La divina comedia dante alighieri

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Mi Conductor entonces extendió los brazos; cogió tierra y a manos llenas arrojó puñadas dentro de las rugientes fauces. Como el perro que a ladrar se agota y se calma al morder la presa, pues sólo a devorarla tiende y lucha por ella, tal hicieron las mugrientas caras del Cerbero demonio que tanto atruena a las almas que ser sordas quisieran. Pasábamos por encima de las sombras que doma la pesada lluvia, y los pies plantábamos sobre fantasmas que semejaban personas. Yacían por tierra todas salvo una que se alzó para sentarse, luego que nos vio pasar delante. Oh tú, por este infierno traído, me dijo, reconóceme, si entiendes: tú fuiste, antes que yo deshecho fuera, hecho. Y yo a él: La angustia que te atormenta quizá es lo que tan de mi memoria te aparta como si nunca visto te hubiera. Mas dime ¿Quién eres tú, en tan doliente lugar metido, y condenado a tal pena que si mayor hubiera no la hay tan cruel? Y él a mí: Tu ciudad, que está tan llena de envidia que ya revienta el saco, consigo me tuvo en la serena vida. Vosotros, ciudadanos, me llamasteis Ciacco: Por la dañina culpa de la gula estoy, como tú ves, bajo la lluvia abatido: y yo, triste alma, no estoy sola que todas estas en igual pena están por símil culpa, y no diré ya más nada. Yo le repuse: Ciacco, tus penurias me pesan tanto, que a lagrimear me llaman: pero dime, si lo sabes, ¿En qué han de parar los ciudadanos de la ciudad dividida? Si hay alguno allí que sea justo; y dime la razón que de tan gran discordia esté invadida. Y él a mí: Después de largos debates vendrán a verter sangre, y la parte de la selva www.FreeLibros.me


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