El viaje de Mimi

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Mimi llegรณ a esta ciudad desde muy lejos,




venía de un pequeño pueblo pegado a las orillas de un río.


Ella recordaba siempre que al atardecer entre los meses de enero a marzo, cuando el calor se atoraba en la nariz,




para refrescar un poco el cuerpo sudoroso, mamรก Sibuk lanzaba al piso unas esteras coloridas,


y allí se echaban los niños a esperar la línea rojiza que despedía la tarde y recibia la noche,




la suave brisa del rĂ­o le alborota su hermoso pelo rizado


y cerraba sus ojos solo para creer que era una pequeña mariposa jugueteando en el jardín de su imaginación.



Mimi recordaba todo: los baĂąos en el rĂ­o con sus primos y las matronas que les cuidaban




mientras peinaban y trenzaban los cabellos de las niĂąas y despiojan a cada uno de ellos,



entre juegos chapoteos y gritos se iban preparando para dormir,



el olor del anĂ­s en el agua de panela, que daban en tazĂłn a cada uno y un trozo de pan dulzĂłn para llenar las pancitas,



mamá Sibuk decía que los truenos sólo eran una tormenta en la noche,



y la piel de sus manos tan suaves, cuando le lavaba su carita con agua de matarratรณn para espantar la infecciรณn que dejaba el piquete de los mosquitos.



En las noches no había silencio pero si mucha oscuridad, levantaba sus brazos y no veía nada y sonreía al pensar que era invisible.



Mimi escuchaba a los perros ladrĂĄndole a las sombras, los gatos tambiĂŠn hacĂ­an de las suyas sobre los tejados,


las ranas se cortejaban en la charca del patio,



y reconocĂ­a cuando alguna de ellas era cazada por las culebras que salĂ­an de los matorrales, producĂ­an un chillido agudo y por un instante todo se silenciaba,



Mimi era solo una chiquilla que se ovillaba sobre la estera donde los demas dormian y ella solo soĂąaba.




Ahora pertenecĂ­a a esta ciudad, con luces de tantos colores que no dejaban ver el cielo cuajado de estrellas,



los sonidos diferentes y la brisa llegaba cargada de olores que la hacĂ­an toser.



Dejó a mamá Sibuk, no porque ella quisiera, la vida le calzó sus pies rebeldes y libres, le trenzó su pelo, y le vistió con tonos grises y serios, debía ir a la escuela,


eso pensó su tía Yeye y mamá Sibuk empaco sus tres mudas cocidas por las matronas, con juegos de franelitas y calzonetas de algodón, que poco le sirvieron para el frío de una ciudad fría.




Mimi recordaba en silencio y se prometĂ­a volver, aunque no sabĂ­a muy bien de donde habĂ­a llegado, la ciudad era su casa ahora


qu

dulce a i n o l o c a olorosa y a i p m i l y mu usente, a , n e v o y la tía Yeye j e r una mad e d r a r a p nocerla. n o i c s a n i b s a l a l b l a e le h cidía por e d y a í g e t ís la pro a p o r t o e d e des




Entonces cerraba siempre sus ojos para imaginar la oscuridad de la noche, sin luces, como era antes,


cuando se hacĂ­a invisible y se confundĂ­a entre mil estrellas






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