Boletín Institucional (agosto-octubre 2013)

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Retrospectiva

Carlos Upegui Enciso Una vida dedicada a las artes gráficas

Don Carlos, así, de una manera respetuosa y a la vez afectuosa, es como le decimos al hombre que con tesón, gratitud y entrega ha vivido intensamente la industria gráfica con todos sus bemoles. Un hombre que disfruta su trabajo porque ama lo que hace. No hay rincón ni oficio de las artes gráficas que él no conozca. Su curiosidad lo ha llevado a crecer como profesional y como ser humano, y para fortuna nuestra, aún después de haber dirigido el departamento de Arte, cargo que desempeñó con altura, nos acompaña como Asesor editorial para que los impresos sencillos o complejos, o los sueños de escritores noveles o consagrados encuentren su público, depurados por su prolijo trabajo. A continuación la entrevista que muy gentilmente se sirvió concedernos para Familia Feriva. Don Carlos, ¿cómo fue su inicio en las artes gráficas? Mi amor por la palabra impresa se inició en la niñez, cuando junto con mi hermano vendía periódicos. Madrugábamos a las cuatro de la mañana a la Calle 12 donde se imprimía el periódico Relator; pasábamos luego a la Calle 10 a recoger el periódico El País y bajábamos finalmente por toda la Carrera 5a voceando y ofreciendo: “¡El País, Relator, El Crisol!”. Años después, cuando estudiaba en la Universidad del Valle, un compañero me recomendó para hacer el “turno de queda” de ocho de la noche a una de la mañana como corrector de pruebas del diario Occidente. Así entré en el complejo pero fas-

cinante mundo de las artes gráficas, que algunos llaman “artes trágicas”. ¿Qué recuerdos tiene de los tiempos de la impresión en caliente? El olor al plomo y la agilidad de los linotipistas para digitar la noticia recibida del periodista convirtiendo las líneas en lingotes de plomo e ir formando las galeradas. Cada galerada se pasaba al armador de página, quien iba colocando los títulos y textos siguiendo una pauta hecha velozmente a mano alzada por el jefe de redacción. Terminada la página se sacaba un molde de ella y se vaciaba el plomo fundido para fabricar la plancha, que se montaba en la máquina rotativa para la impresión del periódico. Parecía que este sistema viviría por siempre, pero de un momento a otro la IBM irrumpió en la industria editorial con sus modernas máquinas Composer y sus grabadoras de texto en cinta magnética. Tal fue el impacto del cambio que a esta unidad de salida le decían “el cerebro”, porque todo era electrónico. Ese fue también el nacimiento de la Fotomecánica. No transcurrió mucho tiempo sin que sucediera otro cambio: la fotocomposición. Ya no eran textos en papel sino papel fotográfico

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