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Opinión Loja, Miércoles 10 de Julio de 2013
9 de julio 1925 / la revolucion Juliana en Ecuador Juan Paz y Miño / Cronista de Quito El 9 de julio de 1925 un golpe de Estado protagonizado por la Liga Militar, derrocó al presidente Gonzalo S. Córdova (1924-1925) y lo sustituyó por una Junta de Gobierno integrada por siete miembros. Con ello se inició la Revolución Juliana, de enorme trascendencia para el país. Después de las luchas por la Independencia, la Revolución Liberal (1895) fue la más importante transformación en la historia del país. Pero poco se ha resaltado a la Revolución Juliana, que debiera considerarse como la tercera de mayor importancia nacional, y que los sectores oligárquicos siempre trataron de ocultar. La Revolución Liberal cerró el siglo XIX-histórico. Ejecutó un programa perteneciente a las luchas de ese siglo. Movilizó los principios económicos liberales. Las Constituciones de 1897 y 1906 proclamaron los más amplios derechos y garantías individuales. No pudieron plantear un principio de reforma agraria. La revolución se desarrolló en el marco de la ideología liberal, contando con amplio apoyo popular e incluso el soporte de las burguesías nacientes. Sus logros en educación, legislación, obra pública y reforma cultural son fundamentales para el Ecuador del presente. La Revolución Juliana, sin embargo, abrió el siglo XX-histórico: se produjo ante el agotamiento del Estado Liberal, como reacción al predominio del liberalismo “plutocrático”, contra la hegemonía de los poderosos bancos privados sobre el Estado y porque buscó favorecer a los sectores medios y populares. Los gobiernos nacidos de la Revolución Juliana (1925), esto es dos Juntas provisionales y la presidencia de Isidro Ayora (1926-1931), cuestionaron al bipartidismo reinante (liberalismo “moderado” y conservadorismo), pusieron freno a la plutocracia e impusieron el interés nacional sobre los intereses privados. Gracias a la Revolución Juliana, se instauró un Estado social, particularmente en dos campos: la atención a la “cuestión social” y el intervencionismo financiero. La primera Junta, cuya alma fuera Luis Napoleón Dillon, impuso el interés nacional sobre los intereses empresariales privados, fiscalizó a los bancos, introdujo por primera vez el impuesto a la renta e incluso uno sobre las utilidades, creó el Ministerio de Bienestar Social y Trabajo, también la Caja de Pensiones, dictó leyes laborales y adoptó otras medidas sociales. La reacción oligárquica estalló y particularmente la de la plutocracia regionalista de Guayaquil, que afirmó: “el oro de la Costa se quieren llevar los serranos”. Se unieron a ella los periódicos que se lanzaron contra la Junta. Dillon fue tildado como “enemigo” de Guayaquil. Su propuesta para crear un Banco Central fue tenida como declaratoria de guerra. Y las medidas sociales y laborales atacadas como “comunistas”. Después de la segunda Junta, que duró tres meses, el 1 de abril de 1926 los julianos resolvieron nombrar como Presidente a Isidro Ayora (1926-1931), quien concretó el programa reformista con el apoyo de la Misión norteamericana de Kemmerer. Entonces fueron fundados el Banco Central (1927), la Contraloría y la Superintendencia de Bancos. Además, Ayora reforzó la Caja de Pensiones, la atención en salud y las políticas sociales, que transformaron al Ecuador. La Constitución de 1929 fue la primera en proclamar los derechos sociales-laborales, otorgó el voto a la mujer e introdujo los criterios de “función social” de la propiedad y redistribución de las tierras. Los julianos quisieron reformarlo “todo”: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Fuerzas Armadas, leyes, Constitución, administración pública. Confiaban en superar el país del pasado. Los jóvenes militares julianos se inspiraron en conceptos patrióticos, nacionalistas y sociales. Luis Napoleón Dillon, líder de la primera Junta, era socialista. Isidro Ayora cumplió el programa juliano gracias a la tutela de los militares, el apoyo de la Misión Kemmerer y sus propias convicciones sociales. Los julianos no fueron “enemigos” de la empresa privada. Incluso dictaron medidas proteccionistas para el desarrollo industrial del país. Sin embargo, los mayores opositores fueron los bancos, especialmente guayaquileños, a quienes se unieron los empresarios vinculados con ellos. A ellos se unió la prensa de la ciudad, convertida en activista política de la lucha regionalista. Y, además, la oligarquía serrana. Pero trabajadores y sectores populares de todo el país, incluida Guayaquil, donde también se pronunciaron maestros, estudiantes y múltiples organizaciones, apoyaron las transformaciones julianas. La Revolución Juliana puso las bases para superar el Estado oligárquico-terrateniente. Y, aunque los julianos no fueron “marxistas” ni se plantearon la construcción del “socialismo”, desde una estricta perspectiva histórica, la Revolución Juliana y sus gobiernos deben ser considerados los primeros en inscribirse dentro de la tendencia de la izquierda, que apenas nacía en el Ecuador de la época. Los logros de la Revolución Juliana marcarían la vida nacional al menos durante las siguientes siete décadas. Y fue el modelo empresarial de desarrollo, consolidado en Ecuador durante las décadas de los 80 y 90 del pasado siglo, el que se propuso acabar con las herencias julianas y también con el modelo estatal-desarrollista que le precedió. Era el retorno oligárquico, que también concluyó en 2007 con el inicio de un nuevo ciclo histórico.
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Evo y el derecho internacional Fander Falconí @fanderfalconi
n la madrugada del domingo 27 de septiembre de 2009, mientras me desempeñaba como canciller y participaba en la Cumbre de los países de África y América del Sur, tuve la oportunidad de salir a caminar con Evo Morales en la playa de Isla Margarita. El altiplano boliviano y el nivel del mar, de hecho, se encontraban muy distantes en ese momento, como Europa del continente sudamericano. Lo sucedido en los últimos días con Bolivia, Evo y Latinoamérica, trajo a mi memoria esa escena -que está registrada en mi libro “Con Ecuador por el mundo”, publicado por la Editorial El Conejo-, y me puso a pensar en que las distancias que se interponen entre los dos continentes no son solo geográficas, sino que ahora se han convertido también en evidentes distancias políticas impuestas por el mayor poder del planeta, los Estados Unidos. El caso Snowden ha reavivado con claridad esas distancias a las que me refiero. Lo acontecido días atrás fue una demostración clara del estado de descomposición en el que se encuentra el derecho internacionalDicen que los seres humanos somos de fuego, aire, agua o tierra. Si hay un ejemplo típico del hombre de tierra, enraizado en la naturaleza, ese es Evo Morales. Allá en lo alto, mientras él volaba, como jefe de un Estado latinoamericano, por encima de las nubes europeas, lo trataron como a un pirata, poniendo, inclusive, su vida en riesgo. Es necesario desplegar, de la manera más amplia posible, la crítica de lo sucedido. Lo acontecido días atrás fue una demostración clara del estado de descomposición en el que se encuentra el derecho internacional, hoy más que nunca sometido por aquella ultraburguesía de la que habla el boliviano Raúl Prada Alcoreza. ¿Acaso el avión presidencial que se impidió aterrizar en los cuatro países azotados por una profunda crisis económica: Francia, Portugal, Italia y España no tenía inmunidad diplomática? Lo que aparece frente a nuestros ojos, y que representa en la actualidad una absurda realidad internacional, es la presencia amenazante de Estados gendarmes que operan clandestina y abiertamente para esclavizarnos a todos. Lo sucedido es algo grave, y no podemos dar la vuelta a la página como muchos quisieran. Hemos llegado a este estado de cosas casi sin darnos cuenta. Lo sucedido en los casos públicos internacionales de Assange y Snowden -ciertamente diferentes- nos remiten a la atmósfera orwelliana de una vigilancia permanente; es decir, a un mundo que reproduce la actitud represora de la civilización capitalista occidental -que debería ser motivo de todo el repudio mundial- y que está presente en la célebre novela de George Orwell, “El último hombre en Europa”. Parece que esa civilización que encarna el gran capitalismo solo sirve para convertir en supermillonaria a la ultraburguesía, para espiarnos, para rebuscar todas nuestras cuentas de correo electrónico y pasarse por encima de nuestros derechos básicos de convivencia universal.
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