Revista La Cuna de Eros núm. 10. Julio, agosto, septiembre 2015

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la cuna de eros

NĂşmero 10 - Julio, agosto y septiembre de 2015

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Editan: D.W. Nichols · Marta Fernández · Elizabeth Da Silva · Sarah Degel · Élica Kilian · Feli Ramos Cerezo

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Editorial La redacción

Llega el verano, y con él, las vacaciones. Este es el momento que muchas personas aprovechan para ponerse al día en sus lecturas, aquellas que, a causa del trabajo y las obligaciones, han tenido que ir posponiendo. Para otras, es simplemente la época en que más leen, aprovechando el tiempo al máximo, hasta altas horas de la noche, ya que no hay que madrugar al día siguiente. Si eres de esas personas que no pueden pasar sin leer, esperamos que nuestras recomendaciones te ayuden a escoger buena lectura romántica para llevarte a la playa o a la montaña, a la barbacoa o a la terracita. ¡Feliz verano!

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Indice

Editorial 3 La redacción 3 Ilustradora del mes 5 Pura Magia 7 Un deseo especial de navidad 12 MELANIE ROSTOCK 16 Volver a empezar 21 Amazonas 22 Cruzando los límites 26 El hombre de la torre 35 Jessica Lozano 38 La doncella de la sangre 40 MaxMix 42 La muñeca tatuada 46 Desde la oscuridad 52 Kris Pearson 54 Series Freak 58 Los Diletantes 60 La cita anual 72 Kieran the Black 74 Red Apple 76 La esencia 80 Desenfreno 88 Recomendaciones 94

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Inma Brotons

Ilustradora del mes

Exploradora urbana y creadora de realidades dist贸picas

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Pura Magia

Primer capítulo por Iria Blake

All I ever wanted All I ever needed Is here in my arms Words are very unnecessary They can only do harm “Enjoy the silence, The Depeche Mode”

Prólogo

Todos estaban allí, todos la conocían. Fue una de las más conocidas del ambiente. Adorada, admirada y alguno, en silencio la amaba. No faltaba nadie, absolutamente nadie. Su recuerdo, su experiencia, todo se enterraba bajo esa tumba, y lo que se quedaba era solo dolor. Estaba acompañada de todos sus conocidos, “aprendices” los llamaba ella, pero lo que nadie sabía era que se fue sola, más sola de lo que podía suponer. Su familia, estaba al fondo, semi escondida. Su madre miraba con firmeza, no tenía un atisbo de lágrimas en su cara, solo lanzaba miradas de odio hacia todo lo que les rodeaba. Su padre en silla de ruedas, lloraba en silencio el dolor por la temprana pérdida, porque ella se hubiese ido antes que él, a pesar de lo enfermo que estaba. Y entre los dos, una preciosa adolescente de cabello castaño que también languidecía de pena, como él mismo. Había pagado con creces sus errores y en ese momento se fue vacía, y eso que él la acompañó, hasta el último minuto de su existencia, él y nadie más. Llevó con ella la pesada carga de su pena, de su dolor continuo, de las insoportables sesiones de quimioterapia que la dejaban destrozada y reducían su tamaño a la mínima expresión. Pero a su lado siempre estuvo él. Tan joven, tan guapo, con la chispa de la vida encendida en sus vivos ojos claros, iba a ser el Amo perfecto. Le enseñó todo lo que puedo, le ayudó con sus dudas, le adiestró como a ninguno, porque sabía que estaba destinado a ser un Amo magistral. Su actitud lo demandaba. No era arrogante, pero si descarado, llegado el momento, ese descaro llegaba a ser animal. Con él llegó a disfrutar de los orgasmos más desgarradores de su vida, y eso que la Ama era ella. Le enseñó todo lo que sabía, y aunque él siempre quiso más, ella no pudo dárselo. Era un crío, y tenía un triste pasado detrás que ella no quiso contarle hasta que no tuvo otro remedio, en su lecho de muerte ya no pudo más y se lo confesó. –Te cuento esto, querido – dijo ella con su tono de voz cansado –porque quiero irme en paz, porque quiero descansar, porque tienes que recordar que hay que aprovechar cada momento, cada minuto. No los desperdicies, mi mago.

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–Joder Teresa, no lo hagas –contestó él apesadumbrado sabedor de lo que ya desencadenaba –y ahora, ¿por qué? –Porque fui una irresponsable, y porque si hubiese hecho las cosas bien –paró un segundo para inspirar lo más fuerte que pudo – ahora no moriría sola. –¡No estás sola, maldita sea! –empezó a agitarse con impotencia– estoy yo, siempre estuve aquí, pero tú nunca quisiste verlo. –Si te vi, querido – levantó su mano con torpeza y posó la palma en su mejilla –pero preferí no aceptarte por miedo a amar, y ahora ya ves, no te amo – él la miró con dolor– pero te adoro, y ahora, ahora quiero que tú seas feliz. Que ames sin control, que cuando aparezca ella, que no tengas miedo a amar, que se convierta en lo más grande, que la des todo de ti. Porque cielo –contuvo un sollozo que amenazaba con convertirse en lágrimas – tú amas desde dentro, despliegas de ti toda tu magia y abrumas con tu pasión. Enfoca eso en la persona que te amé, dale todo, porque te lo mereces. Él se torcía en lágrimas de dolor, sabía que se iba, llevó a sus labios la mano que tenía puesta en su mejilla y se la besó. –Mi adorable caballero escocés –su media sonrisa reapareció para despedirse de él –disfruta de todo lo que yo no te supe dar. ¡Hazlo! Porque si no, volveré desde el otro mundo y te castigaré con mi fusta. - la irónica sonrisa de él hizo acto de presencia e iluminó el final de Teresa. - Mi mago... Falleció aquella misma noche, en el día de Saint Andrews, el patrón de Escocia, y él mismo, roto de dolor, fue quien recogió todas sus cosas. Poco a poco fue metiendo todas sus pertenencias en cajas. Donó lo que pudo y lo que no, estuvo a punto de tirarlo a la basura, pero no pudo, porque recogiendo los enseres que se encontraban en una de las mesitas de su habitación, encontró una carta. Esa carta marcó el comienzo de su nueva vida. Pero no por lo que ponía en sí, si no por lo que para ella significaba. Una carta escrita años atrás y que nunca se entregó. No había destinatario, así que, con mimo, la cogió y la guardó. Sabía que algún día la tendría que entregar, pero al menos, se quedaría con un parte de ella. Así, cogió todo lo que contenían las cajas y lo dejó en un guardamuebles, a la espera, tal vez, de que alguien lo reclamase, su familia. Su entierro fue casi una fiesta, algo que ella siempre quiso, ya que a pesar de lo que pensaba, no estaba sola. Todo el Club estaba allí y después de los oficios, todos, incluido él se fueron de borrachera al barrio de Chueca. Su lugar favorito. Se pasó diez días llorándole, diez días que nadie supo nada de él, salvo la botella de whisky, Laphroaig Triple Wood, el favorito de ella, que se convirtió en la suya, y cuyo toque a vainilla hacía recordar el sabor de sus labios cuando lo bebía. Ya no lo haría más. No se despertó de su pesadilla, porque no llegó a dormirse, tampoco estaba borracho, le gustaba estar sereno para regodearse en su dolor, hasta para eso se comportaba como un señor. La botella seguía casi llena, su corazón vacío. Su Señora se había ido, ahora empezaba su camino, pero lo haría a su manera. Sin corazones rotos y con la única promesa del placer. Utilizaría su don para obtener y dar felicidad, aunque esta tuviese fecha de caducidad.

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“Es una actitud” se repetía así mismo. “Nunca prometeré nada, pero ofreceré toda la felicidad que pueda dar”. “No sé si fue amor, pero te llevaste contigo la capacidad de amar”. Decidió visitarla por última vez. Antes de reiniciar con su rutina viajera, se acercó al cementerio de la Almudena donde descansaban sus restos. Una lápida sin nombre y donde se podía leer el siguiente epitafio: “Aquí descansa el cuerpo de una Ama, porque su alma se fue cuando creyó que no podría amar. Nunca dejes de amar, porque el amor es lo que nos hace respirar”. Tu hechicera, tu Ama. “Me quitaste el aliento, ¿ahora cómo voy a respirar?”, pensó él en su desesperación. Le lanzó un último beso, contuvo las lágrimas y se despidió para siempre. Nunca volvería. Era una promesa. Saliendo del lugar, ensimismado como iba y con la cabeza agachada, no se dio cuenta que de frente venía otra persona en igual o similares condiciones que él, por lo que desafortunadamente chocaron, teniendo él que sujetarla a ella porque, dada su envergadura, del empujón casi la derrumba, provocando en ambos una muesca de molestia en sus rostros que casi les hizo obviar la disculpa. –Perdón –dijo él en ese casi perfecto español, que en su tono bordeaba lo sexy. –Disculpa –respondió ella por cortesía pero con indiferencia. Apenas si se miraron, pero él tuvo que soltarla de manera instintiva, porque sintió una extraña descarga que le paralizó por un segundo y provocó su huida inmediata. ¡Era la misma chica que estaba en el funeral de Teresa, junto a los padres de ella! Llevaba un vestido blanco ibicenco que hacía que sus ojos verdes resplandeciesen con vida propia. Él se puso nervioso. Iba acompañada de la madre de Teresa, que ni se dirigió a él, tan solo le miró de soslayo con el mismo odio que en el funeral, mezclado con una sensación de repugnancia, algo inexplicable, porque ni siquiera se conocían, y podía adivinar perfectamente sus sentimientos hacia él. La señora siguió caminando como si no hubiese pasado nada. Pero no fue así, porque él notó cómo una corriente magnética brotaba de su interior y le quitaba el aire; y la joven, ella empezaba a respirar entrecortadamente. Una fuerte impresión martilleaba sus pechos que hacía que sus corazones no solo latiesen, sino que cabalgaban desbocados, con tal impulso que casi desplazó sus cuerpos hacia atrás y les obligó a girarse y escapar con nerviosismo. Mientras se alejaban el uno del otro, él no pudo evitar frotarse las manos con ansiedad, y en el fondo con miedo, como si le quemasen. Siguió avanzando, y en un último impulso no pudo evitar echar la vista atrás y observarla de nuevo. Ella también lo hizo, sus miradas se cruzaron y se giraron para evitarse en décimas de segundo, un momento de magia. Salió del cementerio precipitadamente, como si tratase de escapar de algo, no sabía de qué, pero debía hacerlo. Esa sensación le era desconocida, y alarmantemente, no solo le gustaba, si no que su

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cuerpo le pedía más. Sí, debía de huir, ¿cómo podía sentirse así por una total desconocida que, para colmo era una puñetera cría? Sin darle más vueltas a su cabeza, se metió en su coche; y derrapando, salió disparado de allí, con la angustia trabada en la garganta, debido a la sensación de vacío que se había instalado en su cuerpo de repente. “¿Qué demonios me pasa?” se preguntó desesperado. “Cuando pierdes a alguien a quien se aprecia tanto, puede provocar extrañas reacciones con las demás personas”. O tal vez no, pero se esforzó por no darle vueltas a una sensación que hasta ahora le había sido ajena. Llegó al aeropuerto algo más calmado, pero con la sensación aún candente en su interior, y cuando se disponía a subir al avión, otro golpe en el pecho le hizo detenerse a la entrada de la cabina. “Ha sido algo mágico” y sonrió.

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Un deseo especial de navidad Relato por Andariel Morrigan

¿Qué harías si un día escribes una carta para santa claus y los reyes magos, pidiendo que el personaje favorito de tu libro favorito, se hace realidad? Disfrutarlo, ¿no? Pues eso es lo que hace Susi el día de Reyes.

Andariel Morrigan

Todos piden lo mismo el día de navidad; regalos, dinero, amor, salud, prosperidad en el trabajo, un aumento de sueldo, que te toque la lotería, la paz mundial... Que el personaje que te gusta de un libro aparezca en la puerta de tu apartamento... ¿Qué? Ya se que es de locos, una locura, que estoy loca, que podría escoger cualquiera de las demás cosas, que no es normal... Bueno, ¿qué queréis que os diga? Yo no me considero una chica normal y corriente, seré normalita y no destacaré, pero de ilusiones vive la gente... ¿No? Me llamo Susanna pero todos me llaman Susi... ¿Cursi cierto? Tengo... Da igual los años que tenga, pero soy tan mayor como para ya no tener que escribir cartas a los reyes magos y sentarme sobre las rodillas de un desconocido. Pero como ya he dicho no me considero normal en este mundo caótico. No os preocupéis, no me senté encima de las rodillas de un tipo disfrazado de rey mago, no. Pero sí escribí una carta con mi mayor deseo loco. Me planté en la librería de mi pueblo, busqué un papel de navidad bonito con su sobre, unas tres velas de distintos colores y un poco de incienso de olor a canela y vainilla. Al llegar a mi pequeño apartamento cogí un bolígrafo y me puse manos a la obra con la carta y mi deseo, pero tenía que concentrarme para hacerlo bien. Una vez que terminé la carta, la metí en el sobre y lo guardé en un lugar para quemar la carta el día de navidad.

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Mi día a día como camarera en un restaurante siguió su curso natural, como siempre. Hasta que llegó el día antes de navidad, esa noche tenía que hacer el ritual para quemar la carta. Así que cuando llegué del trabajo, me puse cómoda, encendí las velas y el incienso y después de respirar hondo varias veces quemé el sobre con la carta y mi deseo dentro. Dejé que se consumiera dentro de un cuenco de metal. Cuando sólo quedaban las cenizas suspiré con los ojos cerrados y esperé unos minutos antes de apagar las velas. Luego fui a dormir. Al día siguiente cuando desperté todo seguía igual, en las noticias ponían imágenes de niños con sus nuevos juguetes. Yo, me encontraba en el sofá envuelta en una manta comiendo cereales y viendo a estos niños felices con sus smartphones y sus súper videojuegos. Pensé que tal vez, Santa necesitara más tiempo para conceder mi loco deseo. Después de ese día festivo para mí regresé al trabajo, todo seguía como normalmente, hasta fin de año. Como mi turno terminaba por la tarde, me daba tiempo para cambiar mi ropa a una más festiva, para ir con mis amigas a celebrar las campanadas en algún bar que estuviera abierto y no lleno de gente... Y ¿qué mejor que un bareto donde ponen música estridente de metal? Así que allí estábamos las cuatro, engalanadas con vestidos de rojo, con collares navideños de color plata y rojo en una mesa redonda mirando expectantes la pantalla del televisor esperando a tomarnos las famosas uvas de la suerte. Hasta ahí todo normal, como ya he dicho. Tomamos las uvas y luego brindamos con champan por un feliz y prospero año nuevo para las cuatro. El barman puso música y todas fuimos a bailar en la pequeña pista de baile que había en el local, varios chicos se nos unieron felicitándonos a gritos un buen año. Nos movíamos sintiendo la música cuando de pronto unas manos congeladas se agarraron a mi cintura y un pecho duro se rozó contra mi espalda. Ahora la música era decadente y sensual, como incitándote a que bailes bien pegado simulando públicamente una penetración. Bueno, la verdad es que no me importaba nada, ni siquiera con quien estaba bailando, tenía los ojos cerrados y una sonrisa, mis dedos acariciaron la piel de los brazos del chico que me tenía bien abrazada por las caderas. Y cuando terminó esa canción, siguió otra de similar estilo, por lo que no pude moverme mucho del abrazo del chico, y si me pongo a pensar ahora, era realmente excitante, porque notaba perfectamente la erección que se frotaba en mi trasero y el cálido aliento cerca de mi oreja. Sus labios rozaron mi cuello y luego sus manos me giraron para que pudiera verle por fin. Cual fue mi sorpresa al ver que mi deseo se había cumplido esa noche. Hubiera dado un grito al verle pero no pude porque al abrir la boca, la suya rápidamente se cerró en la mía dándome un beso tan brutal que si no estuviera cogida por sus brazos habría terminado de rodillas en el suelo. Su lengua se movía por toda mi cavidad bucal luchando con mi lengua, sus brazos me atrajeron más

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contra su cuerpo y mis manos se enredaron en los mechones de su cabello largo y negro quedando de puntillas. No podía creérmelo aún. Cuando nuestras bocas se separaron por fin, logré conseguir un poco de aire para mis pulmones, le miraba fijamente a esos ojos marrones hipnotizadores suyos. Vlad Tepes estaba abrazándome contra su cuerpo y tenía una impresionante erección clavándose contra mi vientre! Y yo con la boca abierta. La cerré para que no se cayeran babas y perdiera la poca dignidad que me quedaba. Parpadeé varias veces y mis manos recorrieron sus hombros y parte de su pecho, vi que estaba enfundado en un elegante traje negro con camisa blanca y una corbata negra fina. Vi como ladeaba la cabeza y me miraba con curiosidad, así que hice lo mismo. Me alejé un poco de su cuerpo pero pronto sus brazos volvieron a apretarme contra su cuerpo de nuevo por lo que me estrellé contra su erección a la vez que dejaba escapar yo un suspiro él pareció gruñir en desapruebo por alejarme de él.

Nos miramos de nuevo y él con un suspiro de resignación se apartó y tomó mi mano, al comenzar a caminar con él me di cuenta de que íbamos a salir del bar, pero no me importaba a donde fuéramos, mi deseo se había cumplido y él era real. Ninguno de los dos decía nada, llegamos a la puerta de mi apartamento con sus poderes, la abrí y entramos en la estancia besándonos con desesperación. Nuestras manos se movían por el cuerpo del otro, desnudándonos, dejando caer las ropas por el pasillo hasta llegar a mi habitación. Allí mi deseo voló por los aires gracias a sus manos que no dejaban de amasar mis pechos, los mordisqueó y los chupó, luego me dejó caer en la cama y se acomodó entre mis piernas y sobre mi cuerpo. Mordisqueó mi cuello varias veces y bajó hasta mis pechos, donde siguió chupando hasta que comenzó a penetrarme. Mi cuerpo se arqueó haciendo que dejara escapar un gemido y mis dedos se enredaran en su cabello. Estaba bien enterrando en mi interior cuando comenzó a moverse dentro y fuera de mi. Ni que decir tiene que me sentía llena por él, completa. Sus dedos se enterraban en mi carne y se empujaba cada vez más y más rápido y duro. Nuestras respiraciones se mezclaban y mis ojos cerraban del placer. “Mírame”, escuché su orden en mi cabeza por lo que tuve que abrir los ojos obediente, nos miramos. Mis uñas se clavaron en los músculos de sus brazos y mi espalda se arqueaba pegándome a su pecho. Así llegamos a un orgasmo brutal haciendo que gimiera a gritos notando como me llenaba con su semilla, pero él fue más allá y mordió mi cuello, notando como mi sangre salía de mi cuerpo haciendo que el orgasmo durara más y me elevara hasta el cielo. Pero la cosa no se quedó ahí, ni mucho menos. Siguió tomando mi sangre hasta que casi termino desmayada, con los ojos entrecerrados, vi como se mordía su muñeca y me la acercaba para que bebiera su sangre. Y lo hice. Dos horas más tarde seguimos teniendo sexo, de mil formas diferentes, incluso en el baño. Por la mañana nos quedamos los dos dormidos con los cuerpos entrelazados y exhaustos. Por la tarde cuando se fue el sol, dijo que no hacía falta que hubiera pedido aquel deseo que lo había traído

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hasta mi, pues él hacía días que soñaba conmigo, y que tenía pensado en ir a buscarme. Me pidió que fuera con él a su castillo en Transilvania, que ahora era suya, sonreí y sin que me lo pidiera dos veces hice las maletas, y me fui con él. Nadie sabe nada de mi, ni mis tres amigas, ni en mi trabajo, ni mi familia... He desaparecido para el mundo, pero mi mundo y mi vida ahora está con ese vampiro que me trae loca llamado Vlad y del que estoy eternamente enamorada.

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MELANIE ROST OCK

Entrevista por Marta Fernández

Gracias por dedicarnos tu tiempo para responder a esta entrevista, queremos darte la enhorabuena por tu reciente publicación ¡Mucha suerte! ¿Cómo llegaste al mundo editorial? ¿Y a convertirte en editora en Oz editorial? Hacía tiempo que pensaba en hacer un cambio importante a nivel profesional y siempre me había gustado escribir y ayudar a otros escritores a mejorar sus obras en talleres de escritura. Entonces alguien me habló de un Máster de Edición Profesional y no me lo pensé dos veces. Al poco de estar en el Máster ya sabía que quería hacer un sello juvenil, de modo que le propuse la idea a los organizadores del curso que son editores y llegué en el momento oportuno porque hacía tiempo que ellos querían hacer un sello de novela juvenil. Estar en Oz me ha enseñado muchísimo a tener una visión mucho más amplia de cómo funciona el sector, una visión que muchos escritores deberían conocer para permitirles moverse mejor en el terreno.

Cuando leías una novela ¿Qué elementos eran imprescindibles para llegar a publicarla? -Tiene que tener ganchos porque hoy en día hay mucha mucha oferta y si no atrapas al lector desde las primeras páginas va a ser muy difícil conseguirlo después. -Intentar tener un estilo que te diferencie, el modo de describir y de expresarte. Conseguir que el lector no piense que es entretenido pero podría haberlo escrito cualquiera que escriba sobre el género. -Originalidad. Para mí es muy importante buscar ese elemento diferenciador porque los géneros ya existen y la tarea del escritor es contar una historia que, aunque encaje en un género en particular, sea innovadora por algún motivo. -Personajes. Hay que intentar por todos los medios que sean inolvidables. ¿Qué tres libros recomiendas de Oz y por qué? -Susurros porque es uno de los libros más originales que he leído. Es un retelling muy fiel a la Alicia de Carroll llevado a la actualidad y no es algo fácil de hacer. Además la trama está llena de giros y aventuras, totalmente recomendable. -Prohibido porque explora un tema muy duro que es el incesto entre hermanos pero de una manera muy sutil y cuidada, con unos personajes maravillosos. Es una novela muy dura pero está dotada de

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una sensibilidad que llegará al lector. -Destrózame porque es una distopía diferente y original. La historia está narrada a través del punto de vista de una protagonista que está encerrada en una cárcel, y a nivel psicológico está muy bien llevada porque en la forma de narrar se nota que está desquiciada, además el hecho de que algunos de sus pensamientos estén tachados todavía refuerza más esa idea de confusión y desconsuelo, por no hablar de las metáforas tan bonitas que utiliza. ¿Cómo ha sido la experiencia de “cambiar de bando” (editora-escritora)? ¿Cuándo te planteaste ser escritora? He sido escritora siempre, mucho antes de ser editora. Me gusta editar, pero con el tiempo descubrí que me gusta muchísimo más escribir. Cada vez que corregía un texto esas ganas de escribir aumentaban, pero estando en Oz no tenía tiempo, tampoco los fines de semana. Al final tuve que elegir, pero nunca olvidaré los buenos momentos de la editorial y todo lo que me ha enseñado como autora. Por ejemplo, después de leer tantísimos libros juveniles y valorar su publicación tuve muy claro que si como editora buscaba lo original como escritora no iba a ser menos, si escribía algo tendría que ser original. ¿Tienes alguna manía a la hora de escribir? Tengo que leer (si es que puedo concentrarme con alguna lectura) algo sobre el género que estoy escribiendo. Es curioso porque es algo que me cuesta mucho controlar, si leo algo de fantasía me entran unas ganas locas de escribir ese género. A veces la postura, aunque no sea bueno para la espalda, hay días que no soy incapaz de escribir sentada en una silla y necesito estar estirada en el sofá. ¿Cómo definirías la temática New Adult? ¿Crees que era necesaria la “creación” de esta “nueva” etiqueta? New Adult es novela que trata personajes un poco más mayores que los de las novelas Young Adult y por eso exploran más el terreno del sexo. Creo que hay que ser fiel a la realidad y la realidad es que los jóvenes mantienen relaciones sexuales y sueltan tacos. Creo que está bien diferenciar el Young Adult del New Adult porque hay lecturas de este último género no recomendables para los más jóvenes. Por ejemplo la trama de Liam de Bittersweet es muy dura y hay que avisar de algún modo. ¿Qué encontraremos en las páginas de Bittersweet? Acción, drama, amor, amistad, creatividad, espíritu de superación y personajes trabajados. ¿Por qué Bittersweet? ¿La portada esconde algún significado? Porque es la vida misma, es agridulce, no existe la felicidad constante sino momentos amargos y otros dulces. Prefiero que el lector se forme su propia opinión sobre la portada después de leerlo :D ¿Cómo definirías a tus protagonistas? ¿Y su relación? Bambi es una chica dulce y de buen corazón. Pero también es muy transparente y muy sensible, no

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tiene ningún tipo de barrera o coraza para defenderse de los ataques y por eso se convierte en el blanco fácil de las bromas pesadas de sus compañeros de clase. Su relación con Connie y con Liam le permite seguir adelante y ahí es donde se pone de manifiesto el poder de la amistad. La escritura también es para ella una válvula de escape y eso crea un vínculo muy importante con Liam que también se ayuda de la escritura para evadirse de sus propios problemas. Liam es un chico que se escuda en el típico malote y rebelde pero en el fondo es sensible y eso se plasma en sus relatos. Liam sufre, sufre por su madre y por él mismo y toma malas decisiones. Él es quien le da color a la historia, por su sentido del humor, porque esa es otra de las cosas que lo caracterizan. ¿Cuál ha sido el mayor desafío a la hora de desarrollar esta novela? El equilibrio. Quería que la novela tratara sobre muchos temas dramáticos pero no quería sumir al lector en un sufrimiento constante porque no me gusta. Por eso la he dotado de humor, humor en las conversaciones, en los mensajes de WhatsApp, en las llamadas telefónicas. Y no me ha costado tanto eso como el hecho de mezclar una trama que se va más a negra (Liam) con la romántica más juvenil de Bambi. He tenido que pasar de puntillas por la trama de drogas de Liam porque tenía que ser realista pero debía tener mucho cuidado de que no se comiera la trama del bullying. Creo que lo he conseguido. ¿Será una novela autoconclusiva? Es una novela autoconclusiva. Se podría tirar de algún hilo, pero de momento no me planteo continuarla. ¿A qué público va dirigido? La novela ha gustado tanto a amantes del género New Adult como a los que nunca han leído ni leerían el género. Puede interesar a un público adolescente y también adulto, pero no lo recomendaría a pre adolescentes por su alto contenido sexual y lenguaje explícito. ¿Cuál es la peor parte cuando autopublicas una novela? ¿Y la mejor? La peor es que no tienes garantías de que los lectores vayan a hacerte caso porque hay muchísimos autores autopublicados y hay que trabajar muy duro para hacerse notar. La promoción en la autopublicación es igual o más importante que la novela en sí. La mejor es que eres tu propio jefe y puedes hacer y deshacer a tu antojo. Es muy bueno poder ir a tu ritmo sin presiones. Si formas parte de una editorial ellos tienen unos calendarios de publicación a los que hay que adaptarse, en ese sentido he ido mucho más tranquila y creo que eso ha ayudado mucho a la novel a su promoción, porque he podido estudiarlo todo con mucha calma. ¿Tus próximos proyectos? ¿Y tus metas como escritora? Una novela chick-lit humorística de la que muy pronto hablaré y una distopía que todavía anda muy verde. Llegar al lector con todo lo que escriba. Marta Fernández

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Volver a empezar

reseña

Reseña por Marta Fernández

Evelyn es una mujer independiente con un propósito muy claro de lo que quiere en la vida: ser una gran publicista. Todo cambia cuando se enamora tan profundamente que abandonará su carrera profesional por amor. Años después reaparece en su vida Ryan McKinley, un fotógrafo con el que mantuvo una breve relación en el pasado. Un irlandés seguro de sí mismo al que le gusta vivir libre y sin ataduras. Ryan no la ha olvidado durante todo ese tiempo y arrepentido por haberla abandonado decide conquistarla de nuevo. Sin embargo, Eve no es la misma mujer alegre y llena de vida que conoció; no está dispuesta a abrir su corazón de nuevo a pesar de que la pasión que los unió en el pasado, sigue viva y ardiente entre ellos. CRÍTICA: Ryan y Eve se conocieron en una noche, un breve encuentro que queda grabado en sus mentes. La protagonista intenta olvidarlo y rehace su vida, durante unos cuantos años vivirá al lado de un hombre que querrá para siempre. Cuando se reencuentra con Ryan, la vida de Eve ni la propia Eve serán como antaño, la chica risueña y alegre ahora tiene una mirada triste y perdida. La mujer no le pondrá las cosas nada fáciles al fotógrafo que tendrá que luchar contra viento y marea para volver a conquistar a Eve. Es una historia de superación, dolor y reencuentros. De cómo una joven abandona todo por amor, sobre todo un futuro brillante como publicista. Eve se cierra en banda al amor, no quiere experimentar más abandonos y… Ryan lo tiene muy difícil porque metió la pata hasta el fondo en el pasado. La primera parte de la novela es la antigua vida de la protagonista: desde que conoce a Ryan hasta que aparece en su vida otro hombre, así hasta que el fotógrafo vuelve a entrar en escena y a partir de aquí la ardua tarea de reconquistar a Eve. La primera parte la hubiera enfocado de otra forma, más sencilla y siempre en pasado, bien a través de pensamientos de la protagonista o conversaciones con Ryan sobre su anterior pareja. Porque me dio la sensación de que la mitad del libro va a toda mecha y muchas cosas quedan sin profundizar. La segunda me ha gustado más porque coge un ritmo más pausado y creíble. Es imposible no acabar prendada del protagonista, es un auténtico osito de peluche, la pobre Eve no podrá resistirse a sus encantos. Una historia amena, ligera e ideal para leer en este verano. Marta Fernández

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Amazonas

Por Feli Ramos Cerezo

CÓGETELO de SANDRA PAREJO Hace relativamente poco, apareció en Amazon ¡Cógetelo!, una novela romántica contemporánea que ya de entrada, me resultó llamativa por la frescura de su portada y una sinopsis clara y atrayente. Al poco tiempo ya me empezaron a llegar opiniones sobre su lectura, y os puedo decir que es una novela que no os decepcionará. Habrá que seguirle la pista a su autora, Sandra Parejo, y a sus futuros trabajos, porque promete hacernos pasar muy buenos ratos. Una recomendación que desde aquí os hago y de la cual no os arrepentiréis. ¿Quién es la autora? Sandra Parejo, nació en Santa María de Palautordera el 7 de noviembre de 1984. Soñadora desde niña y gran lectora desde muy joven. Se ha convertido en una fanática devoradora de libros de todos los géneros, pero especialmente del género romántico. Vive en Sant Pere de Vilamajor, un precioso y tranquilo pueblecito cerca de Barcelona, en compañía de su chico. Es maestra de Educación Primaria, pero “gracias” a la situación de nuestro país, no ejerce como tal. Sobrevive gracias a un negocio familiar que le da para pagar las facturas y seguir comprando libros. Sinopsis de la novela: Martina es una chica con una vida tranquila y con pocas ganas de enamorarse después de su última decepción. Álvaro es un chico atractivo pero sin mucho interés por las féminas. Un día todo empieza a cambiar para cada uno de ellos y deben luchar para seguir con sus ideales. ¿Conseguirá Martina seguir con su vida tranquila? ¿Y Álvaro podrá seguir siendo indiferente a ella? Una novela romántica ambientada en Barcelona, que te atrapará desde el principio y no podrás dejar de leer hasta el final. ¿Cómo nos describe la autora su novela? Es una novela que te atrapará y no podrás dejar de leer. Donde te enamorarás, te enfadarás,

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desconfiarás y sobre todo disfrutarás… Próximos proyectos de Sandra Parejo: Tiene varios proyectos en marcha pero el más inminente es la continuación de ¡Cógetelo! que por petición popular se ha lanzado a seguir y que nos seguirá haciendo disfrutar de la historia de Martina y Álvaro. El resto, también son del género de romántica, porque le gusta y se siente muy cómoda. Fragmento de ¡Cógetelo!: A los pocos metros, noto como una mano me aprieta y me para. Es él que, con su mirada seria, me observa fijamente. Finalmente dice: —No soporto esto. Necesito verte. Opiniones de l@s lector@s: -La historia está muy bien estructurada, los personajes y demás. Llegas a meterte tanto que te dan ganas de matar a la protagonista, Martina, algunas veces por sus salidas, pero al final les tomas cariño tanto a ella como Álvaro. Es una novela que intenta sacarte y lo logra, del día a día y mostrarte una historia muy bonita, llena de sensaciones, emociones y sobre todo dulzura, vamos que es como un bombón que te lo metes en la boca y no paras hasta terminarlo y luego te quedas disfrutando del sabor que te acompaña por un tiempo. -Una historia muy bonita que habla de amor y al miedo de los protagonistas a este, debido a situaciones terribles vividas en el pasado. Risas, lágrimas, celos... pero en definitiva amor, es lo que te provoca y te hace sentir esta novela. Muy recomendable. -Me ha encantado esta preciosa historia de amor que me ha tenido enganchada y que disfrutaba tanto que no quería terminar. He disfrutado al máximo con la “cabezona” de Martina, el paciente Álvaro, la simpática Carla... personajes que llegan al corazón. Muy recomendable!!!

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EL VÍNCULO (MACABRA TENTACIÓN Nº 1) de VERÓNICA G.M. Este ha sido uno de mis últimos gratos descubrimientos. Una novela de vampiros al más puro estilo Bram Stoker, ambientada en la época más oscura londinense y con una historia de amor clásica y bonita como las de antes. Muy sorprendida como os digo, tras la lectura de esta novela de Verónica G.M., una autora que se estrena en Amazon con muy buena nota. Espero con ganas la segunda parte, porque la continuación augura una historia apasionante. Os la recomiendo 100%. ¿Quién es la autora? Verónica G.M, es una mujer de 31 años soñadora a la que le encanta escribir y la fotografía. Amante de las historias románticas de época y sobre todo de la temática vampírica de inspiración clásica. Le gustan las historias con un toque oscuro pero que a su vez dejen ver una parte de inocencia en algún punto. Descubrió el mundo de los vampiros leyendo a autores como Bram Stoker y Anne Rice, y fue entonces cuando empezó a escribir historias mezclando sus dos temáticas favoritas, el amor y el vampirismo pero, siempre basándose en las historias clásicas del género y alejándose de las historias adolescentes de la escena actual. Fue hace unos años que la historia de El vínculo, la primera entrega de la trilogía de libros Macabra Tentación, apareció en su mente. Tardó más de un año en escribirla y solo es el inicio de lo que realmente encierra la historia. La autora ha intentado reflejar en ella la imagen clásica del vampiro, ambientándola en el Londres de la época victoriana. Durante un año la historia formó parte de su día a día donde fue creando un mundo lleno de personajes únicos y que dan vida a este maravillosa novela. Sinopsis de la novela: Detrás de una leyenda siempre hay algo de realidad. Para entender la verdadera historia, debemos conocer todo lo que rodea al mundo de las sombras. Eso hace Emily. Adentrarse en lo más profundo de la oscuridad, lanzándose al vacío con una única intención: mostrarnos el camino que separa ambos mundos. Llevada de la mano de James, nos revelarán los entresijos ocultos de una comunidad que vive al margen de la ley humana. ¿Quién dijo que el amor entre humana y vampiro era imposible? La primera entrega de Macabra Tentación – El vínculo, nos abre la puerta a otra realidad. ¿Cómo nos describe la autora su novela? Es una llamada a las historias clásicas de vampiros, esas de las que ya nadie se atreve a escribir. Sangre, amor, venganza y erotismo se mezclan en el Londres de la época victoriana. Un tiempo oscuro y sombrío. Una historia donde nadie es lo que parece y la inocencia va desapareciendo para dejar paso a la oscuridad.

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Próximos proyectos de Verónica G.M.: Ahora mismo se encuentra ultimando los detalles antes de escribir la última parte de la trilogía Macabra tentación, recabando datos y dando vida a los nuevos personajes que aparecen. La segunda parte pronto estará a la venta. No descarta que pueda haber una parte extra si la historia lo necesita. Fragmento de El vínculo: El carruaje se detuvo frente a la verja y de su interior descendió mi padre, alguien le saludó desde dentro, alguien que no era Thomas. Un hombre asomó la cabeza por la pequeña ventana de la puerta y se quitó el sombrero para despedirse de mi padre, este le devolvió el saludo y entró en el jardín. No pude evitar mirar en dirección al carruaje de inmediato atraída por aquel hombre, de repente cambio la trayectoria de su mirada hasta encontrarse con la mía… Al momento le identifiqué, sin duda era James, lo supe por su palidez que destacaba sobremanera en la penumbra y su pelo castaño claro. ¿Cómo sabía que me encontraba en el balcón? Durante un segundo pensé que el corazón iba a salirse de mi pecho, aquel joven rompía mis esquemas y me hacía sentir cosas que no quería, intenté apartar la mirada pero me fue imposible solo cuando él apartó la suya y el carruaje se marchó puede hacerlo. Avergonzada por mi conducta volví dentro de la habitación y me metí en la cama al igual que una niña asustada, tenía miedo de reconocer que me sentía atraída de una forma que no entendía a aquel joven al que apenas conocía y del que no sabía nada pero lo peor de todo era que estaba comprometida… Opiniones de l@s lector@s: -Una historia que se va cociendo a fuego lento desde el punto de vista de Emily y que vives con ella a cada página. Me ha recordado mucho el estilo a las clásicas novelas de vampiros, como el gran Drácula de Bram Stoker. Esa inocencia, esa elegancia narrativa, han hecho que me atrapara cada vez más la trama. Sinceramente, es una novela muy completa. Tierna, con un romance bonito y nada exagerado, dura en algunos momentos, con esa acción vampiril que engancha tanto... estupenda! En definitiva, una novela muy bonita, dulce, oscura y que como punto negativo decir, que no podía creer que la autora me dejara en ascuas en ese punto de la novela con la palabra FIN.¡¡Eso no se hace!! ¡Quiero más! -La historia te introduce en el Londres victoriano y sus reglas, mezclado con un nuevo universo vampirico por descubrir. Me ha encantado y me ha enganchado, espero ver muy pronto una segunda parte. Muy fácil de leer y sin agobios. Aquí tenemos una escritora novel que nos dará muchas sorpresas con sus libros. Recomendado al 100%

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Cruzando los límites

Primer capítulo por María Martinez

Prólogo Mayo, 2011 –¿Estás seguro de que no quieres regresar a casa? –preguntó Liam. Caleb negó con la cabeza mientras echaba un último vistazo al centro de menores en el que había pasado los últimos dos años. Miró a su tío y trató de sonreír. Liam era el hermano de su madre. Vivía en Nuevo México desde hacía varios años y las cosas le iban bastante bien. Como él, había sido un chico rebelde y problemático, sin futuro, hasta que decidió abandonar Port Pleasant. Quizá, él tuviera la misma suerte. –No creo que sea buena idea. En ese pueblo nadie olvida –dijo Caleb. –¡Que se vayan al infierno! –replicó Liam. Caleb sacudió la cabeza y embutió las manos en los bolsillos de sus tejanos. Cada vez que cerraba los ojos, revivía lo que sucedió aquella noche como si solo hubiera ocurrido unas horas antes. Había pasado todo ese día en el sótano de Tyler, perdiendo el tiempo, sin hacer nada salvo ver películas de terror y beber cerveza. Cuando llegó a casa y vio el Chevrolet Chevelle de su padre, aparcado en medio del jardín con parte de la valla de madera bajo las ruedas, supo que habría problemas. Al entrar en la casa, los gritos y el eco de los golpes confirmaron sus peores temores. Su madre estaba presa de un ataque de nervios mientras su padre estrellaba la cabeza de su hermano pequeño contra el suelo. Dylan ya no se defendía y su pecho apenas se elevaba. ¡Dios, solo tenía catorce años! Algo se rompió dentro de Caleb mientras contemplaba la escena. Estaba cansado de aquel infierno, de aguantar las palizas y los insultos, de tener miedo cada vez que aquel hombre entraba por la puerta. Corrió hasta su habitación, cogió el bate de béisbol que guardaba bajo la cama y regresó a la cocina. Tenía diecisiete años y el pánico le atenazaba la garganta. Su padre se enderezó y lo miró con un gesto de sorpresa; después su mirada reflejó un odio profundo mientras se levantaba del suelo con los nudillos ensangrentados. Esa noche, Caleb no había vacilado y había hecho lo que un hombre haría para proteger a su familia. –Es tu casa, y tu madre y tu hermano quieren que regreses –insistió Liam al ver que su sobrino guardaba silencio. –Pero yo no quiero volver. –Respiró hondo–. Ellos están mejor sin mí. Liam suspiró y le dio una palmada en la espalda. –Si esa es tu última palabra, entonces vendrás conmigo –dijo mientras abría la puerta del coche. Caleb lo miró sorprendido. –¿Quieres que vaya contigo a Santa Fe? –preguntó sin aventurarse a sonreír. –Eres mi sobrino, no puedo dejarte en la estacada. Además, será un favor por otro favor. –¿Qué clase de favor? –quiso saber Caleb con cierto recelo. Hacía mucho que no confiaba en nadie excepto en sí mismo.

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–Necesito una persona que me ayude en el gimnasio por las mañanas y en el taller por las tardes. Solo tengo una condición: te mantendrás alejado de los problemas y las drogas. ¿De acuerdo? –Las drogas no tienen que preocuparte, pero los problemas me persiguen –dijo Caleb con voz cansada. –Pues les patearemos el culo cuando aparezcan. No voy a dejarte, chico. ¿Qué dices, te interesa el trabajo? Caleb estrechó la mano que Liam le ofrecía y esta vez se atrevió a sonreír. –Me interesa. 1 Dos años después. Caleb jamás pensó que regresaría a Port Pleasant, y mucho menos que lo haría para asistir al funeral de Dylan. Aún no podía creerlo. Un accidente de tráfico, un maldito árbol, y su hermanito había dejado de existir para siempre. Estrelló un puño contra el volante. No lograba asimilar la idea de que no iba a verle nunca más. No quería mortificarse, pero le resultaba imposible no preguntarse si había hecho lo correcto largándose a Santa Fe. Aún no estaba seguro de si había tomado esa decisión para proteger a su madre y a su hermano de la clase de persona en la que se estaba convirtiendo, o si, en realidad, se había limitado a huir de sí mismo, de los recuerdos y el desastre en el que acabaría convirtiéndose su futuro de un modo inexorable. Con solo diecisiete años, Caleb había cometido infinidad de robos y allanamientos; destrozado un par de coches durante las carreras ilegales que tenían lugar en la carretera de la costa; y enviado a más de un tipo al hospital por las peleas en las que su padre le obligaba a participar. Los dos años que había pasado en el centro de menores habían sido como un bálsamo para su alma. Su padre había muerto dos días después de que a él le encerraran, a causa de un infarto que nada tenía que ver con las lesiones de la agresión; eso habían dicho los médicos. A Caleb le daba igual el motivo por el que la había palmado. Lo único que le importó en aquel momento fue que ya no tendría que pasarse las noches en vela pensando si su madre o su hermano estarían bien, o si, por el contrario, aquel sería el día que al cabrón se le iría la mano más de la cuenta. Saber que estaban en peligro y que él no podía hacer nada para protegerlos, habría sido una tortura mayor de la que podría haber soportado. Cruzó el pueblo en dirección a las afueras, hacia el barrio donde había vivido la mayor parte de su vida. Allí todas las casas eran iguales, separadas las unas de las otras tan solo por un muro de ladrillo, insuficiente para tener algo de intimidad. En un barrio como aquel todos se conocían y las miserias eran de dominio público. No estaba muy lejos de las zonas de clase media, ni de la colina donde se alzaban las grandes casas sureñas de los ricos; y, al mismo tiempo, se encontraba a un mundo de distancia. Detuvo el coche frente a la que había sido su casa. Se sorprendió al ver el jardín delantero con un césped impoluto. En el porche había un pequeño balancín, y de la viga de madera que lo sostenía colgaban maceteros con flores multicolores. Se bajó con el corazón latiendo muy deprisa y contempló la entrada. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había cruzado aquella puerta. –¡Caleb!

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Su madre apareció en el porche y corrió hacia él. Se quedó inmóvil, mudo de la impresión, y solo fue capaz de abrir los brazos mientras ella se precipitaba entre ellos. La estrechó contra su pecho, preguntándose en qué momento se había convertido en aquel ser, pequeño y frágil. La apretó con más fuerza e inspiró el olor a lavanda que desprendía su pelo. Se le encogió el alma al sentir aquel aroma tan familiar que seguía grabado en su cerebro después de tanto tiempo. Habían pasado dos años desde la última vez que se vieron, poco antes de que él terminara de cumplir su condena, y en todo ese tiempo solo habían hablado por teléfono. La apartó un poco y le dedicó una sonrisa. Estaba tan pálida y demacrada que habría podido pasar por el cadáver que les esperaba en la funeraria. Solo tenía cuarenta años, pero el espejo de su cara reflejaba muchos más, demasiados. –Estás muy guapo –dijo su madre mientras le acariciaba la mejilla–. Y mucho más alto. –Lo miró a los ojos y soltó un suspiro entrecortado. A ella le dolía contemplarlos porque eran iguales a los de Dylan: de un marrón claro salpicado de máculas verdes, y con largas y espesas pestañas que los ocultaban cuando los entrecerraba–. Anda, vamos adentro. Aún faltan un par de horas para el funeral, y seguro que estarás cansado del viaje. Caleb se inclinó para besarla en la frente. Le rodeó los hombros con el brazo y, juntos, se dirigieron a la casa. Se detuvo en el porche y cerró los ojos. Durante un segundo, pensó que no podría hacerlo, que no podría entrar. Tomó aire y se obligó a cruzar el umbral del que había sido su infierno. 2 Savannah contempló el ataúd. Aún no podía creer que el cuerpo de Dylan estuviera allí dentro. Nunca habían sido grandes amigos; no hasta un par de años antes, cuando Hannah Marcus, la madre de Dylan, empezó a trabajar como asistenta para su familia. Todas las tardes el chico iba a recogerla para acompañarla después a casa, y, mientras la esperaba, él y Savannah solían conversar en la cocina tomando un té helado. A veces, incluso la ayudaba con los deberes. Cálculo y Química se habían convertido en una pesadilla para ella, y sin la ayuda de Dylan no habría logrado la nota que necesitaba para graduarse e ir a la universidad. En cierto modo, acabó admirándolo. Dylan siempre había sido un chico amable, inteligente, y había conseguido lo que pocos en su situación lograban: una beca completa para estudiar en la universidad de Columbia. Recorrió con la vista los rostros de los asistentes al funeral. Todos eran vecinos del barrio. Muchos de ellos la miraban como si fuera alienígena, y no era de extrañar. La gente de la colina, como su familia, con sus lujosas mansiones y sus coches caros, no solía relacionarse con la masa de los suburbios. No porque fueran mejores ni nada de eso, sino porque pertenecían a mundos diferentes. Los ojos de Savannah se posaron en Hannah Marcus. La pobre mujer estaba destrozada y apenas lograba mantenerse de pie. Solo los brazos de su hijo mayor impedían que cayera al suelo de rodillas. Savannah miró de reojo al muchacho, Caleb Marcus. Su reputación aún era una leyenda en Port Pleasant. Era el tipo de chico sobre el que los padres previenen a sus hijas. Las cosas que se contaban sobre él atemorizarían al tipo más duro del pueblo, y ella las creía a pies juntillas. Aún recordaba lo mucho que la intimidaba su presencia cuando se cruzaba con él en los pasillos del instituto. También rememoraba el hormigueo que sentía en el estómago cuando sus ojos, de un color fascinante, coincidían con los suyos por accidente. En aquella época, la diferencia de edad entre ellos suponía un abismo: Savannah contaba catorce años y Caleb tenía diecisiete. Sabía que era invisible para él. Caleb salía por aquel entonces con Spencer y toda su atención era para ella. Eran tal para cual. Pertenecían al mismo barrio, al mismo

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ambiente y a la misma pandilla. El rey y la reina de los suburbios. Savannah jamás lo admitiría, aunque le fuera la vida en ello, pero había estado enamorada de Caleb en secreto durante todo un año; hasta que lo detuvieron por darle una paliza a su padre y desapareció. Le costó olvidarse de él. Durante mucho tiempo formó parte de sus sueños y fantaseaba despierta imaginando cómo sería que la abrazara y la besara como hacía con Spencer. Notó que se ruborizaba con aquellos recuerdos. ¿Por qué pensaba ahora en todo eso? Miró de nuevo al chico. Decir que estaba guapo era quedarse corto. Los años le habían sentado de maravilla. Lucía una sencilla camiseta de color negro, lo suficientemente ajustada para insinuar un cuerpo perfecto, y unos tejanos desteñidos que se moldeaban muy bien a sus caderas. Caleb tenía una belleza agresiva a la par que natural. Recordaba haber visto ese torso desnudo muchas veces, durante los partidos de baloncesto, y los temblores que le provocaba. Empezó a subirle un calor asfixiante por el cuello, que se instaló en sus mejillas como dos faros luminosos. Apartó la vista cuando él miró en su dirección. Se sentía fatal por tener esos pensamientos durante el funeral de su hermano, pero decidió devolverle la mirada. Solo que no era a ella a quien había visto. Spencer acababa de aparecer agitando su oscura y larga melena y contoneando las caderas de una forma insinuante. Pasó por su lado dejando una estela de ese perfume barato que siempre usaba, y se lanzó a los brazos de Caleb. Savannah se quedó de piedra ante su falta de sutileza. Si se pegaba más a él, acabaría por fundirse con su cuerpo. Podría cortarse un poco, ¿no? Aunque tratándose de Spencer, sería como pedirle a una leona que no se comiera a una pequeña cebra. Y la chica tenía debilidad por las cebras, sobre todo si estas parecían modelos salidos de un anuncio como ocurría con Caleb... y también con Brian. Dio media vuelta con el estómago revuelto: Spencer la ponía enferma. Empezaba a arrepentirse de haber asistido al entierro. Cassie se lo había advertido, le había repetido mil veces que no era una buena idea dejarse ver por allí, y mucho menos sola, pero ella se había negado a escucharla. Dylan se había convertido en su amigo y merecía esa despedida. Pero, como siempre, Cassie tenía razón. 3 A la mañana siguiente, Caleb se levantó temprano. Apenas había podido dormir; demasiados recuerdos. Había pasado parte de la noche entre las cosas de su hermano: hojeando sus cómics, sus libros del instituto, y contemplando la fotografía que le habían tomado el día de su graduación, apenas un mes antes. Se había sentido tan orgulloso de él: el primer Marcus que iría a la universidad, y nada menos que a Columbia. Ahora todo eso se había convertido en una bonita ilusión absorbida por la realidad. La gente como ellos no tenía derecho a soñar. Cuando lo hacían, siempre ocurría algo que les recordaba que las cosas buenas solo les pasaban a los demás. Fue hasta la cocina y se sirvió una taza de café. Oyó a su madre en el sótano, refunfuñando un par de maldiciones. –¿Necesitas ayuda? –preguntó desde la puerta. –Lo que necesito es una lavadora nueva –respondió ella con tono gruñón. Caleb sonrió. Era tan agradable escuchar su voz. Apoyó la cadera en la encimera y recorrió con la vista la cocina mientras daba pequeños sorbos al café caliente. Todo estaba tal como lo recordaba, incluidas las abolladuras en los armarios y las paredes, decoradas por los puños de su padre. Su

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madre apareció cargando con un cesto de ropa. Caleb se apresuró a ayudarla. –Deja que yo lleve eso. Se lo quitó de las manos y la siguió hasta el patio trasero. Mientras ella tendía la ropa, Caleb contempló la casa. Se fijó en el óxido que recubría las bisagras de las contraventanas y en la pintura desconchada. A la valla de madera le faltaban bastantes listones y a través de los huecos se veía con claridad el patio del vecino. No necesitaba mirar para saber que el tejado pedía a gritos una buena revisión, pues las manchas de humedad que había visto en el techo daban fe de ello. Y el día anterior, al llegar, también se había percatado de lo mal que estaban los peldaños del porche y la puerta del garaje. –¿Qué miras? –preguntó su madre. Con las manos en las caderas, Caleb sacudió la cabeza disgustado. –Mamá, la casa se está cayendo a pedazos. –Lo sé –dijo ella con un suspiro–. Dylan hacía lo que podía, pero nunca fue tan mañoso como tú. Además, sus estudios le tenían ocupado la mayor parte del tiempo y... mi sueldo no da como para contratar a alguien que la repare. Caleb tomó aire y lo soltó despacio: oír a su madre referirse a Dylan en pasado era muy doloroso. Sus ojos volaron a la puerta. Deseó que se abriera y que el chico la cruzara con su amplia sonrisa, tal y como la recordaba. Pero eso no iba a suceder y debía aceptarlo cuanto antes. Su madre debió adivinar sus pensamientos, porque se acercó a él y le acarició el brazo. El contacto hizo que tuviera que apretar los párpados para contener unas estúpidas lágrimas. ¡La había echado tanto de menos! –Tu hermano te adoraba. Para él eras como uno de esos superhéroes que aparecen en los cómics que leía. –Ya, solo que el héroe no estaba aquí para cuidar de él. –Caleb, tu hermano nunca te culpó de nada, ni pensó por un solo instante que le hubieras abandonado. Te quería muchísimo y, aunque te echaba de menos, siempre supo que no era fácil para ti regresar aquí. Lo que pasó, lo que hiciste aquella noche… –Respiró hondo–. Siempre tuvo muy presente que fue para protegerle a él. Tú cambiaste su vida esa noche, le diste un futuro sacrificando el tuyo. –Hice lo que tenía que hacer y, si me arrepiento de algo, es de no haberme cargado a ese cabrón mucho antes –masculló, apretando los puños. –No te atormentes, por favor. No quiero seguir pensando en cómo habrían sido las cosas si... si... –Se cubrió las mejillas con las manos. Las lágrimas tensaban su voz–. Las cosas simplemente pasan, Caleb. Sé que no es fácil aceptarlo sin más. Tu hermano ya no está. Honra su memoria y sigue adelante. Es lo que él querría que hicieras. No le gustaría que continuaras sacrificando tu vida por él. Caleb no respondió, no sabía qué decir. –Creo que me quedaré unos días. Voy a arreglar la casa –comentó al fin, cambiando de tema–. Iré a la ferretería del viejo Travis a por algunas herramientas y madera. Sigue allí, ¿no? Su madre sonrió. –Sí, sigue allí, solo que ahora es su yerno quien se ocupa del negocio. Zack Philips, ¿te acuerdas de él? –Claro que me acuerdo de él. Su madre miró el reloj que llevaba en la muñeca y sus ojos se abrieron como platos. –¡Es tardísimo, voy a llegar tarde al trabajo! –exclamó. –¿Vas a ir a trabajar? –preguntó Caleb sorprendido. Y añadió con tono enojado–: ¿Qué pasa, que esos ricachones no respetan ni el luto? –¡No! Soy yo la que quiere ir. No... no puedo quedarme sin hacer nada. Necesito estar ocupada y también necesito el dinero. Hay que pagar el funeral. –Está bien –refunfuñó–, pero yo te llevo. Quiero ver esa casa donde trabajas.

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Caleb condujo su Ford Mustang de 1969 hasta la colina donde se encontraba el barrio de la gente rica de Port Pleasant. Adoraba su coche. Su tío lo había comprado en un desguace y se lo había regalado para celebrar su salida del Centro. A Caleb le había costado una pasta restaurarlo, dinero que había conseguido trabajando quince horas al día durante dos años, pero había merecido la pena. Por primera vez tenía algo que era realmente suyo. –Es ahí –dijo su madre, señalando una enorme casa blanca de dos plantas con gigantescas columnas. Caleb silbó por lo bajo. –¡Vaya! ¿Y a qué dices que se dedica esta gente? –No te lo he dicho. El señor Halbrook es juez, vive con su esposa, Helen, y con su hija, Savannah. Es una chica muy agradable, y también muy guapa. Toda una señorita. –Ya, como todas ellas –replicó él con tono sarcástico. Aún recordaba al grupito de animadoras del instituto: las populares. Tan estiradas que parecía que se habían tragado un palo, y con la nariz siempre arrugada como si estuvieran oliendo algo asqueroso. Esas chicas no sabían divertirse. Su única aspiración en la vida era cumplir los deseos de los chicos del equipo de fútbol y perder la virginidad con uno de ellos durante el baile de graduación. Chico con el que se casarían al acabar la universidad y con el que formarían uno de esos matrimonios aburridos abocados a la infidelidad. Porque ese tipo de chicas, que solo vivían para ser perfectas, en realidad soñaban con que un tipo como él se colara bajo sus vestidos de diseño. Su madre le dio una colleja cariñosa y después enredó los dedos en su pelo oscuro para alborotárselo. –Necesitas un buen corte. –Mi pelo es sagrado, ya lo sabes. ¿Recuerdas cómo me perseguías para cortármelo? Me traumatizaste. Llegué a tener pesadillas –Comentó con los ojos entornados. Su madre rompió a reír y provocó que él también lo hiciera. Por un momento fue como viajar atrás en el tiempo. Soltó con fuerza el aire de sus pulmones y clavó la vista en la casa. Jamás volvería a ser como antes, ya no. –No eres un mal chico, aunque te empeñes en lo contrario –le dijo ella con dulzura, y añadió en voz baja–: Yo lo sé y tú te darás cuenta algún día. Caleb no respondió. Quizá no fuera malo, pero tampoco era bueno. Los chicos buenos no eran como él. Solían ser las estrellas del equipo de fútbol y salían con chicas respetables; planeaban su futuro; iban a buenas universidades, y se convertían en médicos, abogados o jueces. Los chicos buenos no se metían en peleas ni se jugaban el pellejo con asuntos ilegales. Tampoco se veían obligados a proteger a una madre y a un hermano pequeño de un padre violento. Y no fumaban hierba para olvidar que la vida era una mierda y que no merecía la pena esforzarse por un futuro que no iban a tener. No, definitivamente él no era un buen chico. –¿A qué hora vengo a buscarte? –preguntó, haciendo a un lado sus pensamientos. –La verdad es que no lo sé. Los viernes suelo acabar pronto, pero el señor Halbrook da una cena mañana y es probable que deba quedarme un poco más para echarle una mano. Te llamaré, ¿de acuerdo? Caleb asintió y se dejó abrazar por ella durante unos segundos. –Te quiero mucho –dijo su madre. –Yo también te quiero, mamá. Caleb se puso en marcha y fue directamente a la ferretería. Poco después estaba trabajando en el porche. A última hora de la tarde ya había reemplazado todas las maderas del suelo y los peldaños estaban casi terminados. Se limpió el sudor de la frente con la camiseta y continuó arrancando los clavos oxidados con un martillo con el que hacía palanca.

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–¡Serás capullo, he tenido que enterarme por los cotilleos del barrio de que mi mejor amigo había vuelto! Caleb se dio la vuelta y se encontró con Tyler apoyado como un gato perezoso en la plataforma de su camioneta. Unas latas de cerveza colgaban de su mano. Se apartó el pelo de la frente y se encogió de hombros. –Te habría enviado flores con una nota, pero no sabía si aún te ponían las rosas –dijo Caleb sin ninguna emoción. Se sacudió las manos en los pantalones. Tyler se echó a reír y su risa chillona acabó contagiando a Caleb. Chocaron sus puños y acabaron fundidos en un abrazo fraternal. –Me alegro de verte –declaró Tyler mientras le daba un golpecito en el hombro. –Yo también. Aunque lo negaré en público –admitió Caleb con una sonrisa maliciosa. Señaló las cervezas–. ¿Están frías? –Como el trasero de una tía –respondió Tyler. Cogió una lata y se la lanzó. Caleb la atrapó al vuelo y se sentó en los peldaños del porche. –Veo que conservas tu encanto. –Yo también te quiero, pero no pienso besarte –repuso Tyler con un suspiro. Hubo un largo silencio en el que ambos se quedaron mirándose. Rompieron a reír a carcajadas, como si los cuatro años que habían estado separados nunca hubieran pasado –. Siento lo de Dylan, tío, y siento no haber asistido al funeral, pero ya sabes que esas cosas me ponen los pelos de punta. –Tranquilo. No pasa nada –comentó Caleb. Le dio una palmada en la espalda y apuró la cerveza. Abrió otra lata y estiró sus largas piernas para acomodarse. Contemplaron la calle, donde unos niños jugaban con un monopatín y molestaban a unas niñas que saltaban con una cuerda. –¿Cómo lo llevas? –preguntó Tyler. El corazón de Caleb se aceleró y se le tensaron los músculos de los brazos. –Estoy jodido. No puedo creer que mi hermano ya no esté –respondió. Se pellizcó el puente de la nariz para evitar que las lágrimas aparecieran en sus ojos–. Él era mi razón para todo, Ty. Era mi responsabilidad, y no he podido mantenerlo a salvo. –No podías protegerle de algo así. Aunque hubieras ido con él en ese maldito coche, no habrías podido hacer nada. No te rayes, ¿vale? Caleb asintió, pero sabía que jamás podría librarse del sentimiento de culpa que lo consumía. –¿Qué pasó en realidad? Tyler se encogió de hombros. –No lo sé. Su coche apareció empotrado contra un árbol a la altura de Cape Sunset. No había marcas de neumáticos, no frenó. –¿Crees que pudo quedarse dormido? –Ni siquiera eran las once cuando le encontraron. Yo no lo creo, pero... quién sabe. –Abrió su segunda cerveza y apoyó los brazos en las rodillas–. Dicen que había bebido. Había restos de alcohol en su sangre. –¡Y una mierda! –soltó Caleb a la vez que se enderezaba como si le hubieran pinchado–. Lo más fuerte que tomaba mi hermano eran refrescos con azúcar. –Lo sé, tío. No le he quitado el ojo de encima durante estos cuatro años, y juraría por mi vida que tu hermano no había bebido esa noche ni ninguna otra. Pero el informe del forense dice lo contrario. –¡Pues ese informe se equivoca! Se puso de pie y tomó un par de tablas del suelo. Las estudió por ambos lados hasta darles el visto bueno.

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Tyler se apartó de la escalera y se quedó mirando cómo las encajaba buscando una alineación perfecta. –Estás haciendo un buen trabajo –comentó para cambiar de tema. Caleb tenía un genio de mil demonios y Tyler se había dado cuenta de que hablar de su hermano lo descontrolaba. Además, le dolía ver ese remordimiento en su mirada. Se había pasado la vida culpándose por cosas de las que no era responsable. Tyler lo sabía mejor que nadie. –La casa se cae a pedazos. Necesita muchos arreglos, y para eso necesito pasta. Y no tengo –dijo Caleb mientras hundía unos clavos con demasiada fuerza. Se estiró y miró ansioso las ventanas–. Tengo que arreglarla como sea. Tyler se plantó a su lado mientras se pasaba la mano por la sombra que le oscurecía la mandíbula. –Entonces necesitas un trabajo. ¿Vas a quedarte? –le preguntó con un atisbo de esperanza en la voz. –No –contestó señalando la calle con la cabeza–. Este sitio ya no es para mí. Regresaré a Santa Fe en cuanto me asegure de que mi madre está bien. –Pues es una mierda que vuelvas a irte. Un coche patrulla pasó muy despacio por la calle. El policía que conducía bajó la ventanilla y clavó sus ojos en Caleb. Tyler alzó la mano y los saludó con una sonrisa socarrona. –Gilipollas –masculló, asqueado, sin perder la sonrisa. En cuanto desaparecieron les levantó el dedo corazón. –Me alegra ver que hay cosas que no cambian. –¿Esos? Para lo único que sirven es para poner multas y tocar los huevos. Sin contar con que solo protegen a los de siempre. –Tyler jugueteó con el aro de su oreja y cogió otra cerveza–. Voy a hablar con mi padre, quizá puedas echarnos una mano en el taller. No será mucho, pero... te vendrá bien la pasta. Caleb se frotó la barbilla y una sonrisa se dibujó en su cara. –Eso estaría bien, Ty. –Hablaré con él esta noche. Podrías empezar mañana. –Tyler entornó los ojos mientras bebía un largo trago de cerveza y observó el brazo de su amigo–. ¿Y eso? Ahí no es... Caleb se miró el bíceps, donde su tatuaje asomaba bajo la camiseta, y asintió. –No soportaba esa cicatriz –aclaró con un estremecimiento. Tras una carrera que Caleb había estado a punto de perder, su padre lo había aplastado contra el motor caliente del coche y le había provocado una quemadura bastante seria. –¿Y te tatúas una lagartija al estilo maorí? –preguntó Tyler con una sonrisita burlona. –Es un gecko, idiota, y es samoano –le espetó mientras se levantaba la manga para que pudiera verlo. –¡Vaaaaale! Es muy chulo, tío, me gusta. Pero me sigue pareciendo una lagartija. Caleb resopló. –Pues si vas a burlarte, paso de enseñarte el que llevo en la espalda. –¿Llevas otro en la espalda? ¿Cuántos tienes ya? ¡Venga, desnúdate para mí, déjame verlo! –canturreó Tyler con tono socarrón mientras contoneaba las caderas. Caleb se echó a reír. –Te juro que después de lo que acabas de decir, no pienso volver a darte la espalda; y mucho menos agacharme. Tyler se quedó pensando. Frunció el ceño. De repente, su cara se iluminó, captando la indirecta. –¡Serás capullo! Ya podrías ser la hermana gemela de Sasha Grey y no te metería mano aunque me lo suplicaras –gritó mientras se lanzaba a por él. Chocaron contra una de las columnas y comenzaron a pelearse en broma, justo cuando un Mercedes gris se detenía en la calle. Los chicos se enderezaron y lanzaron una mirada desconfiada al vehículo. Un hombre descendió por la puerta del piloto y se apresuró a rodear el coche para abrir la otra

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portezuela. –No era necesario que me trajera hasta casa, señor Halbrook –dijo Hannah Marcus. –Por supuesto que sí, Hannah. No es ninguna molestia. De todas formas tenía que salir. –Gracias, señor Halbrook. El hombre asintió y miró la casa. Sus ojos se posaron en los dos chicos que le devolvían la mirada de hito en hito. –¿Es tu hijo? Hannah sonrió orgullosa. –Sí, es mi hijo mayor, Caleb. El juez Halbrook cruzó los escasos metros que lo separaban del porche y alargó la mano hacia Caleb. No porque conociera al otro muchacho, sino porque Caleb era el vivo retrato de su madre y no había lugar a error. –Encantado de conocerte, hijo. Soy Roger Halbrook. Caleb se quedó mirando la mano del tipo, en la que destacaban un anillo y un reloj de oro que debían valer lo que aquel barrio. ¿Por qué aquellos ricachones se empeñaban en restregar a todo el mundo la pasta que poseían? Sin apartar la mirada, Caleb estrechó con fuerza aquellos dedos de perfecta manicura con su mano callosa. –Buen apretón –señaló el juez–, fuerte y seguro. Eso dice mucho de un hombre. –Sonrió y sus ojos volaron al porche–. ¿Lo estás arreglando tú? Caleb dijo que sí con la cabeza sin dignarse a abrir la boca. Le importaba un cuerno ser amable con ese tipo. No le gustaba la gente como él, que contemplaban el mundo desde un pedestal. Su madre le dedicó una mirada asesina. –Sí –se obligó a responder para no contrariarla. –Pues está realmente bien. –Se quedó pensando un momento, con los brazos en jarras mientras inspeccionaba el suelo del porche—. Espero que no te moleste, pero... –Clavó sus ojos grises en Caleb–. ¿Te interesaría trabajar para mí unos días?

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El hombre de la torre Relato por Mariela Saravia Desde el universo sobresale un planeta que fue elegido por los dioses y otras especies verdaderamente pensantes, para implantarse con sus civilizaciones y desarrollarse como algo más que una simple raza. Siendo tan pequeño y con exuberantes maravillas, era altamente llamativo para cumplir sus planes. Y si a eso le sumaba que estaba dotado de características mayores que le hicieron ganarse el nombre de planeta tierra, por su impresionante cualidad de engendrar la vida, era aún más sutil el deseo de poseerlo como morada. Pero ahora… esa envidiada porción de la inmensa galaxia no es más que un sencillo pedazo de carbón seco, opaco y sin vida. Donde a lo largo de los años, los subsecuentes habitantes se han ido encerrando en sus propias vidas, como si estas fueran caparazones. Quedándose prisioneros de ellos mismos y sobretodo, olvidándose de lo más importante… perdiendo e incluso hipotecando su valía individual como seres humanos únicos. ¿De qué sirvió que los primeros dioses y especies dejaran su huella y guía estampadas en cada asentamiento, si en determinado momento las ignorarían por dar alimento al monstruo de peor tamaño: “Sus propios egos”? Imre pertenecía orgullosamente a ese grupo selecto de humanos prisioneros, o lo que podría llamarse popularmente “estancados en su propia vida”. Los había aquellos que vivían la vida de otros como si fuera la suya, como era el caso de la anciana de la panadería que vivía presa de su trágico pasado. Amber jamás logró perdonarse la culpa que le removía todo por dentro y mucho menos, superar la muerte de su hijo. A cambio del dolor punzante por una pizca mísera de paz, decidió que cada segundo de su propia vida se lo dedicaría a Ismael como si vivir su propia vida en un cuerpo ajeno, pudiera dotarles a ambos de la maravilla desconocida de estar vivos. Pero aquello era un esfuerzo inútil. Simplemente era como pasarle una mano de pintura diluida, a una pared descascarada. Las heridas siempre estarían ahí y el color no quedaría adherido al concreto como un hermoso lienzo, sino que daría un descolorido y triste tono que no haría más que recordarle una doble culpa; la de esconderse y la de aparentar. Era como estar repitiendo el mismo trajín, la misma ruta sin lograr avanzar un milímetro. Otros más perseguían un futuro incierto, moviendo piezas del camino como si al transitar por la vida, lo hicieran sobre el tablero de un juego de mesa. Todo esto claro, con un inútil afán por el control. Imre vivía maldiciendo cada momento que le tocaba vivir, como si aquello fuera una desgraciada penitencia que no había pedido cumplir. A diferencia de la anciana que le remordía su pasado y de los otros a quienes el futuro se les escapaba de los dedos; Imre era preso de su constante presente. Cada segundo que pasaba en su vida se esforzaba por ganarse el título de ser altamente ahorrativo con el tiempo. Cumplía una sofocante rutina diaria, que no hacía más que mantenerlo adormecido, anestesiado por miedo a despertar de la pesadilla e involucrarse a vivir la realidad. Se miraba todas las mañanas en el amplio espejo del dormitorio, y aquello que sentía por dentro se le reflejaba en el exterior. Ya había olvidado quien era y sobretodo cuantos años llevaba luchando contra su propia corriente. Se sentía viejo, incluso las arrugas y el cabello blanco, ya hacían acto de presencia. ¿Cuánto más pensaría vivir así? Si es que a aquello podría llamarlo así: “vivir” Imre odiaba la navidad y todo lo que involucrase muestras de cariño. Vivía refugiado en la torre del reloj de su propia rutina diaria. Ahí donde nadie podría alcanzarlo para hacerlo cambiar de opinión. Pero esa tarde…. Algo en su vida cambiaría. Venía saliendo de la oficina, con aquella mirada opacada por la miseria que a cada respiro, le asfixiaba con mayor profundidad. Arrastrando los pies por el húmedo pavimento. Ignorando el reflejo de su cuerpo en cada ventanal, que promocionaba los regalos de navidad. Se sentía cansado, pero

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sobretodo miserable. ¿Cuánto más le quedaba por vivir y sobre todo, por ser el caballero valiente que peleaba cada batalla contra el tiempo? Contra las horas que se hacían cada vez más cortas y la rutina más agobiante. Después de caminar unos cuantos bloques, Imre llegó a casa con la misma ropa vieja y miserable de todos los días. Una camisa de franela a cuadros con olor a repugnancia. Unos pantalones de gabardina en color beige y las botas de cuero enlodadas, tan pesadas y grotescas como cada paso imposible que daba. Se sentó en la mecedora como si de un anciano se tratase, sosteniendo una copa de cognac en su mano temblorosa, mientras perdía su mirada en las llamas sofocantes del fuego en la chimenea, cuando de las cenizas de la madera se formó un cuerpo femenino. Como si aquello representara una ninfa del fuego, de aquel capaz de poner a arder todo mal recuerdo, de quemar toda culpa y asesinar al ego que se empeñaba en ganar. Fue un momento mágico, que Imre se negó a tomar como verdadero. —Imre… —dijo la mujer con voz melodiosa y etérea. Era una silueta desnuda como la figura esculpida en cemento de una diosa griega.— Conozco todo sobre tu vida; incluso desde allá — exclamó señalando al amplio vacío— Te conocen como el hombre de la torre, y es por eso que me han enviado para salvar tu alma. —No necesito muestras de caridad y mucho menos si es porque doy lástima. —El amor no media entre la caridad y menos la lástima. Simplemente sucede solo, crece y sobre todo, se entrega con el placer de compartir y generar sanidad. —Imre la miró molesto. Odiaba que se involucraran en su vida y elecciones. Más aún si de una desconocida loca se trataba. —Conozco tu mayor anhelo y esta noche te será cumplido… La mujer estiró su mano y a pocos centímetros del rostro de Imre, acarició el aire y robó un soplo de su respiración. Haciendo que Imre cayera dormido en un sueño profundo. El hombre viajó en su mente por lo largo de su joven vida. Incluso comprobó qué fue lo que le llevó a convertirse en su propio prisionero y a envejecer sin haberlo pedido. El odio que sentía por él mismo, lo llevó a ocultarse del mundo, a buscar control en el tiempo y sobretodo refugio en su amargura, que se fue convirtiendo en una pesada ancianidad. Pero todo aquello, no era más que una necesidad de evitar sentirse fuera de lugar. Se había empeñado en buscar el agrado de los demás, integrándose al grupo de los “embalsamados por la complacencia ajena” ¡Cuánto anhelaba amar y recibir amor a cambio! Pero entre más deseaba, menos veía su único sueño cumplido. Hasta que poco a poco el monstruo de su interior cobró vida, y empezó a dominar sus pasos, luego sus elecciones y finalmente se robó lo único importante: “su libertad” Esa noche del 24 de diciembre, Imre fue liberado de su enfermizo disfraz de vejez. La mujer desnuda que se presentó en el interior de su chimenea, no era más que el alma de aquella mujer que siempre anheló tener a su lado, y con quien deseaba pasar el resto de su vida. Azalea se convirtió en un ángel que guió su alma atormentada, que destruyó la torre del reloj que provocaba tanto afán en Imre, pero sobre todo le ofreció un tesoro invaluable. Cuando por fin Imre logró despertar de aquel sueño, se miró en un espejo más rejuvenecido. Más libre y ligero, incluso más pleno. Lo extraño era que no sabía porque, tampoco recordaba nada de lo sucedido.

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Después de la cena de nochebuena y sentados juntos, a los pies del árbol de navidad, Azalea tomó las jóvenes manos de Imre quien la miró con sus ojos brillantes. Le acarició las palmas de las manos y le entregó una diminuta cajita con moño y muy bien envuelta. Imre tomó el obsequio y al abrirlo encontró dentro de él una tarjeta con un corazón rojo dibujado a mano y que extrañamente latía vigorosamente como si fuera humano. Al pie del dibujo decía la siguiente frase: “Te entrego mi corazón con derecho a la libertad individual, a cambio recibo el tuyo bajo la misma condición” Imre sonrió agradecido, y sin comprender nada asintió sonriente. Azalea tomó su rostro entre sus manos y lo besó con dulzura, robándole el corazón de Imre, para que este se dibujara al lado del suyo en la tarjeta. –El amor verdadero otorga libertad y no posee fecha de caducidad.

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Jessica Lozano

Entrevista por Sarah Degel

Jessica Lozano es una escritora madrileña a la que le gusta combinar el misterio con el romanticismo. Dos son las novelas que tiene publicadas, ambas con bastantes buenas críticas. La primera es: No he acabado contigo y la segunda: El baile del cazador. ¿En qué momento decidiste que querías publicar? ¿Cómo fue el proceso? Publiqué el relato No he acabado contigo en Wattpad, cuando vi el éxito que tuvo, que incluso querían que se convirtiera en novela, decidí publicarlo también en Amazon. Investigué mucho para saber cómo tenía que hacerlo, busqué a una ilustradora para la portada y también a alguien para que me lo corrigiera. Me gustó mucho la experiencia y con El baile del cazador repetí, hice algunos cambios, ya que cometí algún error con la primera publicación, y esta vez busqué a una buena correctora. Quedé encantada y aprendí mucho. Algo que tienen tus novelas en común es la obsesión, la pasión llevada al extremo. ¿Por qué?, ¿qué opinas de este tipo obsesivo de amor?

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En las novelas me gusta que los personajes pierdan el control, que no sean capaces de mantener la calma al tener a esa persona delante, que le provoque tanto el tenerla cerca que hasta le asuste, pero hasta cierto punto, hay cosas que no podría escribir o que tampoco me gusta leer. En la vida real, prefiero un amor tranquilo y sano, aunque eso no quiere decir que no pueda existir pasión en ese tipo de relación. Eres una persona adicta a las series, ¿se ven reflejadas estas en tus escritos?, ¿de qué forma? Me encanta el cine y las series, muchas veces me han dicho que cuando han leído mis novelas había escenas que les parecía que estaban viendo una película, por lo que sí debe ser que se refleja en mis escritos, pero no sé de qué forma. Quizás es la descripción de las escenas de acción e intriga. Si No he acabado contigo fuera una serie o


una peli, ¿cuál sería? Durmiendo con su enemigo, pero más picante. Si El baile del cazador fuera una peli, sin duda, para mí, sería Step Up Revolution, pero ¿qué banda sonora tendría? Ja, ja, ja. Bueno, para mí sería una mezcla de la película El amor está en el aire y El coleccionista de amantes. La banda sonora sería una mezcla de Dirty Dancing 2 y Seven. En El baile del cazador, el baile es como un personaje más de la historia, ¿has practicado algún tipo de baile o cómo te has documentado para esto? Siempre me ha encantado bailar. Cuando escucho música que me gusta no puedo estar quieta. Para el tema de la salsa, leí y vi muchos vídeos, e incluso fui con mis amigas a bailar salsa. Hay un sitio en Móstoles en el que dan clase por la noche durante una hora y después es un pub. Allí aprendí mucho. En unas líneas véndenos tus novelas.

Antes de terminar, te ofrecemos este espacio por si quieres comentar algo más que te apetezca, relacionado con tus novelas, contigo como escritora o con el mundo literario. La verdad que nunca pensé que llegaría a escribir dos libros, y mucho menos que tuvieran tan buena acogida. Me encanta estar en contacto con mis lectores, saber lo que opinan, tanto de las buenas como las malas críticas, me ayudan a mejorar. No sé si alguna vez llegaré a ser una gran escritora y si tendré éxito, pero me quedo con toda la gente tan maravillosa que voy conociendo por el camino, tanto escritoras como blogueras y lectoras.

Te deseo mucha suerte en tu andadura en el mundo de la escritura. Muchas gracias y hasta pronto. Muchas gracias por darme esta oportunidad, ha sido una entrevista muy original. Un besazo.

Si queréis leer no solo una novela erótica y de amor, sino también que haya intriga, que no sepáis qué va a ocurrir en el siguiente capítulo, si queréis saber de lo que pueden llegar a ser capaces las personas por amor, odio, miedo y esperanza, animaos a leer mis dos novelas. Mi marido dice que tengo la capacidad de que el lector no pueda parar de leer, pero claro, eso lo dice mi marido, je, je. ¿Andas con algún proyecto nuevo? Si es así, cuéntanos. Tengo dos novelas en mente, he empezado ambas: una es contemporánea y la otra paranormal. Por ahora me he centrado en esta última, como siempre habrá misterio, no será tan erótica, pero tendrá sus momentos.

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La doncella de la sangre

reseña

Reseña por Elizabeth Da Silva

Diane es una joven estudiante francesa de París que viene a estudiar como Erasmus a la universidad de Sevilla. Es huérfana de padres y lo único que le queda de ellos es un medallón antiguo con símbolos extraños. En la noche de Halloween su vida cambia radicalmente cuando conoce a Alleyne, un chico inglés muy guapo que res ulta ser un joven vampiro. Entonces descubre que toda su vida es una mentira: su padre no ha muerto y es uno de los vampiros más poderosos de la Sociedad vampírica, y ella esconde un gran secreto en su interior. Falsas apariencias, vampiros, demonios, ángeles caídos Diane tendrá que olvidarse de su antigua vida como humana y adentrarse en un mundo oscuro y desconocido cuya Sociedad espera mucho de ella. ¿Será más fuerte su amor por Alleyne que su destino? RESEÑA Los que han leído reseñas mías saben que yo hablo de la historia, enfoco mi opinión en la trama, si me gustó o si no me gustó y el por qué. En novela romántica paranormal no soy una experta, es un subgénero que no me cuesta un poco leer. Esta es la segunda escritora de paranormal que leo y puedo decir que el libro me atrapó desde el principio. Hay muchos libros que hablan de vampiros, muchas historias de amor que mezclan a los vampiros con los humanos, pero la novela de Ahna no solo nos cuenta una historia de amor, nos habla de la sociedad vampírica y sobre todo, nos plantea que en ella no solo existe la maldad. Nos hace ver que en cualquier sociedad de cualquier especie, hay bondad y maldad, justicia y ambición. La historia empieza en Sevilla, si, como lo están leyendo… los vampiros invaden Sevilla. Y nuestra protagonista es una estudiante francesa; Diane, a priori, es una chica normal que estudia y disfruta de una de las ciudades que más le gustan…, guarda la tristeza de ser huérfana de padres y el dolor de haber sido criada por su tía con mucha dedicación, pero sin ninguna muestra de cariño. Jamás imaginó que su vida daría un giro de 360 grados, descubriendo que nada es lo que parece y que, ella, es más que una simple mortal. A partir de ahí en su vida empezarán a ocurrir cosas extrañas, se sentirá observada, perseguida y en medio de todo eso, encontrará el amor. Alleyne es un joven vampiro que quedará deslumbrado por la dulzura de Diane y caerá rendido a sus pies. Conoceremos personajes fuertes, príncipes, el senado, lo pretors (vampiros que se encargan de hacer cumplir la ley), los vampiros que quieren vivir en paz, los oscuros que desean un nuevo guía que les devuelva la libertad de matar a los humanos, de crear el caos y el terror. También conoceremos a los caza vampiros, un selecto grupo de mortales que generación tras generación viven para exterminar a los chupasangre. En medio de ese caos, que parece predecir un gran enfrentamiento por la lucha del poder absoluto de la sociedad vampírica, encontraremos que Diane será la clave para evitar la

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oscuridad. ¿Estará preparada para afrontar su destino? ¿Tendrá que renunciar a su amor por Alleyne? Hay muchas incógnitas por resolver, y mucha intriga…, el final de esta primera parte es de esos que te deja gritando... Nooooooooooooo y ahora qué…, de esos en los que piensas en matar a la escritora, secuestrarla o hacerle vudú, para lograr saber cómo sigue, qué pasará. Particularmente, yo me enamoré de un personaje muy especial, un hombre que esta, según Ahna lo describe, para comérselo sin dejar nada… Ese es el profesor Yanes, un joven que daba clases en la universidad y del que todas estaban enamoradas de alguna manera. Un hombre con un gran sufrimiento y una pesada carga, que intentaba volver a la vida, salir de la oscuridad que vivía. Él será un gran amigo y apoyo para una chica que estaba asustada por las cosas extrañas e inexplicables que estaba viviendo. Es uno de los personajes que me llegó al corazón y espero saber más de él en los siguientes libros. A lo largo de la historia he podido imaginarme el origen de los vampiros según nos lo cuenta Ahna, y me parece muy creíble…, que sean los hijos de los ángeles caídos. Una historia con mucha tensión, dulzura, crudeza, pasión y maldad. Que a pesar de sus 576 páginas se lee con fluidez, porque a cada página que pasa quieres seguir leyendo. Diane tendrá que descubrir su poder dormido y tomar posesión de su trono como princesa de la sangre, pero… ¿A qué precio? Si os gustan las novelas paranormales… no podéis dejar de leer esta historia. Elizabeth Da Silva

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MaxMix De colores Por D.W. Nichols Conocí a Fabián Vázquez en una presentación en Barcelona de la Editorial Multiverso. Estaba como invitado, junto a C. Santana, representando a la pequeña editorial digital Khabox, de la que también es editor. Es un escritor que escribe «guarro», según sus propias palabras. Una persona honesta, sin filtro, algo muy de agradecer en este mundo plagado de hipocresía. Sus historias están plagadas de escenas eróticas, muy explícitas y contundentes, y trata a sus personajes con una sensibilidad muy especial, convirtiéndolos en casi reales, capaces de emocionarnos con el bagaje emocional que todos llevan a cuestas. Con ellos, somos capaces de sentirnos en la piel de alguien que es maltratado por ser considerado «anormal», alguien que «comete actos contra natura», despreciado y humillado. Cuenta las cosas como son, sin edulcorarlas ni desvirtuarlas para hacérnoslas más fáciles, y en los momentos más duros, consigue que nos horroricemos y seamos capaces de hacer una profunda reflexión sobre la situación de todas aquellas personas han sufrido a causa de su condición sexual. Como editor, en Khabox editorial, además de encontrar una amplia selección de novelas de temática erótica gay, que abarcan la contemporánea, la paranormal, histórica, etc., pronto podremos encontrar también novelas de terror (hace poco se ha iniciado la línea en este género con la novela de Rafael Pinot «Éxodo, 10 de octubre»), y próximamente completará su oferta con el género romántico. BIBLIOGRAFÍA

La búsqueda del perdón. Saga Garras 1. Pillado por sorpresa teniendo sexo con su amigo Gahes, Alec es expulsado por su padre, el líder de su manada. Para su sorpresa, su hermano Chayton decide irse con él junto a sus dos mejores amigos, Tomah y Lily, quienes toman la decisión de formar una nueva manada con Alec como su Alfa. Consiguiendo finalmente comprar un pueblo abandonado llamado Silver City piensan que han logrado su hogar definitivo. Pero su sorpresa es mayúscula cuando, al llegar al pueblo, en sus lindes encuentran a cinco personas esperándoles. Un muchacho atormentado por la crueldad de su padre para con su hermano, unos gemelos tratados como parias, una chica castigada por amar a otras mujeres y una mujer en el cuerpo de un pequeño hombre. A pesar de no concer a Alec ni a su manada, para esas personas, formar parte de esa familia será un alivio para el dolor y desprecio que han vivido. Pertenecer a una manada donde nadie los juzgará por lo que son ni por lo que desean ser. La aparición de nuevos cambiantes removerá los corazones de algunos habitantes del pequeño pueblo. Y Alec, como Alfa, tendrá que tomar decisiones que se le volverán en contra una y otra vez. Pero la armoniosa paz que han conseguido en Silver City no durará demasiado tiempo, ya que varios

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frentes se abrirán dispuestos a romperla. Un padre furioso y un mal más allá de todo límite acechan en las sombras. ¿Podrán obtener el perdón que necesitan y así lograr la ansiada paz que obtendrán derrotando a sus mayores temores?

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EL DOLOR Sinopsis: ¿Cómo te sentirías si cada uno de tus días vivieras el acoso y la agresión de los que te rodean? ¿Renunciarías a seguir adelante o enfrentarías a tus acosadores?
Johny McHardy es uno de esos chicos que sufren “bullying”, que ha aceptado su destino de intimidación hasta que un día se deja vencer entregándose al dolor.

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Gais, Transexuales y Bisexuales).

Nunca digas no a un lobo feroz – Úrsula Brennan
 El mejor posado – Pepa Fraile
 Los ojos de la reina – Sofía Olguín
 Único – Eme San
 Un Sant Jordi con Amor – D.W. Nichols
 El rosal – C.M. Zamora
 La mascara del sueño eterno – Judit Caro
 Amor… Una paleta de colores – Elizabeth da Silva
 Una nebulosa roja mas allá de Pandora – Hendelie
 Un encuentro no tan casual – Gaby Franz
 Sin previo aviso – Fabián Vázquez
 Homopornoromantica – C. Santana
 Obsesión – Melanie Alexander

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La muñeca tatuada Primer capítulo por Abigail Villalba

Capítulo I “A veces, ni siquiera yo sé quién soy, ni qué me trajo aquí. El tiempo pasa a mi alrededor como un velo de lluvia llevado por el viento, como un susurro gritado a la nada. Pero estoy aquí, guardando un secreto que nadie quiere conocer, que a nadie le interesa. Estoy sola, completamente aislada en la negrura y, sin embargo... continuo esperando. ¿Qué espero? No lo sé. ¿A quién? Tampoco. Solo tengo la certeza de que, al final, tras los días que escapan por mi ventana llegará algo, y ese algo, cambiará mi vida” Ara releyó las líneas que estaban escritas en la pared. Tras dos largas semanas de búsqueda, había encontrado la puerta que daba a esa habitación. Por fin. Apenas se había fijado si algo era diferente a la primera vez que había entrado, pues lo único que le interesaba era saber si aquellas frases seguían allí. Suspiró profundamente y las acarició con la yema de los dedos, con dulzura. A pesar del tiempo que había empleado en investigar sobre ellas, no había encontrado nada que arrojara un poco de luz sobre su misterio. Incluso había buscado más letras en su habitación, aún sabiendo que en esas cuatro paredes no había nada de interés. Era frustrante y, a la vez, emocionante. De hecho, era lo único emocionante que había allí. —¿Quién demonios eras? —preguntó, en un susurro y arrastrando las sílabas, como si le costara vocalizar. Carraspeó, sacudió la cabeza y dejó su voz escondida en un rincón, apartada para otro momento. Después se sentó en el suelo y apoyó la espalda en la pared, justo al lado del párrafo. Sus ojos violetas se entrecerraron, mientras luchaban contra el polvo que ella misma había levantado. Intentó no toser pero, tras un incómodo momento, su pecho se contrajo dolorosamente en una serie de espasmos. Poco a poco, el polvo se asentó y Ara consiguió tomar un poco de aire, pese a que éste no era el mejor. Efectivamente, la habitación seguía tal y como ella recordaba: más pequeña que el resto, pintada en un brillante tono azul y decorado con pequeños elefantes amarillos. Aparentemente, la habitación de un niño. Pero ¿por qué parecía que ese niño nunca había nacido? Todo estaba sin usar, impecable... salvo por la gruesa capa de polvo que cubría todo a su alrededor. Tras unos segundos de completo silencio, en los que ni siquiera ella se atrevió a pensar, Ara se levantó y deambuló por la habitación, como si fuera la primera vez que lo hacía. Observó cada detalle, cada minúscula partícula que conformaba ese pequeño y extraño universo. Acarició los juguetes pulcramente colocados en la estantería, y sonrió cuando notó en ella una inesperada ola de cariño y esperanza. Ignoraba por qué, pero aquellos sencillos elementos llenaban su mente de música, de risas y de un incontrolable anhelo. No era la primera vez que le pasaba, así que desechó como pudo los sentimientos y continuó con su escrutinio, esta vez, para acercarse a la cuna. Nunca antes lo había hecho pero, como de costumbre, ignoraba por qué. Quizá fuera porque las letras la habían llamado más la atención o, simplemente, porque le daba miedo encontrarse algo allí que no quisiera ver. Esa vez, sin embargo, impulsada por esa repentina necesidad de saber más, se acercó y apartó el cobertor de seda azul con toda la lentitud del mundo. Y la vio... Y gritó. Como si la poca voz que le quedaba quisiera escapar. En la cuna había una muñeca, una pequeña, desnuda y con los ojos abiertos. Y en su frente, bajo el pelo rubio, había dos palabras escritas, dos palabras que a ella se le tornaron eternas, hermosas y siniestramente vacías. Porque, ¿quién se atrevía a decir “te quiero” a alguien que, en realidad, no existía? ***

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Ignoraba cuánto tiempo había pasado desde que cerró los ojos. ¿Una, dos horas? ¿Quizá más? La oscuridad rodeaba todo lo que tenía al alcance de la mano, incluso el reloj que marcaba las cinco y media de la mañana. Enzo se estremeció cuando el frío acarició sus brazos desnudos y su rostro, apenas despierto. Somnoliento, se pasó la mano por la barba de tres días que nacía en su mentón y después, bostezó sonoramente. No recordaba cuándo se había quedado dormido, ni siquiera recordaba haberse desnudado. Frunció el ceño, se rascó la nuca y contempló el reflejo de la televisión encendida, justo frente a él. Una película porno brillaba en la pantalla, aunque sus gemidos baratos quedaban ahogados por el silencio de la habitación. Ignoró por completo la película y cogió el mando que reposaba junto a su cadera, apenas cubierta por la sábana. Aún así, no fue consciente de que los canales pasaban ante sus ojos, en un vano intento de venderse a él, a sus ojos y a ese bolsillo que, cada día, se llenaba de más billetes. En realidad, su mente estaba muy lejos de allí, oculta en un lugar al que nadie quería entrar, ya que podían perderse tanto como él lo estaba haciendo. Al cabo de un rato, Enzo suspiró, cerró los ojos y se levantó. Era evidente que no podía dormir y, si podía evitarlo, no iba a perder el tiempo. Cogió de la silla sus pantalones de traje, su camisa blanca y una corbata que le gustaba bastante. Después se pasó una mano por el pelo, dejó que éste se alborotara bajo ella y se puso los zapatos. Justo en ese momento, su móvil, que había quedado relegado a uno de los bolsillos, vibró con insistencia. —¿Sí? —preguntó, con suavidad. —¿Papá? ¿Eres tú? —Una voz sutil, apenas un silbido, atravesó la barrera del sueño y le hizo despejarse. —¿Ocurre algo, princesa? —Enzo suspiró profundamente y se detuvo junto al ascensor. Una triste sonrisa se dibujó en sus labios, como tantas veces a lo largo de esos dos meses. —No... o sí, no lo sé. —La voz de la pequeña pareció titubear, porque casi desapareció—. La abuela dice que no vas a volver hasta dentro de mucho. ¿Es verdad? Enzo se estremeció con fuerza al notar la tristeza implícita en esa frase, una desolación tan arrolladora como la que él mismo cargaba. Tragó con fuerza, carraspeó y se obligó a dar un paso más, a seguir adelante a pesar de todo. —Volveré, Adriana. No sé cuándo, pero lo haré lo antes posible —contestó, sin ser capaz de mentirla—. ¿Te ha explicado la abuela por qué no estoy allí? ¿Por qué tengo que quedarme aquí? El silencio pareció alargarse durante lo que solo fueron unos segundos. Casi podían escucharse las dudas de la pequeña hacerse palabras. —No demasiado bien. Dice que tienes una misión, como los héroes que salen en la tele —susurró, emocionada—. ¿Es verdad? —Es verdad, sí. Pero no soy ningún héroe de la tele —contestó, en el mismo tono cadente y dulce de la niña—. Solo soy un hombre que hace lo que tiene que hacer. De nuevo, el silencio se apoderó de la conversación. Ninguno dijo nada durante unos momentos, hasta que Enzo cayó en la hora que era. Tomó aire y lo soltó con un suave bufido. —¿Te has dado cuenta de la hora que es, canija? ¿No deberías de estar en la cama? — ¿Sí? Oh. —Adriana dejó escapar una carcajada llena de dulce picardía—. Ahora voy, promesa. —¿Promesa de verdad? —¡De la buena! Enzo sonrió, como solo él podía hacer en esos momentos: calmadamente, con suavidad, con paciencia. Con cariño. Su corazón aceleró sus latidos hasta que resonaron sobre el ruido del ascensor al llegar, sobre el último silencio de la conversación.

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Suspiró, aferró el teléfono con más fuerza y apretó la mandíbula hasta que ésta crujió. Cómo echaba de menos estar con ella. Cómo anhelaba volver atrás en el tiempo, a esos estúpidos momentos en los que sus brazos no eran el único refugio. Cómo deseaba regresar a ese ideal que mantenía vivo en su cabeza, cual frenética llama a punto de morir. Cómo dolía la cruda verdad. —¿Adriana? —susurró, con la voz rota. —¿Sí, papá? —Te quiero. —¿Estás...llorando? —preguntó, con tanta tristeza que él sintió cómo se le encogían las entrañas de puro desasosiego. —No, cariño. Los héroes no lloramos —contestó y tras dejar que una lágrima desbordara sus ojos, colgó. *** Hacía un frío horrible en aquella habitación y Ara no tardó en ser consciente de ello. Se cruzó de brazos, se mordió el labio inferior y observó, de nuevo, la dichosa muñeca que había trastocado su mundo en tan solo unos segundos. ¿Cuánto llevaba allí? ¿Y por qué? ¿Era para ella o, simplemente, pertenecía a esa habitación, como todo lo demás? Frustrada, se apartó de la cuna unos pasos y miró a su alrededor, sin saber bien dónde posar sus ojos. De pronto, allí donde posaba su mirada veía algo nuevo, algo inquietante que hacía que su corazón latiera desbocado. Incluso el espejo que la reflejaba, con sus perfectas grietas a los lados, le parecía distinto. Ara se estremeció cuando el miedo que llevaba por dentro amenazó con salir más deprisa de lo que ella podía soportar. La sensación de que todo se le iba de las manos no fue tan fugaz como pensaba porque permaneció con ella incluso cuando, momentos después, decidió salir corriendo. Hacía años que no recurría a eso y hacía incluso más que no huía de nada. Al menos, no estando despierta o consciente. El resto... bueno, con el resto de los miedos no podía hacer nada, porque incluso ella sabía que en las pesadillas no había una manera justa de lucha. El pasillo parecía infinitamente largo y oscuro, lo cual era curioso, porque estaba perfectamente iluminado por pequeñas lámparas de pared que apenas titilaban. Como siempre, las puertas se sucedían unas a otras: hechas de madera, de cristal, acero. Había puertas desvencijadas, rotas, nuevas... cada una cerrando la entrada a un secreto que, tarde o temprano, descubriría. Sin embargo, y aunque su curiosidad innata la llevaba a querer abrirlas todas, esa vez solo se detuvo al llegar a una puerta en concreto. Una discreta, blanca y limpia, con un brillante veintidós anclado en ella. Ara suspiró frenéticamente, abrió la puerta y volvió a cerrarla tras de sí. Poco a poco sus latidos fueron tranquilizándose, hasta que se convirtieron en un murmullo apenas tapado por el ronco sonido del ventilador que giraba en el techo de la habitación. Allí se iniciaban sus recuerdos, precisamente en aquella habitación. Podría decirse que, de alguna manera, todo había empezado allí, aunque no entendía ni cómo, ni por qué. De aquél lugar, con sus paredes pintadas en verde y con aquellas cortinas blancas que rozaban el suelo, solo podía decir cosas buenas. —Por fin en casa —susurró quedamente, mientras se quitaba la fina camiseta de manga larga y la dejaba en el respaldo de una silla, donde se podían ver otro montón de prendas apiladas. Nadie contestó a su tímido saludo aunque ella tampoco esperaba respuesta. Ignoraba el tiempo que llevaba allí, pero nunca se había encontrado con nadie más, aunque tenía la certeza de que no estaba sola. ¿Cómo iba a estarlo, a fin de cuentas? Tendría que ser tonta para creer que toda la comida, el agua y la ropa aparecían por arte de magia. Allí, en algún lugar, había alguien más y era cuestión de tiempo que le encontrara.

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Ara sonrió brevemente cuando la conocida sensación de bienestar acarició su piel erizada. Obvió la televisión apagada y los relojes que marcaban las seis de la tarde, y después, tras acariciar el lomo de los libros que se acumulaban en la mesilla, se dirigió al baño contiguo. Adoraba la rutina del día a día, a pesar de todo: despertar, sonreír, descubrir que había tras la siguiente puerta. Después, regresar a aquella habitación, perderse en la dulzura del agua caliente... y esperar al día siguiente. Era agradable, aunque una tarea solitaria que, poco a poco, mermaba su espíritu. A veces, no podía evitar hacerse preguntas mientras el agua mecía sus caderas llenas de cicatrices, rojizas, que parecían recientes. ¿Por qué ella? ¿Por qué allí? ¿Por qué siempre tenía la sensación de que su vida era un sueño inconcluso? Pero las respuestas nunca llegaban, o al menos, ella nunca sabía interpretarlas correctamente, lo que era realmente frustrante. Ara exhaló con fuerza cuando notó el frío del suelo clavarse en sus pequeños pies desnudos. Como cada día, se deshizo del resto de la ropa con lentitud, como si siguiera un juego premeditado: primero, la camiseta interior, que dio paso a sus brazos, largos y blancos, hendidos por lo que parecían viejas heridas de guerra. Después, el sujetador y el cinturón que sujetaba holgadamente el pantalón negro a sus estrechas caderas. Por último, el vaquero que escondía sus largas y maltrechas piernas. Aún así, a pesar de las abruptas heridas rosadas que aún cubrían su cuerpo, Ara era hermosa. Su cuerpo, aunque estropeado, seguía siendo escultural y su rostro, de fina porcelana y ojos violetas, era aún digno de admirar. Incluso su pelo, medianamente corto y oscuro, resultaba elegante y atractivo. Cuando terminó, apenas unos minutos después de haberse quitado la primera prenda, Ara se sumergió en el agua caliente y sonrió. De inmediato, como si el mero susurro del agua removiera en ella viejos recuerdos, su mente despegó y se perdió en la contemplación de algo a lo que ella recurría mucho. Era apenas una sensación disfrazada de sombra, pero fuerte e intensa. Podía oler su aroma, masculino y profundo, y sentir como éste se metía bajo su piel. Con los ojos cerrados, podía sentir sus brazos rodeándola en esa misma bañera, en esa misma habitación. Y después escuchaba las risas, la dulzura entretejida de los gemidos al hacer el amor. La sombra se acurrucaba con ella, una y otra vez, en cada fantasía. Y aunque si hubiese sido en otra ocasión, hubiera tenido miedo, la sola presencia de esa sombra en sus recuerdos le tranquilizaba y le daba fuerzas para seguir al día siguiente. Por eso Ara adoraba aquella habitación, porque la sombra, esa que siempre la seguía, era allí más nítida... más real. Más viva. Más como ella y menos como fantasía. Ara suspiró de placer cuando notó la presencia de la sombra en la entrada de la habitación. Sonrió con picardía e hizo amago de salir, como cada día. Sabía lo que venía después, por mucho que la pesara. Había intentado mil veces cambiar el destino de esa fantasía, de esa historia, pero nunca lo conseguía y eso, la hacía polvo. Aún así, lo intentó. Se incorporó con cuidado y estiró los brazos. Sin embargo, en cuanto puso un pie fuera de la bañera, se oyó un golpe en la puerta y la sombra, que se había acercado a ella, desapareció. *** La cafetería que tenía frente a él era el lugar más siniestro que hubiera conocido, a pesar de estar ricamente decorada y estar llena de gente. Enzo se estremeció de asco al ver las sonrisas de las madres que acababan de dejar a sus hijos en el colegio de al lado. ¿Cómo podían sonreír en un lugar como ése? ¿No se daban cuenta de que todo estaba contaminado por la sombra de una tragedia? Incluso él, que no había estado presente en el accidente notaba como la sangre se le helaba en las venas. Pero tenía que quedarse allí. De alguna manera, sabía qué había algo que él podía hacer para solucionar aquel embrollo. Cualquier cosa que estuviera en discordancia, cualquier elemento que se saliera de lo normal le serviría,

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cualquier cosa en realidad... —Sabía que estarías aquí. —Una voz, llena de afabilidad llenó sus oídos con fuerza. Enzo se estremeció al reconocer en ella a su mejor amigo, una persona a la que hacía... ¿días? ¿meses? que no veía. —Qué perspicaz. ¿Querías algo? —Cuánta mala leche acumulada —bromeó y le dio un golpe amistoso en el hombro. Cuando lo hizo, parpadeó sorprendido y tiró de él para girarle—. Estás en los huesos, joder. ¿Qué coño has hecho? Enzo sonrió, por primera vez en mucho tiempo. Se sacudió las mangas del traje e hizo crujir el cuello hacia ambos lados. Después le devolvió la mirada al joven de ojos verdes y media melena rubia que esperaba, pacientemente. —No tengo demasiada hambre. En realidad... ninguna. Si como es porque tengo que levantarme ¿sabes? —contestó y, de pronto, se echó a reír. Las carcajadas brotaron de sus labios como un torrente, pero no había ningún tipo de alegría en su espontaneidad. Por el contrario, solo se oía miedo, congoja, desesperación. Sentimientos que nunca, nunca, deberían mezclarse en algo parecido a una risotada. —Parezco imbécil, ¿verdad? —susurró y apartó la mirada de la confusión que veía en el verde de sus ojos—. Aquí, perdido en una ciudad que nunca he querido visitar y la que estoy jodidamente anclado. Y sin comer. Y prácticamente sin dormir, porque no quiero hacerlo. A veces me pregunto si yo también estaré tan loco como todos estos —musitó y cerró los ojos, dolorosamente. —Enzo, yo... joder, ven. —Luca tiró de él con fuerza y le obligó a seguir sus pasos, mucho más firmes, hacia un coche azul que estaba aparcado frente a la cafetería. Sin embargo, apenas unos pasos antes de llegar a él, Enzo se detuvo, blanco como la muerte. —No. No voy a subirme a esa mierda. —Retrocedió, mientras su piel perdía color, perdía la escasa vida que le ataba al mundo—. No. No. Otra vez no. Otra vez... no. Continuó su letanía en voz baja, como una siniestra llamada a un recuerdo que no quería invocar. Sin embargo, éste acudió de todas maneras, en forma de intenso torrente. De pronto, los gritos, el miedo, la sangre... la sensación de que todo se deshacía a su alrededor, de que todo se desmigajaba incontrolablemente se hizo con él, y lo hizo temblar como un niño perdido en la oscuridad. ¿Por qué? ¿Por qué los recuerdos le atosigaban de esa manera? ¿Por qué se cebaban con él si solo pretendía ocultarlos en un rincón? Sabía que no iba a poder olvidarlos nunca, pasara lo que pasara, pero él mismo se veía incapaz de seguir adelante con esa losa sobre su pecho. Por eso, retrocedió, como un cobarde, como un desertor de su propia vida. Y huyó, huyó como nunca había hecho antes, como nadie le había permitido hasta ese momento. Todo quedó atrás: las palabras, buenas y malas, el intenso olor a café de la cafetería, las dulces risotadas de las madres. Todo se perdió bajo sus pasos, descontrolados y desesperados. Todo. Incluso él. Incluso el momento que había roto toda su vida.

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Desde la oscuridad Relato por Raquel Castro -1El sonido de las constantes vitales de Laura resonaba en esas cuatro paredes. El silencio helador se rompía en la habitación de hospital, fría y oscura, donde yacía apunto de despertar. Los baldosines blancos de las paredes lucían un tono verdoso, separados unos de otros por líneas negras. Churretes de vieja suciedad bajaban desde el techo hasta el suelo atravesando unos baldosines que en algún momento fueron blancos. Un par de moscas daban vueltas sobre sí mismas sin cesar, mareando, cansando, agotando con su ruido al acercarse una y otra vez sin descanso. Con apenas una butaca y una cama, cada palabra resonaba en esas cuatro paredes como un eco desgarrador. Un televisor colgado en la pared repetía la misma imagen una y otra vez incansable. –¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?– dijo Laura levantándose de la cama medio aturdida intentando arrancarse los tubos del brazo. –¡Tranquila cariño, estás en un hospital! ¿No te acuerdas de nada?– le preguntó su madre impidiendo que se levantara de la cama. –Recuerdo que iba en el coche con Alejandro y que de repente…. ¡Alejandro! ¿Dónde está Alejandro? ¿Está bien?– –Alejandro está bienSu madre se acercó a ella con rostro preocupado, agarrándola con fuerza y echándose a llorar. Su facciones se desencajaban mezclando alegría y llanto. Laura sin saber muy bien lo que estaba pasando enmudecía impasible bajo el cariño sin control de su madre que la abraza desesperadamente entre sollozos. Laura, inerte como una muñeca de trapo, dejó que su madre ahogara su llanto entre su cuerpecito sin fuerza. Sin entender muy bien lo que había sucedido, desconectó su cerebro a la espera de poder entender algo, absorta, concentrada en esas cuatro paredes que le eran tan extrañas. Después de unos instantes que parecieron eternos en los que su madre pareció terminar su desconsolado llanto, se atrevió a salir del shock y preguntar lo que estaba sucediendo. –Mamá ¿qué ha pasado?– dijo Laura empujándola para poder verle los ojos. –¡Hija mía, estaba tan preocupada! No te imaginas lo mal que lo he pasado todo este tiempo sin poder hablar contigo– dijo su madre alejándose unos milímetros de su cuerpo y enjugándose las lágrimas con un pañuelo de tela blanco y azul arrugado que sacó de su bolsillo. –¿Todo este tiempo? ¿Cuánto tiempo llevo en el hospital?– preguntó asustada previendo que la respuesta no iba a ser de su agrado. –Cuatro meses…– murmuró su madre mirándose los pies sin valor para mirar a su hija a la cara. –¡Cuatro meses! ¡No puede ser! ¿Y Alex? ¡Tengo que hablar con él! ¿Dónde está mamá? ¿Dónde está?–exclamó Laura desesperada cogiendo a su madre por su delicada camisa de seda con puntitos negros, arrugándola y acercándola a su cama con la fuerza de la desesperación. –¡Cariño cálmate! Estás muy alterada y eso en tu estado no es bueno. Es mejor que descanses y más tarde seguimos hablando– respondió su madre intentando volver a poner los pies en el suelo. –¡Que me calme! ¡Qué pasa mamá! Algo me estas ocultando, lo veo en tus ojos…– –No sé cómo decirte esto cariño…– –¡Por favor mamá dime qué demonios está pasando!– –Veras cariño…después de tener el accidente, tú fuiste la peor parada de los dos. Entraste al hospital prácticamente en coma y así has estado durante cuatro meses hasta que por fin hoy, gracias a Dios, has despertado. Alex no tuvo mucho más que una pequeña conmoción cerebral y estuvo apenas varios días en observación. Perdió la memoria. No recordaba ni quién era… –

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–¿Y…? ¿Por qué no está aquí conmigo?– Aurora se le quedó mirando con rostro afligido, le pasó suavemente la mano por la mejilla con gesto apenado y tras un profundo suspiro prosiguió sin muchas ganas su explicación. –Alejandro ha conocido a otra persona… No quiere saber nada de ti– Laura se recostó en la cama con los ojos muy abiertos mirando a ninguna parte. Parada y bloqueada por el golpe traumático de averiguar que su pareja desde hacía trece años la acababa de abandonar por otra mujer estando ella en coma y al borde de la muerte. Ni siquiera se había dignado a ir a visitarla al hospital para comprobar que todavía seguía en este mundo. Laura se quedó observando el suave contoneo de la falda rosa plisada de su madre al alejarse, con sus zapatitos negros de medio tacón resonando en esas cuatro paredes, devolviéndola a la realidad a cada golpe contra el suelo. A lo lejos se oía el murmullo de las enfermeras acercándose con premura hacía su habitación. En estampida, una marabunta de médicos y enfermeros se abalanzaron sobre su cama, asediándola, acorralándola, cercándola y auscultándola casi compulsivamente como si no hubiese ninguna razón médica por la cual tuviera que seguir viva. Las voces se entrelazaban entrecortándose. Turbias se apelmazaban sin sentido en sus oídos sin fuerzas para entenderlas. Sin aliento para pensar se dejó caer en la cama y se dejó hacer, turbada, anonadada, intentando asimilar en vano que el amor de su vida la había abandonado entre la vida y la muerte. Ya nada tenía sentido, su despertar había sido en vano. Sus ojos querían volver a cerrarse y retomar el camino hacia otro mundo que inició cuatro meses atrás. Todo hubiese sido mejor que el indescriptible dolor, seco y desgarrador que le desgajaba el pecho en dos. Todo incluso la muerte, que suave e indolora la hubiese anestesiado, ocultándole la verdad.

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Kris Pearson

Entrevista por Marta Fernández

me lancé a escribir novelas. Sufrí una operación de rodilla y tuve que estar en cama una semana. ¿Qué podía hacer? ¡Escribir un libro! Fue un libro horroroso y jamás lo publicaré, pero después de eso ya nada pudo detenerme. Elegí la romántica porque quiero que todo el mundo sea feliz. Me encantan los finales felices, y es realmente divertido inventarse personajes que los necesitan... y hacer todo lo necesario para conseguir que los tengan. ¿Tienes alguna autora favorita? ¿Qué libros nos recomiendas de ella? De entre todas, Lisa Kleypas es mi autora favorita. He visto montones de libros suyos en las listas españolas, así que ya sé que vuestras lectoras pueden elegir entre bastantes. Prefiero sus novelas contemporáneas a las históricas, pero solo es cuestión de gustos. Y también me gustan Kristan Higgins y Rachel Gibson. ¿Cómo ha cambiado tu vida tras publicar tu primera novela? Antes de nada, gracias por contestar a esta entrevista ¡es un placer tenerte en nuestra revista! Gracias por invitarme. Es un honor estar aquí. ¿Cuánto llevas escribiendo? ¿Por qué novela romántica? Soy una escritora absolutamente compulsiva. Escribí mi autobiografía a los doce años (un poco pronto, ¿no?). Mi primer trabajo fue como escritora de anuncios publicitarios para una emisora de radio local. Luego trabajé para un canal de TV y después para varias agencias publicitarias, y al final me convertí en directora publicitaria de una cadena de grandes tiendas de muebles. Durante todo ese tiempo, nunca dejé de escribir, siempre estaba escribiendo “algo”, pero no fue hasta hace doce años cuando

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¡Me hice más rica! Unos veinte dólares más el primer mes... y descubrí que tenía que dejar de pintar para poder dedicar mi tiempo libre a escribir. Pero he ganado una agradable e inesperada cantidad de dinero, porque ahora mismo tengo publicados doce libros en inglés y unas cuantas antologías con otras autoras, así como dos libros de cuentos cortos. Así es como pude permitirme el lujo de pagar la traducción de cuatro de mis libros al español. ¿Cómo es tu día a día? ¿La escritura ocupa muchas horas? Mi día a día consiste en colgar muchas cortinas, porque mi marido y yo tenemos una pequeña empresa que las instala para decoradores y tiendas. Vemos algunas casas maravillosas y hablo con mucha gente, lo que constituye una estupenda fuente de elementos para mis novelas. Y me encanta trabajar en el jardín, pero el resto del


tiempo lo paso pegada al teclado del ordenador, trabajando en mi próxima novela. Escribo por las noches y durante los fines de semana, y a veces también encuentro tiempo durante los días laborables, si no tengo mucho trabajo con las cortinas. Escribo una media de cuatro horas al día. ¿Qué ingredientes son necesarios para que una historia perdure en el corazón de un lector? Personas que se merecen un final feliz, y que a veces parece como si no fueran a conseguirlo, algún sitio interesante para que eso suceda, una historia un poquito diferente, que no sea solo la de otro multimillonario más, arrogante y tan rico que todas las mujeres tontas caen rendidas a sus pies sin ningún motivo válido. ¡Y buenas escenas de amor! Recibo correos electrónicos de mis lectoras en los que me dicen que se leen una y mil veces las escenas de amor (no sé si eso es sano o no, pero bueno...). ¿Prefieres escribir novelas independientes o sagas? Empecé escribiendo novelas independientes, pero resulta realmente interesante no perder de vista a un personaje secundario que tal vez podría convertirse en el principal protagonista del próximo libro. “Raptada por el jeque” es el inicio de una trilogía, y a pesar de que estoy disfrutando al escribir el segundo volumen (y teniendo ya en mi mente el tercero), la política y el marco temporal para toda la historia me hacen tropezar constantemente. Sin embargo, es un ejercicio mucho más interesante que un libro independiente. ¿A qué lectores van dirigidos tus libros? A mujeres de 18 a 80 años. Tal vez no muchas de 80 años, pero si les digo que “son un poco sexys”, me lanzan miradas maliciosas y me dicen que han

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vivido lo suficiente como para saber qué es lo que lo descubre se desata un auténtico infierno. hay. ¿Qué tienen en común los protagonistas de ¿Cuánto tardas en escribir una novela todas tus novelas? De tres meses a tres años, dependiendo de si Los hombres son todos altos y morenos (¿tal vez la historia cuaja, si tengo tiempo suficiente, si en contraste con mi marido, que es rubio?) Todos no estoy trabajando en dos novelas al mismo ellos tienden a ser muy prácticos, pueden hacerse tiempo... cargo de las cosas, arreglarlas y sacar partido de lo que la vida les depara. No son débiles. Mis chicas ¿Qué es peor: corregir, publicitarse o son casi siempre independientes y en realidad documentarse? no necesitan a un hombre... lo que hace que conquistarlas suponga un reto para el héroe de la Publicitarse. Me encanta escribir y corregir y novela. disfruto documentándome, pero la infinidad de formularios que hay que rellenar para comprar ¿Nos puedes describir cada una de ellas en espacios publicitarios me mata. Contestar pocas frases? ¿Tienes alguna favorita? a preguntas para entrevistas como esta es estupendo comparado con eso. Me pregunto qué Las novelas que se han traducido al español son dará mejor resultado. “Raptada por el jeque”, “Resistiendo a Nick”, “Zona prohibida” y “La cama del constructor de barcos”. ¿Recomiendas la autopublicación? ¿Lo peor Mi favorita es el Jeque, y debe ser la favorita de y lo mejor de ella? todo el mundo, porque es la más vendida, mes tras mes. Es la historia de un secuestro y su Recomiendo sinceramente la autopublicación, correspondiente rescate, con terroristas y una escenita que aún sigue haciéndome llorar cada vez que la leo. “Resistiendo a Nick” trata de una chica que por fin es libre de vivir su propia vida después de la muerte de su abuelo, al que ha estado cuidando. Conoce a un hombre ambicioso que está levantando una cadena de gimnasios y se siente tan atraída por él que echa a rodar todos sus planes. Pero también le cambia la vida por completo a él, porque le ayuda a descubrir su insospechable pasado. “Zona prohibida” cuenta la historia de una pareja que hereda la propiedad proindivisa de una casa y tiene que compartirla mientras deciden qué hacer con sus vidas. Hay una sospecha de incesto, algo de misterio y una seducción muy tierna. “La cama del constructor de barcos” trata de un constructor de superyates que necesita a una decoradora para su nueva e impresionante mansión encima del puerto. Debido a la peculiar forma en que se crió su cliente, la decoradora le oculta el hecho de que tiene una hija, y cuando él

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pero hay que tener confianza, resiliencia y curiosidad. Presenté algunas de mis novelas a Mills & Boon, y pese a que siempre alabaron mi forma de escribir, mis obras nunca les parecieron “adecuadas” para ellos. Tiré por la borda años. Si quieres autopublicarte tienes mucho que aprender, y tienes que ser un auténtico demonio en cuanto a control de calidad. Los libros tienen que estar bien escritos, bien corregidos y revisados para que no haya ni un error, ni una falta. Las portadas tienen que llamar la atención (especialmente cuando se reproducen a pequeño tamaño) y promover una marca constante. Puedes pagar a otros para que se encarguen de corregirlos y diseñar las portadas, pero yo no lo hago. Hago un intercambio con una amiga: yo le ofrezco mis habilidades como correctora y revisora (soy buena en eso) y ella me formatea y maqueta los libros electrónicos. Las ventajas de la autopublicación son las siguientes: Contamos exactamente las historias que queremos, nuestras portadas son exactamente como queremos que sean, podemos acabar de escribir y revisar una novela, subirla y empezar a venderla al día siguiente, y no al cabo de varios meses, y además nos quedamos con una parte mucho mayor de los royalties, a menudo el 70%. Esto significa que podemos vender nuestros libros a un precio inferior y vender más, y esto es ventajoso desde todos los puntos de vista, tanto para los escritores como para los lectores.

pura y simplemente. ¡Bueno, quizás no tan pura! Son historias sexy sobre parejas que se enamoran y acaban en la cama, exactamente como le pasa a la gente en la vida real. Es la autora de los siete libros de la serie “Picardía en Wellington” y de la trilogía “Heartlands”. Su novela más vendida en absoluto es “Raptada por el jeque” (“Taken by the Sheikh”).

¿En qué estás trabajando ahora mismo? ¿Alguna novedad próxima en España? Estoy trabajando en mi próximo jeque, “Desired by the Sheikh”. Me encantaría poder decir que se publicará en español, pero no hasta que se hayan vendido más ejemplares de los cuatro libros que ya se han traducido. Es un proceso caro si se hace bien, y no estoy dispuesta a daros un producto de segunda categoría. Kris Pearson es una neozelandesa que escribe chispeante romántica contemporánea,

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Series Freak Por Élica kilian

CÓMO DEFENDER A UN ASESINO Annalise Keating (Viola Davis) es una profesora de derecho penal, tenaz, apasionada y, a veces, despiadada en su carrera profesional. Una letrada que hará cualquier cosa por obtener una victoria judicial a pesar de que sus clientes sean los personajes más viles de las altas esferas. Todos los cursos, Annalise selecciona a un grupo de estudiantes prometedores para que colaboren con su despacho y entre ellos seleccionará al ganador/a de un trofeo que le permitirá cajearlo por el aprobado en su asignatura. Por supuesto, no se lo pondrá nada fácil a ninguno de sus alumnos, que tendrán que recurrir a su máximo ingenio para satisfacer las pretensiones de esta. Los que me conozcáis de las redes sociales sabréis que soy una apasionada de las series y que desde hace tiempo he venido recomendando esta encarecidamente, y voy a deciros mis porqués. No es la típica serie de abogados donde capítulo tras capítulo se dedican a resolver cuestiones judiciales. En esta, se entremezclan los tiempos y las tramas. Mientras por una parte te revelan retazos del presente donde el grupo selecto de estudiantes de Annalise tienen cierta participación en un asesinato, por otro lado te muestran las escenas del pasado donde te descubren cómo comenzó todo. Es adictiva y con un ritmo muy rápido. No puedes parpadear ni un segundo sin que te hayas perdido algún detalle importante que te hará decantarte por uno u otro protagonista como sospechoso. Viola Davis lo borda. El personaje que representa tiene tantos contrastes y matices que en ocasiones

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hace que sea imprevisible y te sorprenda. La serie de la AXN, que consta de 15 episodios, tiene un fantástico elenco, en el que además de Viola Davis, se encuentra: Billy Brown, Alfred Enoch, Jack Falahee, Katie Findlay, Aja Naomi King, Matt McGorry, Karla souza, Charlie Weber y Liza Weil. Y si eso no os convence, la creación y la producción es de Pete Nowal y Shonda Rihimes, Betsy Beers, todos ellos productores ejecutivos de Scandal y Anatomía de Grey y, Bill D’Ellia, productor también de Anatomía de Grey y de The West Wing. Espero que os animéis a verla y me deis vuestra opinión. Me encantaría comentarla con vosotros y saber que hay más gente que le ha gustado tanto como a mí. Os garantizo que en cuanto comencéis a visionar el primer episodio no podréis parar. Ojalá que AXN realice una segunda temporada después del éxito obtenido con la primera. ABOGADA EN APUROS Nina Whitley es una ambiciosa abogada que ansía ser socia del bufete donde trabaja. El mismo día que es rechazada para dicho ascenso, su ex prometido Trent, le comunica que va a casarse. Ese cúmulo de noticias hace que se deje llevar por su ira y la emprenda con su jefe, lo que, naturalmente, le cuesta su puesto de trabajo. Nina, sumida en una depresión porque su vida se ha desmoronado delante de sus ojos, acepta una plaza vacante como abogada de oficio. En su nuevo despacho conocerá a unos compañeros de lo más variopintos y con los que la creída, abogada, pija y autosuficiente, señorita Whitley, poco tiene que ver. Sin embargo, a medida que los va conociendo, su altivez va desapareciendo para dejarse llevar por la verdadera Nina. Es una serie divertida que actualmente se emite en Cosmopolitan TV los domingos a las 21.15. Su elenco lo forman: Eliza Coupe, Jay Harrington, Oscar Nunez, Maria Bamford, Jolene Purdy y Carter MacIntyre. Si aparte de ver series de tramas trepidantes os gustan también las comedias románticas de episodios cortos que te hacen pasar un buen rato, os enganchareis a ella. Es del estilo de The Mindy Project, Bienvenida al pueblo, doctora, Manhattan Love Story, Diario de una doctora… Dadle una oportunidad y ya me contaréis.

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Los Diletantes

Primer capítulo por Antonia Romero

Prólogo Aseguró los grilletes de manos y pies, poniendo especial cuidado en que su piel no entrase en contacto con la del vampiro. A pesar de llevar guantes, toda precaución era poca. Levantó sus párpados para asegurarse de que seguía inconsciente. Le había dado suficiente veneno de rosa silvestre como para que durmiese durante muchas horas; sin embargo, sabía que aquel no era un vampiro como los demás. Su corazón latía desbocado. En los quinientos años que llevaba en el mundo se había enfrentado a incontables peligros, pero nunca había tenido aquella sensación agarrada a su estómago. El sudor frío, el temblor de sus manos y el insistente cosquilleo en brazos y piernas le avisaban de que había iniciado un camino sin retorno. Cogió la botella que había dejado en el suelo y esparció su contenido por todas partes, untó los grilletes con el caldo venenoso y la piedra donde reposaba el cuerpo inconsciente de su víctima. No había tenido tiempo de preparar un plan más seguro. Tuvo que actuar con rapidez y desde el primer momento supo que no había ninguna garantía de éxito, pero tenía que intentarlo. Miró de nuevo a su cautivo. Los grilletes no servirían de nada si despertaba, pero ningún vampiro habría podido hacerlo después de ingerir la cantidad de veneno que le había inyectado. Recorrió la cueva con la mirada una última vez y salió. La puerta tenía veinte centímetros de grosor, era de hierro maciza y estaba completamente untada de veneno. Cerró con la llave y puso el candado. Mientras lo hacía pensó en su hija, en el peligro al que iba a exponerla. La llave del candado se cayó de sus temblorosas manos. Respiró hondo y se agachó a cogerla. Tenía que apartar las dudas de su cabeza, después de todo era lo único que podía hacer. Echó a correr hacia la salida; tuvo que escalar por la pared de piedra hasta llegar al exterior. Una vez dentro del coche miró la silueta de la montaña de Montserrat y tuvo un mal presentimiento. Se alejó de allí a toda velocidad mientras, en el interior de la oscura cueva, el vampiro abría los ojos. Capítulo 1 Abre tus alas, ángel malvado Todos los años llega. Es como una maldición que esperamos y a la que nos resignamos con entereza. Mi padre siempre decía que solo se tienen dieciséis años una vez en la vida y que, si pudiésemos regresar desde los cuarenta, agradeceríamos las interminables y aburridas horas en el instituto. Pero este año era diferente. Yo era diferente. Cuando desperté por la mañana no sabía ni dónde estaba. Hacía dos semanas que vivía con mi hermana y todavía no reconocía el papel de las paredes. Me despertaba sobresaltada como si hubiera tenido una pesadilla. Pero la pesadilla no terminaba cuando abría los ojos. Pobre Ariela. Para ella debió ser terrible tener que hacerse cargo de todo, y tan solo tenía siete años más que yo. Se esforzaba por no llorar delante de mí, pero la escuchaba cuando escondía la cabeza en la almohada. Yo lo intentaba, de verdad que lo intentaba. En cambio me quedaba ahí, mirando al techo, con ese dolor en el pecho que parecía querer abrir un boquete entre mis costillas. Pero sin una lágrima.

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Era el primer día en el nuevo instituto. Un pueblo que me era desconocido, en casa de una hermana con la que no tenía demasiada relación, y yo intentando arreglarme el pelo, como si eso fuera posible. Siempre me hacía la misma pregunta: ¿Por qué tan negro y tieso? Con mi piel tan blanca, me hacía parecer un cadáver. Y las ojeras violáceas bajo mis ojos no ayudaban nada. No me gustaba mirarme al espejo porque, siempre que lo hacía, la veía a ella. Y eso dolía. Mucho. Ella era como yo, pero hermosa, como si mis facciones fueran una copia emborronada de su cara. Mis ojos se veían más oscuros. Turbios. El corazón se me aceleraba al recordarla y me pellizqué en el brazo para controlarlo. Era una técnica curiosa, pero funcionaba. Cuando finalmente bajé a desayunar, Ariela estaba sentada delante de una taza de café. Ella también tenía ojeras –era algo que nos venía de familia–, pero las suyas eran de no dormir. Y de llorar. –¿Quieres unas tostadas? –me preguntó poniéndose en pie rápidamente. –¿Crees que soy una inútil? Soy capaz de ponerme un café y coger algo de comer si me apetece. Tranquila. –Estás tan flaca. Era cierto. Siempre fui delgada, pero desde el accidente había perdido peso, lo que no favorecía demasiado la idea que tenía mi hermana de una adolescente camino de los diecisiete. En aquella época ella tenía un par de tallas de más. –Ya engordaré, no te preocupes. Se sentó y me dejó hacer. Al mirarla allí sentada me vinieron a la memoria los primeros días después de despertar. No dejaba de tocarme y abrazarme. Al principio estaba semiinconsciente por los calmantes que me daban y creía que todo aquel torbellino de emociones y sentimientos, que no eran míos, los provocaban las drogas y el dolor. Pero según fui recuperándome comprendí que aquello no era fruto de sustancias químicas, al menos no de sustancias que se fabricasen fuera de mi cerebro. Por eso no soportaba que nadie me tocase y sabía que apartarse instintivamente cuando alguien va a darte un abrazo de apoyo, o un par de besos, no resultaba muy normal. Me miraban y movían la cabeza como si comprendiesen. Claro, pobrecita… –¿Estás nerviosa? –Ariela me sonreía detrás de su máscara de hermana mayor. –No –mentí. –Yo sí lo estaba cuando vine aquí. Espero que te acostumbres a este pueblo. –¿Cómo es el instituto? –Muy grande. Tiene más de novecientos alumnos y unos cien profesores. Hoy tienes una entrevista con la coordinadora de cuarto de ESO, Carme, que es muy maja, ya verás. Estarás en Cuarto B, que es el que va hacia el Bachillerato Mixto. Pedimos tu expediente a tu antiguo instituto. Me encogí de hombros, durante el periodo de matriculación yo dormía en la antesala del sueño eterno. –Me preguntó qué carrera querías hacer, pero no supe qué contestar. Nunca hemos hablado de eso –se excusó. Si ni siquiera yo lo sabía. –Le expliqué lo del accidente… Me puse tensa. –…sin entrar en detalles. Pero debía hacerlo para que comprendiese por qué no pudiste terminar el curso. –Espero no ser la abuelita de la clase. –Tranquila, hay unos cuantos repetidores. –Me guiñó un ojo. –Qué bien –dije esto mientras me levantaba para recoger la mesa. –¿Quieres que vayamos juntas? Quizá te resulte más fácil llegar acompañada.

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–No te preocupes, Ariela, todo irá bien. Al dejar las tazas en el fregadero me quedé un momento mirando mis manos. Las abría y cerraba de manera inconsciente. Después del coma apenas podía moverlas. Me costó mucho recuperar la movilidad de todo mi cuerpo. –¿Te molestan? –Ariela se había puesto delante de mí. –No es nada, en cuanto vuelva a ejercitarlas estarán bien. –Hoy haré mis pesquisas para encontrar a alguien aquí que pueda darte clases. –No te he agradecido lo que hiciste en el dormitorio para que pudiese poner mi piano. –Ada, no hace falta que me agradezcas nada. –Algún día podré agradecértelo –susurré. Cogí mi mochila y salí de la casa. La tarde anterior mi hermana se empeñó en que fuésemos andando hasta el instituto para que me familiarizara con la zona. La verdad es que en los quince días que llevaba viviendo en su casa apenas había salido de la que era mi habitación. El jardín de la casa era suficiente terreno para mí, por el momento. Bajé la calle tratando de parecer normal y serena. Llevaba unos cascos de los que no me separaba desde el accidente. Necesitaba ruido en mi cerebro. Cuando llegué, la puerta aún estaba cerrada. Al día siguiente no sería tan puntual. La entrada estaba llena de críos de la ESO. Pasé de largo y me senté en un bordillo a esperar que toda aquella marabunta desapareciese engullida por el enorme nido de cemento y cristales que era el instituto. Observé y me sentí vieja. Quizá porque yo ya había pasado por eso. En otro lugar. Los mayores no llegaron hasta que las puertas ya estaban abiertas. Esperé a que hubiesen entrado casi todos; solo unos pocos con cigarrillos en la mano se quedaron rezagados. Notaba que me miraban con curiosidad, pero no había nada que ver. Crucé la primera puerta del vestíbulo y la escuché cerrarse tras de mí cuando alcanzaba la segunda. Una vez dentro me coloqué en una posición estratégica para tener una idea clara de dónde me encontraba. Observé a la gente que se movía a mi alrededor, profesores y alumnos identificados por su pose estudiada y repetida durante años. Localicé la conserjería y me acerqué a una chica morena que llevaba puesta una camiseta del Che y me sonreía. –Hola. ¿Me puedes decir cómo llego hasta la clase de Cuarto B? –¿Eres nueva? –me preguntó. –Sí –le dije. –Espera. Me hizo un gesto para que me apartase un poco y después, en tono más alto, exclamó: –¡Xavi! El chico moreno con greñas y aspecto poco descansado, que llegaba en ese momento, la miró con desgana. Ella le hizo un gesto para que se acercase y entonces me fijé en sus ojos que se ocultaban, a intervalos regulares, detrás de unas larguísimas pestañas –¿Estás en Cuarto B? –preguntó la de la camiseta del Che. –Sí. –Mira qué bien, esta chica es nueva y no sabe dónde está la clase. –Pues más vale que espabilemos, llegamos tarde a la primera hora. Le seguí y por el camino me preguntó mi nombre. –Ada. –¿Acabas de llegar o ibas al Xirgu? –¿Al Xirgu? –Acabas de llegar. –Sonrió. –Sí, me he trasladado hace muy poco.

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–El Margarida Xirgu es el otro instituto del pueblo. Asentí como si comprendiese y continuamos por las escaleras. –¿De dónde vienes? –De Barcelona. –Vaya, pues anda que has ganado con el cambio. Después de subir hasta la tercera planta llegamos por fin a la clase. Ya estaba todo el mundo sentado y cuando entramos hubo cierto revuelo. Por lo que se veía, Xavi era muy popular entre sus compañeros. –Esta es Ada –dijo y se dirigió decidido hasta un lugar en la segunda fila. –¿Ah, sí? ¿Y dónde lleva la varita mágica? Miré un segundo al melenudo que había hecho la gracia y después seguí hacia el final de la clase. Me senté junto a la ventana. Algunas chicas me miraban y sonreían. –Hola, soy Sam. –Unos enormes ojos, enmarcados por un par de trenzas rubias, me hablaban desde el pupitre de delante. –Hola. –Esta es Laura y ese de ahí es Toni. Si quieres a la hora del patio puedes almorzar con nosotros. Traté de sonreír. Demasiada sociabilidad, demasiado rápido, pero agradecí el interés y asentí. Las primeras dos horas pasaron muy despacio. Mates y Filosofía. Fue una buena idea quedarme al lado de la ventana porque eso me permitía mirar de vez en cuando hacia fuera, a las nubes. Las mismas nubes en el mismo cielo. En todas partes. La profesora de Mates era la tutora del grupo y, acercándose a mí durante la clase, me dijo que a la hora del patio me pasase por Secretaría, momento que mis nuevos compañeros aprovecharon para tirarse bolitas de papel y besos fugaces. Me alegré; eso me evitaría tener que sociabilizar en mi primer día a la hora del almuerzo. El peor momento lo pasé en clase de Literatura. Mantener la atención me resultaba del todo imposible y el profesor, muy amigo de hacer bromas, me tomó la medida. Me acordé de Sonia, mi antigua profesora. Sé que fue a verme al hospital. No la vi, pero Ariela me lo contó. –Fue mucha gente de tu instituto. Sobre todo al principio. Claro, después se cansaron de verme dormir. En Secretaría había cola, así que tuve que esperar mi turno. Sabía que allí en medio estaba muy expuesta y si mi hermana pasaba no podría evitar verme. Dos minutos después de que lo pensara, ocurrió. Ahí estaba, con su sonrisa falsamente despreocupada y los brazos cruzados delante del pecho, como si quisiera protegerse de un hipotético ataque. Entonces vi que no venía sola. La seguía una mujer, a todas luces profesora, con gafas y aspecto agradable que, a un comentario suyo, miró directamente a mi cara. –Ada, ¿qué haces aquí? –Sin esperar respuesta se volvió a su acompañante–. Mira, Consuelo, esta es Ada. –Hola, Ada, ¿qué tal tu primer día? –Bien. Dejé que me diese el par de besos obligatorio, tratando de no prestar atención a la discusión que había tenido esa mañana con su marido, por no haber previsto lo de la cena de compromiso de su hermana. –Es Consuelo, la directora del instituto. –Vaya –dije, sin saber qué cara poner. – Tu hermana dice que eres una estupenda estudiante. Estamos muy contentos de tenerte aquí. Intenté sonreír. –Si tienes algún problema, mi despacho está al final de ese pasillo. ¿A qué bachillerato piensas ir el

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año que viene? –Al Mixto. –No tienes las ideas claras, ¿eh? Yo soy del departamento de Mates, como Ariela. –¿Qué haces aquí? –me preguntó mi hermana. –Mi tutora ha dicho que tenía que pasar por Secretaría a las once. –¿Quién es tu tutora? –preguntó Consuelo. –Sandra, mi profesora de Mates. Ambas se miraron y asintieron en un código solo apto para profes, al parecer. –Espera, voy a averiguar qué quieren. La directora se coló en la Secretaría y nos dejó solas. –¿Cómo va todo, Ada? ¿Estás bien? –¿Vas a preguntarme eso muchas veces al día? Porque va a ser un poco molesto ¿sabes? –Me preocupas. La miré de manera lo suficientemente elocuente como para que no hiciese falta decir nada más. –He estado indagando sobre lo que hablamos. –Fruncí el ceño, no tenía ni idea de a qué se refería–. Tus clases de piano. –¿Has encontrado alguna solución? La escuela municipal no es una buena idea. –Eso ya quedó claro. Precisamente hablaba con Consuelo de eso y me ha dicho que cree que hay alguien, pero antes tiene que hablar con el alcalde, que es quien lo conoce. –No pasa nada porque vaya a Barcelona. –Déjame intentarlo, Ada. Ir tres veces por semana al centro no creo que sea lo que más te conviene. Este curso será duro y tienes que tener algo de tiempo libre. La directora se acercaba, así que la conversación tendría que posponerse hasta más tarde. –Al parecer falta la tarjeta sanitaria y firmar la matrícula. –¡Es verdad, me olvidé! –dijo Ariela llevándose la mano a la frente–. Bueno, tú no te preocupes, ve a desayunar, yo me encargo. Le sonreí con mala cara, iba a ser más difícil de lo que esperaba que mi hermana me tratase como a una persona normal. –Está bien, perdona –dijo–. Nos veremos en la comida. Por fin se marcharon y me dejaron sola. Tenía el bocadillo en la mochila, pero me había dejado el hambre en otra parte. Al regresar a casa a mediodía pensaba que todo había resultado mejor de lo que esperaba: había podido superar la mañana sin tener apenas contacto con nadie. La coordinadora de Cuarto fue muy amable explicándome todo lo que ya sabía y repitiendo lo sorprendida que estaba por lo claro que lo tenía todo. Me dije que fingir era demasiado fácil. Me coloqué los auriculares en los oídos y dejé que Keane se colase en mi cerebro mientras subía la calle. Pronto dejé atrás a algunos alumnos que llevaban mi dirección. Tomé la primera a la izquierda, luego otra vez a la derecha y seguí subiendo. Empezaba a sonar en mi cabeza Evil Angel, de Breaking Benjamin, cuando vi un coche que bajaba por la calzada. Era una calle poco transitada, nada más que por los vecinos de las casas, y a aquella hora todo el mundo estaba comiendo; quizá por eso llamó mi atención. Era un descapotable. Nunca me gustaron los coches y no conocía las marcas; Daniel siempre se burlaba de mí por eso. A él le encantaban y era capaz de reconocer casi cualquier vehículo en la distancia. Al acercarse pude ver al conductor. El pelo, de un negro intenso, se agitaba por el viento. Apenas pude verlo un instante al pasar junto a mí, pero fue suficiente para que el vello de todo mi cuerpo se erizase, como si me

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hubiese dado una de esas sacudidas a las que estoy tan habituada por mi estúpida facilidad para cargarme de electricidad estática. El hecho de que él me mirase no facilitó en nada mi esfuerzo por disimular tan infantil comportamiento y, de pronto, sentí un profundo rechazo hacia el ocupante de un coche tan absurdo como insensato, en el que el conductor formaba parte de la carrocería. –Pedante de mierda –murmuré. Escuché el sonido de los frenos y me giré sorprendida. El vehículo se había detenido y el ocupante me observaba como si hubiese oído lo que había dicho. Percibí el rubor subiendo a toda velocidad hacia mi cara. Sabía que no era posible que me hubiese escuchado y, sin embargo, su cara decía lo contrario. Decidí que lo mejor era que siguiese mi camino y no me metiese en líos mientras escuchaba cómo el coche se ponía en marcha de nuevo.

–La comida está lista. Ariela asomaba la cabeza desde la cocina. –Subo la mochila, me lavo las manos y bajo. Cuando entré en mi habitación me dejé caer en la cama. Estaba más cansada de lo que imaginaba. Al parecer, disimular y fingir no era tan inocuo como había pensado. –¡Ada, baja ya! Me senté en la cama y me froté los ojos, pero cuando los cerré volví a ver la cara del desconocido con el que me había cruzado y tuve la sensación de que él también podía verme. Me puse en pie de un salto y sacudí la cabeza tratando de borrar esa idea de mi cabeza. Capítulo II Vamos a empezar de nuevo –Ya lo tengo –Ariela me puso otro trozo de lomo a pesar de saber que no comería más que uno. –¿Qué tienes? –Un profesor de piano para mi hermanita. El chico vive en el pueblo desde hace dos años y, al parecer, toca estupendamente. –¿Un chico? ¿Quieres decir un alumno que da clases? –Arrugué el entrecejo. –No, quiero decir un joven que tiene la carrera de piano y toca que te cagas, por lo que me ha dicho Consuelo. Te cuento lo que hemos podido averiguar: tiene veinte años, vive con su madre en una masía que hay a las afueras del pueblo y que heredó de un tío suyo. Viene de Londres, pero habla perfectamente catalán y castellano. Se llama Andrew Morland y, como favor especial hacia el alcalde, al que le une una buena amistad, ha aceptado tener una entrevista con nosotras. –¿De qué estás hablando? –Es un virtuoso, ofrece conciertos por todo el mundo. Ada, no sabemos cuánto tiempo podrá darte clases, pero si te acepta como alumna, por poco que sea valdrá la pena, te lo aseguro. Ha aceptado tener una entrevista para verte tocar. El tenedor se me cayó de las manos. –¿Pero tú te estás oyendo? ¿Me estás contando una historia de terror o qué? O sea, te pido que busques a un profesor de piano, alguien con experiencia que me devuelva la agilidad que perdí en el coma, y tú me hablas de un tipo, casi de mi edad, que vive con su madre y que ha venido de Londres para vivir en la masía de un pueblo y entretenerse dando clases a una alumna como yo. –No seas tan optimista, hija...

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–Barcelona está aquí mismo. –No digas tonterías, Ada, sabes que perderías demasiado tiempo. –Está bien, iré a esa entrevista, pero después me dejarás que tome una decisión sin presiones de ninguna clase. Ariela sonrió y me puso un trozo de pan en el plato. –He quedado en que iremos esta tarde. –Espera un momento ¿has dicho iremos? –Pensaba acompañarte en el coche. Hay una buena caminata. –¿Aquí puedes dar una buena caminata sin salirte del pueblo? –Le hice un gesto de fastidio–. Ariela, tengo dieciséis años, no es buena idea que me trates como a una niña. Cuando salí de casa de mi hermana simulé no ser consciente de su mirada clavada en mi nuca. No soportaba montar en coche. Si había que hacerlo, pues se hacía, pero lo evitaría siempre que me fuese posible. La casa del inglés no estaba lejos y hacía una tarde agradable. Caminaba acompañando a la montaña, siguiendo las indicaciones que Ariela me había dado sobre un mapa. Aquel paseo se convirtió en el mejor momento que había tenido desde que salí del hospital. No encontré a nadie en todo el camino, la luz de la tarde hacía brillar las copas de los árboles y una suave brisa relajaba el calor. Cuando llegué frente a la puerta metálica de la que Ariela me había hablado, la empujé y se abrió sin dificultad. Un camino bordeado de cipreses llevaba hacia la entrada de la masía. Observé las tierras que la rodeaban y no pude evitar sentir cierta envidia. Hubiera deseado tener algo así, mío, un lugar en el que desaparecer para todos. Según me acercaba empecé a escuchar las notas que salían de un piano. Delante de la puerta de entrada una señora regaba varias macetas con flores. –Hola, buenas tardes –dije tratando de captar su atención–. Estoy citada con Andrew Morland. –Hola. Puedes pasar, te está esperando. Tú sigue la música. La masía tenía un aspecto completamente inesperado; había sido redecorada con un estilo clásico, antiguo para mí. Tenía la impresión de haber entrado en un museo. No podía imaginarme a un veinteañero inglés viviendo allí. El piano se detuvo y, como si fuese el instrumento el que movía mis pies, me detuve en seco antes de entrar en la sala de la que provenía la música. Un estremecimiento recorrió mi espalda cuando volví a escuchar la música. –Bach –suspiré. Era mi pieza favorita del Concierto en fa menor de Bach, un precioso adagio capaz de hacerme un nudo en las tripas si quien la tocaba tenía talento. Y allí había mucho de eso. Las manos que acariciaban aquellas teclas sabían muy bien el idioma en que había hablado el compositor. Abrí las puertas dobles que cerraban la estancia y contuve el aliento. La sala tenía los suelos de mármol y grandes ventanales. El piano, uno de cola entera, estaba situado en un extremo a la izquierda de donde yo me hallaba, y hacia él caminé, hipnotizada por su maravilloso sonido. No veía al ejecutante, que estaba oculto por la tapa abierta; no sabía qué aspecto tendría, ni si me resultaría desagradable, pero supliqué mentalmente que accediese a darme clases y que me fuese posible pagarlas. Me detuve a cierta distancia tratando de no romper la magia que flotaba a mi alrededor. Cerré los ojos cuando llegaron las últimas notas de Bach y, cuando volví a abrirlos, él ya se había levantado y caminaba hacia mí con la mano extendida. Unos ojos negros, fríos y penetrantes, se engarzaron en los míos. –Tú debes ser Ada, la chica a la que no le gustan los descapotables. Cuando estreché su mano vi un campo de amapolas y a un niño corriendo detrás de una mariposa. –He pedido que nos preparen café. ¿Te gusta el café? Asentí con la cabeza.

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–Acompáñame. Antes de nada debemos hablar sobre tu música. No me gustó la manera en que dijo lo de tu música, tuve la impresión de que había cierto sarcasmo en su voz y temí que fuera a cebarse conmigo. No sabía cómo, pero era evidente que había escuchado el comentario poco diplomático que había hecho en apenas un susurro y eso me dejaba en una situación incómoda. Entramos en una salita contigua. Era una habitación pequeña con dos puertas que daban al jardín de detrás de la casa. Andrew me indicó que me sentase y abrió las puertas para dejar entrar el olor a hierba mojada y el sonido de los pájaros. Había una mesa redonda con un mantel de flores pequeñitas, que caía hasta el suelo a modo de faldón. Las sillas eran pequeñas, de madera torneada y asiento mullido, tapizadas con el mismo estampado del mantel. Era un lugar extraño, como sacado de una novela de Jane Austen. Él se quedó un momento parado contemplando el paisaje y eso me dio la oportunidad de estudiar su perfil sin temor a ser descubierta. Tenía una nariz perfecta y afilada. El mentón fuerte y bien dibujado sustentaba una boca con personalidad. No era guapo; su aspecto producía un extraño efecto al principio, pero si te detenías y observabas los detalles, había algo en él que resultaba hipnotizador. Se volvió hacia mí y yo desvié ligeramente la vista como si contemplase también el paisaje. –¿Cuánto tiempo llevas tocando el piano? –dijo. –Desde los tres años. –¿Y eso son…? –Trece años. Se sentó y comenzó a servir el café preguntándome cómo me gustaba. –Con leche y azúcar. Él lo tomaría solo y sin azúcar. –Parece ser que has perdido agilidad en las manos. Hizo un gesto pidiéndome la mano, otra vez. Me puse tensa y durante unos segundos dudé. No quería saber nada de lo que pensaba, ni de su vida, pero no había una manera lógica de explicárselo, así que hice lo que me pedía. Mi primera reacción fue apartarla de golpe, pero el cerró su mano alrededor de mis dedos y no lo permitió. –¿Ocurre algo? ¿Qué podía decirle? ¿Qué acababa de tener una visión en la que se estaba bañando en un barreño? ¿Quién se bañaba en un barreño? ¿Es que no tenía bañera como todo el mundo? –Nnnada, perdona. –Bien. Tus manos están bien; tienen fuerza y son elásticas. En cuanto tomemos el café iremos a ver cómo se mueven sobre las teclas. Me soltó. –¿Qué tipo de música te gusta? –preguntó mientras daba un sorbo de café. Me resultaba muy difícil sostener su mirada y tendía a apartar la vista continuamente. –¿Quieres que te haga una lista? Será muy larga. –Solo quiero hacerme una idea. –Evanescence, Muse, Linkin park, Breaking Benjamin… Sonrió. –¿Y de clásica? –Bach, Debussy, Mozart, Chopin… Quise preguntarle cómo había sabido que el Adagio de Bach era mi pieza favorita, pero me pareció ridículo. Evidentemente, no lo sabía, nadie podría habérselo dicho. Ni siquiera mi hermana conocía tanto de mí. –Buen repertorio. ¿En qué curso estás?

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–En cuarto de ESO. Él entrecerró los ojos. –He tenido que repetir curso, seguro que te han dicho que tuve un accidente de coche. Asintió con la cabeza. –Estuve en coma. De ahí la pérdida de flexibilidad. –Celebro que estés bien. ¿Qué manera de hablar era esa? Era evidente que el profesor de castellano que había tenido le había jugado una mala pasada. Hablaba como alguien salido de una novela. –Hablas muy bien mi lengua –dije sobre el tema. –Tengo facilidad para los idiomas. –No quiero ser maleducada, pero, en caso de que me aceptes como alumna, ¿cuánto me costarán las clases? No quiero hacerme ilusiones y después no poder permitírmelo. Andrew sonrió y sus ojos se iluminaron. –Vamos a ver cómo tocas. –Se levantó y me indicó que pasara delante. Caminó detrás de mí hasta verme sentada en la banqueta. Yo sentía su presencia, pero aquello, en lugar de hacerme sentir incómoda, me relajó. Estiré un poco los dedos y los puse sobre el piano. Empecé a tocar suavemente algo que recordaba al Claro de luna de Beethoven. Mis dedos parecían más sueltos de lo normal y poco a poco fui alejándome del músico clásico para entrar en Exogenesis: Symphony Part 3 — Redemption, de Muse. Cuando acabé, fijé mi vista en la brillante superficie del Steinway & Sons, y le vi reflejado. –Buena interpretación –dijo. –El mérito es de Muse –respondí. –¿Podrías con una barcarola? Calenté mis manos frotándolas y después de volver a estirar los dedos me decidí por los Cuentos de Hoffman, de Offenbach. Sabía que había escogido mal, pero quería que viese claramente cuál era mi problema. Cuando empecé a atascarme, no cedí, seguí tocando hasta que él detuvo mis manos con un gesto. –Lo he entendido, no sigas o te harás daño. Dejé caer las manos y me quedé quieta esperando el veredicto. –¿Te parece bien los martes, miércoles y viernes a las ocho de la tarde? –Aún no me has dicho el precio. –El mismo que pagabas a tu antigua profesora. – No sabes qué cantidad era. –No me hace falta saberlo. ¿Me permites? Me levanté y dejé que ocupara mi sitio. Cuando empezó no pude evitar dar un paso atrás, como si la música pudiese tocarme. Se trataba de Exogenesis: Symphony Part 2 (Cross–Pollination). Y justo en el punto en el que deberíamos haber escuchado la voz de Matthew Bellamy, Andrew comenzó a hablar. –Exogénesis habla del final de la humanidad, al menos como la conocemos. Los seres humanos han acabado con su propio planeta y envían astronautas a explorar el espacio para intentar crear vida humana en otras galaxias. La obertura habla de la aceptación de la tragedia. Mientras hablaba, seguía interpretando la pieza de una manera absolutamente limpia. –La segunda parte habla de esperanza, de la consecución de ese ideal en el que la vida podrá volver a comenzar de nuevo sin que cometamos los mismos errores. Al empezar la tercera parte, mis manos sudaban y el corazón me latía muy deprisa. No sé por qué, me olvidé de pellizcarme.

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–La que tú has elegido habla del eterno retorno, de la certeza en que el ciclo no dejará de repetirse, porque el factor erróneo es el humano —suspiró—, y son los humanos los que deben cambiar. La redención. En ese momento, resguardada por su espalda, noté que mis ojos se hacían agua y pude, por fin, dejar salir parte del dolor que me corroía por dentro. Pude ver el accidente como si alguien estuviese proyectando las imágenes en una pantalla invisible. El móvil volando de mi mano. El volantazo de mi padre. La cabeza de mi madre golpeando contra el cristal delantero al fallar el airbag, la exclamación de mi padre en el último sonido que escucharía de sus labios y la sangre abandonando mi cuerpo. La cálida y líquida sensación que escapaba de mí como si hubiese encontrado el camino de regreso a casa. Las fuerzas que me abandonaban se llevaban también todo lo que había sido mi vida hasta ese momento. Cuando las rodillas se me doblaron Andrew estaba delante de mí y me sujetaba por la cintura. –Ada, ¿qué…? Le miré sin reconocerle. No podía ubicarlo. Al tocarme pude verlo sentado delante del piano, pero era una imagen extraña; parecía una fiesta de disfraces en la que todos iban vestidos de época. –¿Te he molestado? ¿Qué te pasa? –su voz sonaba alterada. –No, es solo…, he recordado algo… –Ven, vamos a sentarnos. Haré que nos traigan más café. No sé cómo avisó, porque no se movió de mi lado ni un momento, pero después de que entráramos en la salita donde habíamos tomado café antes, apareció una mujer joven con el líquido humeando en otra cafetera. –Gracias, Marisa, déjalo aquí. Ya lo serviré yo. Andrew me puso la taza entre las manos y me hizo beber varios sorbos. –Lo siento –dije avergonzada. –No tienes por qué disculparte. –No sabía que la música podía producirme este efecto –murmuré. –La música es un buen catalizador de emociones. Después de unos minutos me sentí mejor y pude sonreír. –Debes pensar que soy un bicho raro. Andrew sonrió como si hubiese dicho algo muy gracioso. Miré el reloj y, al ver que eran las nueve, me puse en pie bruscamente. –Debo irme ya. No sabía que era tan tarde. –Te acompañaré. –No hace falta. –Insisto. Hizo un gesto con la mano indicándome que pasara delante. –Mañana martes no podemos empezar; tengo un compromiso previo. El miércoles cuando vengas te enseñaré el resto de la finca. Traté de sonreír de un modo natural, pero me resultaba difícil escuchándole hablar de aquel modo. Hasta ese momento, para mí una finca era un bloque de pisos. Al llegar al exterior puso su mano debajo de mi codo y me guió por el patio, hasta detenerse delante del coche descapotable con el que le había visto esa tarde. Me volví hacia él tratando de resultar convincente. –Prefiero ir caminando, de verdad, no te preocupes… –Es tarde y no me cuesta nada. Además tengo, que coger el coche para ir a Barcelona. Sube. No sé por qué lo hice, pero dos segundos después estaba sentada y rígida como una estatua en el asiento del copiloto.

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–Ponte el cinturón. Le obedecí sin decir nada. Mis cuerdas vocales estaban atadas en un fuerte nudo, así que no habría podido hablar aunque hubiese tenido algo que decir. Él tampoco dijo nada hasta que estuvimos delante de la casa de mi hermana. Bajé del coche y empujé la puerta con tanta suavidad que no se cerró. Andrew se inclinó sobre el asiento y la cerró por mí. –Nos vemos el miércoles, Ada –dijo sacando el móvil. –Hasta el miércoles –respondí abriendo la puerta de entrada al jardín. –¡Ada, espera un momento! –Salió del coche y se acercó–. Perdona ¿te importaría dejarme tu móvil? Me he quedado sin batería en el mío y tengo que hacer una llamada urgente antes de irme. –Yo no tengo móvil. –Miré hacia la puerta de casa–. Si quieres puedes llamar desde el fijo. Andrew me siguió hasta la puerta, pero antes de entrar se detuvo, dudando. –Pasa. Andrew entró y me pareció que sus ojos sonreían. Hizo la llamada y después se despidió dándome las gracias. Cuando le vi alejarse me di cuenta de algo: ¿cómo había sabido dónde llevarme si yo no le había dado mi dirección?

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La cita anual Relato por Elizabeth Da Silva

Como cada año llegó al mismo hotel, los nervios y la excitación siempre la invadían. A pesar del tiempo que llevaba haciendo lo mismo, no podía evitar sentir que aquello no era correcto y, aun así, el sentimiento era más fuerte que su consciencia. Además, solo podía disfrutar de él un par de noches al año. Mientras lo esperaba, Lidia pensaba que no hacía daño a nadie, tal vez a sí misma…, pero la soledad, a veces, era tan espantosa; que esa cita anual era para ella tan necesaria como el agua para un sediento. Sentada, empezó a recordar cómo llegó a su vida. La necesidad de cariño y de pasión, se hacían acuciantes con el paso de los años, Lidia ya había olvidado lo que era sentirse mujer, atractiva, deseada…, hasta que un día, por esas casualidades de la vida, conoció a Eduardo en las redes sociales. Ambos estaban en un grupo y comenzaron dándose un me gusta a lo que subía cada uno. Dejaban comentarios, reían de las casualidades que surgían entre los dos. Así, sin saber cómo, comenzaron las charlas privadas hablando de todo y de nada. Riendo de chistes absurdos, discutiendo de temas en los que no estaban de acuerdo. Ambos compartieron miedos, sueños e inquietudes. Lidia, sin darse cuenta, estableció con Eduardo una rutina que la llenaba. Deseaba cada noche llegar a casa y conectarse al ordenador. De las charlas, pasaron a las vídeo llamadas; charlaban hasta altas horas de la noche aunque en muchas ocasiones, él no podía conectarse porque tenía una vida, una familia. Ella en ningún momento quiso meterse, ni ser un problema…, solo quería un amigo, solo buscaba eso. Por ese motivo, eran muy sinceros y Eduardo se desahogaba con ella; recibiendo, a cambio, consejos para limar asperezas, para resolver conflictos. Porque para Lidia, mientras hubiera amor entre la pareja todo se podía resolver. Los días se hicieron semanas, las semanas meses y los lazos entre ambos fueron creciendo, el cariño, la confianza que se fue generando noche tras noche, charla tras charla, hizo surgir una intimidad que fue creciendo, haciendo florecer en ella el deseo…, ese cosquilleó en el vientre que Lidia hacia mucho que no sentía. Ese hormigueo en el cuerpo por la necesidad de sentir el calor de otro cuerpo. Un descubrimiento que la asustó, que la hizo apartarse negando la evidencia. Ella solo buscaba un amigo, jamás imaginó que las cosas podían llegar a un sentimiento más fuerte. No quería complicarle la vida a Eduardo. Él tenía una hermosa familia, con sus más y sus menos, como todos. Pero ese sentimiento se fue haciendo cada vez más fuerte, más intenso…, traspasando la pantalla; hasta que un día conoció su voz, ronca y varonil…, el sonido de su risa, esa que solo imaginaba en su mente. Y fue entonces cuando todo se volvió más real y más complicado. Por un tiempo, Lidia decidió no comunicarse con él, pero ambos lo sufrieron e inevitablemente volvieron a conectar sus vidas…, continuaron sus encuentros clandestinos en la red, encuentros que se fueron volviendo más intensos, donde exploraron sus más secretos deseos…, hasta que ya no fue suficiente; necesitaban tocarse de verdad, piel con piel… Antes de cumplir el primer año desde que se habían conocido por internet, Eduardo le propuso verse en persona; elegir una ciudad intermedia donde nadie les conociera, donde fueran dos extraños entre miles de personas. Lidia, al principio, no quería; ella no era una mujer que se metiera con hombres casados…, se sentía muy mal; pero, al mismo tiempo, deseaba con todo su ser verlo, abrazarlo, oler su piel, sentir su calor. Aunque, por otra parte, también pensó, que quizás si se encontraban frente a frente, la fantasía chocaría con la realidad haciendo que todo desapareciera, que se diluyera en una ilusión abstracta producto de la soledad en la que vivía.

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Pero nada de lo que imaginó fue lo que ocurrió en ese primer encuentro. Fue todo más fuerte aún de lo que había sido hasta ese momento. Y entonces, Lidia se dejó llevar por lo que ansiaba, por lo que sentía…, era tal ese sentimiento que dominó su razón. Ese primer beso fue tan perfecto. Ella había olvidado lo que se sentía con un beso, había olvidado el calor de un abrazo, la suavidad de una caricia y el placer del deseo compartido. Todo eso fue lo que revivió en aquel primer encuentro, todo gracias a su querido amigo Eduardo, que le devolvió la ilusión y la alegría de sentirse mujer. Hoy, cinco años después, regresaba a esa cita anual que ambos se regalaban. Ambos seguían siendo amigos y amantes en la distancia… pero sobre todo, confidentes. Entre Eduardo y Lidia no había dolor, no había daño…, había un amor puro y sincero, esa clase de amor que entendía que no era el momento para estar juntos, pero que aún así eran afortunados de poder amarse. Esa clase de amor que animaba al otro a perseguir sus sueños, a ser feliz con la vida que eligió, y a no lamentarse por los obstáculos o por lo que no se podía tener. Lidia pensaba que a veces no era el momento para que dos personas pudieran estar juntas, pero también creía que era mejor tener un poco de amor a nada. ¿Cuánto duraría? Quien podía saberlo… a quién le importaba. La vida era muy corta y ella solo pretendía robarle al tiempo un poco de cariño del bueno. Sumergida en esos recuerdos, no sintió la puerta de la habitación abrirse, hasta que unos pasos la hicieron volver la cabeza y encontrarse con esos cálidos ojos que le sonreían. Se acercó a ella y la abrazó, aspiró su aroma y luego la besó con ansia. Se miraron a los ojos, se entendían sin palabras, se respetaban. Ambos sabían que solo podían tener esos momentos robados a la vida, y daban gracias por ellos. Eran sus momentos, sagrados y solo suyos. Durante dos días vivían en una burbuja que parecía detener todo a su alrededor. –Otro año más, preciosa –dijo Eduardo acariciando su mejilla. –Sí, otro más, otro recuerdo más. –¿Será el último? –preguntó él. –¿Acaso importa? –No, no importa. Se abrazaron y se dejaron llevar por lo que sentían. La gente, el ruido, el reloj y todo a su alrededor dejó de importar, solo ellos dos y ese instante robado, eran lo único que contaba.

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reseña

Kieran the Black Reseña por Feli Ramos Cerezo

Si sujetas la espada en tus manos y colocas la punta en el broche de Kieran experimentarás un lado de la vida que nunca conociste. Cuando la vieja hechicera de cabellos rizados cogió las manos de Lizzie Johnston, de treinta y nueve años y las envolvió en torno a la espada, se sintió rara. Pero no fue nada con lo que sintió cuando se encontró en el cuerpo de Lady Elizabeth de Aedelmaer, una joven sajona de veinte años de edad en 1067 y casada con el infame caballero normando llamado Kieran, Kieran el Negro, de uno noventa y ocho de altura, cabellos oscuros, con los ojos más azules que Lizzie había visto y un cuerpo duro como el granito. Lizzie, una mujer apasionada y decidida a llevarse al alto, moreno y peligroso caballero a su cama y ganarse su corazón, a pesar de la aversión declarada por la antigua Elizabeth hacia él. Solo que antes ella tenía que salvar su vida… MI OPINIÓN: Ya sabéis que tengo predilección por la histórica, los highlanders y todo tipo de guerreros e historias del pasado. Si además le ponen un viajecito en el tiempo, ya se me abren los ojos como platos. Y si encima, tiene una buena portada y una sinopsis llamativa, es muy, pero que muy probable que caiga rendida a su lectura. Pues eso es lo que me ha pasado con esta novela, que contenía a primera vista varios factores que me gusta encontrar en una novela. Tenía mucha curiosidad por ella y no pude resistirme. Nos encontramos con Lizzie, una mujer de 39 años, abandonada por otra por su querido marido, periodista a tiempo completo y gran admiradora de la historia de Kieran The Black, un normando temible y con una historia truculenta de traiciones y muerte a sus espaldas. Me gustó la edad de la protagonista, para variar, se trata de una mujer ya con una vida tras de sí, no la típica “niñata”. Estando de visita en un museo, se separa del grupo y comienza a curiosear, hasta que una señora se le acerca y le ofrece tocar un arma, la espada del susodicho guerrero, Kieran el negro. Aunque duda, no puede resistirse, y en cuanto la señora le dice: “Si sujetas la espada en tus manos y colocas la punta en el broche de Kieran experimentarás un lado de la vida que nunca conociste” , se desata el acontecimiento que cambiará su vida para siempre. Aparece en una época que no es la suya y en un cuerpo que no es el suyo. Pero ¡vaya cuerpo! El de una joven de apenas 18 años, guapa, delgada y sobre todo joven, muy joven. En definitiva, lo que cualquier cuarentañera desearía vamos jajaja. A partir de ahí, pasa de ser Lizzie la abandonada y aburrida, a Elizabeth, esposa de Kieran the black. Imaginaos, es como si yo ahora mismo aparezco ante Jamie Fraser dentro del cuerpo de Claire, pues eso, que muero de amor. Lo que no espera Lizzie/Elizabeth, es encontrarse con que la esposa del normando no era precisamente

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la alegría de la huerta, y que fue casada a la fuerza con Kieran, por lo que renegaba de él y hasta incluso le odiaba. No tenían ningún tipo de relación afectiva. Pero esta mujer, que no se ha encontrado en otra igual en su vida, se propone que eso cambie, e intenta llevarse al huerto a Kieran a toda costa. A ver, ¡lógico y normal ante semejante hombre! De verdad, que os lo vais a pasar muy bien con las reacciones del guerrero buenorro al ver las tácticas de la chica. Kieran es un buen personaje. Guerrero guapo como un Dios, duro y leal, pero que las va a pasar canutas cuando esta mujer entre en su vida como un tsunami...vamos, que le va a hacer despertar de golpe cosas que ni el sabía que sentía. ¿Lo conseguirá? Eso lo vais a tener que descubrir vosotras, ya que no va a ser fácil, y la trama amorosa, se mezcla con todo tipo de triquiñuelas en busca de objetivos. Hombres despechados, amigos traidores, luchas de poder... Lo que sí os anticipo, es que os vais a encontrar una historia corta, es el único pero que le encuentro, pero intensa, llena de erotismo y en ocasiones divertida. Me ha gustado mucho que la protagonista, aún encerrada en el cuerpo de una chica joven y virginal, siga siendo una mujer de armas tomar, que descoloca por completo al temible normando, que quizás en el fondo no lo sea tanto. También me ha gustado mucho la relación de Lizzie con Olivier, el joven escudero de Kieran. Un joven que le sirve desde niño y con el que fragua una más que bonita amistad. La descripción de la vida de esa época en los castillos, las costumbres, etc.. No conocía a esta autora, pero desde luego, no va a ser el único libro que lea suyo. Lástima que de momento, sus libros solo los podamos encontrar en inglés, pero os animo a que probéis la experiencia porque es un libro muy fácil de leer. Una narrativa ágil, muy amena e intensa como digo. Repito que se hace muy corta, me hubiera gustado disfrutar más de ella de verdad. Se han echado de menos por lo menos 100 páginas más sobre esta pareja. Pero en definitiva, una historia muy bonita, llena de pasión, traiciones, erotismo y amor. Os la recomiendo 100%, os lo vais a pasar genial con ella.

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Entrevista a Red Apple y Ediciones Coral

Entrevista por Marta Fernández

Aclaración: Es la misma entrevista a dos editoriales distintas. RA son las siglas de Red Apple mientras que C identifica las respuestas de Ediciones Coral.

¿Cómo surgió la idea de montar una editorial? ¿Por qué la habéis creado? RA: Somos personas emprendedoras que no sabemos quedarnos quietos. Un buen día, medio en broma, comentamos lo que nos gustaría montar una editorial. Cada uno buscó información para sorprender a los demás. Así que nos decidimos poner en marcha el proyecto. C: Llevábamos tiempo estudiando abrir la editorial, nos apasiona lógicamente el mundo de la literatura y creemos que era un paso más en nuestras carreras. Creo firmemente que debemos realizar un cambio en cuanto a editoriales se trata, hay muchos escritores descontentos que nos hacían llegar sus inquietudes. Muchas editoriales, no informan de los progresos de ventas o simplemente de la manera de proceder en cada proyecto. Nosotros creemos en ese cambio y decidimos llevarlo a cabo.

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¿Tenéis experiencia como editores? RA: No, nunca hemos trabajado de ello. Pero llevamos leyendo desde que somos pequeños y sabemos reconocer una gran historia cuando la leemos. Nos hemos informado, nos hemos rodeado de profesionales en el sector y esperamos poder ponernos a la altura de grandes editoriales en cuanto a publicaciones y calidad de las mismas. C: Por supuesto, y hoy en día seguimos estudiando para perfeccionar nuestras técnicas. Estoy orgullosa de mis trabajos como editora y también de las pasantías que he realizado. ¿El nombre que habéis elegido tiene algún significado especial? RA: Pues se le ocurrió a una persona del grupo y a los demás nos pareció bien. Nos gusta cómo suena y desde luego representa claramente la manzana roja de la tentación en cuanto a novelas


noveles y no saber estructurar bien una novela, se les mantiene en el olvido; teniendo en cuenta que la novela tenga un magnífico potencial. Desde nuestra editorial apostamos por lo innovador y sobre todo por el trabajo en equipo a realizar entre todos. Pienso que una buena historia tiene que tener tres puntos claves: que sea real, potencial y bien contrastada; con estos tres adjetivos y una buena pluma por parte del autor, todo puede ser posible.

se refiere. C: Muy especial. Ediciones Coral se elige a raíz de la piedra coral, cuyo significado es carrera de éxito. Estábamos convencidos en ese nombre porque el cambio a realizar era importante y sobre todo porque creemos que la carrera del autor debe de ser de éxito. ¿En qué os fijáis a la hora de valorar un manuscrito? ¿Cuáles son los ingredientes necesarios para poder catalogar a un libro como una buena historia? RA: Lo primero que debería hacer un manuscrito es engancharnos a su historia. Si no nos atrapa, difícilmente lo hará con los lectores. A parte de tener una historia atrayente, debe estar acompañada de unos personajes bien desarrollados, un conjunto armónico y desde luego debe estar bien desarrollado y bien atado. C: El potencial es la base más importante que elegimos. Hay muchos escritores que por ser

Si queremos enviar nuestra novela ¿Cómo tenemos que proceder? ¿Hay que hacer una carta de presentación? Si es así ¿Qué incluimos en la misma? RA: En nuestra página web describimos paso por paso que se debería incluir en el email, en el que se manda el manuscrito. El documento lo pedimos con un tipo de letra y tamaño, pero aparte, necesitamos una copia de la hoja del registro, la sinopsis y un resumen. La carta de presentación no es obligatoria, pero cualquier información relevante sobre el autor es bienvenida. En dicha carta, se debería dejar reflejado la trayectoria literaria del autor. Si no ha publicado nada, puede escribir una breve biografía. C: Intentamos poner a disposición de los autores todos los medios posibles. Podéis mandarnos vuestras novelas a través de Gmail;Manuscritoscoral@gmail.com, a través de la página web : www.edicionescoral.es y también por correo ordinario en C/ de Les Eres nº4 Cunit C.p.43881

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respuesta es positiva o negativa, aunque tardemos en leer el manuscrito. C: Contestamos a todos. Precisamente nuestra editorial tiene un departamento exclusivo de manuscritos, donde desde la directora jefe como todo el equipo, siempre dan una respuesta. Por supuesto uno de esos cambios era, que no queríamos que los autores que confiaban en nosotros para mandar sus manuscritos no obtuvieran ni siquiera contestación . ¿Los libros saldrán en ebook, papel o ambos formatos? ¿Dónde se podrán adquirir?

Tarragona. ¿Cuál va a ser vuestra política? ¿La editorial correrá con todos los gastos o promoveréis la coedición o autopublicación? RA: Nosotros correremos con todos los gastos. Aunque algunos de los profesionales satélites que disponemos en la editorial ofrecen sus servicios de diseño de manera Freelance no es nuestra política ni nuestro objetivo, aunque si algún autor lo desea, puede hacerse con los servicio de estos profesionales a través de la editorial. C: Nuestra editorial corre con todos los gastos y cuando decimos todos queremos remarcar el TODOS; nos hacemos cargo de cualquier gasto para publicar la obra como también de los gastos que el autor necesite para ir a un evento o presentación. ¿Contestaréis a todos los autores que han enviado un manuscrito? ¿U optaréis por escoger el sistema (casi general) de otras editoriales por el que transcurridos seis meses se entiende que ha sido rechazado?azado? RA: Contestaremos a todos los autores que nos envíen su manuscrito. Tanto si la

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RA: Los libros saldrán en un principio en ebook. Si tiene buena acogida saldrá en papel. Y se podrán adquirir en cualquier plataforma digital y en cuanto las negociaciones lleguen a buen puerto, podrán encontrarlas en las grandes librerías españolas.

C: Los tendremos en ambos formatos y se podrán adquirir en cualquier plataforma digital y en cualquier Librería. ¿Qué géneros tenéis pensado publicar? ¿Apostaréis por autores nóveles? RA: De momento nos vamos a centrar en el género romántico, en todos sus subgéneros. Si una historia es buena, apostaremos por ella, sea de un autor/a novel o ya conocido. C: Nos encanta trabajar con escritores noveles, yo personalmente creo firmemente que debemos darles una oportunidad y sobretodo ayudarlos a crecer profesionalmente. Trabajando conjuntamente con ellos en sus proyectos creamos una simbiosis entre la conexión escritor/editor y hacemos que el trabajo a realizar sea exquisito. Vamos a publicar todo tipo de géneros desde romántica/chick lit pasando por la paranormal y thriller e incluiremos también novela negra.

¿Traduciréis autores extranjeros? RA: Pues nos encantaría poder publicar novelas


de autores extranjeros. Hay grandes historias en el mercado internacional y lo que si os podemos adelantar, aunque no estén concluidas las negociaciones es que esperamos pronto traeros nuevas historias del extranjero a España. C: SÍ por supuesto, pero ahora mismo estamos centrados en autores nacionales ya que sabemos que hay muchísimos potencial aún sin descubrir.

cautivado. C: Las primeras publicaciones serán de varios géneros distintos desde chick lit, romántica /contemporánea, paranormal/erótica ,novela negra...Os asombrareis de la multitud de novedades que vamos a sacar a lo largo del año y para el próximo.

¿Cómo promocionaréis publicadas?

Por último, ¿puedes dar algún consejo a los autores que quieren ver su novela publicada?

las

novelas

RA: Daremos publicidad por las redes sociales, con presentaciones y cualquier medio publicitario que tengamos al alcance. C: Aún sin publicar ya tenemos cerrados eventos, presentaciones y programas de radio. También promocionamos la preventa con ediciones limitadas a más bajo coste y con regalos incorporados. Sin dejar tampoco de mencionar a muchos periódicos con los que colaboramos. Respecto a las portadas ¿el autor participará en la elaboración de la misma? RA: Tenemos un fantástico equipo de diseño tanto para portadas y maquetación y desde luego las impresiones de los autores son importantes a la hora de diseñar la portada. C: El autor en nuestra editorial, siempre tiene la última palabra. La portada es conjunta y tenemos un maravilloso equipo detrás y una gran diseñadora que siempre está en sintonía con nosotros. Nune Martínez es una diseñadora ejemplar y por supuesto el escritor va por encima de todo. Trabajamos para y por los lectores, pero también lo hacemos para y por los autores.

RA: Nuestro consejo es que lo envíen a todas las editoriales que conozcan, incluso la más pequeña. A veces, las editoriales pequeñas, que no son tan conocidas, como las grandes, pueden hacer un buen trabajo. No desistan porque le hayan dicho un no. C: Principalmente que luchen por seguir su sueño y sobretodo que crean en el cambio. Sus obras son sus “bebés” y así deben luchar por ellas y por sus intereses hasta el final. Muchas gracias por concederme esta entrevista, ha sido un verdadero placer. Os deseo mucha suerte y éxitos. RA: Muchas gracias a ti por darnos esta oportunidad de darnos a conocer. C: Gracias a ti Marta por darnos esta oportunidad y por el buen trabajo que haces. Desde nuestra gran familia/equipo te deseamos lo mejor y sobretodo te volvemos a dar las gracias por este maravilloso rato a tu lado. Gracias. Verónica Martínez

¿Qué nos puedes contar de las primeras publicaciones de vuestra editorial? RA: No podemos contar mucho, ya que no queremos desvelar las sorpresas. Pero son historias que van a gustar, a nosotros nos han

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La esencia

Primer capítulo por Alex García

Prólogo Martes 10 de marzo de 2.015 Despierto sudando, asustada a causa del grito que acabo de escuchar, cuando me doy cuenta de que soy yo misma quien lo ha dado. ¡De nuevo este sueño recurrente! Un peso inmenso se apodera de mi pecho y apenas me permite respirar. Sé que debo serenarme para recuperar la calma, o seré de nuevo presa de una crisis de ansiedad. Hago un esfuerzo sobrehumano para inspirar despacio y expulsar el aire lentamente. De este modo no hiperventilaré, controlaré la situación en unos segundos. Esta vez no me marearé como otras. Y sigo sin saber quién es ella… esa mujer… No recuerdo qué quería, por qué hablaba con papá. Pero sé que él no estaba contento. Es como si yo quisiera escucharla, consolarla, porque lloraba. Pero no puedo recordar nada. Sólo que papá… ¡Papá! Esa fue la última ocasión que nos llevó al parque, la última tarde con él, los últimos besos y abrazos… La última vez… ****** Ha sido una suerte que hayamos podido venir a pasar la tarde al parque. A mí me gusta mucho cuando venimos aquí. Es muy bonito y grande. Papá nos trae a veces y nos enseña los árboles. Hay especies de todas partes del mundo. A Santi no le gusta, él siempre quiere ir a los columpios, pero papá ha dicho que más tarde iremos. Antes quiere enseñarnos lo lindas que están las plantas en esta época del año. Me gusta mucho cuando él me explica las diferencias entre unas plantas y otras. Luego me hace preguntas y, si no sé responder, me ayuda a que me fije en el tipo de tallo o las diferencias entre las hojas. Me ha prometido que un día podremos recoger hojas, palitos y pétalos del suelo. Con todo ello quiero hacer un cuadro y regalárselo a mamá. Ella no ha podido venir hoy con nosotros porque tenía que hacer las cosas de casa. Santi sigue protestando porque quiere ir a los columpios, así que papá ha accedido a ir hacia allá. Llevamos un buen rato aquí y Santi se ha columpiado todo el tiempo. Ahora me toca a mí montarme, pero Santi quiere repetir y llora. Papá le explica que es mi turno y que él debe esperar o montarse en otro cacharro entretanto. Una de las cosas que más me gustan es columpiarme y que mi papá me lance adelante con fuerza. Ya soy capaz de subir los pies hasta más arriba que la cabeza de los mayores. Le pido un poco más fuerte y él lo hace. Tanto que me dan cosquillas en el estómago al volver hacia atrás. Pero entonces noto las manos de papá que me lanzan de nuevo hacia adelante. Cierro los ojos, extiendo los pies y me agarro fuertemente a las cadenas. Me encanta sentirme así, es como volar… ¡Volar! Muchas veces pienso que me gustaría volar. No como los pájaros, sino siendo una persona. No en un avión, sino valiéndome de mi propio cuerpo. Ya, ya sé que eso no existe, pero a mí me gustaría mucho. Hace unos días soñé que volaba y noté estas mismas cosquillas en el estómago. Pero luego me desperté y me di cuenta de que las personas no volamos. Cuando le conté esto a papá me dijo que quizá algún día consiguiera hacer realidad mis sueños, que nunca hay que dejar de soñar. Pero ahora se me ha acabado el tiempo de montarme y tengo que bajar. ¡Jolines, qué rollo! Me he manchado mi vestido blanco y papi me hace ver las manchas. No está enfadado, pero me pregunta qué dirá mamá cuando lo vea. Ella se enfada a veces cuando nos manchamos, aunque siempre se lo dice a él, no a nosotros. Santi también se ha manchado, pero su ropa no es blanca, así que mamá no se preocupará tanto, creo yo. En ese momento, el «busca» de papá pita. Creo que eso significa que nos vamos ya. Siempre que le suena el «busca», tenemos que marcharnos a casa, pues papi tiene que irse rápidamente a trabajar.

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No me gusta nada ese aparato, pero él dice que es necesario. Cuando se va al hospital, siempre cura a personas que están muy malitas. Por eso muchas personas quieren a mi papá. Pero yo le quiero más que todas ellas, que no son sus hijas. Le quiero más que Santi, que sí es su hijo. De repente llega esa señora. Me mira durante unos segundos, yo a ella también. Luego se acerca a papá y le abraza. Santi pregunta a mi papá qué ocurre, pero él no le contesta. Yo no entiendo nada porque papá aparta a la chica, ella grita algo y a mí me da pena. No sé lo que dicen, algo de un accidente. Quiero entenderla, consolarla, me da tanta pena verla llorar… Me dirijo hacia ella, pero papá no me deja. Lo que menos entiendo es por qué le ha llamado «papá». Vamos a ver: yo sólo tengo un hermano, que es Santi, así que ¿cómo puede esa chica llamarle «papá»? Eso sólo sería posible si ella fuera mi hermana, pero no lo es. Yo no la he visto nunca en mi casa, ni en la calle, ni con mi papá, ni con mi mamá. Nunca la he visto, ni sé dónde vive. No me gusta nada de esto y a mi papi tampoco le gusta. Yo no quiero que discutan, pero tampoco quiero que ella llore. No sé por qué llora, pero me dan ganas de llorar a mí. Quiero que se vaya ya. Ahora llegan los policías, ellos lo arreglarán todo. Papá siempre dice que ellos son amigos de los niños y que si algún día nos perdemos, podemos ir donde un policía y nos ayudará a encontrarlos. Seguro que han oído a la señora gritar y por eso vienen a ayudar, porque los policías siempre ayudan a las personas que tienen problemas. Hablan con la señora y van a llevarla a su casita. Al final se va con ellos, pero de repente vuelve corriendo donde estamos nosotros, abraza a mi papá y le dice que le quiere mucho. Santi llora otra vez y yo no sé qué hacer ni qué decir. Papá nos lleva por fin a casa y tiene mucha prisa porque debe ir a trabajar. Es un médico muy bueno, que cura siempre a las personas que tienen malito su corazón. A mí me gusta que papá arregle los corazones que están malitos, pero lo que no me gusta es que se vaya cuando estamos jugando con él. ¿Por qué siempre tiene que irse a trabajar? ¿Y por qué tendrá siempre tanta prisa? Yo no quiero que se vaya, quiero seguir jugando en el parque. Me gusta mucho jugar con papá, me gusta subirme en el columpio y que él me propulse alto, hasta las nubes o más. Cuando llegamos a casa, papi le cuenta a mamá que debe irse, que tiene mucha prisa, pero yo no dejo de llorar. Santi se ha ido enseguida a la habitación, a jugar con los Playmóvil nuevos, así que mi papá me coge en brazos y me besa. —Sabes que debo irme, ¿verdad, princesa? —Sí, papá. Lo entiendo. Pero promete que mañana volveremos al parque y recogeremos hojas y palitos para hacer el cuadro para mamá —le pido mientras él me seca las lágrimas. —Claro, chiquitina. Lo haremos. Pero ahora debes dejar de llorar, ¿prometido? Obedece a mamá y sé buena, ¿de acuerdo? —Sigue con sus besos y caricias. —Vale. —Abrazo fuertemente su cuello y le doy un último beso. El último beso. Y se va a trabajar. Y se va… ****** El último beso. Y se fue a trabajar. Se fue… Y jamás volvió… Te echo tanto de menos, papá… Si tan sólo yo pudiera… Si yo pudiera… La congoja se apodera de nuevo de mí. Siento que aparece de nuevo la crisis de ansiedad. Tengo taquicardia. Recuerdo que debo respirar hondo para evitar hiperventilar. Pero la angustia no me lo permite. Y lloro más fuerte, y grito llamándole: —¡Papá! Varios minutos después la llantina se ha pasado y vuelvo a estar tranquila. Inspiro hondo y expulso despacio. Me levanto ya. Debo darme una ducha de agua templada. Eso hará que me sienta bien otra vez. Eso hará que todo vuelva a ir bien. Entro en la ducha y me obligo a dejar de pensar en el dichoso sueño, la pesadilla que lleva repitiéndose toda mi vida desde que papá nos dejó aquel día. Ahora debo concentrar mi atención en el viaje a

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Madrid. Tengo algo menos de hora y media para prepararme y llegar a la estación. Por fin he decidido coger los bártulos para intentar que me reciba el pánfilo ese que tiene en sus manos el futuro del Centro. Señor… ¿cómo era su nombre? Señor “Notengotiempo paralagente pardilla”, Señor “Soyel putoamo delmundo”, Señor “Pisoal queseponga delante”, Señor… Thomas. Sí, ese era su nombre. Termino de arreglarme y preparo una maleta pequeña, para un par de días. Espero volver a casa con la seguridad de que a mis viejitos no se les destrozará el breve futuro que les queda. Si consiguiera un compromiso por parte del señor Thomas… Pero dicen que es un hombre sin escrúpulos. Lo cierto es que me ha costado mucho tiempo conseguir información sobre quién se escondía detrás de la amenaza que se cierne sobre nosotros. Así que no voy a desaprovechar esta oportunidad. Me guardaré mis opiniones y haré lo que sea por conseguir ese compromiso. Miro por la ventana para cerciorarme de que el taxi está esperando. Ya me espera, así que me marcho. Espero que este par de días en Madrid me resulten agradables. No creo que me dé tiempo para hacer turismo, pero de todos modos intentaré sacar algo de tiempo libre. Madrid, señor Thomas, Susi está preparada y va a por todas. Capítulo 1 Solo existen dos días en el año en que no se puede hacer nada. Uno se llama ayer y otro mañana. Por lo tanto, hoy es el día ideal para amar, crecer, hacer y principalmente vivir. (Dalai Lama) Ha salido mal, pero debía intentarlo. Muy por encima de la negativa y de la actitud de ese estúpido petulante, lo que voy a llevar peor durante el viaje de vuelta será precisamente eso; afrontar la vuelta. No sé cómo voy a ser capaz de enfrentarme a todos. Por un lado está mi madre, que me recordó un millón de veces que se trataba de una locura. Y eso por no hablar de Rosa. Ella, que siempre representa lo que debo y me niego a ser. Sé que lo hace pensando en mí, pero yo me siento feliz así, siendo como soy. Me gusta que mis impulsos determinen mis acciones. Me jode arrepentirme luego, pero eso me hace más humana. Esa humanidad que he intentado infundir a alguien con más miseria que dinero. Pero la gente como él no tiene remedio. Viven en una especie de universo paralelo que les aísla del resto del mundo. Les cuentas que la crisis económica se está cebando con quien menos tiene y tan pronto les entra por un oído, como les sale por el otro. Ellos están a salvo en el interior de su cúpula de cristal. ¡Qué más les da que un grupo de ancianos no tenga un techo digno o un plato de comida! A quienes más temo enfrentarme es a mis pobres viejitos. Fui una estúpida al contagiarlos con mi optimismo. Ahora no me veo con fuerzas para mirarles a la cara y contarles que, antes de un mes, tendremos que desalojar el edificio porque un magnate sin escrúpulos ha decidido construir ahí un hotel. Pero tendré que hacerlo. Debo seguir dando la cara. No puedo darme por vencida ahora. Tendré que continuar llamando a otras puertas y dando el coñazo. Haré una huelga de hambre para que la alcaldesa me reciba o buscaré locales vacíos en la ciudad. Consiguiendo eso, ya encontraré la manera de adecentarlo y de seguir atrayendo más recursos. —¡Maldita sea! ¿Aquí no para nunca de llover? —protesto asomando mi marrón supervisión a ese cielo madrileño que me castiga para terminar de joderme la jornada—. Como no tengo bastante con el frustrante día de hoy, encima no ha parado de llover desde que llegué. Bajo la mirada y me quedo embobada observando mi entorno. Enfrente, una familia cena muy divertida tras la cristalera de una cadena de comida basura. Parecen muy felices, ajenos por completo a la tristeza que me asola en estos momentos. Miro a mi derecha y observo que el vagabundo que me crucé al llegar sigue en el mismo lugar. Ha bajado bastante la temperatura desde entonces, por lo

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que cada vez está más acurrucado entre el mar de harapos que le envuelve en su mundo de penurias. Creo que no tardará mucho en marcharse hacia el cajero automático que seguramente usará para dormir. Apenas circula gente ya por las calles, con lo que su triste y pedigüeña jornada laboral está tocando a su fin. Observarle en la lejanía, me transporta de forma irremediable a mi Cádiz, con mis viejitas. Me veo rodeada por ellas mientras les cuento las historias que me voy inventando para amenizarle la espera del momento que a todos nos llega. Algunas saben que ese maravilloso y encantador galán no existe más allá de mi propia imaginación, pero les gusta oírme mientras ellos ven el fútbol. Aprovechamos los días de partido para vivir nuestro sueño. Y es que ellas sueñan conmigo encontrando a mi príncipe azul y descubriendo al hombre perfecto, encontrando el amor verdadero y descubriendo el sentido de la vida. Pero es en ese preciso momento cuando su mirada se cuela de nuevo en mi cabeza para atormentarme. Rememoro entonces la incómoda situación vivida minutos atrás, a muchas plantas de distancia. Me siento nerviosa, muy nerviosa. Estoy acostumbrada a lidiar con politiquillos y con todo tipo de asociaciones y pequeños empresarios para conseguir aliviar esas necesidades que deberían estar cubiertas por el simple hecho de existir. Pero esta vez es distinto. He viajado casi setecientos kilómetros para encontrarme con él y he podido saber que se trata de un déspota sin escrúpulos. Vamos, que en cualquier enciclopedia podría salir su foto para definir al empresario exitoso que llega a lo más alto pisando a quien encuentra a su paso. —Tiene mucha suerte —me sorprende su secretaría rescatándome de mi limbo particular—. No suele recibir a nadie sin cita previa. —Bueno, quizás sea por el pequeño espectáculo que he montado —me avergüenzo un poco reprimiendo mi alegría por saber que al fin podré hablar con él. —Se ve que no le conoce. El señor Thomas no ha llegado a ser quien es dejándose amedrentar tan fácilmente —me aclara—. Puede pasar ya, antes de que se arrepienta. —Me tranquiliza saber que me enfrento a una especie de ogro —ironizo a la vez que trago saliva por instinto y me envalentono levantándome del cómodo asiento—. Todo Goliat tiene su David. —Y le guiño un ojo. La mujer me mira con cara de circunstancia mientras pulsa el botón de la línea interna y se dispone a hablar con Goliat. —Señor Thomas, la señorita Marín va hacia su despacho —informa a su jefe y luego se dirige a mí—. Suerte. —Espero que no me haga falta. Camino los cinco metros de pasillo que me separan de la puerta de su despacho, suspiro con fuerza y me animo a golpear con los nudillos. —¡Adelante! —oigo su voz, no tan grave como la esperaba en un ogro como él. Decido lanzarme y entro en el despacho. Me quedo petrificada cuando me deleito con la visión más perfecta con que podía obsequiarme alguien de mi propia especie. Incluso sentado, puedo vislumbrar su corpulencia. Debe medir más de 1,90 y se le ve fornido aunque, con su impecable y sobrio traje negro, mantiene una silueta con medidas cinceladas por la divinidad del mejor escultor. Sabe que despierta muchas sensaciones a su paso y se mantiene seguro e impasible, regalándome una sutil sonrisa de labios carnosos que me seduce sin remedio. Pero es su penetrante mirada azul la que bloquea hasta el último impulso eléctrico de mi cerebro. Creo que no habré pasado más de dos segundos inmóvil y en silencio frente a él, pero no soy capaz de asegurarlo porque siento que el tiempo se detiene a mi alrededor. —¿Y bien? —demanda de mí alguna reacción que demuestre que sigo viva. —Bu… buenos días, señor Thomas —saludo educada y aún superada por su envolvente presencia—.

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Antes que nada, me gustaría agradecerle que alguien tan ocupado como usted decida recibirme. —Señorita… Marín —finaliza tras consultar una nota que reposa sobre su majestuosa mesa—, créame cuando le digo que estoy acostumbrado a lidiar con verdaderos profesionales del engaño y el «peloteo» —afirma rotundo con un lejano acento inglés—. Puede, por tanto, ahorrarse los adornos e ir directamente al grano. Me esperan para cenar, así que intente ser breve. No podía ser perfecto. Como siempre sucede, sólo ha tenido que abrir la boca para demostrarme que no es muy diferente de los demás. Aunque tampoco cambia nada. A pesar de haber conseguido dejarme unos segundos noqueada, tampoco es que tuviera pensado casarme con él, así que vamos a lo que nos ocupa. —Discúlpeme. Lamento que la educación y la clase social no vayan siempre de la mano. —Mal empezamos. Mi fogosidad me traiciona siempre en los peores momentos—. Supongo —continúo, enfatizando mi supuesta duda—, que ya le habrán informado del motivo que me ha traído hasta aquí. Usted es el propietario del solar sobre el que se asienta una pequeña edificación que la asociación que represento utiliza para dar cobijo a un buen número de ancianos sin hogar. La crisis se está cebando con ellos, ante la saturación que soportan los albergues municipales. No cuentan con familia, ni con ningún tipo de ingresos o ayudas de la Administración, por lo que nosotros representamos su única alternativa. —La crisis se está cebando con todos, señorita. —Sabía que alguien como usted contestaría eso, así que… —¿Alguien como yo? —pregunta algo enojado, enarcando sus cejas con actitud felina—. Se cree con el derecho de entrar a mi despacho sin concertar una cita y, encima, ¡juzgarme! —Y usted, ¿se cree con el derecho de echar a la calle a veinte ancianos por el simple hecho de ser el propietario de una empresa que aumenta sus beneficios con cada año de crisis que pasa? —pregunto perdiendo los papeles, creyendo estar en posesión de la verdad y del mango de la sartén. —Veo que se ha informado antes de venir, pero supongo que también tiene presente que la ley me asiste. Debo reconocer que los tiene bien puestos para presentarse aquí con tan pobre argumento y pretender que cancele mis planes, pero… —¿Pobre argumento? —pregunto echando mano de lo que aguarda en el bolsillo interior de mi cazadora—. ¡Qué sabrá usted de la pobreza! ¡Esto es ser pobre! —afirmo tajante, lanzando sobre la mesa dos docenas de fotos de mis viejitos. —Me conmueve, señorita Marín, aunque no más que las imágenes que podemos ver a diario en los informativos. ¿Creía que me dejaría impresionar por lamentos ilustrados como los suyos? De hacerlo, no habría creado el imperio que poseo, señorita Marín. No puedo dejar escapar la oportunidad de hacer un buen negocio por cualquiera que llegue hasta mi despacho con cuatro fotos para echarse a llorar. ¡Yo no soy ningún filántropo, querida! —¿Querida? Dudo que usted quiera a nadie diferente de usted. No hay más que analizarlo un par de segundos para darse cuenta de su arrogancia y prepotencia, oculta tras esa falsa imagen retocada a base de talonario. —Una imagen por la que usted ha dejado escapar un suspiro en su embobamiento, durante esos dos segundos que le bastaban para psicoanalizarme. —¡Váyase a la mierda, capullo! —le grito desconcertada, pese a estar previamente avisada de su tiránica y cruel actitud. Salta a la vista que no tenía la más mínima intención de ceder. Sólo quería divertirse a mi costa durante el tiempo que durase mi paciencia. Debería haber sido más transigente, sabiendo con lo que iba a encontrarme, pero no soporto a la gente que se creen dioses dotados del poder para jugar con las vidas de los demás.

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—A cenar, señorita Marín. A cenar me voy en cuanto cierre la puerta por fuera. Le dedico una última mirada de rabia antes de salir, no sin antes hacer uso de mi derecho a decir la última palabra. —Dios le guarde de no depender algún día de gente como usted. Y cierro la puerta de un portazo. Y aquí estoy, a los pies de su edificio y con lo mismo que portaba cuando llegué. Aunque, con mi suerte, creo que volveré a casa acompañada de un acusado resfriado y de la negativa que debo comunicar en cuanto llegue y me arme de valor. El mendigo ha desaparecido de mi vista mientras andaba absorta en mis pensamientos. Y no me extraña, la calle se está quedando vacía. Estoy convencida de que las mañanas deben ser frenéticas, pero cuando van finalizando las jornadas laborales y va cayendo la noche, la zona se vuelve semidesierta. Giro mi atención de nuevo hacia la feliz familia y me sorprendo al comprobar que ya no están. No me extraña que este tipo de locales sean calificados como «de comida rápida». Pienso en tirar de internet para buscar el teléfono de los taxis, al ver que ninguno se digna a circular frente a mí con la luz verde encendida. Antes, decido echar un último vistazo a mi alrededor para verificar si mi suerte ha cambiado. Me encuentro a unos cuarenta metros de la mole de acero que acoge al imbécil del señor Thomas, sentada en una parada de autobús que parece quedar sin servicio a estas horas. No me apetece mirar de nuevo hacia mi izquierda para no recordar nuestra discusión, pero lo hago porque el sentido de la circulación procede de allí. A la vez que giro mi cabeza, dejo atrás algo que tardo unas décimas en procesar. Entre el negocio de comida basura y la sede de S.H.Thomas Co. se encuentra un hombre que me mira fijamente con sus manos en los bolsillos. Vuelvo la mirada atrás y también le clavo mi desafiante mirada, pero no retira sus ojos negros de mí. En realidad, desconozco si son negros pero, desde mi posición, así lo parecen. No sé si debido al escalofrío que me recorre por verlo allí parado observándome mientras se empapa a causa de la lluvia, pero todo en él me parece oscuro. Oigo a lo lejos el sonido de un vehículo que se acerca, pero no soy capaz de dejar de mirar a ese desconocido que me infunde cierto temor. A pesar de todo, voy a soltarle una de las mías cuando una luz cegadora se adueña de mi campo de visión, consiguiendo que mis pupilas se contraigan al instante. Acto seguido, llega la secuela en forma de atronador estallido que me obliga a cerrar los ojos por instinto. —¡Hostia, qué susto! —exclamo con voz ahogada por la sorpresa de ser testigo del mayor trueno que he oído en mi vida. Mis ojos tardan poco en volver a enfocar con claridad, pero le descubro aún observándome, como si nada hubiera ocurrido. Una vez más, voy a envalentonarme para preguntarle si tengo monos en la cara, pero él gira su rostro hacia su derecha, justo antes de que un grito me rescate de la extraña situación. Miro yo también hacia mi izquierda y creo distinguir un cuerpo reposando sobre el suelo, junto a un lujoso vehículo que debe costar más de lo que necesito para comprar en propiedad el suelo que vine a reclamar. —¡Ayuda! —grita de nuevo quien parece ser el chófer del coche negro, a la vista de la cómica gorra que le acompaña. Reacciono al momento, atendiendo a mi sentido de la responsabilidad y de la humanidad que me acompañan desde que tengo uso de razón. Salgo corriendo hacia ellos, aunque al pasar junto al desconocido, le miro una vez más. Sigue con las manos en sus bolsillos y no hace el menor intento por acudir a la emergencia. Pero me da igual, yo soy diferente y recorro en pocos segundos la distancia que me separa del hombre tumbado. Cuando llego, me arrodillo para hacer una pequeña composición de lugar, tal y como aprendí bastantes años atrás en un curso de socorrismo previo a mis estudios de enfermería. No entiendo por qué no se me había ocurrido antes, pero me sorprendo al comprobar que la persona que se

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encuentra inconsciente en el suelo es… ¡el mismísimo señor Thomas! —¿Qué ha pasado? —pregunto a voz en grito al asustado empleado. Al mismo tiempo, me dispongo a evaluar el estado de las pupilas del magnate. —El rayo —balbucea el hombre, superado por la situación. Aunque ya he asistido a infinidad de incidencias sanitarias, no puedo evitar ponerme muy nerviosa al escucharle. Jamás he socorrido a nadie en semejantes circunstancias. —¿Le ha alcanzado el rayo? —vocifero aterrada, aunque el tono de mi voz contrasta con el silencio sepulcral que me sobreviene al descubrir unas pupilas aterradoramente blancas. Suelto los párpados por instinto y me quedo algo bloqueada. Saco mi móvil del bolsillo y se lo entrego al hombre, al que insto a que llame a los servicios de urgencia mientras intento recuperar el control. Procuro pensar rápido, pero estoy más en blanco que los ojos que me acaban de sobrecoger. Le miro de nuevo y compruebo que, de cerca, es más guapo aún de lo que me pareció en su despacho. Aunque procuro no despistarme, me quedo perpleja al descubrir una paz en su rostro que nada tiene que ver con la desfachatez con la que me recibió hace un rato. Es entonces cuando, a pesar de lo que merece alguien como él, temo por su vida. —Las constantes —reacciono por fin. Me dispongo a controlar su respiración y su pulso, por lo que le sitúo dos dedos en su arteria carótida y acerco mi cara a unos labios que cualquier mujer se moriría por saborear. Mientras centro mi atención ocular en el posible movimiento de su tórax, me concentro en intentar capturar su aliento en mi mejilla, en oír su respiración o detectar su pulso con la yema de mis dedos. —¡Nada! —protesto frustrada porque sé lo que significa. Me veo empujada a jugarme su vida a la lotería de la RCP1, por lo que me aseguro de que tenga la espalda bien situada para no dañarle al intentar salvarle. Entrecruzo mis dedos como demanda la ocasión y sitúo la base de mi mano izquierda sobre su pecho. Cuando me dispongo a comenzar con las compresiones torácicas, uno de los mayores sobresaltos de mi vida, y ya van dos, me deja sin capacidad de respuesta y sobrepasada por la insólita realidad, que supera con creces a la ficción más rebuscada. Sus ojos se abren de golpe y me provocan un pequeño grito espontáneo. —¡Ahhh! ¡Estás vivo! No responde, pero sus ojos parecen indicar que me ha entendido. Desprenden calma y una extraña seguridad. La sensación que me aborda es similar a la vivida con el extraño de ojos negros que me clavaba su mirada unos segundos antes, pero es distinta. Sigue dibujando en su rostro esa paz que me regaló cuando se mantuvo inconsciente, por lo que imagino que se debe al shock sufrido tras la brutal descarga. Debería estar muerto, pero mucho me temo que habría sido lo mejor para él. Creo que la electricidad que ha recorrido su cuerpo ha secado sus neuronas, a la vista de su nula reacción. Me mira igual que la pobre María, que sobrevive ausente en el geriátrico, acompañada de su inseparable Alzheimer. Sé que no servirá de nada, pero me obligo a preguntarle si se encuentra bien. —Sí —responde anticipándose para asombrarme, pues no he llegado a formular pregunta alguna. —¿Sí, qué? —pregunto como una autómata, sin tener la menor esperanza ya de recuperar el control. La situación es tan surrealista como la media sonrisa con la que me responde sin volver a abrir su boca. No sé si se ríe por la conmoción de mi rostro, porque está del todo ido o porque sabe que ha acertado la pregunta no formulada. De lo que estoy convencida es de que ese hombre no parece ni de lejos el mismo que he llegado casi a odiar hace sólo unos minutos. De hecho, consigue intercalar entre nosotros un extraño poder de atracción que tumba de golpe la animadversión que me autoimpongo hacia el sexo opuesto desde mi último fracaso. —¡Ya vienen de camino! —exclama el chófer, eufórico al comprobar que hoy no es el día en el que se

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quedará sin empleo por la muerte de su jefe. Yo no le brindo mucha atención porque me siento absorbida por ese hombre, por su sonrisa, por lo que parecen contarme sus ojos, por todo él. ¡Qué guapo es el condenado! ¡Y ahora amplía su sonrisa, tras mi último pensamiento! No sé qué pensar de toda esta locura, pero de mi cabeza emerge por instinto una pregunta que escapa de mis labios. —¿Lo sabías? —Lo sabía —responde para terminar de descolocarme durante el resto de la noche.

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Desenfreno Relato por Paty C. Marín

El agua le quemaba la piel cuando se colocaba debajo del chorro de la ducha. Ni siquiera el agua fría calmaba sus calambres, tenía el cuerpo tan sensible que hasta respirar era un suplicio. Una eléctrica caricia en la cintura le aflojó las rodillas. Marlenne miró por encima del hombro para observar a Colin, relajado y sonriente. —Preciosa —saludó él, con la voz ronca, rozándole el vientre y colocando la palma sobre su ombligo, despertando tórridas sensaciones en Marlenne. Ella se movió en el angosto espacio para apretarse contra su pecho y besarle ansiosamente los labios, incapaz de hablar. Le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con hambre, como si no lo hubiera besado nunca. Acabaron en el fondo de la bañera, buscándose con caricias ansiosas; él acabó sobre el cuerpo de ella, penetrándola con fuerza, mientras Marlenne apretaba los dientes al sentir cómo la invadía. Había perdido la cuenta de las veces que le había tenido en su interior, le rodaban lágrimas por las mejillas debido al agotamiento y al dolor, pero no quería parar, y tampoco quería que Colin se detuviera. No importaba que doliera, era maravilloso. Estaban en carne viva, locos el uno por el otro. Los anchos hombros del hombre desviaban el agua de la ducha y ocultaban parte de la luz del baño, dejándolos en sombras. Los chorros que a Colin le corrían por el cuello salpicaban los pechos de Marlenne, el agua fría se atemperaba y cuando le acariciaban los pezones, ella notaba que hervía. —El último —dijo Colin, los ojos negros clavados en los femeninos. Había dicho aquello varias veces. “El último, te lo prometo. Córrete una vez más, nena. Por última vez” había sido la frase que Marlenne más había oído. Y no podía negarse a cumplir su petición, ni siquiera fue capaz de soportar dos envites, dolía tanto el anhelo que sentía que se puso a temblar. Colin la sujetó por la cintura al ver que se dejaba arrastrar por el placer, Marlenne le clavó los dedos en los brazos mientras el orgasmo le partía el alma; él se dejó llevar por la pasión de la muchacha y se derramó en ella, con menos vigor que las primeras veces pero con las mismas ganas, abrasándola con su semilla. Derrotado, Colin se recostó en el fondo de la bañera apretando a Marlenne contra su pecho, mientras el agua caía sobre sus cuerpos como una cálida lluvia. La cordura se abrió paso en sus mentes enfermas, Marlenne reaccionó primero y sin decir nada, porque no podía hablar, apoyó las manos en la pared para ponerse en pie. Cogió una esponja y empezó a lavarse. No deseaba quitarse el olor de Colin de la piel, pero no podía llegar a su casa oliendo a sexo. De momento, sus padres tenían que pensar que estaba en otro sitio, no en una pequeña habitación de hotel con un hombre más mayor que ella. Colin se quedó tumbado observando como ella se lavaba. A pesar de todo el sexo que habían tenido, Marlenne se ruborizó al ser objeto de tan intenso escrutinio, en especial cuando se lavó entre las piernas, pues percibió la sensual energía de Colin brotando del fondo de la bañera. Era insaciable. Y descubrió que ella también lo era. Un poco. Al principio creyó que harían el amor un par de veces. Pasarían un rato divertido, él había prometido e insinuado cosas excitantes, ella se había mostrado interesada y ansiosa. No era la primera vez que quedaban para esto, y tras su primera experiencia juntos, Marlenne debería haber imaginado que él no se limitaría a hacer el amor con ella. No, Colin no hacía el amor con Marlenne. La hacía agonizar de placer. En cuanto se tumbaron en la cama, Colin la desnudó con rapidez y pasó un buen rato observando su cuerpo, dando vueltas por la habitación para verla desde todos los ángulos. Cuando ella intentó apaciguar su impaciencia acariciándose, él amenazó con atarla. Marlenne se tragó la lengua y accedió

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a ser más paciente. Llevaba muy mal lo de ser atada. Le encantaba estar a merced de Colin, pero no siempre era capaz de soportarlo, porque él era muy intenso y cuando estaba bajo su dominio, lo era mucho más, hasta lo insoportable. Así que se estiró en la cama y se mordió los labios, esforzándose por mantenerse quieta. Al cabo de una eternidad, Colin se tumbó a su lado y se tomó su tiempo en besarle los labios hasta dejarlos insensibilizados. Luego atormentó sus pechos con la misma fiereza, dedicando minutos enteros a sus pezones. Se centró en uno hasta que estuvo duro, y después hizo lo mismo con el otro. Cuando el primero comenzó a perder tirantez, regresó para succionarlo y acumular en ese punto toda la sangre que había en el cuerpo de Marlenne. Cuando ella dejó de sentir los senos, de lo estimulados que estaban, Colin le separó los muslos y le devoró el sexo. Ella protestó, quería hacer algo más que recibir placer, le dolía todo el cuerpo. Colin amenazó otra vez con atarla y Marlenne, con lágrimas en los ojos, se abrazó a la almohada para soportar la placentera tortura. Después de lamer su sexo, morder sus labios y succionar su clítoris, la masturbó del modo en que a ella más le gustaba. Pero en ningún caso Colin le permitió tener un orgasmo, hasta que las súplicas de Marlenne se volvieron desgarradoras. Entonces, dio comienzo el sexo más intenso y brutal que habían tenido jamás. Marlenne casi no recordaba nada, solo el placer y el dolor por la intensidad con la que el clímax los envolvía una y otra vez. Insaciable, buscaba algo en Colin, como si él tuviera las respuestas a las preguntas que la atormentaban. Pero Marlenne ni siquiera sabía qué preguntas eran esas, solo sabía que Colin tenía la respuesta que ella necesitaba. Ahora, Marlenne tenía los pechos, los hombros, el cuello y el vientre, cubiertos de marcas moradas; él mostraba un rosario de arañazos y mordiscos en el pecho, la espalda y los brazos. Las marcas de una pasión desenfrenada. —Nena, hay una última cosa que quiero hacer antes de que te vayas —dijo él estirándose en la bañera. Marlenne suspiró, frotándose las mejillas calientes, y miró hacia abajo. Tenía un pie a cada lado de su cintura, si se agachaba podía montar a horcajadas sobre él y no parar hasta el amanecer. Tenía la esperanza de que con un buen empacho calmaría la sed que sentía. Intentó culpar a Colin de su propia debilidad, él era el culpable de que se hubiera vuelto una adicta a su cuerpo y a sus caricias. Enseguida se olvidó de lo que estaba pensando cuando sus ojos llegaron a la altura de su miembro, tendido sobre su estómago. —Con una condición —dijo ella. Tenía que poner límites a esta locura. —¿Quieres que te ate? —sugirió Colin, divertido. Tenía la voz áspera y grave por los gritos, gemidos y gruñidos que había soltado durante todo el encuentro. Que sonidos tan eróticos, pensó Marlenne. Jamás pensó que los gemidos de un hombre podían excitarla tanto. —No. Quiero que me prometas que esa cosa será la última que hagas. Si me incitas a follar como una posesa otra hora más, no volveré a quedar contigo. Colin esbozó una maliciosa sonrisa y deslizó las manos por sus pantorrilas. —En cuanto empiece me suplicarás que no me detenga. Marlenne le puso un pie sobre el pecho para mantenerlo bajo control. —Lo digo en serio. —Yo también. Colin la cogió por el tobillo y le acaricio el empeine. Una corriente de electricidad avivó los sentidos de Marlenne. —Por favor… —Está bien. Haré lo que quiero hacerte ahora y, luego, te llevaré a casa —accedió. La miró de arriba

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abajo y clavó los ojos en su sexo—. Pero quiero que sepas que no he tenido suficiente, Marlenne. Joder, nunca eres suficiente. ¿Qué tienes, nena, que cada vez que pestañeas me olvido hasta de mi nombre? Sin saber muy bien qué contestar a eso, Marlenne salió de la bañera sintiendo un intenso hormigueo en el vientre. Se envolvió con una toalla para que Colin dejara de mirarla cómo lo estaba haciendo. Él salió tras ella chorreando agua como un dios marino en busca de una ninfa de tierra firme, cogió la toalla que había en el lavabo y se secó la cabeza, los hombros y el pecho. Después se envolvió las suculentas caderas y ocultó la poderosa erección que empezaba a formarse de nuevo. Cogiéndola de la mano, llevó a Marlenne de regreso a la habitación. Estaba preciosa. La luz anaranjada creaba un efecto íntimo y sensual en el centro de la gigantesca cama redonda, llena de sábanas revueltas empapadas de lujuria. La ropa esparcida por todos lados, el sillón en el que habían hecho el amor estaba volcado, la alfombra movida de su sitio, la mesa desplazada hacia otro lugar. Parecía como si unos matones hubiesen destrozado la habitación buscando algo, pero en realidad habían sido dos amantes buscando el placer en todas sus formas. Marlenne se sentó en el borde de la cama, estirando la toalla para cubrirse los muslos. Colin abrió el armario y buscó algo en el interior de los cajones. Luego se sentó junto a Marlenne y dejó sobre la mesilla una caja negra con bordes metálicos. —Cierra los ojos. Ella obedeció. Colin cogió su mano y le colocó algo en la palma. Marlenne palpó el objeto, intrigada. Eran dos cosas redondas y pequeñas, un poco pesadas y con una superficie suave y lisa. Cuando abrió los ojos, descubrió dos esferas plateadas unidas con un cordón grueso. —¿Sabes qué son? —preguntó Colin con suavidad. —No —contestó ella. Él sonrió divertido y la besó. Marlenne sintió sus dedos acariciándole la rodilla, subiendo por debajo de la toalla para acariciarle los muslos. Se estremeció, sufriendo el tirón entre las piernas que precedía siempre al desenfreno más absoluto. —No empieces, por favor… —imploró. —Vas a llevarte estas bolitas a casa y pasarás la noche con ellas. —Vale —respondió sin pensar, frenando la mano que ya ascendía por la cara interna de su muslo. Con la mano libre, Colin abrió la toalla y le descubrió los pechos. Marlenne se sintió atacada desde dos frentes. —No, Colin, lo de antes iba en serio. —Lo sé. Pero tengo que hacerte esa cosa que te dije y para eso, necesito que te desnudes y separes las piernas. Con un trémulo suspiro, Marlenne dejó que la toalla cayera sobre la cama. Cerró los puños, apretando las esferas dentro de su mano. Colin la besó con dulzura, como a ella le gustaba, y deslizó los dedos por sus pechos, tan tiernos y sensibles que cualquier roce la hacía sudar. Después descendió por su estómago, acariciándole el ombligo hasta que de la garganta de Marlenne se escapó un gemido. La miró a los ojos y ella se volvió loca. Separó los muslos y, de inmediato, Colin la recompensó pasándole el pulgar por encima del sexo, de un lado a otro, con un toque eléctrico que sacudió todo su cuerpo. —No me masturbes y luego me dejes a medio —susurró Marlenne temblando. —No es mi intención, nena. Sin previo aviso, penetró su sexo con un dedo y, ya en el interior, lo curvó hacia arriba, tocando ese lugar mágico que ella tenía dentro. El cuerpo de Marlenne se puso rígido al instante. —No… hagas… eso…

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—¿Te gusta? —Sí. Me gusta mucho. —Esto te gustará mucho más. Cogió las bolitas y sin dejar de frotar el punto sensible de su sexo, deslizó las esferas por sus pechos y su vientre. —Está frío —protestó Marlenne. —Lo calentaré para ti. Con una sonrisa, Colin se llevó una de las esferas a la boca, frunció los labios y tiró del cordón. Extrajo la esfera brillante y cubierta de saliva, haciendo un extraño sonido de succión. De repente, Marlenne lo entendió todo y cerró las piernas. —No… no, no, no… —empezó a murmurar, presa del pánico. —Separa los muslos, nena —susurró en su oreja, acariciándole el vientre con la bolita mojada y ahora, caliente—. Estas esferas se irán contigo, te aseguro que te darán mucho placer, tanto que no podrás dejar de pensar en mí ni un segundo. Me notarás en cada paso que des, cada movimiento que hagas, cada vez que respires. Colin ahuecó la mano con la que la estaba masturbando y deslizó la esfera por su sexo. La envolvió con sus labios, presionó la bolita templada contra su clítoris y Marlenne notó el roce del cordón justo en la zona en la que su sexo se separaba en dos. Tirando de la segunda esfera, sacó la primera de entre sus pliegues mojados y se la llevó a la boca, cerrando los ojos con un gemido de satisfacción. Como respuesta, el cuerpo de Marlenne se erizó. Colin la empujó por el hombro y ella se recostó, separando los muslos. Retirando el dedo de su interior, la sujetó por la cadera para atraerla hacia él. La muchacha sintió su sexo grueso y caliente, el de ella estaba palpitante y mojado; alargó la mano y lo apretó, incapaz de resistirse. Colin se sacó la esfera de la boca y se la ofreció a Marlenne para que la chupara. Sabía a metal, a él y a ella. Marlenne empezó a mover la mano con frenesí, buscando devolverle una parte de la excitación que sentía. Colin se puso tenso, acarició el cuerpo de Marlenne con las esferas mojadas de saliva dejando un rastro húmedo entre sus pechos. La llevó hasta la abertura de su sexo y, después, hacia dentro. El placer restalló dentro de Marlenne, la esfera era más ancha que el miembro de Colin. Respiró de manera entrecortada y él introdujo la segunda esfera, empujando la primera dentro de ella, hasta tocar una zona tan profunda que el vientre femenino se sacudió en cortos e intensos espasmos. La humedad brotó del sexo de Marlenne de forma copiosa, se mordió interior de las mejillas, avergonzada, y se cubrió la cara con un brazo. Colin se lo apartó, la cogió por la nuca y comenzó a besarla, a tocarle los pechos, el vientre. Abrió su boca con los labios, introdujo su áspera y robusta lengua dentro de ella para hacerle el amor. Marlenne se agarró de su miembro con tanta fuerza que le provocó un gemido, estaba duro, robusto y ardiente. Estiró la otra mano para sujetarlo con ambas. Colin colocó la palma sobre el estómago femenino, con los dedos separados, y presionó con suavidad vientre de Marlenne. Ella lanzó un gemido de asombro al sentir la presión interna de aquellas bolas plateadas y se dobló de placer. Al segundo estaba teniendo un orgasmo, su sexo se contrajo contra las esferas y Marlenne lo vio todo blanco. Sus jadeos se entremezclan con los gruñidos de Colin, rabiosa por aquel placer lo estiró con tanta fuerza que Colin pensó que le arrancaría el pene. Él estaba tan excitado que, de escucharla, eyaculó sobre ella con un largo gemido de salvaje agonía. Se recuperaron del aquel impactante orgasmo después de quince minutos de espeso silencio. Marlenne se levantó para sentarse en la cama y las esferas se movieron con ella. Sufrió una lenta convulsión que la dejó aturdida varios segundos. Mientras tanto, Colin se desperezaba y se frotaba el abdomen con una enorme sonrisa en la cara.

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—No te saques las bolas —dijo cuando vio que Marlenne se miraba entre las piernas. —Se van a salir en cuanto me ponga de pie. —No, nena. No se caerán. Sacátelas mañana por la mañana. ¿Ves ese cordón que sobresale de tus labios? —comentó señalándole la entrepierna. A ella se le contrajo el vientre y notó la presión de las esferas otra vez. Se mareaba cada vez que lo sentía—. Tira de él y saldrán por si solas. Luego lávalas y guárdalas. Quiero que las traigas en esta caja la próxima vez que nos veamos. —Te odio… —susurró con un suspiro. Por toda respuesta, Colin soltó una gran carcajada.

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En otra órbita

Por Sarah Degel

Si tuviésemos que enmarcarla dentro de algún género, sería totalmente imposible. Pero ¿qué es lo que tiene en común en todos sus escritos? Que es capaz de jugar con tus sentimientos y hacerte sentir tal y como ella desea. Liliana reside actualmente en Salamanca, la ciudad que le vio nacer. Desde pequeña se ha visto rodeada de libros, pasión que sigue manteniendo. Le gustan mucho las novelas policíacas, los clásicos, las que te hacen pensar… Estudió Educación Infantil, aunque nunca llegó a ejercer. Comenzó escribiendo poesías y canciones, y no fue hasta 2013 cuando probó con el relato. Hace unos años abrió el blog Los libros de la bruja, dedicado a la literatura. Hoy día está cerrado debido a que no puede dedicarle el tiempo necesario. Tiene publicado un libro de relatos titulado Claroscuros (2014), donde el lector se puede encontrar historias muy diversas. Además, ha participado en varias antologías junto a otros autores como Por volver a sonreír (2013); Frankenstein, diseccionando el mito (2014) y Demonalia (2015). En la actualidad tiene lista una novela cuyo título es Y si llueve, ¿recuerdas?, pero además está trabajando en otras dos de temáticas totalmente diferentes, y tiene intención de participar en alguna que otra antología de varios autores.

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Si os gustan las historias que os remuevan por dentro y con un toque fresco de originalidad, Âża quĂŠ estĂĄis esperando para leer algo de Liliana Galvanny?

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Recomendaciones Por D.W. Nichols

Histórica. En el invierno de 1667, Miguel de Torres y su hermano Diego son acusados de alta traición y condenados a destierro perpetuo. Mientras intentan rehacer su vida en Maracaibo, el pirata Morgan los captura y los vende como esclavos en el mercado de Port Royal. Por su parte, Kelly Colbert debe cumplir con el castigo de viajar a Jamaica por haberse negado a aceptar un matrimonio pactado. En «Promise», la hacienda de su tío, tendrá que luchar contra las normas de aquella sociedad, el desprecio que le provoca la esclavitud y, sobre todo, contra la atracción que en ella despierta Miguel, el arrogante esclavo español. Miguel consigue escapar de Port Royal y se enrola en el barco de unos corsarios franceses. Amargado y vengativo, jura hacer pagar a los ingleses todo lo que les han hecho pasar a él y a su hermano. Y cuando el barco en el que Kelly regresa a Inglaterra cae en sus garras, encuentra a la víctima perfecta para dar rienda suelta a su sed de venganza. Miguel cuenta con dinero, poder y un arraigado rencor… Pero no tiene en cuenta que el amor y la pasión son una arma mucho más poderosa que el odio.

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Homoerótica 13 Historias de amor y/o lujuria LGTBI escritas por 12 mujeres y 1 hombre. 13 Historias donde el amor, los libros y las rosas juntan sus caminos. Donde dejan claro que el amor no tiene etiquetas, colores ni fronteras. Todos los beneficios de la obra irán destinados a la FELGTB (La Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales). Nunca digas no a un lobo feroz - Úrsula Brennan El mejor posado - Pepa Fraile Los ojos de la reina - Sofía Olguín Único - Eme San Un Sant Jordi con Amor - D.W. Nichols El rosal - C.M. Zamora La mascara del sueño eterno Judit Caro Amor... Una paleta de colores Elizabeth da Silva Una nebulosa roja mas allá de Pandora - Hendelie Un encuentro no tan casual Gaby Franz Sin previo aviso - Fabián Vázquez Homopornoromantica - C. Santana Obsesión - Melanie Alexander

Erótica. Cuando Alexandra es entregada como garantía de un negocio a Crowley, el cantante de Masters of Darkness, hay tres cosas que tiene muy claras: La primera, que ella no pertenece a nadie. La segunda, que esa puede ser una oportunidad perfecta para escapar de La Ratonera y buscar una vida mejor. Y la tercera, que Crowley es probablemente el hombre más sexy que ha conocido nunca. El único problema es que Alexandra odia a los hombres. ¿Podrá luchar contra ese magnetismo irresistible, o acabará rendida a los fieros encantos del músico?


Erótica. Abigail Rossi es una mujer muy ocupada. Como dueña y CEO de una cadena de tiendas de lencería, ha de tomar muchas decisiones a lo largo del día, y está sometida a mucho estrés. Cuando Elliott empieza a trabajar como su ayudante personal, una irresistible atracción se apodera de ellos. Pero aunque Elliott es un hombre que en el trabajo no tiene ningún problema a la hora de recibir órdenes de su jefa, en la cama es dominante, autoritario, casi despótico... precisamente lo que Abigail necesita. ¿Serán capaces de mezclar trabajo con placer, sin que surjan problemas entre ellos?

Contemporánea En la alta sociedad Madrileña de los ochenta no se permitían indiscreciones. Carmen Valenzuela era una joven de diecinueve años que lo tenía todo, pero una mala experiencia y las consecuencias de la misma, la llevaron a aceptar la ayuda de su mejor amigo, Felipe Ansúrez. Y fue así, como los dos amigos terminaron casados, aunque no enamorados. Diez años después era la esposa, madre y amiga perfecta, pero ¿y la mujer…? Convencida de que su vida sería siempre una fachada, jamás imaginó que un hombre, en encuentro fortuito y un cruce de miradas, llegaría para cambiarla para siempre. ¿Vivirá Carmen ese amor junto a Paolo, sin importarle su matrimonio? En una sociedad en la que los convencionalismos estaban por encima del amor, en la que las apariencias eran más importantes que la felicidad; un hombre que creía que jamás volvería a sentir un amor como el que había perdido, y una mujer que nunca había conocido la pasión y el deseo; se conocerán y sus vidas ya no volverán a ser las mismas. Una historia de amor, amistad, sacrificios y deseos escondidos, donde la vida de muchas personas cambiará a partir de ese encuentro fugaz… Secretos, medias verdades y pasiones escondidas en la España de 1996, serán el marco de una historia en la que su protagonista tendrá que luchar contra sus miedos, y después, desafiarlo todo por el hombre que ama.

Histórica. Richard Arlington abandonó sus labores en el Servicio Secreto inglés al tener que asumir repentinamente el título de Duque, tras la muerte de su hermano mayor. No echaba de menos aquella vida y no deseaba volver a ella, pero, cuando su hermano pequeño, Charles, es asesinado, no le queda más remedio. Charles murió mientras investigaba la posibilidad de que un pintor español, Eugenio Cruz-Ortega, fuese “la Sombra”, uno de los espías más activos y sanguinarios de los últimos tiempos. Novela romántica, histórica de aventuras.

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