Chandler, Raymond - El Sueño Eterno

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El sueño eterno

—¡Hijo de perra! —gritó tranquila y sin moverse. Me reí en su cara. —No crea que soy un témpano —le advertí—. No soy ciego ni carezco de sentidos. ¿Qué tiene Eddie Mars contra usted? —Si vuelve a repetir eso, gritaré. —Pues vamos, grite. Se separó violentamente de mí y se sentó muy tiesa en un rincón del coche. —Muchos hombres han muerto por pequeñas cosas como ésta, Marlowe. —Muchos hombres mueren prácticamente por nada. La primera vez que la vi le dije que era un detective. Métase eso en su linda cabecita. Trabajo en eso, no juego a eso. Buscó en el bolso, sacó un pañuelo y lo mordió con la cabeza vuelta. El sonido del pañuelo rasgándose llegó hasta mí. Lo rasgaba con los dientes una y otra vez. —¿Qué le hace creer que tiene algo contra mí? —murmuró con la voz ahogada por el pañuelo. —Le deja ganar un montón de dinero y luego manda a un tipo con pistola para que se lo quite. No está usted demasiado sorprendida. Ni siquiera me ha dado las gracias por salvarla. Creo que todo ha sido una comedia. Si quisiera halagarme, diría que en mi honor. —Usted cree que él puede perder o ganar según desee. —Claro. En apuestas de dinero, pierde cuatro veces y gana cinco. —Tengo que decirle que detesto su suficiencia, señor detective. —No me debe usted nada. Estoy pagado y despedido. Tiró el destrozado pañuelo por la ventanilla. —Tiene usted una preciosa manera de tratar a las mujeres. —Me gusta besarlas. —Conserva su sangre fría maravillosamente. Eso es muy halagador. ¿Debo felicitarle a usted o a mi padre? No contesté. Su voz se tornó helada. —Marchémonos de aquí, si es usted tan amable. Me gustaría estar ya en casa. —¿No será como una hermana para mí? —Si tuviera una navaja, le cortaría el cuello sólo para ver qué salía de él. —Sangre de horchata —dije. Puse en marcha el coche y di la vuelta, camino de West Hollywood. Ella no me habló. Apenas se movió durante todo el camino de regreso. Pasé las puertas de entrada y por el camino de arena llegué a la puerta cochera de la mansión. Ella abrió la portezuela y se lanzó fuera del coche antes de que hubiera parado del todo. Ni siquiera entonces me habló. Me quedé contemplando su espalda mientras permanecía contra la puerta después de tocar el timbre. La puerta se abrió y apareció Norris. Vivian Regan pasó rápidamente delante de él y desapareció. La puerta se cerró de golpe y yo quedé sentado allí, mirándola. Di la vuelta y tomé el camino de casa.

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