Sweet Temptation ~Condenación~ . Poco a poco las caricias fueron subiendo de tono, y su extensa mano ya no cubría el borde de ese cálido muslo, sino que se ceñía con ímpetu a su trasero. Su boca iba y venía por los contornos del cuello, dejando un húmedo y extenso rastro de besos. — Bella, te deseo— musitó contra su carne, mientras continuaba besándola sin dar tregua alguna. Los trémulos dedos de la adolescente comenzaron a desabotonar la camisa del hombre que se cernía sobre ella. Él se alzó un poco, para facilitarte la acción, con sus piernas situadas una a cada lado de la adolescente, cadera contra cadera. Su mano izquierda se mantenía apoyada en el respaldo del sofá; la situación para Edward era por decirlo menos… increíble, ni en sus mejores sueños imaginó algo semejante. Un cuerpo frágil bajo el suyo, la calidez de su intimidad abrasando su entrepierna… Cada curva de ella asimilando la anatomía de él, donde ella era blanda él era duro, mientras ella era débil, su anatomía era sólida. La falda a estas alturas ya se encontraba a la altura de su cintura, permitiéndole al ojiverde apreciar en su totalidad la prenda turquesa que Bella escondía entre sus piernas. Jadeó de puro deseo, mientras observaba como su ruborizada hijastra desabotonaba ahora con menos dificultad el último de los botones. Se deleitó disfrutando del tímido roce de esos pequeños dedos arrastrando la camisa por sus hombros. Su piel ardía bajo el toque de ella, tan pequeña en comparación a su anatomía, tan frágil y delicada… Él no se perdonaría si llegaba a lastimarla; sin embargo, sabía que terminaría haciéndolo, quisiese o no, no existía otra salida. — Eres hermoso— masculló de forma entrecortada, ya que su respiración a estas alturas era errática. Y la mirada ardiente que le otorgaba Edward no ayudaba en absoluto a controlar sus latidos, aun así, Bella se deleitó observando el trabajado torso de su padre, lo había hecho ya antes. Sin embargo, jamás se acostumbraría a la perfección de este. Una a una, fueron siendo surcadas por sus dedos temblorosos y suaves, las líneas que marcaban los abdominales, y Edward no pudo ocultar el gemido cuando esos labios pequeños se presionaron en la zona de su bajo vientre. Justo donde sobresalía el borde de su boxer. Él joven no se detuvo a cavilar sobre tener protección o las consecuencias de sus actos, todo en cuanto podía pensar era en Bella, en hacerla suya, en llenarla. En lo exquisito que sería sentir como la angostura de su intimidad se ceñiría alrededor suyo. La lengua de Bella se deleitaba acariciando su piel, desde su pecho hasta el ombligo, y cada tanto succionaba o mordía un poco, suave, siempre con la timidez propia de su
edad. Esa ingenuidad de la que solo ella era podría ser portadora, y que a Edward lo traía vuelto un loco. Estaba torturándolo sin siquiera ser consciente. — Detente— gimió extasiado, entonces la apartó de él sin esperar respuesta. Su respiración era pesada y dura, los ojos verde claro se volvieron de un oscuro tono jade; como dos dagas de deseo. No lo soportó más y se quitó los pantalones, llevándose en el acto su ropa interior, y de paso la falda escocesa a Isabella. Tragó pesado, se sentía anonadado y excitado, sobre todo excitado… ¿Cómo es que el cielo le enviaba un ángel para mancillarlo?, no tenía perdón de Dios, y lo sabía; pero no podía detenerse. No ahora. — Pídeme que pare, por favor Bella, ordéname que me detenga y te juro que lo haré. Ella mordió su labio inferior y negó, entonces sin darle a Edward tiempo para reponerse, desabotonó su camisa y la dejó caer por sus hombros, luego, antes de sentirse abandonada por este repentino ataque de valentía y ansiedad, desabrochó su brasier y lo dejó caer junto al resto de las prendas a un costado del sofá. Repitió la acción una vez más y lentamente fue bajando sus pantaletas. La prenda turquesa cayó sin problema junto a la falda, las camisas de ambos, y los jeans de Edward. Edward observó la pila de ropa que habían formado y le regaló a Bella una sonrisa torcida, a sabiendas de lo que esto ocasionaba en la adolescente. Entonces, la besó, un beso lento e incitante, giró su rostro para tener mejo acceso a esa boca pequeña. Y se regodeó de placer succionando su lengua, tan calida. Finalmente ambos estaban desnudos, uno frente al otro, tan prohibido e inmoral, tan crueles a la par. No pensando en Tanya ni en un futuro posible, solo dedicándose a sentir… Él se fue inclinando lentamente, sin separar sus labios de los de Bella en ningún momento, y apoyando el peso sobre sus brazos. Sonrió con ternura contra su boca y acunó su rostro entre las manos. Ambos jadearon a la par, buscando oxígeno y expresando placer, las dos cosas eran de suma importancia. Por que respirar era un acto esencial, pero demostrar el extasío, era un modo indirecto de hacerle ver al otro lo mucho que significaba este momento, tal vez fuese más que mera atracción, quizás… quizás no fuese sólo deseo. Fuese como fuese, ahora no había tiempo para perder analizando la raíz de sus actuares. Con el aliento ya recuperado, Edward Cullen volvió a besar a su hija, tierno y corto, entonces repitió el gesto, una vez y otra más, hasta que ambos sonrieron a la par contra la boca del otro, y una oleada de ternura inundó la sala. Con su cuerpo apresando al de Isabella, y sus manos convertidas en una verdadera cárcel a ambos costados de ese infantil y enrojecido rostro, Edward se sentía en el cielo. Se quedó mirándola intensamente a los ojos mientras comenzaba a moverse contra ella… rozándose, tentándose; no perdió de vista su rostro jamás, y de vez en cuando se deleitaba enterrando su rostro en ese delgado y blanco cuello, aspirando ese aroma que tanto lo trastornaba; tocando y rozando, justo en el punto exacto donde se centraba su placer. Casi adentro y también fuera, de modo superficial, suave, siempre cuidadoso.
Pero, volviéndola en el acto loca de necesidad por él. Movió un poco su mano, corriendo una de sus largas ondas marrones lejos de la curvatura de su ceno, lo distraía. Él todo en cuanto podía pensar era en comerse uno por uno sus pechos y degustar la gloria succionando tal manjar, pero su dolorosa excitación le advertía que si hacía eso, era bastante probable que enloqueciese de deseo y terminase embistiéndola de un modo bestial, prácticamente partiéndola en dos. Él no quería eso… o tal vez sí, pero no sabiendo que eso le causaría dolor, limitaría su ansiedad, su hambre, por ella… sólo por ella. Volvió a rozarla lentamente, suspirando ahora contra su hombro, y conteniendo a duras penas los deseos de succionar esa zona… No más huellas. Bella deslizó las manos por los contornos de su espalda, sudada y caliente. Pasó saliva por sus labios, y continuó su camino, más hacia el sur, hasta ensartarse en las duras y llenas nalgas de su trasero. Él sonrió ante la picardía de su pequeña, era tan sorprendente, él nunca sabría con que iría a salirle ella. Daría lo que fuese por poder leer su mente… sobre todo en momentos como este. ¿Qué sentirá ella por mí? — Con las duras cimas de sus pezones siendo presionadas por el fornido pecho de Edward, Bella no aguantaba más la necesidad de sentirlo dentro, llenándola, colmándola, sentía su centro arder y doler, el hambre por él la estaba matando. Edward sólo podía rezar por no hacerle daño, aún no se introducía en ella, hasta el momento sólo había procurado excitarla al grado sumo, para de ese modo aumentar su lubricación, quería que de ser posible, hacer esto para ella lo menos doloroso posible, pero le estaba costando la vida no sucumbir a su necesidad. Era algo verdaderamente devastador. El deseo… su necesidad por ella, Edward nunca se había sentido de este modo, en casi veintiséis años de edad. Se sentía a punto de correrse, sin siquiera haberla penetrado. La escena sería hermosa, vista a lo lejos, el amor en su grado máximo, dos almas, dos seres. Un hombre y una mujer, a sólo segundos de concretar la más primitiva de las demostraciones de cariño, se vería bello… De no ser porque eran padre e hija, al menos en el aspecto legal, aún no concretado, pero con los papeles en camino, y mientras la mejor amiga de Isabella se tardaba por motivos que verdaderamente lo ameritaban, la joven adolescente no vacilaba un segundo en entregarle la virginidad al esposo de ésta. Las piernas entrelazadas, tentándose con el sudor de ambos cuerpos. Su boca alimentándose de la de ella, probando cada beso, y lamiendo trozo a trozo de esa carne tan tierna y dulce, que representaban los labios de una mujer. Mientras que sus manos se deleitaban reconociendo cada centímetro del otro. Edward deslizó su brazo por el costado hasta que su palma se deslizó entre sus tensos muslos, y mordió con furia el labio inferior, cuando sus largos y gruesos dedos no tardaron en encontrar la resbaladiza piel. Bella jadeó como un gatito, ante esa liberadora invasión, pero el dueño de esos cabellos broncíneos, ahora adheridos a su sien por el exceso de traspiración, no tardó en beber cada uno de ellos.
La entrada al infierno vale con creces su precio—masculló entre gemidos, mientras los dedos del experimentado hombre no cesaban de envestirla, lento, siempre lento, para que se adaptase a la intrusión de modo paulatino, y lo hizo, por lo que él no vaciló al momento de aumentar la velocidad… y la intensidad. Sus dedos eran gruesos y hábiles. ¡Tan gruesos! — pensó Bella, pero resultó que sus pensamientos no habían muerto ahí, en su boca, sino que Edward los había oído a la perfección, y no sólo sonrió de modo ladino, sino que aumentó la fuerza de su roce. La fricción era un bálsamo para la tensión implantada en los nervios de su zona baja, nunca se había sentido tan anhelante y ansiosa en su vida. Quería a Edward dentro suyo ya, Lo necesitaba. — Edward— masculló contra su cuello, mientras sus dedos se enterraban en esos empapados cabellos cobrizos. — Tranquila amor, respira. — musitó él tierno, intentando que su voz sonase tranquila y no en jadeos, pero aún así a Bella le pareció más ronca de lo habitual. Estaba tan desesperado como ella. — Por… favor Edward, te… Necesito— suplicó entre embestidas, y Edward supo que él tampoco se contendría durante mucho tiempo. Posó sus labios sobre la frente sudada de su niña y la miró a los ojos. — Relájate, ya va a pasar— prometió antes de introducir su punta entre los labios internos de ella. Ella obedeció sin dudarlo, y recordando lo que había hecho en su última estadía en el dentista, tomó todo el oxígeno que le fue posible y esperó, como si le fuesen a sacar una muela. Obviamente, no se trataba de lo mismo. Tal vez fuese la edad, tal vez la inexperiencia...O simplemente la estreches de Bella se debiese a su contextura menuda y frágil, quizás el hecho de que Edward fuese un hombre hecho y derecho, ya formado y en exceso desarrollado terminó por pasarles la cuenta, fuese como fuese el resultado era el mismo: Dolió como nada que ella hubiese experimentado en su vida, y él… él ni siquiera había roto esa tela divisoria, fricción, fricción, y más fricción, fuese como fuese, los dedos no eran ni por asomo comparables con el miembro de Edward. Y el grito desgarrador que liberó de sus labios fue todo lo que Edward necesitó para enfriarse y detenerse en el acto. — Lo siento— farfulló aterrado, y absolutamente arrepentido. El delicado cuerpo de la castaña bajo el suyo se encontraba tenso, sus pequeñas piernitas aún abiertas y la cara interna de sus muslos enrojecidas por la irritación, sólo aumentaron la culpabilidad en él.
Ella mordió su labio, y sintió como el rubor poco a poco comenzaba a colmar sus mejillas. Intentando contener con sumo esfuerzo los deseos de llorar, tanto por el dolor como por la vergüenza. Edward no necesitó oír nada, observar sus ojitos aguados fue una punzada desgarradora para su pecho, la pasión había sido hecha a un lado y se apresuró en ponerse en pie y ponerse de forma rápida su ropa interior. Bella iba a hacer lo mismo pero la mano de él se ciñó a su muñeca. — No— articuló con ternura, antes de cargarla en brazos en dirección a su alcoba. — Perdóname— pidió la castaña una vez acomodada en la cama. Edward de espaldas a ella, se encontraba hurgando entre las repisas del armario alguna prenda para cubrir la desnudez de su hija, pero en cuanto la oyó se giró sobresaltado. Con un gesto de martirio impreso en su rostro. — No tienes nada porque disculparte. La falta es mía, no debí dejarme llevar, no debí herirte… Esto estaba mal antes de siquiera comenzar. Su boca se movía rápido, estaba nervioso. Y mientras sus manos vestían con una prisa torpe a Bella, abrigándola con una delgada camiseta, esta vez sin un ápice de lujuria en sus gestos. Ella respiraba de modo errático. ¡Tenía tanta vergüenza!. — ¿Qué pasará ahora? — inquirió Bella con voz aguda, una vez que dejó de sentir su roce, a estas alturas había escondido su rostro en sus manos. De la cintura para abajo continuaba desnuda, únicamente cubierta por las mantas de su cama, y agradeció en el alma que Edward no hubiese insistido en vestirla también ahí… Ya era demasiado incomoda la situación. — ¿Qué quieres decir? — ¿Qué va a pasar con nosotros? — su voz se oyó más débil de lo deseado, quebrada… sin aliento. A Edward le partió el alma verla así, nuevamente sufriendo… siempre por su causa. ¿Es qué no le bastaba con herir a su mujer, y también tenía que hacerlo con Bella? Su esposa y su niña… ambas victimas de su egoísmo. — Cariño… — suspiró vencido y acercándose nuevamente hasta la cama. — Dame un segundo. ¿Está bien? — pidió en tono cansino. Ella asintió, fingiendo que no le dolía el que no le respondiese al instante, pero si que lo hacía. ¡Y como dolía!. El le sonrió con dulzura, regalándole esa sensual sonrisa torcida que tanto la deslumbraba. Dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta… Edward continuaba usando los boxer como única prenda para cubrirle. No había tenido ocasión de vestirse, su principal preocupación en ese entonces había sido Bella. Y ella… ella ahora no perdía detalle del duro y redondeado trasero que poseía su padrastro. El tono gris de Calvin Klein surcando sus caderas era un espectáculo que debería estar prohibido.
Sin perderse detalle, observó la extensión de espalda, era ancha y fornida, lamió sus labios cuando captó su atención la línea que surcaba toda su columna, justo en el medio. Recordó la textura de ésta bajo sus dedos y entonces abrió sus ojos. — ¿En que momento enloquecí? — jadeó llevándose la mano izquierda hacia su boca. Era increíble lo que podían hacer las hormonas en un adolescente. Aquello no la eximiría de culpas, ni nada por el estilo, pero para nadie era un misterio que con diecisiete años las revoluciones se encontraban a flor de piel. — No es un delito dejarse llevar… Es normal— se dijo a si misma Pero no con tu padre adoptivo. Eso… eso es poco ético e inmoral. — le rebatió su conciencia. Edward tardaba más de lo esperado en volver, y la chica comenzaba a creer con el correr de los minutos que él verdaderamente se había vestido y huido. No podía recriminarle, después de todo lo único que tenían en común era el deseo mutuo, una vez que lo intentaron… y fallaron-de modo abismal-, no lo culparía si él se decidía a ignorarla por completo. Lo deseaba, aún lo hacía. Sin embargo, había dolido tanto. Nunca pensó que sería tan grande y tan incómodo para ella. Había oído de sus compañeras de institutos sobre tamaños y medidas, también sobre la primera vez, es más ya había visto uno real, pero obviamente no tenía comparación. Lo peor de todo, es que en verdad quería intentarlo, ya no por sacarse las ganas…Ella, ella quería que funcionase, Edward cada vez le gustaba más, y quería ser digna de él, no quería que la viese como una niña torpe y defectuosa, por mucho que le costase asumirlo… Ella, ella quería que Edward la viera como una mujer, su mujer. Se obligó a no pensar en Tanya, e ignorar por completo los sentimientos de reproche hacia su persona. Lo había hecho durante años, estaba cansada de ser sensata, eso nunca la había llevado a un lado. No quería pensar en las consecuencias. Emmett, Edward; los dos eran mayores que ella, pero también ambos le habían demostrado que aquello no impedía que errasen una y otra vez. No odiaba a Emmett, le tenía aprecio y hasta cierto punto lo entendía. El alcohol hacía renacer el peor lado de las personas, muchas veces, una parte de la que ni siquiera eran concientes, Bella ya lo había visto antes… Justo cuando se comenzaba a quedar dormida, un Edward completamente vestido, y con las gotas de una reciente ducha surcando su rostro se apareció por la puerta. — Tenía que ordenar el… desorden que habíamos dejado en la sala— sonrió a su hija, mientras intentaba borrar por completo esas imágenes mentales que continuaban torturándole al interior de su cabeza. Si seguía así, antes de lo esperado estaría tomando una segunda ducha fría.