Objeción de Conciencia. Un debate sobre la libertad y los derechos.

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determinar si la objeción de conciencia se reconoce localmente como un derecho constitucional o como una prerrogativa profesional, por ejemplo. Con eso, sería posible responder si la objeción de conciencia es un derecho en sus propios términos —«la objeción de conciencia es un derecho…»— o si su enunciación exige un recorrido argumentativo más largo, tal como sustentarla como parte de la libertad de conciencia o de expresión. Cualquiera sea el escenario en nuestros países, esa es una estrategia de dominación de las reglas de juego de la que, como feministas, es necesario apropiarnos: ¿qué se entiende por objeción de conciencia y en qué situaciones su uso sería legitimado para negar el aborto? Para eso, los grupos de mujeres juristas y especialistas en el marco normativo nos socorren en la primera comprensión del cuadro local, regional e internacional. Pero hay una segunda manera de responder a la pregunta y me parece que fue la que nos motivó en el Seminario: independientemente de lo que dicen nuestros códigos y normas, ¿cómo entenderemos la objeción de conciencia? Esta no me parece una pregunta retórica por el placer de debatir. Al contrario, nos provoca, como feministas, en el núcleo de nuestra acción política —la de reescribir las relaciones establecidas, incluso aquellas con la letra de la ley. Siendo así, independientemente de lo que afirman nuestros textos locales ¿cómo entenderemos el estatuto jurídico y ético de

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la objeción de conciencia? El Seminario fue tan rico en este punto que asumió ese camino más largo y difícil, como propio. Por eso, conversamos en la plenaria sobre las fronteras entre la objeción de conciencia en salud y la objeción de conciencia militar. Responder a esa pregunta no es solo una decisión política sobre cómo entenderemos la objeción de conciencia; es tocar en una de las raíces del feminismo contemporáneo en América Latina. Somos feministas en plural, diferentes no solo en el cuerpo, sino en las concepciones de Estado, igualdad y democracia. El liberalismo político acompaña a las feministas radicalesy es exactamente este quien nos perturba en situaciones en las cuales precisamos lanzarnos como «reguladoras de la conciencia». Es ese carácter inusitado de un falso cambio de posiciones el que más nos incomodó en el Seminario —¿cómo nosotras, personajes que históricamente representamos la regulación heterónoma de las conciencias, nos lanzaremos ahora como reguladoras de la conciencia de otros? La verdad es que esa es una falsa pregunta. No estamos regulando conciencias, sino relaciones de poder y saber. Enfrentar el tema de regular la conciencia de los otros es una situación casi paradojal para las feministas. Y enfatizo el calificativo «casi» en este caso. O asumimos


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