Revista COSAS - Edición 589

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sta historia ocurrió en el famoso estudio 2 de Abbey Road, una tarde de enero de 1967. Paul McCartney por fin había encontrado ese “algo” que buscaba para dar por concluida la canción “Penny Lane”: el sonido de una trompeta barroca. Desde la sala de control, McCartney, el productor discográfico y el ingeniero de sonido observaron y escucharon a David Mason, primer trompetista de la Royal Philharmonic Orchestra, ejecutar a la perfección, y al primer intento, aquel solo extraordinariamente exigente. Pero el autor de la canción no quedó convencido, y pidió al trompetista que lo volviera a interpretar. David Mason les dedicó una mirada de auténtico orgullo herido. Fue entonces cuando el productor discográfico encaró al Beatle.

ThE BEaTlEs, ya dEsdE sus inicios una pErsonalidad colEcTiva musicalmEnTE virTuosa, fuE a caEr En manos dE un profEsional dE las graBacionEs, doTado dE una amplia formación clásica. –¿Qué ocurre contigo, Paul? No le puedes pedir que lo vuelva a tocar... ¡Estuvo fantástico en la primera toma! Así de importante era George Martin. Cuando John, Paul, George y Ringo ya habían trascendido lo musical para convertirse en los seres más mimados del planeta, aquel altivo caballero, apuesto como una estrella de cine, solo necesitaba elevar apenas su pausada y un tanto aristocrática voz para ejercer su autoridad sobre los músicos de Liverpool durante las sesiones de grabación. ¿O no? Al menos hasta 1967 las cosas funcionaron así. Luego los muchachos decidirían que incluso la palabra de tan ilustre caballero podía ser vetada, y de ese punto de quiebre surgirían obras maestras como el llamado “White Album” o el más bien discreto “Let It Be”, único en la discografía de la banda que no tiene a Martin como productor musical. Lo que pretendo decir aquí es que la leyenda de George Martin es tan grande como la de los Fab Four; y que, irónicamente, historias reales como la de la grabación de “Penny Lane” alimentan aún más el mito de ‘El quinto Beatle’. Pero no hubo tal. Hubo sí una feliz coincidencia por la que todos los melómanos del mundo debemos sentirnos afortunados: The Beatles, ya desde sus inicios una personalidad colectiva musicalmente virtuosa, fue a caer en manos de un profesional de las grabaciones, dotado de una amplia formación clásica, pero, sobre todo, dueño de una inaudita capacidad para pescar en el aire las promesas musicales de esa joven agrupación y poner su propio talento al servicio de esos temas que hoy son auténticos himnos generacionales. Y eso, por supuesto, es sencillamente asombroso. n


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