era su sueño…? —preguntó curiosa—. Es usted más de lo que se ve a primera vista. —Sí, era mi sueño y…, soy lo que ve; no hay nada más. Un fuerte impulso hizo que Esperanza se incorporara y, a gatas, se acercara a Gustavo. Se quedó frente a él de rodillas; sus miradas atrapadas durante segundos que parecieron horas y, en el silencio que envolvió ese momento, algo pasó, una energía los atravesó haciendo que sus corazones vibraran al unísono. Sin ser consciente de lo que hacía se inclinó sobre él y posó sus suaves labios sobre los de Gustavo. El calor los traspasó y se fundieron en un suave beso; solo sus bocas se tocaban mientras sus corazones se abrazaban. Despacio se separaron y de nuevo sus miradas se buscaron, una de un azul brillante y otra oscura como la noche más negra. Esperanza se incorporó al sentir cómo el ascensor empezaba el descenso. Recogió su mochila y las bolsas de regalo. La puerta se abrió nada más detenerse en la planta baja. —Feliz navidad, Gustavo —dijo y, sin más, se marchó. Él reaccionó, aún aturdido, y se levantó del suelo, recogió las dos bolsas y presuroso salió en busca de la mujer. La buscó por todas partes y no encontró rastro de ella. Ese beso había llegado hasta lo más profundo de su alma, la había reconocido en el… sería posible. Frustrado se fue al coche y, después de guardar las bolsas, se metió y arrancó; por un momento estuvo tentado a seguir de largo hasta su casa, pero ya sabía que no lo haría, no podía faltar. Llegó a la enorme casona que tantos recuerdos le traía…, amargos, al principio, pero hermosos casi al final. Aparcó, cogió las bolsas y subió las escaleras; no tardaría nada, solo tenía que entregar las bolsas y marcharse. Tocó la puerta y esperó a que la hermana Cecilia le abriera. Ella era la encargada de abrir las puertas del orfanato. —Buenas noches, Gus, pasa —dijo, la dulce voz de, la hermana Cecilia. —Hermana, ya no soy un niño, ¿por qué sigue llamándome Gus? —recriminó con una sonrisa. —Porque para mí seguirás siendo mi niño perdido —explicó acariciando su mejilla. —¿Dónde le dejo las bolsas? —preguntó para cambiar la conversación. —Quiero que te quedes esta noche con nosotros… te tengo una sorpresa que no esperas. —Sabe que no me gusta… —Gustavo, hoy borrarás, por fin, ese triste recuerdo que te dejó la navidad. —Hermana, no hay ningún recuerdo, es solo que no me gustan estas fechas, solo eso. —No es verdad y, hasta hoy, no he discutido eso contigo…, pero, ésta, es una noche muy especial. —¿Qué tiene de especial? —Sígueme y lo descubrirás. Gustavo dejó las bolsas de juguetes en el suelo y, entre molesto he intrigado, siguió a la hermana. Llegaron al gran comedor donde todos los niños huérfanos se sentaban a comer. Miró a su alrededor y recordó los meses que pasó allí junto a tantos niños sin familia. Niños olvidados por la gente. —Los pequeños están ilusionados porque ha venido papá Noel a traerle regalos y vino acompañado de su reno preferido. Ven vamos a ver —pidió la hermana.

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—Hermana, han pasado más de veinticinco años desde que estuve aquí, desde que fui uno más de esos niños. No tengo nada que ver —susurró para que no lo escucharan. —Hijo, ¿hasta cuándo ese resentimiento…? ¿Es qué acaso no fuiste feliz con nosotras? —¡Pero eran mi familia y me dejaron aquí! Si duele no tener familia propia, más duele perder a tus padres y que el resto de tu familia te abandone a tu suerte. —Eso te salvó de ser como ellos. Aunque quieras hacer creer a todos que eres frío y sin sentimientos, yo sé que no es así. Sigues protegiendo tu corazón. Las risas de los niños lo hicieron mirar hacia el fondo del gran comedor, allí un hombre disfrazado de papá Noel y una mujer vestida de reno, hacían las delicias de los pequeños. —Querer duele mucho, hermana. Sobre todo cuando pierdas ese cariño. —Hay mucha gente necesitada de cariño, mucho amor para dar, no te cierres a ello. Tienes mucho amor, escondido, tras esa coraza. —Será mejor que me vaya. —Gustavo le dio un tierno beso en la frente a la mujer qué, durante un corto espacio de tiempo, fue como una madre para él. Se giró para marcharse, no quería seguir escuchando las risas infantiles, esas risas llenas de sueños, añoranzas y deseos. No quería sentir nada…, no quería sufrir más. Caminó por el pasillo con esas risas acompañándolo; de pronto, un sonido lo hizo detenerse. Todo se quedó en silencio y, cuando pensaba que era producto de su imaginación, volvió a escucharlo; ese sonido que lo atrapaba, esa magia que fluía penetrando los poros de su piel. Se giró y regresó al comedor, siguió caminando por entre las largas mesas hasta llegar a donde estaban todos reunidos. La hermana Cecilia lo miró y sonrió, su niño perdido había regresado. Lo observó en silencio acercarse a donde estaban el papá Noel y el reno. Cansada, pero feliz, empezó a recoger todas sus cosas en su enorme mochila; había logrado su sueño más preciado, y aunque no le servía de mucho, al menos, la hacía sentirse más cerca. Una voz a su espalda la hizo temblar de pies a cabeza, cerró los ojos que se llenaron de lágrimas de felicidad y melancolía. —¿Espi, eres tú? Repitió la misma voz, más ronca y aguda de la que recordaba. La que había anhelado escuchar durante esos años en los qué la vida, en forma de hermosa familia adoptiva, la habían separado de él. Se giró para verlo, para ver en qué clase de hombre se había convertido y, entonces, sus ojos se abrieron sorprendidos al encontrarse con los ojos oscuros del hombre del ascensor. —¡¿Tú eres Gus…, mi Gus?! —preguntó incrédula—. ¡Oh, Dios mío! Gustavo —exclamó llorando y lanzándose a sus brazos. Se fundieron en un abrazo tembloroso, emocionados al reconocerse después de tantos años de separación. Dos niños adolescentes que, una Nochebuena de hacía más de veinticinco años, se habían prometido amor eterno, pero…, que la vida había separado sin dejar rastro. —Espi, ¿de verdad eres tú…? Mí Espi —murmuró, sobre su cabello, sin dejar de abrazarla; ella se estremecía entre sus brazos llorando emocionada. Alzó el rostro para poder verlo de cerca, reconocer a ese joven del que se había enamorado, perdidamente—. Cómo es que no te reconocí, cómo es no supe darme cuenta de qué eras tú… tus ojos, tan hermosos como antaño —dijo emocionado. —Será porque era algo improbable que ocurriera —murmuró acariciando su mejilla—. Mi sueño, al fin, se ha cumplido. Al fin te encontré. —¿Por qué no regresaste antes a buscarme? —preguntó Gustavo. —Acabo de volver al país, mis padres adoptivos me llevaron a Europa…, fue muy duro, Gustavo —murmuró sobre sus labios. Se besaron como tantas veces habían soñado y deseado hacer, algo que el destino había truncado.

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—Ha pasado tanto tiempo, pensé que me habías olvidado, que estarías casado…, tenía miedo de encontrarte y perderte al mismo tiempo —murmuró entre besos, Esperanza. —Nunca, nunca…, solo contigo, mi querida y dulce, Esperanza. Abrazados, se sentaron en el suelo, no se habían percatado de que los niños se habían marchado. Estaban centrados el uno en el otro, en tocarse, acariciarse y, sobre todo, en reencontrarse. Un amor de chiquillos que el tiempo no había logrado destruir. La hermana Cecilia se dirigió a la capilla, deseaba rezar una oración de agradecimiento, al fin esos corazones se habían vuelto a reencontrar. —Buenas noches, José. ¿Qué hace usted aquí todavía? —Dando las gracias, hermana. —Lo logramos, ¿verdad? —Sí, con un poquito de ayuda divina, pero lo logramos —afirmó, el bueno de José, con una sonrisa. —Un poquito de magia navideña. Las campanadas anunciando las doce se escucharon en la gran casona, donde los niños en sus camas soñaban con recibir los juguetes de papá Noel, las hermanas rezaban dando gracias por todas las bondades recibidas y, en el suelo del comedor, dos adolescentes, ya adultos, se reencontraban gracias a la magia de la navidad.

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reseña

Muy profundo

Ana Coello

Si tan solo la tolerancia hubiese existido… Si tan solo tanto rencor no hubiese dolido… Si tan solo sentir lo que sentíamos no hubiese sido tan fuerte, tan difícil de aceptar para los demás… Tenía dieciocho años cuando mi vida cambió. Cuando, sin saberlo, mi interior se transformó. Cuando lo mejor y lo peor apareció frente a mí y, por la ingenuidad propia de ese momento, no lo puede ver, ni siquiera lo pude sospechar. Y es que cuando el problema no es el amor… ¿Qué lo es entonces? Él y yo nos enamoramos sin ni siquiera sospechar que su presencia en mi existir lo modificaría todo, convirtiéndose de pronto y sin aviso en lo más hermoso de mi mundo y también… en lo más doloroso. Nuestra historia comienza aquí, justo en esa edad en la que todo es tan visceral, tan intenso, tan arrollador, tan sin igual que crees que nunca cambiará nada. Alegría y euforia, así como depresión y tristeza, odio y rencor. Todo dentro de un huracán de emociones que te arrastra de aquí para allá, que te hace gozar, llorar, gritar, vibrar, temblar, desear, reír y en mi caso… amar, amar de verdad y con asombrosa intensidad. CRÍTICA: Nunca había leído nada de esta autora, por una parte la sinopsis me resultaba irresistible por otra me echaba para atrás el número de páginas. Normalmente acostumbro a conocer a un escritor a través de una novela corta para “catar” su estilo. Es la primera vez que me lanzo al vacío de este modo. Pero he de admitir desde ya que me ha encantado las casi setecientas páginas me duraron apenas tres días ¡Qué libro más intenso! La novela está dividida en dos partes que más o menos las podemos contextualizar de la siguiente manera: la primera se centra en cómo comienza la relación de los protagonistas - que están terminando el último año de instituto- hasta que se afianza y la segunda avanza en el tiempo hasta que Kya y Liam tienen alrededor de veintiséis años. En el primer capítulo conoceremos a Kya, quien no está pasando por su mejor momento, tiene que trasladarse a Myrtle Beach -Carolina del Sur- dejando atrás todo lo que conoce, especialmente a sus amigos. Allí empezará de cero. ¿Os imagináis el primer día de clase? Me dio un poco de pena ¡yo estaría de los nervios! Ser la nueva siempre es duro pero más aún el último año de instituto, todos los grupos ya están formados y la mayoría se conocen desde hace años. Nuestra protagonista fue muy afortunada, pronto encaja en clase y forma un grupo amplio de amigos pero también de enemigos. Sus recientes amigos odian a los populares de clase, los típicos jugadores de fútbol americano y sus animadoras. En este bando está Liam, capitán del equipo. A partir de aquí Kyana y Liam empezarán con mal pie pero el roce hace el cariño... la joven pareja tendrá una relación muy tormentosa e intensa.

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Con esta pequeña aclaración para abrir boca me niego a desvelar más de la historia, solo me falta recomendarlo una vez más. He leído algunas opiniones puntuando este libro de forma negativa por el idioma, me gustaría hacer una aclaración. Es cierto que la novela está escrita en mexicano, la autora es de esta nacionalidad, pero a mí en ningún momento me supuso un inconveniente, algunas palabras se sacan por el contexto fácilmente. Además, las diferencias entre el español castellano y el español latino son ínfimas. se entiende perfectamente. Más aún, la autora escribe tan bien que te introduce en la historia sin que nos enteremos, por unos días seremos Kya y tendremos un novio envidiable. Tengo muchas ganas de leer otro libro de Ana, me ha encantado su estilo, describe con maestría los sentimientos y crea unas atmósferas sobrecogedoras. Ya que estamos hago un llamamiento para que Richard tenga su propia novela -apenas aparece en la historia pero me llamó la atención-. Y por seguir pidiendo... me gustaría conocer en profundidad la relación entre Kellan y su pareja y Robert con la suya ¡que salen muy poquito con sus novias! Como peros destaco dos en la primera parte de la historia: me resultó un tanto brusco o precipitado el cambio de opinión de Liam respecto de Kya, desde pequeño lo educaron a que rechazara a ciertas personas... por un momento él actuó igual que sus padres y rompió con su adoctrinamiento al poco de conocer a Kyana, no sé eché en falta más escenas sin romance, solo conociéndose. Por otro lado, el tema de Kya-Roger quedó bastante en el aire, a pesar de la amenaza... no me terminó de convencer. Por último, la edición está muy cuidada y la portada es increíble. El trabajo de la editorial ha sido casi de diez, digo casi porque he encontrado algunas erratas que afeaban la historia, no muchas pero sí unas pocas que “pescabas” rápidamente. En definitiva, Kya y Liam son dos personajes muy potentes que perdurarán en nuestra memoria para siempre. Una historia muy intensa y tremendamente bien escrita. Tiene un pie en el subgénero YA y otro en el NA. Sobredosis de azúcar, una pizca de diversión , grandes cucharadas de dolor y un cuenco de traición, aderezado con poder y discriminación. Aderezado todo ello con el buen sabor de la amistad. Marta fdez

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Saga After

Reseñas por Elizabeth Da Silva Leí esta historia después de ver una detallada reseña del primer libro en un blog, tan detallada que nos dejó muestras de algunos de los diálogos entre Hardin y Tessa… Esos diálogos me preocuparon porque parecían justificar cualquier cosa con un “Te quiero”. Justificar la mentira, el control, el abuso, la humillación y demás; usando la excusa de que, como te quiero, con un perdóname es suficiente. No importa cuántas veces te trate mal, tú siempre lo vas a perdonar porque lo quieres. Me dejó tan descolocada que ese primer libro vendiera como romántico ese trato, que decidí que tenía que leerlos todos para ser objetiva. En principio me horrorizó, y sobre esa reseña di mi opinión en Facebook, sobre todo para las chicas jóvenes que la leyeran… NADA SE EXCUSA CON UN TE QUIERO. Pero he de decir que después de leer los 4 libros mi opinión general ha cambiado totalmente. No voy a entrar en el estilo de narración, no voy a hablar del uso de los tiempos verbales, ni de si el narrador o narradora es correcto o no; si está pulido, revisado… o si la traducción tiene fallos… etc. No voy a hablar de nada de eso. Voy a hablar de los mensajes que este libro deja a las jóvenes y a todas las mujeres y hombres que lean la historia de Tessa y Hardin. Voy a hablar de las crudas realidades que cuenta sobre como es la vida universitaria, no siempre color de rosa. Sobre cómo afecta a un niño el entorno donde se ha criado, los problemas de sus padres. Sobre las familias desestructuradas, sobre las madres dominantes que no ayudan a sus hijas a ser independientes…. Todo lo contrario, las hacen presas fáciles. Voy a hablar sobre una historia de amores tormentosos, de amores tan intensos que pueden volverse dañinos… por culpa de ambos. De una historia que deja muchos mensajes de alerta para que las mujeres aprendan que, a veces, es necesario decir que NO es el momento… y aprender primero a ser tú misma para poder llegar a amar sanamente. En definitiva, os diré que hay que leer los 4 libros para sacar una conclusión general. Hay muchas cosas duras, pero que son muy reales, más reales de lo que podemos pensar… una historia donde verás a dos adolescentes vivir momentos terribles y aprender de manera muy cruel que la vida no es un cuento de hadas… y que los príncipes azules no suelen ser perfectos. Creo que esta historia, aunque a priori parezca vendernos que todo vale por amor…, más bien nos alerta de lo que no debemos permitir. Nos habla de que hay que saber decir NO, de que hay que quererse a uno mismo antes de poder querer a otro, de que primero esta nuestra felicidad para poder hacer feliz a otro. Que amar es querer que tu pareja logre sus sueños, es acompañarla y compartirlos, es dejarla crecer como persona. Porque aunque ames mucho a alguien, si le haces daño, si lo haces sufrir… entonces es mejor dejarlo, porque con el tiempo lo único que pude ocurrir es que destruyas ese amor y a esa persona. Cuando es un sentimiento tóxico y dañino hay que pensar que no es su momento, no es sano, porque ninguno de los dos está preparado para vivir ese amor sin destruir a su pareja… y quizás, solo quizás… si te alejas, el tiempo y el destino, puede darte una segunda oportunidad para ser feliz. Quizás muchas al leer esta historia lleguen a sentirse identificadas en algún momento y eso las ayude a darse cuenta de que su relación no es sana… y por tanto deben poner medios para evitar que termine destruyéndoos por el camino. Hay sexo, y por favor no nos echemos manos a la cabeza... que los jóvenes lo tienen en todas partes, los medios inundan todo con sexo, así que no nos demos golpes de pecho porque en estos libros hay mucho sexo.

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After 1 Aquí empieza todo. El primer libro nos presenta a dos protagonistas diametralmente opuestos; tan opuestos, que solo en un campus universitario existía la posibilidad de que sus caminos se cruzaran… y así sucede. Tessa es la hija perfecta de una madre absorbente y controladora, una madre que volcó todas sus frustraciones, miedos y demás en su hija… Tessa es una chica estudiosa, que va a la iglesia, que tiene el novio perfecto y que ha planificado su vida paso a paso. Después de mucho estudiar, al fin llegaba la universidad. Ese escalón que subes para ser tratado como un adulto. Una de tantas chicas que, ilusionadas, emprenden ese camino que las llevará a conseguir prepararse para el mundo laboral. Tessa es de esas chicas que creen en el cuento de hadas, en el vivieron felices para siempre… cosa curiosa, al ser una hija abandonada por un padre alcohólico, o quizás por eso, pensaba que a ella eso no le pasaría. Que ella tenía a su novio perfecto y construiría su vida perfecta… esa vida que no tuvo su madre y de la que no disfruto ella como hija. Pues con su equipaje y una mochila cargada de ilusiones se dirige a su nuevo hogar… La residencia de la Universidad de Washington. Allí conocerá a su compañera de habitación y a un chico alto, antipático, huraño, lleno de tatuajes que trastocará todos sus planes. Hardin es en un una palabra un inadaptado; con veinte años y con una infancia traumática, para él todo es una mierda y nada importa…, de hecho esa es su frase favorita «Me importa una mierda» Hacer daño a los demás, no le importa. Solo vive para fumar hierba, acostarse con cuanta chica quiera, ir de fiestas y crear problemas por donde va. Una persona que se odia a sí mismo…, odia a sus padres y traslada ese odio a los demás, en general odia al mundo entero. Conoce a mucha gente, pero… ¿Tiene amigos? Lo dudo. Cuando conoce a Tessa, para él no es más que una chica remilgada que se viste de manera horrible… Una de tantas con las que poder divertirse, humillándolas, burlándose de ella, riéndose de su manera de ser, de su inocencia. Solo que ella toca algo que él pensó que no tenía… su corazón. Entre ambos surgirá una atracción intensa, algo que les cuesta asimilar y aceptar, y es que son... tan opuestos. El chico malo con el ángel rubio. Esa relación se vuelve capítulo a capítulo en algo tóxico e insano. No solo el amor es suficiente para que una relación se mantenga, son necesarias muchas cosas que no se dan entre ambos. Entre ellas: el respeto, la sinceridad, la confianza… Ambos traen muchas inseguridades a cuestas, son inmaduros para poder entender ese sentimiento tan intenso que ha despertado en ellos. Es un primer libro muy duro, con sexo, con esa primera vez… esa entrega que aquí parecía casi forzada. Una novela donde conoceremos muchas de las cosas que suceden en una Universidad, un libro para que las chicas tomen nota de lo que no deben creer, ni hacer… Tessa aprenderá de una manera muy cruel… que la vida no se puede planificar con listas, que la realidad a veces es muy dura y que los golpes solo te pueden ayudar a ser más fuerte. Cuando terminé de leerlo… me sentí muy mal porque sé, que han existido muchas Tessas que han vivido esa clase de humillaciones. Pero a pesar de lo duro del libro… quise seguir con el segundo.

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After 2 En mil pedazos Hardin ha destruido la confianza de Tessa… la humilló públicamente, y el dolor es para ella desgarrador porque lo ama como jamás imaginó que amaría. En esta segunda parte, empieza esa relación obsesiva. Ese tira y afloja entre Tessa y Hardin… ella lo perdona y él vuelve a hacerle daño… así, una y otra vez. Para mí se volvió un poco cansino en muchas ocasiones. Es más, yo hubiese fusionado el libro 2 y 3 en uno solo… dejando las partes más interesantes para el hilo de la trama. Debo añadir que lamentablemente en las universidades hay pandillas de subnormales que hacen barbaridades como algunas de las que se describen en la historia, y es bueno que las chicas sepan lo que puede pasar, que tomen nota. La falsedad, la traición de los que dicen ser tus amigos... NUNCA ACEPTEN BEBIDAS EN VASOS SIN QUE VEAN QUE OS ESTÁN SIRVIENDO… NO ABUSEN DEL ALCOHOL EN LUGARES EN LOS QUE QUEDARÍAN EXPUESTAS Y VULNERABLES. En esta parte, no solo Tessa sufrirá con todo lo que Hardin le hace, también sufrirá con la falsa amistad, con el regreso del pasado a su vida, el alejamiento de su controladora madre… Golpe tras golpe que, poco a poco, irán destrozando su corazón. ¿Es acaso esto un amor sano? A veces descargamos nuestra rabia sobre la persona que tenemos más cerca… que suele ser la que quieres y que no tiene nada que ver con lo que te pasa. Que no tiene la culpa de nada. ¿A quién no le ha pasado? Esa parte de la historia donde los padres de él y los de ella tienen mucho protagonismo, me gustó. Es verdad que los sucesos de la niñez pueden marcarte, que hay padres que por sus fracasos y frustraciones, a veces, dañan a sus hijos. Hardin tiene demasiados demonios, demasiado rencor e ira dentro y al encontrar el amor en Tessa, quiere aferrarse a ella con uñas y dientes; lo que lo vuelve un controlador y un manipulador. A pesar de algunos momentos repetitivos me fui metiendo en la historia, sobre todo, al encontrar que en la narración empezaba a participar Hardin. Aquí la autora nos va intercalando capítulos contados por Tessa y otros por Hardin; es entonces donde empiezas a conocer a ese chico atormentado que es incapaz de controlar su ira. El pasado de ambos regresará para arrasar con ese amor. After 3 Almas perdidas Eso es lo que terminaran siendo, dos almas perdidas en el dolor y la traición. Aún así Tessa sigue volviendo a él, algo que no beneficia esa relación, por el contrario; a ella la hace dependiente de Hardin y él se confía en que, haga lo que haga, su chica siempre volverá. A pesar de que él lo intenta siempre vuelve a abusar del amor de Tessa, de su confianza… haciendo sufrir a quien más lo conoce, más lo ama. Pero ella

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permite una y otra vez que Hardin vuelva a hacerle daño. Es tan culpable como él, por no decir basta. Ambos usan los celos para hacerse daño continuamente… no se comunican, actúan por instinto y una y otra vez, continúan haciéndose daño. A lo largo de la historia veremos como ese amor está destinado a fracasar, porque como dije antes, un te quiero no justifica el maltrato psicológico. A medida que vamos leyendo nos metemos más en la trama, en el secreto que guardaban los padres de Hardin… un secreto que será el detonante de toda la ira que trataba de contener Hardin por Tessa. Y… al final ¿Con quién lo paga?, con ella… pensando erróneamente que le hace un favor, otra vez, quiere decidir por ella. After 4 Un amor infinito. Para mí, el mejor de los cuatro libros… solo tengo dos quejas, podría haberse explayado más en sucesos finales. Después de tantas páginas, de tanto sufrimiento, de tanto tira y afloja… estas deseando leer los momentos felices y que, algunos, pasen sin pena ni gloria te deja un poco plof. Otra de las quejas es ¿Por qué no conocemos el nombre de la chica que se casa con Landon? Fuera de eso… este último libro es intenso, desgarrador y cierra una historia que creo aporta muchas cosas positivas para las jóvenes. No es solo, el chico malo y guapo… No, creo que a lo largo de toda la trama, las lectoras irán aprendiendo que no se debe permitir que te subyuguen, que te controlen, que te maltraten… que el amor no es sinónimo de ninguna de esas palabras. Que nada justifica la humillación y, sobre todo, se darán cuenta que la vida no es un cuento de rosas, la vida es dura… hacerse adulto es duro y difícil, pero no imposible. A lo largo de todos los libros he sacado lo positivo de este amor obsesivo. No solo Hardin tenía problemas… Tessa también, y muchos. Ella era dependiente de él, Hardin se volvió como una droga de la cual no sabía desengancharse. Pero él le dio el golpe de gracia y, eso, unido a una tragedia, terminará destrozándola y haciéndola ver, que ninguno de los dos era feliz junto al otro porque solo se hacían daño y… es así, cuando da el paso y decide que es hora de pensar en ella, en sus sueños, en sus deseos… y no en los de Hardin. Porque en definitiva..., primero debes quererte y respetarte a ti misma, para poder amar y respetar a tu pareja sanamente. El cuarto y último... creo que es el que verdaderamente me gustó. Pues sí, aunque parezca mentira me gustó la historia. Aquí vemos como Hardin termina por destruir a Tessa... hasta el punto que ella tiene que admitir que a pesar de amarlo, su relación no es buena y da un paso de gigantes. Es para mí el libro más intenso y en el que vemos el crecimiento de ambos personajes... Hardin aceptará su pasado, aceptará sus problemas y empezará su vía crucis particular. Un libro donde ambos sufrirán, pero también madurarán. Tendrán que aprender a vivir solos para poder soñar con un futuro. Tessa aprenderá de una forma muy dura, que a veces los planes no salen y que la vida puede golpear muchas veces... solo queda levantarse y seguir, siempre hacia adelante.

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Hardin tendrá mucho que superar... recorrerá un camino muy duro. Sobre todo tendrá que aprender a dejar de odiarse a sí mismo, para poder empezar a perdonar. Me ha gustado también por algunos de los temas que toca... El efecto del alcoholismo de los padres en los hijos, el trauma que puede perseguir a un niño que presencia como maltratan a su madre... La adolescencia es una etapa muy difícil, pero puede ser un infierno si arrastra malos tratos y traumas de la infancia. En este libro veremos cómo dos jóvenes maduran y como los años y las experiencias los hacen aprender a aceptarse, a perdonar y a vivir. En definitiva... a pesar de empezar dando a entender cosas erróneas, Anna Todd quizás las ha exagerado o llevado al límite para, al final, enseñar a quien lea esta novela, que para amar a alguien primero debes amarte y respetarte a ti misma. Os dejo una frase que dice Hardin casi al final del cuarto libro:

—Uno no sabe lo afortunado que es de poder pasar la vida con la otra mitad de su alma, hasta que se ve obligado a pasar la vida sin ella. Más de After...

Ella obedece. Viene directa a mí, y la abrazo. Tenerla en mis brazos así me satisface más que cualquier sesión de sexo que pudiéramos mantener. El simple hecho de tenerla de este modo, todavía unida a mí de una forma que sólo nosotros dos entendemos, me convierte en el cabrón más feliz del mundo.

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Más que juegos Primer capítulo por Elizabeth Da Silva

En los juegos eróticos de Charles y Elisa, nos adentramos en su universo privado, donde nos permitieron vivir, junto a ellos, sus fantasías sexuales y sus juegos íntimos. Ahora nos contarán su historia. Después de un año de intenso placer y disfrute de los sentidos, ambos siguen sintiendo una pasión irrefrenable; unida, también, a una confianza absoluta el uno por el otro. El amor se sumará a esa ecuación, llegando a sus vidas y complementando una atracción explosiva. Pero la maldad de terceras personas intentará destruir la confianza que se tienen, dañando un sentimiento frágil que ninguno de los dos quiere aceptar. ¿Lograrán separarlos o ese sentimiento llamado amor será más fuerte?

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Más que juegos Primer capítulo por Elizabeth Da Silva Capítulo 1 Entró en el pub y miró hacia el fondo, en la última mesa se encontraba la persona que lo había citado con esa nota tan extraña. Caminó sin fijarse en las miradas apreciativas que le dirigían las mujeres. Llevaba dos días intrigado con esa cita, sino hubiera sido por que la nota mencionaba a Elisa, no estaría en ese momento ahí. —Buenas noches, ¿eres Joanna? —preguntó a la mujer que lo miraba fijamente. —Sí…, y tú debes de ser Alec. —Así me llaman —contestó—. ¿De qué conoces a Elisa y por qué me has citado aquí? —demandó sentándose sin pedir permiso. —Puedes sentarte —dijo con ironía Joanna, sonriendo al ver su gesto adusto. —¿Qué quieres de mí? —inquirió molesto—. No estoy para que me hagan perder el tiempo. —Veamos, si no estoy mal informada, te llamas Alec Bennet, tienes treinta y cinco años y eres fotógrafo profesional. Estuviste comprometido con Elisa Mary Clarke, pero la relación terminó porque ella no aceptaba tus gustos sexuales… extremos— Hizo el gesto de entrecomillar la palabra extremos con los dedos, para dar más énfasis a la misma—, por llamarlos de alguna manera. —Terminó y lo miró con sus fríos ojos azules. —¡¿Cómo sabes todo eso?! —exclamó furioso. —Te recomiendo que te tranquilices, no soy tu enemiga y…, creo, que lo que te voy a decir te va a interesar. —¿Quién eres y qué pretendes? —Joanna Downer, la ex del hombre que está con Elisa. Alec la miró sin comprender nada, «¿Qué pretende esta arpía?», se preguntó mientras la observaba detenidamente. —¿Y…? —Para explicarte lo que pretendo, necesito que me contestes a una pregunta. —¿Cuál? En ese momento, llegó un camarero y les preguntó si deseaban algo de beber; ambos pidieron sus bebidas y, enseguida, reanudaron la conversación. El pub tenía una tenue iluminación, lo que les permitía estar apartados de las miradas curiosas. —¿Te gustaría recuperar a tu chica? Jamás se hubiese imaginado que esa era la pregunta. «Recuperar a Elisa… ¿Tenerla a mi merced y poder castigarla por haberme abandonado? Claro que me gustaría, pero dudo que sea posible», se dijo. —Depende de lo que tuviera que hacer para lograrlo —contestó. —Para romper esa pareja no servirá, solo, con hacerles sentir celos, eso no será suficiente... Lo que hay que hacer es romper la confianza que se tienen. Llevo muchos meses haciéndolos investigar y seguir, sé de lo que hablo. En su relación, lo más importante, además del sexo, es la confianza que ambos se tienen. Si la resquebrajamos, lograremos destruir lo que los une. —¿Estás segura? —Lo estoy; conozco a Charles... además, sé por una buena fuente que ella, seguramente, se está enamorando y él, quizás, también lo esté, pero ninguno lo ha admitido aún para sí. Eso nos da

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ventaja. Alec sonrió por primera vez esa noche. Algo que había dado por perdido se le ponía en bandeja. Deseaba tener a Elisa de nuevo en sus manos y haría todo cuanto esa mujer le pidiese para conseguirlo. —Eres retorcida…, me gusta —afirmó alzando su copa—. ¿Brindamos por nuestra asociación? —invitó. —Brindemos. —Chocó su copa con la de él y lo miró a los ojos—. Ambos queremos recuperar lo que teníamos y, para ello, debemos unirnos para destruir esa relación. Bebieron en silencio, cada uno metido en sus pensamientos. No se conocían y, aun así, tenían algo que los unía. —Perdona el atrevimiento; lo que no entiendo es, ¿Para qué quieres a esa remilgada si no le va el sexo duro? —Eso es problema mío y, en cuanto a mis gustos, todo se puede solucionar... ¿No crees? —Tú sabrás. Yo solo quiero volver con Charles, es el mejor hombre que he tenido y sé que no conoceré a otro igual. —Cada uno de nosotros tiene sus motivos. Una vez consigamos nuestro objetivo, seremos libres para actuar como nos dé la gana. Intercambiaron sus teléfonos y algunas palabras sobre su plan para separar a Elisa y Charles. —Así es. Cuando dé el primer paso te llamaré. —Muy bien. Hasta entonces, Joanna. —Adiós. —Se terminó el resto de su copa de un trago, se levantó y se fue sin mirar atrás. Hacía un año y, aunque parecía mentira, el tiempo había pasado. Ese día se cumplían doce meses desde aquella noche, en la que sus caminos se habían cruzado en una discoteca... Un año lleno de pasión, donde Elisa había descubierto en manos de Charles, sus deseos más íntimos y su sexualidad disfrutada en toda plenitud. Pero a pesar de esa confianza, de ese grado de intimidad que habían alcanzado en tan poco tiempo..., algo estaba cambiando en ella. Muchos días se preguntaba, ¿qué eran? Solo amigos para el sexo, solo dos íntimos con derecho a experimentar todo lo que deseaban... ¿solo eso? No vivían juntos como pareja; a veces pasaban los fines de semana en casa de uno o en el apartamento del otro y, algún que otro día suelto entre semana, compartían algunas salidas con amigos que tenían en común o, si no, cada uno hacía su vida social; pero en el sexo, siempre estaban dispuestos a disfrutar con juegos compartidos o privados. Elisa no tenía relaciones íntimas con otro hombre sin la presencia de Charles y, siempre, porque formaba parte de alguna de sus fantasías más calientes. Él, por el contrario, durante ese año se había acostado con dos mujeres en dos viajes, aunque, Elisa había participado en la distancia a través de la webcam. Había sido algo muy fogoso y excitante... Aún podía recordar la mirada de Charles clavada en la suya mientras bombeaba en el interior de la mujer con la que estaba follando..., su mirada ardiente que le decía que era a ella a quien sentía, a quien penetraba una y otra vez. Fue algo muy visceral para Elisa ver cómo Charles practicaba sexo sin dejar de mirarla, mientras ella se masturbaba para él y, entre gemidos, le suplicaba que le regalara todo su placer. Observar cómo, a punto de llegar al orgasmo, él se retiraba del interior de esa desconocida y quitándose el condón eyaculaba sobre la mujer, pero siempre con la mirada clavada en sus ojos y gritando su nombre. Solo recordando la escena vivida ya sentía la respuesta de su cuerpo, la necesidad de dejarse llevar y regalarle su éxtasis a Charles. —¿Eli, en qué planeta estás? —preguntó su secretaria sacándola de esos ardientes recuerdos. —¡Perdona, Inma! —Nada, ya me gustaría a mí estar allí; por tu cara era un lugar muy placentero —dijo con una sonrisa ladina.

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—No puedo negarlo —afirmó riendo—. ¿Para qué me llamabas? —Perdona, tienes a Charles en la línea dos. Sin perder tiempo, Elisa contestó la llamada. «¿Habrá recordado qué día es hoy?», se preguntó sonriendo. —¡Buenos días! —Preciosa, pero qué energía transmites. Buenos días a ti también. —Sí, hoy amanecí con mucho brío —contestó riendo. —Pues anoche me dejaste agotado, nena. —Me encanta que nos agotemos juntos, lo sabes, cariño —susurró con tono insinuante—. Pero, dime, ¿a qué viene esta llamada?, ya habíamos quedado para vernos esta noche. —Lo sé y por eso te llamo. Siento tener que cancelar nuestra cena. Ha surgido una cita con un cliente a última hora y no sé lo que tardaré —explicó. Elisa se desinfló como un globo al que acababan de pinchar. Su alegría se evaporó al comprender que Charles no recordaba ese día; que no entendía el por qué de su invitación a cenar y…, ella, que había pensado en llevarlo, luego, a la discoteca donde se habían conocido para rememorar juntos esa noche que cambió sus vidas. —Eli, cariño, ¿me escuchas? —Perdona, me he distraído con algo que me han traído —mintió—. ¿No puedes cambiar esa cita? —indagó. —No…, quiero conocer a ese, supuesto, nuevo cliente. —Tranquilo, qué le vamos a hacer… Llamaré a Marta y la invitaré a cenar, total, ya tengo la reserva. —Nena, de verdad que lo siento mucho. —Yo también lo siento, Charles, más de lo que crees. —Su alegría se había esfumado, no podía seguir hablando más—. Hablamos luego, tengo mucho papeleo hoy. Se despidieron y él quedó en llamarla, pero Elisa apenas escuchó nada de lo que dijo. «¿Por qué los hombres no recuerdan cosas tan significativas? ¿Será que no son tan importantes para ellos como para nosotras?», se hacía esas preguntas mientras marcaba el número de Marta. —Hola, ¿a quién hay que matar a esta hora? —preguntó Marta riendo. —Yo sé de uno…, aunque mejor lo dejamos pasar. Loca, te llamo para invitarte a cenar y luego a unas copas. Bueno, seré sincera, acaban de dejarme tirada con la reserva hecha y no me da la gana de perderla. ¿Te apuntas? —¿Charles te acaba de dejar tirada? —preguntó incrédula. —Sí, al parecer le ha surgido un cliente de última hora, pero…, no sé, su voz me ha sonado tan rara, titubeante..., en fin, no me hagas caso. —Eli, ¿él sabe qué día es hoy? ¿Se lo has recordado? —No. Debería recordarlo él solo… Marta, hace solo un año, joder, que no es nuestro aniversario de matrimonio número veinticinco para que se despiste; bueno, eso tampoco tendría perdón. —Tranquila, hablamos esta noche en la cena. Él se la pierde… ¡Hombres! —bufó Marta. Se despidieron y quedaron en que Elisa la recogería para ir juntas en un solo coche. Después de las llamadas decidió no pensar más y se volcó en todo el papeleo que tenía sobre la mesa. Como agente de viajes siempre tenía mucho trabajo: cerrar grupos, buscar los mejores hoteles, paquetes de estancia en otros países…, y era una locura, aunque le apasionaba. Conocía a mucha gente y viajaba mucho, en definitiva, era un trabajo que le gustaba. Terminó el reportaje que tenía esa mañana y, mientras recogía su equipo de fotografía, recordaba su reunión con Joanna. Estaba ansioso porque lo llamara y empezar así la caza. Se había arrepentido de dejar a Elisa, había fracasado con ella; por eso quería volver a tenerla y, luego, enseñarle la disciplina que tenía que haberle enseñado, desde el primer día que empezaron a vivir juntos.

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—¡Alec!, menos mal que te encuentro —dijo Gerard entrando al estudio. —Hola, ¿para qué me necesitas? —Anoche te pasaste con una de nuestras sumisas. ¡Te has vuelto loco!, tenemos normas y reglas, nosotros cuidamos de las chicas. —No exageres, ella quería que le diera fuerte y eso hice. —Lo enfrentó. —¡Nuria te gritó la palabra de seguridad y no paraste! Eso es muy grave. Te ha denunciado en el club. —No escuché nada, ella solo gritaba. —Alec, ¿la escucharon otros y tú no? —preguntó incrédulo—. Te lo advierto, si tienes otra denuncia más serás expulsado. Sabes que nuestro club se preocupa porque todo sea consensuado y, sobre todo, porque los amos respeten las normas; para eso se fijan, no para que hagas lo que quieras. —Tomo nota, pero estoy seguro de que ella retirará la denuncia cuando se calme. Yo le di lo que me pidió. —Eres el Amo más sádico que tengo en el club, no hagas que te eche. Porque ni la amistad que nos une te salvará. Además, si te soy sincero, cada día te desconozco más. ¿Qué te está pasando? Antes no eras tan violento. —Mis gustos han cambiado, solo eso. No te preocupes, no volverá a ocurrir. —Eso espero. Gerard se fue con mal sabor de boca después de esa conversación, tendría que vigilar más de cerca a Alec, no le gustaba nada el cambio que se había producido en su amigo. Disfrutaba con la crueldad y no era satisfacción sexual, era satisfacción perversa de ver a otra persona sufrir al infligirle dolor; y eso no estaba dentro de los principios del club de BDSM que regentaba. Alec maldecía a la puta que lo había denunciado. Se duchó y se vistió con pantalones negros, camiseta negra y una chaqueta de cuero. Cogió su moto y se fue a buscar a esa zorra. «No sabes con quién te has metido», pensó. La cena fue divertida, con Marta nadie se aburría. Decidieron ir a tomar una copa y escuchar música. Elisa estaba no solo desilusionada, sino también cabreada porque en toda la noche no había recibido ni un mensaje de WhatsApp. Un día tan significativo se había estropeado completamente. Llegaron a la discoteca a pesar de que Elisa hubiese preferido un bar, pero Marta tenía razón, el que se lo estaba perdiendo era Charles, por idiota. Había decidido divertirse, ella era libre, no tenía compromiso de exclusividad. Se sentaron en un rincón vacío y pidieron sus copas. El ambiente estaba animado. No había mucha gente al ser día entre semana, pero sí la suficiente para pasarlo bien. —Eli, hay dos ejemplares masculinos mirándonos fijamente desde la barra. Están tremendos y creo que no tardarán en venir hacia nuestra mesa —comentó Marta sin dejar de mirar a los hombres. —No he venido a ligar y, esta noche, no tengo ganas de relacionarme con ningún miembro de la especie masculina —soltó mortificada. Se llevó su copa a la boca y, cuando iba a dar un trago, se quedó paralizada. Sus ojos se abrieron incrédulos por la escena que veía a lo lejos. Sintió que todo su ser se enfriaba, era un frío que nacía desde dentro e iba cubriendo todo su cuerpo sin dejar ningún recoveco. Como si se hubiese congelado por dentro y por fuera, tanto era así, que sintió cómo temblaba a pesar del calor que la rodeaba. —¡Eli!, ¡¿qué te pasa?! —Marta le quitó la copa de la mano antes de que, debido a los temblores, se le derramara—. Estás helada, ¿qué te ocurre? —preguntó, pero al no obtener respuesta siguió la mirada de Elisa y lo comprendió todo en ese instante. —¡Será hijo de puta! No me lo puedo creer. —La miró a los ojos y le dijo—: Eli, tiene que haber una explicación. Él no es así, además, está loco por ti. Elisa parpadeó como saliendo de un trance, buscó su copa y le dio un trago largo. Necesitaba

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algo fuerte que la hiciera entrar en calor. No escuchaba lo que decía Marta, sentía un zumbido molesto en sus oídos y temía estar a punto de desvanecerse. Inspiró para serenarse y pensó que estaba exagerando las cosas. Ellos solo eran… ¿Qué?, pareja con derecho a follar o, como decían algunos, follamigos; una palabra que no era de su gusto. Nunca en todo ese año hablaron de exclusividad, aunque tácitamente había quedado claro que si follaban con terceros siempre participarían los dos, aun en la distancia. Lo que le había causado esa reacción era la mentira, la excusa para cancelar la cita. Sentía que la confianza ciega que, hasta ese momento, había tenido en Charles, comenzaba a resquebrajarse. Una punzada de dolor se instaló en su pecho; el escozor de las lágrimas pugnando por salir junto al nudo que se le había formado en la garganta, le decían que eso era más…, se sentía traicionada. —¡Eli, por favor, dime algo! Grita, insúltalo, pero no sigas callada, me estás asustando — suplicó Marta preocupada. —Disculpa, es que ha sido algo que no me esperaba ver. —No sé si has escuchado algo de lo que te he dicho, pero te repito que debe haber una explicación, Charles no te engañaría de esa manera, estoy segura. —Lo que me duele es la mentira. Me dijo que tenía una reunión con un nuevo cliente que no podía cancelar. —Bueno…, quizás ella es ese cliente —insinuó Marta. —Marta, por favor, ¿me vas a decir que han venido a cerrar un negocio publicitario a una discoteca…, a esta discoteca? —Miró a su amiga con una mueca de incredulidad. Volvió la mirada hacía donde estaba Charles hablando con una mujer joven y muy atractiva. No se veía actitud íntima, aunque sí se podía ver que se conocían, no era un nuevo cliente. Elisa se levantó y dejó su copa vacía en la pequeña mesa que tenía enfrente. Tomó su bolso y, decidida, caminó hacia ellos. Marta al percatarse de hacia dónde se dirigía, la siguió. Al llegar junto a ambos, se quedó al lado de Charles, que no había alzado aún su mirada hacia ella. —Buenas noches, ¿interrumpo? —habló sin dejar de mirar a la mujer que sonreía de forma irónica. Charles dio un respingo al reconocer la voz de Elisa, se giró y alzó la mirada para confirmar que era ella; a su lado, Marta lo miraba con cara de pocos amigos. —¡Eli, nena, qué sorpresa! No sabía que vendrías aquí. —Se levantó para darle un beso en los labios, pero Elisa giró la cara y él terminó besando su mejilla. —¿No vas a presentarnos? —preguntó clavando su mirada en los ojos oscuros de Charles. —Sí, perdona. Te presento a Joanna.—Se giró hacia la mujer—. Joanna, esta es Elisa, mi chica. Con parsimonia Joanna se levantó y saludó sin dejar de sonreír. —Encantada de conocerte. Charles me ha hablado mucho de ti. —Se giró hacia Charles—. Querido, debe de ser extraño tener a tu chica y a tu ex prometida, juntas. El jadeo de sorpresa que salió de la boca de Elisa, lo hizo mirarla. Sus ojos se habían abierto y en ellos pudo ver decepción. Charles fulminó a Joanna con la mirada. «¿Por qué había tenido que añadir esa coletilla?; para molestar y hacer daño, muy típico de Joanna», se dijo. Marta sujetó a Elisa del brazo, la sintió tambalearse como si le hubiesen dado un puñetazo; y podría decirse que así había sido. —Eli, cariño, si quieres nos vamos. Yo ya había terminado de hablar con Joanna —dijo él acercándose más a Elisa. —Charles, todavía no hemos dejado nada en claro. —¡Ahora no! —exclamó con furia. —No te preocupes, yo he venido con Marta a divertirme y eso es lo que pienso hacer. Tú sigue con tu ex, buenas noches. Se dio media vuelta y se fue sin mirar atrás, Marta la siguió hasta la barra. Allí se pidieron dos copas más y Elisa se tomó la suya de un solo golpe.

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—Para, Eli. Si bebes así terminarás borracha. —Necesitaba esa copa, esto es como un mal sueño. —¿Sabías que había estado prometido? —Sí, él me lo contó…, y fue ella la que rompió el compromiso. —Pues me ha dado la sensación de que aún se cree su dueña —confesó Marta. —No entiendo nada. Me quiero marchar, no hago nada aquí. —Será lo mejor. Pagaron y se dirigieron hacia la salida, Charles las interceptó en la puerta. —Eli, cariño, tenemos que hablar. No es lo que parece. —No quiero hablar…, tú sabrás lo que es, yo me voy a mi casa —dijo Elisa mirando la mano que sujetaba su brazo—. Suéltame —exigió. Charles la soltó y Elisa salió sin dirigirle la mirada. Marta se detuvo a su lado y observó su rostro, estaba preocupado. —Pensé que eras diferente a los demás, pero me equivoqué. Eres igual de imbécil que la mayoría de los hombres. —Marta, no es lo que parece. Es verdad que Joanna quiere contratar los servicios de la agencia para una campaña. —Y tenías que quedar con ella hoy, precisamente hoy. —Le clavó el dedo índice en el pecho—. Y para terminar de cagarla, no se lo dices a Elisa. —Entiéndeme, si cancelaba la cena de hoy para decirle que iba a ver a mi ex, no hubiese sido muy inteligente de mi parte. Además, no entiendo qué tiene de especial este día —musitó confuso. —¡Hombres! —exclamó Marta poniendo los ojos en blanco—. Veo que para ti no fue tan especial, como para Elisa, el día que os conocisteis. Buenas noches. —Se fue dejándolo sin saber qué decir.

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Mójate

Vive tu propia aventura erótica La idea de Mójate me fascinó desde el primer momento en que me hablaron de ella. Un día me escribió Ángela, fundadora junto con Lourdes, de la editorial 120 pies. Me dijo que quería proponerme algo muy loco y yo contesté enseguida que siempre estoy abierta a las locuras. Y así empezó: ¿te atreves a escribir un «elige tu propia aventura» erótico?

En mi mente: «¡Madre mía! Creo que no he leído un «elige tu propia aventura» nunca, y tampoco es que lea mucha novela erótica». Respuesta: «¡Por supuesto!» Pues eso. Me van los retos. Mójate es un juego en el que tú eres la protagonista y te llamas Irene. Estás harta de la vida rutinaria que llevas y de pronto, al inicio, tienes la posibilidad de cambiar tu vida y empezar de nuevo. Para ello deberás decidir qué camino tomar, y no siempre tendrás muy claro qué opción es la mejor, pero tendrás a tu alcance algo que te dará ventaja sobre el resto de mortales: volver atrás y corregir. No describo a Irene físicamente, pero lo cierto es que depende qué camino escojas siempre hay un hombre a tu alcance dispuesto a enrollarse contigo así que podría decirse que eres atractiva, tan atractiva como patosa y metepatas, porque las situaciones a las que te enfrentas son en gran parte mérito tuyo. ¿Cómo eres, Irene? (Extracto) Eres tímida y no te gusta mucho ser el centro de atención, y por eso en el trabajo pasas desapercibida. Pero a veces tienes brotes de atrevimiento, como si se tratara de algún tipo de descompensación química. Te cuesta decir lo que piensas porque temes crear situaciones incómodas, pero al mismo tiempo te culpas por guardártelo todo y hervirlo por dentro, de modo que estás en proceso de aprender a decir lo que piensas con diplomacia, es decir, ser un poco más asertiva. Tu profesión no te llena, tu relación sentimental te aburre y, a pesar de tu disconformidad, sigues apareciendo día tras día en tu puesto de trabajo y compartiendo cama con tu pareja. Sabes que deberías replantearte tu vida, pero entonces ocurre algo: de pronto un día todo va como la seda y te dices que tampoco estás tan mal. Y vuelta a empezar. Es en uno de esos días malos, Irene, cuando hay que armarse de valor y tomar decisiones. No vale la pena quejarse todo el día porque así no conseguirás nada en absoluto. Mójate, mujer. Cambia de vida. ¿Cómo son los hombres de Irene? Hay muchos tipos de hombres para Irene y todos diferentes para que cada lectora elija el que más se ajuste a lo que le apetece en el momento, pero no diré más sino perdería toda la gracia. Hay que leerlo para conocerlos y dejarse encandilar. ¿Cuál es tu aventura? Llevas tiempo infeliz con tu vida y de pronto se te presenta la oportunidad de cambiarla, tienes la posibilidad de conseguir un trabajo en Montpellier y es una incógnita lo que te espera allí. ¿Te subirás a ese tren o no? Esa es la primera decisión que se te planteará. Y a partir de ahí habrá nuevos caminos que explorar.

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Irene también tiene un pasado (Extracto) Cuando tenías catorce años, tu mejor amiga del instituto te dijo que, para atraer a un chico, tenías que ir con un Chupa Chups en la boca. Cuantas más veces te viera con él, más posibilidades habría de que te besara. Os pasasteis medio curso mirando a los chicos en el recreo con el Chupa Chups. Mirándoles muy fijamente. Pero la teoría solo le funcionó a ella. A ti solo te salieron caries. Después de eso, pasó un año entero hasta que volviste a interesarte en algo relacionado con el sexo. A los dieciséis volviste a tontear con la idea, durante la fiesta mayor del pueblo de tu padre. Te enrollaste con un andaluz que te llevó a la parte de atrás de una ermita y te enseñó la función de la pipeta de tu vagina. Tú tocaste por primera vez una polla y el tacto no te pareció desagradable, pero el modo en que te explicó cómo debías vestir y desvestir la carne fue un poco asqueroso. Y pringoso. Ahí descubriste que ese trocito de carne que tenías entre los labios no era un mero accesorio sin utilidad aparente, y bien que lo supiste aprovechar más tarde. ¿Qué vas a encontrar en Mójate? Sobre todo diversión, es de lo que se trata, de alejarnos de esa visión solemne del sexo, como si el deseo sexual fuera un estado ajeno a nosotros. ¿Por qué no podemos hablar de sexo como de cualquier otro tema? Incluso reírnos de ello. No hace falta revelar ninguna intimidad solo por hablar de ello, pero siempre ha sido muy tabú en nuestra sociedad y lo cierto es que podríamos aprender muchas cosas compartiendo nuestros conocimientos. La idea de Mójate es acercar más el sexo a la vida ordinaria, a conectar nuestra mente con nuestro cuerpo, porque a veces están tan alejados el uno del otro que podrían ser dos entes distintos. Aunque ahora suene raro y surrealista, tenemos que escuchar más a nuestra vagina; y dejarnos de tantos remilgos. Cuando estoy con amigos puedo hablar de política, de trabajo, de sueños, de los baches de una relación estable, pero tampoco me cuesta decir que he visto penes grandes, pequeños, gordos, delgados y torcidos, y no se me van a subir los colores porque no tengo de qué avergonzarme, no estoy hablando de un alien (aunque la cosa sea igualmente fea), y luego ellas me dirán que las han visto de todos los colores y ellos dirán la suya, y nos echaremos unas risas. No hay nada más natural que eso, porque el sexo nos hace volver a nuestro estado más primario y en eso todos tenemos mucho en común.

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Además de Irene, en Mójate, su vagina es gran protagonista (Extracto) Y al mismo tiempo, tu vagina manda una señal a tu cerebro: «¿Cómo sería tener ese cuerpo grandote encima de ti?», te pregunta. ** Tu vagina está tan decepcionada que, si pudiera, si tuviera la posibilidad de movilizarse, habría abandonado tu cuerpo alegando falta severa de actividad. ** Y llegas a ese punto en el que el apetito sexual te somete al cien por cien, en el que solo haces caso de las órdenes de una vagina que se ha hecho dueña del reino que es tu cuerpo. «¡Abran las puertas!», clama, en un tono dominante que no admite réplica. ¿A qué esperáis? Jugad leyendo

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