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Apuestas en plata

La antigua Calle de los Gallos (6 Poniente 300, del Centro Histórico de la Puebla de los Ángeles) fue nombrada, antes, la de las Piguas o Pitihues.

El pitihue –nombre real, etimológicamente de origen prehispánico chileno– fue un ave sudamericana que, por extrañas y desconocidas razones (hasta la fecha), cobijaba en esta región nuestra a sus crías, antes de volar hacia el sur del continente, al final del invierno –según consta en los diarios manuscritos de Carlos María de Bustamante–, cronista desconocido y primer publicista poblano del siglo XVIII, casi desconocido (“y muy hermoso”, según relata en cartas calladas –en tinta sobre papel– alguna de sus amantes).

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Esta calle poblana siempre fue de apuestas de naipes y de pelea de gallos. De ahí su nombre.

Un amigo de piel canela, hijo de un exquisito cholulteca, contome ciertas historias, de sus ancestros, que no vale revelar (por ahí de los años noventa del siglo pasado, por cierto), pero que arraigan la identidad del entorno del fenecido posterior mercado La Victoria. cha, tiene la máxima concepción en sus requisitos de existencia que se basan en vivir al amparo de la ley.

En esa misma zona permanece con paciencia la cantina El Recreo de los Gallos.

En honor a la calle adjunta.

Antiguo centro de reunión de exquisitos comerciantes poblanos de ascendencia libanesa y española, la mayoría de ellos.

Con un mingitorio abierto de escaleras elevadas.

Con olor a lavanda.

Hoy, a la banda.

Inteligente apostador, Carlos María de Bustamante (oaxaqueño de raigambre, por cierto) dio vida a la poblana Calle de los Gallos, e indujo al juego de las cartas a los comerciantes del siglo XVIII.

Fruteros, la mayoría.

Hombre blanco, callado, marrullero.

Muy marrullero, pero bueno.

Creó y recreó esa Calle de los Gallos.

La 6 Poniente.

La República requiere la separación del poder en un poder legislativo, en un poder judicial y un poder ejecutivo, cada uno con sus específicas facultades.

En Roma, previamente, existieron tres sistemas de gobierno: la monarquía regida por el rey; la república, regida por cónsules, y el imperio regido por emperadores.

México, desde sus orígenes, tuvo un gobierno republicano, salvo dos emperadores: Agustín de Iturbide (1822) y Maximiliano de Habsburgo (1864) y a otro emperador llamado Antonio López de Santa Anna, quien se dio el título de Alteza Serenísima y Dictador Perpetuo y Vitalicio.

Aclaremos que en México, de 1821 a 1850, tuvimos 50 gobiernos, más dos intervenciones extranjeras y muchos conflictos bélicos.

Por ello, comprendamos lo que es ser mexicano. A través de la historia veremos cómo se han construido las instituciones de la república en que sus autoridades son electas, en donde existe una plena participación democrática en todos los órdenes. Hay una existencia laica de sus ciudadanos en que el Estado tiene la obligación de no imponer ninguna idea filosófica ni religiosa, respetando la plena libertad de pensamiento y creencias; y fundamentalmente se debe vivir con un sentido federalista, es decir, que las autoridades ejercen su función de acuerdo con la competencia que les marque la Constitución.

Afirmemos el rumbo de ser una República representativa, laica y federal, ahí está la filosofía de libertad del mexicano; ahí está el rumbo que nos hace respetarnos, ser solidarios y constructores de instituciones sólidas.

Por ello, y sin afán de grandeza, debemos sentirnos orgullosos, sin complejos, porque somos un país con historia para construirnos. Nos ha costado muchísimo construir esa historia, pero somos un país joven con fuertes instituciones éticas, jurídicas y morales.

Es importante conocernos y ser solidarios, superar pasados divisorios y tiempos. Hay muchos pasos que dar, tenemos mucho porvenir positivo pero depende de nosotros. Por ello, como decían los buenos maestros, nuestros abuelos: fuera complejos

Poco escrito, Puebla ha sido recreo de apuestas en torno a gallos.

Y toros.

Como aquellos lidiados en los costados norte y sur de nuestra catedral.

Mientras –antes de la semana santa–los gallos giraban frente a su muerte, en el actual atrio de nuestra basílica.

Y con apuestas en plata.

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