La Virgen María prototipo de la dignidad de la Nueva Mujer a la luz de la Revelación

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Singularidad y unicidad de María en el misterio cristológico En el contexto del saludo del ángel, en la Anunciación, la llamada ―llena de gracia‖, es decir Kejaritomene, implica inicialmente la posesión que hace Dios de María. En la Sagrada Escritura, el hecho de nombrar, poner nombre, se le es concedido también al hombre para indicar su señorío sobre el resto de la creación. Cuando el hombre pone nombre a las cosas, toma posesión responsable de ellas, da sentido a su existencia. Tal idea reflejará el libro del Génesis cuando al referirse a la presente temática expone: ―... Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales de campo y a todos los pájaros del cielo, y los presento al hombre para ver que‚ nombre les pondría. Porque cada ser 32 viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre...‖ .

Por este motivo, afirmamos que en el contexto del anuncio del servidor de los cielos, el nombre nuevo impuesto por el mismo Dios, con el cual las generaciones futuras deben llamar a la joven María de Nazaret, es ahora la “llena de gracia”. La afirmación establecida se justifica y encuentra su punto de convicción al evocar lo que al respecto sostiene el autor Lafrance: ―...Dios mira con tal intensidad de amor que la reviste de su misericordia, para hacerla llena de gracia ... Esta palabra es su nombre nuevo, su vocación: por él aprendió María que era la única, la 33 elegida, la my amada...‖

El hecho de ser llamada de ese modo justifica ser la elegida como Madre del Hijo de Dios. Pero al mismo tiempo, la plenitud de la gracia indica la dádiva sobrenatural de la que se beneficia María por haber sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo. De lo expuesto podemos concluir que la elección de María en forma excepcional y única resulta fundamental para la materialización del economía salvífica, es decir de la concreción del plan de Dios para con el hombre que con la elección eterna en Cristo lo destina a la dignidad de hijo adoptivo del mismo Dios. Por tal motivo resulta entendible el hecho de que cuando se lee que el Angel Gabriel llama a la Bienaventurada Virgen María ―llena de Gracia‖, el contexto evangélico en el que confluyen las revelaciones y promesas antiguas nos da a entender que se trata de una bendición singular entre todas las bendiciones espirituales en Cristo. En el misterio de Cristo María está presente ya ―antes de la creación del mundo‖ como aquella que el Padre ha ―elegido‖ como Madre de su Hijo en la encarnación y junto con el Padre la ha elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu Santo. A esta altura cabría preguntarnos: ¿ha merecido María el grado de santidad y pureza que la dispusiese, entre todas las mujeres, a ser hecha la digna Madre de Dios, de manera tal que Dios debió elegirla entre todas, en la hipótesis que quisiera tomar una Madre entre las hijas de los hombres? La respuesta la da Santo Tomás de Aquino, cuando entre sus escritos a este respecto concluye afirmando: ―...La Bienaventurada Virgen ha merecido llevar al Señor de todas las cosas, no en el sentido que Ella haya merecido que Él se encarnase, sino porque, en virtud de la gracia que le fue deparada, 34 ha merecido el grado querido de pureza y santidad para ser hecha la digna Madre de Dios...‖

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Gn. 2, 19 Lafrance J, ―En oración con María, la Madre de Jesús”, Ed. Narcea, Madrid, 1984, pág 38. 34 Santo Tomás de Aquino, op. cit. 27, III, q. 2, a 11, ad. 3. 33

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